En la primera parte de esta guía repasamos algunas reglas generales del juego de la argumentación. Vimos que existen cuatro barajas (juicios de valor, enunciados analíticos, enunciados empíricos y enunciados metafísicos), consideramos qué cartas contiene cada uno y especificamos los modos en que es correcto hacer juego dentro de cada baraja, incluso combinando cartas de distintas barajas. También mostramos dos estrategias muy utilizadas para burlar aquellas reglas: la apelación a la probabilidad y el entimema. En esta segunda entrega veremos algunos trucos para hacer mejores juegos dentro de aquellas y otras estrategias del timo.
1) Improving the tricks
Los tres trucos que aprenderás en este apartado se valen del mismo recurso: apelar a una valoración del dealer (quién reparte las barajas argumentales) para determinar la sustancia del argumento. En otras palabras, suponer que la consideración de la moral o sapiencia del emisor es criterio suficiente para determinar la veracidad (o falsedad) de una afirmación. Violan las reglas básicas de justificación de enunciados que vimos en la primera parte de esta guía: que alguien sea bueno (o malo) no significa que algo en el mundo exista (o no exista). Sin embargo, funcionan. De eso va justamente el arte del timo.
1.1) Matar al mensajero
Probablemente el recurso más utilizado en nuestro gremio sea la apelación a argumentos ad hominem. Así se los llama en latín (el uso de expresiones en latín, como en inglés, a lo que apelamos en el título de esta parte de la guía, es en sí un truco para darle un carácter elevado a nuestras trampas. Lo veremos con el truco 2.3 cuando hablemos de comodines y palabras ascensor).
Argumentos contra el hombre: realizas una afirmación y la justificas haciendo notar que su opuesta es defendida por alguien muy pero muy malo. Este recurso, que podría resultar válido para juicios de valor, se utiliza incluso para enunciados empíricos. En tiempos de pandemia tanto los progre-catastrofistas como los negacionistas han recurrido a él. Para los primeros es claro que la minimización del problema por parte de tipos tan malos como Donald Trump o Jair Bolsonaro constituye evidencia en favor de la existencia del problema sanitario. Para los últimos resulta evidente que, si las noticias sobre una pandemia provienen de las multinacionales farmacéuticas y del creador del sistema operativo que usás a diario, debe de haber gato encerrado. Lo interesante es que aquí no hay dos tipos de enunciados involucrados, sino tres. Hay un juicio de valor (Trump es malo, por ejemplo) un enunciado empírico (existe una pandemia, por ejemplo) y un enunciado analítico (¿acaso no forma parte de la definición de “malo” el decir falsedades?). Aquí interesa que notes el lindo enredo de enunciados que se ha armado. Recuerda esta consigna: a argumentos revueltos, ganancia de timadores.
¿Cómo es posible demostrar que una cosa es consecuencia de la otra? ¿Recuerdas la puerta de Jean-François Lyotard (primera parte de esta guía)? No existe conexión, en términos de lógica de predicados, entre el enunciado (empírico) la puerta está cerrada y el enunciado valorativo (prescriptivo) abrid la puerta. Este principio vale también a la inversa: del enunciado prescriptivo abrid la puerta no puede derivarse ninguna consecuencia empírica respecto del estado de la próxima puerta con que nos topemos. La próxima puerta, sea cual sea la intensidad de nuestro deseo de abrir puertas, podrá estar cerrada, abierta o entornada. Del mismo modo, de un juicio valorativo sobre la bondad o maldad de una persona no puede deducirse nada acerca de la verdad o falsedad de algo que sucede (o no sucede) en el mundo.
Afortunadamente no siempre prevalece este tipo de falacia. Si así fuera, buena parte de los biólogos habrían desechado por falso el modelo de la doble hélice del ADN, ya que fue propuesto por James Watson, un individuo “racista, machista y homófobo”. Y buena parte de los investigadores de todas las disciplinas hubieran considerado falsa toda la estadística basada en el modelo de regresión, ya que fue formulado por Francis Galton, un defensor del mejoramiento de la raza, que propició para tales fines “limpiezas étnicas y esterilizaciones forzosas”. Más allá de las valoraciones que cada uno haga respecto de las ideas de James Watson, confirmamos a diario la verdad de la estructura del ADN que junto a Francis Crick (gracias a haber tomado “prestada” una imagen obtenida por Rosalind Franklin) propuso en 1959. Y con independencia de lo que opinemos sobre las ideas eugenésicas de Galton, los modelos de regresión se corren con éxito miles de veces al día en computadoras de estadísticos de todo el espectro político, moral y cultural del planeta.
