En 2018, mientras hacían un monitoreo de biodiversidad en el Parque Nacional Esteros de Farrapos, varios biólogos e investigadores escucharon un sonido que les llamó la atención. Los que pararon la oreja fueron, más específicamente, los herpetólogos, aunque el nutrido grupo estaba integrado por especialistas de diversas áreas, todos bajo la coordinación de investigadores del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN) y del Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP).
El sonido en cuestión era el de una ranita, algo nada raro cuando uno sale de noche en cualquier lugar de Uruguay, pero con la salvedad de que esta ranita en particular no debía estar allí. Los registros más cercanos para la especie, muy escasos, estaban a muchos kilómetros de distancia en dirección norte, en Salto y Artigas, pero su canto nupcial era muy claro y distintivo: vocalizaciones breves, rápidas y entrecortadas, como si alguien estuviera usando un serrucho de goma (si tal cosa existiera) [pueden escuchar su canto en este enlace].
Los integrantes de la comitiva comenzaron a buscar entonces a la dueña de aquel canto, que resultó ser bastante elusiva. Anduvieron un rato dando vueltas con sus linternas mientras la rana jugaba a las escondidas. “Lo primero que pensamos fue que ahí no podía estar cantando’”, recuerda hoy el biólogo Gabriel Laufer, uno de los investigadores presentes aquella noche. Por eso mismo era importante confirmar visualmente el registro, una tarea suficientemente ardua como para obligarlos a “responder” al llamado del anuro en cuestión. Lograron grabar el sonido del animal con el celular, hicieron playback (o sea, pasaron la grabación para “llamar” a la ranita) y gracias a este engaño finalmente pudieron verla.
Se trataba de Scinax nasicus, una ranita trepadora de tres o cuatro centímetros de largo que también es conocida como “ranita de pecho manchado”. Está considerada “en peligro” por la Lista Roja de los Anfibios y Reptiles del Uruguay y, tal cual había llamado la atención de los investigadores, en teoría debía encontrarse mucho más al norte en nuestro país.
El hallazgo encendió una lamparita en algunos de los expertos, que buscaron aquella ranita con el entusiasmo de niños. Sabiendo que el trabajo de campo en anfibios ha sido históricamente fragmentario e insuficiente en Uruguay, y sospechando que la distribución de otros anuros poco conocidos en el país también estaba subestimada, decidieron juntar todas las piezas posibles de un puzle en armado permanente.
Canto para que se escuche mi voz
Para reevaluar algunas distribuciones de anfibios en Uruguay, diez investigadores de diversas procedencias reunieron fuerzas en un trabajo colaborativo que buceó en varias fuentes de información. O, para decirlo en términos menos científicos, hizo un rejunte de novela.
En primer lugar, reunieron todos los resultados de los trabajos de campo hechos, ya fuera individual o grupalmente, o como parte de las instituciones para las que colaboran, y fueron sumando datos de nuevas salidas. Todos aportaron los registros obtenidos en sus excursiones en el campo, incluyendo el monitoreo ya mencionado en Esteros de Farrapos, otro realizado en Quebrada de los Cuervos, también a cargo del MNHN, y el que la ONG Vida Silvestre hizo en la represa de Salto Grande.
Tuvieron también en cuenta algunos trabajos publicados previamente y sumaron otro componente esencial para el trabajo: los aportes ciudadanos –y confirmados– hechos a través de plataformas como iNaturalist, que recientemente acaba de estrenar su nodo local, llamado NaturalistaUy, o los registros de las especies de interés depositados en Biodiversidata, que reúne datos de investigadores.
Finalmente, una vez colectada una gran cantidad de información nueva, decidieron hacer una reevaluación para cuatro anfibios con características similares, todos ellos hílidos (ranas trepadoras de la familia Hylidae). Se trata de especies consideradas “en peligro” en Uruguay (EN, de acuerdo a la categorización de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) debido a sus distribuciones geográficas restringidas, los números relativamente bajos de sus poblaciones conocidas y la posible amenaza del uso intensivo de tierra para la agricultura. Son, además, especies ampliamente presentes en la región central de América del Sur pero que tienen en Uruguay el límite sur de su distribución. A diferencia de los anfibios más comunes de nuestras tierras, que se encuentran en toda la región pampeana, están asociados a biomas adyacentes, como el chaqueño (vinculado al litoral del río Uruguay) y los ambientes serranos (asociados a la zona de serranías del este).
Las cuatro especies son la ya mencionada Scinax nasicus, Dendropsophus nanus, Dendropsophus minutus y Lysapsus limellum. Las dos Dendropsophus son ranitas trepadoras pequeñas, asociadas a la vegetación flotante y emergente de los cuerpos de agua. A Lysapsus limellum se la conoce como “rana boyadora chica”. Es muy pequeña y se la llama así porque aparece flotando en la superficie de los cuerpos de agua, de los que prácticamente no sale durante todo su ciclo de vida.
