En 1977 un par de artefactos minúsculos, de menos de una tonelada, abandonaron el planeta Tierra. Uno de ellos, la sonda espacial Voyager 1, hoy es el objeto de fabricación humana que más ha penetrado en las profundidades del espacio. Trabajando en el proyecto de estas sondas destinadas a surcar el Sistema Solar y llegar, en varias decenas de miles de años, a la estrella más cercana, estaba el científico y popular divulgador Carl Sagan.

Dado que Sagan estaba sumamente interesado en la búsqueda de señales de vida extraterrestre, decidió que las sondas llevaran consigo mensajes que dieran cuenta de nuestra inteligencia y cultura a quienes fortuitamente pudieran toparse con ellas. Así, en un disco de cobre van sonidos de personas saludando, de animales, de lluvia y mar, y música maravillosa, desde Stravinsky hasta Chuck Berry. Si no contamos las ondas de radio que venimos emitiendo desde hace poco más de un siglo ni las propias sondas, que en sí mismas son objetos que hablan mucho de nosotros, en 1977 las Voyager estrenaron el propagar nuestra cultura humana al cosmos. Este año Arik Kershenbaum, con mucho menos dinero y tecnología que los empleados en las sondas espaciales, es responsable de una proeza similar: la teoría de la evolución de las especies, obra científica y cultural propuesta por Charles Darwin en 1859, fue lanzada a todo el cosmos.

Claro que hay algunas diferencias. Kershenbaum, zoólogo de la Universidad de Cambridge, en Reino Unido, especializado en la comunicación animal y que estudia las vocalizaciones de los lobos, delfines y otras especies, no tomó y catapultó al espacio ejemplares de El origen de las especies de Darwin ni de ninguno de los trabajos que ampliaron la teoría de la evolución desde su publicación. Su proyección de esta estupenda obra del pensamiento humano a todo rincón del universo se logró apenas publicando un libro aquí en la Tierra.

Con La guía del zoólogo galáctico, recientemente publicada en Uruguay, Arik nos muestra que más allá de que la vida en otros planetas pueda ser distinta a la que encontramos en el nuestro, más allá de que haya surgido en condiciones totalmente diferentes y que apele a elementos y compuestos distintos al carbono o al agua, seguramente la selección natural habrá permitido que esas formas de vida evolucionaran, se adaptaran y proliferaran de una forma esencialmente similar a como sucede a nuestro alrededor. Los organismos que existan a varios años luz a la redonda deberán resolver desafíos similares a los que presionan evolutivamente a la vida terrestre al buscar formas de moverse, comunicarse, reproducirse y sobrevivir. Podrán no ser nuestros parientes, ya que podemos no tener un antepasado en común, pero seguro estaremos hermanados por haber evolucionado bajo principios similares.

Kershenbaum se resiste a la idea de que es “imposible que podamos saber algo” sobre la vida en otras partes del universo. En su libro se propone “demostrar que podemos decir mucho sobre el aspecto que tendrán los alienígenas, su forma de vivir y su comportamiento”. ¿Provocador? Sí, deliciosamente provocador. Y fundamentado.

Kershenbaum, como docente de zoología, sostiene que su disciplina más que ahondar en formas concretas de vida, de repetir datos y hechos sobre los organismos, se enfoca en entender los procesos. “Entender procesos es la clave de la zoología en la Tierra”, dice, “y ello también nos puede ayudar a comprender la zoología de otros planetas”. Estamos convencidos de que las leyes de la química y de la física son universales, que se aplican aquí como en cualquier otro planeta o cuerpo celeste, pero cuando hablamos de las leyes de la biología, nos amilanamos. A lo largo del libro el autor nos quita ese miedito a estar mirando el resto del universo bajo el cristal de la única vida que conocemos: la biología evolutiva “propone mecanismos que explican la naturaleza de la vida”, sostiene. Y entonces nos hace ver que más que predecir cómo será la bioquímica de la vida extraterrestre, o si los aliens tendrán dos, ocho o ningún ojo, nos lleva a pensar que su bioquímica seguro los llevará a alguna forma de obtener energía –arreglándose sin otros seres vivos como hacen las plantas y algunos otras formas de vida, o devorando a otros seres como hacemos el resto de los organismos aquí en la Tierra– y a preguntarnos si, en caso de que lleguen a estadios de inteligencia desarrollada, necesitarán o no organismos fotorreceptores como los ojos.

