Cuando el joven Charles Darwin llegó a las costas de Maldonado en 1832, se encontró en las dunas arenosas con unos hermosos sapitos negros, salpicados de manchas rojas y amarillas. A Darwin le llamó la atención tanto su color (eran negros como la tinta y parecían haberse “arrastrado sobre una tabla recién pintada del rojo más intenso, quedando coloreadas sus patas y parte del estómago”) como sus costumbres. A diferencia de otros anfibios, estos sapitos se mostraban a pleno sol en dunas de arena seca y planicies áridas.

Creyendo hacerle un favor, recogió uno y lo arrojó en un charco. “No sólo el animalito era incapaz de nadar sino que creo que sin mi ayuda se habría ahogado pronto”, contó en su diario de viaje.

En su honor, pese a este intento de “asesinato”, hoy los conocemos como sapitos de Darwin (Melanophryniscus montevidensis). Si el famoso naturalista regresara hoy a Maldonado, sin embargo, tendría muchísima dificultad para encontrar uno. Hasta los años 90 era común verlos en ese departamento (e incluso en parte de Canelones), pero la urbanización costera fue fragmentando su hábitat y arrinconándolos en Rocha.

Algo parecido les ocurre a las tres especies de lagartija de la arena (género Liolaemus) que reptan por las dunas costeras. La destrucción de su hábitat por el avance de la frontera urbana y el turismo no les auguran un gran futuro. La fragmentación ya está provocando algunas extinciones locales, tal cual explica el “Libro Rojo de los Anfibios y Reptiles del Uruguay”.

No son los únicos anfibios y reptiles con serios problemas, ni en Uruguay ni en el mundo. Se estima que cerca de 40 % de los anfibios del planeta están bajo algún grado de amenaza, lo que los convierte en el grupo de animales vertebrados con más problemas de conservación. De piel mucho más permeable que los reptiles o mamíferos, son especialmente sensibles a los cambios de ambiente y también muy vulnerables a las enfermedades y a las especies invasoras.

Según el “Libro Rojo de los Anfibios y Reptiles del Uruguay”, nuestro país cuenta con 48 especies nativas de anfibios y 70 de reptiles, de las cuales 25% y 13% están amenazadas de extinción, respectivamente: en concreto, 12 especies de anfibios y ocho de reptiles (que llegan a 16 y 12, respectivamente, si consideramos también a las casi amenazadas).

Si Charles Darwin regresara a buscar al sapito de Darwin, no hoy sino en 2050, ¿lo encontraría en algún lugar de las costas de Rocha, su actual bastión? Una reciente investigación, que analiza la vulnerabilidad de nuestros anfibios y reptiles al cambio climático, no nos permite ser muy optimistas ni con el sapito de Darwin ni con otras especies.

Ruperto en la escuela

Las proyecciones de los efectos del cambio climático para nuestras especies de anfibios y reptiles no son nuevas. Un trabajo de la bióloga Carolina Toranza en 2012 y otro del biólogo y ecólogo Gabriel Laufer, del mismo año, analizaron ya el impacto de acuerdo a la información disponible por entonces. En diez años, sin embargo, mucha agua pasó bajo el puente y, tratándose de anfibios, preocupa que la calidad del agua no siempre fue buena.

Por eso mismo, el biólogo Pablo Vaz, integrante de la organización Vida Silvestre, decidió tomar la posta para su tesis de maestría del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba) y actualizar el panorama de nuestra herpetofauna ante los desafíos del cambio climático.

“Nos parecía que era importante hacerlo por varias cosas. Una es el aumento de la información, ya que desde aquellos trabajos se produjeron cambios de distribución, con especies que están ampliando o disminuyendo sus registros. Y otra es la existencia de nuevas metodologías, con un enfoque que se está replicando en varios lugares y que era interesante para repetir acá, validarlo y dejarlo como referencia a usar”, cuenta Vaz.

La metodología a la que se refiere es el enfoque basado en rasgos (TVA, por sus siglas en inglés), que asocia algunos rasgos biológicos de las especies con los posibles impactos negativos del cambio climático. Para ello, se consideran tres dimensiones: sensibilidad, baja capacidad adaptativa y exposición. Dentro de cada dimensión se evalúan varios rasgos. Por ejemplo, en sensibilidad, si la especie tiene tolerancia ambiental, si es especialista de hábitat, etcétera; en baja capacidad adaptativa, si tiene pobre capacidad de dispersión o de reproducción; en exposición, si está expuesta al aumento de nivel del mar o a una reducción de su rango por condiciones climáticas.

