Están ahí, en el medio de la ruta o en las banquinas, casi irreconocibles para los autos que pasan a toda velocidad y los esquivan mientras se descomponen al sol. Para muchos habitantes de las ciudades, esa es la única prueba de su presencia: una carcasa impactada por algún coche, que ven fugazmente al trasladarse de un lado a otro en el interior.
La abundancia con la que aparecen en las rutas, sin embargo, es un buen indicador de su presencia en el territorio y de su ingenio para moverse en el paisaje, aun cuando está fuertemente intervenido por la presencia humana. No en vano el zorro de monte (Cerdocyon thous) y el zorro de campo o gris (Lycalopex gymnocercus) son los dos animales más atropellados en nuestras rutas, después del zorrillo. El tercer cánido silvestre de nuestras tierras, el aguará guazú (Chrysocyon brachyurus), es tan raro y elusivo que no se deja sorprender ni por los autos.
La ONG ECOBIO Uruguay, que hace un monitoreo de las especies atropelladas en el país, detectó en lo que va de 2021 la presencia de 259 ejemplares muertos de zorro de monte y 257 de zorro de campo en las rutas de nuestro país (además de otros 508 zorros cuya especie fue imposible identificar a simple vista debido a su estado). Aunque no es tan sencillo diferenciarlos cuando están destrozados por un vehículo, vale señalar que el zorro de monte tiene las orejas y el hocico más cortos, un pelaje algo más oscuro y una constitución un poco más gruesa que su pariente el zorro de campo, que tal cual su nombre indica suele moverse con más frecuencia por espacios abiertos.
Curiosamente, esta lamentable abundancia de animales atropellados es a la vez una desgracia y una indeseable oportunidad, como demuestra la publicación de dos trabajos recientes que brindan nuevos datos sobre la salud de nuestras especies de zorros y su interacción con el ambiente.
Luiz Gustavo de Oliveira y Fabiana Marques Boabaid, dos egresados de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS) que se desempeñan como investigadores en Tacuarembó (él en el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria, INIA, ella en el Polo de Desarrollo Universitario del Instituto Superior de la Carne) veían varios de estos animales atropellados cada vez que hacían el trayecto Porto Alegre-Tacuarembó o salían al campo en el norte uruguayo. No eran los únicos: en Salto, mientras tanto, el equipo del médico veterinario José Manuel Venzal ya venía trabajando con muestras de estos animales.
Para ellos, más que una visión fugaz y sin interés al costado de la ruta, esos zorros eran una fuente de información utilísima para ampliar y complementar un trabajo que sus colegas Cíntia de Lorenzo y Luciana Sonne venían realizando en Rio Grande do Sul, dedicado a la presencia de un problemático parásito en estos animales: la Rangelia vitalii.
El tamaño no importa
La Rangelia vitalii es un pariente, aunque hay que remontarse 2.000 millones de años para encontrar un antepasado en común del que evolucionaron todos los organismos eucariotas como nosotros, es decir, aquellos hechos de células con la misma arquitectura: ADN en un núcleo central. Más específicamente, la Rangelia es un protozoario, un organismo microscópico y unicelular que a menudo parasita otro ser vivo.
El motivo por el que la Rangelia nos interesa particularmente es el efecto de su presencia. Es causante de una enfermedad hemorrágica en perros llamada rangeliosis, conocida también en Brasil con el nombre no muy tranquilizador de “peste de sangre” o “fiebre amarilla de los perros”. Pero la Rangelia no puede llegar por sí sola hasta los perros. Necesita viajar en un medio de transporte, que es proporcionado en esta ocasión por la garrapata Amblyomma aureolatum, vector de este parásito.
La presencia de la Rangelia no implica necesariamente la aparición de la rangeliosis, aunque los perros domésticos pararían las orejas ante esta relativización. Son los que más sufren la enfermedad (en especial los ejemplares jóvenes de zonas rurales o semiurbanas), con síntomas y consecuencias bastante desagradables. La rangeliosis produce lesiones a nivel vascular y hemorragias visibles comúnmente en la punta de las orejas, cuenta De Oliveira. Entre los efectos del parásito y la respuesta inmune del can se arma una verdadera película de terror para el organismo. Además del sangrado en las orejas y las narinas, suele observarse apatía, anemia, fiebre, diarrea con sangre e ictericia.
