El planeta se está calentando. La ciencia lo viene diciendo desde hace décadas y la evidencia es ya innegable: si bien la Tierra ha pasado por períodos glaciales y otros más cálidos que el actual, el aumento de la temperatura que se viene produciendo desde la revolución industrial no se debe a procesos naturales sino que es consecuencia de las actividades del ser humano.

Ya conocemos entonces el delito -el cambio climático-, el arma con el que se está llevando a cabo -la liberación a la atmósfera de enormes cantidades de gases de efecto invernadero- y a los culpables -los seres humanos-. El asunto es que a esa carpeta que llevaría adelante una Fiscalía Planetaria habría que agregarle, como si de un custodio presidencial se tratara, muchas otras carátulas que tipifiquen otros tantos delitos. Porque las consecuencias de las actividades humanas desde el inicio de la agricultura y la domesticación de animales dan más para llevar adelante una megacausa que un simple proceso por el calentamiento global. La degradación de ecosistemas, la extinción de plantas, animales y otros organismos -Pérdida de biodiversidad diría la carpeta- y la liberación de contaminantes que dejan su rastro hasta en el único continente en el que no hay emprendimientos productivos son otros tantos delitos que la procuraduría debiera perseguir.

Para colmo, toda esa alteración planetaria, que compromete incluso nuestra propia existencia futura y que ameritaría una pericia psiquiátrica pues indica cierta manía autodestructiva, no es una consecuencia indeseable de la procura de la felicidad de esa humanidad que la lleva a cabo: en el planeta Tierra campea la inequidad y la injusticia, el hambre y la opulencia, la enfermedad y las cirugías estéticas. La megacausa es compleja porque, como queda claro, no todos los seres humanos participan de igual manera en este delito contra la posibilidad de seguir viviendo en el planeta.

Pareciera que dimos un rodeo innecesario. Pero no, estamos hablando también de las floraciones de cianobacterias anunciadas en el título. Un artículo publicado en una revista científica en 2020 por dos investigadores de Uruguay concluía que “las floraciones en Uruguay eran promovidas por el cambio climático” y que la cantidad de cianobacterias -medida por niveles de clorofila captados por satélites- “subieron debido a la temperatura” y también al pH del agua, es decir a su acidez o alcalinidad. Aquel artículo estaba plagado de errores metodológicos y conceptuales y motivó que 53 investigadores redactaran una completa réplica que se publicó en la misma revista y que mostraba que tales afirmaciones no tenían sustento.

Las floraciones de cianobacterias, aquí y en todas partes, están muy relacionadas con la eutrofización de embalses y cursos de agua, es decir, al aporte excesivo de nutrientes, como el fósforo, el nitrógeno, como consecuencia de las actividades humanas, principalmente por las aguas servidas no procesadas -nuestros desechos están llenos de nutrientes, algo que sabemos desde hace milenios y por ello usamos excrementos como abono-, por efluentes de las industrias y por el uso de fertilizantes y otros agroquímicos de la producción agropecuaria. Los embalses y cursos de aguas eutrofizados no sólo se degradan y perjudican a múltiples organismos, lo que acelera su degradación, sino que además nos complican la vida cuando tratamos de usar esa agua para nuestro consumo. En otras palabras: la eutrofización de lagos y ríos es otra de las carpetas para añadir a la megacausa de las alteraciones antropogénicas que complican la vida en la Tierra.

El caso del cambio climático parece robarse casi toda la atención de los medios y gobernantes invisibilizando a veces otros asuntos y dejándonos petrificados e impotentes a la espera de soluciones globales y a muy largo plazo para problemas que podrían solucionarse actuando localmente en el corto y mediano plazo. Aun así, la pregunta de cuánto tiene que ver el cambio climático, y en particular el aumento de la temperatura, cuyo promedio anual en nuestro país subió 1° C en los últimos 50 años, con las floraciones de cianobacterias, es pertinente. Y en ese sentido, el artículo científico que hoy nos convoca es una maravilla tan necesaria como valiosa.

