El fenómeno no es nuevo y ya se ha reportado en varias partes: por razones que no están del todo claras, la calidad del semen de los hombres, medida en distintos parámetros, está empeorando. Impacto de productos contaminantes, estilos de vida, factores ambientales o geográficos; algo está pasando.
El tema no es menor, porque la calidad del esperma tiene bastante que ver con la fertilidad. Al respecto, en 2010 se estimó que en el mundo hubo unos 48,5 millones de parejas afectadas por la infertilidad en todo el planeta. Como veremos más adelante, entre 30% y 40% de esos casos obedecen al factor masculino. La tentación de ver de qué forma una eventual caída en la calidad del semen puede afectar estos números de infertilidad, o, más aún, ser un problema de salud que puede volverse más importante a medida que pasen las décadas, se hace patente.
Si bien el problema parece ser global, los estudios sobre la calidad del semen han sido realizados en su mayoría en los países centrales: América del Norte, Europa y Asia lideran las publicaciones también en este campo. Ante la pregunta “¿y por casa cómo andamos?”, teníamos poco para decir. Eso cambió hace unos días, cuando el artículo “Disminución de la calidad del semen en los últimos 30 años en Uruguay” fue publicado en la revista Basic and Clinical Andrology. Si queremos ser un país soberano, es claro que también necesitamos una ciencia soberana. ¿Estaría el semen de los uruguayos, al igual que el de los hombres de otras partes del globo, disminuyendo su calidad? Había que estudiarlo. Si bien la respuesta ya la saben (quiero creer que la gran mayoría de las lectoras y lectores comienzan leyendo las notas por el título), el trabajo merece ser contado. Reproducción, paridad de género, ampliar la mirada, son todas cuestiones que se desprenden de esta investigación. Así que allá vamos, advirtiendo que quienes busquen aquí bromas como que los uruguayos son cada vez más mala leche podrían no encontrar lo que vinieron a buscar. O sí: el deseo de la apropiación ciudadana de la ciencia nada dice sobre cómo debe apropiarse la gente de ella.
Se necesitan voluntarios
El artículo, firmado por Lucía Rosa-Villagrán, Carlos Riso y Rossana Sapiro, del Departamento de Histología y Embriología de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República, y por Natalibeth Barrera y José Montes, del Laboratorio de Andrología del Laboratorio de Análisis Clínicos Fertilab, se propuso como objetivo “determinar cómo ha evolucionado la calidad del semen durante los últimos 30 años en Uruguay”.
Para ello, decidieron tomar en cuenta distintos parámetros del esperma, como “volumen de semen, concentración de espermatozoides, número total de espermatozoides, motilidad de los espermatozoides, vitalidad y morfología espermática”, o, en otras palabras, volumen de la eyaculación, cuántos espermatozoides hay en ella, en qué estado y con qué capacidades de movimiento. Estos valores fueron medidos en hombres que se presentaron voluntariamente a Fertilab “para participar en los programas de donación de esperma”, lo que implica que se trató de personas menores de 36 años. Considerando que entre los aspirantes a donar esperma se excluye a “portadores de patologías que puedan comprometer su fertilidad”, como “diabetes, obesidad extrema, cáncer o presión arterial alta)”, puede considerarse entonces que los datos analizados provienen “de un grupo de jóvenes sanos”.
En total en el trabajo se analizaron “317 historias clínicas de candidatos a donantes de semen supuestamente sanos, con edades comprendidas entre los 18 y los 36 años, que solicitaron voluntariamente ser considerados donantes de semen entre 1988 y 2019”. Las muestras se obtuvieron, como siempre en estos estudios, mediante automasturbación de los candidatos a donante tras un período de abstinencia sexual de entre tres y cinco días.
Bajando la calidad
Al analizar las cualidades del semen de estos donantes a lo largo de tres décadas, las investigadoras y sus colegas encontraron “disminución estadísticamente significativa en la concentración de espermatozoides y la morfología espermática normal durante el período estudiado”. Efectivamente, por más mate, vacuna BCG y cualquier otra ventaja que creímos tener, al igual que con la covid-19, los uruguayos no éramos especiales: el semen de los que viven aquí presenta cada vez peores parámetros.
En lo que respecta a la concentración de espermatozoides, las investigadoras y sus colegas encontraron que disminuyó, en promedio en las tres décadas analizadas, a razón de 0,9 millones de espermatozoides por mililitro por año. ¡Casi un millón menos por año! La cifra es importante, pero para tener una total dimensión de qué representa hay que aclarar un poco los tantos.
