Cuando cumplió sus 90 años, en 2017, el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE) realizó varias actividades. Buscando promover la discusión sobre el papel de la ciencia y su importancia en el corazón donde se toman decisiones democráticas de relevancia para el país, realizó en la Sala Acuña de Figueroa del Palacio Legislativo las primeras Jornadas Científicas Profesor Clemente Estable. En aquel entones el sistema científico enfrentaba dificultades.
Cinco años después los problemas de las investigadoras e investigadores son tanto o más preocupantes. Mientras la Academia Nacional de Ciencias del Uruguay había estimado, de cara a la rendición de cuentas tras la pandemia, que para “mover la aguja” de la ciencia, para salir de su situación de estancamiento y deterioro, se necesitaban al menos entre 30 y 40 millones de dólares, desde el gobierno se entendió o bien que no era necesario o bien que no era el momento. El dinero no apareció -los legisladores de ambas cámaras mejoraron un poquito las magras partidas para investigación y desarrollo- y la ciencia volvió a su tradicional desamparo. En el marco de sus 95 años, el IIBCE reeditó sus Jornadas Científicas en el Palacio Legislativo.
Hubo varias conferencias y mesas de debate. Una de ellas, titulada justamente Bisagra o tapón, esa es la cuestión, abordó uno de los problemas que constriñen al sistema científico: la falta de oportunidades de inserción y retribución para las jóvenes investigadoras e investigadores. El tema en particular es que, como mostraban en un video introductorio realizado por el IIBCE, hay una etapa crítica que se da entre que los investigadores e investigadoras de posgrado realizan sus maestrías y doctorados -para los cuales al menos hay escasas becas mal remuneradas, sin aportes, que implican trabajo precarizado- y la siguiente etapa, que es la de consolidación como personas que crean conocimiento original.
En esa etapa delicada las instituciones -el video hablaba del IIBCE, pero lo mismo sucede en otros lugares, como la Universidad de la República (Udelar), el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), etcétera- y el sistema científico todo, pueden oficiar de bisagra, facilitando ese tránsito hacia la consolidación, es decir, dando lugar a que los investigadores e investigadoras pongan todo su potencial a producir valioso conocimiento siendo retribuidos dignamente por ello, o pueden ser tapones, lugares que pongan trabas al crecimiento profesional y que terminen fomentando que nuestras científicas y científicos jóvenes, cuando hay suerte, abandonen el país para ir a hacer ciencia a otra parte, o en los casos más desafortunados, que lisa y llanamente dejen la ciencia para la que tanto se prepararon.
“La falta de inversión repercute en más de un componente del sistema científico: infraestructura y equipamiento, financiación de proyectos de investigación y recursos humanos. Uruguay tiene menos de 800 investigadores por millón de habitantes, una cifra muy baja comparada con otros países. Entonces, ¿qué somos, bisagra o tapón?” interrogaba el audiovisual.
Para abordar el tema, se convocó una mesa de lujo. Moderados por el investigador del IIBCE Juan Platero, dieron sus puntos de vista Silvia Olivera, también investigadora del IIBCE, Miguel Sierra, Gerente de innovación y comunicación del Inia, Cecilia Fernández, Pro Rectora de Investigación de la Udelar, y David González, Director Académico del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas, (Pedeciba). A los cuatro se les habían dado tres preguntas disparadoras: si los mecanismos existentes en sus instituciones daban respuesta a la necesidad de inserción de jóvenes investigadores, si debería existir una carrera de investigador en nuestro país, y qué instrumentos o mecanismos deberían tenerse en cuenta para elaborar políticas que permitan la consolidación de investigadores. Aquí un resumen caprichoso de lo conversado.
