Con el reporte diario de los números de la pandemia, nos acostumbramos a pensar el coronavirus en términos cuantificables: casos, muertes, pacientes en CTI, personas dadas de alta. Los virus, sin embargo, no atacan solos, y su impacto global no puede ser reducido a cifras sistemáticas, cuya reiteración suele deshumanizar el proceso.
Incluso los que pegan con fuerza en regiones muy específicas y en períodos limitados de tiempo generan una ola de consecuencias secundarias graves. En 2015, una investigación publicada en la revista Science demostró que el brote de ébola de 2014 en África occidental había provocado efectos imprevistos que poco tenían que ver con la propia enfermedad. Por ejemplo, un aumento grave de casos de sarampión y otras enfermedades infecciosas en niños debido a la interrupción de algunas campañas de vacunación para evitar la propagación del ébola.
Además, los círculos concéntricos que se abren con el impacto de una pandemia van más allá de los efectos colaterales en la salud física, provocados por la necesidad de aislarse para contener una amenaza mayor. Desde 2020, varios trabajos investigaron la asociación entre la covid-19 y un deterioro en la salud mental debido a varios factores: por ejemplo, estrés, consecuencias económicas, soledad o miedo al contagio. Los efectos no siempre son lineales y generalmente se ven influidos por aspectos propios de cada sociedad. Por ejemplo, Japón experimentó una baja en los suicidios durante la primera ola de la pandemia, algo que se ha constatado en otros grandes momentos de crisis en ese país (como el desastre atómico de Fukushima).
Medir los efectos colaterales del aislamiento es complejo. Algunos de ellos, como las ondas del impacto de un piedrazo en el agua, demorarán en llegar a la orilla. El primer problema es que para evaluar nuestra movilidad durante la pandemia necesitaríamos un sistema de rastreo muy preciso, aplicado a cada uno de nosotros, y el segundo es que para medir la incidencia en nuestra preocupación sobre la salud mental precisaríamos una gigantesca corporación que supiera qué estamos pensando o qué buscamos cuando estamos solos y encerrados en nuestras casas. Si tan sólo se hubiera inventado en 2005 una empresa llamada Google...
No vas a tener suerte
El uso de Google Trends como posible indicador de la salud mental en tiempos de coronavirus no es nuevo. Al comienzo de la pandemia, tanto en Europa como en Estados Unidos, se realizaron trabajos con base en los datos aportados por Google, intentando descifrar qué revelaban las tendencias de búsqueda. Uno de ellos, efectuado entre enero y marzo de 2020, mostró un aumento en la búsqueda de información sobre suicidios en Estados Unidos y Europa occidental. Otro estudio, que llegaba hasta abril, reveló una disminución en esa categoría pero sí un aumento de búsquedas asociadas a soledad, tristeza y preocupación.
Mientras tanto, ¿qué pasó en Latinoamérica? Eso mismo es lo que se preguntó un grupo de investigadores provenientes del Tecnológico de Monterrey y de la Universidad de Anahuac, ambos de México, y de la Universidad de Georgia, de Estados Unidos.
Su objetivo fue analizar la relación entre los confinamientos por covid-19 y las búsquedas en Google vinculadas con la salud mental en 11 países: Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Guatemala, Honduras, México, Paraguay, Perú y Uruguay. Para ello diseñaron un trabajo basado en la metodología de “estudio de evento” (que usa estadísticas para medir el impacto de un evento significativo), con el propósito de evaluar la frecuencia de búsqueda de los siguientes términos: insomnio, estrés, ansiedad, tristeza, depresión y suicidio. Se centraron en las búsquedas realizadas en las primeras 25 semanas del año, desde 2016 a 2020, un panorama suficientemente amplio para interpretar lo ocurrido en nuestras pesquisas virtuales desde que el virus cambió nuestras vidas.
En los primeros meses de la pandemia, muchos países aplicaron medidas de confinamiento y otros las sugirieron, pero ello no significa que la población las haya acatado. Por ello, los investigadores analizaron en primer lugar no los anuncios sino la movilidad real de los países mencionados, aunque no acudieron a Google para ello. Estudiaron los datos de movilidad generados por una plataforma desarrollada entre el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y la compañía Grandata, que muestra la actividad realizada por usuarios móviles fuera del hogar y la compara con otros días de referencia.
