En el periodismo es frecuente apelar a adjetivos grandilocuentes para tratar de atrapar la atención del otro. Pero esta vez apelar al calificativo “excepcional” no es un truco para que se arrimen al fogón a escuchar esta historia. De hecho, casi que se queda corto, así que pongamos las cosas en perspectiva.
Hace 66 millones de años la era de los dinosaurios llegaba a su fin. La caída de un meteorito provocó un desastre planetario que dejó una cicatriz en la corteza terrestre que se conoce como límite K-T (aunque ahora se prefiera el uso de límite K-Pg). Debajo de esa marca aparecen fósiles de dinosaurios; por encima, desaparecen. Sin embargo, no todos los dinosaurios se extinguieron. Un pequeño grupo había comenzado a cambiar antes de la llegada del impertinente meteorito y, ayudado por las plumas que ya tenían sus familiares, desarrollaron alas y conquistaron el vuelo. A esos dinosaurios los llamamos aves. Tras el fin abrupto de los dinosaurios comenzó la era Cenozoica, en la que mamíferos –que antes también habían tenido una participación discreta entre tanto gigante– y aves explotaron en diversidad de especies.
El planeta siguió girando y las aves evolucionando. Más de 66 millones de años con aves modernas es mucho tiempo. Pero hay más. América del Sur tiene más de 17 millones de kilómetros cuadrados. Imaginen cuántas aves habrán vivido en estas tierras en más de 66 millones de años. Billones de billones. Sus hembras pusieron huevos trillones de trillones de veces en todo ese tiempo. La cantidad de ceros abruma, pero hasta hace poco había un único cero que abrumaba aún más a los paleontólogos: en esos 66 millones de años del Cenozoico con aves modernas, la cantidad de huevos fósiles completos encontrados era, justamente, cero. Todo eso cambió cuando un aficionado a la paleontología visitó un barranco de una playa de Colonia no muy lejana de la capital departamental. Hoy Uruguay es el único país de América del Sur donde se ha encontrado un huevo fósil completo de ave moderna. En el contexto mundial el hallazgo paleontológico es también raro y se suma a los pocos casos de huevos fósiles completos de aves del Cenozoico. ¿Coinciden ahora con el uso del “excepcional” en el título? ¡Uno en 66 millones de años en todo un continente!
A continuación la historia de cómo Andrés Batista, del Departamento de Paleontología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, y Washington Jones y Andrés Rinderknecht, del Museo Nacional de Historia Natural (MNHN), estudiaron el huevo, confirmaron que efectivamente fue puesto por un ave y, yendo más lejos, determinaron a qué tipo de ave habría pertenecido. Su investigación acaba de ser publicada en la revista Journal of South American Earth Science.
Huevos raros
“Es muy raro encontrar huevos fósiles. Curiosamente los expertos que estudian los huevos fósiles en el mundo dicen es que se conocen más y mejores huevos, incluso completos, de dinosaurios o de aves del mesozoico, de la época de los dinosaurios en que ya se empiezan a ver las primeras aves, que huevos de aves modernas completos”, dice Washington Jones, curador de la colección de aves del MNHN y paleornitólogo. Su compinche de varios artículos de aves prehistóricas, Andrés Rinderknecht, curador de la colección paleontológica del mismo museo, lo secunda: “En Uruguay es mucho más fácil encontrar un huevo de un titanosaurio que el huevo fósil de un ñandú”.
“En Sudamérica hay restos arqueológicos de huevos de aves, pero incluso esos restos, mucho más recientes, aparecen fragmentados, son pedazos de cáscaras de huevo, nunca terminan de conservarse perfectamente”, dice Jones y, dándome otro apoyo para el título de la nota, agrega que “este huevo, desde el punto de vista de su conservación, es una cosa súper excepcional”.