De esta forma, el libro nos pasea de forma amena por la vida en el planeta en que vivimos para entender cómo sería la vida allá afuera. Para ello, hay leyes universales que se desprenden de la teoría de la evolución: la vida compleja evoluciona por selección natural, afirma. Y ese proceso es ciego a lo que se está seleccionando, a las moléculas que poseen la información (ADN o ARN aquí en la Tierra) o a la forma de vida en la que opera. Por ello, de forma similar a la que un zoólogo se adentra en una región inexplorada de nuestro planeta, haciendo conjeturas sobre qué formas de vida podrá haber allí de acuerdo con las condiciones del ecosistema (por ejemplo, en un río inexplorado podemos estar seguros de que habrá formas de vida adaptadas a vivir en agua), propone que “cuanto más sepamos de la forma en la que los animales se han adaptado al viejo mundo”, es decir, el nuestro, “mejor podremos especular” sobre cómo podrían adaptarse a un mundo nuevo por conocer.

Leer a Kershenbaum es placentero. Su estilo nunca deja de ser ameno, sin sacrificar profundidad. Veremos cómo la forma de los animales está relacionada con sus funciones, cómo y para qué se mueve la vida, cómo y por qué canales se comunica, qué tan vital para desarrollar la inteligencia son la sociabilidad, la comunicación y el pasaje de información, todo por medio de ejemplos y anécdotas de la vida en este pequeño punto azul pálido. Si cada libro es un mundo, La guía del zoólogo galáctico nos asoma a la vida de todos los mundos conocidos y por conocer.

Foto del artículo 'Con el libro La guía del zoólogo galáctico la teoría de la evolución conquista el cosmos'

Con Arik Kershenbaum, el zoólogo interestelar

La idea principal de tu libro es tan fascinante como simple: la vida extraterrestre estaría bajo las mismas presiones y leyes evolutivas que vemos aquí. ¿Cómo se te ocurrió eso?

¡Muy fácilmente! Todo lo que hacemos en biología, y especialmente en zoología, siempre se remonta a la evolución. Cuando queremos explicar por qué la vida es como es, siempre recurrimos a explicaciones evolutivas. Toda la diversidad de la vida, desde pájaros coloridos hasta ballenas gigantes y arañas diminutas. Es natural explicar la vida mediante la evolución. El verdadero desafío es pensar en la vida en otros planetas como una “vida” real tal como la conocemos, y luego podemos usar para analizarla los mismos principios que utilizamos para analizar la vida en la Tierra. Es demasiado fácil, e intelectualmente perezoso, decir “la vida en otros planetas será tan diferente a la Tierra que no hay nada que podamos decir al respecto”. No. Si la vida extraterrestre va a ser reconocida como “vida”, entonces es tan natural aplicar la teoría evolutiva a los extraterrestres como aplicar la evolución al considerar animales extraños y maravillosos como los tardígrados, las lampreas y las medusas en la Tierra.

Hay que ser valiente para decir que la evolución es un fenómeno universal, que sus leyes son tan universales como las de la química o la física, incluso cuando la biología puede considerarse una ciencia dura, o al menos más dura que la sociología, por así decirlo. ¿Te han criticado por proponerlo?

La principal crítica que he escuchado es que puede haber otros mecanismos para la vida en el universo, además de la evolución por selección natural. Como no hemos visto vida extraterrestre, según ese argumento, no podemos decir qué mecanismos fueron los responsables. Pero esa es una crítica débil. Siempre “podría” haber otros mecanismos, al igual que “podría” haber otras leyes de la física que no conocemos. ¡Pero eso en sí mismo no es motivo para dudar de las leyes que tenemos! Más seriamente, sin embargo, la evolución en su sentido más general puede definirse como una acumulación de rasgos hereditarios de generación en generación. Es difícil concebir cómo cualquier tipo de ecosistema complejo podría surgir espontáneamente mediante cualquier otro mecanismo. La mayor parte de las críticas a mi argumento es que los detalles de la evolución pueden ser muy diferentes a los de la Tierra, y creo que eso es muy cierto. Los extraterrestres pueden ser efectivamente muy diferentes si la vida extraterrestre tiene, por ejemplo, una bioquímica muy diferente. Pero esa acumulación paso a paso de rasgos beneficiosos sigue siendo inevitable, y sigue siendo lo único que puede impulsar un aumento de la complejidad con el tiempo.

