Cuando el naturalista español Félix de Azara publicó en 1802 su libro Apuntamientos para la Historia Natural de los Páxaros del Paraguay y del Río de la Plata, en el que recopilaba las especies de aves que había avistado en el cono sur (ya de regreso en la seguridad de la madre patria), reveló al mundo europeo muchas especies que eran desconocidas para la ciencia.

Dedicó, por ejemplo, algunas páginas a los cardenales, que él llamó “crestudos”: uno rojo y otro amarillo. Contó que “se pillan fácilmente en cualquier trampa y viven bien en jaula, donde paran poco”, aunque acotó que el “crestudo rojo” no cantaba muy bien en cautiverio. Muy diferente demostró ser la situación del “crestudo amarillo”, para su desgracia.

Los apuntes de Azara permitieron que el cardenal amarillo (Gubernatrix cristata) fuera descrito por primera vez para la ciencia por el ornitólogo francés Louis Jean Pierre Vieillot en 1817, aunque serían los aportes de otros naturalistas –Coenrad Temminck y René Primevère Lesson– los que le darían su nombre científico actual, que significa “gobernador crestado” (acorde a su copetudo y marcial aspecto). Es además la única especie de su género, lo que da cuenta de su singularidad taxonómica.

Azara no podía saber en 1802 que la afición humana a capturar esta ave por su canto –costumbre que había destacado al pasar, como algo anecdótico– pondría en serio peligro a una especie que ya no era abundante. Aunque hoy nos parezca una obviedad, la noción de que una especie podía extinguirse era completamente nueva en esa época. El naturalista francés Georges Cuvier acababa de introducir el controvertido concepto de “especies perdidas”, en alusión a los cada vez más numerosos hallazgos de fósiles de criaturas gigantescas que ya no habitaban la Tierra, y en ese contexto la idea de la extinción de animales por culpa humana era aún más inimaginable.

Es cierto: el ser humano ya había colaborado decisivamente en la desaparición del dodo –el animal que se convirtió en símbolo de la extinción por mano del hombre– poco más de un siglo antes de los escritos de Azara, pero la revelación sobre un hecho tan brutal recién caería con toda su fuerza algunas décadas más tarde. El mundo no era un lugar inagotable.

Ni siquiera Charles Darwin, que en el correr del siglo XIX descubrió cómo las especies se originaban y desaparecían mediante el proceso gradual de la selección natural y la competencia, prestó demasiada atención a la extinción súbita de algunas especies por causa humana.

Poco podía imaginar Azara, entonces, que el “crestudo amarillo” que acababa de describir para el mundo sería empujado al borde de la extinción, un par de siglos después, por obra de acciones que él mencionó con involuntaria clarividencia.

La esperanza, esa cosa con plumas

El cardenal amarillo está considerado “en peligro” por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, que estima que sólo quedan entre 1.500 y 3.000 ejemplares en su rango de distribución, que incluye Uruguay, el sur de Brasil y parte del centro y el noreste de Argentina. Se trata de un número muy escaso, con el problema adicional de que se proyecta además una disminución. Fue incluido en el Libro rojo de las aves del Uruguay, en el que el biólogo Adrián Azpiroz estima que su población silvestre en el país es menor a los 300 ejemplares.

¿A qué puede adjudicarse esta consistente disminución poblacional, que ha puesto en peligro su supervivencia? “En mi opinión, es clarísimo que la amenaza principal es el tráfico ilegal. La especie es naturalmente rara y esta situación hace que sea particularmente susceptible a la presión de captura”, explica Azpiroz.

Esto no implica que la pérdida de hábitat sea inofensiva. El cardenal amarillo habita bosques abiertos, campos arbustivos y pastizales con árboles, a menudo en asociación con el ñandubay, el algarrobo y el coronilla, entre otras especies nativas. “La pérdida de hábitat tiene un efecto local, pero la captura ilegal es mucho más generalizada. De hecho, hay muchísimos lugares con excelentes condiciones de hábitat donde no encontrás el cardenal amarillo”, agrega Azpiroz.

