Año 2000. Mientras Aldo Manzuetti estudiaba en el liceo en Carmelo, Colonia, el profesor Jorge da Silva, que trabajaba en la Dirección de Minería y Geología, hundía sus manos en el sedimento que afloraba en el arroyo Malo, en Tacuarembó, y extraía el fósil de un mamífero. Donado a la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República (Udelar), el fósil fue a parar a un armario esperando que alguien decidiera investigarlo.

Año 2015. Tras seguir su vocación, Aldo Manzuetti iniciaba su tesis de maestría en paleontología. Se propuso estudiar los fósiles de mamíferos carnívoros. La tarea no era sencilla. Dado su lugar en la cadena trófica, los carnívoros son pocos en comparación con los herbívoros. Si a esta escasez le sumamos el hecho de que sólo una pequeña parte de los animales que vivieron hace más de 10.000 años fosiliza, su voracidad por analizar materiales era inversamente proporcional a la cantidad de fósiles disponibles. Y entonces Daniel Perea y Martín Ubilla, sus docentes del Departamento de Paleontología de la Facultad de Ciencias, le comentaron que en un armario yacía un cráneo de mamífero carnívoro aún sin limpiar ni catalogar.

Los fósiles no emiten sonido. Y aunque lo hicieran, este no habría rugido de alegría al saber que le llegaban sus 15 minutos de fama: se trataría del cráneo de un ocelote (Leopardus pardalis), felino que como no es del género Panthera, no podría rugir bajo ninguna circunstancia. Sin embargo, tendría motivos para ronronear contento: es el primer fósil de ocelote registrado para nuestro país.

Pero además, con una antigüedad de entre 60 y 25.000 años, ya que tal es el fechado de la Formación Sopas donde se recolectó, se trata del fósil de ocelote más al sur jamás encontrado en el continente. Los que no estarían contentos serían los descendientes de otros felinos que ya entonces vivían donde hoy es Uruguay, porque, al parecer, el ocelote no sería un buen vecino. Pero eso lo veremos más adelante.

Lo cierto es que tras sus 15 años de armario y siete más siendo estudiado, el fósil recolectado por Da Silva es el protagonista del artículo científico “El ocelote Leopardus pardalis en el Pleistoceno tardío de Uruguay” publicado en la revista Historical Biology con la firma de Aldo Manzuetti, Martín Ubilla y Daniel Perea, del mencionado Departamento de Paleontología de la Facultad de Ciencias de la Udelar; Washington Jones, del Museo Nacional de Historia Natural; y Francisco Prevosti, del Museo de Ciencias Antropológicas y Naturales de la Universidad Nacional de La Rioja, Argentina. Uno no tiene tanta paciencia como un hueso fosilizado, así que cuando quiero acordar estoy hablando por Zoom con Aldo Manzuetti.

“En aquella época, cuando arranqué la tesis de maestría sobre carnívoros fósiles, tenía pocos materiales, entonces cualquier monedita servía”, dice Aldo desde la Carmelo del puente giratorio y las vides rebosantes de uva. Pero esta monedita tenía su importancia numismática. “Este cráneo, si no fue el primer material que estudié para la tesis, pega en el palo”, agrega. Así que vayamos a él.

Desempolvando el material

Puede parecer que en 2015, cuando Aldo comenzó a estudiar este cráneo, ya sabía que se trataba del fósil de un ocelote. Pero eso sería poner la carreta delante del felino. “Cuando comencé, el material ni siquiera estaba ingresado a la colección. Se sabía que era el fósil de un félido pero no más que eso. Ni siquiera estaba detallado el año del registro ni la formación a la que pertenecía, ni la localidad”, rememora.

Sin embargo, contaba con ayuda para hacerse una impresión inicial: “Dentro de los carnívoros, los félidos son bastante ‘fáciles’ de identificar porque tienen una segregación importante por el tamaño”, dice. Y eso de la segregación de tamaño, sumado al título de la nota, también tendrá su incidencia más adelante. Pero volvamos a las primeras impresiones. “El tamaño del cráneo era más grande que el de un gato montés actual, pero más chico que el de un puma y, obviamente, más chico que el de un jaguar”, explica. Y entonces las horas estudiando osteología de vertebrados lo empujaban a tener una primera hipótesis de trabajo. “Si bien había algunas pequeñas diferencias, el cráneo andaba más o menos en los tamaños de un ocelote”, recuerda Aldo.