Una variante de los argumentos ad hominem (y podés usarla) es cuestionar la sanidad mental de quien propone un enunciado empírico contrario al tuyo. Hace algunos años, mientras repasábamos las conferencias de Max Weber de 1919, una estudiante interrumpió para cuestionar los argumentos del alemán, indicando que en aquel momento cursaba una depresión mayor. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? La situación psiquiátrica del emisor de un enunciado podría resultar de interés para un biógrafo. Seguramente en este caso para las neurociencias (¿cómo un individuo con tan poca dopamina en su cerebro pudo haber dictado dos conferencias tan geniales?). Pero la veracidad o falsedad de un enunciado empírico (como los que estábamos comentando en aquella oportunidad) sólo puede evaluarse considerando su ajuste o desajuste con evidencia empírica. Lo mismo vale para la filosofía. Considera los cuestionamientos a las ideas de Friedrich Nietzsche, fundados en su estado de salud mental como consecuencia de la sífilis.
¿Por qué muchos de nuestros interlocutores apelan a esta trampa? Lo veremos un par de trucos más adelante (truco 1.3). Por lo pronto, utilizá esta táctica confiado en que funciona. Difícilmente puedan proponerte un contraargumento ganador. Lo único que debés evitar son las preguntas. Recordá esta otra consigna: a los timadores no les preocupan las afirmaciones de los demás, sino sus preguntas.
Supongamos que afirmás que A (algo en el mundo) es falso porque P (una persona), que dice que A es verdadero, es mala. Tu interlocutor podría preguntarte: “¿Y si la veracidad de A fuera afirmada por Q, una persona tan buena, digamos, como Gandhi? ¿Continuaría siendo falso?”. En este punto te encontrás en aprietos, ya que cualquiera sea tu respuesta habrán descubierto la trampa.
Si contestás afirmativamente (A continuaría siendo falso aun cuando alguien bueno afirmara su veracidad), tu interlocutor acotaría: “Bueno, en tal caso, pareciera que la verdad o falsedad de A no depende de la bondad o la maldad de quien emite tal enunciado. ¿Qué tal si dejamos entonces por un momento las consideraciones acerca del carácter moral de tu P y de mi Q, y orientamos nuestros esfuerzos a obtener evidencia empírica respecto de la verdad o falsedad de A?”.
Una respuesta negativa de tu parte (si alguien bueno afirmara la verdad de A, entonces A pasaría a ser verdadero) habilitaría a tu interlocutor a decir: “En tal caso tu afirmación refiere a algo en la psicología de los emisores, no en el mundo externo”. Como decía Charles Sanders Peirce en Cómo esclarecer nuestras ideas, “la realidad es independiente [...] de lo que tú o yo, o cualquier número finito de hombres, pensamos de ella”. Es imposible que algo en el mundo externo sea falso si lo afirma P (tu hombre malo) y verdadero si lo afirma Q (mi nuevo Gandhi). Llegado el punto, tu interlocutor podría decirte: “¿Qué tal si dejamos entonces por un momento las consideraciones acerca del carácter moral de tu P y de mi Q, y orientamos nuestros esfuerzos a obtener evidencia empírica respecto de la verdad o falsedad de A?”.
Existe una tercera alternativa, pero debés descartarla de plano. Podrías responder: no sé. Pero en tal caso tu interlocutor continuaría: “Bien, parece ser que la condición moral del emisor no es un indicador muy fiable de la falsedad o veracidad de un enunciado. Si lo fuera, sería tan sencillo sostener, como lo haces, que los malos dicen falsedades como que los buenos dicen verdades. ¿Qué tal si dejamos entonces...?”.
Más allá de esta situación particular, debés tener claro que la duda es una señal de debilidad de las personas honestas. Los timadores no dudamos. Nunca. Por eso de las tres respuestas posibles, esta última es la menos recomendable. Sé contundente en tus afirmaciones falaces y evasivo con las preguntas de tu auditorio.
1.2) Si lo dicen el Chino y el Tony
Esta falacia es formalmente idéntica a la anterior, pero en sentido contrario. Podríamos denominarla argumento pro hominem, pero no he encontrado esa expresión en ningún sitio, más allá de la doctrina jurídica.
