Hace ya más de 200.000 años los neandertales se pintaban la cara y el cuerpo con ocre rojo. A eso de pintarse los Homo sapiens, que tuvimos intensos intercambios sexuales con los neandertales, llegamos un poco después: hace al menos 164.000 años recurrimos a esos mismos pigmentos para pintarnos. La cosa tenía su gracia, así que seguimos incorporando cosas para mejorar nuestra imagen.

Posiblemente nuestra especie comenzó a usar perlas como adorno personal hace entre 70.000 y 120.000 años. Los neandertales hace ya unos 50.000 años incorporaron perlas, plumas de aves y garras de águilas para alterar, uno supone que para bien, su apariencia. Pero claro, es difícil encontrar pistas de conductas que no dejan marcas en el registro arqueológico. ¿Se arreglaban el pelo nuestros lejanos antepasados? Los restos fosilizados de sus cráneos nada dicen al respecto. Pero sí estamos seguros de que ya los egipcios, hace unos pocos miles de años, acudían a cosméticos, tales como aceites, humectantes, polvos y tintas, para mejorar cómo se veían. Los romanos tenían cortes de pelo y se maquillaban.

Hoy es claro que cuidar nuestro aspecto, más aun siendo animales con un gran énfasis en lo visual, es algo muy extendido. ¿Pero por qué dedicamos tiempo a embellecernos? Eso es lo que se pregunta un artículo de reciente publicación titulado “Predictores del mejoramiento del atractivo físico humano: datos de 93 países”, liderado por Marta Kowal, de la Universidad de Wrocław, Polonia. Como bien dice su título, se trata de un estudio transcultural. Y en el equipo de 187 investigadores que realizaron el trabajo se encuentran Álvaro Mailhos e Ignacio Estevan, ambos del Instituto de Fundamentos y Métodos en Psicología de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República.

“Una tradición tan larga en esta tendencia humana a mejorar la apariencia indica que podría cumplir funciones esenciales, relacionadas, por ejemplo, con el aumento de la aptitud reproductiva o el estatus social”, comienza diciendo el artículo. Cuenta también que la evidencia al respecto “ha dado lugar a muchas hipótesis influyentes basadas en la evolución, destinadas a explicar los orígenes de las diferencias en las inversiones en belleza en función de, por ejemplo, el género o el estado civil ”.

“Otras disciplinas también han abordado el tema de la automodificación, tratando de predecir quiénes podrían tener más interés en mejorar la apariencia y por qué”, prosigue. El trabajo publicado, entonces, se propone testear en “una gran muestra transcultural” diversas hipótesis para estos comportamientos de embellecimiento, “algunas extraídas de las perspectivas del mercado de pareja con fines reproductivos”, señala. Aclaremos aquí que eso de “del mercado de pareja con fines reproductivos” es una traducción propia, ya que en inglés usan la expresión mating market y en ese idioma mating refiere tanto a formar pareja como al apareamiento.

Pero no se queda sólo allí: también prueba otras hipótesis, “de otros marcos teóricos influyentes y no mutuamente excluyentes”, como son “la teoría del rol biosocial hasta la perspectiva de los medios culturales”. Y allá fueron los investigadores.

Embellecerse: una cuestión universal

Para saber cuánto tiempo dedican las personas a embellecerse, el grupo de investigadores realizó una encuesta entre abril y agosto de 2021 de la que validaron la información de 93.158 personas, con edades que iban desde los 18 a los 90 años, de 93 países distintos, Uruguay incluido. A ellas les preguntaron cuánto tiempo dedicaban por día a maquillarse, al aseo personal, al uso de cosméticos, a hacer ejercicio, a peinarse, a elegir vestimenta y a seguir una dieta específica, siempre y cuando lo hicieran con el único objetivo de mejorar su aspecto.

Lo que vieron los llevó a afirmar que estos comportamientos “son universales”, ya que “99% de los participantes informaron pasar más de diez minutos al día realizando comportamientos para mejorar su belleza”. Es decir, si bien hay influencias culturales en todo lo que hacemos, al darse en todas partes valores similares, hay algo allí en nuestras raíces humanas que nos predispone a embellecernos. Y eso nos lleva a estas teorías evolutivas y a conversar con Ignacio Estevan, a quien ya conocemos por su trabajo en cronobiología.

