Una de las situaciones más trágicas y contradictorias que pueden darse en materia de conservación, más frecuente de lo que uno imagina, es descubrir una nueva especie al mismo tiempo que se determina que está al borde de la extinción. Esto suele ocurrir cuando un factor de disrupción, generalmente de origen humano, actúa mientras la especie todavía es desconocida para la ciencia.
Quizá el ejemplo más extremo es el del ruiseñor de Stephens Island (Traversa lyalli), en Nueva Zelanda. Fue descubierto en 1894 por David Lyall, uno de los cuidadores del flamante faro construido en una isla hasta entonces deshabitada. Más que por Lyall, fue descubierto por su gato Tibbles, al que había llevado a Stephens Island para hacerle compañía.
Al farero, que tenía ciertos conocimientos ornitológicos, le llamó la atención un ave que el felino cazó y llevó a su hogar a modo de ofrenda. Como el pequeño pájaro tenía un aspecto inusual y parecía incapaz de volar (incluso cuando estaba vivo, aclaremos), Lyall lo vendió a un coleccionista, procedimiento que luego repitió con los demás ejemplares de la misma especie que el gato fue trayendo con la eficacia de un sicario. Las víctimas de Tibbles llegaron pronto a dos ornitólogos de Nueva Zelanda, que no demoraron en darse cuenta de que tenían una especie desconocida entre manos y comenzaron en paralelo un trabajo de descripción para sendas publicaciones británicas.
Para cuando terminaron, el ruiseñor de la isla de Stephen, que ya de por sí no era abundante, tenía las horas contadas. Los gatos recién llegados a la isla (y no sólo el pobre Tibbles, como popularizó la leyenda) habían acabado con el Traversa lyalli, al que la evolución no preparó para adaptarse a un cambio tan drástico. Por ejemplo, para volar, ya que hasta entonces no tenía depredadores naturales que ameritaran desperdiciar recursos en eso. Hoy, todo lo que queda de aquella curiosa ave amarillenta son una quincena de ejemplares repartidos en museos, cuyo aspecto no parece hacer justicia a aquel ruiseñor saltarín que se ve en las ilustraciones de la época.
Puede parecernos que hoy, 125 años después y luego de muchísima conciencia generada en conservación, es imposible que algo así ocurra. Y mucho menos en Uruguay. Pero el dilema de intervenir un ambiente desconociendo –o no– la posibilidad de eliminar las especies que lo habitan en forma súbita sigue vigente. Pocos casos ofrecen mayores posibilidades de un desenlace parecido en el país que el de las fantásticas Austrolebias.
Vive rápido, muere joven
Las Austrolebias son todavía un misterio que aguarda escondido al costado de nuestras rutas y nuestros campos, en charcos turbios que ocultan su belleza. Sus características se han repetido ad nauseam en las páginas de esta sección, pero tratándose de Austrolebias no está nada mal llover sobre mojado.
También llamadas killis, las Austrolebias son un grupo de peces pequeños y coloridos que tienen una peculiaridad que parece paradójica: necesitan la ausencia de agua para perpetuarse. Al menos durante parte del año.
Se hunden en el fondo de los charcos temporales en los que viven y depositan allí sus huevos, que están cubiertos por una cáscara muy resistente (el corión). Cuando llega la temporada de calor y los charcos se secan, los embriones quedan en un estado latente llamado diapausa, que puede durar varios meses. Pasan hasta por tres de estas diapausas y necesitan al menos una para poder desarrollarse; de ahí la paradoja mencionada.
La “magia” ocurre cuando vuelven las lluvias, porque es lo que permite que los embriones completen su crecimiento y poco después se conviertan en peces que salen a nadar allí donde antes no había nada. No es raro que en la antigüedad creyeran que caían de las nubes.
Su rareza no acaba allí. Su forma de reproducirse las hace pertenecer a generaciones totalmente aisladas: no conocen a sus padres ni convivirán con sus hijos. Se desarrollan y mueren en el transcurso de un año, en un proceso súper acelerado que las convierte en grandes modelos de investigación. Desde que nacen hasta que mueren tienen sexo en forma frenética, hasta declinar rápidamente al final de la primavera. Resumiendo: están desconectadas de sus padres, tienen sexo como si no hubiera mañana, viven rápido y mueren jóvenes. Si más punks hubieran estudiado biología, el símbolo de la A dentro de un círculo se debería a las Austrolebias, no a la A de anarquía.
