Trabajo publicado sostiene que el milodonte, una de las varias especies de perezosos gigantes que vivieron en nuestro territorio, no sería un herbívoro estricto como se pensaba y que podría también haber incorporado animales a su dieta; lejos de zanjar la cuestión, la publicación ahora deberá ser respaldada o contradicha por otras investigaciones.

Los pastizales y bosques de este país siempre contaron con la ayuda de muchos animales para mantenerse funcionando en equilibrio. Durante millones de años, algunos de esos animales que comían pasto y hojas fueron enormes. Dentro de esa megafauna –animales de más de 100 kilos, aunque algunos toman en cuenta a los mayores de 40– en América del Sur se destacaron los perezosos gigantes.

Varias especies de perezosos gigantes vivieron en el territorio que hoy llamamos Uruguay. Algunas eran más bien “pequeñas”, alcanzando los 200 kilos, mientras que otras eran colosales y superaban las tres toneladas. Emparentados con los actuales perezosos –hoy mucho más pequeños y de vida arborícola–, los perezosos gigantes del Pleistoceno se encontraron a gusto en estas tierras.

Por ejemplo, sólo en el yacimiento del Arroyo del Vizcaíno, en Canelones, se han encontrado fósiles de cuatro especies de perezosos: Lestodon armatus (al que podemos decirle lestodonte), Glossotherium robustum (al que llamaremos glosoterio), Mylodon darwini (protagonista de esta nota al que algunos llaman milodón pero que para ser coherentes aquí mencionaremos como milodonte), y recientemente se reportó el perezoso Valgipes bucklandi (al que no hay mucha posibilidad de llamar de otra forma que no sea valgipes). En breve una nueva especie de perezoso podría sumarse al sitio del Arroyo del Vizcaíno –declarado recientemente Monumento Histórico Nacional por la Comisión de Patrimonio Cultural de la Nación– de acuerdo a lo que nos contaban los paleontólogos Carolina Lobato, Luciano Varela y Sebastián Tambusso.

Por si esto fuera poco, en otros lugares del territorio se han encontrado también fósiles de megaterio (Megatherium americanum), el más inmenso de los perezosos gigantes conocidos –podría medir unos seis metros y pesar más de tres toneladas–, y varias especies más, como Catonyx o Nothrotherium. Estos grandes herbívoros parecían estar de fiesta y, mientras algunos se especializaron en ser pastadores y comer al bulto, otros tenían dietas más selectivas y fueron ramoneadores. Sin embargo, en el gremio de los herbívoros podría haberse colado un infiltrado. Eso es lo que sostiene un reciente artículo escrito por investigadores de varios países que se publicó en la revista Scientific Reports del grupo Nature. ¿Será entonces que en esa fiesta de vegetarianos se escondía al menos uno –tal vez varios– que ocasionalmente comía alimentos de origen animal?

Un perezoso famoso

Titulado “Datos de isótopos de aminoácidos indican que el perezoso terrestre de Darwin no era un herbívoro”, el trabajo liderado por Julia Tejada, que entre otras filiaciones pertenece al Museo Americano de Historia Natural de Nueva York y al Departamento de Paleontología de Vertebrados del Museo de Historia Natural de Perú, no deja dudas: el vegetariano que no es tal no sería otro que el milodonte o, como dice su nombre científico –Mylodon darwini–, el perezoso gigante de Darwin.

Como muchos animales colectados por el naturalista Charles Darwin en su viaje por América del Sur a bordo del Beagle, los fósiles de este perezoso fueron remitidos al Museo Británico, donde fueron analizados por Richard Owen. Los restos de este perezoso, junto a los de otras especies, incluido un cráneo de megaterio, fueron colectados en 1833 en un barranco de Punta Alta, cerca de Bahía Blanca, en Argentina. Darwin anotó en su diario que se trataría de un animal similar al megaterio –encontró una mandíbula inferior– y estaba en lo cierto. Owen luego determinaría que se trataba de una nueva especie de perezoso gigante y la bautizó en honor a quien encontró los fósiles.

La fama de los milodontes no viene sólo por su descubridor. En Chile se encontraron en una cueva no sólo huesos de este animal sino también muchos excrementos y, lo que es más inusual aún, restos de piel e incluso pelos. Desde entonces el sitio se conoce como la Cueva del Milodón y no sólo es un sitio de interés paleontológico, sino también un atractivo turístico del sur del país trasandino.