Horadando
Silvia Olivera comenzó diciendo que para ella era un orgullo formar parte del IIBCE y que allí en 2008 se dio “el avance más significativo para el colectivo de investigadores presupuestados”, ya que surgió la posibilidad de acceder a la dedicación total también para los grados 3. “Algo importante a recalcar es que haber obtenido esos derechos no fue en desmedro de los de las otras personas y que fue a iniciativa de los grados 3. Entonces de veras, la unión y la coordinación realmente permiten lograr grandes cosas. La gota horada la piedra y los que trabajamos en el Instituto somos expertos goteadores”.
Aún así, Olivera reconoció que los mecanismos existentes en su institución para dar respuesta a la inserción de los jóvenes investigadores “son claramente insuficientes”. “El avance de la ciencia necesita más cargos presupuestados. El IIBCE perdió cargos presupuestados con la dictadura y nunca volvió a recuperarlos. Hoy se están perdiendo cargos presupuestados, y se están perdiendo cargos de jefaturas que llevaron muchos años de trabajo consolidar y formar. Son líneas que pueden quedar acéfalas”, lamentó Olivera.
Ya que los cargos presupuestados no se aumentan, señaló que hay “una ventana alternativa” que es la de “obtener más fondos de horas docentes”, que “pueden de alguna forma ayudar a mejorar la situación y la inserción”, aunque reconoció que eso “no es lo mejor, pero es una posibilidad”. “Todos los investigadores como trabajadores tenemos que aspirar al trabajo decente, y eso es un mandato ético más que económico. Una sociedad que se recuesta en el conocimiento y que utiliza el conocimiento es una sociedad que tiene más probabilidades de ser exitosa y eso no es un eslogan, son hechos demostrables”, apuntó.
“Los que nos vamos haciendo viejos los vamos viendo con nuestros alumnos que se van sin querer irse, que no tienen posibilidad de inserción”, dijo con genuino pesar Olivera. “Tenemos el potencial como para ponernos a discutir y nosotros también tratar de ir viendo qué posibilidades mitigadoras puede haber mientras se sigue haciendo esa lucha que tiene que ser continua, permanente, y año a año, de obtener más cargos presupuestados y permitir salir del tapón”, señaló, aclarando que “el tapón ahora es más problemático que en mi tiempo, porque se da al ingreso”. Por ello señaló que “indudablemente” tiene que existir una carrera investigador que “tendría que ser sustentable e inclusiva. Eso significa todas las voces y a todos los niveles. Juntos podemos más”, arengó.
Soluciones ecosistémicas
“Hace unos años recuerdo que alguien decía, como despectivamente, que en el IIBCE investigaban las arañitas”, comenzó señalando Miguel Sierra. “Ahora vemos que el Uruguay se quiere posicionar con la carne natural, y uno de los indicadores es el índice de biodiversidad. Y uno de los indicadores para esos índices es la población de arácnidos en los diferentes territorios del país. Por tanto, aquello que era tan lejano y despectivo, ahora pasa a ser una de las palancas de la competitividad”, agregó. “Eso me reafirma que no hay nada más práctico que una buena teoría”, dijo.
“A nivel de inversión en ciencia estamos muy lejos”, señaló Sierra, y dijo que “la solución de esto no puede ser en el INIA, en la Udelar, en el IIBCE, en el Pedeciba. Esto tiene que ser un abordaje ecosistémico del sistema de ciencia tecnología innovación de Uruguay”. “Tenemos que generar pistas de salida laboral, en la academia y en los institutos de investigación por supuesto, pero también en las empresas públicas, las empresas privadas, la administración. Hay que generar nuevas empresas de base tecnológica, startups, crear cosas nuevas, híbridos público-privados. No puede ser que la gente se nos siga yendo”, dijo molesto.
“Creo que la ciencia demostró durante la pandemia que genera un alto retorno, algo que desde el INIA ya habíamos visto en un estudio de impacto que realizamos en el 2011. Entonces nos daba que por cada dólar invertido en investigación agropecuaria retornaban al país 16. Allí hablamos de productividad, de temas ambientales, de logística, hay un montón de cosas que la ciencia puede aportar, no se trata solo de patentes. Valorizar no es solo patentar”, comentó. Y luego fue por las cifras.