Colaboración evolutiva

¿Cómo terminan Álvaro Mailhos e Ignacio Estevan trabajando en esta investigación liderada desde una universidad polaca? Para empezar, porque la ciencia es colaborativa. Y para seguir, porque nuestros investigadores cultivan sus vínculos con la comunidad internacional con tanto o más empeño que Sebastián Teysera a su plantita.

“Este es el séptimo trabajo que publicamos junto con Álvaro, que también es biólogo y también trabaja en la Facultad de Psicología. Estábamos buscando algo que pudiéramos hacer juntos, desarrollando una línea de trabajo que aportara a lo que se hacía en la Facultad de Psicología. Entonces encontramos este tema de lo que se llama psicología evolucionista o psicología evolutiva”, aclara Estevan y hace la aclaración, porque aquí en Uruguay por psicología evolutiva se entiende la psicología del desarrollo, como la del célebre Jean Piaget.

“Él venía trabajando en cuestiones relacionadas con la testosterona, y encontramos esta línea de trabajo de la psicología evolucionista y empezamos a colaborar con equipos internacionales”, dice feliz. “Se trata de investigaciones que se hacen en muchos países y entonces aportamos en adaptar al español los instrumentos para obtener los datos y trabajamos en la recogida de datos de Uruguay”, comenta.

Esa colaboración los había hecho trabajar con David Buss, un investigador de importancia y autor de varios libros, entre ellos La evolución del deseo. “Él trabaja un poco en la idea de cómo la evolución puede ayudar a entender comportamientos como el emparejamiento, los celos e incluso parte de la violencia”, dice Estevan. En uno de los trabajos que realizaron junto a Buss viendo qué pasaba con las preferencias de pareja en 45 países, también participaba Marta Kowal, la polaca que es la primera autora de este artículo que nos trajo hasta aquí. Y entonces los invitó a trabajar en esta investigación. “Kowal se propuso hacer algo más grande, por lo que ahora son casi 100 países”, dice Estevan.

La biología reclamando su lugar

“Estas investigaciones que abarcan muchos países se basan en que si tenemos algo que se repite en muchos países con culturas muy distintas, seguramente algo de biología debe de tener, algo tiene que estarlo explicando más allá de la cultura”, comenta. Y, como vimos, eso fue lo que encontraron: este dedicarle tiempo a embellecerse se dio con guarismos similares en todas partes. “Desde ya hace bastante es claro que no somos tabulas rasas, no somos un lienzo sobre el cual la cultura se impone, sino que traemos muchas cosas. Por ejemplo, traemos un aparato biológico que nos predispone a aprender muy fácilmente el lenguaje oral. En general no precisamos que alguien nos enseñe a hablar, lo aprendemos muy fácil con un estímulo muy pobre”, explica Estevan sobre cómo ven esta incidencia de la biología.

“Entonces, si bien muchas cosas son aprendidas, son aprendidas por una máquina que ya tiene sus componentes innatos, que precisan también del ambiente para desarrollarse, y en ese juego entre naturaleza y crianza, entre natura versus nurtura, es donde se dan las cosas”, prosigue.

Me encanta todo esto de tratar de encontrar en nuestro pasado evolutivo explicaciones para nuestro comportamiento presente, pero hay que reconocer que es un terreno resbaladizo en el que hay que andar con cuidado. En estos últimos tiempos nos hemos hecho más conscientes de determinados sesgos machistas a la hora de estudiar el comportamiento animal en general y el humano en particular. La biología no está libre de sesgos, pero aun así tenemos que intentar comprender mejor el mundo que nos rodea.

“Hay más biología de la que nos gustaría, pero no todo es biología”, dice Estevan. “Esa naturaleza está a veces en muchos lugares que no nos gustan tanto, pero también tenemos que reconocer que no necesariamente es lo definitivo y lo definitorio. Sobre eso se agregan capas de cultura, de moral, de aprendizajes, de toma de decisiones, etcétera. Pero la biología está presente en muchas cosas y, a veces, es contra lo que tenemos que luchar”, lanza Estevan.

