¿Es correcto hablar de ciencia, así, en singular? ¿O conviene utilizar el plural, para dar cuenta de la heterogeneidad de las empresas científicas?
Una discusión general al respecto puede rastrearse hasta las reflexiones sobre el conocimiento de Platón y Aristóteles. Típicamente los problemas que han ocupado con insistencia a los filósofos encuentran ese origen (alguien afirmó en una oportunidad que toda la filosofía son notas al margen de los textos de aquellos dos atenienses).
Una discusión particular tiene datación más reciente: Kant y su distinción entre ciencias naturales y ciencias culturales o sociales. “Dos cosas llenan mi ánimo de creciente admiración y respeto, a medida que pienso y profundizo en ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí”, confesó Kant. Ambos mundos son ciertamente dignos de la admiración y el respeto que inspiraron al prusiano. Pero ¿se pueden conocer con un mismo método?
Este artículo trata sobre esa discusión particular.
Definiciones
Comencemos definiendo algunos términos. En primer lugar: ¿qué es la ciencia?
La ciencia es un método. Recuerdo la sensación ambivalente que me generaba esa afirmación cuando la escuchaba de boca de mis docentes de secundaria. Por una parte, un método supone acción, y siempre es bueno actuar. Pero por otra, muchas actividades humanas (como jugar naipes o conducir un coche) también suponen un método.
Aunque la afirmación anterior no resulta suficiente para definir ciencia, tiene la virtud de indicarnos dónde no buscar.
Comúnmente asociamos a la ciencia con sus resultados prácticos. No es de extrañar, en tanto con eso nos las vemos a diario, ya sea para nuestro beneficio (como con las vacunas chinas) o para nuestra desgracia (como con los misiles rusos). Pero los resultados de algo, por definición, no constituyen ese algo. La carpintería no es el conjunto de mesas, sillas, puertas y armarios que cientos de miles de carpinteros han fabricado (la protesta de los existencialistas es de recibo), sino el conjunto de procedimientos que hicieron posible aquellas obras en madera.
Al hacer referencia a procedimientos, solemos confundir también a la ciencia con sus técnicas. La imagen del científico es (y el masculino forma lamentablemente aún parte constitutiva de esa imagen) la de un señor de túnica blanca que realiza ciertas operaciones con mecheros y tubos de ensayo. Pero las técnicas no son el método. Así como existen decenas de técnicas para trabajar la madera, las hay para hacer ciencia. La espectroscopía, que los físicos e ingenieros que diseñaron el telescopio James Webb utilizaron con la esperanza de ofrecernos imágenes de los orígenes del universo; el PCR, que los biólogos y médicos que trabajan en el sistema de salud nacional utilizan para decirnos si somos portadores de SARS-CoV-2; o las encuestas con que sociólogos y politólogos nos prometen vaticinar quién sería presidente del Uruguay si las elecciones fueran el próximo domingo, son técnicas. Estoy mencionando apenas algunas de entre las cientos (o miles) que se utilizan en la ciencia. Una técnica es un conjunto de instrumentos y protocolos que nos permiten medir o manipular cosas en el mundo.
Las mismas consideraciones valen para las teorías científicas. Así como no existe una sola técnica, ni una sola aplicación tecnológica, no existe una teoría única.
La ciencia es un método para realizar inferencias válidas, con base empírica. Definamos los términos involucrados en esta afirmación.
Método es, según el Oxford Dictionary, “una forma particular de hacer algo”. Me gusta el modo directo de decir de los anglosajones.
Inferir significa extraer conclusiones a partir de premisas. O expresado de un modo más bello, “averiguar algo que no conocemos, a partir de lo que ya conocemos”. Esa es la forma en que Charles Sanders Peirce definió al objeto de razonar.
El concepto de validez, aunque no sencillo de definir en una frase, es menos pretencioso que el de verdad. La verdad es un asunto demasiado complejo, de modo que podemos dejársela a los filósofos. Digamos simplemente aquí que validez refiere a la consistencia lógica de los razonamientos que nos llevan de las premisas a las conclusiones.
Empírico implica que, de modo directo o indirecto, las premisas refieren a algo que sucede en el mundo. O más específicamente a esa parte del mundo a la que podemos acceder intersubjetivamente. No el resultado de experiencias privadas, sino sólo de aquellas que podemos mostrar a otros (observación) o que puedan ser manipuladas por otros (experimentación).
