Confiamos en que con todo lo que has aprendido hasta aquí sobre los secretos del engaño argumental, saldrás victorioso la mayoría de las veces. Pero todo buen timador debe asumir que en algunas circunstancias excepcionales las cosas se pueden poner feas. En esta tercera y última parte de la guía te contamos acerca de tácticas efectivas para salir del aprieto.

1) Más le vale al Príncipe

“Y aquí se presenta la cuestión de saber si vale más ser temido que amado. Respondo que convendría ser una y otra cosa juntamente, pero que, dada la dificultad de este juego simultáneo, y la necesidad de carecer de uno o de otro de ambos beneficios, el partido más seguro es ser temido antes que amado”. Nicolás Maquiavelo

El consejo de Maquiavelo sirve de preámbulo para esta táctica. Si notás que tus argumentos son débiles, deriva de ellos consecuencias que produzcan temor en tu interlocutor. Es siempre preferible, claro está, que los demás amen tus timos. Pero si no lo consigues, recurre al miedo.

La actual pandemia ha propiciado el despliegue de este recurso en los bandos más extremos. Los tecnocatastrofistas proclaman que si no acatamos medidas sanitarias extremas ¡todos vamos a morir! Los conspiranoicos, por su parte, se agitan denunciando que esta plan-demia es el toque de gracia ¡del Nuevo Orden Mundial!

No desestimemos el recurso de recurrir al miedo. De hecho, ha sido de lo más fructífero en algunas circunstancias. Fue gracias a él que dio inicio nada menos que la moderna teoría de la probabilidad. La apuesta de Pascal, un argumento en favor de la creencia en Dios. Pascal se preguntó si convenía creer o no en la existencia de Dios. No pudiendo saber si Dios es o no es, notó que se enfrentaba a cuatro escenarios posibles:

(1) Creés en Dios y Dios existe
(2) Creés en Dios y Dios no existe
(3) No creés en Dios y Dios existe
(4) No creés en Dios y Dios no existe

Pascal advirtió que, si apostás por la existencia de Dios, bien podés alcanzar la felicidad eterna (en caso de que efectivamente exista y, por tanto, te lleve con Él al Paraíso debido a que creíste) o bien haber llegado al final de tu vida con una creencia errónea (lo cual poco importa una vez que estás muerto). Mientras tanto, si apostás por su no existencia, bien podés llegar al final de tu vida con una creencia correcta (al fin de cuentas Dios no existía, pero tanto da si ya estás muerto) o bien ganarte el castigo eterno (Dios existe y tú no creíste en Él). En estas circunstancias, sugirió, te conviene apostar a que Dios existe.

Pascal no hace trampa, pero podemos estudiar su razonamiento para hacerlo nosotros, al observar cómo el miedo puede inclinar la balanza en situaciones de incertidumbre. Si conseguís combinar esta trampa con alguna de las anteriores (por ejemplo, la apelación a la autoridad), tus chances de éxito aumentarán. Por ejemplo, un charlatán queriendo convencer con argumentos de miedo puede lograr algún resultado, pero si se presenta además como un profesor destacado o un doctor en ciencias, entonces tiene una jugada ganadora.

2) Si no podés con el rey, andá por el alfil

Imaginá que sos dueño de un Chevrolet Impala 1967. Un clásico. Amplio, elegante, potente. Motor de ocho cilindros, 275 caballos de fuerza. Vivís para él, o mejor dicho trabajás para él, ya que el costo de mantenerlo en el estado en que lo tenés es muy alto. Y ni qué decir del combustible. El pequeñín consume un litro por cada 5,5 kilómetros. Pero es tu pasión y estás dispuesto a hacer todos los esfuerzos con tal de poder sacarlo a pasear por el barrio.

Justamente en tu barrio está comenzando a circular la preocupación por el cambio climático. Muchos de tus vecinos afirman la existencia de este cambio y afirman también que una de las principales causas de su ocurrencia son las emisiones de dióxido de carbono (CO2). Como buen fanático de los coches, has consultado varias fichas técnicas en internet y en una de ellas leíste que un Chevrolet Impala 1967 como el tuyo emite 392 gramos de CO2 por kilómetro recorrido, bastante más que los coches económicos modernos, que reportan una emisión en torno a los 100 gramos por kilómetro.