“Partimos de un estudio que como promedio daba unos 95 millones de espermatozoides por mililitro y llegamos a unos 75 millones de promedio en el último año”, explica Rossana Sapiro, del Departamento de Histología y Embriología de la Facultad de Medicina y una de las autoras del trabajo publicado. Visto con estos grandes números –la biología es parienta de la astronomía a la hora de hacer añicos nuestras ideas de magnitudes comprensibles–, la pérdida de espermatozoides por mililitro se ubica en el entorno de 1% anual. Pero aún nos hace falta un dato más para comprender lo constatado.
“Las concentraciones que se consideran normales, es decir, que tienen altas chances de fecundar, siempre en el terreno de las probabilidades, están en unos 15 millones por mililitro”, añade Sapiro. Esto quiere decir que los valores no son alarmantes hoy en día: a este ritmo de deterioro nos llevaría unos 60 años llegar a ese límite problemático. “El problema es si esto se agudiza”, matiza. “En nuestro trabajo no encontramos una caída abrupta, pero en otras partes han señalado que podría haber caídas aceleradas, por ejemplo, debido a contaminantes”. El que avisa no traiciona. Y el que investiga nos ayuda a avisar. Pero la concentración de espermatozoides por mililitro no fue el único valor que mostró que con el paso del tiempo perdemos calidad.
Al estudiar la morfología espermática vieron también una caída, pero en este caso más acelerada. Debido a cambios en la forma de medir esta variable en estas tres décadas, los datos se agruparon en dos períodos distintos. En ambos casos, en el artículo afirman que “el análisis de correlación demostró una disminución en el porcentaje de espermatozoides con morfología normal a lo largo del tiempo”.
Por ejemplo, tras incorporar nuevos criterios para medir la forma de los espermatozoides y determinar cuándo deben considerarse normales, la morfología espermática normal disminuyó de 15,9 ± 5,0% en el período 2001-2003 a 8,2 ± 2,5% en 2017-2019. En decir, en dos décadas se redujo casi a la mitad. “En este caso la pérdida de calidad podría notarse más”, coincide Sapiro, pero también aclara que “con esos valores de 8% la persona aún tiene posibilidades de concebir, porque se considera una teratozooespermia moderada”. En medicina terato refiere a malformaciones o anomalías. “En general, para la fertilización in vivo se llega a la reproducción asistida con valores de morfología normal de 4%”, amplía.
Acabamos de ver el vaso medio vacío. Ahora veamos el medio lleno. En el artículo señalan que “no hubo disminución de la vitalidad, el volumen seminal y la motilidad progresiva total”. También afirman que si bien “estos datos deben ser una advertencia sobre un posible descenso de la fertilidad masculina”, hay que tener en cuenta “que el valor medio reportado al final del estudio está por encima de los valores considerados normales por la Organización Mundial de la Salud”. “El trabajo es una advertencia. En los otros lugares han dado resultados similares, en el sentido de que nunca han dado valores anormales dentro de los estándares de los estudios de espermeogramas”, comenta Sapiro.
Otro resultado interesante del estudio es que “los parámetros del semen no se asociaron con el consumo de tabaco, drogas o alcohol”. En ese sentido, hay que aclarar que sólo 77% de los participantes hicieron autodeclaraciones respecto de su consumo de alcohol o tabaco y apenas 44% lo hizo respecto del consumo de marihuana. Aun así, “20% (42/211) declaró que fumaba regularmente, 43% (91/211) indicó que consumía alcohol regularmente y 24% (24/114) declaró el consumo regular de otras drogas (particularmente marihuana)”.
“La asociación del uso de sustancias recreativas y los datos del espermeograma es muy controvertida”, afirma Sapiro. “Nosotros no encontramos relación, y creo que es un área que hay que seguir estudiando”, agrega, consciente de que en estos estudios se cuelan factores que no son estrictamente biológicos. Por ejemplo, la investigadora señala que tras la flexibilización de la legislación sobre el consumo de marihuana, más gente se animó a autodeclarar sobre el tema, así como en el trabajo constatan que hay una disminución de las personas que declaran ser fumadores tras el endurecimiento de las medidas para combatir el consumo de cigarros.
Soberanía, fertilidad y paridad
“Este trabajo es algo que nos debíamos en el país, porque son estudios que se vienen haciendo en otros lados desde hace mucho tiempo”, comenta Sapiro. “El trabajo que hicimos es como repetir trabajos que se hacen en otros lados, capaz que no es lo más original. Pero creo que pone el tema sobre la mesa, y eso para nosotros, y para la salud en general, es muy importante, porque cuando se estudia al hombre desde el punto de vista reproductivo muchas veces saltan también otras enfermedades que están asociadas”, afirma.