Con el trabajo publicado por Julia Tejada, el milodonte vuelve a saltar a la fama. No es para menos: varios estudios sobre su dieta –que incluyeron relaciones isotópicas–, así como el análisis de sus excrementos fosilizados, de sus dientes y mandíbulas, siempre habían colocado a este perezoso, como al resto de sus parientes, dentro de los animales con dieta herbívora. Menos popular que los milodontes de Argentina, la tierra que aportó el ejemplar tipo para describir la especie, o que los de la majestuosa cueva chilena, los milodontes locales abren los ojos entonces para ver por qué esta investigación decide ampliar su dieta.

Revisando la dieta

El artículo publicado arranca sosteniendo que “los perezosos fósiles se consideran herbívoros obligados por razones que incluyen peculiaridades de su morfología craneodental y a que todos los perezosos vivos se alimentan exclusivamente de plantas”. Eso es cierto, pero como dijimos, también hay varios trabajos de paleontólogos que suman evidencia a la dieta herbívora de estos animales, y sea analizando sus excrementos –la caca fosilizada recibe el nombre de coprolito– o múltiples trabajos que analizan la relación de isótopos de nitrógeno y oxígeno. Justamente contra esto último carga el trabajo recientemente publicado. “Desafiamos este punto de vista basándonos en análisis isotópicos de nitrógeno de aminoácidos específicos, que muestran que el perezoso terrestre de Darwin, Mylodon darwini, era un omnívoro oportunista”.

Por oportunista no debemos entender nada peyorativo. Lo que indica el término al hablar de dieta es que el animal no dejaría pasar la oportunidad de darse una panzada de alimentos de origen animal, ya fueran huevos de aves o reptiles, o incluso de comer carne. Dado que los milodontes eran animales extremadamente grandes, y que si bien tenían unas garras que meterían miedo no tenían la dentición de los carnívoros –con colmillos y molares carniceros característicos–, los autores son cautos y sugieren que podría tratarse de carroñeros ocasionales. Ya iremos sobre ese punto, pero primero veamos el marco de referencia más general que invocan los autores del artículo.

En el trabajo Tejada y colegas exponen que América del Sur “es hogar de la mitad de la biota terrestre de la Tierra” y que, en lo que atañe a los mamíferos, este rincón del planeta “contiene la mayor diversidad de mamíferos terrestres existente de cualquier continente”. Sin embargo, sostienen que “poco se sabe sobre la estructura ecológica de las comunidades de mamíferos antes de las extinciones de la megafauna de la última glaciación del Pleistoceno”. En esa extinción masiva, cuyas causas aún son motivo de debate acalorado con investigadores que apuntan a la acción del ser humano, otros a factores climáticos, mientras que otros integran un poco de cada postura, “más de 80% de los mamíferos de más de 40 kg se extinguieron”. Bien. Hasta ahí, todos de acuerdo.

Sin embargo luego apuntan a algo en lo que el consenso está lejos de haberse alcanzado. En la introducción reseñan que hay una “escasa abundancia y diversidad de mamíferos carnívoros en todo el Cenozoico”, y más aún: “La falta de mamíferos carnívoros placentarios es particularmente desconcertante para el Pleistoceno porque todos los marsupiales grandes y depredadores no mamíferos como los cocodrilos terrestres y las grandes ‘aves del terror’ no voladoras, que probablemente mantuvieron los balances de transferencia de energía de la red alimentaria terrestre en el Terciario, ya estaban extintos en esta época”. Dicho en otras palabras, lo que sostienen es que en estas tierras había una gran abundancia de herbívoros –muchos de ellos como los perezosos gigantes, los toxodontes, las macrauquenias o los gliptodontes– de grandes tamaños, pero pocos carnívoros.

Esa visión se mantuvo durante mucho tiempo, aunque trabajos recientes la cuestionan. En diálogo con la diaria, el paleontólogo Andrés Rinderknecht, a propósito de la nota que le hicimos por el reporte de la presencia de buitres de gran tamaño en esa época –el Pleistoceno– para nuestro territorio, decía lo siguiente: “Había habido algunos trabajos que hablaban de la falta de carnívoros, pero lo que hacían era construir hipótesis sobre la ausencia en el registro fósil, que es algo muy difícil de verificar. Pero en los últimos años aparecieron varios carnívoros. Apareció una nueva especie de tigre dientes de sable que antes se había encontrado sólo en América del Norte, el Smilodon fatalis [que se sumó a la ya conocida especie reportada para nuestro país Smilodon populator]. Luego aparecieron fororracos en el Pleistoceno tardío [es decir, aves del terror]. Aparecieron caranchos enormes, y ahora catártidos enormes. Todo esto amplía el registro de carnívoros y, en especial, de carroñeros”, sostenía entonces. Ampliando sobre este punto y comentando la presencia de un buitre de gran tamaño, casi tan enorme como un cóndor de nuestros días, agregaba que “este hallazgo de los súper buitres y de los caranchos enormes, lejos de ser una sorpresa, es algo que estábamos esperando que pasara. Si había mastodontes, toxodontes, perezosos gigantes, gliptodontes, que hubiera sólo buitres de cabeza roja, negra y amarilla sería un desperdicio: sobraría carroña”.

