Hace pocos años, la historia de dos pingüinos machos que formaron pareja e incluso incubaron juntos un huevo en el zoológico de Berlín recorrió el mundo. Se convirtieron en un símbolo para la colectividad LGBT+ de la ciudad alemana y fueron vistos como un ejemplo en asuntos de género, al igual que había ocurrido con otros casos similares. Sin embargo, nada de lo sucedido era una rareza. No sólo para los pingüinos, que contaban con otros ejemplos parecidos ampliamente difundidos en los últimos 20 años, sino para muchísimas otras especies.

La existencia de comportamiento sexual en individuos del mismo sexo está ampliamente documentada en la naturaleza, tanto en animales silvestres como domésticos (en inglés se lo conoce con las siglas SSB, de same-sex sexual behaviour). Afirmar que es natural y está extendido en al menos 1.500 especies es pisar sobre terreno seguro. Extrapolar al humano lo que ocurre con otra especie y caer en la tentación de la antropomorfización, sea con intenciones buenas o malas, ya es terreno resbaladizo.

Podemos estudiar qué ocurre desde el punto de vista biológico en las interacciones entre animales del mismo sexo o teorizar sobre las causas a través de modelos experimentales, pero no podemos atribuirles emociones humanas ni explicarlas desde nuestra propia esfera afectiva, porque desconocemos exactamente lo que sienten otros animales. Aun así, la trampa queda abierta cada vez que se intenta describir o analizar una conducta sexual en animales. Ocurrió a principios del siglo XX, cuando los confundidos cuidadores del zoológico de Edimburgo intentaban atribuir nombres masculinos o femeninos a sus pingüinos de acuerdo a su comportamiento sexual y siguiendo siempre criterios heteronormativos (algo que preocupaba poco a los animales), y ocurre ahora, cada vez que alguien describe una conducta sexual en animales con temor a las malinterpretaciones, como ha pasado a menudo con trabajos científicos.

Los intentos por explicar este comportamiento paradójico de conductas sexuales en animales del mismo sexo desde un punto de vista evolutivo –es decir, entender por qué se produce cuando aparentemente no contribuye al suceso reproductivo de quienes lo practican– resultaron complejos, además de que también han corrido el riesgo de ser malinterpretados. Lo que explica la conducta de algunas especies no aplica para otras, los patrones de comportamiento no siempre son consistentes y la diversidad de situaciones es inmensa: a veces hay cortejo entre ejemplares del mismo sexo pero no cópula, en otras solamente juego, en ocasiones se producen otras variaciones del acto sexual (como el lamido de genitales en algunas especies de murciélagos), entre una amplísima variedad de conductas.

Hay un terreno, sin embargo, donde al ser humano le interesa especialmente entender y controlar este fenómeno por motivos más egoístas, de orden práctico y económico: el área productiva.

En la ganancia y en la pérdida

La interacción sexual entre individuos del mismo sexo está muy bien registrada en especies productivas, que no tienen la chance de escapar al ojo atento del amo. Un trabajo de 2014 realizado por Aline Freitas-de-Melo, Lorena Lacuesta y Rodolfo Ungerfeld (docentes del Departamento de Biociencias de la Facultad de Veterinaria) lo deja en claro con un repaso exhaustivo de las características de este comportamiento en rumiantes, tanto domésticos como silvestres.

En ese trabajo recuerdan que esta interacción es más frecuente en animales juveniles que en adultos, y aparentemente más común en individuos domésticos y en cautiverio que en animales libres. En rumiantes machos su incidencia ha sido asociada a muchos factores como la dominancia social, la edad, el ambiente social durante el desarrollo o los disturbios ambientales (como su reagrupamiento, en el caso de animales domésticos).

Dentro de los rumiantes domésticos, los animales más estudiados son los carneros, con el dato interesante de que en algunas razas hasta 8% demuestra preferencia sexual por otros carneros en vez de por ovejas en celo, lo que no se reduce sólo a la cópula: también dirigen hacia otros machos todas las actividades de cortejo, como olfateos anogenitales, acercamientos laterales y pataleos.

En su revisión bibliográfica, los autores se centran en los estudios y conclusiones de evolucionistas para explicar esta interacción. Por ejemplo, que cumple un rol importante en los vínculos sociales (podría ser una forma de comunicar la dominancia frente a otros individuos del grupo), que promueve los vínculos sociales entre los individuos, que funciona como aprendizaje o que incluso sirve para “disminuir o mantener el tamaño de las poblaciones con altas densidades, reduciendo la inversión en la reproducción para garantizar la disponibilidad de alimento”. Resumiendo, intentan sortear la paradoja evolutiva al atribuirle a este comportamiento funciones que contribuyen al mantenimiento o a la adaptación de las especies.

Lo hacen también desde un punto de vista fisiológico, repasando las posibles causas neurales para este comportamiento en rumiantes, como las diferencias endócrinas (la secreción de hormonas) e incluso las disparidades de tamaño en el núcleo sexual dimórfico (NSD) que se encuentra en el hipotálamo. Aclaran, sin embargo, que no se pueden establecer claramente relaciones de causa-efecto entre el tamaño de este núcleo y la orientación sexual (otra hipótesis que se debe manejar con el cuidado de quien manipula uranio radiactivo, ante los riesgos de extrapolación).

