Que los seres humanos venimos alterando el planeta a escalas inimaginables para casi cualquier otro ser vivo ya no está en cuestión. Exceptuando a las fabulosas cianobacterias, que hace muchísimos millones de años comenzaron a realizar la fotosíntesis y liberaron cantidades enormes del oxígeno que muchos precisamos para respirar, los humanos tenemos el triste galardón de haber cambiado drásticamente la composición de gases de nuestra atmósfera, inundándola de gases de efecto invernadero, entre otras cosas.
Pero no es sólo eso: habiendo salido en varias oleadas de África hace entre centenas y decenas de miles de años, los humanos nos afincamos en todos los continentes. Domesticamos a algunas especies de animales y plantas y en el proceso desplazamos a muchas más, mientras que otras que no pensábamos cobijar celebraron nuestra expansión acompañándonos donde quiera que fuéramos. Comenzamos a transformar el paisaje con nuestros cultivos y ciudades. Desarrollamos nuevas formas de desplazarnos por la tierra, el agua, el aire y el espacio. Creamos la cultura, la religión, la industria. Y un día nos dimos cuenta de que la contracara de todas las cosas que nos hemos ido inventando como necesarias para vivir es una cantidad indecible de desechos y subproductos. Hoy están por todas partes, contaminando el aire, el agua y el suelo en el que nosotros y el resto de los organismos nos empeñamos en esa cosa por ahora tan escasa en el universo que es vivir nuestras vidas.
Ahora, ¿es posible decir cuándo los cambios que venimos provocando en el planeta llegaron a una magnitud tal que hay claramente un antes y un después? ¿Podemos encontrar el punto en el que el equilibrio y la capacidad de resiliencia de los sistemas fue desafiado? Bueno, eso es lo que se propone la Unión Internacional de Ciencias Geológicas y parte de la comunidad científica.
Como si fuera una meticulosa taquígrafa que va anotando todo lo que sucede en el planeta, la corteza terrestre nos ha venido guiando en el proceso de entender el pasado de la Tierra y sus formas de vida. Y lo que muchos científicos están diciendo desde hace unas décadas es que la corteza nos está indicando que vivimos en una nueva época, una marcada por nuestra frenética especie, y, por lo tanto, proponen que se llame Antropoceno.
Esto no es nuevo. Los geólogos vienen haciéndole caso a esta magnífica taquígrafa hace muchísimo tiempo. La era en la que vivimos se llama Cenozoico y el período en el que estamos es el Cuaternario. La primera época del Cuaternario se llama Pleistoceno, comenzó hace unos 2,5 millones de años y terminó hace unos 11.700. Es la llamada época de las glaciaciones que, al terminar, dieron paso al Holoceno. Pero tanto hemos cambiado el planeta y los sedimentos de la corteza terrestre, que ya es hora de darle fin al Holoceno y dar paso al Antropoceno. En eso hay consenso, lo que se discute científicamente es cuándo debería fijarse el comienzo de esta nueva época. A propósito, el Grupo de Trabajo del Antropoceno de la Unión Internacional de Ciencias Geológicas votará antes de fin de año por el punto que se tome como el estándar para dar inicio a esta época.
Las huellas dejadas en los sedimentos que pueden tomarse como inicio del Antropoceno son varias, y van desde las marcas dejadas por la radiación de las pruebas atómicas hacia la mitad de siglo XX, metales pesados, pesticidas, cambios en la relación isotópica del carbono o el nitrógeno hasta los microplásticos. Justamente en esa línea un reciente trabajo publicado por investigadores de Uruguay y Brasil hace un gran aporte.
Si bien el marcador del inicio del Antropoceno, si se adopta científicamente, deberá ser uno para todo el planeta, también hay señales locales de cuándo nuestro paso ha comenzado a mostrarse en los sedimentos. Y eso es lo que hace justamente el artículo “El uso de microplásticos como marcador cronológico confiable del inicio del Antropoceno en el sureste de América del Sur”, publicado por un grupo de investigadores liderados por Felipe Alves del Instituto de Oceanografía de la Universidad Federal de Río Grande (FURG) de Brasil y en el que participan Carolina Bueno y Laura Pérez, del Centro Universitario Regional del Este (CURE) Rocha, de la Universidad de la República, y Felipe García Rodríguez del CURE y de la FURG.
