El ornitólogo Douglas Russell, encargado de la sección de huevos y nidos de aves del Museo de Historia Natural de Londres, examinaba en 2009 una caja con archivos de la accidentada expedición de Robert Scott a la Antártida cuando se topó con un papel de 1915 titulado “Hábitos sexuales del pingüino de Adelia”, escrito por el médico y zoólogo George Murray Levick. Lo que más le llamó la atención no fue ese título, por más gancho que tuviera, sino una frase garabateada por encima en forma muy llamativa: “No publicar”.

Picado por la curiosidad, Russell hojeó el material y se encontró con una detallada descripción de la vida sexual de estos pingüinos, en la que Levick se refería a ellos con el horror de quien ha visto una colección de videos snuff plagados de sexo, muerte y violencia. El zoólogo juzgaba desde una óptica humana a esos “machos vandálicos” y “patoteros” cuyos “actos constantes de depravación increíble” iban desde “la masturbación, el sexo por diversión y el comportamiento homosexual hasta la violación en grupo, la necrofilia y la pedofilia”.

Tras pasar varios meses en el cabo Adare en el verano antártico de 1911-1912, Levick había tenido ocasión de observar con detalle a la mayor colonia de estos pingüinos (Pygoscelis adeliae) y descubrir aspectos insospechados de su sexualidad. Se horrorizó al ver cómo los machos abusaban de las crías e incluso intentaban someter sexualmente a hembras muertas varios meses antes.

“Parece que no hay crimen lo bastante vil para estos pingüinos”, concluía espantado en sus notas. Quedó tan impactado que decidió “camuflar” sus observaciones más gráficas escribiéndolas en griego antiguo. No contento con eso, optó por publicar en 1915 una versión “lavada” de sus observaciones generales sobre este pingüino, en las que omitió todo lo que consideraba desviaciones sexuales a fin de ahorrar disgustos a la Inglaterra académica posvictoriana. La impresión que le causaron parece haber sido profunda, porque Levick no volvió a publicar un texto ornitológico en vida.

La vida secreta de Adelia

Pasarían más de 60 años para que otro científico visitara a esos pingüinos durante una temporada entera y sacara los trapitos de su sexualidad al sol, esta vez dando explicaciones más objetivas. ¿Estábamos efectivamente frente a una pandilla de pingüinos depravados, más dignos de protagonizar una remake animal de La naranja mecánica que un documental de naturaleza?

Como bien apunta la zoóloga y documentalista Lucy Cooke en su libro La inesperada verdad sobre los animales, su conducta no tiene nada que ver con la depravación, ni siquiera con la “pasión amorosa”. Cuando los pingüinos se agrupan en la colonia en octubre, están “desbordados de hormonas y sólo disponen de unas pocas semanas para aparearse”. Los machos jóvenes, carentes de experiencia para saber cómo actuar, responden entonces a señales inadecuadas a la hora de buscar potenciales parejas. Tienen una limitada oportunidad de reproducirse pero un impulso muy intenso.

El pingüino de Adelia es una especie interesante en materia de estudio sexual, pero todo un riesgo para quienes observan a los animales a través del lente de la moralidad humana. Entre sus conductas, por ejemplo, se encuentra el intercambio de sexo por bienes materiales. Las hembras obtienen a veces grandes piedras, necesarias para proteger sus nidos, a cambio de encuentros sexuales con machos sin descendencia que viven en los bordes de la colonia.

El caso de los “pingüinos depravados” de Adelia es un buen ejemplo de cómo el sesgo humano ha mantenido ocultas muchas conductas sexuales de los animales, o directamente ha optado por ignorarlas. Durante mucho tiempo, por ejemplo, se creyó que en el reino animal la actividad sexual entre animales del mismo sexo era “antinatural”, ya que no implicaba fines reproductivos aparentes. La ausencia casi total de reportes científicos al respecto, durante mucho tiempo, respaldaba esta creencia y generaba un círculo vicioso. Sin embargo, a medida que se fueron superando los tabúes humanos se pudo constatar que las conductas homosexuales o bisexuales son comunes en miles de especies. Simplemente antes preferíamos no verlas.