Una mirada global para abrir los ojos a nivel local

Titulado Los nutrientes y no la temperatura son los principales impulsores de la biomasa de cianobacterias en América, el artículo analiza datos de lo que pasa en 464 lagos de todo el continente, desde Tierra del Fuego en Argentina hasta la isla Ellesmere en Canadá, abarcando desde aquellos en climas tropicales, pasando por los de zonas áridas y los de temperatura cálida, hasta los de zonas boreales y los más fríos polares.

Este trabajo, que permite hacerse una idea general del fenómeno de las floraciones de cianobacterias -que son un problema tanto en toda América como en el resto del globo-, está firmado por cuatro investigadoras e investigadores del Grupo Fisiología y Ecología del Fitoplancton de la Sección Limnología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República -Sylvia Bonilla, Luis Aubriot, Signe Haakonsson y Andrea Somma- y por 17 colegas de la Universidad Linnaeus de Suecia, de la universidades federales de Río de Janeiro y de Río Grande del Norte y la estadual de Maringá y del Instituto de Investigaciones Ambientales, de Brasil, la Universidad de Concepción, de Chile, la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, de Argentina, el Laboratorio de Vigilancia de la Calidad del Agua de Perú, la Universidad de Sherbrooke y la de Laval, de Canadá, y la Universidad de Antioquia y la Universidad CES, de Colombia.

Como dicen en el trabajo, “a medida que se ha intensificado el calentamiento global antropogénico, se ha vuelto común implicar el aumento de las temperaturas como una causa del aumento del éxito de las cianobacterias”. También señalan que en la literatura científica se reconoce que “el enriquecimiento con nutrientes lleva a la eutrofización y un consecuente aumento en la biomasa de las cianobacterias”. Es decir: ¿metemos todo en la misma carpeta fiscal o abrimos otra aparte?

Dado que, “con pocas excepciones, los estudios históricamente se han enfocado en zonas templadas del norte y nuestro conocimiento de los procesos de floración en climas cálidos es limitado”, dicen que “comprender los procesos actuales en los lagos de climas cálidos” podría “proporcionar información esencial sobre la dinámica futura en las regiones templadas en escenarios de calentamiento”. Estudios que abarquen escalas geográficas grandes, no sólo donde están los países ricos que producen la mayor cantidad de información científica, son necesarios, sostienen, y eso es justamente lo que hicieron.

Reuniendo “una base de datos completa de 464 lagos con una gradiente de más de 135° de latitud” e incluyendo lagos someros o llanos y otros profundos, examinaron “el papel de los nutrientes, la temperatura y otros factores (el pH, el área, la profundidad y la elevación) en la distribución de las cianobacterias a escala hemisférica”. Suena sencillo, pero no sólo trabajaron con una enorme cantidad de datos (en el trabajo se maneja información de 820 muestras de esos 464 lagos), sino que todos esos datos fueron corridos en distintos modelos y análisis buscando encontrar cuáles de los factores eran más predictivos para explicar las grandes concentraciones de cianobacterias.

Tras su meticuloso análisis, concluyen que “la eutrofización fue un impulsor mucho más fuerte de las cianobacterias que los gradientes climáticos”. Ampliando, señalan que “cuando se considera una escala espacial amplia como la que representa América, la biomasa de cianobacterias no estaba controlada directamente por la temperatura sino por las condiciones intrínsecas del lago”. Y si no es la temperatura, ¿entonces qué? “El fósforo fue la variable más importante para explicar la biomasa de cianobacterias en las Américas”, comunican. Pero no sólo: “El nitrógeno fue un factor significativo en la explicación de la biomasa de cianobacterias, particularmente en lagos poco profundos”.

Con estas asombrosas conclusiones, a cualquiera le subiría la temperatura por las ganas de hablar con el equipo que realizó la investigación. Así que eso hicimos: videollamada mediante, conversamos con Sylvia Bonilla, primera autora del artículo.