¿Por qué centrarse en estos anfibios, más allá de la sospecha de la subestimación –o directamente falta de información– de su presencia en nuestro territorio? “Son especies restringidas a un tipo de ambiente, como el chaqueño o serrano. Nos propusimos encontrarlas y evaluarlas porque son especies clave que dan cuenta de la estructura del paisaje. Si tengo un paisaje bien conservado, como un sistema de sierras saludable en la Quebrada de los Cuervos, por ejemplo, es de especial interés registrar estas especies”, explica la bióloga Noelia Gobel, coautora del trabajo. Es decir, registrar estas especies nos dice mucho más que simplemente constatar su presencia allí. Como buenas indicadoras de ambiente (una característica clave en los anfibios) nos revelan que las áreas donde se encuentran mantienen los elementos característicos del paisaje.
El concepto que hay detrás de esto, dice Laufer, es el siguiente: si tenés un paisaje determinado, a medida que se degrada desaparecen las especies características y proliferan las comunes, de amplia distribución y mayor tolerancia. De ahí que el foco estuviera puesto en las primeras.
Las sospechas de los investigadores estaban bien fundadas. Cuando abrieron la cancha y comenzaron a compilar toda la información disponible para estas cuatro especies en el país, incluyendo las bases abiertas de datos, se percataron de que lo que se veía en el campo no coincidía con lo que indicaba la teoría.
Salió rana
Los investigadores obtuvieron varios registros nuevos para cada una de estas especies, extendiendo significativamente el rango de sus poblaciones conocidas. Estos registros, además, correspondieron a una variedad amplia de ambientes, incluyendo pastizales y bordes de bosques nativos, zonas urbanizadas, patios, otras edificaciones humanas y hasta áreas dedicadas a la agricultura intensiva y la producción ganadera.
De hecho, para tres de las especies (todas excepto Dendropsophus minutus) los registros se distribuyeron en forma pareja en los tres ambientes que consideraron: áreas naturales, áreas urbanas y cultivos.
Estos nuevos registros indican que las especies estudiadas están presentes en áreas con un mayor alcance de lo que se creía previamente en Uruguay, “cada una registrada en más de diez localidades (excepto L. Limellum) y mostrando plasticidad en el uso de hábitat”, indican los autores. Además, “no hay evidencia de reducción en el número de poblaciones o retroceso en los rangos” en ninguna de ellas, agregan.
Por ejemplo, Dendropsophus nanus es abundante en varias localidades de Artigas y Salto, donde se la ha encontrado en los estanques usados para producción ganadera y en lagunas artificiales con fines agrícolas. L. Limellum, considerada hasta ahora una rareza en nuestra herpetofauna, colonizó pequeños estanques y embalses que funcionan como reservorios de agua para la irrigación del arroz y la caña de azúcar. Scinax nasicus, la ranita cuyo croar echó a rodar este minucioso trabajo, tiene nuevos registros que la ubican casi 200 kilómetros más al sur de su distribución conocida hasta ahora. Es frecuente y abundante en el noroeste uruguayo y hace uso de áreas altamente antropizadas, a tal punto que apareció incluso dentro de una casa en Paysandú.
Por lo tanto, señalan los autores, ninguna de estas cuatro especies califica para las categorías de conservación que se les asignaron hasta ahora a nivel nacional. Aclaran que, de acuerdo a los nuevos datos obtenidos, D. minutus, D. nanus, y Scinax nasicus deberían pasar de la categoría “en peligro” (EN, por “endangered”) a “preocupación menor” (LC, por “least concern”), y L. Limellum a “vulnerable” (VU), debido a que está restringida a unas pocas localidades en el norte uruguayo. Para reforzar esta idea, se agrega que estas especies fueron identificadas en varias de las áreas protegidas del país, donde tienen condiciones favorables para prosperar.
Que cuatro especies de nuestros anfibios pasen a una categoría de conservación de “menor preocupación” parece una buena noticia, pero no necesariamente significa que sean más abundantes o estén ampliando su distribución. No en todos los casos, al menos.
¿Expansión o falta de investigación?
La pregunta lógica a hacerse, que los propios investigadores formulan en el título mismo de su trabajo, es: ¿estas especies están efectivamente expandiéndose o siempre estuvieron allí, algo que no sabíamos por disponer de muy poca información?
“Seguramente jueguen las dos cosas”, acota Laufer. En primer lugar, uno no puede pensar en las especies como si tuvieran una distribución fija a lo largo de los años. Además, agrega el biólogo, hay algunas situaciones especialmente condicionantes para los anfibios, como las variaciones de temperatura asociadas al cambio climático.