Para evitar en este artículo el debate entre inducción y deducción (por allí va parte de la discusión general que mencionábamos al inicio), cuando nos referimos a la validez de enunciados empíricos, tenemos en mente las conexiones lógicas entre los enunciados que realizamos acerca de algo en el mundo y la evidencia que obtenemos de eso en el mundo, sea cual sea el papel que juegue cada una de las dos cosas en el proceso de conocer.
Unidad del método
Si llamamos método, como lo hicimos, a una forma particular de hacer algo, conviene considerar qué queremos hacer. Si eso es común a todas las disciplinas, tenemos un argumento de peso en favor de la unidad.
Con estas palabras inicia el primer capítulo del primer tomo de Metodología de las Ciencias Sociales (1965) de Boudon y Laszarfeld: “Ninguna ciencia aborda su objeto específico en su plenitud concreta. Todas las ciencias seleccionan determinadas propiedades de su objeto e intentan establecer entre ellas relaciones recíprocas. El descubrimiento de tales relaciones constituye el fin último de toda investigación científica”. Tenemos aquí una declaración de unidad.
¿Qué es una propiedad de un objeto? La masa de cuerpos celestes, sus distancias respecto de otros cuerpos, las aceleraciones que alcanzan. O el tamaño de ciertos microorganismos, la cantidad de bases que conforman su ADN. O la intención de voto de personas habilitadas para votar, las opiniones respecto de la guerra en Ucrania, el tiempo que pasan al día utilizando dispositivos móviles. Solemos llamar variables a este tipo de propiedades. El término es ilustrativo ya que da cuenta de algo que se manifiesta en ciertos objetos y que tiene por costumbre asumir distintos valores. El objetivo de la ciencia (de toda la ciencia, insisten Boudon y Laszarfeld) es seleccionar algunas de estas propiedades, medirlas y descubrir relaciones entre ellas. Obsérvese, por ejemplo, la distribución de dos variables en la tabla 1.
V1 | V2 |
---|---|
1 | 16.871 |
2 | 20.571 |
3 | 26.241 |
4 | 31.988 |
5 | 49.493 |
¿A qué propiedades refieren V1 y V2? Tienes para elegir. V1 podría ser, por ejemplo, la distancia de cinco planetas a su estrella, expresada de modo ordinal (1 para el más cercano, 2 para el siguiente en distancia, etcétera), y V2 las horas que tarda cada planeta en completar una órbita a su estrella. O V1 podrían ser los días transcurridos desde la ocurrencia de una infección viral en cinco individuos y V2 la cantidad de partículas virales por milímetro cúbico de sangre. V1 también podría referir a subpoblaciones de individuos, conformadas en función del tiempo de infección. Y V2 podría ser la carga viral promedio de esos conjuntos de individuos con entre uno y cinco días de iniciada la infección.
En fin, podrían ser dos variables de cualquier tipo. Y sus valores, tanto individuales como categorías que clasifican conjuntos de casos y promedios (o cualquier otra medida de resumen) obtenidos de cada uno de aquellos conjuntos.
En la tabla anterior, V1 son los años de escolarización alcanzados por una población humana, los cuales se encuentran agrupados (sólo para hacer más sencilla la presentación) con el siguiente criterio: 1 corresponde a entre 0 y 6 años; 2, entre 7 y 9 años; 3, entre 10 y 12 años; 4, entre 13 y 15 años; y 5, 16 o más años de escolarización. Y V2 son los ingresos medios por trabajo de cada subpoblación definida según los años de educación aprobados. La tabla se obtuvo de procesar los microdatos de la Encuesta Continua de Hogares (ECH), que aplica el Instituto Nacional de Estadística, para el año 2019. Se seleccionó la población ocupada, con edades de entre 25 y 65 años. El tipo y tamaño de muestra que utiliza la ECH permite extrapolar esos valores a la población total, con márgenes de error muy pequeños.
Las técnicas apropiadas para obtener información sobre órbitas planetarias, cargas virales o ingresos por trabajo son ciertamente muy distintas. Los usos (resultados) que se le dará a cada tipo de información también serán muy distintos. Como también las definiciones subyacentes a cada variable y los marcos teóricos (gravitacional, microbiológico, de la estratificación social) que motivaron el esfuerzo de obtención de evidencia y aportan a la interpretación de las mediciones.