La guía del zoólogo integaláctico es como un buen libro de ciencia ficción: parece que hablará de extraterrestres, pero en cambio nos hace pensar en nosotros y en nuestro delicado planeta. ¿Estás de acuerdo?

Estoy totalmente de acuerdo. La buena ciencia ficción nos enseña sobre nosotros mismos, mostrándonos un espejo distorsionado y dejándonos examinar a la humanidad sin prejuicios ni ideas preconcebidas. Un alienígena celoso o enojado puede ser analizado, justificado y criticado, ¡sin preocuparnos de que realmente nos estemos criticando a nosotros mismos por estar celosos o enojados! De manera similar, mi libro habla sobre cómo la evolución dará forma a la vida extraterrestre, pero realmente muestra cuán genuinamente diversa es la vida en la Tierra y por qué. También muestra cuánto tenemos en común con toda la vida en el universo, una vez que la descubrimos. Somos moldeados por los mismos procesos que dieron forma a todos los animales y plantas en toda su variedad, y toda la variedad de formas de vida diferentes en otros planetas. Cuando lo mirás así, muestra qué tan fuerte es el vínculo que tenemos con los otros habitantes de nuestro planeta.

Tu trabajo, como lo viene haciendo la teoría de la evolución desde hace más de un siglo, destaca el hecho de que los humanos somos tan animales como cualquier otro animal en la Tierra y, ahora, como en cualquier punto del cosmos. ¿Hoy en día es más fácil aceptar nuestro lugar en el esquema de la vida o sigue siendo difícil ubicarnos en un panorama más amplio?

Creo que la mayoría de la gente todavía lucha por ver cómo encajamos en la red de la vida en este planeta. Sí, aceptamos a un nivel intelectual que somos animales, pero rara vez cuestionamos lo que eso significa. Por ejemplo, aunque la mayoría de la gente acepta que la evolución significa que de alguna manera estamos relacionados con los chimpancés, pocas personas entienden lo que eso significa realmente: que una vez hubo un simio (de una especie ahora extinta) que tuvo dos descendientes, uno de los cuales fue el antepasado de los humanos, y el otro el antepasado de los chimpancés (en realidad, la historia real es algo más complicada que eso, pero es una buena aproximación). Nuestra relación con el resto de la vida en la Tierra, incluidas las plantas y los hongos, es una relación familiar genuina. Por otro lado, no tenemos ninguna relación familiar con la vida existente en un planeta alrededor de una estrella diferente. Pero aun así, aunque no compartimos un ancestro común, compartimos un mecanismo común, en realidad, la esencia misma de la existencia de la vida: la evolución. Entonces somos parte de la vida en el universo de una manera muy fundamental.

¿Creés que Darwin estará orgulloso de vos por llevar su teoría al espacio y más allá?

Creo que Darwin estaría absolutamente encantado con todos los avances y descubrimientos en el campo de la biología evolutiva realizados desde su época. Cuando escribió El origen de las especies, él ni siquiera sabía de los genes ni de cómo los rasgos se transfieren de padres a hijos. Ahora no sólo hemos probado que toda la vida está relacionada con todas las demás formas de vida, la idea clave de su teoría, sino que incluso podemos hacer cálculos precisos de cuánto tiempo hace que dos especies compartieron un ancestro común. Estoy seguro de que habría visto la extensión de sus ideas a la vida en otros planetas como algo natural y obvio. Lo que tal vez no esperaba es que ahora comprendamos tan bien cómo funciona exactamente la evolución, que podamos hacer predicciones genuinamente perspicaces sobre cómo podrían comportarse las criaturas alienígenas, en términos de cosas como su comportamiento social y su comunicación. Creo que de eso sí estaría muy orgulloso.

