Los dinosaurios se originaron hace entre 240 y 230 millones de años. Según los datos actuales, habrían surgido en donde hoy es Argentina, aunque en aquel entonces no sólo nuestros vecinos aún no soñaban con la independencia, sino que faltaban más de dos centenas de millones de años para que los humanos entraran en escena. Como es sabido, los dinosaurios sufrieron un final abrupto hace 66 millones de años cuando un meteorito impactó violentamente con nuestro planeta. Desde entonces nada fue lo mismo: si bien un reducido grupo de dinosaurios sobrevivieron al impacto y dieron paso a las aves que vemos hoy en día, los mamíferos, que hasta entonces habían ocupado un lugar modesto ante tantas bestias gigantescas y pequeñas brillantemente adaptadas a los distintos ecosistemas, proliferaron.

De todas maneras, por más de 160 largos millones de años, los dinosaurios proliferaron y dieron lugar una maravillosa diversidad de formas, tamaños y colores. Los hubo de apenas un metro de largo, como el Eoraptor lunensis, encontrado en el Valle de la Luna, en San Juan, Argentina, la cuna de los dinosaurios, hasta titanes como el Patagotitan, de unos 40 metros de largo. Los hubo herbívoros y pacíficos, como el Aeolosaurus, cuyos restos se han encontrado también en nuestro país en Río Negro, y feroces carnívoros como el Torvosaurus que habitó hace 150 millones de años donde hoy es Tacuarembó.

160 millones de años son mucho tiempo. Suficiente como para que hubiera una gran alternancia entre las más feroces, las más grandes, las más ágiles y las más voraces. Sin embargo, hay una especie que si bien estuvo en el planeta por un par de millones de años, se las arregló para que la erigieran como el rey de los dinosaurios. Bah, de todos no, de los tiranos, algo que por estos lados antimonárquicos hace innecesaria la aclaración. Tyrannosaurus rex significa exactamente eso: el rey de los dinosaurios tiranos.

¿Fue el T-rex, como se le dice popularmente, el rey de los dinosaurios carnívoros? La pregunta no tiene sentido desde el punto de vista científico. Es como preguntarse qué es más letal, si que te pase por encima un camión que viene a 100 km/h de 50 o de 100 toneladas. En cada uno de los ecosistemas en los que vivieron los dinosaurios durante esos 160 millones de años hubo carnívoros que fueron los depredadores tope, es decir, que estaban en la cumbre de la pirámide trófica. Y si bien ser un carnívoro no implica ser un tirano, hubo muchas especies que en distintos ambientes supieron ocupar el lugar de los que comen sin temor a ser comidos, de los carnívoros que por su masa y características, no tenían rival en su barrio y su tiempo. Algo similar ocurre hoy en día: mientras que en África el león es el felino de mayor porte –también se le adjudica el título de rey, en este caso de la selva–, en Asia hoy hace lo propio el tigre y en América, el jaguar. Con los humanos sucede lo mismo. Tenemos reyes en Dinamarca, en España y en Inglaterra, por decir algunos países. Cada monarca ejerce su poder en un territorio. Y en muchos casos, supimos liberarnos de sus tiranías a tiempo.

El asunto es que el T-rex es, sin lugar a dudas, el dinosaurio con más lobby. Incide en ello que la mayor parte de sus fósiles más completos hayan aparecido en Estados Unidos, país que tiene una gran habilidad para imponer sus productos culturales al resto del planeta. Trabajos científicos, películas, libros, dibujos animados, documentales, programas de televisión y hasta bandas de rock se encargaron de hacer que prácticamente cualquier niña o niño sepa identificar a un tiranosaurio por su nombre científico. En un mundo asimétrico no sorprende que los dinosaurios del hemisferio norte tengan más prensa que los del sur. Y más aún: el Tyrannosaurus rex es una especie de vaca sagrada de la paleontología estadounidense. Por eso el artículo que se publicó recientemente en la revista Evolutionary Biology tiene más potencial para el escándalo que un chimento de Jorge Rial que involucre presidentes, futbolistas y figuras del jet-set.

Titulado “El rey, la reina y el emperador lagarto tiranos: múltiples líneas de evidencia morfológica y estratigráfica respaldan la evolución sutil y la probable especiación dentro del género norteamericano Tyrannosaurus”, el artículo, que tiene como primer autor al investigador y paleoartista Gregory Paul, fue escrito en coautoría con Scott Persons y Jay van Raalte, del Departamento de Geología y Geociencias Ambientales del College of Charleston. Como avisan ya desde el nombre, los tres investigadores no sólo se meten con la vaca sagrada, sino que proponen que muchos fósiles que se pensaba que eran todos T-rex, algunos de ellos materiales casi completos que hasta tenían nombres como Sue o Lee, en realidad serían de otras dos especies.

