El mundo es más complejo de lo que nos gustaría. Abordar los problemas desde todos los ángulos posibles requiere esfuerzo y manejar muchos campos del conocimiento (y no hace falta decirlo, pero por las dudas vamos una vez más: en esa tarea no alcanza sólo con la ciencia). Las simplificaciones, si bien útiles y muchas veces necesarias, pueden hacer que nos llevemos sorpresas indeseadas. Cuando hablamos de conservación de los ecosistemas, de producción sustentable o de reducir el impacto de los seres humanos sobre el planeta, las respuestas rápidas y sencillas no son buenas consejeras.

Como decía Aramis Latchinian en su libro Globotomía, dejar de usar envases plásticos para emplear los de vidrio tiene sus pro y sus contras: la eficiencia de transportar una bebida de litro en envase de plástico es mucho mayor que el mismo líquido en un envase de vidrio debido al peso. Pero además, las botellas de vidrio, al ser retornables, deberían ser lavadas con agua potable que luego pasaría a ser un efluente a tratar. Estos problemas generalmente no son tenidos en cuenta por quienes, en lugar de controlar su consumo de refrescos, piensan que están haciendo un mundo mejor simplemente consumiendo bebidas que vienen en botellas de vidrio retornable.

Nadie duda de que los autos eléctricos serán mayoría en un plazo breve. La ceguera de seguir quemando combustibles fósiles en algún momento dará lugar a prácticas más amigables con el ambiente. Pero ¿qué pasa con las baterías de estos vehículos y con los neumáticos que generan partículas de microplásticos? Es cierto, los vehículos convencionales, además de emitir dióxido de carbono, también tienen baterías y neumáticos bastante poco amigables con el ambiente. Un auto eléctrico no es tan malo como uno a combustible fósil, pero eso no lo hace totalmente bueno, y menos aún si uno vive en algún país de los pocos que tienen los minerales para abastecer la creciente demanda de baterías y componentes electrónicos.

Nos sensibilizamos por los peligros que enfrentan los osos panda, los orangutanes, los tigres y los elefantes. Y eso es fantástico. Pero no somos tan empáticos, por ejemplo, con nuestros tucutucus del río Negro, asediados por la soja y la urbanización, por los vampiros Desmodus rotundus, sensibles a los brotes de rabia debido a los cambios introducidos por la forestación, o porque grandes extensiones de nuestro monte nativo estén invadidas por el ligustro.

Nos decimos preocupados por la biodiversidad. Sin embargo, es poco frecuente, incluso cuando alguien queda totalmente verde tras tomar muchos litros de mate, que oigamos de acciones para proteger a las comunidades de insectos, pese a que según estimaciones componen un poco más de la mitad de las más de millón y medio de especies de organismos conocidos del planeta. Y aun entre los insectos tenemos nuestros favoritos. Como decía Ciro Invernizzi, etólogo de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, las abejas son “los polinizadores que tienen quién los defienda”. Y aun así en nuestro país las abejas están asediadas, entre otros factores, por los cambios productivos en el medio rural desde la década del 2000 y la proliferación de monocultivos y agrotóxicos asociados.

Las abejas melíferas no son los únicos insectos polinizadores. También hay abejorros y abejas nativas, mariposas y otra miríada de insectos que cumplen con ese rol de promover la reproducción de las plantas. Entre ellos, las frecuentemente denostadas polillas nocturnas. Y aquí volvemos al inicio.

La tecnología avanza y hemos encontrado formas de producir lámparas que consumen menos energía. Nada mal para un mundo cada vez más demandante. A las lámparas de bajo consumo se sumaron las lámparas led, que consumen aún menos. Las led aparentan entonces ser más verdes, más sustentables, más amigables con el ambiente. Salen más caras, pero ¡entre todos ayudamos a consumir menos energía! Independientemente de qué sucede cuando una led se transforma en residuo, una investigación desarrollada en Inglaterra sobre contaminación lumínica y afectación a los insectos, parece indicar que las led actuales no son tan verdes. Complejizar la mirada siempre enriquece. Y en este caso, además, permite pensar en soluciones sencillas.

Luces de sodio en carretera de Inglaterra.

Luces de sodio en carretera de Inglaterra.

