Es dudoso que los científicos y científicas de nuestro país estén esperando que Papá Noel los haga felices en diciembre. Pero aun así, recibir en la casilla de correo un mensaje que comienza diciendo “Lamentablemente el proyecto ‘xxx’ no ha sido seleccionado para ser financiado por el Fondo Clemente Estable - Modalidad I (Investigadores consolidados)” debe ser algo profundamente desalentador. Más aún cuando en ese fondo en concreto, de los 174 proyectos presentados, 98 fueron calificados como “excelentes” por un riguroso tribunal integrado por científicas y científicos de Uruguay y el extranjero. Es decir, este mail les llegó a seis de cada diez personas que presentaron proyectos de investigación científica destacados por su excelencia. Es como si Papá Noel castigara por igual a los que se portaron bien y a los que se portaron mal.
Si esto fuera poco, diciembre aún fue más triste para las científicas y científicos que se presentaron al Fondo María Viñas, también este año abierto a “investigadores consolidados” (en términos de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, la ANII, que los organiza, se le llama modalidad I).
Mientras que el Fondo Clemente Estable está dirigido al “financiamiento de la investigación básica”, entendiendo por ella a “trabajos experimentales o teóricos” que buscan “obtener nuevos conocimientos acerca de los fundamentos de fenómenos y hechos observables, sin pensar en darles ninguna aplicación o utilización determinada”, el María Viñas se abre para la investigación “aplicada”. De esta manera, el Viñas se destina a proyectos que tengan “como resultado trabajos originales que contribuyan a la solución de un problema relevante”. De los 195 proyectos que se presentaron a la convocatoria de 2021, 170 (¡88%!) se consideraron con calidad y excelencia para ser financiados. Sin embargo, tres de cada cuatro de los y las responsables científicos de estos proyectos de excelencia certificada que aportarían contribuciones “a la solución de un problema relevante” recibieron el lacónico mail que comienza con “lamentablemente”.
¿Lamentable sólo para los investigadores que recibieron los mails y la gente que participaba en sus proyectos –por lo general, la ciencia se hace en grupo–, o este “lamentablemente” refiere a los problemas que tenemos como país para apuntalar la ciencia?
A la misma altura del año pasado decíamos que 2020 había sido el año de la ciencia, porque gracias a ella –y a otras tantas cosas– la pandemia no nos había pegado tanto, al menos en lo sanitario. La sociedad la valoraba tal vez como nunca antes. Y el sistema político, reflejo de esa sociedad, hablaba de lo importante de tener un sistema científico funcionando y de invertir en ciencia. En 2020 no sólo no se invirtió más en ciencia, sino que hubo recortes, congelamientos y retraimientos. Pero luego llegó 2021. Y la pandemia nos golpeó con fuerza. Lideramos durante algunas semanas eternas los rankings de tasas de contagio y muertes por cantidad de habitantes. La ciencia hacía sus aportes y junto a la medicina y el sistema de salud hicieron lo posible, aun en la discrepancia, cuando la única salida propuesta era esperar a la vacunación. Hoy este diciembre se parece al de 2020. No sólo porque está la ilusión de tener el control, pese al aumento de contagios, sino porque durante este año el rol y el valor de la ciencia también fue sumamente ponderado por la sociedad y el sistema político.
También hay otra similitud: el año termina con el anuncio de los beneficiarios de los fondos más importantes para la investigación. Y en ellos no se traduce nada de lo que se dice que vale la ciencia y lo mucho que la apoyamos o debiéramos apoyarla. A lo sumo seguimos igual que antes, cuando no veníamos nada bien. Y en algunos casos, estamos un poco peor. Veamos entonces qué nos dicen estos fondos 2021 otorgados a investigadores de trayectoria.
Hablan quienes investigan
2021 es un año importante para la ciencia local, ya que nació Investiga uy, la asociación de investigadoras e investigadores del Uruguay que comenzó a gestarse en marzo “con la intención de darle voz a todas las personas que hacen investigación en el Uruguay y de participar activamente en el diseño y desarrollo de políticas científicas, integrando a la investigación como parte del acervo cultural y económico en diálogo con los objetivos de desarrollo sustentable y equidad del país”.
Dado que “el espectro de temas que le preocupa a Investiga uy va desde temas presupuestales, de gobernanza e institucionalidad a temas de género y equidad” y que tiene como objetivo “integrar las distintas plataformas de diálogo nacional aportando datos y análisis que permitan avanzar en todos los ámbitos que tienen que ver con las obligaciones, responsabilidades, derechos y quehaceres de la investigación e investigadores en el Uruguay”, los consultamos respecto de estos fondos que recién fallaron. Aquí su respuesta.
