En los más de 650 kilómetros de playa que tiene Uruguay se ven a veces cosas muy raras. Como sistema social-ecológico, cada vez más sometido a la presión doble de la antropización y los efectos del cambio climático, la costa ofrece muchísimos servicios que atraen a turistas, pescadores y deportistas. Otras personas deciden vivir experiencias muy distintas, sin embargo, para perplejidad de los demás habitués de la playa.
Mientras muchos disfrutaban del sol y del agua, por ejemplo, un grupo variopinto de personas recorría sistemáticamente las playas aferrando en sus manos las clásicas chismosas de feria. Les colocaban arena de distintos sectores y tamizaban el contenido con la minuciosidad y obsesión de un cazafortunas californiano en plena fiebre de oro.
En verano la situación era especialmente complicada, porque se multiplicaban los curiosos que les preguntaban justamente eso, si estaban buscando un tesoro o filtrando metales preciosos, perplejos al ver que se rompían la espalda en lugar de disfrutar de las bondades de la playa. Y no es que aquellas personas armadas de chismosas y un interés inusitado en la arena desconocieran la importancia de las playas. Todo lo contrario.
Los curiosos integrantes de aquellas partidas de exploradores eran biólogas y biólogos del Laboratorio de Ciencias del Mar (Undecimar) de la Facultad de Ciencias y del Centro Universitario Regional Este (CURE) de la Universidad de la República, dedicados a un muestreo de los organismos que caminan o se entierran en la arena, como pulgas de mar, gusanos poliquetos, tatucitos u otros más conocidos por el público general como cangrejos, almejas y berberechos. El porqué del uso de chismosas no se debe a ningún fetiche de su parte, sino a que la malla de las que están hechas tiene un entramado de medio milímetro, tamaño perfecto para retener macroinvertebrados.
Este plan de monitoreo no sólo nos dice mucho sobre los habitantes de las costas sino también sobre los ecosistemas de nuestras playas, su presente y su futuro. Varias de estas especies de macroinvertebrados son excelentes bioindicadores, capaces de reflejar la calidad del sistema que habitan debido a su sensibilidad a los cambios en el ambiente. Algunas de ellas son prácticamente desconocidas para el público general pese a su relevancia como centinelas ambientales de nuestras adoradas pero amenazadas playas, pero otras se han hecho conocidas por su valor alimenticio para los seres humanos, aunque no sea esa la única importancia que tienen. Por ejemplo, los berberechos (Donax hanleyanus).
Un amigo de hierro
Los berberechos no son aún un recurso productivo de gran importancia en Uruguay –país que suele darles la espalda a los productos del mar–, pero de todas formas tienen relevancia cultural y alimenticia. Se han convertido en un componente tradicional en la dieta de comunidades locales, especialmente en Rocha, gracias a la pesca artesanal y familiar, y sus beneficios nutricionales han dado un empuje a su reputación en los últimos tiempos.
Para ser un invertebrado, digamos, es bastante carismático. Y de buen tamaño. Los individuos pueden llegar a medir unos tres centímetros de longitud, y tienen una distribución que abarca la costa atlántica del sur, desde Caravelas (Bahía, Brasil) a la provincia de Buenos Aires.
No es ese el motivo por el que los esforzados biólogos y biólogas de Undecimar dedicaron a esta especie un reciente artículo, que les valió pasarse meses tolerando las preguntas curiosas de personas que se remojaban los pies en las playas. No estudiaron al berberecho por sus propiedades alimenticias ni para cuidarlo como recurso productivo, aunque sin dudas su trabajo puede ser útil en este sentido. El berberecho es un sujeto interesante para probar algunas hipótesis y predicciones de ecología fundamental de las playas, que nos ayudan a entender cómo influyen las características de las playas en la conformación de las poblaciones que las habitan, una información importante para cualquiera que desee comprender el funcionamiento de este ecosistema y pretenda seguir disfrutando de él en el mediano y largo plazo.
“Además, es una especie bastante sensible y puede ser usada como bioindicador. Es sensible a la salinidad, por ejemplo, y aunque aún no hicimos estudios específicos también puede serlo al calentamiento global y eventos de variabilidad climática como El Niño o La Niña”, cuentan Eleonora Celentano y Diego Lercari, dos de los esforzados biólogos que pasearon sus chismosas por 16 playas del país con fines no recreativos.