Foto: Douglas Boyes

Nadie encendía las lámparas

En la velada del cuento de Felisberto Hernández, a pesar de que caía la noche, nadie encendía las lámparas. Hoy eso es casi una rareza. Mucho antes de que el sol se oculte tras el horizonte, probablemente llevemos algunas horas de exposición a la luz artificial. Es posible que lo que hagamos dentro de nuestras edificaciones sea cosa nuestra –de la especie, quiero decir–. El asunto es que en un mundo gobernado por ciclos predecibles de luz y oscuridad, en el que la vida evolucionó ajustándose al día y la noche, nuestra costumbre de iluminar también los exteriores está causando sus impactos (las afectaciones a nuestra propia vida también son notorias, pero no son motivo de la presente nota).

El problema de la luz artificial y el de la biodiversidad de los insectos están relacionados. Eso es lo que arrojan varias publicaciones científicas y es también lo que muestra el artículo “La iluminación callejera tiene impactos detrimentales en las poblaciones locales de insectos”, publicado en la revista Science Advances recientemente. El equipo de investigadores de Reino Unido, liderado por Douglas Boyes, de la Facultad de Ciencias Naturales y Ambientales de la Universidad de Newcastle y del Centro de Ecología e Hidrología de Reino Unido, fue a buscar estos impactos en las polillas nocturnas, más concretamente investigó qué sucedía con las orugas de estas polillas –estadio anterior previo a la metamorfosis que las convertirá en insectos alados maravillosos– y la iluminación de las carreteras.

¿Por qué se embarcaron en esto? Porque, como dicen en el trabajo, en primer lugar, “existe una creciente evidencia de que las poblaciones de algunos insectos han declinado durante las últimas décadas, generando preocupación sobre el funcionamiento futuro de los ecosistemas”. Las polillas son bastante estudiadas en Europa y hay abundante consenso en que sus poblaciones están atravesando “importantes declinios”. Preocuparse por las polillas es importante, ya que, como vimos, tienen un destacado rol como polinizadoras. Pero además debemos pensar en la pirámide alimenticia: las polillas son alimento de arañas y avispas, así como de pájaros y murciélagos. Si a las polillas les va mal, todos quienes las tienen en su dieta podrían sufrir el efecto en cascada (por eso en la naturaleza no es tan importante ser chico o grande, sino la red que interconecta a todos los organismos y nos hace dependientes a unos de otros).

Como dicen los autores en el artículo, “la luz artificial a la noche es una amenaza cada vez más reconocida para la biodiversidad y los procesos de los ecosistemas”. Por otro lado, reconocen que “la contaminación lumínica está aumentando a nivel mundial”. Y esta luz artificial durante la noche “se ha propuesto como un impulsor de la disminución de insectos”, afectando distintos aspectos de sus ciclos de vida, desde inhibir su actividad hasta aumentar que sean comidos por otros animales o alterar sus ciclos reproductivos.

Los investigadores también reseñan que “la composición espectral de la iluminación exterior está cambiando” debido a que cada vez se utilizan más “diodos emisores de luz (led) de amplio espectro debido a su mayor eficiencia energética”. En otras palabras: mientras que las anteriores lámparas de sodio de las calles y carreteras emitían una luz más amarillenta (de menor temperatura), las de led emiten una luz más blancuzca (de mayor temperatura). “Se desconocen las consecuencias de este cambio, pero se predice que los led blancos de amplio espectro tienen un mayor potencial de alteración del ecosistema, según la sensibilidad visual de muchos taxones, incluidos los insectos nocturnos”, comunican en su trabajo. Las lámparas de sodio, de luz más amarilla, si bien ocasionan alteraciones, “pueden ser menos dañinas para los procesos biológicos”, afirman. Entonces, en términos shakespeareanos, to led or no to led, esa es la cuestión para quien se preocupa no sólo por el ahorro energético sino también por el bienestar de los polinizadores nocturnos.

Luces LED en un cruce rural de Inglaterra.

Luces LED en un cruce rural de Inglaterra.

Foto: Douglas Boyes

Echando luz

La investigación realizada por Boyes y sus colegas se propuso evaluar “los impactos de la iluminación nocturna en orugas silvestres del sur de Inglaterra”, seleccionando a las orugas y no a las polillas adultas y al costado de carreteras buscando obtener “información sobre los efectos a largo plazo de las intensidades de iluminación del mundo real en las poblaciones de insectos silvestres”, esperando “demostrar los efectos donde los insectos viven y se desarrollan y no simplemente por dónde pasan volando”. Las polillas fueron elegidas como representantes o indicadores de los insectos nocturnos.