Aunque esta enfermedad es más común en Brasil, donde se la detectó a comienzos del siglo XX, en Uruguay hemos tenido varios focos de rangeliosis en perros, especialmente en el norte y el litoral noroeste del país, en los últimos tiempos. Es muy poco lo que sabemos, sin embargo, de la presencia de Rangelia vitalii en nuestros cánidos silvestres, información esencial en esta época de coexistencia involuntaria entre animales domésticos y salvajes.
Varios estudios previos, hechos en la región, sugieren que el zorro de campo podría ser el reservorio natural de este patógeno, lo que explica también que conviva por lo general con la Rangelia sin efectos graves para su salud. Tal cual nos enseñó la experiencia del coronavirus y su posible origen en murciélagos, los patógenos que circulan ampliamente y desde hace mucho tiempo en poblaciones silvestres no suelen enfermar a sus hospederos, parte del balance evolutivo logrado por una convivencia de tanto tiempo. Distinto es el tema cuando aparece un nuevo eslabón en la cadena de contagios.
Las desventuras de Don Juan el Zorro
Los autores del trabajo se propusieron investigar la presencia de Rangelia en cánidos silvestres en Uruguay, pero como los zorros no suelen dejarse tomar muestras de sangre voluntariamente (o permitir un examen atento en busca de garrapatas) hubo que recurrir a los ejemplares atropellados en las rutas, lo que nos lleva nuevamente al comienzo.
Tanto el equipo de Tacuarembó, con De Oliveira y Boabaid, como el grupo de Salto, tomaron en paralelo muestras biológicas de los zorros atropellados que se encontraban en la ruta (léase, sangre y fragmentos del bazo) y las congelaron para su análisis posterior en un laboratorio. También inspeccionaron el pelaje de todos los zorros en busca de garrapatas, que fueron recolectadas y preservadas en alcohol.
En total, analizaron 62 zorros (38 de campo y 24 de monte) cuyas muestras se recogieron en Paysandú, Rivera, Salto y Tacuarembó. El patógeno que buscaban, a diferencia de nuestro ultraconocido coronavirus SARS-CoV-2, guarda su información genética en forma de ADN y no de ARN, lo que permite conservar relativamente bien el material a estudiar. La técnica usada, sin embargo, fue la misma, mencionada hasta el hartazgo en medios de comunicación en este último año y medio: un análisis PCR en busca de la secuencia genética deseada, en este caso la de la Rangelia vitalii.
El resultado fue muy significativo. Por primera vez se detectó en Uruguay la Rangelia en cánidos silvestres. El protozoario fue hallado en cinco de los animales analizados, todos ellos zorros de monte (Cerdocyon thous). Además, la garrapata que lo porta se encontró en cuatro de los 32 Cerdocyon thous, aunque como bien aclara De Oliveira, esta puede ser una subestimación, ya que no es fácil encontrar una garrapata tan chica en el pelaje denso del zorro o entre sus patas, sobre todo si el animal está retratado contra el asfalto desde hace varios días.
Los análisis genéticos revelaron además que las secuencias de Rangelia halladas eran prácticamente idénticas que las encontradas en perros domésticos en Uruguay y la región. “Saber si la Rangelia que circula en los zorros tiene la misma identidad que la que se encuentra en perros es un elemento más para estar seguros de que esa interacción entre especies silvestres y el perro es la que produce la circulación, la dinámica del parásito”, explica De Oliveira.
Los resultados del estudio aportan varias pistas interesantes sobre lo que está ocurriendo con la circulación de patógenos entre cánidos silvestres y domésticos en nuestro territorio. Para comenzar, la prevalencia de Rangelia fue menor a la hallada en otros trabajos hechos en Brasil, lo que para De Oliveira no es extraño en absoluto, ya que la garrapata que es vector de este parásito se encuentra generalmente en zonas de alta humedad y temperaturas por lo menos templadas, algo más frecuente en Brasil que en Uruguay.
Además, eso explicaría por qué la prevalencia es mucho mayor en zorros de monte que en zorros de campo (en Uruguay, directamente no fue hallada en estos últimos). El zorro de monte está más adaptado a un hábitat de bosques, más húmedo y sombreado, que favorece más la presencia de la garrapata.