Con base en esos datos concluyeron que la población paraguaya comenzó el confinamiento en la semana 11 de 2020, mientras la del resto de los países que son parte del estudio lo hizo en la semana 12, lo que coincide con los anuncios de cuarentena hechos por sus gobiernos. Los autores no se detienen en ningún momento en los matices en los diferentes anuncios. Por ejemplo, no aclaran que la cuarentena en Uruguay fue voluntaria y no obligatoria, ya que analizan únicamente el descenso de movilidad de acuerdo a los datos disponibles (y en Uruguay hubo un acatamiento alto en los primeros meses).
De hecho, al informar sobre los resultados de su análisis tampoco diferencian matices entre los comportamientos de países. Consideran a las 11 naciones estudiadas como un gran bloque latinoamericano, que revela patrones similares en las búsquedas sobre temas de salud mental. Aun así, el trabajo permite encontrarse con algunas conclusiones interesantes sobre el efecto de la pandemia en nuestras preocupaciones.
Triste como uruguayo aislado
En su análisis, los investigadores se centraron en las diferencias entre las 11 semanas antes del comienzo del confinamiento y las 11 semanas posteriores, evaluando también cuál fue el patrón de búsquedas en años anteriores a la pandemia.
Encontraron tres patrones distintivos. Por un lado, inmediatamente comenzado el confinamiento hubo un aumento significativo en las búsquedas sobre problemas de insomnio. Con el correr de las semanas, este interés fue disminuyendo.
En segundo lugar, las búsquedas vinculadas a estrés, ansiedad y tristeza se mantuvieron altas durante todo el confinamiento. Por ejemplo, las búsquedas por ansiedad saltan a un pico en la primera y la segunda semana de la cuarentena y siguen altas en el resto del período analizado, algo similar a lo que ocurre con el estrés. En cuanto a la tristeza, también hay un aumento significativo, pero especialmente en las semanas uno y seis de la cuarentena.
Por último, el trabajo revela que no hay cambios sustanciales en búsquedas vinculadas a depresión o suicidios luego del confinamiento.
Los autores también analizaron si la aprobación de medidas de ayuda financiera en estos países incidió de alguna manera en las búsquedas de Google, aun admitiendo que en todas las naciones evaluadas el respaldo de los gobiernos fue “mucho menos generoso que en Estados Unidos y Europa”.
En este caso, no encontraron relación entre el anuncio de las ayudas financieras con un descenso en las búsquedas de ansiedad o estrés, aunque el estudio “sugiere que la aprobación de ayuda financiera hizo declinar las búsquedas de suicidio e insomnio”. Curiosamente, en los países que aprobaron paquetes de ayuda económica se vio un aumento en las búsquedas relacionadas con la tristeza en la semana posterior al anuncio, aunque los investigadores no especulan sobre las causas. Por lo tanto, los resultados “sugieren que los beneficios económicos no pueden ser asociados con una reducción general de todas las búsquedas de salud mental”, admiten los investigadores.
Otro de los factores de incidencia analizados (o “mecanismos potenciales”, como los llaman) fue el efecto de la intensidad de la pandemia, calculada de acuerdo a las estadísticas de mortalidad por covid-19. Es decir, intentaron determinar si los países con alta mortalidad por covid-19 tenían un correlato en las búsquedas por internet asociadas a salud mental. En este caso, el estudio sí encontró un incremento en búsquedas sobre insomnio, estrés y ansiedad en los que sufrieron más el embate de la pandemia en los primeros meses (algo que no se dio en el caso de Uruguay en el período analizado).
Busco, luego existo
Para comprobar la “robustez” y confiabilidad de estos resultados, los autores hicieron una serie de pruebas. Algunas de ellas fueron estadísticas (como analizar la estacionalidad de las búsquedas en otros años o excluir países del análisis para ver si se mantenían las tendencias), pero otras requirieron contrastar estos resultados con datos reales, que dieran pruebas de que realmente se produjo una mayor preocupación sobre temas de salud mental.
Al fin y al cabo, que uno tipee algo en Google no implica necesariamente que eso esté vinculado a su sentimiento o comportamiento, ni que sea representativo de una población. Alguien que busca información sobre esvásticas, por ejemplo, puede estar preparando un trabajo académico y no necesariamente pensando en tatuarse una y unirse a grupos de extrema derecha (aunque si hay un aumento inusual de interés en el tema es poco probable que se deba a una “fiebre académica” por el asunto).
Por ello, los investigadores contrastaron los resultados de las búsquedas con la información administrativa disponible en algunos de los países –como las líneas de atención a problemas de salud mental– y comprobaron que hubo un correlato en la realidad. En México, por ejemplo, hubo un aumento en las llamadas a líneas de auxilio por dificultades de ansiedad y estrés.