“Los números cantan. Uruguay invierte 0,4% del PIB en ciencia, 80% de la gente tiene su salida laboral en la educación pública. Dentro de la población económicamente activa tenemos 1,57 investigadores cada 1.000 personas. Permanentemente veo que nos queremos comparar con Nueva Zelanda o con Holanda. Nueva Zelanda invierte el 1,33% de su PIB en ciencia, tiene 10,2 investigadores cada 1.000 personas de la población económicamente activa y el 31% de la inversión en investigación y desarrollo lo aportan las empresas. Holanda, que es otro modelo del agro inteligente y de la agricultura intensiva, invierte 2,16 % del PIB, en su población económicamente activa, tiene 10,3 investigadores cada 1.000 personas, y el 70% de ellos está trabajando en empresas”, resumió.
“Esto lo tenemos que ver necesariamente como una cuestión sistémica. Sí, precisamos carrera de investigadores. Creo que tenemos que diversificar en esa carrera las dimensiones. Me parece que hemos hecho mucho énfasis, y está bien, en la producción científica, en la publicación de artículos por ejemplo, pero tenemos que jerarquizar otras dimensiones, como la colaboración con el sector empresarial, colaboración con las políticas públicas, aporte a la educación y la formación de la gente, participación en la innovación y los debates ciudadanos de ciencia y tecnología”, apuntó.
Detectar la demanda
Llegó entonces el turno de Cecilia Fernández, pro rectora de Investigación de la Udelar. “Abordando la primera pregunta, si los mecanismos existentes en la Udelar dan respuesta a la necesidad de inserción de jóvenes investigadores, diría que lamentablemente no y tenemos una gran preocupación sobre el tema”, reconoció inmediatamente.
“Por un lado es una muy buena noticia para el país el hecho de tener tantos jóvenes interesados por hacer ciencia y a su vez con posibilidades de formarse bien en ciencia. De eso no cabe duda que estamos mucho mejor que hace algunos años. Estamos mejor, pero no bien. Por ejemplo ahora tenemos cientos de becarios de maestría y doctorado, algo impensable hace unos años, pero están trabajando en condiciones precarias que se mencionaron antes en estas jornadas”, señaló. “Y está claro que esa población de becarios y después egresados de los posgrados es la población a la cual tenemos que encontrar una inserción”, apuntó.
“A veces nos hacemos un poco de trampa cuando nos fijamos en los números de investigadores por millón de habitantes. Si vemos dónde trabajan los investigadores, en los países que tienen una cantidad grande, una proporción muy importante trabaja fuera del sistema académico. Y ese capaz que es el aspecto en el que como país y como sistema tenemos que trabajar más, que realmente haya demanda por la gente formada para poder retenerla. No nos podemos permitir como sociedad que la gente se va enojada y sintiendo que el país no le dio un lugar. Eso realmente es durísimo”, resumió.
“Con respecto a la carrera de investigador, sin duda tenemos que tener en el país una forma de profesionalizar la dedicación a tiempo completo a la actividad académica. Sería muy saludable que el país discutiera cómo instaurar algo así”, señaló.
“En cuanto a los mecanismos e instrumentos, creo que tenemos que pensar de manera inteligente. Voy a repetir algo que dice siempre Judith Sutz: es muy importante trabajar en la detección de demanda de investigadores. Y eso es una cosa que hay que construir”, reflexionó Fernández. “Más allá de las startups y las empresas, que creo que todavía es prematuro esperar que contraten investigadores, por lo menos masivamente, creo que hay un montón de lugares del estado donde precisamos gente con la formación que están teniendo en este momento nuestros egresados de posgrados para contribuir a la solución de problemas del país. Lo que pasa es que el encuentro de estos egresados y los requisitos no ocurre. Si bien tenemos que hacer también ese esfuerzo de detección de demanda de investigadores en las empresas de todo nivel, me parece que en el Estado podemos tener un nicho, que como política pública se haga un trabajo importante de detección de demanda de gente formada justamente para solucionar problemas”, concluyó.