Una idea que congrega

Uno está más acostumbrado a trabajos locales, que ven qué pasa en un país o, más aún, en alguna parte de un país. Pero aquí hay una mirada que abarca todo el continente. Eso no surgió espontáneamente y Sylvia tuvo mucho que ver.

“Fueron muchos años de reflexión. Al comenzar a trabajar en estos temas, una se encuentra mayormente con bibliografía de otras latitudes y de otras regiones del mundo. Los modelos y las predicciones que en general se utilizan se basan entonces en una enorme cantidad de datos que, por el desarrollo de la ciencia, son más del hemisferio norte, de climas templados y fríos, o climas boreales donde los lagos se pueden congelar en invierno. En la literatura, hasta el día de hoy, hay un déficit de información de las zonas subtropicales y tropicales, y en particular de América Latina”, contextualiza Sylvia.

“A lo largo de los años, a través de la experiencia y de estar en contacto con muchos colegas de distintos países, y de cursos de posgrado en cianobacterias que convocaron a estudiantes de muchos países latinoamericanos, pudimos comenzar a trabajar sobre esa falta de información de América Latina, intentando además unir esas fuentes de datos y hacer un análisis global de qué era lo que estaba ocurriendo”, agrega.

“Valiéndome de los contactos con colegas que yo había generado a lo largo del tiempo y también con mis exestudiantes que ya estaban trabajando en ciencia, lancé una convocatoria para hacer un trabajo colaborativo que tuvo una muy buena respuesta”, dice Sylvia.

Aquellos mails salieron en 2018. La ciencia lleva tiempo. Y paciencia. “Con los datos ya armados tuvimos una primera presentación preliminar en un congreso internacional sobre cianobacterias tóxicas en Polonia, en 2019. Desde esa época hasta ahora estuvimos trabajando en este artículo”, resume Sylvia. Es que la información es mucha, lo que implica un trabajo cuidadoso con los datos. De hecho, en este trabajo dice Sylvia que usaron “apenas una partecita” de todos los datos que recabaron y que tienen para “seguir haciendo otros artículos”.

“Llevó años poner a punto esa base de datos”, cuenta. Pero junto a Viviana Almanza, de Chile, y Anabella Aguilera, de Argentina, lograron que toda aquella información estuviera en condiciones de ser analizada: “Corroboramos que estuviera todo bien y que los datos fueran comparables, porque eran datos tomados por investigadores de todos lados”, dice. “Y encontramos cosas súper interesantes”. Vaya que sí.

Los muestreos

La información de los lagos de Estados Unidos se tomó de una base de datos de 2012. En los lagos tropicales las muestras se tomaron entre 1995 y 1999, y en el resto entre 2000 y 2018.

“La base de datos de lagos de Estados Unidos es abierta y pública y la bajé, como cualquier persona puede hacerlo”, reconoce Sylvia. Los datos vienen del programa de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) Evaluación de Lagos Nacionales, que cada cerca de cinco años muestrea unos 1.500 lagos y toda la información que se recaba queda disponible públicamente, algo que para Sylvia resultó “muy inspirador para analizar diferencias climáticas o tendencias en el uso de las cuencas”. Pero había algo más que ayudaba a madurar la idea en su cabeza.

“En Canadá trabajé muchos años y busqué datos de ambientes de condiciones extremas porque unos colegas empezaron a encontrar floraciones en lagos del Ártico. Y eso, más allá de que el aumento de la temperatura ayuda a acelerar el metabolismo de los organismos en general y es un factor que va a contribuir a las floraciones, era una evidencia clara de que la temperatura en sí no explicaba todo”, recuerda Sylvia.

“Otro caso extraordinario es el de las floraciones de cianobacterias en los Andes peruanos, en lagos a 4.200 metros de altura. Allí, en Arequipa, hay embalses muy fríos, pero están eutrofizados porque, por ejemplo, tienen emprendimientos de acuicultura que colocan jaulas de cría dentro de los lagos. Hay una eutrofización antropogénica importante y eso dispara las floraciones de cianobacterias a 4.200 metros de altura”, agrega. Estaba decidida entonces: “Lo que nos interesaba era despejar cuáles eran los predictores más importantes de las floraciones”.