En ciencia, sin embargo, como se ha repetido ad nauseam, no es lo mismo correlación que causa. Los autores del trabajo lo aclaran. “Aunque no podemos determinar con certeza que la pandemia o los confinamientos hayan causado el cambio en los patrones de búsqueda, el aumento está relacionado en el tiempo tanto a una cosa como a la otra. [...] Aun así, nuestra estrategia empírica podría estar contaminada por un tercer factor, que también se correlacionara temporalmente [...]. Pero este cambio no observado debería coincidir perfectamente en el tiempo con el inicio de las cuarentenas para producir estos patrones de búsqueda. Por lo tanto, vemos la pandemia y las órdenes de permanecer en casa como las causas más probables del cambio en las búsquedas en el período estudiado”, señalan los autores. Resumiendo: si es redondo y tiene pinchitos, probablemente sea coronavirus.
En Uruguay o en el infierno
¿Qué nos dice, entonces, Google sobre los efectos de la pandemia en la salud mental en nuestro país y otros de Latinoamérica? Para empezar, que hay parecidos y diferencias con otros estudios realizados en Europa y Estados Unidos. Al igual que en esas regiones, hubo un aumento de búsquedas relativas a la ansiedad y a la tristeza.
Las contradicciones, sin embargo, no son menores. Por ejemplo, los análisis hechos en Europa y Estados Unidos no encontraron cambios significativos en la preocupación por el insomnio, algo que sí deja en claro este trabajo. Lo mismo ocurre con búsquedas vinculadas al estrés una vez iniciado el confinamiento. Una explicación posible, señalan los autores, es que los trabajos de referencia ya citados analizaban los resultados hasta sólo tres semanas después de la cuarentena, mientras que este estudio toma como período de estudio 11 semanas en total.
Los contextos también pueden influir. Hay una enorme diferencia entre el respaldo financiero que aportaron Europa y Estados Unidos y el que predominó en Latinoamérica. Además, tal como señala este trabajo, incluso los paquetes de ayuda moderados que ofrecieron los gobiernos de nuestra región tuvieron como reflejo una disminución en las búsquedas relacionadas con el insomnio. A eso se le agregan las diferencias en las capacidades sanitarias de Europa, Estados Unidos y Latinoamérica.
Por último, los resultados respaldan la teoría de que fenómenos como las pandemias son “estresores” que deterioran la salud mental. “Más importante, el aislamiento real o percibido, a través de las imposiciones de quedarse en casa, acelera un patrón perjudicial en el bienestar mental”, agregan, un perjuicio que parece “moderado” en Latinoamérica (quizá, como aclaran, porque en algunos países latinoamericanos la depresión no es vista como un problema serio de salud).
Una vez más, una cosa es el mundo virtual y otro el real, aunque en este año y medio todo se haya mezclado “Estas conclusiones no deben ser interpretadas como equivalentes a un deterioro de la salud mental de la población, ya que no podemos verificar que estos indicadores de búsquedas estén certeramente relacionados con los sentimientos reales de los usuarios. En segundo lugar, los internautas pueden no ser representativos de la población en esta región”, puntualizan.
El trabajo, sin embargo, es una herramienta útil para ampliar el camino en futuras investigaciones. “Al profundizar en el entendimiento de estos temas, los tomadores de decisiones de Latinoamérica pueden aliviar en forma más eficiente los problemas de salud mental que se derivan de este evento extraordinario”, concluyen.
Que el trabajo brinde un panorama uniforme de Latinoamérica no permite sacar conclusiones sobre las variaciones del comportamiento virtual de sus poblaciones o sobre el impacto de las medidas de los distintos gobiernos en el bienestar mental de sus ciudadanos. Sería interesante, por ejemplo, analizar el efecto de la pandemia y el confinamiento de los primeros meses en las búsquedas de suicidio en Uruguay, un tema ya de por sí desafiante sin necesidad de pandemia alguna. O comprobar si en el caso particular de nuestro país los anuncios económicos del gobierno produjeron alguna clase de efecto. Aun así, el estudio saca una instantánea general muy reveladora del estado de confusión en esta región, especialmente golpeada por la covid-19. Aunque sea una foto movida.
Artículo: “COVID-19 blues: Lockdowns and mental health-related google searches in Latin America”
Publicación: Social Science & Medicine (mayo 2021)
Autores: Adan Silverio-Murillo, Lauren Hoehn-Velasco, Abel Rodríguez Tirado, José Roberto Balmori de la Miyar.