Notás que tus vecinos ven con malos ojos el rugir del motor de tu Impala (si es que se puede ver un rugido) y especialmente la distintiva emisión de gases de su caño de escape. Tenés que hacer algo al respecto.

Comenzá considerando el arreglo de enunciados implicado en el descontento de tus vecinos. Recordá que es muy común que algunas cartas en ese juego no se muestren, por considerarse obvias.

Podría ser algo así:

Juicio de valor (JV): Mantenernos vivos es deseable
Enunciado empírico (EE): Los seres vivos necesitamos, para mantenernos vivos, un ambiente particular
EE: Cambios en el clima modifican el ambiente
EE: Se está produciendo un cambio climático
EE: Las emisiones de CO2 son causantes del cambio climático
JV: Es preciso reducir las emisiones de CO2

Tenemos un clásico arreglo de enunciados que comienza con un juicio de valor (una aspiración) continúa con enunciados empíricos (cosas que suceden en el mundo y que se vinculan con aquel juicio) y finaliza con otro juicio de valor (una prescripción).

Deseás conducir tu Impala 67 sin culpa. Aun cuando todo lo anterior fuera cierto, considerás que es poco lo que va a cambiar el estado del planeta por tus 392 gramos de CO2 por kilómetro. Es más, algunos dicen que es un problema a largo plazo, así que falta mucho tiempo para eso. Y como dijo John Maynard Keynes en su Breve tratado sobre la reforma monetaria, “en el largo plazo estamos todos muertos”.

Lo cierto es que todos estos argumentos, que son suficientes para ti, no parecen tener mucha fuerza en un debate acerca de la bondad o veracidad de los enunciados anteriores. ¿Qué hacer entonces? El truco consiste en identificar el enunciado que pueda generar mayores dudas entre todos los previos a la prescripción, e ir contra él. Algo de eso se hace también con los naipes. Más precisamente con los castillos de naipes, cuando querés que caigan.

Tu objetivo es destruir la cadena argumental que conduce necesariamente a la prescripción, para que la prescripción carezca de sentido. Tanto da qué eslabón de la cadena rompés. Veamos:

JV: Mantenernos vivos es deseable. Difícil cuestionarlo. A menos que tu barrio esté habitado por una tribu de neopunks o una secta apocalíptica, tus vecinos defenderán la vida como un fin deseable.

EE: Los seres vivos necesitamos, para mantenernos vivos, un ambiente particular. Muy difícil de derribar. Quitale el oxígeno a un ratón, meté a tu gato en el horno y subí la temperatura a 250 grados (por favor no hagas nada de eso, se trata sólo de ejemplos) y confirmarás que estos cambios de ambiente tienen efectos negativos en la vida de aquellos animales. Sí, dependemos de un ambiente particular para vivir. Descartá ir contra este segundo enunciado.

EE: Cambios en el clima modifican el ambiente. Tampoco es sencillo. Si hace mucho frío el agua se congela. Si llueve mucho la tierra se anega. Si no llueve las plantas se secan. Descartá ir contra esa carta.

EE: Se está produciendo un cambio climático. Aquí hay algo bueno. ¿Qué significa cambio climático? ¿Cómo se mide? ¿Cómo se evalúa si los cambios que se están produciendo (coincidamos con Heráclito en que el clima, como los ríos, cambia todo el tiempo) constituyen una anomalía o parte de un proceso natural? Seguramente los especialistas puedan responder a estas preguntas, pero andarías con mucha mala suerte si justo uno de esos expertos viviera en tu barrio.

EE: Las emisiones de CO2 son causantes del cambio climático. Aquí hay algo mejor. Determinar causalidad es extremadamente complejo en entornos naturales. Podés simular en laboratorio el impacto del CO2 en un ambiente controlado, pero ¿en el planeta?