Los autores reconocen que todavía existen muchas interrogantes en torno a los factores que influyen en la ocurrencia de este comportamiento en rumiantes y remarcan que hay aspectos “poco estudiados, por lo que toda interpretación debe ser considerada con cautela”. Lo de “poco estudiado” es una observación recurrente en trabajos similares, especialmente si se considera el interés de los productores en conocer más los factores que llevan a un comportamiento que les produce pérdidas.

Cada toro tiene su lidia

Uno de los fenómenos derivados de este comportamiento es el “síndrome de buller” en novillos, que describe a individuos sistemáticamente montados por otros. Esto es aún más frecuente en feedlots, donde hay muchos en poco espacio. El efecto sobre estos animales es grave: se ha reportado una mortalidad de 1 %, agotamiento, pérdida de pelo, inflamaciones y traumas en la grupa y la cola e incluso fractura de huesos en algunas ocasiones. “Eso genera un problema de salud de los animales y también de calidad de carne, que es lo que más interesa al productor”, apunta el especialista.

Desde un punto de vista productivo, entonces, hay un especial interés por aprender cuál es la mejor forma de evitar este comportamiento, algo de lo que se sabe poco hasta el momento. Al menos en toros, porque en vacas esta interacción sí reporta una ventaja. “Por ejemplo, ¿cómo se sabe cuándo una vaca está en celo? Porque la vaca que está en celo es montada por otra. Es lo más sencillo para saber cuándo inseminar. No falla”, cuenta Rodolfo Ungerfeld, biólogo doctorado en Veterinaria.

Ungerfeld, junto a Stefanie Fajardo (también del Departamento de Biociencias Veterinarias de la Facultad de Veterinaria), acaba de publicar el primer reporte sobre la incidencia de las montas entre toros, que describe algunos de los posibles factores que inciden en ella. No se trata de un trabajo experimental o de observación directa, sino de un riguroso sondeo entre 30 cabañeros uruguayos que crían más de 90% de los toros Holstein en el país, que sirve como una primera base para diseñar futuros trabajos que profundicen en el tema.

Que aún no haya trabajos experimentales en toros como para validar conclusiones, como sí ocurre con carneros, no se debe a la pereza: se necesitan muchos animales, espacios muy amplios y costos altos de mantenimiento. O sea, es riesgoso y caro para el productor, que no siempre está dispuesto a perder algunos animales en pos de un conocimiento que quizá no le reporte beneficios inmediatos.

Aunque se asume que tiene un efecto importante en la cría y la producción y afecta el desempeño reproductivo de los toros, “es impactante el escaso conocimiento que hay sobre sus causas y consecuencias”, señalan los autores en el trabajo.

“Empezar a entender cuál es la situación en que aumenta o disminuye este comportamiento permite pensar en posibles modelos experimentales. De este trabajo sí queda claro que hay algunos ejemplares que son montados con frecuencia”, dice Ungerfeld.

A los efectos ya mencionados, Ungerfeld suma, con base en las las observaciones de este trabajo, que se registra estrés continuo y crónico para el animal (que puede verse inhibido como reproductor), transmisión de enfermedades venéreas, menor ganancia de peso, miasis (infestación de larvas de moscas, bicheras) y problemas en el pelaje. Entre quienes montan los efectos son menores, pero aun así en el estudio dos productores reportaron casos de fractura de pene en toros.

Lo que ves es lo que ves

Los 30 productores que participaron en el trabajo pertenecen a seis departamentos distintos, con cabañas que abarcan un total de 1.308 toros. Al no tratarse de un trabajo controlado, las condiciones de cada establecimiento, el manejo, la cantidad de animales e incluso la frecuencia de las observaciones por parte de los propietarios varía. Aun así, el estudio permite sacar algunas conclusiones iniciales sobre un fenómeno extendido pero poco comprendido en el país.

19 de los 30 cabañeros observaron montas entre toros y 15 de ellos lo consideraron un problema relevante. El análisis estadístico reveló que el comportamiento era más común en grupos grandes, probablemente al realizarse cría a corral, o si se hacía reagrupamiento de animales. Sin embargo, disminuía en aquellos establecimientos en que los toros Holstein estaban alojados junto a ejemplares de otras razas.

El 100% de los productores que reportaron esta conducta mencionó que era dirigida persistentemente hacia el mismo individuo y 58% mencionó que sólo se detenía cuando el ejemplar era removido del lugar, aunque con frecuencia el comportamiento era “redirigido” a otro animal.

Todos los cabañeros que observaron este comportamiento constataron lesiones en los “bullers”. De hecho, 26% reportó muerte de animales, 89% pérdida de peso, 84% heridas en las piernas, y 73% la aparición de miasis. Algunos productores también reportaron cambios en la conducta, como saltar alambrados y esconderse entre los árboles, o una baja notoria en la libido de los “bullers”.