Todo lo que usted quería saber sobre el sexo

Usar a los animales para justificar qué es natural y antinatural para los humanos es una trampa tentadora e inútil, y habla más sobre nuestros prejuicios que sobre la conducta de la fauna. El lector puede comprobarlo leyendo en redes sociales los comentarios de cualquiera de los artículos que hemos publicado sobre sexualidad animal. Abundan las reacciones de indignación y suele emitirse juicios (ya sea dirigidos a los animales, los científicos o los autores de los artículos) distorsionados por una visión puramente humana.

Lo cierto es que no podemos saber exactamente qué piensan los animales o cómo sienten respecto de su sexualidad, y mucho menos podemos usarlos para atribuirles emociones o intenciones que surgen en realidad de nuestra esfera afectiva y sentimental. Podemos observar y teorizar, pero siempre con la conciencia de que no hay una respuesta única que explique todas las conductas sexuales.

Las hembras de los murciélagos de la fruta (género Cynopterus), por ejemplo, practican felaciones a los machos. Los machos de otra especie de murciélagos, los zorros voladores de la India (Pteropus giganteus), brindan sesiones de cunnilingus a las hembras. ¿Acaso estudiaron el Kamasutra de los murciélagos y están explorándolo concienzudamente? No, pero tampoco hay una respuesta clara, sino aproximaciones e hipótesis. Los científicos que han analizado estos comportamientos creen que el sexo oral prolonga las relaciones sexuales entre los murciélagos e incrementa de este modo las probabilidades de reproducción. Hay allí, entonces, una posible explicación de origen evolutivo.

Los bonobos, que desde jóvenes tienen interacciones sexuales en todas las combinaciones posibles (suelen ser retratados como los “hippies” de los primates), usan signos de manos para manifestar sus intenciones sexuales y hasta posiciones preferidas. Uno de estos gestos se utiliza incluso para invitar a la pareja a darse vuelta. Se ha reportado que el sexo en los bonobos alivia tensiones y hasta sirve como forma de reconciliación entre oponentes. Para algunos científicos hay, entonces, explicaciones que apelan a lo social y hasta a lo cultural.

Sólo recientemente hemos aceptado que la diversidad de conductas sexuales de los animales puede tener motivaciones distintas a las estrictamente reproductivas, que van desde aspectos evolutivos novedosos o sociales hasta considerar que quizá simplemente les resulten divertidas o placenteras. Ni el orgasmo ni el placer sexual en general son ya dominio exclusivo de los seres humanos. Un reciente artículo sobre el clítoris de las toninas apunta justamente en esa dirección.

El punto Flipper

Las toninas o delfines nariz de botella que se ven con frecuencia en costas uruguayas (Tursiops truncatus gephyreus es nuestra subespecie) comparten algo con humanos y bonobos. Tienen sexo durante todo el año con fines que no son puramente reproductivos y parecen disfrutarlo.

Los delfines nariz de botella son criaturas muy sexuales. Las hembras suelen estimular el clítoris de otras hembras frotándolo con sus hocicos, aletas y cola. Los machos no se quedan atrás. Es frecuente que tengan sexo anal y que incluso inserten sus penes en los espiráculos de otros. Machos y hembras se masturban usando objetos, a falta de manos.

Como en realidad no podemos preguntarles a los delfines si estas actividades les dan placer, y tampoco es sencillo analizar sus respuestas neurológicas ante estos estímulos, la bióloga evolutiva Patricia Brennan (de la Universidad de Mount Holyoke, Estados Unidos) se decidió por otro enfoque: un detallado análisis micromorfológico de sus clítoris.

Ya sabíamos que las toninas tienen clítoris. No es que los biólogos hayan tenido dificultades para encontrarlo en todos estos años de investigación, pero no se había realizado hasta ahora un estudio profundo de su morfología. Esto no es nada raro, tal cual dijo la misma Brennan a New Scientist, ya que el clítoris de las mujeres tampoco se describió completamente hasta entrados los años 90 del siglo pasado.

“El trabajo da un detalle muy bueno de la anatomía, morfología y funcionalidad del clítoris. Nadie lo había diseccionado a este detalle ni usado antes este tipo de tecnología. La aproximación metodológica fue crucial para concluir que el clítoris de las hembras de las toninas es funcional, tiene características semejantes a las del clítoris de las mujeres y probablemente les permita sentir placer al momento de tener relaciones sexuales”, cuenta a la diaria la bióloga Paula Laporta, especialista en cetáceos de la asociación civil Yaqu Pacha y del Centro Universitario Regional del Este de la Universidad de la República.