Para que un material biológico se fosilice, ya sea un hueso, parte del cuerpo o, como en este caso, un producto de ese cuerpo –la caca se fosiliza y esos fósiles se conocen como coprolitos–, tienen que darse determinadas condiciones, y ese es el objeto de estudio de la tafonomía, el proceso de fosilización. “Que se preserve un huevo claramente es un tema tafonómico”, expresa Rinderknecht. “Los huevos se rompen enseguida, entonces encontrar pedazos de cáscara es más frecuente que encontrar huevos completos”, agrega, y luego se pregunta por qué hay más huevos completos de dinosaurios en el registro fósil que de aves del Cenozoico. “Eso puede pasar por dos razones. Una, porque tienen cáscara más gruesa y son más resistentes. Otra, porque en algunos casos, como por ejemplo algunos saurópodos, se piensa que enterraban los huevos y entonces ellos mismos facilitaban una posible fosilización. Si venía una inundación o algo que arrastrara sedimentos, los huevos ya estaban enterrados”, explica.
En el trabajo dan una posible explicación para esta rareza del registro fósil: “Sugerimos que el lugar donde fue encontrado el huevo es un caliche, capas compactas de carbonato de calcio que se producen, entre otras cosas, por lagos que se desecan periódicamente. El huevo apareció asociado a un caliche que nos estaría hablando de un lago. Y eso es un lugar ideal para permitir su fosilización. Esta ave puso su nidada sobre el suelo cerca del borde del lago. Por alguna razón, el huevo cayó al lago y no tuvo casi transporte, no hubo olas o corrientes de ríos que lo rompieran. Se depositó en el fondo de un lago que se seca pero que en algunas épocas del año tendría influencia de sedimentos al volverse a llenar”, aventura. De todas formas, como buen científico que es, pone reparos hasta a su propia explicación: “No estamos 100% seguros de que sea un lago, lo sugerimos a partir del caliche, pero eso explicaría por qué está preservado. Si encontrás una cosa delicada, completa, en un lugar que justo parece un lago, tiene sentido”.
La historia del fósil: parte I, Colonia
Si en el fútbol la pelota busca el jugador, en paleontología no pocas veces el fósil busca al paleontólogo. No es sólo que tengan la vista y otros sentidos más aguzados por la práctica de extraer secretos biológicos de los sedimentos, sino también que años dedicados al trabajo en ese campo de la ciencia hacen que paleontólogos y paleontólogas sean algo así como un 0800-pregunte por su fósil. Este fue uno de esos casos.
“Hace unos diez años, en una época anterior al Whatsapp, me llamó un coleccionista de fósiles de Colonia, Gustavo Acuña, y me dijo que tenía un huevo de ave que había encontrado en un barranco de una playa coloniense donde suelen aparecer fósiles”, rememora Rinderknecht. Como vimos, los fósiles de huevos de ave son extremadamente raros, por lo que el experto fue un poco escéptico. “Le dije que no podía ser, que probablemente se tratara de un canto rodado”, recuerda. Ante la insistencia de Acuña, le pregunté si el supuesto huevo era liviano o pesado, ya que si fuera un canto rodado sería pesado. “Me contestó que era liviano”, dice Andrés abriendo los ojos como si fuera aquel día. “Oh, eso cambiaba todo. Era un indicativo de que podía ser efectivamente un huevo”, y ni bien pudo, se fue a Colonia a encontrarse con Acuña para que le mostrara el material.
Tras ver el material se le disiparon todas las dudas. Y entonces llamó a Jones. “Le dije que allí había un fósil importantísimo, algo que nunca había visto, un huevo de ave. Y por el lugar donde había aparecido estaba seguro de que era del Pleistoceno de Colonia”, recuerda. Efectivamente, trabajos previos de otros colegas, como de la paleontóloga Andrea Corona, permitían fechar el huevo en una antigüedad de unos 16.000 años, lo que lo ubica en el Pleistoceno Tardío, que finalizó hace poco más de 11.000 años. “Sabemos que pertenece al Pleistoceno Tardío por la fauna asociada en ese horizonte. Aparecen perezosos gigantes, gliptodontes, macrauquenias, todos los bichos de la megafauna”, dice Rinderknecht. Así como los dinosaurios desaparecieron hace unos 66 millones de años, la megafauna sudamericana se extinguió masivamente hace cerca de 10.000 años, aunque en este caso no hay un meteorito que haga coincidir a los expertos, que se dividen señalando a cambios climáticos, a la caza y competencia del ser humano o a una mezcla de ambas para explicar la extinción.