El asunto es claro: no vamos a vencer algunas cosas si las ignoramos. Puede resultar duro, o al menos no de nuestro agrado, lo que dicen algunos marcos teóricos que se muestran en la revisión bibliográfica del artículo. Por ejemplo el del mercado de pareja, que se basa en el supuesto de que “las personas eligen activamente y son elegidas como parejas por miembros del sexo opuesto” (recuerden, se habla de cara a la reproducción). En ese “mercado de emparejamiento hipotético” algunas personas “tienen rasgos que tienen una gran demanda, como el atractivo físico”, y esas preferencias “crean un incentivo para que hombres y mujeres participen en estrategias que mejoren su apariencia física a los ojos del sexo opuesto o preferido”.

Y entonces dicen que “las mujeres tienen un período de fertilidad más restringido que los hombres y que el éxito reproductivo de un hombre que forma pareja con una mujer está dictado por los años reproductivos que le quedan. Se plantea la hipótesis de que esta presión selectiva llevó a los machos humanos a desarrollar un sesgo perceptivo, es decir, a estar predispuestos a encontrar atractivas las señales de juventud en las mujeres, porque esto podría traducirse en un aumento del éxito reproductivo de los hombres”. Mientras tanto, “tradicionalmente el éxito reproductivo de las mujeres se ha visto más limitado al elegir compañeros con recursos que ayuden a maximizar su supervivencia y la de sus hijos (además de aquellos de alta calidad genética), particularmente en el contexto de una pareja a largo plazo. Por lo tanto, se supone que las mujeres priorizan las señales masculinas de alto estatus, prestigio y de estar en forma”. Ey ey, se rebela uno.

“Se supone que estos desafíos adaptativos divergentes dieron como resultado diferencias de género sobresalientes en la competencia de pareja y las estrategias de atracción”, dice el artículo a continuación. “Para atraer socios potenciales, se prevé que las mujeres estén más interesadas en mejorar su atractivo físico que los hombres”. Por otra parte, “se predice que los hombres estarán más interesados en mostrar sus recursos que las mujeres”.

¿Debemos justificar entonces al viejo verde? ¡Para nada! Pero es bueno saber que algo de eso puede estar allí y que nuestras pautas culturales deben construirse en torno a –o sobre– eso. También hay que decirlo: nuestra sexualidad hace tiempo se ha ampliado más allá de la mera función reproductiva. Pero ese tiempo es bastante breve en comparación con el tiempo que nosotros como especie, y los genes que heredamos de las especies de las que venimos, llevamos teniendo sexo en el planeta. Somos animales. Y ni siquiera tan especiales: otros mamíferos, como los bonobos, también han ampliado su sexualidad más allá de lo reproductivo.

“En algunos otros trabajos publicados, y en algunos en los que participamos, hemos visto que a la hora de buscar pareja lo más importante es llevarse bien, es quererse, es el amor. Ahora, cuando uno empieza a mirar otras cosas es cuando entra la edad, la belleza, el dinero, etcétera. Estamos hablando de cosas que a veces no tienen una contribución muy alta, pero que uno no puede decir que no estén allí”, complementa Estevan.

“En este último trabajo, por ejemplo, vemos que el consumo de medios de comunicación es muy relevante a la hora de este tiempo que uno usa en cuidados sobre sí. Y eso es claro que no es biología, es cultural. Pero vemos también cómo la edad, la situación de pareja que tenés y el género de la persona también influyen, incluso en personas con muy bajo consumo de medios”, dice, mostrando el amplio y complejo abanico de lo que somos y hacemos. Bien, entonces ahora sí pasemos a ver algunos resultados del trabajo.

Ignacio Estevan.

Ignacio Estevan.

Foto: Alessandro Maradei

Mucho tiempo

El primer resultado que sorprende del trabajo es el tiempo efectivo que encuentran como promedio que le dedicamos al embellecimiento. El promedio de las 93.158 personas analizadas es de entre tres y media y cuatro horas por día. Si una persona trabaja unas ocho horas o estudia unas seis... prácticamente el tiempo restante de vigilia lo dedica a hacer cosas para mejorar su aspecto. ¡No me cierra!