El rey desafiado

“Debido a su tamaño excepcional, destreza depredadora percibida y extremidades delanteras curiosamente reducidas con sólo dos dedos, el carismático Tyrannosaurus se ha convertido en el dinosaurio mesozoico más popular del mundo desde su descubrimiento, hace más de un siglo”, comienzan diciendo Paul y sus colegas. En efecto, el género Tyrannosaurus fue descrito en 1905 por Henry Osborn, del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. Desde entonces y hasta nuestros días, se ha considerado que hay una única especie válida para ese género, el ya mencionado rey. Los autores del trabajo reconocen que el T-rex ha ejercido una “fascinación que se extiende a muchos paleontólogos profesionales”, entre otras cosas, porque todo indica que era el mayor predador en su momento y lugar.

Pero luego señalan que “a pesar de la abundancia de investigaciones dirigidas a este género, la suposición de que todos los especímenes adultos de Tyrannosaurus desde las llanuras de Canadá hasta el suroeste de Estados Unidos pertenecen a la única especie T. rex nunca se ha probado cuantitativa y estratigráficamente con una muestra grande”, al punto que señalan que huellas que se encuentran a unos 1.000 kilómetros de los restos de tiranosaurio más cercanos, se asignan a este animal.

Provocadoramente, sostienen que “durante más de un siglo, la posibilidad de que la especie T. rex fuera un cesto de la basura taxonómico de facto fue en gran medida una consecuencia del tamaño de la muestra disponible”, pues la cantidad de esqueletos de Tyrannosaurus medianamente completos era demasiado pequeña. Para los autores eso ahora habría cambiado, y nuevos materiales encontrados desde finales del siglo pasado hacen “posible un examen en profundidad”. El trabajo que publican es entonces ese examen más profundo que parte de la pregunta de si todos los dinosaurios carnívoros gigantes que caminaban en dos patas y con manos con dos dedos de fines del Jurásico de América del Norte deberían considerarse representantes de una única especie a pesar de las numerosas diferencias que presentan sus fósiles.

¿Distintos pero no diferentes?

En el artículo, Paul y colegas reconocen que siempre se ha postulado que existe una variación considerable en la robustez y corpulencia de los especímenes adultos de T-rex, especialmente en sus fémures, que son huesos que permiten establecer tanto el tamaño como otros datos de relevancia biomecánica de los animales. En algunas ocasiones se ha atribuido esta diferencia, mencionan los autores, al dimorfismo sexual, es decir, a diferencias que son frecuentes en algunas especies de animales, identificándose en este caso a los animales más robustos con hembras, mientras que los más gráciles serían los machos.

Otros investigadores han defendido en cambio que las diferencias encontradas no tienen tanto que ver con el sexo sino con la edad de los individuos: cuanto más longevos, más colosales. Una tercera hipótesis planteada para explicar las diferencias ha sido la de la variabilidad intraespecífica, es decir, a una amplitud de tamaños y otras características que se considera normal dentro de una población. Paul y sus colegas proponen una cuarta explicación: los fósiles son distintos porque lo que consideramos una única especie de tiranosaurios, en realidad, podría tratarse de dos o más. Pero hay más diferencias. Según los autores, “algunos especímenes poseen un único incisiforme”, un diente que es similar a los incisivos, mientras que otros poseen dos.

Pensar en una posible especiación para el tiranosaurio no sería descabellado para los autores, pues citando el ejemplo de animales que vivieron entre un millón y medio de años y dos millones y medio de años en ese mismo período, como el también popular Triceratops, eso ya ha sido observado. En otras palabras, la evolución necesita tiempo y el T-rex lo tuvo, sostienen. ¿Lo habrá aprovechado? Según ellos, es claro que sí.

En el artículo publicado los autores parecen dejar en claro cualquier objeción que pueda plantearse. Para cada una de las hipótesis, la de dimorfismo sexual, variación ontológica o intraespecífica, y la suya de las distintas especies, proponen no sólo pros y contras, sino también formas de derribarlas. Por ejemplo, en el caso de la variabilidad entre los individuos, proponen que “la variabilidad en la robustez del fémur no debería exceder a la observada en otras especies de terópodos de cuerpo grande”, mientras que una variabilidad muy grande y diferente a las de otras especies es predicha o esperada por su hipótesis de distintas especies. Lo mismo sucede con la robustez a medida que los individuos crecen: si los más robustos no son los más longevos y hay robustos tanto jóvenes como adultos, la variabilidad de la robustez del fémur deberá explicarse por otro lado. Lo mismo si hay individuos gráciles y adultos. Y así continúan con estas y otras evidencias que podrían ayudar a inclinar la balanza para alguna de las cuatro direcciones postuladas.