Allí, analizando los sedimentos de cuatro puntos de la Laguna de los Patos y dos de la Laguna Merín (del lado brasileño), encontraron que los microplásticos estaban ausentes en toda la línea temporal que llevaba hasta unos 5.000 años en el pasado, pero que aparecían a partir de 1970 y a lo largo del todo el registro desde entonces. Por tanto, en el artículo, Alves y sus colegas reportan que “para la costa sureste de América del Sur, nuestra evidencia respalda el Antropoceno como una nueva época geológica, cuya cronología de inicio regional convencional se puede establecer en 1970”. De hecho, es el primer trabajo en poner un punto de inicio para el Antropoceno en todo el continente basado en plásticos. Aun así afirman que “como época global, sugerimos que 1950 sería la más cronología apropiada”. Pero ¿por qué la señal de nuestro paso por el globo se hace notoria en ese punto? ¿Qué nos dice eso sobre lo que venimos haciendo en la cuenca de la Laguna Merín? Para hablar de eso y de mucho más salimos disparados a hablar con Felipe García, limnólogo radicado en Rocha, pero que justo está de paso por Montevideo.
Ciencia gaúcha
El sistema de lagunas costeras formado por la Laguna Merín y la de los Patos es el más grande del mundo. Si bien está casi todo en territorio brasileño, 24% de la superficie de la Laguna Merín se encuentra en territorio uruguayo, por tanto, estudiarla entre ambos países suena razonable. Sin embargo, esa cooperación obedece más a una patriada de Felipe que a una política deliberada.
“Estuve trabajando en Brasil porque me había mudado al CURE para trabajar en un Polo de Desarrollo Universitario y entendí inmediatamente que gran parte del éxito del CURE debería estar asociado a una fuerte cooperación regional. Para evitar la competencia interna, en vez de asociarse como Montevideo, me parecía más positivo asociarse a una universidad regional”, cuenta Felipe.
“La Universidad Federal de Río Grande, la FURG, que está en Cassino, tiene una escuela muy fuerte de oceanografía. Dado mi interés en la geociencia y la oceanografía empecé a trabajar en la Laguna Merín, conocí gente de Brasil y me invitaron a ir a trabajar allá”, agrega. Así que pidió licencia sin goce de sueldo en el CURE y en 2018 se fue a Cassino, tras conseguir un cargo como profesor visitante, y allá estuvo hasta parte de 2021.
Tras generar “lazos de confianza imprescindibles para la cooperación internacional”, surgió la posibilidad de hacer investigaciones en este sistema de lagunas costeras. “Tuvimos la suerte de que se financió con dinero de Brasil esta campaña de muestreo en cinco puntos, dos de ellos en la Laguna Merín y cuatro en la Laguna de los Patos, que son parte de una campaña más grande”, dice Felipe. “En ese contexto se está haciendo un trabajo interdisciplinario y este trabajo de microplásticos es uno de ellos”, agrega.
El primer autor, Felipe Alves, realizó su maestría con este tema de los microplásticos en los sedimentos de ambas lagunas. Trabajarlas como un todo no es antojadizo, ya que ambas lagunas están conectadas por el canal de San Gonzalo. “Cuando se hace un análisis de microplásticos hay que agarrar las muestras, tratarlas varias veces, secarlas y luego extraer los microplásticos uno a uno. Es un trabajo artesano y justo dimos con Felipe Alves, a quien le encanta ese trabajo de laboratorio”, reconoce nuestro Felipe.