“Seguro que eso tiene que ver con las cosas que entran dentro de qué es ese cuidado personal. Entra desde bañarse a hacer deporte y tener actividades físicas, peinarse”, ensaya Estevan. Pero en el trabajo definen que cada una de estas actividades, por ejemplo, hacer ejercicio, se considera una actividad de embellecimiento si y sólo si quienes participaron dijeron que la razón principal para hacerlo era ese cuidado del aspecto personal y no, por ejemplo, porque no quieren morir con las arterias taponeadas de colesterol.

Estevan reconoce algunas limitaciones del trabajo, que, como es de autorreporte, podría tener imperfecciones, ya que el tiempo y la razón de cada conducta son estimados por cada participante. “Pero lo interesante es que son parecidos entre distintos países, entonces da una idea de que no estaría tan mal”, dice con implacable lógica.

Por otro lado, hay algo que también llama la atención: es un promedio. Dado que afirman que 99% de la gente dedica más de diez minutos, eso implica que hubo quienes dedicaban bastante más que cuatro horas. Pero, de todas maneras, este no es el resultado más atractivo si llegaron hasta aquí por el título de la nota.

¿Ellas más o ellos no tanto menos?

Este tipo de trabajos busca arrojar luz sobre nuestros comportamientos. Así como dan información que nos puede llevar a tomar mejores decisiones, también podrían usarse para justificar prejuicios y tonterías varias. Aquí, por ejemplo, encuentran que, en promedio, las mujeres dedican más tiempo al embellecimiento que los hombres. Suenan chistes de que ellas demoran tanto tiempo maquillándose que ellos siempre llegan tarde. Sin embargo, si prestamos atención a los números, la cosa no es tan así.

“Lo interesante es que no es tanto más el tiempo que dedican las mujeres y que estos comportamientos también son muy relevantes y prevalentes en varones. Uno a veces tiende a hacer énfasis en la diferencia, pero nos olvidamos de ver qué importante es también en los varones”, dice Estevan.

De hecho, en el trabajo reportan que las mujeres dedicaron a embellecerse 238 minutos al día en promedio (unas cuatro horas), mientras que los hombres lo hicieron 215 (unas 3,6 horas). En otras palabras, los hombres dedicaron apenas 23 minutos diarios menos, en promedio, que las mujeres.

“Por otro lado, el cuidado del físico haciendo ejercicio es bien importante en varones, y ese es uno de los comportamientos en que en muchos momentos la tendencia se revierte”, dice Estevan. “Para ello hay muchas razones, ya sea desde la hipótesis del mercado a la incidencia de los medios de comunicación, la figura y el físico en el varón, que siempre es importante”, agrega.

En la literatura citada en el artículo hablan de la importancia del cuidado del torso hacia arriba en los hombres, de los músculos de la espalda. “Lo que en general se ha visto de manera repetida desde esta mirada más evolucionista es que los atributos que se buscan dependen de para qué sea”, contextualiza Estevan.

“Si es por la contribución en términos de descendencia, lo que se ve es que cuando una mujer está ovulando, o cuando busca una pareja a corto plazo, o en casos de infidelidad, sí se buscan atributos físicos, signos de masculinidad y testosterona. Pero en otros momentos o cuando busca una pareja a largo plazo, no necesariamente es eso lo que prevalece, porque la testosterona también se asocia con mayor agresividad, mayor competitividad y demás. Entonces se encuentra que buscan otras señales, rasgos más asociados a menos competencia, menos violencia, más solidaridad y, por supuesto, recursos. Y además el físico no necesariamente está asociado a recursos. A veces las señales pueden leerse de distintas maneras según lo que se busca”, cuenta.

La edad y el embellecimiento

Para ese marco del mercado de pareja, se supone que las personas que más se embellecerían son aquellas que están en edad reproductiva. Pero en una sociedad que cada vez vive más –y que se reproduce menos– y en la que la soledad es un gran problema, entrar a ese mercado implica mucho más que la reproducción.

“El emparejamiento y la sexualidad se corrieron muchísimo del dejar descendencia. Entonces, seguro que empiezan a aparecer cosas diferentes que no sólo tienen que ver con la biología”, concuerda Estevan. Y una cosa que vieron en ese sentido es que en ambos casos, pero más notoriamente en las mujeres, el tiempo dedicado a embellecerse, al graficarse en función de la edad, formaba una curva en U: a partir de los 20 años el tiempo dedicado a embellecerse decae hasta pasados los 40, cuando el tiempo comienza a aumentar. A los 70 años se equipara el tiempo dedicado a embellecerse a los 20 y a los 80 años casi se duplica.