“Poder generar la preocupación en el hombre de que su reproducción también es importante es un concepto que hay que empezar a incluir como una forma más de paridad de género”.
“Por lo general se asume que la infertilidad es cosa de las mujeres”, agrega, y sin embargo, como dijimos al inicio de la nota, entre 30% y 40% de los casos de infertilidad en el mundo tienen al hombre como causa. “Creo que poder generar la preocupación en el hombre de que su reproducción también es importante es un concepto que hay que empezar a incluir como una forma más de paridad de género”.
La puerta que abre es tan interesante como necesaria. Coloquemos un pie para que no se cierre. Pero de todas formas retomo lo que dijo sobre que su trabajo no es original: también hay aquí una cuestión de soberanía. ¿Vamos a manejar indicadores internacionales para hablar de la caída o no de la calidad del semen registrada aquí? Le digo que está bien que sea humilde, pero que estos trabajos no sólo son bienvenidos, sino que es necesario generar conocimiento local. No por chovinismo: lo observado en otras partes no necesariamente debe aplicarse a nuestras coordenadas. Tomemos el caso de la deforestación: casi toda la literatura ecológica habla de ella, pero es poco el conocimiento generado en países en los que la forestación es un factor desenfrenado de pérdida de hábitat. Sólo con miradas basadas en ciencia local –de todas partes– se puede entender que el problema no es forestar o deforestar, sino que el tema es el cambio del uso del suelo. En el Amazonas deforestar es una tragedia. No restringir las zonas de forestación en nuestro país podría ser igualmente grave e incluso peor.
“El hecho de darle importancia al factor masculino en la fertilidad es algo que no tiene más de 15 años. En nuestro país si no es por el carnet de salud el hombre casi no va al médico”.
“Está bien, no quiero disminuir nuestro trabajo”, reconoce. “Para nosotros fue muy importante, porque además involucró a estudiantes de la Facultad de Medicina y del Centro de Investigaciones Biomédicas [Ceinbio]. Coincido en que uno tiene que hacer estudios locales para saber lo que sucede de acuerdo a sus parámetros ambientales y genéticos. Hay que generar estudios para tener conocimiento nacional, y llama la atención que falten estudios a esos niveles”, añade. Ahora sí, volvamos a la puerta que dejamos entornada.
“Por otro lado, el hecho de darle importancia al factor masculino en la fertilidad es algo que no tiene más de 15 años. En nuestro país si no es por el carnet de salud el hombre casi no va al médico”, dispara Sapiro. “Por un problema conceptual, cultural, social, político o lo que sea, en el hombre no se estudia la salud desde un punto de vista general y menos aún desde el punto de vista de su salud reproductiva”, complementa.
Entre hombres y mujeres hay múltiples diferencias. Dada la cantidad de espermatozoides –ya vimos: varias decenas de miles de millones por mililitro– parecería que la ciencia de la infertilidad encontrara la seguridad en los números: si alguno de esos tantos millones está bien, hay chances de fecundar. En el caso de las mujeres, el óvulo es uno solo por cada período fértil y hay un número limitado de ellos. Tal vez por eso haya tanto estudio sobre la infertilidad femenina y tan pocos sobre la masculina. “El estudio de la reproducción en el hombre viene mucho más retrasado que el estudio de la reproducción en la mujer. Para los grupos que trabajamos en esto, se debe a que en algún momento se consideraba la infertilidad como un problema más de la mujer. Eso llevó a varias dificultades no sólo en los estudios, sino en el propio diagnóstico y tratamiento del hombre infértil. Eso está cambiando de a poco”, comenta Sapiro.
“La salud reproductiva, no sólo filosóficamente sino biológicamente, es una salud de todos”.
“Esa postura androcéntrica desfavorece también al sexo masculino. De alguna manera, al no sentirse responsable de su fertilidad o de la fertilidad de la pareja, que es de lo que deberíamos hablar, no recibe el cuidado que se merece como individuo”, recalca la investigadora. “Pasa por entender que la salud reproductiva, no sólo filosóficamente sino biológicamente, es una salud de todos”, termina diciendo. Y con estas palabras la nota se cierra sola y bien en lo alto. Una vez más, nuestra ciencia ayudándonos a pensar el mundo que nos rodea.
Artículo: “Decline of semen quality over the last 30 years in Uruguay”.
Publicación: Basic and Clinical Andrology (mayo de 2021).
Autores: Lucía Rosa-Villagrán, Natalibeth Barrera, José Montes, Carlos Riso, Rossana Sapiro.