La perdición del cardenal amarillo, sin embargo, parece ser su plumaje llamativo, su potente canto y la fascinación que ejerce en algunos coleccionistas. Aunque está protegido por la Ley de Fauna, fue incluido en la Convención Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites) y, por lo tanto, su captura es ilegal, aun así se venden por cientos de dólares en el mercado negro.

Su temperamento tampoco lo ayuda mucho en este sentido. “Es una especie muy territorial, uno de los factores que los vuelven fáciles de capturar. Los cazadores tienden a llevar otros machos en jaula, que emiten el canto; el cardenal, siendo tan territorial, se acerca y ahí es facilísimo atraparlo”, señala la bióloga Florencia Ocampo, estudiante de posgrado del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba) del Departamento de Biodiversidad y Genética del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE) y guía experta en observación de aves silvestres.

Como si fuera poco, el cardenal amarillo también es víctima del chauvinismo y de las clásicas disputas rioplatenses sin sentido. “Entre algunos cazadores de estas aves existe la creencia de que los ejemplares uruguayos cantan mejor que los argentinos y por eso son tan valorados”, cuenta Azpiroz. Se hacen incluso concursos de canto clandestinos, apunta Ocampo en alusión a una costumbre que viene de España, aunque está mucho más extendida en otras especies como los doraditos (Sicalis flaveola). Se selecciona a los ejemplares en función de su canto y se los hace competir a puertas cerradas, al estilo de las peleas de gallo. Ni los cardenales amarillos se salvan del flagelo de los reality shows de música.

Aunque es una especie prioritaria para el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP), sus poblaciones se encuentran por fuera de las áreas protegidas públicas, exceptuando algunos registros previos al 2000 en el Potrerillo de Santa Teresa.

Pese a toda esta evidencia, la captura de cardenales amarillos continúa y su venta también, ya sea en ferias o por internet. Desde hace varias décadas había información suficiente para darse cuenta de que era necesario hacer algo para cambiar el destino de la especie en Uruguay, que fue exactamente lo que ocurrió en la década de 1990.

El gobernador cazado

A mediados de los 90, el entonces director de la División Fauna del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP), el veterinario Jorge Cravino, impulsó un proyecto a largo plazo para la recuperación del cardenal amarillo. “Vi dentro del ministerio el problema de los criaderos y cómo se producía un declive hasta de las ofertas de cardenal amarillo en las ferias, por lo difícil que era ya conseguirlos. Pensé que su salvación era identificar mediante análisis de genética y de sus vocalizaciones qué ejemplares de origen nacional había en cautiverio y repoblar, porque impedir la caza era casi inviable”, recuerda Cravino.

Esta idea implicaba regularizar los criaderos clandestinos (dando algo así como una amnistía) para identificar los ejemplares que ya tenían y evitar también que siguieran extrayendo aves de su hábitat natural.

Cardenal amarillo.

Cardenal amarillo.

Foto: Amed Hernández

En 1997, luego de comenzado el registro de criaderos, la organización no gubernamental Vida Silvestre y la División Fauna comenzaron las primeras experiencias de reproducción en cautiverio y capacitación de personal en el zoológico de Villa Dolores de Montevideo, pero según manifestó la ONG, el proyecto quedó interrumpido por conflictos gremiales (aparentemente los problemas de temperamento y territorialidad no son exclusivos del cardenal amarillo).

Poco después, Vida Silvestre impulsó el proyecto Programa Nacional para la Conservación del Cardenal Amarillo, que perseguía una serie de objetivos para revertir la situación de la especie, en línea con las inquietudes de Cravino: identificar las localidades donde vive el cardenal amarillo, realizar un estudio de la estructura genética de esas poblaciones y de los individuos en cautiverio, desarrollar un programa de conservación ex situ (fuera de la naturaleza) para luego reintroducir la especie, regularizar y articular una red de criaderos de cardenal amarillo para disponer de ejemplares y, finalmente, reintroducirlos en áreas protegidas o predios privados con protección.