Pero el método de seleccionar propiedades e intentar descubrir sus relaciones es el mismo. Como lo es el proceso anterior de selección de los casos (muestreo) y ulterior de tratamiento de la información para determinar la dirección y magnitud de las eventuales relaciones (procesamiento estadístico).
Finalmente, la acumulación de información y sus relaciones (generalmente involucrando más variables) orientada a valorar teorías (reitero, sobre la gravedad, la microbiología, la estratificación social o lo que fuera) en el sentido de considerar, no la teoría en sí, sino las consecuencias que debieran observarse empíricamente, si dicha teoría fuera cierta, da lugar a un proceso de inferencia, que también puede considerarse único.
Lo particular de las ciencias sociales
El argumento presentado en el apartado anterior nos lleva a concluir que cualquier pregunta que podamos hacerle a un planeta o a un virus, podemos hacerla, formalmente, a los seres humanos en interacción.
Entonces, ¿por qué hay quienes sostienen que existe un método específico de las ciencias sociales?
Para conocer los fundamentos de dicha postura, podemos invertir la afirmación con que iniciamos este apartado: ¿cualquier pregunta acerca de los seres humanos en interacción, podemos hacerla respecto a un virus o un planeta? Aquí las cosas se complican. Por lo pronto, mientras podemos preguntarnos por qué los empleadores deciden pagar más a trabajadores con mayor nivel educativo, o por qué algunas personas deciden continuar sus estudios y otras no, carece de sentido preguntarse por qué un planeta decide tardar tanto más o menos tiempo en realizar una órbita completa alrededor de su estrella.
El ejemplo del salario y el nivel educativo puede resultar poco ilustrativo, ya que la capacidad de decidir se encuentra seguramente restringida por circunstancias materiales de distinto orden. Estrictamente no constituye un problema, ya que cualquier proceso de decisión involucra restricciones. Pero probemos con un ejemplo más sencillo: ¿por qué algunas personas deciden llevar una dieta vegetariana y otras combinar la ingesta de frutas y verduras con la de carnes?
En un artículo anterior recurrimos a un relato para dar cuenta de la capacidad que tenemos los humanos de asignar sentido al mundo que nos rodea, y actuar en consecuencia. A esta capacidad suelen recurrir los argumentos contrarios de la unidad de la ciencia.
El episodio ocurre en el huerto de Edén. Adán y Eva “estaban desnudos y no se avergonzaban”, cuenta el Génesis 2. Se les había permitido comer de todo árbol que diera fruto, excepto del “árbol del conocimiento del bien y del mal”. Pero fueron engañados por la serpiente y comieron. Entonces “se les abrieron los ojos, conociendo acerca del bien y el mal” y “vieron que estaban desnudos”, y con hojas de higuera hicieron “delantales para cubrirse”. Al escuchar a Jehová Dios paseando por el huerto, se escondieron. Dios le preguntó a Adán dónde estaba, a lo que Adán respondió: “Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí”. Jehová Dios le preguntó: “¿Y quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?”.
Se establece así una cadena causal que involucra al menos tres momentos, como vemos en la tabla 2.
Condición: | Proceso: | ||
---|---|---|---|
Capacidad de significar el mundo | Percepción con sentido del mundo | Reacción psicológica | Acción con sentido |
Fueron abiertos los ojos de ambos | Conocieron que estaban desnudos | Tuvieron miedo porque estaban desnudos | Cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales |
El esquema no está completo. Haya tenido nuestra capacidad de asignar sentido moral al mundo origen en el fruto de un árbol en el centro de un jardín, o haya sido el resultado de un largo proceso evolutivo, lo cierto es que su puesta en acción supone una comunidad. No percibo aisladamente el mundo de un modo o de otro (no considero, por ejemplo, la desnudez como algo malo porque un día al despertarme se me ocurrió tal cosa), sino que lo hago en la medida en que participo con otros en un proceso de construcción colectiva de sentido, que asigna ese carácter a la desnudez.