En Uruguay tenemos una veintena de especies de Austrolebias con distintos grados de amenaza. Su belleza les juega en contra, al convertirlas en objetos de deseo de los acuaristas, pero el riesgo mayor para su supervivencia es que los charcos donde viven se drenan o aplanan para agricultura u obras de infraestructura (en el este, por ejemplo, sufren el impacto del turismo). Como algunas Austrolebias están reducidas a unos pocos charcos, es posible que una especie entera desaparezca de un plumazo antes de que nos percatemos de su existencia. Más brusca y efectivamente que si las pescara un gato llamado Tibbles.
A veces resisten rodeadas de amenazas sin que nadie sepa que están allí, a la espera de que un hallazgo casual llegue en su ayuda justo a tiempo.
Estamos rodeadas
En 2019, los biólogos Andrés Canavero, Bárbara Suárez, Franco Teixeira de Mello y Juan Pablo Lozoya –los tres primeros del Departamento de Ecología y Gestión Ambiental del Centro Universitario Regional del Este (CURE) de la Universidad de la Repúblcia, el último del Centro Interdisciplinario Manejo Costero Integrado del Cono Sur (C-MCISur) de la misma institución– recorrieron unos charcos del Parque de la Alameda de San Carlos, parte del humedal del arroyo Maldonado. Estaban en realidad trabajando en un proyecto sobre microplásticos en la cuenca del arroyo, pero su decisión de acompañar a Andrés Canavero, que buscaba renacuajos en los charcos temporales de la zona, resultó muy afortunada. Y toda una sorpresa, porque un “calderinazo de oro” dado por el cazador de renacuajos permitió obtener dos ejemplares hembra de Austrolebias en un lugar donde nadie las esperaba.
Su presencia allí resultaba un misterio. En su trabajo, los investigadores las identificaron como Austrolebias charrua, especie declarada prioritaria para la conservación por el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP). Su característica más distintiva es un par de puntos negros en la cola, al igual que ocurre con sus parientes cercanas, las Austrolebias reicherti. Lo curioso es que el registro más cercano de la especie, descrita recién en 2001, es decir, hace apenas 20 años, se encuentra a más de 100 kilómetros de la Alameda de San Carlos: en los charcos presentes en las inmediaciones de la Laguna de Castillos, además de una pequeña población del lado brasileño.
Como buenos investigadores ante la presencia de un misterio, los investigadores encararon este hallazgo con olfato detectivesco. “Nuestra reacción inicial fue el escepticismo. Uno de los primeros miedos fue que los animales hubieran sido llevados hasta allí y liberados”, explica Teixeira de Mello. Por eso, sus primeras pesquisas se parecieron más a las de un investigador privado que a las de un científico. “En conjunto con Marcelo Loureiro, investigador de la Facultad de Ciencias y experto en el grupo, empezamos a averiguar sobre acuaristas de Maldonado y San Carlos y comenzamos a hacer llamadas por teléfono para verificar si había gente que pudiera haberlas llevado”, cuenta el biólogo a las risas.
Esta teoría tampoco los convencía, porque las Austrolebias no son animales “todo terreno” (o “todo charco”) como las carpas, capaces de prosperar en cualquier lugar con mucha rapidez. Son muy sensibles y frágiles respecto del ambiente del que dependen, y no parecía muy probable que una suelta –accidental o no– las hubiera llevado a establecerse con tanto éxito. Pero las otras posibilidades no ofrecían menos desafíos.
“Hay un salto de 100 kilómetros entre una población y otra. Es verdad que cuando se inundan los bañados a veces se mueven en los arroyos, pero por lo general son peces con poca movilidad. Entonces, ¿tenían una distribución continua y se fueron perdiendo algunas poblaciones? ¿O pueden haber tenido esta capacidad de dispersión a lo largo de muchas generaciones? ¿O hay que buscar mejor en los puntos intermedios? Quizá hay que rastrillar bien toda la zona para ver si no está en más lugares, porque capaz que hay una continuidad y no lo sabemos”, resume Teixeira de Mello.
Para intentar responder algunas de estas preguntas y dirimir si la presencia de las Austrolebias en esa zona es natural, los investigadores dejaron el teléfono a un lado, se calzaron las botas, se metieron a los charcos y luego enfilaron rumbo al laboratorio.
Branquia charrúa
En julio y setiembre de 2019, los investigadores hicieron un muestreo intensivo de 13 charcos y llevaron a cabo un análisis genético de los ejemplares de Austrolebias recolectados. La aventura se volvió interdisciplinaria, porque en este punto se sumaron Néstor Ríos y Graciela García de la Facultad de Ciencias, quienes analizaron los genes de algunos ejemplares y los contrastaron con datos previamente generados para Austrolebias charrua en su distribución previamente conocida. Una primera pregunta obtuvo respuesta: los resultados de los estudios permitieron descartar la introducción reciente de la especie en la zona.