Para ver los efectos de la luz artificial recolectaron orugas de polillas de arbustos y del césped al borde de la carretera de zonas que estaban al lado de focos de las rutas y zonas que estaban como mínimo a 60 metros de un foco de luz, a las que consideraron zonas no iluminadas artificialmente. A su vez, las colectas en los sitios donde había focos se discriminaron de acuerdo con el tipo de lámpara: de led blancas, y amarillas de sodio (de alta y baja presión). En cada uno de estos lugares colectaron las orugas, ya fuera sacudiendo los arbustos y recogiendo las que caían o con mallas de barrido en el caso del césped, registrando “la abundancia local y en la masa larvaria, un indicador del desarrollo”.

Por otro lado, en zonas que no tenían “un historial de iluminación artificial”, es decir, bordes de carretera donde desde hace décadas no hay ningún foco de luz colocado, colocaron “plataformas de iluminación experimentales led y de sodio”, con el objeto de probar su hipótesis “de que la luz artificial a la noche interrumpiría el comportamiento de alimentación de las orugas nocturnas”.

Live and led die

Los resultados del trabajo son elocuentes. En primer lugar, corroboraron lo que cabía esperar: “La abundancia de orugas fue sustancialmente menor en las áreas iluminadas por focos”. Lo interesante fue lo que vino al analizar qué pasaba con las orugas de polilla de acuerdo con el tipo de foco.

En el caso de las orugas en arbustos de zonas de carretera con focos, encontraron una disminución en la abundancia general de 47%. El efecto, además, era mayor en las zonas con focos led (reducción de 52%) que de los de sodio (reducción de 41%). En otras palabras, de las “1.656 orugas recogidas en arbustos durante 25 visitas a 13 pares de sitios”, en las zonas con lámparas led había menos de la mitad de orugas que en las zonas sin ninguna lámpara.

Con las orugas de polilla en el pasto, las cosas fueron similares, pero las disminuciones no fueron tan grandes. “Hubo menos orugas en los márgenes de la hierba en casi todos los sitios”, con una disminución en la abundancia general de 33%. Nuevamente, la baja en la cantidad de orugas fue mayor cuando había focos led (43%) que con las lámparas de sodio de alta presión (24%) y de baja presión (11%). En este caso las orugas totales fueron 822, recogidas en 64 visitas a 15 sitios.

Puede parecer paradójico, pero las orugas de polilla de zonas donde había focos resultaron “más pesadas que las de áreas no iluminadas, probablemente debido a la luz artificial en la noche y al aumento de las tasas de desarrollo”. Algo similar ya se había reportado en otras investigaciones, donde una mayor exposición a la luz alteró la tasa de crecimiento en forma positiva.

Cuando observaron qué pasaba con los focos que colocaron en zonas donde no había antecedentes de iluminación artificial –pudiendo ver entonces efectos no acumulativos de larga data, sino de la luz recién colocada–, corroboraron lo observado en los focos viales, colocados generalmente en los cruces de caminos o zonas suburbanas. “Se muestrearon menos orugas con redes de barrido bajo luz led blanca en comparación con las que no estaban iluminadas”, reportan.

En efecto, las luces de las carreteras perjudicaban a las orugas de polillas. Con menos orugas no sólo habría menos alimento para las aves y otros animales que se alimentan de ellas, sino que habrá menos polillas adultas revoloteando en las zonas, menos polinización y menos snacks nutritivos para aves, murciélagos y arañas.

Luz que oscurece

“Nuestros resultados proporcionan una fuerte evidencia de que el alumbrado público afecta negativamente la abundancia local de poblaciones de insectos silvestres”, concluyen los investigadores. También señalan que sus niveles de caída de individuos fueron mayores que en otros trabajos que usaron focos led experimentales y no focos reales, y que no miraron orugas sino polillas adultas. “Nuestros resultados muestran que los ciclos de vida completos, no sólo las etapas individuales (por ejemplo, insectos adultos visibles y móviles), deben considerarse para comprender mejor los impactos locales de los impulsores de la biodiversidad en las poblaciones de insectos”, sostienen.