Hay al menos un ejemplo donde es razonable creer que se produjo una expansión territorial. En el caso de Dendropsophus minutus, “aparece como muy abundante y bajando hacia el sur en la distribución y cantidad de poblaciones”, señalan Laufer y Gobel. Sin embargo, no fue detectada en los sondeos sistemáticos que se hicieron a fines de los 80 y comienzos de los 90 en Quebrada de los Cuervos y Sierras del Yerbal.
Las observaciones históricas y las más recientes sugieren que está expandiendo su rango geográfico hacia el sur, con la posible “ayuda del cambio climático y/o la habilidad de la especie para colonizar los estanques construidos para el ganado, así como las plantaciones forestadas de pinos y eucaliptus”, sugiere el trabajo.
En el caso de Scinax nasicus, agregan, la presencia en Paysandú y Río Negro también parece ser reciente. Los autores sugieren que algo similar se está dando con Scinax fuscovarius (la “ranita de flancos amarillos”, cuyo estatus de conservación es de “preocupación menor”) y Physalaemus riograndensis (“ranita de Río Grande”, también de “preocupación menor”), aunque no están dentro de las especies analizadas en el trabajo. Para el resto, como bien aclara Noelia Gobel, persiste la duda de si realmente se está produciendo una expansión o si sencillamente hay un déficit del muestreo en el pasado.
Para reconsiderar el estado de conservación de estas cuatro especies, los autores no sólo aluden a los nuevos registros sino también a su “aparente tolerancia” a la perturbación provocada por el uso de la tierra. Que estos anfibios prosperen a pesar de las actividades humanas, consideradas potenciales amenazas para su supervivencia, también parece una buena noticia. Antes de besar al sapo, sin embargo, conviene conocer en qué puede transformarse.
Resistiré
Para todas las especies estudiadas, las amenazas potenciales para su conservación están relacionadas con la modificación de hábitat y las invasiones biológicas, a las que se suma el progresivo y fuerte avance de la agricultura intensiva (especialmente la soja y las plantaciones de eucaliptus), señalan los investigadores.
“De hecho, ya hay evidencia de que los agroquímicos y la eutrofización de los sistemas acuáticos afecta negativamente la capacidad individual, con evidencia regional empírica para S. nasicus, L. limellum, D. nanus y D. minutus”, señala el trabajo. Sin embargo, como hemos visto en este mismo artículo, la construcción ampliamente extendida de estanques y embalses para uso del ganado o de irrigación de algunos cultivos “ha favorecido la persistencia de estos y otros anfibios y reptiles en áreas agrícolas”, agrega.
El problema es que hay una delgada línea entre crear condiciones aceptables para los anfibios y pasar a perjudicarlos. “Es más bien la expansión ganadera la que genera estos cuerpos de agua que ellos usan. Cuando pasamos a un sistema de agricultura intensiva, es al revés: se degradan o incluso se secan los cuerpos de agua que necesitan”, aclara Gobel. Cuando se intensifica el uso agrícola, “desciende significativamente la cantidad de especies y abundancia que se encuentra en esos lugares”, remarca Laufer, que agrega que eso se ha dado particularmente en la zona del litoral.
El herpetólogo Claudio Borteiro, también coautor del trabajo, agrega que en el noroeste del país la situación es un poco distinta para los anfibios debido a la construcción de represas para riego, que favorecen a algunas especies ligadas a humedales. En el sur, mientras tanto, los anfibios se ven más perjudicados por el monocultivo que no necesita riego, como la soja.
Gobel agrega un matiz importante: “En realidad no sabemos si estas especies se ven favorecidas por algunas de esas intervenciones humanas o simplemente las toleran. Quizá lo que ocurre es que no son tan sensibles o especialistas de hábitat como pensábamos”.
Lo que sí es claro es que en zonas de mucha agricultura intensiva los cuerpos de agua no son viables para la reproducción de estos anfibios. La acumulación del uso extendido de productos químicos también es perjudicial, ya que “los tajamares son receptores de todo lo que pasa alrededor y terminan acumulando agroquímicos y fertilizantes, barros, sedimentos y materia orgánica, hasta que los sitios dejan de ser aptos para la reproducción de estas especies”, dice Laufer.
Croar un futuro mejor
Puede que estos anfibios nos dejen una lección, sin embargo. Nos muestran que es posible la producción con “un esquema de respeto para mantener la heterogeneidad y no abusar del uso de productos químicos o la remoción de tierra”, apuntan los investigadores.