Tampoco el coser hojas de higuera y hacerme un delantal constituye una decisión privada, aunque exista siempre un espacio para la decisión individual: me visto con las ropas que mi comunidad (o mi grupo de pertenencia dentro de la comunidad) suele utilizar para cubrir su desnudez. Los modos en que recibimos significados del mundo (socialización), actuamos frente a restricciones a la acción con sentido (control social), y muy especialmente negociamos con otros humanos piezas de sentido, definen objetos privilegiados de la sociología. El uso de la primera persona del plural en el relato bíblico da cuenta de ese carácter colectivo.
Max Weber, uno de los padres de la disciplina, dedicó también el primer capítulo de su obra mayor (Economía y sociedad, publicado luego de su muerte, en 1921) a abordar el problema. Pero lo hizo desde una perspectiva a primera vista diferente de la de Boudon y Laszarfeld.
Consideró Weber que nuestra capacidad de asignar sentido al mundo constituye justamente el objeto de la disciplina. “Tanto para la historia en su sentido actual, como para la sociología, el objeto de conocimiento es el complejo de significado subjetivo de la acción” afirmó.
Conocedor y usuario, como lo fue, de estadísticas sociales, advirtió que “si falta la adecuación de sentido nos encontramos meramente frente a una probabilidad estadística no susceptible de comprensión (o comprensible en forma incompleta); y esto, aunque conozcamos la regularidad en el desarrollo del hecho (tanto exterior como psíquico) con el máximo de precisión y sea determinable cuantitativamente”. La sola probabilidad estadística (por ejemplo, la de obtener un salario mayor dado un nivel de instrucción mayor) no nos permite comprender esa relación.
Pero junto con aquella advertencia, realizó otra: “Por otra parte, aun la más evidente adecuación de sentido sólo puede considerarse como una proposición causal correcta para el conocimiento sociológico en la medida en que se pruebe la existencia de una probabilidad (determinable de alguna manera) de que la acción concreta tomará de hecho, con determinable frecuencia o aproximación [...] la forma que fue considerada como adecuada por el sentido”.
En otras palabras: si la adecuación de sentido que llegamos a captar (incluso a comprender en todo su proceso de gestación, desarrollo y en sus consecuencias prácticas) para un caso no nos permite realizar inferencias probables, en términos de frecuencia de aparición en la población, tampoco estamos produciendo conocimiento sociológico.
Medias tintas
Un siglo después de la publicación de Economía y sociedad, parte de la producción en ciencias sociales sigue desarrollándose en uno de los dos espacios que Weber identificó como insuficientes para la generación de conocimiento científico sobre lo social.
Una parte se orienta a contar. Contamos desempleados, contamos pobres, contamos intenciones de voto, contamos percepciones de riesgo. Hemos refinado nuestros procedimientos de conteo, tanto en la fase de la medición como del cálculo; hemos revisado una y otra vez nuestras definiciones (la historia de las idas y venidas en torno a la definición de pobreza constituye un ejemplo extremo); hemos encontrado asociaciones de aquellas variables con cuántas otras se nos hayan ocurrido. Pero al faltar la adecuación de sentido, los ejercicios se aproximan más al campo de la contabilidad que al de la sociología.
Otra parte de la sociología se orienta a construir relatos. A través de las llamadas técnicas cualitativas reconstruimos las historias de vida de individuos y procesos de interacción en pequeños grupos. Conocemos en detalle qué sentido asignan a sus acciones, cómo negocian estas construcciones de sentido, cómo orientan su acción como consecuencia de aquellos procesos. Pero al faltar la estimación de probabilidad de ocurrencia de todo aquello en las poblaciones de las que forman parte, así como la eventual regularidad temporal de tales adecuaciones de sentido, estos otros ejercicios se asemejan más a las biografías y las crónicas que a la sociología.
Con todo, aunque parciales cualquiera de los dos abordajes anteriores, tienen su mérito. Otros dos, en cambio, resultan preocupantes.
Es frecuente que, en la presentación de algunos resultados de investigación social del tipo contable, se adicione al reporte de la distribución de frecuencias o la relación entre variables una especulación acerca del sentido dado por las personas a las acciones contabilizadas. Por ejemplo, cuando leemos que la opción por el No en el último referéndum correspondió a 50% de los sufragios y que esto se debe a que la población dio un voto de confianza a la actual administración del presidente Luis Lacalle Pou. La primera afirmación es válida (efectivamente el porcentaje de votos por No fue ese), pero ¿de dónde se obtuvo la evidencia de que los votantes por el No (todos los votantes, además) lo hicieron porque querían manifestar su confianza hacia la administración Lacalle Pou? De la imaginación de quien realiza la segunda afirmación.