Argumentos en favor del hombre: tal enunciado acerca de algo en el mundo es verdadero porque así lo afirma una persona buena, o portadora de algún otro atributo positivo. No se utiliza mucho en los juegos de argumentos, aunque es una de las preferidas por la publicidad (una versión caricaturesca, que tiene la virtud de insinuar que el guionista es consciente de su uso, es el anuncio de una empresa de seguridad).
Aplican las mismas consideraciones realizadas para la falacia anterior.
1.3) Dígame licenciado
Esta sí es muy utilizada para hacer trampa en el juego argumental. Falacia de apelación a la autoridad o, en casos extremos, ad baculum (argumento del bastón). Puede considerarse una versión de la falacia anterior, ya que también apela a un atributo positivo del emisor: en este caso su competencia en la materia sobre la que versa el enunciado. Llamémosle falacia dígame licenciado, en homenaje al gran Chespirito.
Lo bueno de este recurso es que se encuentra muy extendido entre grupos de individuos que se dedican honestamente a descubrir los secretos de la naturaleza, en algunos casos no con la intención de hacer trampa, sino por simple narcisismo.
Apelación a la autoridad. Antes de ofrecer una sola evidencia empírica en favor o en contra de un enunciado empírico, preséntate como un experto en la materia. Aquí aplica la regla de la adición simple: si eres licenciado, y además obtuviste un master y además un PhD, menciona las tres cosas, aunque la última generalmente implique las dos anteriores. Puedes presentar además algún número, antecedido de la abreviación MAT (por matrícula, que hace referencia a un registro de profesionales en el cual te encuentras incluido). Membresías en academias o colegios también cuentan.
Los argumentos de apelación a la autoridad campean en época de pandemia tanto en boca de tecnócratas que afirman la existencia de la emergencia sanitaria como de conspiranoicos que la niegan.
Aplican también las consideraciones realizadas para las falacias anteriores. Que una persona acredite conocimientos generales acerca de una parte del mundo al que refiere un enunciado empírico particular no constituye evidencia sobre la veracidad o falsedad de ese enunciado. ¿Por qué entonces esta, como las anteriores falacias, funciona? Veamos.
Un título universitario es una credencial socialmente aceptada. Certifica que tenés competencias en determinada área. Un título técnico cumple la misma función. Generalmente confiamos en credenciales y eso está bien. Si tuviera un accidente de tránsito y en la sala de emergencias me informaran que están esperando a un cirujano para que me evalúe, seguramente me tranquilizaría (y entraría en pánico si me dijeran que están esperando a un sanitario). Por otra parte, si una tubería del baño de mi casa se rompiera, seguro llamaría a un sanitario, no a un cirujano. Las credenciales son útiles. No podemos estar solicitando todo el tiempo evidencia de todo a todo el mundo. Confiamos. Y eso es bueno.
Pero aquí nos encontramos frente a una situación de interacción muy específica. Una en que queremos justificar afirmaciones. De eso se trata el juego argumental. En este juego en particular, pierde sentido la apelación a la autoridad. Imagina una baraja conformada por 39 cartas y un título de universitario que mata a las anteriores 39. Difícil de barajar. Y tremendamente aburrido de jugar.
En la siguiente parte consideraremos trucos que pueden prescindir de este engaño.
2) Más trucos
En el apartado anterior consideramos trucos que consistían en apelar a una condición (moral o sapiencial) del emisor como criterio de veracidad o falsedad de una afirmación. Si bien estos trucos generalmente funcionan, basta que tu interlocutor te invite a considerar el enunciado en sí, es decir, con independencia de la bondad o las credenciales de quien alguna vez lo formuló, para que se descubra la trampa. Los trucos de este apartado se realizan exclusivamente dentro de los arreglos de enunciados.
2.1) Existo, luego pienso
Invirtiendo la inferencia. Los razonamientos de inferencia inductiva comienzan con enunciados observacionales para llegar a un enunciado universal. Siguiendo el ejemplo clásico de Karl Popper: veo un cisne blanco, luego otro cisne blanco, luego otro más blanco... y luego de muchas observaciones consistentes con la blancura de los cisnes, formulo la proposición todos los cisnes son blancos. Popper demostró que este modo de razonar no es válido, ya que por alto que sea el número de observaciones de cisnes, no estoy justificado para afirmar que “todos” los cisnes (incluidos los cisnes que aún no he visto o que aún no han nacido) serán forzosamente blancos. Propuso como alternativa afirmar: hasta ahora todos los cisnes que hemos visto son blancos. Y estar dispuestos a abandonar esa afirmación ante el primer cisne no-blanco que observemos en el futuro.
