Estamos en la Era del Hielo, 20.000 años atrás. El lugar es Europa. Una manada de lobos persigue a un joven y solitario cazador herido, que logra lastimar a uno de los animales y escapa del resto al subirse a un árbol. El muchacho aguarda durante horas sobre una rama hasta que la manada huye, dejando atrás al lobo herido.

Aunque su primer impulso es matar al animal –es, después de todo, un enemigo directo en la lucha por la supervivencia– siente piedad por él. Lo cuida, lo cura, lo alimenta y se gana su confianza. El lobo lo sigue y pronto lo ayuda a cazar y lo defiende de otros animales. Tiempo después, cuando el cazador se reúne con su familia, el animal (hembra, al fin) da a luz un cachorrito bastante dócil que marca el inicio de una hermosa y duradera amistad entre dos especies.

Esta historia preciosa, hasta donde sabemos, es pura ficción. Es, de hecho, parte del argumento de la película Alpha (2018), que ofrece una de las tantas versiones idealizadas del momento en que el humano comenzó la domesticación del perro. Incluso el prestigioso etólogo alemán Konrad Lorenz ofrece su propio relato literario de “cómo pudo haber ocurrido” en el libro Cuando el hombre encontró al perro (1950). En este caso, imagina al hombre de una tribu, en torno a una hoguera, alimentando por primera vez a un chacal salvaje con los restos de una presa.

Lo cierto es que, por mucho que nos obsesione, es poco probable que alguna vez sepamos cómo sucedió exactamente ese acercamiento entre el humano y su compañero más fiel de cuatro patas. La ciencia, sin embargo, sigue rondando la verdad poco a poco como un lobo hambriento, lo que nos permite arrojar un poco más de luz sobre el hecho crucial del pasado que permitió que hoy tu perro te lama cariñosamente la cara o vaya feliz a buscar un palo.

Lo que sabemos

Los estudios sobre la domesticación del perro tienen una zona gris que despierta controversia entre los investigadores, pero aun así hay varios datos que cuentan con un acuerdo más o menos general. Por ejemplo, sabemos que los perros provienen de un ancestro del lobo (Canis lupus) ya extinto y que fue domesticado en alguna parte de ese territorio muy amplio que era Eurasia. Es decir, la curiosidad con la que algunas publicidades bromean sobre nuevas masculinidades es cierta: todos los perros, desde un temible rottweiler a Jazmín, el pequeño yorkshire que saltaba a los brazos de Susana Giménez, provienen de un lobo depredador.

Sabemos también que el perro fue el único animal domesticado (al menos de los conocidos) durante el Pleistoceno, época que culminó hace unos 11.700 años.

La fecha en que ocurrió, si sucedió una o varias veces en forma independiente, y cuáles son los restos más antiguos de un perro doméstico ya son temas más espinosos. Algunos estudios datan en 40.000 años al can doméstico más antiguo, pero la dificultad para diferenciarlo morfológicamente de los lobos embarra un poco las aguas y es parte de otra discusión. Si uno acude nuevamente a lo generalmente aceptado, los restos más antiguos de un perro claramente doméstico tienen unos 15.000 años y fueron hallados en Bonn-Oberkassel (Alemania), enterrados junto a dos seres humanos.

Este punto es muy discutido porque los cambios morfológicos de una especie y su domesticación no se producen al mismo tiempo. La arqueóloga Federica Moreno, del Departamento de Biodiversidad y Genética del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE) y con experiencia en el estudio de perros prehistóricos, cree que los cánidos domésticos del Paleolítico europeo eran perros aunque no se los pueda diferenciar físicamente de los lobos. “Si tenés un evento de domesticación habrá un momento en que el animal ya está domesticado pero todavía no se convirtió en una nueva especie. Las modificaciones morfológicas se dan muy posteriormente, toda la transformación del cráneo, de los dientes y la pérdida de tamaño necesitan de muchas generaciones. Podían ser perfectamente lobos domesticados, porque allí lo que cambia es la relación con el humano, no la morfología del animal”, dijo a la diaria.

Independientemente de esta discusión y del cuándo y dónde se produjo la domesticación, ¿qué sucedió con la llegada de los perros a nuestro continente, América, y qué puede decirnos eso sobre el momento en que se produjo el acercamiento que cambió la vida a dos especies? Entra en escena una doctora cuyo nombre, aunque parezca inventado para la ocasión por el cronista con el objetivo de rellenar espacio, es absolutamente real: Angela Perri, arqueóloga de la Universidad de Durham (Reino Unido). A Ángela y su equipo se les ocurrió una buena idea: analizar los resultados de estudios genéticos de restos de perros hallados en sitios arqueológicos de América del Norte, Siberia y Beringia (el territorio que unía Siberia con Alaska durante la última glaciación) y compararlos con estudios similares de restos de antiguos pobladores.