Sin embargo, en el trabajo no toman esto en cuenta. Y por tanto, afirman que “se ha sugerido además que los ecosistemas del Pleistoceno no podrían haber soportado las demandas de biomasa vegetal de todos los presuntos grandes herbívoros, lo que implica que consumidores secundarios disfrazados de herbívoros deben existir en el registro fósil pero no han sido reconocidos como tales”. Es decir, no sólo pasan por alto que el registro fósil podría no estarles mostrando la totalidad del ensamble de carroñeros y carnívoros de esa época, sino que además van más allá y sugieren que algunos animales que tenemos por herbívoros en realidad estarían consumiendo productos animales. ¿Quiénes? El terreno está preparado para presentar que un omnívoro salga de su escondite y deje de hacerse pasar por un vegetariano estricto. “Debido a su alta diversidad taxonómica y denticiones simples pero potencial y funcionalmente versátiles, los perezosos fósiles han sido identificados como los candidatos más probables para haber ocupado un nicho de carroñeros” agrega el trabajo sin incorporar evidencia más reciente sobre la presencia de nuevas especies de carroñeros de gran tamaño e incluso de carnívoros voraces como los dientes de sable.

Modelo 3D del fósil encontrado por Darwin del milodonte. Imagen del Museo de Historia Natural de Londres

Modelo 3D del fósil encontrado por Darwin del milodonte. Imagen del Museo de Historia Natural de Londres

Fórmulas y cálculos

El artículo publicado no sólo sostiene que los milodontes podrían haber sido carroñeros, sino que además lanza artillería pesada contra una forma de determinar la dieta de animales que consiste en analizar la relación entre determinados isótopos estables, por ejemplo de carbono o nitrógeno. En el trabajo señalan que “tradicionalmente los análisis de isótopos estables de nitrógeno de tejido se utilizan para evaluar los niveles tróficos”, para luego decir que “el uso de valores de isótopos estables de nitrógeno 15 por sí solo puede ser un proxy engañoso para identificar niveles tróficos”. ¿Qué proponen? Fijarse en otros marcadores: en concreto, en los isótopos de nitrógeno de aminoácidos específicos, una técnica más reciente. Dentro de esos aminoácidos, proponen fijarse en la relación de esos isótopos presentes en el aminoácido fenilalanina y el ácido glutámico, que “por sí solos permiten determinaciones confiables de las posiciones tróficas de los mamíferos”.

En el trabajo analizaron entonces estas huellas isotópicas en las dos especies de perezosos actuales, ambas arborícolas (Bradypus variegatus y Choloepus hofmanii) y en dos especies de perezosos terrestres extintas (Nothrotheriops shastensis y el ya mencionado Mylodon darwini). También incluyeron en estos análisis a osos hormigueros actuales –junto con los perezosos, actuales y del pasado, forman parte de los xenartros–.

Lo que vieron fue sorprendente para quienes tenían a los perezosos gigantes como herbívoros, pero no tanto para los investigadores, que estaban dispuestos a encontrar un carroñero escondido entre los vegetarianos: “Mientras que el perezoso terrestre de Shasta, Nothrotheriops shastensis, probablemente era un herbívoro obligado, el perezoso de Darwin, Mylodon darwini, no lo era, sino que ocupaba una posición trófica más alta”. Avanzando en sus resultados, sostienen que los valores de isótopos de nitrógeno de sus aminoácidos “indican que la ecología de alimentación” del milodonte “encaja mejor dentro de la categoría dietética de comedores mixtos/omnívoros, con un grado de omnivoría carnívora comparable al de la marta americana actual”, un animal que vive en América del Norte y que, entre otras cosas, gusta de zamparse algún que otro ratón. ¡De ser así, el milodonte debe ser expulsado de cualquier club de veganos que se precie de tal!

Oportunista

Aplicar nuevas técnicas para contestar viejas preguntas siempre es deseable. Tal vez lo que proponen aquí para estudiar las relaciones tróficas a través de isótopos de aminoácidos comience a extenderse y lleve a revisar muchas evaluaciones previas. O tal vez otros investigadores, usando la misma técnica, lleguen a otros resultados acerca de la dieta de este perezoso gigante. Lo cierto es que el trabajo fomenta la discusión. Y para ello, reseña fallas en trabajos previos que, probablemente, sean contestadas.