“Eso puede tener que ver tanto con el tema de las presiones de los medios de comunicación como, si lo pensamos en términos biológicos, con que se asigna gran valor a la mujer en relación con la juventud; entonces, a medida que va envejeciendo, uno intenta ir para atrás y retroceder en el tiempo a través de todas estas técnicas, si se quiere, para ayudarse a conseguir mejores parejas, o valor de mercado, o parecerse más a la imagen que proyectan los medios. Cómo eso va aumentando con la edad es interesante y seguro tiene que ver con los tiempos en que vivimos”, comenta Estevan.

Los predictores más importantes

A la hora de pensar cuáles de todas las hipótesis que manejaron son más predictivas del tiempo dedicado al embellecimiento, es decir, qué cosas parecen correlacionarse más con esos comportamientos, las que tuvieron más peso son una mezcla de cosas que vienen por el lado de la evolución o la biología y otras por el lado de la cultura o de la vida en sociedad.

Mientras sí se notó evidencia para respaldar lo esperado desde la perspectiva del mercado de pareja de que las mujeres invierten más tiempo en embellecerse que los varones, se vio una influencia grande también en más tiempo dedicado a ello en las personas que están más de acuerdo con los roles tradicionales de género que en aquellas que no lo están (lo que viene del marco de la teoría biosocial de los roles), así como que quienes pasaban más tiempo en redes sociales invertían más tiempo en el cuidado de su aspecto que aquellos que no estaban tanto en redes (lo que viene desde la perspectiva de los medios culturales).

También hubo otra sorpresa: si bien pensaban que las personas que estaban solas dedicarían más tiempo a embellecerse que aquellas que estaban en pareja, lo que encontraron fue más complejo. “El planteo más interesante desde lo metodológico es que eso que se define como ‘solteros o solteras’ en realidad es una población diversa en la que algunos sí están interesados en buscar pareja, mientras otros no lo están”, dice Estevan. Es un poco lo que pasa con el índice de desempleo, en el que incide qué parte de la población activa sin trabajo está buscando uno, pero no se toma en cuenta a aquellos que estando sin trabajar no están buscando empleo. La diferencia es que para muchas personas vivir sin trabajar es bastante complicado en esta sociedad –aunque hay formas de lograrlo–, mientras que vivir sin pareja –romántica, sexual, la que se les ocurra– es totalmente posible.

“Lo que sí ve este trabajo es que en aquellas personas que están saliendo, es decir, que están abandonando su soltería porque activamente están buscando pareja, estos comportamientos son mucho más prevalentes. Es algo que está de acuerdo con lo que uno esperaría, pues son comportamientos que lo que hacen es intentar ayudar a que el otro lo termine eligiendo a uno”, agrega Estevan.

Nuevamente, el trabajo confirma algunas apreciaciones que podrían dar pasto a chanzas o shows de stand up obvios: estando en pareja nos empezamos a descuidar o, en realidad, a no dedicar tanto tiempo a embellecernos, que no es lo mismo. “Aparecen las pantuflas, la ausencia de peine, el jogging”, diría el o la comediante.

“En realidad podemos verlo de otra manera. Tal vez ese tiempo que quienes están en pareja dedicaban al cuidado personal es tiempo que dedican para agradar al otro. Habría que ver en qué medida ese tiempo pasa uno a invertirlo en cosas que para el otro también tengan valor. Seguramente no es que uno deja de ser amoroso, pero capaz que uno en pareja invierte este tiempo más en cocinarle y hacerle una cantidad de mimos y no en el embellecimiento de la apariencia personal. Entonces, no es que se apaga el amor, la pasión o lo que fuera, sino que el tiempo, que no es mucho, pasamos a invertirlo en otras cosas”, dice Estevan, dejando al imaginario comediante en falso. “Soy un cariñosito”, dice riendo por lo que acaba de decir.

¿Por qué nos embellecemos? Las respuestas son complejas y, como muestra el trabajo, mezclan cultura, aprendizaje, ambiente y biología, natura y nurtura. Ahora, ¿eso que nos empuja a embellecernos nos garantiza mayor éxito? ¿Cuándo es tiempo bien invertido?