Una política de estado
David González se excusó porque los compañeros que lo antecedieron hablaron de muchas cosas que pensaba decir. Así que caminó por donde otros no habían andado.
“¿Debe existir una carrera de investigar a nuestro país? Creo que hasta la frase 'carrera de investigador' está inspirada en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, el Conicet, que es una gran historia de éxito en Argentina”, reconoció. “Cuando a todos los uruguayos nos encanta decir que la Argentina es un relajo, debemos sacarnos el sombrero, porque el Conicet es una cosa archiestable que lleva decenas de años en Argentina, y la verdad que nosotros como país no hemos podido tener un nivel de política institucional en ciencia como el que Argentina tiene”, desafió. “Ese es un debe que siempre estamos por encarar, nos cuesta mucho y siempre parece que estamos empezando de cero”, señaló, y Miguel Sierra luego comentó que a veces da la sensación de que estamos en una escena de la película El día de la marmota. “La carrera de investigador es necesaria, pero lo que es más necesario es una política científica de Estado, que la va a abarcar”, puntualizó González.
“Tenemos como un paradigma, en el que muchos nos formamos, donde nuestro destino era la academia. Y ese paradigma está en cuestión. Yo había hecho el mismo cálculo que hizo Cecilia con el número de investigadores por habitante. Nosotros tenemos 1,5, Nueva Zelanda tiene diez, pero resulta que de cada diez, entre siete y ocho están en el sector privado. Es decir, nosotros en el sector público no andamos tan lejos de Nueva Zelanda, lo que precisamos es salir del sector académico. Tenemos que buscar apuntar al sector productivo público. Las cuatro empresas más grandes del país no tienen departamentos de I+D [innovación y desarrollo] y deberían tenerlos. Luego hay que ir a las empresas grandes, somos productores importantes de algunos bienes. Tenemos que buscar el nicho de los investigadores en oficinas regulatorias de los ministerios. La ex Dinama durante muchos años fue una especie de escribanía donde las empresas presentaban qué cuidado del ambiente iban a tener y se revisaba”, dijo González.
“Tenemos que pensar en educación media como un lugar de trabajo de muchos de nuestros egresados de posgrado. Tenemos que pensar en la asesoría a los políticos, que también puede ser un interesante lugar de trabajo”, agregó.
“¿Qué instrumentos o mecanismos deberían tenerse en cuenta para elaborar políticas que permitan la consolidación de investigadores? Acá voy a ser muy atrevido, pero el país tiene que hacer fuerza por lograr definir dos o tres temas más en los que vale la pena crear otros institutos de investigación. Debemos pensar si no debemos tener, como en otras partes, institutos de investigación para resolver el problema de la enseñanza de la matemática, la física, la química y la biología. De repente hay que investigar fuertemente en educación. El tema climático es tremendo, entonces de repente no sólo la Universidad debe tener investigadores de geociencias. Y acá es donde voy a ser tal vez polémico: creo que Uruguay tiene que tener un instituto de investigación en carne vegetal. Hay una posibilidad de en algún tiempo la gente deje de consumir carne, y si eso llega a pasar, Uruguay tiene que ser puntal en la carne vegetal. Me parece que eso es algo que por lo menos tenemos que discutir”, provocó González.
“El Estado debe apoyar a las empresas que quieren hacer investigación con subsidios, y nosotros como investigadores tenemos que entender que el paradigma cambió y que no es el destino de todos nuestros estudiantes de posgrado ser nuestros sucesores en el laboratorio, debemos lograr que se inserten en otro lugar. Eso implica también un cambio mental”, redondeó.