En cuanto a prácticas de manejo, 18 de los 19 productores que observaron la conducta manifestaron estar dispuestos a tomar medidas, en caso de que se compruebe que pueden ser útiles para reducir los problemas de montas entre toros. Muchos aplican sus propias medidas para paliar la situación, basándose más que nada en el sentido común. Por ejemplo, sacar al toro “buller” tras constatar el comportamiento o hacer una “preadaptación” en el mismo potrero pero con separación por alambrado antes de mezclar ejemplares en un mismo grupo.

Navegar en este mar de variables puede ser tramposo, especialmente cuando no se trata de un trabajo controlado, pero Ungerfeld enfila rumbo a algunas que permiten echar un poco de luz sobre varios factores.

Principio quieren las cosas

“Hay datos que son más bien una confirmación de cosas que se veían o comentaban. Lo primero que destacaría es que del lado del productor lo consideran un problema realmente relevante, mucho más que la importancia que se le ha dado en investigación. Y que si hubiera alternativas fáciles de implementar, considerarían incluirlas en sus manejos”, afirma el especialista.

Las conclusiones sugieren el uso de algunas herramientas que pueden minimizar el problema y que parecen razonables pero que aún no están validadas con modelos experimentales. Por ejemplo, no mezclar grupos muy repentinamente ni de edades muy diferentes, no variar demasiado el manejo, retirar a los ejemplares que están muy afectados, y que los animales tengan estabilidad en sus condiciones. Hay factores de incidencia, como el tamaño del grupo (a mayor cantidad y más densidad, más probabilidad de que aparezca el comportamiento), que ya habían sido observados. “Seguramente sea el comienzo para pensar herramientas que permitan anticiparse al problema y disminuir la incidencia”, afirma.

Algo que a Ungerfeld le resultó llamativo es que si hay ejemplares de dos razas distintas, la incidencia de las montas entre toros baja, un dato que también deberá ser validado. “Las demás eran hipótesis más claras, pero esto es algo que no teníamos en la cabeza y, si efectivamente ayuda a disminuir el problema, es una solución sencilla”, dice.

En resumen, con un estudio de este tipo no se puede recomendar una técnica específica, pero sí saber por qué caminos se puede ir para lograrlo. “Si yo fuera productor, trataría de considerar algunas cosas, pero aún no podemos decir que técnicamente se pueda recomendar algo”, insiste con la misma cautela con la que camina en el terreno minado de estos temas de estudio.

Si la biología lo permite

Ungerfeld admite que hasta ahora hay más especulaciones que otra cosa al momento de explicar evolutivamente estos comportamientos. Por ejemplo, algunos autores consideran que la existencia de montas entre hembras podría ser una forma de facilitar la identificación a distancia de las vacas en celo por parte del toro, fomentándose así la participación de grupos sexualmente activos. Sin embargo, acota enseguida, “es una interpretación seguramente parcial, porque en otras especies parecidas no pasa lo mismo; por ejemplo, las ovejas o las hembras de algunos otros bóvidos no se montan entre ellas”. Lo que nos lleva a lo del comienzo, a la imposibilidad de generalizar las explicaciones a estas interacciones sexuales.

En los machos algunos trabajos plantean que podría tener que ver con el establecimiento de la dominancia, lo que también es una explicación parcial. Trabajos realizados con corderos, por ejemplo, revelaron que esto ocurre también independientemente de la dominancia, aunque sí parecía jugar su rol el aprendizaje sexual. Lo de “jugar” en este caso es muy preciso, porque montar a otros es parte del comportamiento de juego de algunos corderos incluso a las pocas semanas de nacimiento, lo que revela que hay algo instintivo incorporado.

En sus conclusiones, los autores resaltan que aunque las condiciones ambientales y de manejo (como reagruparlos, que haya una densidad alta de ejemplares, la llegada de la estación reproductiva o mover a los animales) parecen influir en este problema, no hay un manejo estandarizado que lo evite. Por eso, “es esencial entender mejor las causas y factores que lo predisponen para reducir la incidencia del problema”.

Como ya vimos, no es recomendable sacar conclusiones lineales para explicar comportamientos que parecen tener múltiples causas. Y mucho menos caer en la tentación de usarlas como moneda de cambio en especies muy distintas. “No es trasladable a otras especies, es algo muy parcial”, advierte Ungerfeld.

Nuestro conocimiento sobre las causas y factores que influyen en este comportamiento, incluso entre los rumiantes que tenemos muy cerca, todavía está lleno de interrogantes. Esta primera aproximación abre un poco el panorama, aunque esté motivada por intereses productivos, y nos obliga a dejar de lados sesgos y prejuicios que poco tienen que ver con la conducta de los animales.

Artículo: “Bull-bull mounts in Holstein bulls: a survey of its incidence, possible causes, and consequences in Uruguayan bull’ breeders”
Publicación: Animal Reproduction (2021)
Autores: Stefanie Fajardo, Rodolfo Ungerfeld.