El proyecto no avanzó de la forma esperada en los años siguientes, aunque en las últimas décadas se fue armando una red de criaderos debidamente registrados, uno de los motivos que explican que hoy en día en Uruguay exista más del doble de ejemplares en cautiverio que en la naturaleza. Los criaderos que aceptaban ser parte del programa se comprometían además a destinar 10% de su stock para que fuera destinado a la reintroducción.

Luego de que Cravino insistiera con su idea en 2018, la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama) resolvió avanzar con el financiamiento del necesario estudio genético, que finalmente comenzó en enero de 2020. Para ello se contactaron con el Departamento de Biodiversidad y Genética del IIBCE, que elaboró un proyecto a cargo de las biólogas Mariana Cosse y Florencia Ocampo, que hace su tesis de maestría con este trabajo. Al equipo que formaron las dos investigadoras se sumó Adrián Azpiroz (investigador asociado al mismo departamento) para brindar su experiencia y colaborar con los objetivos académicos y las actividades de campo.

Don de gen

La caracterización genética de las poblaciones silvestres y los ejemplares en cautiverio es fundamental para determinar el plan de manejo del cardenal amarillo en Uruguay. En conservación, la riqueza genética es esencial: mientras mayor sea en una especie, más potencial adaptativo y capacidad de supervivencia tendrá esta.

En 2017, un trabajo de la bióloga argentina Marisol Domínguez concluyó que las poblaciones uruguayas de cardenal amarillo se destacaban por su alta diversidad genética (investigaciones brasileñas anteriores habían encontrado poca variabilidad en toda la región). En base a estas conclusiones, Domínguez estableció dos unidades de manejo para la especie en su rango de distribución: una que involucra a las poblaciones de Uruguay y Corrientes (Argentina) y otra que comprende las poblaciones argentinas de San Luis, La Pampa y Río Negro. Su trabajo sugirió que se usara esta diferenciación genética geográfica para liberar los ejemplares decomisados del tráfico ilegal en sus poblaciones originales.

Un estudio genético más detallado de nuestras poblaciones ayudaría entonces a aclarar más el panorama local y también a determinar el vínculo entre los ejemplares que tenemos en cautiverio y las poblaciones en la naturaleza, información valiosa para eventuales liberaciones.

“El tema es que hay que confirmar esa diversidad genética uruguaya”, explica Mariana Cosse. “Es interesante ver en los criaderos de acá el origen de los cardenales que tenemos para ver cuáles representan mejor ese perfil de cardenal uruguayo. Y elegir entre los que están en cautiverio ese mismo perfil a la hora de evaluar reintroducciones, para no homogeneizar los grupos genéticos que detectó el trabajo argentino”. Dicho de otro modo, necesitamos liberar cardenales amarillos en zonas en las que hablen el mismo idioma que los locales. Figurada y literalmente. Las poblaciones tienen también diferencias culturales (hay variaciones aprendidas en sus cantos, a tal punto que Cravino asegura que funcionan como “cédulas de identidad”) y lo ideal sería que esto también fuera tenido en cuenta para evitar posibles rechazos al “nuevo del barrio” del que llega con otro acento.

Según aclaran Cosse y Ocampo, actualmente hay algunos criadores que están liberando ejemplares en la naturaleza con el convencimiento de que están haciendo un bien, cuando en realidad pueden provocar el efecto contrario. No sólo por la falta de compatibilidad genética, con las implicancias que tiene para la viabilidad futura de la especie. “También está el tema de las enfermedades. Por eso la idea es tener un stock pensado para liberación, con seguimiento veterinario. No sabemos con qué sobrevida cuentan los ejemplares que, con buena intención, algunos liberan en la naturaleza. Tener un animal en un criadero y liberarlo en la naturaleza sin estudios puede ser peligroso”, agrega Cosse.

Con todos estos objetivos en mente, Ocampo y Cosse comenzaron el análisis genético de los ejemplares en cautiverio y, junto a Azpiroz, salieron luego a recorrer el país en busca de cardenales amarillos para tomar muestras de sangre, anillarlos para hacer un seguimiento y luego liberarlos. Resultó ser una tarea compleja y a veces frustrante que, sin embargo, dio algunos frutos.