Recapitulemos. Tu interés es descartar la prescripción debemos reducir las emisiones de CO2 porque quieres justificar tus paseos en tu Impala 67. No interesa considerar si la vida es un valor supremo, si dependemos del ambiente o si existe un supuesto cambio climático. Como una prescripción se funda en un arreglo de enunciados tal que si refutás uno se afecta todo el arreglo, la mejor estrategia es refutar o negar el enunciado más débil. En este caso te conviene que te conviertas en un negacionista del cambio climático.

Si además reemplazás los primeros enunciados por algún argumento ad hominem, que desacredite moralmente a quienes defienden la tesis del cambio climático (Al Gore, por ejemplo, y podés usarlo), estás en condiciones de salir a las calles en tu Impala 67 a lanzar volantes negando el cambio climático.

Nota: la táctica puede utilizarse también por accionistas de petroleras e industriales que hacen uso intensivo de combustibles fósiles.

3) Libre soy, libre soy

Llamamos así a esta táctica en honor a la versión latina del tema central de Frozen, la película de Disney. Si realmente te ves acorralado; si ninguna de las tácticas que has aprendido a lo largo de esta guía ha dado resultado; si el argumento contrario al tuyo parece ganarle a cualquiera de tus jugadas, amparate en la Libertad de Expresión.

Sos un ciudadano de este mundo y como tal tenés derecho a expresarte como mejor te parezca. Además, vamos, lo que afirmás no constituye una amenaza a las instituciones democráticas, no implica una incitación a la violencia, no es xenófobo, ni racista, ni discriminatorio en modo alguno. Simplemente estás afirmando un reverendo disparate. Y reclamás tu derecho a hacerlo.

Probablemente nadie cuestione tu libertad de expresión. Es que se trata de un derecho fundamental para garantizar el juego de los argumentos valorativos y metafísicos. La libertad de expresión hace posible que cualquiera pueda expresar lo que quiera respecto de cómo vivir, qué cosas hacer, qué es justo promover. Del intercambio libre de valoraciones de este tipo depende la convivencia democrática y, según creo, el progreso. Por su parte, los enunciados metafísicos, en tanto se fundan en la convicción, sólo pueden desarrollarse en una sociedad que respete la libertad de culto y, en general, la de creer en cualquier entidad sobrenatural.

Pero para los enunciados analíticos y los enunciados empíricos… no es que la libertad de expresión sea mala, sino que carece de sentido.

Los positivistas lógicos establecieron con claridad la distinción entre verdadero-falso y con sentido-sin sentido. Existían para ellos enunciados sobre los que no se podía establecer su veracidad ni su falsedad, porque no hacían referencia a nada en el mundo. Carecían, por tanto, de sentido en términos empíricos. Nosotros podemos hacer en este caso la misma distinción entre bueno-malo y con sentido-sin sentido.

Puedo reclamar el derecho a argumentar sobre la circularidad del cuadrado o sobre que los hijos de mi tía son mis sobrinos, pero ¿qué sentido tiene? En La transparencia del Mal, Jean Baudrillard decía: “Puedo reivindicar el derecho de hacer avanzar el caballo de ajedrez en línea recta, pero ¿qué sentido tiene? El derecho en este tipo de cosas es estúpido”.

Lo mismo vale para los enunciados empíricos. ¿Qué sentido tiene reivindicar el derecho a afirmar la existencia de algo en el mundo sensible sin estar dispuesto a considerar la evidencia en favor o en contra de tal afirmación?

En este punto... ¿a que no sabes? Tu interlocutor te propone un trueque: te cambio tu libertad de expresión, dice, exclusivamente en lo relativo a tus enunciados empíricos, por estas otras tres libertades:

a) Libertad de acceder a todos los datos y toda la metadata implicada en las afirmaciones contrarias a la que tú sostienes.

b) Libertad (que supone acceso a recursos) de replicar cada una de las observaciones y cada uno de los experimentos que condujeron a las afirmaciones contrarias a las tuyas.

c) Libertad para difundir los resultados de tus observaciones y tus experimentos, aun cuando sus conclusiones cuestionen radicalmente las más ampliamente aceptadas por la comunidad científica.

No aceptes el trato. Un timador preferirá siempre su derecho a afirmar disparates a la libertad de llegar a acuerdos racionalmente.