Tiranosaurio nombrado Sue, que sería un _T-imperator_.

Tiranosaurio nombrado Sue, que sería un T-imperator.

Foto: Connie Ma

No uno sino tres, tres, tres

Para evaluar la robustez o gracilidad de los tiranosaurios conocidos, los investigadores trabajaron con medidas anatómicas de maxilares, dientes, húmeros, ilias, fémures y metatarsos de 38 Tyrannosaurus. Para ver si la variación entre individuos era esperable o coincidente al menos con otras conocidas para otros dinosaurios o demasiado grande como para postular más de una especie, la compararon con la variación ya reportada en el dinosaurio carnívoro Allosaurus, y otros tiranosáuridos, como Albertosaurus o Tarbosaurus. También pudieron determinar en 29 fósiles de T-rex si estaban en los depósitos más profundos, medios o altos de los sedimentos del Jurásico en los que aparecieron, de forma de ver si podría haber una especiación a lo largo del tiempo o no. En esas disquisiciones, incluyeron también las diferencias en el incisiforme y la dentadura.

Lo que encontraron fue que la variabilidad encontrada dentro de los pretendidos T-rex era inusual al comparársela con la de otros dinosaurios grandes carnívoros. Por ejemplo, mientras que la variabilidad de los fémures en Allosaurus rondaba 9% en individuos adultos, en Tyrannosaurus era de 30%. Por eso dicen que “la variación observada en las proporciones femorales de Tyrannosaurus es atípicamente grande”. Por otro lado, reportan que la robustez de los individuos no está correlacionada con el tamaño absoluto y la edad presumida, por lo que lo del cambio a lo largo de la vida de los individuos parecería no sostenerse. También encontraron relaciones entre la antigüedad de los fósiles y las formas gráciles y robustas, los más antiguos siendo sólo gráciles, así como una variación en los dientes que se mantenía más o menos temporalmente, teniendo los más gráciles sólo un diente incisiforme, mientras que los robustos tenían dos.

Por todo esto señalan que si bien “los datos no cumplen con la prueba ideal de ninguna de las cuatro hipótesis, sí favorecen significativamente a una sobre las otras tres”. Al repasar sus datos sostienen que “la gracilidad de Tyrannosaurus probablemente no era parte integral del género, sino que era una característica de aparición tardía”, y que “lo mismo parece cierto para el carácter del número de dientes dentarios incisiformes: la característica basal (dos dientes dentarios incisiformes) parece ser una retención de la condición ancestral, y una condición aparentemente más derivada (un diente dentario incisiforme) se vuelve cada vez más abundante a mayor altura de los niveles estratigráficos”.

Y entonces largan su bomba paleontológica: “Los resultados de este estudio indican que tres morfotipos son reconocibles dentro del género Tyrannosaurus”. Al describir los tres morfotipos, indican que el I es “estratigráficamente bajo”, es decir, más antiguo, “evolutivamente basal”, ya que retiene la robustez de otros tiranosáuridos antiguos así como sus dos dientes incisiformes. Sobre el segundo morfotipo, que dicen que es el holotipo de Tyrannosaurus rex, es decir, al que sí deberíamos según ellos seguir lamando T. rex, dicen que es estratigráficamente más alto, robusto y con un incisiforme. Finalmente, el morfotipo III lo definen como “una forma grácil estratrigráficamente alta”, contemporánea con el morfotipo II, y también con un único incisiforme.

“La pregunta es, por lo tanto, si los tres morfotipos deben simplemente señalarse y no reconocerse formalmente, o si es aconsejable la separación a nivel de especie”, dicen en el texto. “Durante extensas discusiones entre los autores de este documento, todos acordaron que hay suficiente evidencia para mostrar que hubo cambios morfológicos a lo largo del tiempo, y que el grado es suficiente para al menos justificar y quizás obligar al reconocimiento taxonómico” plantean. Y entonces, booooom.

Al morfotipo I, recordemos, más antiguo, robusto, con dos incisiformes y con una relación entre largo y circunferencia del fémur de cerca o menos de 2,4, lo denominan Tyrannosaurus imperator, el emperador de los lagartos tiranos.

