La novela de ciencia ficción La nube negra fue escrita por Fred Hoyle poco después de finalizada la Segunda Guerra Mundial y editada en 1957. Comienza con una carta fechada el 19 de agosto de 2020 y firmada por el médico John McNeill: “Ocurrió que durante la crisis yo estaba en una posición que me permitió enterarme de la verdadera naturaleza de la Nube. Esta información, por varias razones convincentes, no se hizo nunca pública y parece desconocida para los relatores de historias oficiales. Me ha provocado mucha angustia mental decidir si lo que sé debería irse conmigo o no. En la duda he decidido pasar mis dificultades e incertidumbres a usted”.

A partir de ese prólogo, el ficticio John McNeill desarrolla una narración en tercera persona, para mantener cierta objetividad, de una serie de sucesos que se habrían iniciado en enero de 1964. Todo comienza con la observación en una serie de fotografías tomadas desde los observatorios de Monte Palomar y Monte Wilson de una zona oscura en el cielo que está aumentando su diámetro. El método utilizado en la novela para detectar esa zona consiste en colocar en un aparato, conocido como el “guiñador”, dos fotografías del mismo sector del cielo tomadas en distintos momentos pero en las mismas condiciones y con la misma exposición. Dicho aparato permite alternar rápidamente las dos imágenes. De ese modo, cualquier estrella que haya variado su brillo “guiñará” de un modo claramente perceptible, haciéndola destacar entre miles. Con ese método, usado también por los astrónomos en el mundo real, los protagonistas encuentran la primera señal de que hay una zona del cielo que se está oscureciendo.

Por las coordenadas que se dan en la novela se puede deducir que el lugar en el cielo desde el que proviene la nube negra está en la constelación de la Paloma (Columba) en el hemisferio sur celeste. Otro grupo de investigadores descubre, casi al mismo tiempo, alteraciones en la órbita de los planetas exteriores del Sistema Solar. Usando esos datos, con técnicas similares a las que permitieron descubrir en la realidad al planeta Neptuno, logran estimar la masa y la posición del objeto que estaría acercándose. En la novela se presentan con detalle algunos cálculos matemáticos, por ejemplo aquellos para estimar el tiempo que tardaría la nube en llegar a la Tierra, que son valiosos ejercicios de aplicación de física y geometría sencilla. La llegada de la nube negra a las cercanías de la Tierra produce una serie de cambios importantes en el clima como resultado del bloqueo de la luz del Sol, entre otros efectos. Pronto se descubre que la Nube presenta un comportamiento físico inusual que incluye la aparición de variaciones aparentemente periódicas en su capacidad de absorber y emitir radiación electromagnética.

Realidad y ficción

Algo a destacar es la publicación de dos artículos científicos, con fechas muy cercanas al 19 de agosto de 2020 de la carta de John McNeill, en que se presentaron sorprendentes hallazgos reales que recuerdan a la ficticia nube negra.

Uno de ellos fue publicado el 17 de agosto de 2020 y describe el descubrimiento dentro de la Vía Láctea, a unos 15.000 años luz de distancia, de una nube de gas y polvo que presenta emisiones de rayos gamma periódicas como los latidos de un corazón. Su período es de 162 días, lo cual fue la pista para encontrar la causa de este extraño fenómeno. Resulta que a unos 100 años luz de distancia de la nebulosa se encuentra un sistema formado por una estrella gigante (unas 30 veces más masiva que el Sol) y un agujero negro que rotan en torno a su centro de masa común con un período de unos 13 días.

Dada la cercanía entre ambos objetos, el agujero negro arranca y acelera material de la estrella. Parte de ese material cae hacia el agujero negro, formando un disco que rota a su alrededor, y otra parte es lanzada en dos chorros extremadamente delgados en una dirección aproximadamente perpendicular al plano de rotación del sistema. Esos chorros de materia tienen un movimiento similar al bamboleo de un trompo (precesión) con un período de 162 días, el mismo que el latido de la nebulosa. Por tanto, y a pesar de la gran distancia entre ambos objetos astronómicos, parecería que hay una relación entre ellos. Sin embargo, los detalles aún no están claros para los expertos. Los chorros no apuntan directamente hacia la nebulosa, por tanto, no es una interacción directa con ellos lo que produce el latido de rayos gamma. Se piensa que protones muy energéticos provenientes de la cercanía del agujero negro podrían estar chocando con el material de la nebulosa y produciendo la radiación. Pero los mecanismos precisos aún no se comprenden y deberán ser estudiados con mayor profundidad.