“Un tema particularmente relevante para Investiga uy es el relacionado con los instrumentos de financiación estatales a la investigación, en todas las áreas del saber. Sentimos, por lo tanto, gran preocupación por el congelamiento del presupuesto para los fondos de investigación Clemente Estable y María Viñas, gestionados por la ANII. Los porcentajes de proyectos aprobados con respecto a los proyectos presentados siguen siendo muy bajos, con montos asignados totales menores en 2021 que en el pasado. El subsidio total por proyecto en pesos uruguayos no ha variado en años, lo que supone una gran pérdida de capacidad de compra en un contexto global en el que muchos insumos se importan y se pagan en dólares.
Hemos sido testigos en los últimos años del inmenso valor que tiene la investigación para la sociedad. Los avances en investigación científica, tecnológica, social, artística, etcétera, son la matriz de nuestras sociedades modernas. La inversión en investigación debe ser prioridad nacional para cualquier estado que aspire a lo mejor para sí y para sus habitantes en el siglo XXI. Sin embargo, la inversión estatal que hace el país sigue en la misma trayectoria, estancada o descendente, año tras año. Desde Investiga uy llamamos a reflexionar sobre este y otros temas que afectan a la ciencia en el país. Confiamos, deseamos y queremos trabajar para encontrar caminos que nos lleven a tener más y mejor ciencia y, por tanto, un mejor Uruguay”.
Caída en el apoyo a la investigación básica
En esta edición del Fondo Clemente Estable (FCE) para investigadores consolidados, que se realiza cada dos años, “se presentaron 174 proyectos que se evaluaron en los siguientes comités técnicos de área: Ciencias Agrarias y Veterinarias, Biología Celular y Molecular, Ciencias Médicas y de la Salud, Ciencias Exactas, Ciencias Sociales, Humanidades, Ingeniería y Tecnologías, y Ciencias Biológicas y de la Tierra”, señala el informe Final de Evaluación del Llamado de la ANII. Lo primero que llama la atención es una caída de 20% respecto de la cantidad de proyectos presentados (219 en 2017, 216 en 2019), algo que habrá que analizar con detenimiento. De todas formas, 173 proyectos pasaron a ser evaluados.
Al FCE de 2021 se le destinaron 51.209.630 pesos, un importe bastante menor al de 2019 (66.402.169) pero superior al de 2017 (36.605.713 pesos). Dado que vamos a hacer comparaciones, aclaremos aquí que 2017 fue el horribilis annus para estos fondos. Tan escandalosa fue la escasa cantidad de dinero y de proyectos financiados, que hubo una gran reacción que terminó con una partida extra del Ministerio de Economía y Finanzas. Esto de no invertir en ciencia no es ni de ahora ni nuevo. Aun así, dados algunos cambios de criterio en estos fondos, la línea temporal para analizar de mejor manera la situación sigue siendo usar los tres últimos llamados, es decir, el de 2017, el de 2019 y el de este año. Por otro lado, al comparar los montos, que siempre son en pesos, pasados a dólares (tomando el valor del dólar a diciembre de cada año, es decir a 28,9, 37,6 y 44,2 pesos respectivamente) 2021 es el valor más bajo de dinero destinado al FCE en todo el quinquenio, el año horrible incluido: se asignaron 1.158.589 dólares contra 1.266.634 en 2017 y 1.766.027 en 2019.
Los proyectos fueron evaluados, destinando tiempo y trabajo de científicos y científicas nacionales y extranjeros. De los 173 proyectos evaluados, 98 (56,6%) fueron considerados excelentes por los evaluadores y, por tanto, merecedores de financiación. Este porcentaje se mantiene casi inalterado en los llamados del FCE, mostrando la calidad de nuestros investigadores y los proyectos que conciben.
Lo que no se mantuvo fue la cantidad de proyectos que se decidió financiar (algo que en realidad depende del monto destinado a cada fondo, como veremos más adelante). En 2021 la ANII otorgó financiación a 40 proyectos, mientras que en 2019 financió 52 y en 2107, tras la vergüenza ajena de seleccionar sólo 29, terminó dándoles fondos a 55. Otro dato nada alentador es la cantidad de proyectos evaluados como excelentes que fueron finalmente financiados. Apenas 40,8% de los 98 proyectos excelentes obtuvieron financiación en 2021 (en 2019 fue 44,5% –52 de 117–, mientras que en 2017 habían sido sólo 26,4% –29 de 110– y, tras el correctivo a instancias del MEF, 50%).