¿Qué desata las floraciones?

En el trabajo tratan de determinar cuáles son los factores que producen las grandes floraciones a lo largo de todo un gradiente que va de las zonas árticas y casi antárticas a los trópicos.

Y eso es interesante porque en un contexto de calentamiento global, uno podría pensar que en las zonas tropicales hay más cianobacterias y, en la medida en que las temperaturas aumenten, vamos a empezar a ver en zonas tradicionalmente más templadas lo que hoy ya está pasando en esas zonas más cálidas. Pero eso no es lo que encuentran en su trabajo: la temperatura no es lo que está explicando las floraciones en todo el gradiente que analizaron.

“La biomasa de cianobacterias en los lagos de climas tropicales, llamados técnicamente ecuatoriales, no es la más alta”, comenta Sylvia. “Si vamos a lagos tropicales que estén bien preservados, que no estén eutrofizados, no necesariamente van a tener altas biomasas de cianobacterias, pese que sean de climas más cálidos”, agrega.

Y entonces, una vez más, la coartada del cambio climático, como ya vimos con la pérdida de arena en las playas de Montevideo, pierde peso. Achacar al cambio climático todos nuestros problemas es una forma equivocada de interpretar la realidad. En el caso del problema con las cianobacterias, es claro que hay que abrir una causa aparte.

Temperatura superada

El trabajo lo dice claramente: “Si bien algunos estudios han encontrado un papel de la temperatura para predecir la biomasa de cianobacterias, en el contexto más amplio de nuestros datos en cinco ecorregiones, la temperatura no fue un factor significativo”, por lo que señalan que “el papel de la temperatura en la predicción de la biomasa de cianobacterias puede haber sido exagerado en la literatura”. Tomá.

“A veces se le adjudica a la temperatura un rol tal vez más importante del que tiene”, confirma Sylvia. “Repito, no es que la temperatura no afecte estos fenómenos. Si hay un ambiente que ya está eutrofizado, que tiene muchos nutrientes, y además es verano, obviamente que la temperatura va a favorecer a que las floraciones de cianobacterias se den más rápido o sean más graves o más importantes”, aclara.

En el trabajo señalan que hay un entorno de temperaturas ideales para las cianobacterias. Citando bibliografía dicen que “si bien las tasas óptimas de crecimiento de cianobacterias generalmente se encuentran a temperaturas superiores a 25° C, las cianobacterias también pueden tener éxito a temperaturas bajas (menores a 12° C)”. Al analizar los más de 460 lagos de América encuentran que proliferan en un amplio margen de temperatura: “Las cianobacterias alcanzaron una biomasa alta en nuestro conjunto de datos en un amplio rango de temperaturas, con la excepción de los rangos extremos del gradiente (menos de 10° C y más de 30° C) donde se observaron los valores más bajos”, señalan.

Si los nutrientes están y se dan las condiciones de luz necesarias para que las cianobacterias realicen desaforadamente la fotosíntesis, la temperatura pasa a perder su protagonismo. “Imaginemos que en nuestro país hay un lago eutrofizado y otro no eutrofizado”, propone Sylvia. “Cuando llega el verano, en el lago eutrofizado podemos tener una floración terrible y en el otro no. Puede sí que haya más fitoplancton, más zooplancton y más peces, pero no necesariamente vamos a tener una floración de cianobacterias asociada a que es verano”, ejemplifica.

“Si bien las condiciones cálidas favorecen a las cianobacterias que forman floraciones cuando hay nutrientes disponibles, la temperatura per se no confiere necesariamente una ventaja competitiva a las cianobacterias en relación con otros grupos”, señala este trabajo. Y ya volveremos a eso de las “ventajas” frente a otros grupos.