Gato encerrado

Comenzaron su recorrida en Rocha, donde Ocampo realiza con regularidad tours de observación de aves para aficionados locales y extranjeros. Al final de su visita de tres días lograron localizar un cardenal amarillo macho en los campos vecinos al área objetivo inicial. Con el fin de incentivar la protección de este ejemplar, y por sugerencia de una vecina comprometida con la conservación, se propuso llevar allí a observadores de aves con la idea de que dejaran una pequeña contribución económica a la familia dueña del campo en cuestión.

Era “una forma de contrarrestar un eventual incentivo para permitir a algún cazador la captura (ilegal) del cardenal”, señalan los investigadores, ya que el cardenal libre podía generar beneficios sostenibles en el tiempo. Como dice Ocampo, “los extranjeros vienen a observar las aves rioplatenses y si les das la oportunidad de ver un cardenal amarillo quedan fascinados”. Como prueba, basta mencionar que en una sola visita de turistas la familia obtuvo un dinero similar al que se paga por un cardenal amarillo en el mercado negro.

Con el tiempo muy justo, intentaron obtener una muestra de sangre, pero no lo lograron. Aunque en aquella ocasión regresaron con las manos vacías, pudieron hacer luego un seguimiento del cardenal, con ayuda de la vecina conservacionista, y descubrieron que había conseguido pareja e incluso tenido cría. Se plantearon entonces alternativas a la captura para obtener el ADN, pero finalmente accedieron a la muestra de la peor forma posible.

Los investigadores no se habían percatado de que la familia tenía un gato doméstico. De haberlo notado, habrían insistido quizá en que se le colocara un cascabel, como forma de alertar a las aves de la presencia cercana de un depredador tan notable. El gato encontró su oportunidad y una tarde lo descubrieron con el cardenal amarillo en la boca, que tras ese desgraciado suceso pasó a formar parte de la colección del Museo Nacional de Historia Natural. Aunque se pudieron tomar las muestras correspondientes para los análisis de ADN, se perdió el recurso natural y el económico, para tristeza del equipo y de la familia. El episodio infortunado dejó en claro también por qué los gatos domésticos son una de las mayores y más ubicuas amenazas para las aves en los entornos próximos a las viviendas.

Cardenal amarillo.

Cardenal amarillo.

Foto: Amed Hernández

El equipo continuó luego por Lavalleja y Florida, donde pudieron anillar y tomar muestras de sangre a otros dos ejemplares. En total, tomando en cuentas dos análisis anteriores al proyecto más los exámenes efectuados a 13 ejemplares que fueron decomisados al tráfico ilegal, obtuvieron 19 muestras de la naturaleza. A eso hay que sumar unos 35 análisis de individuos en cautiverio. El trabajo de campo contó con la colaboración de numerosas personas, entre ellas la bióloga Verónica Quírici, los productores rurales Laura Pagés y Ricardo García Pintos, y el fotógrafo de naturaleza Amed Hernández.

Hasta ahora, los resultados indican una diversidad genética de las poblaciones uruguayas menor a la reportada en el trabajo argentino, aunque para Cosse hay más de una hipótesis para explicarlo. Por ejemplo, que la investigación argentina contara con muestras de orígenes diversos, no sólo de la naturaleza como en Uruguay, o que directamente la variabilidad genética haya disminuido en el tiempo que transcurrió entre una y otra investigación, bajo una fuerte presión de caza. Para dilucidarlo, es necesario recorrer más lugares, hacer más análisis y tener mayor cantidad de datos para elegir qué ejemplares se liberarán y dónde. Lamentablemente, no sólo el futuro del cardenal amarillo está en entredicho; también el del proyecto.

Cardenales interruptus

El proyecto tuvo acceso a la mitad de la financiación requerida, pero el segundo desembolso quedó en suspenso y no es claro aún cómo proseguirá, pese a que los informes de avance fueron alentadores y los investigadores manifestaron su voluntad de continuarlo incluso a un ritmo más lento. Se están haciendo gestiones para conseguir más fondos, pero dentro de un panorama muy incierto.