El clítoris de las toninas es grande (algo así como una pila chica), está bien desarrollado y colocado en la entrada de la vagina, un lugar en el que es probable que sea estimulado durante la cópula. Brennan y sus colegas examinaron 11 clítoris de hembras de edades variadas, que recolectaron de ejemplares recientemente muertos. Mediante disecciones y tomografías computadas, entre otras herramientas, analizaron la presencia, forma y configuración de sacos eréctiles y terminaciones nerviosas.

Delfines en Rocha.

Delfines en Rocha.

Foto: Paula Laporta

Descubrieron que los sacos eréctiles del clítoris de estos delfines tienen espacios que pueden expandirse en la estimulación, similares a los del clítoris humano. Además, comprobaron que cuentan con un gran número de terminaciones nerviosas debajo de la piel, que es tres veces más fina en esta zona que en las adyacentes.

Hallaron también corpúsculos genitales parecidos a los descritos en el clítoris humano y el glande, involucrados en el placer sexual. “Su presencia sugiere una función parecida en los delfines”, señala el trabajo.

En resumen, el examen anatómico del clítoris de las toninas revela “un órgano complejo con muchas similitudes con el clítoris de otras especies que experimentan placer, incluyendo a los humanos”.

Por lo tanto, el estudio sugiere que las hembras de toninas “probablemente sienten placer cuando el clítoris es estimulado durante la cópula, comportamiento homosexual y la masturbación”. Para entender cuán importante puede ser para ellas, ya que no siempre esta estimulación está vinculada a la reproducción, hay que sumergirse en el agua y meterse en el elaborado mundo social de estos delfines.

La sociedad es la culpable

“No me sorprendió que el clítoris de las toninas fuera funcional. Era esperable por las características de cómo se reproducen, por la organización social y el desarrollo cognitivo que tienen”, señala Laporta.

¿Cuál es su organización social? “De fisión y fusión”, describe la especialista. Esto significa que son animales sociales, que viven en grupos pero no mantienen estabilidad en ellos. “Cambian en composición y tamaño en cuestión de horas, días, semanas. Son fluidos y dinámicos, pero hay asociaciones preferenciales, es decir que algunos animales tienden a tener relaciones preferenciales entre ellos que pueden durar muchos años”, agrega.

Se ha visto que las relaciones más fuertes se dan entre machos y machos, y entre hembras y hembras. En este contexto, los ejemplares jóvenes disponen de un tiempo de aprendizaje que puede ser útil posteriormente a la hora de reproducirse, donde además el sexo sirve también para crear y fortalecer vínculos sociales.

Si bien Laporta aclara que son animales de comportamiento muy plástico, que puede variar según el ambiente, se caracterizan siempre por ser muy sociales. El sexo “es una forma física que tienen de vincularse, más allá de sus vocalizaciones”. Estos vínculos pueden ser de dominancia, cooperación o alianzas para el futuro. Por ejemplo, hembras que tienen una relación preferencial pueden cooperar más adelante para ayudarse al momento de cuidar a las crías.

“Creo que es totalmente posible que la sensación de placer sea en sí misma una manera de que los animales se busquen para interactuar y/o para reproducirse, pero también podría haber una explicación evolutiva: de alguna manera la funcionalidad del clítoris y la sensación de placer generaron (en tiempo evolutivo) que las hembras con esa funcionalidad estuvieran más receptivas a la cópula y entonces lograran reproducirse más veces y tener más crías”, señala Laporta.

Tiene sentido. El clítoris podría favorecer que la hembra esté más dispuesta a tener relaciones sexuales y también a que se genere un período de práctica, de tal manera que cuando esté en el período reproductivo haya más eficacia. “El placer generaría más receptividad y también aprendizaje y experiencia en los dos sexos”, apunta la bióloga.

Breve historia del orgasmo femenino

En el trabajo, Brennan y sus colegas aseguran que “entender la historia filogenética del placer sexual podría dilucidar el rol del orgasmo femenino”. La discusión sobre el origen del orgasmo femenino es un punto particularmente sensible y que ha despertado algunos enojos de mujeres con hombres, dos características que comparte con el clítoris.