La experiencia y el ojo aguzado siempre son un buen auxilio. Pero la ciencia no se hace sólo a ojo. “Había que limpiar el material. Parte de la mandíbula estaba cementada con el cráneo, por lo que hubo que hacer todo un proceso de acondicionamiento para poder estudiarlo”, dice. A ese trabajo se le sumaría, luego de ingresarlo oficialmente a la colección con el número FC-DPV 2890, la laboriosa tarea de tomar todas las medidas posibles con precisión milimétrica, comparar con las medidas de otros felinos actuales, como fue el caso del gato montés (Leopardus geoffroyi), el puma (Puma concolor) o el yaguarundí (Herpailurus yagouaroundi) y linces de tamaño similar del norte. Como dijo Aldo, en los felinos el tamaño del cráneo es bastante buchón. ¿Pero podría tratarse de un juvenil de un animal más grande?

Si el tamaño del cráneo es indicativo, es importante entonces determinar si perteneció a un ejemplar adulto o a un juvenil. Saber eso para quienes conocen de huesos de mamíferos, algo necesario si uno quiere convertirse en profesional de la paleontología, es bastante sencillo.

“El cráneo de los felinos cuando son jóvenes es distinto, tienen una diferenciación ontogenética bastante notoria. Este cráneo tenía las características de haber pertenecido a un animal adulto, como por ejemplo la dentición. Otra característica evidente son las suturas. Pero en este caso el tema las suturas fue más complicado”, dice Aldo. ¿Por qué?

Cuando se mira el fósil encontrado en el arroyo Malo, llama particularmente la atención su coloración. Como si se tratara de un popular periodista deportivo, parece un cráneo pasado de cama solar. El hueso brilla con un naranja intenso poco común. “El color que tiene el material no es del fósil, sino que lo pintaron encima con un tipo de barniz, algo que al parecer se usaba entonces para consolidar un poco más el material, que en este caso apareció un poco fragmentado”, cuenta Aldo.

El barniz cumplió su cometido de evitar que el material se desarmara. Pero eso, que era deseable, no dejó ver las suturas del cráneo con claridad y también implicó un trabajo extra a la hora de separar la mandíbula que estaba pegada. “Sin embargo por la dentición en sí, por el desgaste de los dientes, y la forma general del cráneo, no quedan dudas de que se trataba de un ejemplar adulto”.

¿Más grande?

“En base a nuestras muestras comparativas, este sería un ocelote un poquito más grande que los actuales”, dice Aldo.

En el trabajo reportan que si bien debido al tamaño de los colmillos este ocelote habría sido bastante grande, la estimación de masa que realizan les arroja unos 13,4, con un techo superior de 14,7 kilos, algo que se ubica dentro de los parámetros conocidos de esos animales actualmente, que van desde los 6,6 a los 18,6 kilos. Pero claro, esa estimación de masa, reportan, la hicieron empleando “ecuaciones para felinos actuales” a partir de medidas del molar inferior (m1).

“Las estimaciones de masa siempre hay que tomarlas con pinzas. Las que dan mejor son siempre las realizadas con huesos del poscráneo, en particular huesos largos”, afirma Aldo. Es que los huesos de las patas y manos soportan el peso del animal y, por tanto, resultan un poco más informativos del tamaño que podrían haber tenido. “Las estimaciones de masa basadas en medidas craneales serían las segundas mejores. Pero en este caso esas ecuaciones no nos servían porque nos faltaban algunos datos porque el cráneo no estaba completo”, justifica.

“Las terceras mejores medidas para estimar masa son las del molar m1. Hablando mal y pronto, este tipo de estimación que hicimos sería, de las tres mejores, la que potencialmente podría tener más error”, confiesa Aldo. El asunto es que al trabajar con fósiles escasos, uno no puede andar exigiéndoles que, además de aparecer en los sedimentos, encima tengan las mejores medidas.

Si bien la estimación les da entre el rango común de los ocelotes, Aldo está convencido de que se trata de un ejemplar mayor de lo que le dicen las ecuaciones. “Por el tamaño del canino y el tamaño del P4 también, y el tamaño en general del cráneo, al que le falta un poquito de la parte de atrás, podría ser un animal un poco más grande”, dice. De hecho, en el trabajo, a instancias de un revisor, sugieren que hasta podría tratarse de “una subespecie” distinta a las de los ocelotes actuales.

“Este material fósil muestra algunas diferencias con respecto a la muestra comparativa de L. pardalis actuales utilizada en este estudio: un tamaño ligeramente mayor, la robustez del canino superior y P4, y una constricción postorbital menos marcada”, dice el trabajo. Ante este mayor tamaño “se podría invocar una variación intraespecífica”, es decir, diferencias de tamaños entre individuos de una especie, algo normal y ya reportado para este felino, pero luego agregan que “no se puede descartar que el fósil de L. pardalis fuera en cierta medida diferente a las poblaciones actuales, y posiblemente podría pertenecer a una subespecie actualmente extinta”. Reconocen que para resolver esta cuestión “se necesitan más materiales”.