La población hallada en San Carlos, si bien pertenece al grupo de Austrolebias charrua, tiene una identidad genética propia e incluso algunas mínimas diferencias morfológicas con los ejemplares de Rocha y el sur de Brasil. Dos de los tres haplotipos hallados (conjuntos de variaciones del ADN que tienden a ser heredados en forma conjunta) son exclusivos de las charrúas de San Carlos. “La presencia de estos haplotipos únicos brinda evidencia de que la localidad de San Carlos posee variantes genéticas singulares que, en conjunto con su aislamiento geográfico, resaltan su importancia para la conservación”, resume el trabajo.
Esto es especialmente importante, porque una mayor variabilidad genética puede ser clave para garantizar la supervivencia de una especie en el futuro, sobre todo si le toca enfrentarse a desafíos como problemas ambientales o enfermedades.
Sin embargo, los resultados de los análisis genéticos no permiten resolver todos los misterios planteados por el casual descubrimiento. Por ejemplo, dirimir cómo se fue distribuyendo la especie en las distintas poblaciones. “Vemos que en parte cuentan con una identidad genética propia y, por lo tanto, la población tiene interés de conservación, pero no sabemos su origen, si estaban en toda el área entre ambas distribuciones y se perdieron o si nunca estuvieron y esto responde a otro proceso”, aclara Teixeira de Mello.
Este nuevo registro extiende el área de distribución de Austrolebia charrúa pero no en forma significativa, al agregar unos 20 km2. Al menos no lo suficiente como para que la especie, restringida geográficamente, deje de ser prioritaria en Uruguay. De hecho, su nueva población ya nació en peligro, cercada por actividades humanas que ponen un signo de interrogante sobre su futuro.
Multiplica los peces
Los charcos en los que fueron hallados los ejemplares se encuentran repartidos en el Parque de la Alameda, un espacio público delimitado por la convergencia de los arroyos Maldonado y San Carlos, la ruta 36 y la ciudad de San Carlos.
Una primera evaluación socioambiental del área, realizada en 2020 por un grupo de estudiantes del Taller Interdisciplinario de Tópicos Regionales de la Licenciatura en Gestión Ambiental del CURE (a cargo de Lucía Ziegler y Teixeira de Mello), reveló la presencia de 14 especies de anfibios, 30 especies de flora leñosa (cuatro de ellas invasoras), 73 especies de aves (tres bajo criterios de conservación) y ocho especies de peces (cuatro bajo criterios de conservación, incluyendo nuestras Austrolebias).
Sin embargo, esta área de interés ambiental resiste a la intervención humana desde hace más de 200 años, cuando se colocó ganado y los pajonales comenzaron a mermar. Actualmente, “la desecación y el relleno” que se constató en algunas partes de la zona son amenazas para todo el ecosistema del humedal, tal como advierten los estudiantes que realizaron la evaluación.
Hay además mucha cantidad de actividades superpuestas, cuenta Teixeira de Mello. Desde carreras de motos, trillas de autos, un desguazadero, pesca, práctica de deportes o caza ilegal de pájaros hasta la colocación de ganado y animales domésticos. Para empeorar el panorama, la expansión en San Carlos de una especie invasora voraz como la rana toro (Lithobates catesbeianus) podría sumarse a los desafíos futuros para estas Austrolebias. Estos peces coloridos pero discretos han sido testigos mudos de todos estos cambios, “desde mucho antes de que se llamaran Austrolebias charruas”, dice el biólogo. Y siguen resistiendo, pero su futuro depende de la conservación de la zona ante amenazas más concretas.
El área “muestra varios problemas ambientales que podrían poner en riesgo la conservación de esta población; la mayoría de las amenazas están asociadas a actividades humanas que operan en detrimento directo de la conservación de los charcos o sus cuencas de drenaje”, señala el trabajo.
“La zona es frágil, porque si bien hay intereses expresados en su conservación, no es un lugar en el que se esté dando ninguna atención. Lo que uno ve es que no hay mucho control. La va salvando esa característica de zona inundable, pero hay que pensar en que cuando tenés áreas pequeñas la susceptibilidad del impacto es bastante grande: se les ocurre hacer algo en esa zona y la población de Austrolebias desaparece”, advierte Teixeira de Mello. Y no es que las autoridades desconozcan el valor ambiental de la Alameda o la importancia que le otorgan sus pobladores, que ya en 1883 evitaron que fuera adquirida por un vecino “avivado” que quiso bajarle el precio asegurando que el terreno no servía “para nada”.