Para los anfibios y reptiles, este enfoque es parecido a rendir un examen a la inversa. Mientras más alto sea el puntaje que obtengan en los rasgos de estas tres dimensiones, peor es su panorama ante los efectos del cambio climático. Por decirlo de una forma más gráfica: si sos un anfibio o reptil, lo que menos desearías es estar en la intersección de estos tres conjuntos en un diagrama de Venn.

A partir de los resultados, es posible agrupar a los “alumnos” en cuatro categorías de vulnerabilidad, en orden de importancia. Las especies que califican con puntajes altos en las tres dimensiones se consideran “altamente vulnerables al cambio climático”. Aquellas que están expuestas y son sensibles, pero tienen la suerte de ser altamente adaptables (puntúan alto en esas dos dimensiones de las tres planteadas), son catalogadas como “potenciales adaptables”. Las que no tienen buena capacidad adaptativa y se encuentran expuestas, pero no son sensibles, se consideran “potenciales persistentes”. Por último, las especies que son sensibles y tienen baja capacidad adaptativa, pero actualmente no están expuestas, son clasificadas como de “alto riesgo latente”.

Solo sé que no sé tanto

Siguiendo la metáfora educativa, ¿en qué se basan los especialistas para poner “notas” a las especies? En el conocimiento disponible en la bibliografía científica, por supuesto, pero la novedad del trabajo de Vaz es que suma también la evaluación de otros “profesores”. En este caso, la consulta a cuatro expertos con amplia experiencia en el trabajo de campo en Uruguay, ya que mucha de la información sobre rasgos de la historia de vida de las especies, así como su distribución actualizada, no se encuentra disponible aún en publicaciones.

En este caso, los especialistas fueron los investigadores y herpetólogos Gabriel Laufer, Claudio Borteiro y Diego Baldo (de Argentina) y el naturalista Carlos Prigioni. Todos figuran, además, como coautores –junto al propio Vaz y Álvaro Soutullo, del Departamento de Ecología y Gestión Ambiental del Centro Universitario Regional Este– de un artículo científico a publicarse en Environmental Conservation, actualmente en revisión. Soutullo y Laufer fueron, además, los orientadores de Vaz en la tesis.

A pesar de que esta metodología de consulta a expertos no tiene siempre respaldo bibliográfico revisado por pares, Vaz cree que en el caso de Uruguay es un buen método para conseguir “más y mejor información”.

Pablo Vaz.

Pablo Vaz.

Foto: Federico Gutiérrez

“Hay especialistas que trabajan desde hace mucho y tienen un montón de datos, pero algunos no están publicados. Además, se hace un proceso bien estructurado, basado en el llamado método Delphi, que da solidez”, señala Vaz. Esta técnica, ya usada en ecología y en conservación, consta de varias etapas en las que las respuestas obtenidas se comparten en forma anónima y pasan por procesos de reevaluación.

Pese a ello, no siempre fue posible superar los baches de información que tenemos en Uruguay respecto de nuestras especies de anfibios y reptiles. Los expertos no pudieron responder o dar información relevante para algunos rasgos, como susceptibilidad a las enfermedades (algo especialmente importante, ya que el hongo quitridio ha sido responsable del declive de varias especies de anfibios a nivel global), que fue evaluada como “desconocido” para 62,5% de las especies. Lo mismo ocurrió con “duración de la generación”, ignorada para 73,4% de las especies, o algunos aspectos vinculados a la reproducción, como tamaño de la puesta o influencia de la temperatura en la determinación del sexo de las crías, un rasgo muy relevante en un escenario de cambio climático.

“En longevidad tampoco hay mucho conocimiento para especies nativas, algo que puede deberse a que en Uruguay nos cuesta mucho hacer estudios a largo plazo”, amplía Vaz. La información obtenida, pese a estos problemas, fue suficiente para sacar varias conclusiones.

Non calentarum, largum vivirum

Para darle solidez al trabajo, no sólo era fundamental establecer y evaluar estos rasgos, sino también analizar las proyecciones de cambio climático para nuestro país, que varían según el escenario que se utilice.

Vaz decidió usar como referencia las proyecciones para 2050. “En casi todas las que evaluamos más o menos se daba lo mismo para Uruguay. Con mayor o menor severidad, pero los escenarios posibles coincidían”, apunta el biólogo.

En líneas generales, se prevé para Uruguay un aumento de la temperatura promedio, más por efecto de la suba de las temperaturas mínimas que por aumento de las máximas, así como un aumento de la precipitación y de su variabilidad interanual, sobre todo en la región norte y noreste. En un escenario muy alto de emisión de gases de efecto invernadero el aumento de la temperatura promedio en Uruguay podría estar entre 1,4° y 1,9° C para 2050. En un escenario intermedio, el alza podría estar entre 1 y 1,4° C.