La propuesta de Popper fue recibida con beneplácito en las bibliotecas, pero no produjo grandes cambios en los laboratorios. Es que una afirmación del tipo todos los cisnes son blancos (pensemos en su lugar en una teoría como la de la gravedad o de la evolución) funda creencias sobre las que podemos llevar adelante nuestras investigaciones. Refutar una creencia puede llegar a ser muy costoso. Supone cuestionar lo que hacemos habitualmente, modificar prácticas, desdecirnos de mucho de lo que hemos sostenido. Como decía Leslie Stevenson en Diez teorías sobre la naturaleza humana, “Hace falta valor para cuestionar o abandonar el compromiso de una vida”.
Irme Lakatos mostró cuánto luchan las ciencias por mantener a salvo sus teorías de fondo de evidencias que no las respaldan (esos cisnes negros que vienen a complicarnos la vida). Por ejemplo, en su libro La metodología de los Programas de investigación científica, identificó cómo la ciencia apela a la definición de hipótesis auxiliares, que permiten explicar un fenómeno extraño sin cuestionar la teoría de fondo.
¿A qué viene todo esto en una Guía básica del timador? No te apresures. Observá lo que se hace de buena fe fuera de nuestro negocio y ve si algún recurso te sirve como insumo para elaborar una trampa.
Una forma extrema de mantener a salvo una teoría que damos por cierta a priori es salir a buscar exclusivamente evidencia que concuerde con lo que la teoría predice, descartando toda aquella que la refute. Como fotografiar sólo gatos negros y presentar el material gráfico como evidencia de que todos los gatos son negros. ¿Entendés de qué va el truco?
Podés subir un escalón. Por ejemplo:
Los gobiernos quieren vigilarnos.
Los gobiernos promueven que instalemos aplicaciones en nuestros teléfonos para rastrear nuestros movimientos, con la excusa de controlar una supuesta pandemia.
La plan-demia es un invento de los gobiernos para vigilarnos.
Frente a este razonamiento tu interlocutor, en lugar de contradecirte, podría proponerte un trueque: “¿Qué tal si dejamos por un momento tu teoría a priori acerca la maldad de los gobiernos y, en su lugar, procuramos llegar a un acuerdo respecto de la existencia o no existencia de una pandemia? Debemos comenzar con un enunciado analítico del tipo: ‘Una pandemia es un estado de cosas en el que se verifica A, B, C y D’. Estamos en el campo de las definiciones, así que lo único que se requiere es llegar a acuerdos sobre el significado de A, B, C y D. Luego, salgamos juntos a recoger evidencia acerca de la existencia de A, de B, de C y de D en la actualidad. Si no encontramos evidencia al respecto, volvemos a tus argumentos iniciales. Pero si la encontramos, habremos llegado juntos a la conclusión de que la pandemia es real, más allá de las aplicaciones de movilidad, las vacunas o lo que sea”.
No aceptes preguntas ni aceptes trueques, ¿entendido?
En su lugar continuá ensayando nuevos arreglos que supongan la inversión de la inferencia. Por ejemplo:
Los laboratorios crearon este virus para hacer dinero con la venta de sus vacunas.
Pero no es un negocio sustentable ya que llegaremos a la inmunidad de rebaño.
A menos que... los laboratorios creen variaciones del virus, para las cuales no sean efectivas sus vacunas y así poder crear y vendernos nuevas vacunas para cada nueva variación.
¡Hemos armado un nuevo arreglo de enunciados conspiranoico!
¿Pero qué hay de la evolución, las mutaciones, todo eso que sabemos desde hace tanto tiempo? Si te atrevés a dar un paso más, podrías afirmar que Charles Darwin escribió El origen de las especies (1859) con la intención de valorizar sus acciones en AstraZeneca. Pensá en una teoría a priori sobre los viajes en el tiempo, y lo tenés hecho.
2.2) Razonando en círculos
En ¿La construcción social de qué? Ian Hacking cuenta lo siguiente: “Se dice que JL Austin y sus colegas filósofos del lenguaje de los 50 practicaban un juego llamado Vish! Buscas una palabra y luego buscas las palabras de su definición en el diccionario. Cuando vuelves a encontrar la palabra original, gritas Vish! (círculo vicioso)”.
El juego de Austin y sus colegas al que refiere Hacking ilustra bien la naturaleza de esta nueva trampa. Consiste en presentar como un descubrimiento algo que está incluido en una definición. Por ejemplo, la reiterada afirmación de que los poderosos están sacando provecho de la pandemia. Mira el dinero que está haciendo Amazon. Cómo han aumentado las acciones de Netflix. Ni que hablar las de las farmacéuticas. Allí están nuestros amigos del Banco Mundial ofreciendo préstamos para superar la crisis. Seguro se trata de una plan-demia, orquestada por todos estos malvados.