El morfotipo II es el que siempre hemos conocido como rey de los lagartos tiranos. Es generalmente robusto, más moderno que el morfotipo I, con un ratio entre largo y circunferencia del fémur de cerca o menos de 2,4 y usualmente con un diente incisiforme anterior delgado. Convivió con el morfotipo III y vio caer el meteorito que acabó con todos sus compañeros dinosaurios.

Al morfotipo III lo definen como grácil, más moderno que el morfotipo I, con un ratio entre largo y circunferencia del fémur de más de 2,4, y un incisiforme, y lo denominan Tyrannosaurus regina, la reina de los dinosaurios tiranos.

Polémica

Decirles al resto de sus colegas estudiosos de los dinosaurios que había tres especies bajo sus narices que no supieron ver es riesgoso. Los propios autores del trabajo lo saben, y por eso allí dicen que “se espera” que “los colegas a lo largo del continuo divisores-aglomeradores opten por usar o rechazar las especies propuestas de acuerdo con sus propios estándares y perspectivas probatorias”. Los divisores (splitters en inglés) son quienes tienden a postular especies nuevas a la mínima diferencia, mientras que los aglomeradores (lumpers en inglés) son más cautos y prefieren no hacerlo salvo que haya un gran cúmulo de pruebas. Aun así, Paul y sus colegas dicen esperar “que los tres morfotipos de Tyrannosaurus reconocidos por este estudio (I, II y III) sean de valor universal, así como un medio para enmarcar y enfocar futuras investigaciones sobre la cuestión de las especies múltiples”.

Adelantándose a posibles críticas, listan ventajas y desventajas de nombrar dos o tres especies en una tabla llamada “Resúmenes de argumentos y evidencia a favor y en contra de múltiples especies de Tyrannosaurus en la zona TT”. Por ejemplo, listan que “múltiples especies son la norma dentro de los géneros”, o que “hay tendencias progresivas hacia una mayor gracilidad”, ambas a favor, o que “no puede descartarse que los patrones observados de deban a variaciones individuales extremas” o que “la estratigrafía de algunos especímenes no se conoce con precisión” como argumentos en contra de postular varias especies. Al menos el trabajo es honesto y fundamentado. Ahora la pelota queda en la cancha de otros expertos e investigadores especializados en dinosaurios.

“Es una idea interesante y desafiante, y a priori me gustan los nombres que pusieron”, dice Matías Soto, paleontólogo que ha liderado las investigaciones que determinaron la presencia de los carnívoros Torvosaurus y Ceratosaurus para el Jurásico de Tacuarembó y del titanosaurio Aeolosaurus para el Cretácico, la época de los Tyrannosaurus, de Río Negro. “El asunto es la evidencia que hay detrás”, aclara. Y en su caso, lo de los dientes es su especialidad, al punto de que en este medio lo bautizamos “el paleodentista”. “Dado que había variaciones en las posiciones dentarias de otros tiranosáuridos, que me digas que una especie de tiranosaurio tiene un diente con forma de incisivo y otra tiene dos, no me dice nada, no me parece una diferencia relevante”, lanza, reconociendo además que expertos en tiranosáuridos también recibieron con críticas el artículo.

Sucede que Soto es más un aglomerador que un divisor. Pero además señala que mientras que una especie tiene uno de esos dientes, otras dos tienen dos. “Ni siquiera se diferencian los tres por esa característica. Sacando lo de los dientes, queda sólo lo de la robustez y la gracilidad. En ese caso, dos especies serían más razonables. Pero aun así, falta evidencia”, agrega.

Según se desprende del artículo, cuando cayó el meteorito que arrasó con la mayoría de los dinosaurios, aparentemente habría dos especies de tiranosaurios habitando en el norte de América. Eran el rey y la reina de los lagartos tiranos. Ahora, entonces, se podría comenzar a pensar si el rey reinaba o no. ¿Competían Tyrannosaurus rex y Tyrannosaurus regina, o tenían estrategias para evitarse y ocupar distintos nichos? ¿En caso de encontrarse, quién mandaba? Tal vez al T-rex ahora no sólo haya que sacarle la exclusividad, sino también el sitio de privilegio dentro de los últimos dinosaurios. Seguro habrá más noticias científicas al respecto en los próximos meses.

Artículo: “The Tyrant Lizard King, Queen and Emperor: multiple lines of morphological and stratigraphic evidence support subtle evolution and probable speciation within the North American genus Tyrannosaurus
Publicación: Evolutionary Biology (marzo, 2022)
Autores: Gregory Paul, Scott Persons y Jay van Raalte.