Le tenías miedo a este libro, el primero que escribís para el público general. Si, como decís en los agradecimientos, es como tener un primer hijo, debo confesarte que es brillante, inteligente, provocador y divertido. ¿Sos un padre feliz?

Sí, este era un libro que necesitaba ser escrito, y estoy muy satisfecho tanto con el resultado como con la acogida que ha tenido. No siempre es fácil para los científicos explicar al público lo que hacemos y por qué lo hacemos, pero creo que cuando, como en este caso, nuestro conocimiento científico actual abre nuevas vías y nuevas formas de pensar sobre el universo, entonces es nuestro deber explicar eso al resto del mundo. ¿Por qué nadie ha escrito un libro como este antes? Probablemente porque la probabilidad de encontrar vida extraterrestre siempre ha parecido muy remota. Ahora que sabemos que el descubrimiento de vida en otros planetas probablemente esté a solo unas décadas de distancia –posiblemente mucho más cerca–, es imperativo que comencemos a pensar no sólo en cómo podría ser esa vida, sino también en por qué sería así. Si la gente comienza a hacerse estas preguntas como resultado de leer mi libro, entonces he cumplido con mi tarea.

Los animales, incluso los humanos, no suelen emprender raids de aniquilación. Lo más común en la naturaleza es comer –o tomar– lo que necesitás y dejar que los demás hagan lo suyo. Con más de un siglo de extraterrestres violentos y voraces en la cultura popular, eso es algo que vale la pena resaltar. ¿Los animales sienten algo especial cuando entran en contacto con otros animales? ¿Será también universal la compasión y la empatía hacia otras formas de vida? ¿Nos protegerá esto de ellos o a ellos de nosotros?

Los alienígenas violentos y voraces son sólo humanos violentos y voraces disfrazados. No tenemos más razones para temer a los animales extraterrestres que para temer a los tigres o lobos en la Tierra. Todos los animales salvajes merecen respeto y precaución, pero no hay ninguna razón evolutiva para que las criaturas alienígenas sean más violentas o más voraces que las de la Tierra. Sí hay una pregunta sobre las civilizaciones alienígenas tecnológicas. ¿Serán expansionistas y coloniales como lo han sido las humanas? Supongo que no, por dos razones. En primer lugar, viajar entre las estrellas es tan energéticamente costoso que cualquier civilización que tenga una tecnología para viajar de esa manera, tiene una tecnología que resuelve sus necesidades materiales casi que por arte de magia. No tendrán necesidad de explotar la Tierra, ni por nuestros recursos, ni para comernos. Pero la segunda razón aborda tu pregunta de manera más directa. Todos los animales sociales sienten compasión por los miembros de su grupo. Una civilización no podría evolucionar y crecer hasta convertirse en tecnológica sin esa empatía innata. Hasta ahora, los humanos no hemos usado muy bien nuestra empatía con otras especies del planeta, pero está ahí, en el fondo de nosotros. A menos que podamos crecer y expandir ese sentimiento, protegiendo nuestro planeta y la vida del otro en él, nunca viajaremos a las estrellas. Las civilizaciones alienígenas, como nosotros, serán filtradas por su capacidad para controlar su egoísmo. Aquellos que sigan adelante sin preocuparse por su planeta perecerán, como bien podría sucedernos a nosotros. Aquellos que alcancen la etapa de controlar su destrucción serán los que podremos encontrar en el futuro.

Pretendías venir a Uruguay a estudiar las cotorras, pero no pudiste por la pandemia. ¿Tiene algo que ver con tus estudios sobre la comunicación animal? Hace poco publicamos una nota acerca de una investigación liderada por Grace Smith que compara las vocalizaciones de nuestras cotorras en Estados Unidos, donde son una especie invasora, y las de aquí.

Quería verlas interactuando y vocalizando en la naturaleza. Los loros sociales suelen ser bastante difíciles de observar en su entorno natural, pero Grace me indicó algunos buenos sitios donde podríamos estudiarlos en Uruguay. ¡Iré allí cuando se levanten las restricciones de viaje!