Lo más trascendente de estos resultados, sin embargo, va más allá de la mera detección del patógeno en zorros en Uruguay. Tiene que ver con la vida que estamos llevando en estos dos últimos años y con nuestro avance sobre los espacios naturales ocupados por animales silvestres, cuya salud está directamente vinculada con la nuestra y la de los ecosistemas en general.
La marca del zorro
La presencia de la Rangelia en zorros no es un problema grande de conservación para estos animales. Tal cual explica De Oliveira, mientras más aislada o reducida esté una población, mayor puede ser el impacto de una enfermedad y menor su capacidad de respuesta. Pero en el caso de la Rangelia, no sólo los síntomas clínicos suelen ser leves en los zorros, sino que además las dos especies están bien distribuidas en Uruguay. Pese al impacto que producen las rutas, los campos cultivados y la modificación de su ambiente en general, los zorros se las ingenian para permanecer conectados y en números razonablemente saludables en el país.
“El problema es que hay una tercera especie silvestre susceptible a este patógeno, que es el aguará guazú. En Uruguay el aguará sigue siendo un misterio, pero si tiene poblaciones muy pequeñas y aisladas, allí yo veo un potencial riesgo. Si uno tiene una población debilitada, una variabilidad genética que se fue desgastando con el tiempo y poca capacidad de respuesta frente a un desafío muy grande, como el ingreso de una enfermedad, eso puede ser un inconveniente”, aclara De Oliveira.
El problema más grande, sin embargo, es para los perros domésticos, lo que nos lleva nuevamente a reflexionar sobre los peligros producidos por acortar las distancias entre nosotros (y nuestras mascotas) y el hábitat de los animales silvestres. Tres de los exámenes positivos de Rangelia en zorros de monte se recolectaron en Paysandú, donde se han reportado casos esporádicos de rangeliosis en perros de caza con acceso a áreas rurales. Un trabajo de Rodolfo Rivero de 2017 analiza nueve casos de esta enfermedad registrados en el período comprendido entre los años 2001 y 2013, todos ellos correspondientes a perros usados por el propietario de un establecimiento para cazar en su predio y montes de la zona (y con contacto frecuente con otros perros domésticos).
“La detección de Rangelia vitalii en Cerdocyon thous, junto a la evidencia de parasitismo del vector, por lo tanto, explicarían la circulación del protozoario en la región, generando brotes de la enfermedad en perros desde comienzos de los 2000”, señala el trabajo.
“Esa interacción entre los animales domésticos y silvestres es dañina y perjudica a las dos partes”, señala de Oliveira. “La Rangelia se aprovecha de la garrapata, que circula en las patas de los zorros, y al compartirse el mismo ambiente, se produce la movilidad entre zorros y perros”, agrega.
“Es el ejemplo del coronavirus una vez más. Si se van disminuyendo las barreras entre las especies y una que nunca habían tenido contacto con el agente patógeno entra en la cadena, puede ser más susceptible a él”, explica el investigador.
Más pruebas
Que la Rangelia se haya detectado sólo en zorros de monte en Uruguay no significa que los zorros de campo estén ajenos a los problemas de la interacción con animales domésticos. O que no haya otros parásitos que se encuentran en ambos y que pueden afectar severamente a los perros. Para demostrarlo, entran en escena otros protozoarios problemáticos: los del género Hepatozoon. Hay dos especies, Hepatozoon canis y Hepatozoon americanum, que suelen infectar a cánidos silvestres y domésticos usando también a garrapatas como vectores (de especies distintas a las que transmite la rangeliosis).
Cuando la enfermedad que transmiten, llamada hepatozoonosis, se manifiesta, los efectos en los perros no son menos tétricos que los descritos para la rangeliosis: dolores musculares, apatía y atrofia que llevan al debilitamiento y muerte del animal.
La presencia de estos protozoarios en nuestros mamíferos nativos, sin embargo, ha sido poco estudiada hasta el momento. Por eso mismo, el grupo de investigadores del Laboratorio de Vectores y Enfermedades Transmitidas, del Cenur Litoral Norte (Salto, Universidad de la República), se propuso descubrir qué información podían aportar, una vez más, los pobres zorros atropellados en nuestras rutas.