Ni por decreto
Para conservar las Austrolebias y otras especies en esa área, según Teixeira de Mello, se necesita un plan de manejo que impida que partes del humedal se sigan rellenando o que limite el impacto del ganado y otras actividades humanas. “Capaz que hay que hacer la mitad de las cosas que se hacen actualmente, pero eso implica una decisión política”, aclara.
La intención política, sin embargo, está. En marzo del 2015 la Junta Departamental de Maldonado aprobó el decreto departamental 3931/2015, que prevé la “creación del ecoparque metropolitano del humedal del arroyo Maldonado” en dos padrones fiscales, entre los que se encuentra el Parque de la Alameda.
En sus objetivos, asegura el decreto, se encuentra “preservar el ecosistema y poner en valor la biodiversidad como marco para el desarrollo de productos de turismo de naturaleza, con criterios de sostenibilidad para el esparcimiento y disfrute de la población local y visitante”. “Para ello se aplicarán los principios del manejo integrado, del desarrollo sostenible, con especial énfasis en la dimensión ética de la relación naturaleza-sociedad”, aclara.
Además, prevé la “elaboración y aprobación de un Plan de Manejo del área” y la dotación de un “cuerpo de fiscalización” con un guardaparque.
“Sin embargo”, aclara el trabajo de Teixeira de Mello y colegas, “no hay evidencia hasta el momento de que se haya aplicado o de la existencia de un plan de manejo acorde a estos objetivos”. “Considerando el registro de esta población restringida de Austrolebias charrua que se describe aquí, se debe hacer especial énfasis en la importancia de esta población prioritaria para la conservación”, concluye.
La directora de Medio Ambiente de la Intendencia de Maldonado, Betty Molina, dijo a la diaria que es cierto que el decreto no ha tenido aplicación práctica en la zona específica de la Alameda, pero aclaró que sí permitió tomar acciones en otras partes del humedal. Por ejemplo, cerrar las lagunas de descargas barométricas (que ahora hacen el tratamiento correspondiente en plantas de OSE) y realojar a 200 familias que vivían a orillas del arroyo Maldonado.
Ante la falta de avances de la puesta en práctica del decreto, Molina dijo que actualmente la Junta Departamental de Maldonado trata un proyecto de ordenanza que propone una “figura abarcativa de corredor biológico”, que incluye padrones privados y públicos, entre ellos el Parque de la Alameda. Este proyecto “permitiría regular el territorio” y darle una “figura de protección” que permita postular el humedal como área Ramsar (nombre dado a la Convención sobre los Humedales de Importancia Internacional).
La directora de Medio Ambiente supone que este proyecto saldrá antes de fin de año, un anuncio que sin duda los investigadores y vecinos interesados en la preservación de la Alameda seguirán con atención.
Para Teixeira de Mello, es un buen momento para que las Austrolebias charrua se conviertan en una especie bandera de la zona y ayuden a proteger tanto a otras especies como al ambiente en el que viven. No es que las Austrolebias no tengan méritos por sí mismas, incluso desde un punto de vista egoísta para los humanos, ya que como hemos visto son fantásticos modelos de investigación.
“Me cuesta mucho expresar lo que significa para uno encontrar una nueva especie o una nueva población en un lugar, o ampliar la diversidad conocida de una zona. Una especie en realidad es parte de un conjunto, de un ensamble de muchas especies que generan alguna clase de resiliencia para el sistema: cuanto más diverso sea, en general más resistente va a ser a un impacto. Es como una red que tiene muchas especies conectadas por hilos, en la que quizá haya alguno especialmente importante, que al sacarse puede hacer daño a todo. En la mirada global este pescadito para muchos puede ser insignificante, pero en realidad no tenemos idea de su rol y de lo que puede significar su desaparición. Y si hay algo que aprendimos a los golpes, es que las respuestas de los ambientes no son lineales a la presión que se les genera”, reflexiona.
En la trama compleja de la vida los hilos de las Austrolebias pueden parecer prácticamente invisibles, pero ya nos demostraron que esconden un mundo lleno de sorpresas.
Artículo: An isolated population of Austrolebias charrua (Rivulidae, Cyprinodontiformes) detected in a fragile ecosystem (Maldonado, Uruguay)
Publicación: Aquatic conservation (agosto de 2021)
Autores: Franco Teixeira de Mello, Andrés Canavero, Néstor Ríos, Graciela García, Bárbara Suárez, Juan Pablo Lozoya y Marcelo Loureiro.