¿Por qué lo hicieron? El estudio de las “firmas genéticas” de restos de canes ya había demostrado tener relación con los patrones de dispersión de poblaciones humanas tanto en el Ártico como en el Pacífico en los últimos 10.000 años. El análisis genético de antiguos perros en Europa y Oriente cercano comprobó que un haplogrupo específico (una rama del árbol genealógico) de perros llegó a Europa junto a los granjeros del Neolítico. Lo mismo ocurrió con el arribo de los primeros canes a Nueva Zelanda, acompañados de los polinesios, y con el desplazamiento de algunas poblaciones al Ártico hace unos 5.000 años.

Armando el puzle

Lo que Perri y compañía observaron primero, en base al análisis de las muestras de ADN, es que los perros que llegaron a América se separaron en cuatro grupos distintivos genéticamente hace unos 15.000 años, a medida que arribaban a diferentes partes de América del Norte. Lo que su estudio mostró es que los lugares y fechas de esas divergencias coincidían con las de los distintos grupos de pobladores nativos americanos. “La dispersión geográfica y las divergencias genéticas dentro de cada población sugieren que donde iba la gente, iban los perros”, asegura el trabajo.

Todos estos pobladores humanos, agrega el estudio, descienden de un grupo llamado “nativos americanos ancestrales” que surgió en forma distintiva en Siberia hace unos 21.000 años y cruzó a nuestro continente algunos miles de años después. Los antiguos perros cuyos restos fueron analizados por los científicos, por su parte, también descienden de un ancestro común que vivió en Siberia unos 23.000 años atrás.

Si estás preguntándote qué sucedió con todos esos cánidos, ya no existen. Desaparecieron –quizá desplazados por los perros que trajeron los conquistadores europeos– y dejaron sólo algunos rastros genéticos en las razas modernas.

Por lo tanto, los investigadores estiman que lo más probable es que cuando estos antiguos pobladores cruzaron de Siberia a nuestro continente, hace unos 16.000 años, llevaron con ellos a los perros.

De este modo, sospechan que el movimiento “en tándem” de los humanos y los perros comenzó no mucho después de que el ancestro del lobo fuera domesticado. Sin embargo, el hecho de que los primeros habitantes de América hayan traído a sus mascotas con ellos no es el principal hecho sugerido por el estudio. Estas divergencias en paralelo aportan también una posible solución al discutidísimo misterio de cuándo y dónde el lobo se convirtió en perro.

Esa cálida Siberia

Siberia es hoy sinónimo de un destierro helado, el sitio que alberga la ciudad más fría del mundo (Oymyakon) y el temible destino de castigo del Gulag soviético. Su nombre trae a la mente imágenes de un páramo con temperatura extrema y las más duras condiciones climáticas, pero hace poco más de 20.000 años, en medio del Último Máximo Glacial (época súper fría en que se produjo la máxima extensión de capas de hielo de la última glaciación), era un refugio bastante benigno. Había suficiente vegetación para alimentar a muchos animales de presa, que atraían a su vez a carnívoros (entre ellos los seres humanos).

Aquí vivían los antepasados de las poblaciones que luego llegarían a América, los “nativos ancestrales americanos” de los que hablamos párrafos atrás. La evidencia genética muestra que las poblaciones que vivían allí estaban relativamente aisladas, según el trabajo, probablemente debido a las condiciones climáticas duras que rodeaban ese lugar un poco más atemperado. El flujo genético con poblaciones por fuera de Siberia no se produjo durante miles de años e incluso dentro del territorio fue moderado. Uno de los grupos que sí hicieron su aporte genético a los pobladores que luego llegaron a América fue el de los llamados “antiguos siberianos del norte”, que vivieron allí al menos desde hace 30.000 años. Pero no sólo aportaron genes, de acuerdo a los investigadores.

Son ellos, según la hipótesis del estudio, los que domesticaron por primera vez al lobo. Lo que plantean los investigadores es lo siguiente: si las poblaciones que habitaban Siberia estaban incomunicadas desde hacía tanto tiempo, nadie pudo darles perros domesticados y, por lo tanto, tienen que haber iniciado el proceso ellos mismos. Obligados a compartir el mismo espacio durante miles de años, cercados por el frío y corriendo detrás de las mismas presas, lobos y humanos habrían tenido tiempo y oportunidad, 23.000 años atrás, de acercarse para que se produjera la domesticación.