Una de las teorías sobre el orgasmo femenino postula que no tiene función evolutiva alguna, que permaneció sólo en forma vestigial gracias a que existe el orgasmo masculino (que sí es necesario para la transferencia de esperma); según esta visión, es un simple derivado del pasado ontogénico común de hombres y mujeres (y por lo tanto el clítoris sería una suerte de minipene sin funcionalidad, del mismo modo que las tetillas en los hombres son sólo un producto derivado de la evolución de los pezones para amamantar crías). Brennan no está de acuerdo para nada con esta explicación y considera que el clítoris “es un órgano perfectamente funcional, que sirve para alguna clase de propósito”.

“Si el orgasmo femenino apareció en algún momento de la evolución y se mantuvo”, señala Laporta, “fue porque tuvo algún efecto positivo, brindó más descendencia y sobrevivencia a los individuos que poseían esa característica”. El estudio filogenético que sugiere este trabajo, por lo tanto, podría ayudar a identificar en qué momento surgió y darle una fundamentación.

Los “adaptacionistas”, mientras tanto, han pensado en una veintena de razones para explicar por qué apareció el orgasmo en las mujeres, cuando en apariencia no es esencial para el éxito reproductivo, no siempre acompaña a la cópula y está ausente en gran número de especies. Entre las teorías más curiosas, por ejemplo, figura que las contracciones del orgasmo colaboran para “succionar” esperma en dirección al útero o que los espasmos que produce, sumados a la sensación de “mareo”, ayudan a que la mujer se quede acostada luego del sexo y los espermatozoides no tengan que esforzarse tanto en llegar al óvulo.

¿Qué fue primero?

Otros creen que el orgasmo es un rasgo ancestral asociado a la ovulación, recuerda Laporta. De acuerdo a esta teoría, postulada por la bióloga evolutiva Mihaela Pavličev, luego del orgasmo femenino hay una oleada endócrina similar a la que se registra en animales con ovulación inducida (es decir, aquellos que necesitan de un estímulo para producir la ovulación, como los gatos). El humano tuvo alguna forma ancestral con esta característica, pero si bien con el tiempo evolucionó para ovular espontáneamente, como ocurre hoy con las mujeres, las reacciones hormonales asociadas a los orgasmos permanecieron.

“Este concepto se apoya en un hallazgo fascinante: el desarrollo de la ovulación espontánea es paralelo a un cambio en la posición del clítoris. Basándose en los vínculos evolutivos entre una serie de animales, los investigadores descubrieron que las criaturas que evolucionaron más tarde, incluidos los humanos, ovularon espontáneamente. Y este cambio coincidió con el desplazamiento del clítoris hacia el norte, más alejado de la vagina”, explica la bióloga.

Más allá de este abanico de teorías, podemos reiterar un concepto más general que, según Laporta, explica lógicamente la aparición del orgasmo desde el punto de vista evolutivo: si provoca una respuesta placentera es más probable que quiera repetirse y que a la larga favorezca una mayor progenie.

¿Por qué, entonces, no aparece en más especies (aunque haya sido observado también en otros primates)? Laporta cree que es muy probable que haya muchas otras especies con clítoris funcional y, por lo tanto, capacitadas para experimentar orgasmos, pero que sencillamente no han sido estudiadas. “Obviamente existirán variaciones, pero es probable que ocurra. Falta estudio y no se ha investigado en detalle. Por eso justamente este trabajo en delfines es valioso”, aclara Laporta.

Volviendo al comienzo, quizá simplemente no estamos mirando con atención. Laporta y Brennan coinciden en que hay un atraso considerable en el estudio de los genitales femeninos en el reino animal. Incluso ocurre entre quienes investigan a los cetáceos, pese a que en estos “prevalecen más las mujeres que los hombres, aunque no en los cargos más importantes”, dice Laporta.

El descubrimiento de un clítoris funcional en las toninas, además de servir como recordatorio simbólico a los hombres de su falta de atención al clítoris en general, abre una puerta para aprender más sobre la evolución del placer en el sexo y preguntarnos por el lugar que ocupamos nosotros en ese puzle complejo y fascinante. Por lo pronto, hace tiempo que sabemos que no somos los únicos animales que han logrado superar la función reproductiva del sexo. Las delfines hembras, y también los machos, se suman ahora a este club cada vez menos selecto.

Artículo: “Evidence of a functional clitoris in dolphins”
Publicación: Current Biology (enero de 2022)
Autores: Patricia Brennan, Jonathan Cowart, Dara Orbach.