Ocelote fósil ya limpio. Foto: Aldo Manzuetti

Ocelote fósil ya limpio. Foto: Aldo Manzuetti

“El material parece mostrarnos que este ejemplar podría ser un poco más grande, pero de ahí a decir que había poblaciones más grandes de ocelotes que las actuales, se requieren más materiales y más investigación”, afirma Aldo desde Carmelo. “La posibilidad de una subespecie la pensamos con Daniel Perea, pero no nos pareció que hubiera tanta evidencia, por lo tanto lo mejor era reportarlo así, como un ocelote. Si mañana aparecen dos o tres cráneos de ocelote que tienen más o menos este mismo tamaño, tal vez estaríamos hablando de algo con más evidencia detrás, y tal vez entonces sí podríamos pensar que había subpoblaciones de ocelotes más grandes como para postular una subespecie diferente, o tal vez hasta una especie diferente”, dice mostrando que son del club de los paleontólogos cautos que no disfrutan de andar creando taxones nuevos ante cualquier indicio.

“Con lo que tenemos ahora, siempre tratando de ser parsimoniosos, si más o menos coincide con un animal que está vivo actualmente, más allá de que tengan una mínima diferencia, postulamos que es ese animal pero con una variante intraespecífica”, recapitula. Nombrar especies es interesante y seguro es algo que todo paleontólogo disfruta. Pero Aldo y sus colegas tienen las cosas claras: “Si pasamos a la historia es mejor no hacerlo con una subespecie a la que le dan de baja en un par de días”, bromea.

¿Y qué es eso del ocelote y el bullying?

En el trabajo, al analizar aspectos paleobiológicos y paleoambientales, se menciona el “efecto ocelote”. Reportado en 2010 por el investigador brasileño Tadeu Oliveira y otros colegas, se ha observado que en las zonas donde está el ocelote, que es el tercer felino sudamericano más grande, luego del jaguar y el puma, los otros felinos de menor porte, como los gatos monteses o el yaguarundí, son desplazados. Cuando hablamos del gremio de los carnívoros, es esperable que haya competidores y rivales, nichos en disputa y un lugar que cada especie ocupa.

En la época en la que este ocelote vivió en lo que hoy es Tacuarembó, en nuestro país había varios carnívoros, entre ellos dos especies de tigres diente de sable, osos de cara corta, jaguares y pumas. Si bien no se han encontrado fósiles aún, es esperable que hubiera también varios felinos que hoy están en el país, como el yaguarundí y otros del mismo género que el ocelote: el ya mencionado gato montés, el margay (Leopardus wiedii) y el gato de pajonal (Leopardus munoai).

“En la actualidad, dentro del género Leopardus, pero también en cuanto a otros felinos de tamaño intermedio, el ocelote es como el que domina todo”, comenta Aldo sobre este efecto. “En su rango de masa, el ocelote no tiene un competidor actual tan claro”, agrega. Le digo entonces que hace miles de años, por lo menos allí, en esa parte al norte del río Negro, el ocelote les hacía bullying al resto de los felinos más chicos.

“Lo de bullying suena un poco muy fuerte por toda la connotación social que tiene, pero hablando mal y pronto, podríamos decir que sí”, dice Aldo tratando de no derrumbar la idea torpe con la que titularé la nota. “Podría escarmentar un poco en caso de que lo agarrara un puma”, agrega, como tratando de ponerle límites a este felino compadrito. “A su vez, el jaguar haría lo propio con el puma, es todo como un gran cadena de poder”, dice. “Ese efecto ocelote lo que hace es que este animal termine regulando no sólo a las presas, sino también a los carnívoros de medio porte, y en este caso, a muchas especies de su propio género”, agrega volviendo al registro más académico sobre el punto.

Imponiéndose sobre todos los otros felinos, sin competencia real para un jaguar que está en ligas mayores, el ocelote milenario de Tacuarembó habría tenido encontronazos con los pumas... y tal vez con un animal que ya no está entre nosotros.

“Nosotros manejamos de manera hipotética una competencia con un zorro extinto que había en Uruguay y que sí andaría en su rango de masa”, lanza Aldo. Se trata del Dusicyon avus, un cánido de mayor tamaño que nuestros zorros de monte (Cerdocyon thous) y de campo (Lycalopex gymnocercus).