En cuanto al dinero que recibió cada proyecto de investigación, que por lo general debe abarcar unos dos años de trabajo, se mantiene casi inalterado en el quinquenio, ya que el tope que se puede solicitar es una partida casi fija que ronda 1,3 millones de pesos. Sin embargo, al convertir a dólares los montos percibidos en promedio por los proyectos ganadores –una forma de lograr comparar pesos con pesos a través del tiempo en economías con inflación y otras alteraciones– el panorama es descorazonador. Mientras que en 2017 (el año horrible, recuerden) el promedio fue de 44.677 dólares por proyecto ganador, en 2019 ya se registró una caída: cada proyecto recibió 33.961. En 2021 lo percibido para realizar investigación relevante por cada grupo volvió a bajar, alcanzando apenas 23.172. Con insumos y equipamiento que se compran en el exterior en dólares, si se mantienen los montos congelados en pesos, con aumento del costo de vida y otros vaivenes, nuestras investigadoras e investigadores están condenados a hacer cada vez proyectos más modestos. Nada más alejado de apoyar o invertir en ciencia.
Caída en el apoyo a la investigación aplicada
En la edición 2021 del Fondo María Viñas (FMV) para investigadores consolidados “se presentaron 195 proyectos que se agruparon en las siguientes áreas del conocimiento: Ciencias Agrícolas, Ingeniería y Tecnología, Ciencias Sociales y Humanidades, Ciencias Médicas y de la Salud, Ciencias Naturales y Exactas”, señala el informe Final de Evaluación del Llamado de la ANII. De esos 195 proyectos, 194 pasaron a ser evaluados por los comités de científicos y científicas nacionales e internacionales. En este caso, se trata de la cifra más alta del quinquenio (146 proyectos presentados en 2017 y 152 en el llamado de 2019).
En cuanto al monto destinado para repartir entre los proyectos financiados, en 2021 la ANII decidió asignar 45.339.817 pesos, suma superior a la de 2019 (36.641.823) y también a la de 2017 (40.724.730). Pasada en dólares, esta leve mejora que representa 1.025.787 dólares y está por debajo del promedio de las dos últimas ediciones, de 1.217.474 dólares, aunque está comprendida dentro de sus vaivenes.
Los proyectos fueron evaluados, y tras el escrutinio de científicos y científicas nacionales y extranjeros, se determinó que 88% (170 de 194) eran “proyectos financiables”, es decir que “simultáneamente poseen un alto nivel de calidad académica y se aproximan a la solución del problema planteado”. Como en años anteriores, la calidad de las investigaciones planteadas por nuestra comunidad científica era elevada.
Elevado resultó también el número de proyectos que la ANII decidió financiar: 35 en 2021 contra 29 en 2019 y 33 inicialmente en el maldito 2017, cifra que luego de la intervención del MEF se elevaría a 47. Sin embargo, en esta edición de los FMV hubo también una especie de correctivo: según señala el informe de la ANII, “en la presente convocatoria 2021, se seleccionaron siete proyectos de investigación adicionales para el Fondo María Viñas”, que se asignaron en el marco del “Fondo de Innovación Sectorial, con foco en producción agroindustrial, medioambiente y servicios ambientales, energía, logística, transporte y biotecnología”. Con esta mejora, los proyectos premiados ascienden a 42, cifra que casi equipara al correctivo de 2017.
Sin embargo, al detenernos en el porcentaje de proyectos evaluados como de calidad que obtuvo financiación, las luces de alerta vuelven a encenderse. Mientras que en 2017, aun en la primera y vergonzosa decisión, 36,66% (33 de 90) de los proyectos de calidad recibieron financiación, esa cifra cayó a 26,8% (29 de 108) en la edición de 2019. En 2021 se registra el pico máximo de insatisfacción de la demanda de los proyectos considerados financiables: apenas 20,6% (35 de 170) obtuvieron fondos. Esta caída se mantiene si se suman los siete fondos extra otorgados, ya que aun contabilizando los 42 proyectos se alcanza apenas 24,7% de los proyectos considerados de calidad para financiar en temas aplicados. Como decíamos al inicio de esta nota, de cada cuatro proyectos excelentes de ciencia aplicada, tres no fueron financiados. 75,3% de insatisfacción de demanda garantida.
Nuevamente, al pasar a dólares el promedio de los montos asignados a cada proyecto, la realidad es cruel. En la edición 2021 del FMV, el dinero al que accedió cada proyecto en promedio es de 29.308 dólares. Esto implica una pérdida respecto del promedio de 2019 (33.604 dólares), que a su vez mostraba una caída grande comparado con lo otorgado en 2017 (42.701).