El otro trabajo fue publicado el 24 de agosto de 2020 por un grupo de investigadores de instituciones de Australia, Alemania y Austria liderados por A Wallner. En ese trabajo se encontró evidencia de que la Tierra estaría atravesando una nebulosa formada por los restos de la explosión de una supernova. Los autores proponen que el movimiento del Sistema Solar a través de ese tipo de nebulosas podría modificar el grado de exposición a los rayos cósmicos e incluso tener un efecto en el clima de la Tierra, como sucede en la novela.

Un aspecto curioso de ese trabajo es que no se realizó dirigiendo instrumentos de observación hacia el espacio, sino estudiando el fondo de los océanos terrestres. ¿Cómo es posible esto? Los núcleos atómicos se producen en el interior de las estrellas y luego son expulsados por el viento estelar o por explosiones de supernovas. Uno de los núcleos atómicos que se forman en estrellas masivas que terminan sus días como supernovas es el hierro 60. Los núcleos más comunes de hierro corresponden al hierro 56. En la Tierra también se encuentran normalmente, aunque en mucho menor proporción, los isótopos 54, 57 y 58. Todos estos son núcleos estables, es decir que permanecen sin alteraciones por tiempos más largos que la propia edad de la Tierra. Sin embargo, el hierro 60 es inestable y tiene una vida media de unos 2,6 millones de años. Lo que encontraron Wallner y sus colaboradores en sedimentos del fondo marino es la presencia de algunos núcleos de hierro 60. En total se encontraron apenas 19 átomos en sedimentos de cinco lugares diferentes con antigüedades menores a los 33.000 años. Esto es suficiente para sugerir que desde hace unos 33.000 años la Tierra se está moviendo a través de los restos de una supernova que explotó en nuestra vecindad galáctica hace unos dos o tres millones de años. Tenemos así una nebulosa en nuestro vecindario.

Ciencia y ficción

Pero en la novela las cosas se vuelven aún más interesantes cuando los científicos encargados de manejar la crisis mundial desencadenada por el arribo de la nube negra encuentran evidencia de que se trata de un ser vivo dotado de conciencia que habita en el espacio y que se desplaza entre las estrellas en busca de energía para abastecerse.

El autor, Hoyle (1915-2001), fue un astrónomo británico que hizo importantes aportes a la comprensión del proceso de formación de los elementos químicos en el interior de las estrellas. También fue quien, a modo de burla de una idea que le desagradaba, le dio su nombre a la teoría del Big Bang (gran explosión). Seguramente una importante inspiración para su novela fue la detección de señales de moléculas orgánicas en las nubes de gas y polvo del medio interestelar. El primer hallazgo se publicó en 1940 en la revista de la Sociedad Astronómica del Pacífico. En ese trabajo Andrew McKellar analizó datos de líneas espectrales del medio interestelar (producto de la absorción y emisión de luz por parte de átomos y moléculas) obtenidos en el Observatorio del Monte Wilson y propuso que son evidencia de moléculas simples de elementos centrales para la vida como el carbono y el nitrógeno.

En años posteriores se detectaron moléculas orgánicas de creciente complejidad en nebulosas y distintos cuerpos astronómicos. Hoyle llegó incluso a proponer seriamente que la vida pudo haber evolucionado originalmente en el espacio para luego sembrarse en los planetas. Más recientemente, en 2007, como resultado de una colaboración liderada por VN Tsytovich entre científicos de universidades de Rusia, Australia y Alemania, se planteó un mecanismo por el cual en el espacio se podrían generar estructuras con la capacidad de autorreplicarse. Estas estructuras también podrían funcionar como memorias y tener algo parecido a un metabolismo. Según los autores, serían las candidatas ideales a formas de vida inorgánicas capaces de habitar en el espacio y evolucionar, en caso de encontrar condiciones adecuadas.

Mundos más allá de lo humano

En la novela de Hoyle, la nube negra logra comunicarse a través de ondas de radio y aprende el lenguaje humano. ¿Sería posible algo así? ¿Cómo haríamos para comunicarnos con una nebulosa en el espacio? Tal vez el primer paso sea ampliar nuestras ideas sobre lo vivo, lo sensible y lo inteligente. En su obra Andanzas por los mundos circundantes de los animales y los hombres, el etólogo Jakob Von Uexküll (1864-1944) nos propone un viaje más allá de lo humano: “Los mundos circundantes, que son tan múltiples como los mismos animales, ofrecen a cada aficionado de la naturaleza nuevas tierras de una riqueza y hermosura tales que bien vale la pena recorrerlos, aun cuando no se ofrezcan a nuestros ojos físicos, sino tan sólo a los espirituales.