Además, según dos de las proyecciones que analizaron, las zonas costeras de Uruguay se consideran entre las más expuestas a eventos extremos y al aumento del nivel del mar en América Latina.

En su trabajo, Vaz recuerda también que dos proyecciones de las distribuciones de anfibios nativos de Uruguay, realizadas a partir de modelos de nicho, predicen expansión para algunas especies (especialmente aquellas que actualmente habitan el norte, noroeste y noreste del país) y retracción para las que habitan ambientes psamófilos del sur de Uruguay.

En este contexto de cambio global, “resulta fundamental realizar evaluaciones de vulnerabilidad de las especies frente a los cambios climáticos esperados, con el fin de establecer estrategias que permitan generar medidas que minimicen o mitiguen su impacto”, señala Vaz en su tesis.

En resumen, el objetivo de su trabajo fue identificar las especies de anfibios y reptiles vulnerables al cambio climático en Uruguay. Si tenemos en cuenta los resultados que obtuvo, estamos obligados a abrir los ojos ante un futuro que asoma ya a la vuelta de la esquina.

Puede y debe mejorar

Del total de 112 especies evaluadas en un escenario de proyecciones para 2050, 64,6% de los anfibios del país y 100% de los reptiles fueron considerados altamente sensibles al cambio climático. Entre ellos, el panorama más complejo es para siete anfibios y siete reptiles que arrojaron puntajes altos en las tres dimensiones estudiadas y que, por lo tanto, son“altamente vulnerables” al cambio climático.

Además, un anfibio fue considerado “potencial adaptable”, seis anfibios y 19 reptiles presentaron “alto riesgo latente” y 17 anfibios y 38 reptiles fueron considerados únicamente “sensibles”.

¿Cuáles son los anfibios y reptiles con peores notas? O, mejor dicho, ¿cuáles son los que ameritan un seguimiento más atento? Los anfibios altamente vulnerables son el sapito de Langone (Melanophryniscus langonei), el sapito de Darwin (Melanophryniscus montevidensis), el sapito de San Martín (Melanophryniscus sanmartini), el escuerzo (Ceratophrys ornata), el escuercito (Odontophrynus maisuma), la rana motor (Nyctimantis siemersi) y la ranita de Fernández (Physalaemus fernandezae).

Estas especies comparten algunas características biológicas, como reproducción explosiva durante escasos eventos anuales y áreas de distribución geográfica relativamente reducidas (especialmente, los Melanophryniscus, que son pequeños y con poca capacidad de movimiento).

La mayoría, además, son especialistas de hábitat en Uruguay. El sapito de Darwin, el escuerzo, el escuercito y la rana motor “pueden verse severamente afectadas por un aumento en el nivel del mar, como sugieren las proyecciones para Uruguay en un futuro próximo”. Esto estaría asociado a la “pérdida de hábitat por inundaciones, así como a la salinización de los humedales costeros, u otros sitios de reproducción”.

Si se consideran los dos estudios locales previos que evaluaban la vulnerabilidad de anfibios al cambio climático, sólo el sapito de Darwin fue clasificado consistentemente en los tres como altamente vulnerable. De hecho, Toranza vaticinaba en su trabajo la desaparición para 2050 de las condiciones climáticas en las que vive actualmente.

Sapito de Darwin en Rocha.

Sapito de Darwin en Rocha.

Foto: Leo Lagos

En cuanto a los reptiles, las especies consideradas altamente vulnerables son la tortuga de la herradura (Phrynops williamsi), la lagartija de los árboles (Anisolepis undulatus), la lagartija de la arena de Wiegmann (Liolaemus wiegmannii), la lagartija de la arena (Liolaemus occipitalis), la lagartija Liolameus gardelii (recientemente descrita), la víbora ciega de Darwin (Amphisbaena darwinii) y la víbora ciega chica (Amphisbaena munoai).

“La totalidad de los reptiles identificados en esta investigación como altamente vulnerables dependen del clima o los cambios estacionales para iniciar la reproducción o la puesta de huevos”, señala Vaz. Las lagartijas de la arena, además de sufrir los mismos problemas que el sapito de Darwin, “pueden presentar determinación del sexo mediada por la temperatura durante la incubación de los huevos”, apunta el trabajo. Los cambios climáticos futuros, entonces, podrían afectar la proporción de sexos de la población y, por lo tanto, su supervivencia.

“Hay que ver si las especies en el futuro se adaptan y eluden el impacto de las temperaturas. Pero si eso no ocurre, van a tener un panorama complicado. La influencia de la temperatura en la determinación de los sexos se conoce con más exactitud en el yacaré (huevos incubados a 30-31 grados producen sólo hembras, por ejemplo), pero hay especies de lagartijas y tortugas en las que podría ocurrir lo mismo”, aclara Vaz.