Descartada la temperatura, en el trabajo emerge entonces otro factor que sí mostró estar relacionado con las floraciones. “Claramente los factores condicionantes, lo que nosotros llamamos de predicción, son los niveles de los nutrientes”, afirma Sylvia.

Fósforo, nitrógeno y profundidad

Al no ser la temperatura un factor explicativo de las floraciones, sí ven que los nutrientes tienen que ver. Pero, además, influirá cuál tendrá más importancia, si el fósforo o el nitrógeno, si se trata de lagos más llanos o más profundos.

“Ha habido algunos trabajos, sobre todo en base a lagos europeos, que ya muestran una fuerte influencia de la profundidad, porque la profundidad es una variable que condiciona el funcionamiento del lago. Un lago profundo y un lago somero son muy diferentes en su funcionamiento, entonces no se pueden generalizar las respuestas”, afirma Sylvia.

“Los lagos someros son mucho más frágiles que los profundos, en el sentido de que el impacto puede ser mayor como resultado de las actividades y los cambios que haya en su cuenca. Los lagos someros son mucho más sensibles, son como centinelas de lo que esté pasando en la cuenca, tienen una capacidad de amortiguación o de buffer mucho menor que los lagos profundos, y van a responder mucho más rápido a lo que pasa en la cuenca”, dice Sylvia. Y eso afecta también al papel de los nutrientes.

“En esa discusión científica entre qué nutriente importa más en las floraciones, si el fósforo o el nitrógeno, hay dos posturas. Una se centra en que si se controla el fósforo se puede reducir la eutrofización, una de cuyas consecuencias importantes son las floraciones, y hay otra escuela que dice que sólo con el fósforo no es suficiente y que hay que reducir también el nitrógeno, lo que hace que el manejo no sólo sea más costoso sino también más difícil. Esas dos posiciones aún hoy están en debate”, contextualiza.

“Si bien encontramos que el fósforo es el nutriente más importante, esa importancia va a depender de las características del lago. Si el lago es somero, ahí tal vez no sea suficiente con controlar sólo el fósforo y eso tiene consecuencias importantes en el manejo”, afirma Sylvia.

Como mencionan en el trabajo, aquí se hace más complejo el panorama dado el alto uso de los fertilizantes nitrogenados, entre ellos la urea. “Eso es algo súper interesante. A partir de la década de 60 se comenzaron a producir cada vez más fertilizantes nitrogenados”, comenta Sylvia.

Pongamos un dato que se desprende de la bibliografía del trabajo: en un artículo de 2014 de Patricia Gilbert y colegas se reporta que el uso de fertilizantes ricos en nitrógeno pasó de menos de diez megatoneladas al año en 1950 a más de 170 megatoneladas anuales en 2013. “Eso implicó que artificialmente empezó a llegar más nitrógeno al agua, cambiando la proporción natural del nitrógeno y fósforo por esos fertilizantes nitrogenados. Y eso trae múltiples consecuencias”, dice Sylvia.

Gilbert y los suyos alertaban en 2014: “Las floraciones tóxicas tanto en agua dulce como en mares de la costa de China están altamente relacionadas con este aumento de las cargas y proporciones de nitrógeno. Sin un control del nitrógeno más agresivo, es probable que las perspectivas futuras en términos de floraciones tóxicas incluyan más eventos, con mayor frecuencia, y que también sean más tóxicos”. “Hay algunos trabajos súper interesantes para otras regiones del mundo, pero para América del Sur no hay nada aún”, señala Sylvia. Tal vez la publicación del artículo ayude a cambiar eso.

El pH y la habilidad de las cianobacterias para eliminar la competencia

Cualquier organismo tiene un parámetro de temperatura en el que va a estar más aclimatado y va a proliferar. En los lagos, está claro, no hay sólo cianobacterias. Esto viene a cuento de la promesa de más arriba de ver por qué la mayor temperatura favorecería más a las cianobacterias que al resto de los organismos que están en el agua formando el fitoplancton.