“Con Jones empezamos a estudiar el huevo y pensamos en Andrés Batista, quien iba a empezar a hacer una tesis de maestría con huevos fósiles, casi todos de dinosaurios. Lo convocamos a participar en la investigación para que en su tesis, además de tener animales del Mesozoico, tuviera una cosa más excepcional, un huevo de ave del Pleistoceno completo”, relata Rinderknecht. Como no podía ser de otra manera, Batista se sumó encantado. Sin embargo, pese a estar 16.000 años esperando en el mismo barranco, el huevo fósil tenía ganas de cambiar de domicilio. Por fortuna, en su nueva dirección siguió estando dispuesto a conversar con los científicos.
La historia del fósil: parte II, Maldonado
Mientras Batista, Jones y Rinderknecht hacían planes para investigar el huevo, Acuña, quien lo había encontrado en un barranco de Colonia, se lo regaló a Daniel Suárez, que tiene el Museo del Indio y la Megafauna que se encuentra en el kilómetro 90 de la Ruta 9, en Cerros Azules, Maldonado. Allí, como dice su nombre, en un pequeño pero acogedor lugar, puntas de flechas, proyectiles y otras herramientas indígenas aguardan al visitante junto a fósiles de osos de cara corta, perezosos, mastodontes, gliptodontes o huevos de dinosaurio, entre otras grandes curiosidades.
El teléfono de Rinderknecht volvió a sonar. El huevo se empecinaba en contactarlo. “Daniel Suárez me llamó y me contó sobre el fósil que le habían regalado de Colonia. Le dije que se trataba de un huevo y que teníamos mucho interés en estudiarlo”, dice Rinderknecht, agradecido porque Suárez siempre ha colaborado con la investigación paleontológica. “En este caso nos prestó el huevo, permitió que le sacáramos un pequeño pedacito de la cáscara para su estudio y siempre estuvo dispuesto a ayudarnos. Hoy el huevo está en su museo”, agrega.
El museo actualmente está cerrado debido al coronavirus, pero quienes tengan curiosidad por ver el único huevo fósil completo de un ave de los últimos 66 millones de años de toda América del Sur, bien pueden darse una vuelta por allí cuando la pandemia lo permita. Y para quienes no andan por Maldonado también hay novedades. “Suárez ofreció el huevo para que el MNHN pueda exhibirlo por tres meses en su exposición de Miguelete. La idea sería montar en agosto un espacio donde se exhiba el huevo y otros huevos de aves que tenemos en la colección”, dice Jones, ilusionado con ese momento, ya que no es sólo el encargado de la colección de aves de la institución, sino uno de los guías que reciben a los visitantes en la sede de Miguelete.
El huevo había encontrado a los paleontólogos. Ahora era el momento de desentrañar sus secretos.
Cáscara bajo la lupa
Batista ya venía trabajando con huevos fósiles de dinosaurio para su tesis de maestría, así que sumó el huevo excepcional de ave y lo puso bajo el microscopio. “Es muy difícil indicar qué especie de animal podría haber puesto este huevo. Entonces, para acercarse lo más posible, uno hace diferentes tipos de análisis a la cáscara, tanto a nivel macromorfológico como micro. A nivel macro se toma en cuenta el tamaño, el espesor de la cáscara, la proporción y estructura de los poros, la simetría”, dice Batista.
“Cuando se indaga aún más en las microestructuras que componen la cáscara, se obtiene más información. Las cáscaras se forman en el oviducto de la hembra mediante el depósito de ciertos elementos calcáreos, y entonces quedan patrones determinados que diferencian a los huevos de aves de los de cocodrilos, tortugas o dinosaurios”. El trabajo de Batista confirmó con evidencia que se trataba de un huevo de ave. Ya tenían algo fantástico para reportar. Pero el estudio minucioso les permitió ir aún más lejos.