El Antropoceno local
“Los microplásticos han contaminado todo, pero como estos sitios que estudiamos de ambas lagunas son depocentros donde hay sedimentación sin resuspensión, son excelentes justamente para identificar el establecimiento del Antropoceno en nuestra región utilizando los microplásticos”, explica Felipe. Sucede que cuando uno quiere establecer una cronología en el sedimento, si todo está entreverado, las cosas se complican. Los seis sitios elegidos les aseguraban obtener testigos cronológicamente ordenados, tubos de varios metros de longitud que se llenan con los sedimentos del lecho de las lagunas.
“Tuvimos suerte de encontrar un registro sedimentario suficientemente noble como para cumplir con condiciones de que el registro no se mezcle, y que a su vez tenía una parte inferior del sedimento sin plásticos y otra superior con presencia permanente de microplásticos a partir de 1970”, lanza Felipe, que enseguida acota: “Pero, como me gusta decir, la suerte nos agarró laburando”. La pelota sigue al jugador… siempre y cuando el jugador esté en la cancha.
“Después de haber tenido los microplásticos, datamos el sedimento y buscamos toda la información disponible sobre crecimiento poblacional, actividad portuaria del puerto de Río Grande del Sur, que es tan grande como el de Montevideo, industrias de la zona y toda la evolución agrícola. En el trabajo se ve claramente que todas esas actividades antropogénicas tienen la misma cronología, empiezan en 1920, se comienzan a acelerar en 1970 coincidiendo con lo que a nivel mundial se llama ‘la gran aceleración’, y a partir de esa década en adelante hay una alta contaminación”, reseña. “Estos registros sedimentarios y otros depocentros que están en el sur de la Laguna Merín y en el norte de la Laguna de los Patos, que ahora van a ser estudiados también, son un registro excelente para proponer que el Antropoceno en nuestra región se da a partir de 1970”, afirma, satisfecho con los resultados obtenidos. Sin embargo, lo que sucede en estas lagunas, en particular en la Merín, no le causa ninguna satisfacción.
Laguna cambiada
La historia de la Laguna Merín a partir del siglo XX es un poco trágica. Como dijimos, esta laguna de agua dulce que recibe agua de varios ríos tiene entre sus más importantes tributarios al Tacuarí, el Cebollatí y el Yaguarón, los tres del lado uruguayo, y está conectada con la Laguna de los Patos por el canal de San Gonzalo. El asunto es que en la Laguna de los Patos irrumpe periódicamente agua salada del océano, lo que traía cambios en la salinidad de la Laguna Merín. “Hasta 1977 la Laguna Merín era salobre. Pero entonces se construye una esclusa en el canal de San Gonzalo y, de cara a la producción agrícola, se la transformó en un sistema de agua dulce de forma artificial”, lamenta Felipe.
¿Cómo sucedió esto? “La FAO, a través de una consultoría para el desarrollo de la cuenca arrocera, propuso que se necesitaba agua dulce para regar el arroz. Entonces dulcificaron la laguna para hacer una intensificación agrícola”, dice, sin rodeos, Felipe. Las plantaciones de arroz en esa región de lagunas, bañados y zonas inundables comenzaron en 1903 en el lado brasileño de la cuenca y en 1928 del lado uruguayo.
Mentes parecidas piensan de forma similar. Mientras en 1977 el gobierno militar brasileño hacía la esclusa en el canal San Gonzalo, aquí el gobierno militar haría la modificación del canal Andreoni, también con fines productivos y de estrepitoso impacto en las costas de Rocha, haciendo que La Coronilla pasara de ser un pujante balneario a un triste monumento a cómo los humanos podemos destruir la costa. Pero volvamos a la laguna.
“Hay un segundo proyecto FAO ahora que tiene planeado hacer seis grandes embalses en el río Tacuarí, en el río Olimar, en el río Yaguarón y en el río Cebollatí, para controlar la hidrología de los ríos y bañados y poder plantar más arroz y soja para vender a los chanchos de China”, lanza Felipe, mostrando que es un limnólogo sin pelos en la lengua.
“La FAO está promoviendo en este momento ese proyecto y está haciendo procesos de participación completamente dirigidos para obtener los resultados que ellos quieren. A mí me sacaron del proyecto de participación porque comenzamos a cuestionar un montón de las cosas que proponía a FAO”, prosigue.