Fondos y género
En la ciencia, como en otros tantos ámbitos, desde hace tiempo se constatan inequidades de género. Luego de los diagnósticos, es tiempo de generar cambios y combatir los sesgos e injusticias que subyacen tras los techos de cristal, los pisos resbaladizos y otros factores.
Desde esta perspectiva, al Fondo Clemente Estable de 2021 se presentaron 46,8% de proyectos con una investigadora como responsable (81 de 173). El porcentaje de mujeres responsables entre los proyectos ganadores asciende a 47,5% (19 de 40), por lo que podríamos pensar que el género no fue un inconveniente a la hora de decidir a quiénes financiar. Sin embargo, hay datos para tomar en cuenta. El 100% de los proyectos aprobados en el área de ingeniería y tecnología tuvo responsables hombres, lo que muestra a las claras problemas sobre los que es necesario trabajar. Lo mismo sucedió con los de ciencias sociales. En el resto hubo una paridad que no supera a 57% y 43% para ambos lados, salvo en ciencias biológicas y de la tierra, donde predominaron las investigadoras responsables con 70%.
En el Fondo María Viñas de 2021 48,9% (95 de 194) de los proyectos presentados tuvieron una investigadora como responsable. El porcentaje de mujeres responsables entre los proyectos ganadores asciende también en este caso: 19 de los 35 proyectos financiados tienen a una investigadora a la cabeza, lo que representa 54,3%. Se trata de los mejores datos del quinquenio en este sentido.
¿Y entonces?
Es inevitable: dejar pesos en el congelador no es una buena estrategia, menos aún si se quiere apostar al futuro diciendo que se va a apuntalar a la ciencia. Es algo sencillo de entender. Tal vez por eso, hubo cambios.
En 2017, por ejemplo, se incluyó en el informe final de evaluación de estos fondos la lista de “proyectos financiables no apoyados por falta de fondos”. Ni en 2019 ni en 2021 esto está dicho de forma tan explícita en los reportes que elabora la ANII. Pero el fenómeno se sigue dando: de cada diez proyectos excelentes que merecerían financiarse de investigación aplicada, entre siete y ocho quedan en un limbo por falta de fondos. En investigación básica eso ocurre en al menos seis de cada diez.
Uno podría pensar que rechazar un proyecto de estos no tiene costo. Pero se engañaría: a todo el trabajo intelectual de formular un proyecto científico relevante hay que sumarle el trabajo de los revisores, tanto nacionales como internacionales, que terminaron concluyendo que eran proyectos de relevancia y calidad científica. Tirar los proyectos ya evaluados como de calidad a la papelera no sólo trunca el desarrollo de la ciencia nacional –y de quienes la hacen, nuestras investigadoras e investigadores, que ante la falta de formas de trabajar miran hacia el exterior–, sino que es como quemar billetes. No sólo se hipoteca el futuro del país, sino que se dilapidan recursos del presente (más aún cuando hay varios actores del sistema científico preocupados por la eficiencia del gasto en ciencia en Uruguay). Desarrollar proyectos excelentes, evaluarlos por pares nacionales internacionales que dan cuenta de su excelencia, para luego tirarlos a la papelera es sumamente ineficiente. Algo debiera hacerse.
El problema aquí no es que la ANII tenga falta de voluntad o no quiera financiar más investigación. Su presupuesto está congelado en pesos desde hace años. En el presupuesto de este gobierno no hubo ningún refuerzo ni hay, por ahora, anuncios de incrementar los fondos. Por otro lado, la cantidad de proyectos excelentes presentados por nuestras científicas y científicos supera a la posibilidad de financiación existente, tanto de la ANII como de la Universidad de la República, la institución que lleva adelante la mayor cantidad de investigación del país (y también la que presenta mayor cantidad de proyectos a los fondos María Viñas y Clemente Estable) y de los institutos de investigación. Si nos comparamos con otros países, encima, tenemos una cifra muy baja de investigadores en relación a la población. Y ni aun así hay dinero para que investiguen. Un científico o científica que no tiene fondos para realizar investigación o que no está inserto en instituciones y empresas que le paguen por ello es un investigador que o bien deja la ciencia o bien deja el país.
Tal vez la segunda “i” de la ANII deba usarse para apoyar a la primera. Es tiempo de buscar nuevas formas de financiar la investigación de Uruguay. La ANII, con todos los proyectos evaluados como excelentes no financiados tiene un portfolio de investigación relevante y pertinente para mostrar e intentar traer dinero. Otros interlocutores o tomadores de decisión podrían hacer otro tanto. Lo que sí es evidente es que, a diferencia de una muestra biológica o de una dosis de la vacuna Pfizer, la ciencia en el freezer se deteriora. O tomamos nota o, al menos, dejamos de decir que la ciencia importa.
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