“Nosotros no estamos mostrando que el embellecimiento dé resultados, sólo mostramos quiénes lo hacen más e intentamos generar hipótesis acerca de por qué podrían estar haciéndolo”, dice Estevan. El trabajo es maravilloso justamente por eso: puede que no nos beneficie en el mercado de emparejamiento, pero qué lindo es pensar por qué somos como somos, por qué hacemos lo que hacemos y cómo podríamos ser de otras maneras.

Aclaración importante

En la encuesta realizada las 93.158 personas podían declarar el género con el que se identificaban. 62.410 (67%) se autoidentificaron como mujeres, 29.501 (31,7%) como hombres, 884 (0,9%) como individuos no binarios y 363 (0,4%) prefirieron no identificar su género.

Por tanto, en el trabajo señalan que, “debido a que nuestra muestra consistía abrumadoramente en personas cisgénero, sólo las incluimos a ellas en los análisis posteriores”. Asimismo, en las limitaciones del trabajo el grupo extenso de autores afirma que, dado que la mayoría de los participantes “eran cisgénero y heterosexuales”, resulta “importante replicar el presente estudio en una muestra más diversa sexualmente”. Por ende, en esta nota se usa “hombres” y “mujeres” en referencia a las personas cisgénero de las que habla el artículo.

Artículo: “Predictors of enhancing human physical attractiveness: Data from 93 countries”
Publicación: Evolution and Human Behavior (setiembre de 2020)
Autores: Marta Kowal et al. (incluidos Ignacio Estevan y Álvaro Mailhos)

Testeando hipótesis

El trabajo intenta verificar 11 hipótesis, tres de ellas desde la perspectiva del mercado de pareja, dos del de la prevalencia de patógenos, dos de la teoría del rol biosocial, dos desde la perspectiva de los medios culturales y dos desde el continuo individualismo-colectivismo. Y lo bueno es que no privilegia ningún marco sobre otro, sino que muestra incluso cómo se complementan.

Hipótesis desde la perspectiva del mercado de pareja

Hipótesis 1: “Las mujeres dedican más tiempo a aumentar su belleza que los hombres”.
Resultado: los datos obtenidos no la contradicen.

Hipótesis 2: “Los individuos en edad reproductiva dedican más tiempo a aumentar su belleza que los individuos en edad no reproductiva”.
Resultado: los datos obtenidos la confirman parcialmente. A medida que avanza la edad, aumenta también el tiempo dedicado al embellecimiento.

Hipótesis 3: “Los individuos solos dedican más tiempo a aumentar su belleza que los individuos en una relación romántica”.
Resultado: los datos no la confirman. Pero los que están saliendo invierten más que el resto.

Hipótesis desde la perspectiva de la prevalencia de patógenos

Hipótesis 4: “Los individuos de países con prevalencia de patógenos más alta dedican más tiempo a aumentar su belleza que los de países con menor prevalencia”.
Resultado: los datos obtenidos no la confirman.

Hipótesis 5: “Los individuos con una historia más severa de enfermedades causadas por patógenos dedican más tiempo a aumentar su belleza que los individuos con historias menos severas”.
Resultado: los datos obtenidos no la contradicen.

Hipótesis desde la perspectiva de la teoría del rol biosocial

Hipótesis 6: “Las mujeres de países con mayor inequidad de género dedican más tiempo a aumentar su belleza que las de países con menor inequidad de género”.
Resultado: los datos obtenidos no la contradicen.

Hipótesis 7: “Las mujeres que están más de acuerdo con los roles de género tradicionales dedican más tiempo a aumentar su belleza que las que están de acuerdo con roles de género menos tradicionales”.
Resultado: los datos obtenidos no la contradicen.

Hipótesis desde la perspectiva de los medios culturales

Hipótesis 8: “Los individuos que dedican más tiempo a las redes sociales dedican más tiempo a aumentar su belleza que aquellos que dedican menos tiempo”.
Resultado: los datos obtenidos no la contradicen.

Hipótesis 9: “Los individuos que dedican más tiempo a mirar televisión dedican más tiempo a aumentar su belleza que aquellos que dedican menos tiempo”.
Resultado: los datos obtenidos no la contradicen.

.