Entre mayo de 2015 y julio de 2020 se dedicaron a recolectar muestras de sangre y garrapatas de los zorros muertos que encontraban en carreteras, con el objetivo de hacer la correspondiente extracción de ADN y el test PCR. De las 77 muestras obtenidas (45 de zorro de monte y 32 de zorro de campo), ocho dieron positivo a un protozoario del tipo Hepatozoon americanum: seis en zorros de monte y dos en zorros de campo. El grupo de José Manuel Venzal (que como vimos también participó del otro estudio reportado en esta nota) había puesto bien el ojo: este es el primer reporte confirmado de zorros de campo infectados por esta clase de protozoarios.
Las conclusiones del trabajo apuntan en la misma dirección que el anterior estudio y dejan en claro que, incluso por motivos egoístas, es importante dejar espacio a la circulación de animales silvestres y sus patógenos. “La expansión de actividades humanas ha forzado la coexistencia de cánidos salvajes y domésticos en el mismo hábitat. Aunque la infección de H. americanum es de preocupación veterinaria menor para cánidos salvajes, el solapamiento de hábitat entre perros y zorros que comparten las mismas especies de garrapatas hace que la presencia de protozoarios del tipo H. americanum en zorros sea una probable amenaza para perros domésticos”, asegura.
No es necesario irse hasta Wuhan y pedir un churrasco de pangolín en un mercado húmedo para generar consecuencias sanitarias. El avance humano sobre los hábitats de los animales silvestres se produce en todas partes del planeta e incide en todos los que lo habitamos, porque, como se ha repetido insistente pero quizá no suficientemente, la salud es una sola y está interconectada. Es un mal negocio para todas las partes involucradas: los humanos, la fauna silvestre y nuestras mascotas, como demuestran estos estudios. O casi todas. A los patógenos les suele venir bien tener terrenos nuevos para colonizar.
Un problema en ambas direcciones
La interacción entre zorros y perros domésticos no sólo es un problema para los segundos. El trabajo “Viroma del zorro de monte (Cerdocyon thous) y del zorro gris (Lycalopex gymnocercus) del sur de Brasil y Uruguay”, en el que también participó de Oliveira, se propuso analizar la comunidad de virus de ambas especies de zorros salvajes y compararla con la de los perros domésticos. ¿De qué forma? Acudiendo una vez más a las muestras de zorros atropellados en las rutas de Uruguay y el sur de Brasil.
“Estos cánidos salvajes tienen hábitos de carroñeros nocturnos y viven muy cerca de los animales domésticos, lo que merece atención, ya que las especies domésticas pueden desempeñar un papel en la transmisión de agentes infecciosos a los animales salvajes”, advertían los autores.
El estudio halló casos positivos de moquillo canino (CDV) en zorros de monte de Brasil, en cepas casi idénticas a las detectadas en perros. También se halló el parvovirus canino (CPV2) y el bocavirus canino (CboV), aunque este último en sólo uno de los 22 animales analizados y con una variante que no coincide con las conocidas. Se detectaron además secuencias de virus que no estaban reportadas en perros.
Este contagio es motivo de preocupación en las dos direcciones. Tanto en el caso del moquillo como del parvovirus es el cánido silvestre el que está siendo contagiado con una enfermedad que es primariamente del perro doméstico. “Pero al mismo tiempo, no podemos descartar que en algún momento los zorros puedan ser un agente transmisor a los perros domésticos”, decía entonces Luiz de Oliveira.
Artículo: “Rangelia vitalii in free-living crab-eating foxes (Cerdocyon thous) in Uruguay”.
Publicación: Ticks and Tick-borne Diseases (2021)
Autores: Cíntia de Lorenzo, Fabiana Marques Boabaid, Luiz Gustavo Schneider de Oliveira, Matheus Viezzer Bianchi, María Félix, María Armúa-Fernández, Joâo Fábio Soares, José Manuel Venzal, Luciana Sonne
Artículo: “An Hepatozoon americanum-like protozoan in crab-eating (Cerdocyon thous) and grey pampean (Lycalopex gymnocercus) foxes from Uruguay”.
Publicación: Parasitology Research (setiembre 2021)
Autores: Luis Carvalho, María Félix, Valentin Bazzano, Anthony da Costa Teixeira, María Armúa-Fernández, Sebastián Muñoz-Leal, José Manuel Venzal.