Fueron aquellos antiguos siberianos, durante sus intercambios con el grupo de ancestros americanos que luego cruzaría a nuestro continente, los que les habrían dado los perros que los acompañaron. La teoría ofrece además una solución a algunos de los puntos discutidos que plantean otras hipótesis. Los antiguos siberianos también hicieron intercambios (de los que hay evidencias genéticas) con otros grupos que luego se trasladaron a Eurasia, por lo que descendientes de aquellos primeros perros también podrían haber viajado junto a los humanos en la dirección opuesta. Eso explica la aparición de restos de canes domésticos tanto en América como en Europa en fechas similares. No es que los lobos hayan sido domesticados varias veces, como han propuesto otras teorías: todos provienen del mismo grupo siberiano.

¿Caso cerrado?

¿Resolvimos (aramos, dijo el cronista) finalmente el enigma de la domesticación del perro? La arqueóloga Federica Moreno mueve la cabeza con un gesto que denota poco convencimiento. “Que hayan relacionado eventos genéticos de perros con eventos genéticos humanos es lo mejor del trabajo, y la parte que explica cómo ingresaron los perros y a qué paleopoblaciones pueden haber acompañado me pareció muy buena, pero me parece que a la hipótesis de domesticación le falta evidencia”, dice Moreno, a la que le hubiera gustado también “un poco más de contexto arqueológico y cultural” en el trabajo.

“Falta un poco más de cuerpo para proponer algo así, más datos, porque ellos asumen que esas poblaciones eran chicas, aisladas y que no se mezclaron, y que por lo tanto tampoco se mezclaron los perros”, agrega. No necesariamente tuvo que ser así. La especialista recordó que otro centro de domesticación propuesto, el que ha contado con más aceptación general, es el sureste de China, que plantea una domesticación también a partir de una población de lobos que ya no existe. De allí algunos perros habrían ido para Europa y otros para Siberia, de donde pasaron luego a América de la mano de poblaciones humanas. Esta teoría también establece un solo evento de domesticación, algo con lo que Moreno concuerda.

La teoría del origen siberiano es plausible, pero lamentablemente no salda el debate. ¿Qué necesitamos entonces para resolver la discusión de una vez por todas? “No creo que se pueda lograr nunca”, nos desilusiona Moreno. “Se seguirán proponiendo cosas y a lo sumo se pueden ir descartando algunas”, agrega. Pero es ahí donde una mala noticia para el planeta, como el deshielo del permafrost siberiano, puede ser una buena noticia para aclarar un poco este panorama.

“El análisis de ADN antiguo ha avanzado muchísimo y como a medida que retrocede el hielo en Siberia aparecen nuevos restos arqueológicos con material muy bien conservado, va a haber una nueva explosión de información que podría servir para apoyar o descartar esta teoría”, dice la arqueóloga.

Los autores del trabajo saben que para un respaldo más concluyente de su hipótesis faltan datos y que los nuevos hallazgos en Siberia podrían aportarlos. Hay otros fósiles de cánidos de más de 17.000 años de antigüedad hallados en la región, esperando aún revelar los secretos que guarda su ADN. Mientras tanto, cada vez que compres una bolsa de comida para tu perro, él te demuestre su alegría y una sensación cálida te recorra el cuerpo, pensá que quizá, sólo quizá, debas agradecérselo a un siberiano prehistórico que hace 23.000 años comenzó todo junto a un lobo hambriento.

Artículo: “Dog domestication and the dual dispersal of people and dogs into the Americas”.
Publicación: Proceedings of the National Academy of Sciences PNAS (2021).
Autores: Angela Perri, Tatiana Feuerborn, Laurent Frantz, Greger Larson, Ripan Malhi, David Meltzer, Kelsey Witt.

Pelearé con perros prehistóricos

Federica Moreno, investigadora Nivel I del Sistema Nacional de Investigadores, es coautora de un trabajo que analiza el hallazgo de cinco perros domésticos recuperados en sitios prehistóricos de las tierras bajas del sureste uruguayo. ¿Qué podría aportar un estudio genético de estos restos, similar al hecho en el trabajo de Perri y compañía? Seguramente descubriríamos que son animales con el mismo subhaplotipo genético que los analizados en el paper mencionado, pero para la arqueóloga eso no sería lo más interesante, dada la lejanía que tienen con esos animales.

“Podríamos establecer, por ejemplo, cómo se vinculan geográficamente con los perros precontacto encontrados en Argentina y el sur de Brasil, lo que permitiría estudiar qué conexiones había entre las poblaciones de la época en territorio uruguayo con las de esas otras regiones”, señala Moreno. Con una ayudita del ADN, podrían sumar nuevos aportes a la discusión que iniciaron en su trabajo anterior sobre el rol económico, social y simbólico-ritual de los perros en esas sociedades.