Se supone que ahora, a nivel de las ciencias ambientales, de la limnología, de quienes estudian la hidrología, ya está bastante claro que embalsar es más un problema que una solución. En Europa por ejemplo hay movimientos para eliminar represas, sacar los embalses artificiales y dejar que los ríos sigan su curso natural. “Bueno, acá estamos haciendo el proceso inverso. Sudamérica en este momento se está transformando en una de las factorías alimentarias del mundo con un tipo de cultivos que requieren la intensificación del uso de todo tipo de herbicidas, fertilizantes y agroquímicos”, comenta.
Antropoceno agrícola
Felipe cuenta que, en el marco de los estudios sobre este sistema de lagunas, uno de los aspectos que se trató fue justamente la contaminación del sistema debido a la agricultura, algo que fue abordado en un artículo liderado por Carolina Bueno, del CURE, publicado el año pasado la misma revista científica.
Titulado “El efecto de la intensificación agrícola y el bloqueo de agua en el sistema lagunar costero más grande del mundo”, el artículo encabezado por Bueno tiene algunas conclusiones que preocupan. Si bien constatan, tras estudiar los sedimentos de la Laguna Merín, que tras su conversión “en un cuerpo de agua dulce en 1977” se documenta “el crecimiento posterior del sector primario de la economía”, se “observaron aumentos de sedimentación y síntomas de eutrofización después de 1990”. Para colmo, en la década del 2000 del lado brasileño se comenzó a plantar soja (del uruguayo se sigue con el arroz), y los sedimentos de la laguna mostraron que “después de 2011, la inclusión del cultivo de soja cambió la composición de la materia orgánica” en ese lugar. Al analizar algunos metales, vieron que algunos son de origen natural, pero encontraron que, en el caso del arsénico, hay un aumento que se explica por la actividad antropogénica. Por todo eso, señalan que “la Laguna Merín es el destino final de los residuos de la producción agrícola”.
La garganta se anuda un poco al leer en ese trabajo de Carolina Bueno y colegas que “antes de la década de 1990, a pesar de las actividades agrícolas bien documentadas en la cuenca, la Laguna Merín presentaba condiciones oligotróficas con cierta resiliencia al aporte externo de nutrientes. Sólo después de la década de 1990, la eutrofización se intensificó debido al mayor uso de tecnologías para mejorar la producción, como el uso masivo de agroquímicos”. Y entones la estocada final: “Nuestro estudio sugiere que la capacidad de resiliencia se ha agotado gravemente, y el uso masivo de agroquímicos puede haber desencadenado este cambio, probablemente como resultado de la presión acumulada ejercida por la fuerte expansión de la soja durante los últimos diez años”. Listo, tenemos una laguna que ya no puede lidiar con todo lo que le tiramos.
“Si bien esta laguna ha sido intensamente modificada y explotada, hasta donde sabemos, no existen registros de investigación o monitoreo limnológico en la Laguna Merín ni estrategias de manejo o conservación basadas en el conocimiento científico. Por lo tanto, se recomienda realizar más estudios limnológicos sobre los cuales se puedan elaborar estrategias de gestión y conservación ambiental”, terminaba diciendo el trabajo de 2021. En este año esas estrategias no han aparecido.
“Justamente este trabajo de ahora, junto con el anterior de Carolina en la Laguna Merín, nos están mostrando la falta de conservación”, dice Felipe. “Porque uno no está en contra de que los arroceros produzcan, porque la gente precisa comer, el país precisa tener una economía que se mueva. Lo que falta es que pongan un poco dinero en conservación. Pero eso lo ven como una pérdida tan grande al punto que parecen negacionistas y dicen que su actividad no impacta las aguas”, dispara Felipe. “La verdad que un país tan rico en agua como es el nuestro, que cada vez tengamos más floraciones de cianobacterias, que se dan hasta en el medio marino, es inaceptable”, remata.