“Como es un zorro extinto, no se sabe mucho sobre su comportamiento, si eran animales solitarios o si andaban en grupo. Comparar dentro de los carnívoros a un cánido social con un felino solitario como el ocelote no tendría mucho sentido, pero dejando de lado ese aspecto, el avus era el único animal que más o menos andaba en aquella época en ese rango de masa y que potencialmente podría haber llegado a ser un competidor para el ocelote”, conjetura Aldo. Sí se sabe que este zorro era un poco más carnívoro que los zorros actuales, por lo que entonces la hipótesis es que podría haber sido una competencia para el ocelote.

Un solitario felino al sur

El ocelote descrito por Aldo y sus colegas tiene algunas características que ayudan a llamar la atención sobre él. En primer lugar se trata del primer fósil de ocelote reportado en nuestro país. Y eso no es nada menor, porque los fósiles de estos felinos medianos y pequeños no sólo son escasos aquí sino en todo el continente. Pero además, este ocelote es un extraño en tierra extraña: se trata del registro fósil más austral conocido para este animal.

“Justo el año pasado se había publicado un artículo sobre un fósil de ocelote en Argentina, que no sólo era el único registro fósil del animal para Argentina, sino que, hasta ese momento, era el registro más al sur de su paleodistribución”, cuenta Aldo sin el menor atisbo de baboseo por haberle birlado el récord a nuestros hermanos. Lejos de eso, lo que le interesa es qué nos dice ese registro tan austral. “Esa distribución nos permite interpretar algo del ambiente que había en esa época en ese lugar”.

De hecho, parece que desde aquel entonces el ocelote no quiere ir más al sur del río Negro, porque el único registro para nuestro país de este animal en la época moderna lo sitúa en la década de 1950 entre Artigas, Rivera y Tacuarembó. Como explica el mastozoólogo Enrique González, del Museo Nacional de Historia Natural, una piel, recolectada por un tropero y que terminó siendo donada al museo, es la única evidencia científica que tenemos para nuestro país de la presencia del ocelote en más de 70 años.

El ocelote es tan huidizo en Uruguay que mientras que en 2015 se lo consideraba una especie prioritaria para la conservación para el Sistema Nacional de Áreas Protegidas, hoy el panorama es más desalentador: o bien se piensa que ya está extinto aquí, o va rumbo a estarlo. Siendo el único registro de este animal para nuestro territorio una piel recolectada por un tropero, el fósil del arroyo Malo parece entonces venir en auxilio de los naturalistas del presente: sí, este felino anduvo en estas tierras hace unas decenas de miles de años. Entonces no llegaba más al sur. Eso podría haber sido así por mucho tiempo hasta que llegamos a la etapa más reciente del antropoceno.

“Tenemos otros elementos que llevan desde ese fósil a la actualidad, como es el retroceso global de la fauna, la defaunación, la tala selectiva del monte autóctono, el avance de la frontera agropecuaria, son un montón de elementos que se suman para permitirnos suponer que el ocelote, y otro conjunto de animales de monte, puede haber retrocedido en los últimos 200 años”, dice Enrique González. “Se extinguió el jaguar, se extinguió el pecarí, el oso hormiguero grande, el ciervo de los pantanos, el lobo corbata, ¿por qué no se va a extinguir el ocelote?”, inquiere Enrique. De hecho, junto con otros investigadores de mamíferos se están por reunir en breve para comenzar a elaborar una Lista Roja de mamíferos del Uruguay. Las condiciones están dadas, dice, para considerar que el ocelote está extinto a nivel local.

Entonces el fósil descrito por Aldo y sus colegas parece iniciar una historia a la que en breve Enrique y otros colegas le pondrán el triste punto final. Si en este 2022 pudimos aseverar que desde hace unos 60.000 años los ocelotes estaban en Uruguay, también puede ser el año en que los expertos en mamíferos pasen a considerarlo extinto en estas tierras. Los fósiles, gracias a gente como Aldo Manzuetti, Martín Ubilla y Daniel Perea, entre otros, nos hablan de lo que hubo en el pasado y cómo eso se puede vincular con el presente. Las extinciones locales en nuestro tiempo, en cambio, nos dejan como los lamentables campeones del bullying a la biodiversidad.

Artículo: “The ocelot Leopardus pardalis (Linnaeus, 1758) (Carnivora, Felidae) in the late Pleistocene of Uruguay”
Publicación: Historical Biology (enero de 2022)
Autores: Aldo Manzuetti, Martín Ubilla, Washington Jones, Daniel Perea y Francisco Prevosti.