La gripe española, llamada a menudo “la madre de todas las pandemias”, dejó algunas escenas macabras y también de pánico en el Uruguay de hace más de un siglo. Los trabajos de investigadores e historiadores de la medicina, como Sandra Burgues Roca, Antonio Turnes y Víctor Serrón, dan cuenta de ello. Por ejemplo, entierros masivos (especialmente en el interior), militares echando inútilmente creolina por las calles, policías abriendo las maletas de inmigrantes recién arribados en barco y fumigando su contenido (también inútilmente), vehículos fúnebres cargando cadáveres desnudos en Rivera, cuerpos en putrefacción en el hospital del mismo departamento, un convaleciente de la gripe despertándose cuando era llevado a la morgue en Tacuarembó y hasta un Poder Legislativo sin sesionar debido a la ausencia de diputados y senadores, afectados por la enfermedad.

Al igual que la covid-19, la mal llamada gripe española fue una zoonosis. Se originó probablemente en aves y, aunque hay discusión al respecto, saltó a los humanos en Kansas, Estados Unidos, propagándose rápidamente gracias al movimiento de tropas en los finales de la Primera Guerra Mundial. España fue uno de los tantos países afectados, pero como no estaba en guerra y, por lo tanto, la información no se encontraba bajo censura militar, lo que ocurría allí se difundió masivamente.

A Uruguay se estima que arribó a fines de setiembre de 1918, a bordo del barco inglés Demerara (el “barco cero”, digamos), aunque las autoridades demoraron algunas semanas en reaccionar. Luego, llegó lo que para nosotros es ahora la normalidad: uso de tapabocas, distanciamiento social, cierre de escuelas, liceos, universidad, teatros, cines, y prohibición de “espectáculos públicos de larga duración”. A diferencia de lo que ocurre hoy, estas medidas sólo se tomaron en los momentos de mayor incidencia del virus: un par de meses a fines de 1918 y otro período similar en el invierno de 1919.

Si bien la gripe española causó una mortalidad considerable en Uruguay, especialmente en el interior durante la primera ola, fue la morbilidad lo que impactó más en el ánimo de la población. Según las cifras oficiales, 287.888 personas se infectaron en la primera ola y 926 murieron. En la segunda ola hubo 136.196 enfermos, pero la mortalidad creció: fallecieron 1.089 personas. Oficialmente, entonces, la gripe española dejó en Uruguay 2.015 muertos. Se calcula que entre febrero de 1918 y abril de 1920 afectó a casi un tercio de la población mundial y mató entre 40 y 100 millones de personas, una cifra mucho más significativa que las 3.130.000 víctimas mortales que lleva la covid-19 en el planeta hasta ahora, especialmente si se considera la población del momento (1.800 millones).

En Uruguay, sin embargo, el nuevo coronavirus superó la semana pasada a la gripe española en cantidad de muertes. Hasta el lunes 26 de abril 2.391 personas habían fallecido debido a la enfermedad, con 187.349 casos positivos. Con la pandemia aún en curso, es probable que en números fríos la covid-19 sobrepase con mucho margen en Uruguay a las cifras de mortalidad de la peor pandemia de la historia moderna. ¿Cómo es posible que haya sucedido esto? Es una pregunta llena de trampas, pero amerita hacer el intento de acercarse a una respuesta.

Campo minado

Con dos pandemias separadas por más de 100 años, virus de familias distintas y sociedades que cambiaron tan radicalmente, hacer comparaciones es como entrar en un campo minado en el que –como en una pandemia– cualquier variable puede explotar en la cara. Lo mismo sucede si uno intenta determinar cuál de las dos enfermedades resulta intrínsecamente peor o más grave, más allá de la abrumadora diferencia en materia de números a nivel mundial.

Hay muchas cosas a tener en cuenta a la hora de analizar cómo una pandemia de coronavirus que, dependiendo del cálculo que se tome, hasta ahora dejó entre 13 y 32 veces menos fallecidos en el mundo que la gripe española logró, sin embargo, provocar una cifra más alta de mortalidad en Uruguay. Las condiciones sanitarias no son las mismas, ni las herramientas de comunicación, ni los avances médicos, tecnológicos y científicos, la fidelidad de los datos o el desarrollo de los medios de transporte.

Para empezar, una duda razonable: ¿cómo saber si las cifras oficiales sobre mortalidad y morbilidad de la gripe española en Uruguay son ajustadas? Como señala Burgues Roca, muchas personas no consultaban por sintomatología y la población acudía directamente a las farmacias a conseguir la medicación tradicional para los síntomas de gripe. No existían ni los test PCR ni el secuenciado de genoma para cerciorarse de que efectivamente muchos pacientes tuvieran la “grippe insólita”, como también se la llamó.

Además, el diagnóstico de la gripe tenía la dificultad adicional de la incidencia en un mismo ambiente de varias enfermedades infecciosas comunes en la época, como tuberculosis, o difteria, entre otras.