“Qué puede hacer un científico en todo esto? Bueno, promover la información y decir qué es lo que está pasando. Realmente el río Uruguay, el río Negro, la Laguna Merín están completamente deteriorados, con niveles de nitrógeno y fósforo altísimos provenientes de la fertilización agrícola, además de la contaminación con otro montón de pesticidas más que no están medidos. Lamentablemente el desarrollo agrícola de este país no es sustentable”, reflexiona. Y uno puede pensar que microplásticos y agricultura no van de la mano. Pero sí. En la cuenca de la Laguna Merín, todo apunta a que esa es la principal fuente de los microplásticos encontrados: “Dada la ausencia de puntos urbanos, en este caso la fuente de contaminación se atribuye a la agricultura”, señalan.
El mapa del Antropoceno
En el artículo incluyen un mapa que muestra distintos puntos del globo donde los microplásticos marcan su presencia. Aquí, en estas lagunas costeras, ese inicio es 1970. Pero ¿cuál es la importancia de tener señales locales del inicio del Antropoceno?
“Como científico considero que hay cambios ambientales globales suficientes como para hacer ese traspaso de Holoceno al Antropoceno. Entonces se trata de proponer evidencias científicas regionales en todo el mundo para ir en esa dirección. En nuestro caso, en Sudamérica no teníamos ninguna evidencia de ese tipo”, dice Felipe. “Esta es una mini contribución a la Sociedad Internacional de Geología para establecer el Antropoceno acá en Sudamérica”, dice, satisfecho.
“El aporte es también validar el uso de microplásticos como un contaminante que marca un antes y un después, y proponerlo justamente como un marcador cronológico”, agrega. “Y en este caso concreto, también es una evidencia más que muestra que la agricultura debería comenzar a incorporar estrategias de conservación para evitar que todos los desechos vayan a la laguna”.
“Si se impidiera parcialmente el flujo de los productos de desecho de la agricultura mediante zonas de amortiguación, ya con eso ganaríamos un montón. Claro, se requiere una inversión inicial, que a mi entender tiene que hacerla el sector productivo, porque son ellos los que están explotando el sistema. Pero, bueno, ahí entrás en un problema, pero estoy convencido de que es un paso que Uruguay va a tener que dar si es que nos importan nuestros cursos de agua”, reflexiona Felipe.
“A mí me gustaría tener más diálogo con los agrónomos, con los políticos, con el Estado, que no sean tan negacionistas y que no nos vean a nosotros, los científicos del agua, como que queremos conspirar contra la producción agrícola. Nosotros lo único que estamos diciendo es que los sistemas acuáticos están tremendamente contaminados, cada vez más, y que se precisan estrategias de conservación, que se hacen en todo el mundo”, dice.
Volviendo al mapa de artículo, no son tantos los puntos marcados de inicio del Antropoceno observado a través de los microplásticos. “En ese mapa del mundo pusimos 26 puntos. Revisamos como 400 puntos con trabajos sobre microplásticos en el pasado, pero resulta que no tienen la cronología. Hay unos pocos trabajos a nivel mundial que hicieron esto”, dice Felipe. De hecho, es el único punto en toda América del Sur. Eso habla bien de nuestra ciencia, que demuestra estar a la altura en mostrar que vivimos en el Antropoceno. Ahora sólo resta esperar que empecemos a actuar en consecuencia, algo en lo que venimos fracasando con rotundo éxito.
Artículo: “The use of microplastics as a reliable chronological marker of the Anthropocene onset in Southeastern South America”
Publicación: Science of the Total Environment (octubre, 2022).
Autores: Felipe Alves, Lara Pinheiro, Carolina Bueno, Vanessa Agostini, Laura Pérez, Elisa Fernandes, Jair Weschenfelder, Adriana Leonhardt, Marcelo Domingues, Grasiela Pinho y Felipe García Rodríguez.
Artículo: “The effect of agricultural intensification and water-locking on the world’s largest coastal lagoonal system”
Publicación: Science of the Total Environment (agosto, 2021)
Autores: Carolina Bueno, Felipe Alves, Laura Pérez, Felipe García Rodríguez y otros.