También suelen leerse resultados de investigación orientada a la captación de sentido de la acción, que luego de describir procesos intersubjetivos saltan a conclusiones relativas a la prevalencia de tal o cual actitud o comportamiento en la población total. ¿De dónde se obtiene lo segundo? Nuevamente, de la imaginación de quien formula tal tipo de afirmación.
Mientras que los primeros dos estilos de investigación constituyen, como dijimos, formas de ciencia incompleta, a los dos últimos les corresponde el calificativo de seudociencia.
Un desafío para las ciencias sociales
La ciencia no es sólo un método. Uno no va por la calle cruzándose con métodos. La ciencia es una empresa colectiva, en la que mujeres y hombres comparten deseos, conocimientos y habilidades cultivadas por generaciones. También intereses, intrigas y recelos. Como cualquier actividad humana. Pero lo que hace posible ese espacio de interacción, con todas sus especializaciones y variaciones, es el método.
Sin embargo postular la unidad de la ciencia constituye, en algunos ámbitos, algo así como una herejía. La idea de que quienes nos dedicamos a la investigación científica compartamos, más allá de la diversidad de los objetos que despiertan nuestro interés, un método común, causa malestar en ciertos departamentos universitarios. Subyace a aquella afirmación un postulado aún más radical, que afirma que nuestros objetos no son en realidad tan distintos; que las distancias entre el mundo humano y el no humano pueden encontrarse más en el ojo de un observador antropocéntrico que en la naturaleza que se ofrece a la observación.
Para colmo de males, el postulado de la unidad de la ciencia se asocia al positivismo, un conjunto de ideas tan potente que continúa produciendo detractores sin necesidad de tener quien lo defienda.
El objeto de las ciencias sociales (los seres humanos en interacción) tiene sus particularidades. Seguramente las comparta con otros animales, pero pareciera que no con todos los seres animados. Y definitivamente no con los inanimados. Pero ¿por qué este hecho debiera conducir a la necesidad de un método propio? El objeto de la biología tiene su particularidad respecto del de la física: está vivo. Y, sin embargo, ambas disciplinas comparten un modo de realizar inferencias con base en evidencia empírica. Los modos en que describen y clasifican fenómenos, y especialmente postulan relaciones causales entre esos fenómenos, son, en términos formales, similares en ambas disciplinas.
El problema de la atribución de causalidad es clave. Constituye la apuesta más ambiciosa de la producción de conocimiento científico. Está insinuado en el párrafo citado de Boudon y Laszarfeld (establecer relaciones entre las propiedades) y presentado de modo explícito en los párrafos citados de Max Weber.
Recientemente John Goldthorpe volvió a este problema en su trabajo La sociología como ciencia de la población (2016). Y lo hizo con una perspectiva que puede considerarse radicalmente unitaria. Afirmó que “la sociología debe comprenderse como una ciencia de la población en el sentido de Neyman”. Las poblaciones son conjuntos de unidades que, aunque presentando una alta variabilidad respecto de sus propiedades, y siendo esta variabilidad, al menos en parte, azarosa, “exhibe ciertas regularidades de tipo probabilístico en el nivel agregado”. Que se trate de poblaciones humanas, de otros animales, de moléculas o de galaxias resulta en este punto indiferente. Lo que interesa es explicar tales regularidades.
Pero asumiendo la característica de las unidades de las poblaciones humanas, que mencionamos en este artículo citando a Max Weber, propone Goldthorpe que “para dar explicaciones causales de las regularidades poblacionales establecidas se deben hipotetizar procesos o mecanismos causales a partir de la acción y la interacción individuales [...]. Lo que se requiere [...] son lo que se podrían llamar las narrativas generalizadas de la acción y la interacción que subyacen a las regularidades (estadísticas) que requieren explicación”.
Este continúa siendo un desafío importante para las ciencias sociales. Uno que no supone construir un método propio, sino cultivar la creatividad y la disposición de dialogar con otras disciplinas (Golthorpe sugiere la biología) para ofrecer explicaciones sobre un objeto con capacidad de atribuir significado al mundo y actuar en consecuencia, utilizando el método de la ciencia.