“Gracias a esos análisis que hicimos, como la microscopía electrónica de barrido o la petrografía, y horas de lupa, pudimos distinguir esas estructuras de la microcáscara que nos dicen que este huevo corresponde a un grupo de aves que se llaman paleognatos”, afirma Batista.
“Los paleognatos son como la primera radiación de aves que salen de los dinosaurios. Son aves que tienen una conformación de los huesos del techo del pico más primitiva”, explica el paleornitólogo Jones. En ese grupo de aves están las perdices, los ñandúes, las avestruces y los emúes actuales. “La segunda gran radiación de aves, que es mucho más grande, es la de los neognatos, que está conformada por todas las demás aves que podemos ver hoy en día”, amplía. Tras el trabajo de Batista, una vez determinado que se trataba del huevo de un paleognato, Jones podría tratar de determinar qué grupo de aves, dentro de ese grupo mayor, podría ser el responsable de haber dejado un fósil tan único. Pero antes de ello, despejemos una duda que salta a los ojos al leer el trabajo.
Se trata del estudio del huevo fósil más completo de ave que se ha encontrado en el Cenozoico de América del Sur... pero para estudiarlo tuvieron que romperlo un poco. Le pregunto entonces a Batista si ahora, tras sacarle unos dos centímetros cuadrados de cáscara, dejó de ser tan completo. Batista ríe. “Todos los huevos, para ser estudiados, requieren estas técnicas que son un poquito destructivas. Para poder mirar la cáscara en el microscopio electrónico de barrido, la cáscara debe bañarse en oro. A ese mismo pedacito hay que cortarle otro pedacito más chiquito aún y pulirlo en una lámina delgada, que es lo que hacen los geólogos para sus estudios petrográficos. Eso te permite ver la disposición de los cristales que componen esa estructura de la cáscara. Lamentablemente esas son las técnicas más usadas en los estudios sobre huevos fósiles. También hay otros estudios menos invasivos, pero aquí en Uruguay no los podemos hacer tan fácilmente, porque requieren aparatos de alga gama”.
¿Huevo de qué?
Por fortuna, el trabajo de Batista permitió ver que el huevo pertenecía a un paleognato: dado que esa radiación más antigua de aves está conformada por muchas menos especies, el trabajo de Jones de compararlo con huevos conocidos de ese grupo resultó un poco más sencillo. Midiendo todas las proporciones y dimensiones del fósil y comparándolas con los huevos de paleognatos conocidos, Jones buscó determinar a qué familia dentro del grupo de esas aves pertenecía el fósil de Colonia con sus siete centímetros en el eje mayor y unos cuatro en el eje menor.
“Determinar que se trataba de un huevo de paleognato redujo el universo de posibles afinidades a unas 26 especies de aves actuales, que en América del Sur incluyen a las dos o tres especies de ñandú y a una veintena de especies de tinámidos”, explica Jones. Los tinámidos son un grupo de aves sudamericanas compuesto por perdices y martinetas, de los que en nuestro país tenemos tres representantes: la perdiz común (Nothura maculosa), la martineta o perdiz colorada (Rhynchotus rufescens) y la perdiz de monte (Crypturellus obsoletus), que está acotada a Paso Centurión.
“Un ñandú no podía ser porque los huevos más pequeños de ñandú son mucho más grandes que ese fósil”, afirma Jones, que tras el análisis concluyó que el único huevo de ave de los últimos 66 millones de años de América del Sur era de un tipo de perdiz. “El asunto es que cuando ves un huevo de todas esas perdices actuales de nuestro país, este huevo fósil no se parece a ninguno, ni por su tamaño ni por su forma”, dice Rinderknecht.