Sin embargo, trabajos recientes nos brindan herramientas para comprobar cuánta precisión tienen estos datos. Uno de ellos, hecho poco antes de que se desatara la actual pandemia, es “The 1918 influenza pandemic in Montevideo: the southernmost capital city in the Americas”, realizado por el biólogo molecular Juan Cristina junto con Raquel Pollero y Adela Pellegrino, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.

Afinando el lápiz

El objetivo central del trabajo de Cristina y compañía no era determinar la plausibilidad del número de víctimas oficiales de la gripe española, sino analizar la dinámica de aquella pandemia en el extremo sur americano (para el que no abundan los estudios) y aprender de ello pensando en el futuro. Un futuro que, en este caso, llegó pocos meses después de que divulgaran el trabajo en la publicación Wiley. Por ejemplo, les permitió comprobar cómo este tipo de pandemias no depende de la estacionalidad típica de los virus respiratorios y puede tener su pico en plena primavera, como sucedió en Uruguay en 1918. El trabajo también concluye que Uruguay “zafó” de la primera ola global de la pandemia pero fue golpeado por la segunda, la de mayor impacto, que en el mundo duró desde agosto de 1918 hasta comienzos de 1919.

Pero el virólogo y sus colegas analizaron también un punto central para el tema que ocupa estas páginas. Identificaron la mortalidad aproximada ocasionada por la gripe española en Montevideo al calcular el exceso de muertes registradas por problemas respiratorios en esos años, en relación con el promedio estadístico de años anteriores. Lo hicieron sólo con los datos de Montevideo, no de todo el país, debido a que la capital contaba con los registros más fidedignos. De acuerdo con esos datos, hubo un exceso de 513 muertes por problemas respiratorios en Montevideo en 1918 y de 801 en 1919.

¿Significa esto que las cifras oficiales de muertes por la gripe española en todo Uruguay son plausibles? “Totalmente”, responde el virólogo. “Hay muy buenos datos y su calidad es precisa, con una descripción detallada de los síntomas. El sector de salud del Uruguay en esa época tenía niveles similares a los europeos y se hizo un trabajo muy bueno”, agrega.

La casuística del virus también fue distinta. Mientras que el nuevo coronavirus comenzó a aumentar su incidencia en forma sostenida desde los últimos meses de 2020, forzando a mantener las medidas de distanciamiento, la gripe española tuvo dos olas claras e intensas en Uruguay: el período de octubre y noviembre de 1918, y luego el de julio a setiembre de 1919. La suspensión masiva de eventos, clases y espectáculos sólo se mantuvo durante esos meses.

“Aunque ambos son virus respiratorios, no hay que olvidar que provienen de dos familias completamente distintas, con estrategias de replicación diferentes. No se puede trasladar totalmente lo ocurrido de uno a otro, aunque sí te permita aprender cosas”, advierte el virólogo.

También pone en juego otro factor. “La demografía de 1918-1919 no es la misma que la de Uruguay ahora. Suponiendo que el total de muertos por la gripe española en 1919 fue efectivamente 1.089, imaginate el impacto de esa cifra en el país de 1918-1919”, explica.

Un millón y medio de técnicos

Para ser más claros, no es lo mismo una población de unos tres millones y medio de personas, como tenemos de acuerdo a las proyecciones basadas en el último censo, que una de 1.430.000, como teníamos en 1918. El impacto de las cifras de mortalidad varía.

El demógrafo Ignacio Pardo, a quien acudimos para navegar los agitados mares de las tasas poblacionales, aclara que si bien se suelen utilizar indicadores como el mencionado “exceso de mortalidad”, puede calcularse la tasa de mortalidad específica de la covid-19 en 2021. Con datos hasta el 25 de abril, esa tasa de mortalidad estaría en el entorno de las 61 muertes cada 100.000 habitantes (en 2020 fue de cinco cada 100.000).

Si tomamos en cuenta los datos oficiales de la gripe española, en 1918 la pandemia dejó una tasa de 65 fallecimientos por gripe cada 100.000 habitantes y en 1919, de 76 cada 100.000.

Con estos datos se puede concluir que el impacto de la gripe española fue mayor en la población uruguaya, pero no hay que olvidar que la covid-19 aún está en curso. Para igualar la tasa de mortalidad por gripe de 1918-1919, los fallecimientos por covid deberían llegar a 5.000, cifra que podría impedirse alcanzar si los efectos de la vacunación masiva comienzan a incidir en breve (entre otros factores). Para llegar a ese número tendrían que mantenerse las terribles cifras actuales de fallecimientos diarios (60 en promedio en la última semana) al menos un mes y medio más, lo que uno espera que no suceda.

Pardo aclara además que hay diversas estimaciones sobre las cifras de mortalidad de la gripe española –como dijimos, no era fácil adjudicar la causa de muerte en todos los casos–, pero recuerda que el exceso de mortalidad en 1918 y 1919 no alcanza a constituir una “crisis de mortalidad”, tal como catalogan los expertos en el tema (entre los que figuran Pollero y Pellegrino para el caso uruguayo) a episodios de mayor letalidad. Por ejemplo, los registrados en Uruguay en el siglo XIX, de la mano del cólera en una ocasión y la fiebre amarilla en otra.