Aunque el estudio de Celentano, Lercari y sus colegas Julio Gómez, Anita de Álava y Omar Defeo no apunta en realidad a mostrar las bondades del berberecho como bioindicador, saber más sobre cómo afectan a sus poblaciones los distintos factores locales y regionales sienta una primera base para su posible uso como tal en el futuro.
Los berberechos no sólo tienen importancia para los humanos ni están ahí para nuestro exclusivo disfrute, como solemos pensar sobre las playas y todo lo que habita en ellas. “Desde el punto de vista del ecosistema es de las de las especies de macroinvertebrados que alcanzan tallas más grandes junto con la almeja. Podemos encontrar tamaños considerables en las playas de La Paloma, Arachania, La Pedrera o Santa Isabel. Es de las especies que aportan más biomasa a estos ecosistemas”, cuenta Celentano. Son filtradores de algas y se encuentran en niveles tróficos intermedios. “Filtran directamente desde productores primarios, pero después son alimento de peces y de aves; son muy importantes para el funcionamiento de la playa”, aclara.
Por lo tanto, si no consideramos a los berberechos suficientemente carismáticos, hay que recordar que su presencia sí está relacionada con la abundancia de especies de aves que sí lo son, como los ostreros o chorlitos, recuerda Lercari.
Por qué están donde están, por qué son más exitosos en algunas playas que en otras y qué factores los condicionan fue parte de lo que los investigadores se propusieron estudiar, lo que nos lleva primero a meternos en el peliagudo tema del sexo y las playas.
Vamos a la playa
Mientras los veraneantes nos remojamos los pies en la orilla o flotamos perezosamente en el agua, una intensa actividad sexual se desarrolla no muy lejos de nosotros, aunque no la veamos o nos cueste reconocerla como tal.
En el caso de los berberechos, machos y hembras adultos liberan gametos femeninos y masculinos al agua, donde se produce la fecundación. Cuando hay éxito, el huevo genera una larva que pasa un tiempo en la columna de agua, alimentándose de plancton. Al crecer, regresa a la playa (aunque no necesariamente a la misma) y pasa por las fases de recluta, juvenil y adulto para reiniciar el ciclo.
Claro que no todas las playas son iguales para los berberechos (ni para los demás organismos que las habitan), algo muy relacionado con el trabajo que realizaron los investigadores. Para entenderlo hay que hablar una vez más de playas disipativas y reflectivas, un concepto importante para los organismos intermareales pero también de interés para los humanos que eligen qué tipo de playa les gusta más para veranear.
Por un lado están las playas disipativas, a las que se llama así porque la energía se va disipando a través de varias rompientes, creando un clima más “relajado” para las especies. Suelen tener arena más fina y pendiente suave, como en Barra del Chuy o la Playa de los Botes de Punta del Diablo.
Por el contrario, las playas reflectivas son de arena más gruesa, pendiente más pronunciada y mayor filtración de agua, como Arachania, La Balconada en La Paloma o la Viuda en Punta del Diablo. Estas playas, que “reflejan” la energía porque la ola rompe en la orilla, son más desafiantes para las especies porque implican un gasto metabólico mayor.
Dentro de este espectro hay distintos grados, con playas que no pueden ser encasilladas en ninguna de estas dos categorías porque no tienen características tan definidas o porque oscilan a lo largo del año entre un extremo y otro. Se les llama intermedias, y entre los ejemplos más conocidos están José Ignacio y Playa Hermosa en Maldonado, y Costa Azul en Canelones.
Estos factores morfodinámicos locales tienen consecuencias sobre la fauna que los habita. Los estudios realizados en organismos intermareales (los que ocupan la zona litoral activa, donde actúa la ola, como los berberechos) dieron pie a la hipótesis de severidad de hábitat (HHH, por sus siglas en inglés), que predice que el ambiente más riguroso de las playas reflectivas tiene efectos negativos en la fecundidad, abundancia, crecimiento, supervivencia y reproducción de estos organismos en comparación con el ambiente más “amable” de las playas disipativas. Tiene lógica incluso para los bañistas: es más probable que haya que insumir más energía al meterse en una playa como La Balconada, con su pendiente pronunciada y la fuerte rompiente de la ola, que en la llana y calma de Barra del Chuy.