En este punto tu interlocutor podría comenzar con una pregunta que diera lugar al siguiente diálogo:
–¿Qué es para ti algo o alguien poderoso?
–Bueno, se trata de personas o instituciones que manejan más recursos que el resto de nosotros.
–Más recursos. Bien ¿Y qué suelen hacer con esos recursos? ¿Los ponen a plazo fijo?
–Bueno, quizás algunos sí. Pero otros los usan.
–Ah, los usan ¿y para qué los usan?
–Y bueno, para muchas cosas.
–¿Para obtener más recursos, por ejemplo?
–Claro, para obtener más recursos. Definitivamente ese es uno de los usos.
–¿Y cómo lo hacen?
–Bueno, dada una situación, movilizan sus recursos para obtener más recursos de esa situación.
–O sea que me estás diciendo que las personas o instituciones con capacidad de movilizar recursos para sacar provecho de situaciones movilizan recursos para sacar provecho de una situación.
–Eso.
–¡Vish! Yo tengo también un hallazgo para compartir contigo: he descubierto que los mamíferos toman leche de su madre para alimentarse.
Pero funciona, increíblemente funciona. Recordá simplemente no aceptar preguntas de tu interlocutor.
2.3) Usando comodines y palabras ascensor
En el libro ya mencionado, Ian Hacking dice los siguiente: “Junto con los “objetos” y las “ideas” necesitamos tomar nota de un grupo de palabras que surgen de lo que Willard Quine llama ascenso semántico: verdad, hechos, realidad. Puesto que no hay una forma común de agrupar estas palabras, las llamaré palabras ascensor porque elevan el nivel del discurso en las discusiones filosóficas”.
No sólo en las filosóficas. Agregá al disparatado enunciado que formulás en un programa de televisión, un periódico o la mesa de un bar algo así como: “Los hechos demuestran que” o “Es una realidad que”. En sí mismas estas palabras no dicen absolutamente nada. Pero elevan tu argumento. Usalas.
Por otra parte, así como en algunas barajas existen comodines (cartas que te ayudan a formar juego), en el mundo de los argumentos existen palabras que te permiten hacer juego casi con cualquier arreglo de enunciados.
Quisiera llamar la atención sobre un tipo especial de comodín lingüístico, al que hicimos referencia en la primera parte de esta guía: las palabras con una connotación universalmente positiva, o negativa. Me refiero a términos como “democracia”, “libertad”, “igualdad”, “vida”, respecto de los que sería realmente extraño encontrar a un ser humano que les asignara un valor negativo. O palabras como “discriminación”, “autoritario”, “flagelo”, “terrorista”, palabras frente a las cuales sería sorprendente encontrar un ser humano que les asignara un valor positivo.
Palabras que denotan valores universalmente aceptados. Agregá a tus enunciados empíricos alguna de las positivas para mejorar las chances de convencer a tu interlocutor sobre su veracidad. O una de las negativas si querés demostrar su falsedad. Ya lo sé, de un juicio de valor no se puede deducir una consecuencia empírica. Pero funciona. Probalo.
Existen también comodines y palabras ascensor pretendidamente empíricas. Probá con societal, en lugar de social. O con constructo, significante (o variantes como resignificación). Abusá de los prefijos (meta, sub, neo, pos, intra, inter). ¡Las posibilidades que se abren son enormes!
Probá tomar palabras provenientes de unas ciencias y aplicarlas a otras. Siempre que tu interlocutor no haya tenido noticias del escándalo Sokal, que tuvo lugar luego de que Alan Sokal publicara el artículo “Transgredir las fronteras: hacia una interpretación hermenéutica de la gravedad cuántica” en una prestigiosa revista de estudios culturales y sociales estadounidense. Funciona de maravillas como elevador del discurso.
Fin de la segunda parte
Esperamos que el conocimiento sobre las reglas de la argumentación y el manejo de las dos principales estrategias para burlarlas que vimos en la primera parte, así como el set de trucos que te ofrecimos en esta segunda, te convierta en un estafador de leyenda. Pero hasta el mejor de los timadores se ha encontrado alguna vez en aprietos. En la tercera y última parte te presentaremos un par de tácticas defensivas para que consigas sortear tales circunstancias.