No hay mejor modo de empezar tal paseo que durante un día soleado en un prado en flor, atravesado por el zumbido de los escarabajos y el aleteo de las mariposas. Ahora, imaginaremos en torno a cada uno de los animales que habitan el prado una burbuja de jabón que representa su mundo circundante y contiene todos los signos accesibles al sujeto. Ni bien nosotros mismos ingresemos a una burbuja semejante, el entorno desplegado ante el sujeto se transmutará por completo. Muchas características del colorido prado desaparecen por completo, otras pierden su relación mutua, y se tejen nuevas conexiones. Un nuevo mundo surge en cada burbuja”.

Y luego, a lo largo de 14 breves capítulos, nos ayuda a sentir el mundo como lo hacen los perros, los sapos, los estorninos, los caracoles, los erizos de mar, las lombrices, las medusas e incluso los paramecios. Si bien el libro, editado en 1934, carece de información científica actualizada, el método que propone sigue siendo fresco y vital. Nos sugiere que, de algún modo, ya nos estamos comunicando con otras realidades al observarlas e intentar entenderlas con la mayor profundidad posible.

Buscar en los cielos, o en un prado, seres que puedan comprendernos y ayudarnos es algo que los humanos hemos intentado de muchas maneras, que van desde la oración religiosa hasta la escucha del espacio a través de avanzados radiotelescopios. Así es que, sin habérnoslo propuesto, hemos construido nuevos mundos circundantes: “Sobre una torre alta, tan alejado como se pueda de la tierra, se sienta un ser humano que ha modificado a tal punto sus ojos mediante gigantescos instrumentos ópticos, que se han vuelto adecuados para escrutar el cosmos hasta las últimas estrellas. En su mundo circundante giran soles y planetas en una marcha triunfal. La luz de pies ligeros tarda millones de años en atravesar las distancias cósmicas. Y sin embargo todo el mundo circundante no es más que un minúsculo recorte de la naturaleza, hecho a medida de las capacidades de un sujeto humano”.

En la novela de Hoyle, la nube negra dice en uno de sus mensajes a los humanos: “La rareza más notable de ustedes es el gran parecido de un individuo con otro. Esto les permite utilizar un método de comunicación muy tosco. Ustedes dan nombres a sus estados neurológicos, temor, dolor de cabeza, desconcierto, felicidad, melancolía, estos son todos nombres. Si una persona A desea decir a otra persona B que tiene dolor de cabeza no hace ninguna tentativa de describir la perturbación neurológica en su cabeza. En lugar de eso utiliza un nombre. Dice: ‘Tengo un dolor de cabeza’. Un método tan altamente peculiar de comunicación es sólo posible, por supuesto, entre individuos casi idénticos”.

En momentos de tanta falsa oposición y fanatismo que viaja a la velocidad de las redes sociales, parece oportuno retomar una perspectiva que nos muestre lo idénticos que somos unas a otros, y también a las formas de vida que pueblan la Tierra. Ese lenguaje que tantas veces nos divide y elegimos malinterpretar es la evidencia de todo lo que tenemos en común. Entendemos, y malentendemos, a través de lo que somos.

Estudiar otros mundos e imaginar otros seres son formas de ampliar los límites de lo humano. Y una vez que se hayan empezado a delinear esas nuevas fronteras tal vez podamos reconocernos de un modo diferente. La novela de Fred Hoyle contiene unas únicas palabras que, por ahora, son de nuestro futuro. Se trata de una carta fechada el 17 de enero de 2021 en que se puede leer: “¿Queremos seguir siendo un pueblo grande en un mundo pequeño o llegar a ser un pueblo pequeño en un mundo más amplio? Esta es la disyuntiva final hacia la que he dirigido mi relato”.

Todavía nos queda algo de tiempo para responder.

Novela: La nube negra. Editorial: William Heinemann Ltd (1957). Autores: Fred Hoyle

Artículo: “Gamma-ray heartbeat powered by the microquasar SS 433”
Publicación: Nature Astronomy (17 agosto 2020)
Autores: Jian Li, Diego Torres, Ruo-Yu Liu, Matthew Kerr, Emma de Oña, Yang Su

Artículo: “60Fe deposition during the late Pleistocene and the Holocene echoes past supernova activity”
Publicación: PNAS (24 agosto 2020)
Autores: A Wallner, J Feige, L Fifield, M Froehlich, R Golser, M Hotchkis, D Koll, G Leckenby, M Martschini, S Merchel, S Panjkov, S Pavetich, G Rugel, S Tims.