Pero estos no son los únicos factores que condicionan la presencia de este tipo de fauna. El grado y variación de salinidad, así como otras características asociadas, también influyen fuertemente sobre la riqueza, la abundancia y la cantidad de biomasa de las playas arenosas. Los investigadores tuvieron entonces la excelente y novedosa idea de medir cómo inciden en conjunto todos estos elementos en un bivalvo tan común como el berberecho. Para hacerlo sólo necesitaban varias playas con características contrastantes a lo largo de una costa con distinto grado de salinidad. Bingo. Tuvieron la suerte de nacer en Uruguay, donde el estuario más ancho del mundo (el Río de la Plata) tiene gran incidencia en las aguas marinas de todo tipo de playas. Era hora de descolgar las chismosas.
Un granito de arena para la ciencia
“Le sacamos jugo a la situación geográfica. Las características del Río de la Plata y la existencia de varias parejas de playas contiguas con características físicas distintas nos dio una oportunidad de tener un diseño único a nivel mundial”, aclara Lercari.
Los investigadores realizaron un tour de oeste a este por 16 playas del Uruguay a lo largo de dos años, tomando muestras cada dos meses. La gira del berberecho los llevó desde la pareja formada por las playas Pascual y Penino en San José, con características reflectivas e intermedias respectivamente, pasando por playas de Maldonado como Santa Mónica (reflectiva) o José Ignacio (intermedia), hasta playas rochenses como Achiras y Barra del Chuy (ambas disipativas).
No les quedó prácticamente nada por medir: la temperatura y salinidad del agua, el tamaño del grano de arena, el ancho de playa (la distancia entre las dunas y la rompiente), la pendiente o declive de la playa, o la altura y frecuencia de las olas, por ejemplo. No se olvidaron de los berberechos, por supuesto. Realizaron muestreos sistemáticos y minuciosos que les permitieron estimar su abundancia y biomasa, además de medirlos uno por uno para poder clasificarlos según su tamaño en reclutas, juveniles y adultos.
El estudio arrojó varios resultados, desde algunos evidentes a otros más novedosos. El factor que más incidió en la presencia de los berberechos fue la salinidad, como era esperable. En las playas más cercanas al estuario del Río de la Plata los berberechos no aparecieron nunca, al igual que ocurre con cierta clase de veraneantes que sólo mira al este. Las cuatro playas más al oeste (Pascual, Penino, Honda y Verde) estuvieron libres de este bivalvo estrella en todos los muestreos.
Descartada su presencia en aguas de muy baja salinidad, los investigadores se centraron entonces en el estudio de las restantes 12 playas, en las que otras variables jugaron su rol, como el ancho de playa o la temperatura del agua. La abundancia total de berberechos fue mayor en playas oceánicas y disipativas, lo que resulta lógico y concuerda con la mencionada hipótesis HHH. Tenían allí una población mejor representada (con una buena distribución de tallas de berberechos) y un reclutamiento más alto, pero la biomasa de toda la población, lo más importante cuando hablamos de aporte a los ecosistemas, fue mayor en las reflectivas.
En concreto, la abundancia total más alta se registró en la playa más oceánica, la disipativa Barra del Chuy, pero la mayor biomasa –por lo tanto, los ejemplares más grandes– se dio en las playas de Arachania y Santa Isabel, ambas reflectivas. Resumiendo, en las playas de condiciones más “amables” y más oceánicas había reclutas más abundantes y una población mejor distribuida en todas las tallas posibles, y en las playas de condiciones más exigentes prosperaban los adultos, que alcanzaron allí un mayor tamaño. Estos ejemplares parecen desafiar la hipótesis HHH, que predice condiciones más negativas para los berberechos en las playas reflectivas.
“Ese es el resultado más desafiante que tiene este trabajo”, aclara Celentano. Para explicarlo, los investigadores hablan de “densodependencia”. “Cuando hay muchos ejemplares, como en las disipativas, se produce una competencia por los recursos y no llegan a crecer tanto, algo que no ocurre en las reflectivas”, explica Lercari. Los pocos que triunfan en ese ambiente difícil, entonces, tendrían mayor disponibilidad de alimentos.
Los resultados del trabajo dejan sin embargo algunas interrogantes nuevas para intentar comprender cómo se produce este fenómeno. “Nosotros no encontramos organismos recién llegados a las reflectivas, sino sólo desde juveniles a tallas mayores; entonces hay un hueco, una especie de caja negra. ¿Qué está ocurriendo ahí? Porque nosotros vemos lo que pasa en la playa, no lo que ocurre en el agua o en la rompiente de las olas”, reflexiona Celentano.