Para peor, varias de estas especies tienen baja capacidad adaptativa y baja producción reproductiva, un combo nada conveniente de cara al clima que se viene. Si a eso se le suman las amenazas que algunos de estos animales ya están sufriendo por factores antrópicos, más que abrir los ojos hay que prender la sirena de advertencia.

Se encienden las alarmas

Si sos un anfibio o reptil y sacaste alto puntaje en las tres dimensiones de esta prueba, entonces, tenés un futuro complicado. Pero hay una categoría aún más preocupante a la hora de intersectar conjuntos. Si ya estás en peligro de extinción a nivel local, el panorama se vuelve de pronto más negro.

Cuatro de las siete especies de anfibios altamente vulnerables al cambio climático también son catalogadas como amenazadas por la “Lista Roja de Anfibios y Reptiles del Uruguay”, que toma en cuenta las categorías de amenaza de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza: el sapito de Darwin, el sapito de Langone (ambos en “peligro crítico”), el escuerzo (“vulnerable”) y la ranita de Fernández (“en peligro”).

Entre los reptiles, sólo dos de las siete especies altamente vulnerables al cambio climático coinciden con la “Lista Roja”: la lagartija de la arena de Wiegmann (“vulnerable”) y la lagartija de la arena (“en peligro”).

“Si a las prioridades de conservación por impacto de cambio climático, según las cuatro categorías del trabajo, les sumamos las especies que ya están amenazadas, ya sea por la reducción de su población o pérdida de hábitat, concluimos que, sin dudas, hay que focalizarse en ellas cuando se diseñen estrategias de conservación”, advierte el investigador. En el trabajo, enfatiza que “resulta fundamental monitorear sus respuestas al cambio climático”.

El estudio de Vaz se convierte entonces en un insumo más para los tomadores de decisiones, junto con las listas rojas, a la hora de aplicar medidas prácticas que conserven y protejan especies prioritarias para Uruguay.

“Lo bueno de esta evaluación es que no sólo hay categorías de vulnerabilidad sino también los rasgos por los cuales quedaron en esas categorías, lo que ayuda a enfocarse en algunos puntos particulares, como la especialización de hábitat, por ejemplo. Es importante mirar con atención los rasgos para pensar en estrategias de conservación”, asegura.

El cambio climático ya está provocando desafíos en varios frentes. No sólo el sapito de Darwin corre el riesgo de perder su casa por el aumento del nivel del mar o los fenómenos climáticos extremos. De aquí a 2050, millones de seres humanos sufrirán impactos severos, incluyendo desplazamientos, transmisión de enfermedades o dificultades de acceso a alimentos y agua. ¿Por qué deberíamos preocuparnos por unos pocos anfibios y reptiles del país, empujados al borde de la desaparición por la presión humana?, podría preguntar alguien.

Mientras habla de estos temas en la oficina de la organización Vida Silvestre, donde está rodeado de recordatorios de proyectos medioambientales, Vaz demuestra por qué trabaja en conservación desde hace mucho tiempo. “Sin dudas que hay muchísimas cosas a atender en todos los países y que los recursos escasean. Pero, además del valor intrínseco que tienen las especies y la biodiversidad en general, hay algo muy importante a tener en cuenta: para que nosotros vivamos en un planeta en buenas condiciones, precisamos conservar a las especies que forman parte de él. No estamos aislados. No es que vamos a extinguir las especies sin sufrir nosotros las consecuencias”, dice.

“Nos puede parecer algo muy distante, pero que el mundo esté en buenas condiciones depende de esta interconexión de especies. Es fundamental que no se pierda más biodiversidad y, en particular, los anfibios y reptiles son grupos muy amenazados, especialmente los primeros. Los impactamos muchísimo por varios factores, como la contaminación y la urbanización. Son muy sensibles y dependen mucho de las condiciones ambientales”, dice.

A priori, uno puede quitarles valor porque no son organismos de gran tamaño, fáciles de observar o particularmente emblemáticos, como son algunos mamíferos como el carpincho, pero son muy susceptibles, tienen un valor intrínseco y van a generar muchos problemas si se pierden. Conservar tanto estos dos grupos como la biodiversidad en general es algo que debemos hacer por el bien del planeta y por el bien nuestro, sin pensar que estamos aislados”, concluye.

Si Darwin o Alfred Wallace no hubieran encontrado muchos de los animales que estudiaron en sus viajes, la historia de la ciencia podría haber sido bien distinta. No sabemos aún qué llave del conocimiento estamos perdiendo hoy o perderemos mañana si permitimos que el cambio climático pise el acelerador de la desaparición en progreso de tantas especies.