Por ejemplo, hacen notar que hay un único trabajo que intentó caracterizar la dieta del milodonte a partir de sus excrementos. “Este estudio macro y micromorfológico del contenido de estiércol encontró que la dieta de Mylodon estaba compuesta principalmente de pastos y juncos, concluyendo que lo más probable era que fuera un pastador, en contraste con las interpretaciones morfológicas”. Pero no ven allí contradicción alguna con el trabajo que dan a conocer: “La ausencia de material difícilmente digerible (por ejemplo, huesos) en cualquier coprolito de Mylodon muestra que esta especie no podría haber sido un carnívoro estricto (o un carroñero tipo hiena) pero no excluye un comportamiento omnívoro oportunista debido a que otros alimentos ricos en proteínas animales (por ejemplo, carne, huevos) se asimilan rápidamente después de la ingestión”.

Sin embargo, un nuevo artículo, que ya puede leerse pero que se publicará recién en febrero del año que viene, acumula por otros métodos evidencia sobre la herbivoría del milodonte. Titulado “Dieta y medioambiente de Mylodon darwini a base de polen de un coprolito glacial tardío de la cueva de Mylodon en el sur de Chile”, Basvan Geel y sus colegas reportan, tras analizar el polen presente en la caca fosilizada de este perezoso, que “el análisis de polen confirma hallazgos anteriores de que el Mylodon era un pastador, pero el descubrimiento de grandes cantidades de polen de Fragaria y Azorella en las heces puede indicar que Mylodon también pudo seleccionar y consumir plantas específicas y, por lo tanto, también podría considerarse como un alimentador selectivo”. Aquí no hay contraste con “las interpretaciones morfológicas”.

En su artículo Tejada y colegas sostienen entonces que “esta evidencia directa de omnivoría en un perezoso antiguo requiere una reevaluación de la estructura ecológica de las comunidades de mamíferos del Cenozoico de América del Sur, ya que los perezosos representaron un componente importante de estos ecosistemas en los últimos 34 millones de años”. Y seguro la comunidad paleontológica participará activamente en esta discusión.

Más aún cuando afirman que “dado que los grandes herbívoros tienen un gran impacto en la estructura de la vegetación, la humedad del suelo y el ciclo del carbono de un ecosistema, la eliminación de algunos taxones fósiles de perezosos terrestres del gremio continental de herbívoros cambiaría las estimaciones previas de la producción primaria neta requerida para sustentar un determinado número de megaherbívoros, así como el tipo de vegetación que domina el suelo del bioma (por ejemplo, dominada por pastos versus dominada por musgos/arbustos)”. Que comieran algo de carnecita, pesando tres toneladas, no permitiría excluirlos del todo del consumo de hierba, ya que el trabajo los propone como herbívoros y, en todos los excrementos analizados, hay abundancia de evidencia de su dieta vegetal.

También dicen que si además del milodonte “otras especies de perezosos fósiles también tuvieran comportamientos de alimentación más versátiles de lo que se pensaba tradicionalmente”, eso “ayudaría a explicar la desconcertante y por largo tiempo asumida escasez de consumidores secundarios de mamíferos durante el Cenozoico en América del Sur”. Cual voraces buitres gigantes (y caranchos gigantes, y tigres dientes de sable) seguro algunos paleontólogos se están agazapando para devorar este artículo. De contrastar sus evidencias e hipótesis nos beneficiaremos todos. Lejos de ser una verdad inmutable, es este contraste y discusión de ideas lo que hace avanzar a la ciencia.

Artículo: “Isotope data from amino acids indicate Darwin’s ground sloth was not an herbivore”
Publicación: Scientifc Reports (octubre de 2021)
Autores: Julia Tejada, John Flynn, Ross MacPhee, Tamsin O’Connell, Thure Cerling, Lizette Bermúdez, Carmen Capuñay, Natalie Wallsgrove, Brian Popp

Artículo: “Diet and environment of Mylodon darwinii based on pollen of a Late-Glacial coprolite from the Mylodon Cave in southern Chile”
Publicación: Review of Palaeobotany and Palynology 296 (2022)
Autores: Bas van Geel, Jacqueline van Leeuwen, Kees Nooren, Dick Mol, Natasja den Ouden, Pim van der Knaap, Frederik Seersholm, Alba Rey-Iglesia, Eline Lorenzen.