Los berberechos también tienen otros atributos que los ayudan en un ambiente tan turbulento, en comparación con otros organismos intermareales. Por ejemplo, se entierran muy rápido en la arena, su caparazón es duro (más que el de las almejas, por ejemplo) y son bastante dúctiles, con una gran capacidad para cambiar de nicho trófico en las playas reflectivas.
Otro aspecto interesante es el que mostraron las playas más estuarinas (dentro de las 12 que registraron berberechos), con implicaciones importantes para las poblaciones. Actúan como una especie de “trampa ecológica”, ya que la corriente arrastra reclutas de berberechos hasta esas playas con menor salinidad durante los meses más cálidos, pero luego mueren antes de la reproducción, lo que explica la ausencia de adultos en ellas. “Llega un punto en que las condiciones básicamente los matan, con cambios bruscos en la salinidad y olas más atenuadas que no les permiten filtrar bien el alimento”, apuntan los investigadores.
Del berberecho al hecho
En resumen, el estudio muestra cómo los factores a gran escala –como la salinidad– se combinan con los locales –como las características de las playas– para dar forma a las poblaciones de berberechos, pero deja algunas interrogantes a indagar en futuros estudios. Responderlas es igualmente interesante, porque lo que les pasa a los berberechos tiene también relación con nosotros, los cambios que provocamos en el ambiente y la salud de nuestras playas.
“Este trabajo mostró que son muy sensibles a los cambios en la morfodinámica, que pueden producirse por muchos motivos distintos: desde la ocurrencia de tormentas a la extracción de arena, como hemos visto que pasa sistemáticamente en Arachania”, menciona Lercari. Celentano recuerda que otra de las variables biológicas que mostró mayor incidencia en la presencia de berberechos fue el ancho de la playa, que es muy susceptible a la urbanización.
Si bien el trabajo no tenía como objetivo brindar herramientas de conservación sino ampliar el conocimiento de la ecología fundamental de la especie, “los resultados dan pautas como para entender qué puede ocurrir con ella si se producen algunos cambios en las playas, aunque obviamente abre más preguntas”, dice Lercari.
“Esto de que en las playas marinas reflectivas estén los adultos de tallas más importantes, cuya biomasa aporta muchísimo al ecosistema, abre la pregunta de en qué sería mejor enfocarse en conservar. ¿Las poblaciones que tienen mucho reclutamiento y variedad de tamaños, o más bien las playas con muchos adultos, que son los que van a reabastecer a la población? Es muy difícil responder esa pregunta, que es válida ante estas intervenciones del ser humano que pueden afectar al ambiente y por ende a la especie. Es algo que quedó planteado para profundizar”, explica Celentano.
Entender bien qué condiciones afectan a los berberechos en nuestras playas importa “por lo que implica para el ecosistema como especie, por su relevancia ecológica, por la biomasa que aporta a esta comunidad macrobentónica que sirve después de alimento a los niveles superiores, y también por su posible rol como indicador ambiental, para entender cómo lo afectan los cambios en el ambiente”, agrega Celentano.
“Estudiarlo tiene un valor intrínseco de diversidad y también tiene valor por cómo puede afectar a otros componentes del sistema que sí tienen un nexo más importante con los intereses humanos. El berberecho es depredado, por ejemplo, por juveniles de corvina que se acercan a la costa, por los lenguados y por muchas aves. Es interesante saber qué le pasa, aunque pueda parecer un animal insignificante”, amplía Lercari.
En un contexto de deterioro progresivo de las playas en todo el mundo, con un cuarto de ellas erosionándose rápidamente debido a la sobreexplotación, la contaminación, el cambio climático y la urbanización, toda ayuda para entender qué ocurre con ella, por pequeña que sea, es bienvenida. Incluso la que aportan unos bivalvos de tres centímetros de largo.
Artículo: “Unravelling the role of local and large-scale factors in structuring sandy beach populations: the wedge clam Donax hanleyanus”
Publicación: Marine Ecology Progress Series (setiembre de 2022)
Autores: Eleonora Celentano, Julio Gómez, Diego Lercari, Anita de Álava y Omar Defeo.