Los virus, esos pasajeros

Las diferencias demográficas del Uruguay de la gripe española y el de la covid-19, sin embargo, no son suficientes para explicar la gran incidencia de la mortalidad de esta última en el país en relación con la pandemia de hace un siglo. Aquí es donde entran en juego otros factores. Los virus viajan tan rápido como la tecnología de la época les permite, algo que se nota en la distribución e impacto de ambas enfermedades en el mundo. Como dice Cristina: “Imaginate que en 1918 no tenés las aerolíneas comerciales, no vas en 24 horas de un extremo al otro en el mundo. Pensá en la cantidad de personas que bajan por día en el aeropuerto de San Pablo. Es un cambio epidemiológico que no estaba antes en la ecuación. Hoy realmente tenés un mundo globalizado”.

Por eso, insiste en que hay que mirar las virosis regionalmente y no sólo apuntar al país. Y si uno analiza las estadísticas regionales ve que la mortalidad de ambos virus fue muy distinta según los continentes. En la pandemia de coronavirus el continente americano acumuló hasta ahora casi la mitad de las muertes a nivel mundial, mientras que en la gripe española sólo llegó a 4%, (tomando como base el estudio hecho por David Patterson y Gerald Pyle en 1991, que marca cautelosamente en 40 millones el total de muertos de la gripe española).

Aquella pandemia alcanzó a la mitad de los países que la covid-19, pero afectó desproporcionadamente algunas regiones. Si uno sigue el trabajo de Patterson y Pyle, Asia se llevó la peor parte, con 33 de los 40 millones de fallecidos.

No sólo la capacidad de los virus para tomarse aviones explica esta incidencia tan desigual de ambos virus. También entran en juego las variantes del SARS-CoV-2 que hicieron sentir sus efectos con más fuerza en 2021. “No podemos explicarlo solamente por una razón o por los números limpios. Hay variantes virales que llegaron a la región con muchas ventajas evolutivas. No sólo ocurrió aquí, también hubo en Reino Unido, Sudáfrica y California, y habrá otras, pero la emergencia de variantes sin dudas es un factor, aunque no explica todo”, puntualiza en referencia a las variantes P1 y P2.

Con la aparición de estas variantes se incrementó la transmisibilidad, ya que desarrollaron la capacidad de generar mejores “llaves” para entrar en las cerraduras de nuestras células. “O sea que si tengo un virus tres veces más contagioso ahora, tendré tres veces más personas infectadas y más mortalidad”, aclara Cristina, para remarcar luego que no hay una sola explicación y que con esto no intenta justificar o suavizar lo que ocurre ahora: “Si uno ve las estadísticas por millón de personas, los números nos están dando realmente mal, no se puede mentir”.

Dos tragedias

Dentro de ese embudo de obstáculos que fuimos poniendo a ambos virus, hace un siglo y ahora, queda otro factor para analizar: las medidas no farmacológicas y el comportamiento de la población.

“Son dos tragedias. Uno diría que se podría haber hecho algo más ahora, porque uno tiene medidas de siglo XXI, pero sociológicamente no somos el mismo país. No soy historiador, pero habría que ver también cuánto han influido las sociedades de la época; creo, por ejemplo, que las redes sociales juegan un papel en el comportamiento de las personas que en 1918 no existía”, afirma el virólogo al respecto.

“Las virosis emergentes son una tragedia siempre y así deben tomarse: como tragedias nacionales”, señala, para hablar luego del trabajo de médicos e investigadores en ambas situaciones. “Hicimos todo lo posible, pero tenemos más de 2.000 compatriotas fallecidos por covid. En aquel momento, con la gripe española, supieron cumplir. Se la jugaron, igual que ahora. Hicieron lo que podían hacer, y creo que no había mucho más al alcance en ese sentido, pero no puedo decir cuál fue la respuesta real de la población en una sociedad más estructurada”, señala.

Para ejemplificar cómo la estructura y comportamiento de una sociedad puede cambiar la forma en que una pandemia afecta la mortalidad, recuerda que en el caso de la gripe española las mujeres se enfermaron menos que los hombres. “La organización del trabajo era distinta por entonces; las mujeres normalmente estaban en la casa y los hombres jóvenes salían a trabajar y fueron justamente los más afectados”, señala. La gripe española, a diferencia de la covid-19, tuvo como víctimas principales a los adultos jóvenes, seguidos por los niños en edad escolar.

Para el virólogo, la pregunta de por qué impactó más la covid-19 que la gripe española en Uruguay en números fríos, especialmente después de un 2020 en que el país logró manejar bien la pandemia, no tiene una respuesta fácil. Como vimos, hay todo un abanico de factores a considerar, pero lo que queda tras repasarlos es el drama de dos sociedades separadas por un siglo.

“Contestando como colega del GACH, desde el punto de vista científico realmente estoy convencido de que se hizo todo, dejamos el alma”, asegura. ¿Y desde el punto de vista político? “Yo eso no lo puedo contestar”, concluye.