“Nosotros tenemos todo aceitado ya como para hacer una genealogía de los animales en cautiverio y resolver cuáles son los mejores para Uruguay. Lo que falta es ver qué pasa con las poblaciones naturales, porque, de ser necesario, se podrían liberar en ambientes óptimos en los que el cardenal amarillo no está, o reforzar algunas poblaciones”, señala Cosse.

Para la investigadora, con una pequeña inversión Uruguay podría llevar a cabo una acción concreta destinada a conservar una especie amenazada a nivel mundial, aportando así al cumplimiento de las metas Aichi para la biodiversidad (en referencia a las 20 metas del Plan Estratégico para la Diversidad Biológica 2011-2020, hoy en actualización, una de las cuales es “evitar la extinción de especies amenazadas identificadas”). “El cardenal está en peligro, tenemos los ejemplares en cautiverio y parte del análisis hecho. Es un proyecto que parece de interés en este sentido”, aclara.

Si no se hace nada, no hay muy buenas perspectivas para la especie. “Si el proyecto sigue y se obtienen los resultados esperados, algo que no se puede dar por sentado, se generaría información clave para hacer un manejo adecuado de las poblaciones y, si se considera necesario, realizar potenciales reintroducciones con criterios científicos. Si esto no sucede, se van a seguir liberando ejemplares sin criterio, con el riesgo de impactar los grupos genéticos de las poblaciones de cardenal amarillo”, dice Azpiroz. Esto podría generar que se “diluyan” adaptaciones locales propias de regiones particulares, provocando que las poblaciones afectadas pierdan parte de su potencial para responder a los desafíos que enfrenten.

Para Ocampo, si la tendencia actual continúa, el cardenal amarillo enfrenta la extinción a mediano y largo plazo por la reducción de su población. “La presión de la captura provoca que haya muy poca reposición”, aclara Cosse. En este sentido, cree que las señales que da el reciente decreto gubernamental que permite la caza nocturna “no son muy alentadoras”. “La observación de aves silvestres permite que venga mucha gente con mucho dinero únicamente con el objetivo de ver los animales. Uruguay tiene que ver qué tipo de dinero y qué tipo de actividad quiere promover”, opina. Para Ocampo, proteger las aves y favorecer su avistamiento se acerca a una “filosofía mucho más acorde al eslogan de Uruguay Natural”.

Cravino es aún más pesimista. A su entender, si no se prosigue con este proyecto el futuro del cardenal es “nefasto”, porque quienes crían “siguen teniendo interés en buscar ejemplares de la naturaleza”. “Debería ser un compromiso institucional, una línea de trabajo con planes a cumplir”, agrega.

“No es difícil detectar a los cazadores, pero quizá no hay recursos, herramientas o gente suficiente como para hacerlo. Se podría hacer más, sin dudas”, cree Ocampo. “El tema con el tráfico es que es muy difícil de atacar logísticamente, necesitás recursos humanos y económicos que no están disponibles. Muchas veces las soluciones son fáciles de identificar pero muy difíciles de aplicar. Ahí está uno de los grandes desafíos de los que trabajamos en conservación: proponer medidas que se puedan implementar en el contexto en que nos toca trabajar a cada uno”, advierte Azpiroz.

El proyecto actual es importante, además, para que algunos criadores sigan en regla y no vuelvan a la clandestinidad, pero eso implica que se controle efectivamente que cumplan con lo pactado. Por ejemplo, que no tomen ejemplares de la naturaleza y que no vendan o entreguen las aves que ya fueron analizadas y forman parte del proyecto.

En el Libro rojo de las aves del Uruguay, Azpiroz señala como primera medida prioritaria de conservación “controlar efectivamente la captura y comercio ilegales”. Biólogos y naturalistas llevan ya más de 200 años señalando la afición por capturar y retener a esta especie en jaulas. La diferencia es que ahora somos plenamente conscientes de que sus efectos pueden generar un daño irreparable. Ya no podemos alegar ignorancia.