El huevo de Colonia, entonces, habría sido puesto por un ave similar a las perdices, pero bastante más grande que las que hoy viven en nuestro territorio. Tras 16.000 años oculto en el barranco, el huevo seguía guardando secretos. “Por el tamaño y la forma podemos decir que no es una especie que viva hoy en día en Uruguay. Posiblemente, tampoco sea el de una especie que viva hoy en el resto de América”, conjetura Jones, adelantando parte de un segundo trabajo científico que se publicará, si todo sale bien, en los próximos meses. “Esto indica que hace unos 16.000 años vivía aquí una especie que hoy en día no está”, agrega.
Así que nuestra perdiz, que tuvo la fortuna de dejar un huevo completo fosilizado en Colonia, o se extinguió o abandonó, hace unos cuantos años, nuestro país. ¿Cómo era? Pese a que no sabemos a qué especie pertenece el huevo, sí podríamos decir que se trataría de un ave corredora y caminadora con una capacidad de vuelo limitada. Seguramente habría puesto entre tres y cuatro huevos a nivel del suelo. El huevo, de haber culminado su incubación, habría dado lugar a una perdiz bastante más grande que las que andan hoy por nuestros pastizales. No es descabellado incluso pensar que estamos ante el huevo de una especie de perdiz extinta y desconocida.
“No podemos, de todos modos, establecer que se trate de una especie nueva o de un género nuevo de tinámido, porque con el huevo eso es algo que no se puede determinar”, dice Rinderknecht. Lejos de frustrarse, se fascina: “Tenemos un nuevo taxón al que no podemos nombrar, pero sin embargo, podemos, y es lo que estamos haciendo ahora: calcular cuánto habría pesado su madre. Es una maravilla”.
¿Fueron felices?
La perdiz que dejó su huevo, presuntamente cerca de un lago, hace unos 16.000 años en lo que hoy es Colonia, era bastante más grande que las que hoy viven en Uruguay.
Hace unos 16.000 años los seres humanos estaban asomando sus narices en América. De hecho, su llegada a esta parte sur del continente se estima que fue en el entorno de hace entre unos 15.100 y 16.600 años. ¿Fueron nuestros antepasados felices comiendo estas perdices? ¿Esa felicidad gastronómica podría tener que ver con que esta perdiz más suculenta ya no esté entre nosotros? ¿Podría ser que, como algunos piensan, los humanos hayan acabado con la megafauna y con nuestra superperdiz?
“En este caso estamos hablando de la posible extinción, al menos local, de una especie sola. Todo el tiempo se extinguen especies y seguramente hubo muchas especies que se extinguieron en el Plesitoceno-Holoceno, pero su extinción es un evento que no exactamente estuvo relacionado con la extinción de la megafauna, como seguramente muchos animales se extinguieron en el límite KT, pero eso no tuvo nada que ver con la caída del meteorito y se extinguieron por otra causa”, dice Rinderknecht.
“Las perdices tienen el problema de que vuelan pero poquito”, apunta Jones. “Casi todas tienen plumajes apagados, marrones, pardos, crípticos, para camuflarse. El tema es que cuanto más grande más difícil va a ser camuflarse”, afirma. “Gran parte de las perdices grandes viven en selvas muy impenetrables, o en la puna o a la Patagonia fría y seca, donde disminuye el número de predadores. Las que están en zonas abiertas, donde hay depredadores importantes, en general tienden a ser chiquitas y su defensa es su pequeño tamaño. Esta más grande, en un ambiente como el actual, sería más vulnerable”, conjetura.
“Una perdiz enorme sería más sensible a la caza que las perdices actuales. Y este bicho tiene alrededor de 16.000 o 15.000 años. Si llegaron los humanos, podrían haber tenido un gran problema”, remata Rinderknecht.
Aun así, no podemos saber si los primeros pobladores de esta parte de América del Sur fueron súper felices por haber comido superperdices. De lo que sí estamos seguros es de la felicidad que da saber que el único huevo fósil completo de ave moderna de toda Sudamérica apareció en un barranco de Colonia y que tenemos superinvestigadores para contarnos sus secretos.
Artículo: “The first complete fossil avian egg from the Quaternary of South America”.
Publicación: Journal of South American Earth Sciences (febrero de 2021).
Autores: Andrés Batista, Washington Jones, Andrés Rinderknecht.