“Se necesita alentar una nueva forma de agricultura”, dice Laufer. “El ser humano ya está proyectando cultivar en Marte. Tiene que poder practicar una agricultura en la que ganen los productores, pueda comer la humanidad y al mismo tiempo se mantenga una buena calidad de medioambiente. Los anfibios están demostrando que hay opciones. Pero tenemos que buscar un modelo que sea más sustentable”, acota.
Hay otras cosas que pueden hacerse mientras se intenta desarrollar ese modelo. Por ejemplo, buscar que los lugares que no están tan afectados aún formen un “mosaico de ambientes disponibles”. ¿Por qué? Porque para los anfibios “es clave el mantenimiento de la heterogeneidad ambiental”, dice Gobel. Si tenemos paisajes que incluyan esa heterogeneidad, en cuanto a vegetación y microhábitats, hay esperanzas para su futuro. Si sólo van a predominar sistemas agrícolas intensivos, que van homogeneizando todo el paisaje, quizá haya que ir mirando de reojo a Marte.
La discusión de fondo es la misma que resuena en casi todos los debates sobre conservación. Tiene que ser posible producir y conservar al mismo tiempo. “Tenemos la capacidad de hacer algo mejor de lo que estamos haciendo y eso lo debemos exigir como ciudadanos”, señala Laufer. O al menos como habitantes del planeta.
“Estos bichos nos están mostrando que estamos en una situación que debemos manejar mejor, y que no es imposible juntar estas dos puntas. Con los cuerpos de agua tenemos un problema serio que estamos a tiempo de manejar y que no sólo afecta a los anfibios. Ese efecto se expande a otros grupos y termina llegando a todos nosotros, ya sea por la pérdida de servicios ecosistémicos o por la afectación de los productos químicos a nuestros propios organismos. Lo principal que nos enseña esto es que hay una tolerancia de los anfibios y también nuestra, y que hay forma de buscar algo conjunto. Si nos vamos a cualquiera de los dos extremos, perdemos todo”, concluyen los investigadores.
Mil ojos en el campo
“Recalcamos la importancia de las bases de datos abiertas y los proyectos de ciencia ciudadana para incrementar el conocimiento científico y la conciencia para conservar la biodiversidad nativa” es la frase con la que cierran el trabajo recientemente publicado.
En la charla, tanto Laufer como Gobel insistieron en la importancia del rol de las aplicaciones y plataformas como Biodiversidata e iNaturalist, que permiten “tener a mucha gente todo el tiempo en el terreno y así ampliar un montón la capacidad de registro y conocimiento”.
“Hay gente que recorre el país, saca fotos, y el aporte que está haciendo es brutal. El país les debe mucho a todos los que lo hacen, y creo que muchas distribuciones pueden cambiar en base a eso”, dice Laufer con entusiasmo.
El uso de estas aplicaciones “acerca a la población a uno de los temas fundamentales de la humanidad hoy”, como es la conservación de la biodiversidad. Para los investigadores, “llevar esto a la gente” es lo más valioso que puede ocurrir y ofrece mucho más para ganar que para perder. “Como científicos tenemos la responsabilidad de levantar eso y darle para adelante”, concluye.
La publicación del trabajo coincidió con el lanzamiento del portal nacional de la plataforma iNaturalist, que se llama NaturalistaUy y que, tras una reñida votación entre varios de sus miembros, adoptó al carpincho como imagen de su logo.
NaturalistaUy es tanto un sitio web como una aplicación para celulares. “Se puede usar tanto para cargar registros e identificar especies como para explorar registros y especies que se encuentran en Uruguay y en el mundo”, dicen sus responsables, integrantes del consorcio de datos abiertos Biodiversidata y de la organización Julana. Quien no haya entrado a esta página se está perdiendo una experiencia más que valiosa. No sólo porque cualquiera puede contribuir al conocimiento de nuestra biodiversidad, sino porque, sin darnos cuenta, iremos aprendiendo y conociendo más sobre las distintas formas de vida de nuestro país de forma horizontal y transparente.
En un mundo donde las redes nos alejan de lo que nos rodea, NaturalistaUY nos impulsa a sumergirnos en la naturaleza. La premisa es simple y prometedora: con un celular y ganas de salir al menos hasta el jardín –y a veces hasta dentro de nuestras viviendas– podemos disfrutar del placer de explorar y conocer siendo naturalistas.
Artículo: Updating the distributions of four Uruguayan hylids (Anura: Hylidae): recent expansions or lack of sampling effort?
Publicación: Amphibian & Reptile Conservation (noviembre 2021)
Autores: Gabriel Laufer, Noelia Gobel, Nadia Kacevas, Ignacio Lado, Sofía Cortizas, Magdalena Carabio, Diego Arrieta, Carlos Prigioni, Claudio Borteiro, Francisco Kolenc.