También hacen notar que “el número de insectos adultos de acuerdo con diferentes tecnologías de iluminación puede no servir como un indicador adecuado de su impacto ecológico”. Al respecto, señalan que estudios recientes muestran que las lámparas led “tienden a atraer un número similar de polillas (o un poco menos) que las lámparas de sodio”, dando la idea de que “los led fueran menos dañinos para las poblaciones de polillas”. Su trabajo con orugas permite sugerir que “el comportamiento de vuelo hacia la luz no es el principal mecanismo por el cual las poblaciones de polillas se ven afectadas negativamente por la luz artificial a la noche”. Es decir, no pensemos que sólo se encandilan con nuestros avances tecnológicos. Hay algo más afectando su supervivencia, y como son buenos investigadores, dicen que tal hipótesis “requiere mayor confirmación e investigación”.

Si no es que se encandilan, ¿entonces qué? Sugieren varios mecanismos. Uno de los que podría explicar “la notable reducción en la abundancia de orugas locales” sugiere que podría ser “la disminución de la oviposición en áreas iluminadas” debido a que “las polillas en áreas iluminadas pueden haber visto su actividad interrumpida y, por tanto, poner menos huevos”.

Extrapolando y mejorando

La ciencia responsable tiende a no ser ni maniquea ni alarmista. Por ello Boyes y sus compinches, si bien afirman que la forma en que sus resultados “se escalan a los paisajes es fundamental para comprender la contribución de la luz artificial a la noche en la disminución de insectos”, también reconocen que no saben “cómo los impactos de la iluminación en las orugas se extienden más allá del área directamente iluminada”. De hecho, en los muestreos de zonas sin focos las abundancias fueron mayores, por lo que dicen que no detectaron “efectos de desbordamiento positivos ni negativos en este estudio”. Lo que pasa cerca del foco queda cerca del foco.

Tratando de ver cuánto podría tener que ver este impacto de las luces de las carreteras con la merma de insectos en su país, tras realizar cálculos basados en la cantidad de focos dispuestos en las carreteras de Reino Unido, sostienen que “el efecto de la iluminación directa mediante alumbrado público probablemente ha contribuido en menor medida a la disminución a nivel nacional de la polilla hasta la fecha”. De todas formas, no hay que pensar que no pasa nada: “Nuestros resultados muestran que puede ser un factor local muy importante”, comunican. Esas reducciones localizadas en la abundancia de insectos “podrían causar considerables consecuencias en cascada para las funciones de los ecosistemas y otros taxones”.

La evidencia está. “Demostramos cómo los focos establecidos tienen efectos perjudiciales en los ensambles de orugas locales. Si bien se necesita más trabajo para desentrañar la importancia relativa de la contaminación lumínica para la disminución de la población de insectos (especialmente en comparación con amenazas más generalizadas como la pérdida de hábitat y el cambio climático), nuestros resultados muestran que la luz artificial a la noche actúa como un factor importante que contribuye a la disminución de las poblaciones de polillas a escala local, con ramificaciones para los procesos del ecosistema, incluida la polinización y el suministro de presas”.

Todo parece indicar que la cosa podría agravarse: “Los cambios en curso en la tecnología del alumbrado público, en particular el despliegue de tipos de luz más brillantes (generalmente, led blancos), probablemente sean importantes para los insectos”, advierten. Por tanto, dicen que “se necesita investigación urgente para comprender la mejor manera de mitigar” los efectos de estos cambios de tecnología “sobre los insectos a lo largo de los ciclos de vida”.

Sin embargo, pese a ver los efectos perjudiciales de la luz artificial, no dudan en tirar un poco de esperanza: “Los led se pueden modificar más fácilmente que las lámparas de sodio ajustando su intensidad (atenuación) y salida espectral (colores y filtros personalizados), ofreciendo, a costos marginales, la oportunidad de minimizar los impactos negativos en las poblaciones de insectos y los procesos del ecosistema vinculados”.

Cambiar la temperatura de color de un led puede ser un pequeño paso bastante accesible. Actuar teniendo en cuenta que no estamos solos en el planeta podría parecer, a priori, algo más inalcanzable. Si de algo sirve, la evidencia es cada vez más abrumadora. Como decía el filósofo Joey Ramone, necesitamos un cambio y lo precisamos pronto, antes de que tanto el rock’n’roll, como nosotros, seamos parte del pasado.

Artículo: “Street lighting has detrimental impacts on local insect populations”
Publicación: Science Advances (agosto 2021)
Autores: Douglas Boyes, Darren Evans, Richard Fox, Mark Parsons, Michael Pocock.