Lo mismo podemos pensar de los nutrientes: con más fósforo y nitrógeno estarían de fiesta todos los organismos primarios, aquellos que se generan su propio alimento y que luego son devorados por el resto de los organismos en una cadena de rapiñas en la que los carnívoros nos quedamos con las ganancias de los herbívoros y los herbívoros con las de los organismos primarios. Si todos aprovechan que hay nutrientes, ninguno saca demasiada ventaja. El asunto es que la eutrofización, el exceso de nutrientes, desencadena una serie de eventos desafortunados que alteran ese delicado equilibrio. El mejor aprovechamiento de los recursos de algunos organismos implica la desaparición de otros. Y las cianobacterias, que llevan varios cientos de miles de millones de años en este planeta, parecen tener un truco extra para persistir en los ambientes eutrofizados.

En el trabajo ven que hay otra propiedad de los lagos que parece estar relacionada con las floraciones de cianobacterias: la acidez o alcalinidad del agua, que se mide con el pH. Pero en ciencia dos cosas que se dan al mismo tiempo no implica que una sea causa de la otra. En este trabajo, Sylvia y sus colegas sostienen que los pH altos en los lagos con floraciones son tanto causa como consecuencia de las floraciones.

Las cianobacterias son extremadamente antiguas y, a diferencia de nosotros y de una gran cantidad de organismos, no son eucariotas, es decir, no tienen un núcleo definido con su material genético, ya que eso fue algo que apareció mucho más tarde. Fueron las primeras formas de vida en desarrollar la fotosíntesis -que las plantas luego les hurtaron- entre otras tantas características que las hacen bastante distintas a muchas otras formas de vida.

Sylvia Bonilla con cultivos de cianobacterias en Facultad de Ciencias. Foto: Victoria Acuña

Sylvia Bonilla con cultivos de cianobacterias en Facultad de Ciencias. Foto: Victoria Acuña

Una estrategia, no voluntaria por supuesto cuando hablamos de cianobacterias, para triunfar en este mundo salvaje no consiste sólo en aprovechar al máximo los recursos disponibles, sino también en evitar que algunos rivales accedan a ellos. Los hongos son muy buenos en esa estrategia y nosotros nos valemos de eso para fermentar los panes y bebidas alcohólicas (en la fermentación las levaduras lo que hacen es consumir los nutrientes alterando el medio para evitar que otros microorganismos proliferen) o para desarrollar antibióticos, como la vieja penicilina. Las bacterias también se destacan en ese campo. ¿Podría ser que las cianobacterias, más resistentes a pH elevados, no sólo se vean favorecidas por ello sino que además provoquen aumentos del pH que terminan eliminando a la competencia?

Sylvia asiente. “Nosotros buscamos información de algunos modelos, que se aplican en plantas superiores, en los que se utiliza el concepto de que el organismo modifica el hábitat para que pase a ser más favorable para el propio organismo y desfavorable para los otros. De esa manera generan condiciones que perpetúan las condiciones que los favorecen a ellos y desfavorecen a los otros”, amplía.

“Nosotros aplicamos ese mismo concepto en el que se habla de una retroalimentación positiva a esta relación entre floraciones y pH. El pH por arriba de 8 termina favoreciendo a las cianobacterias porque ellas tienen la capacidad de utilizar el carbono cuando el pH es muy alto, cosa que muchos eucariotas o no pueden hacer o les es muy caro energéticamente. Eso las termina favoreciendo”, explica.

“El pH aumenta a su vez al aumentar la fotosíntesis, entonces en el caso de una floración hay una retroalimentación positiva. En la floración hay más cianobacterias, por tanto hay más fotosíntesis, y al haber más fotosíntesis aumenta el pH. Al haber más pH hay menos eucariotas y más cianobacterias, que a su vez hacen más fotosíntesis. Y así”, afirma Sylvia. “Con la fotosíntesis los organismos captan dióxido de carbono y liberan oxígeno, lo que hace que tengamos un pH más alto al tener bicarbonatos y carbonatos en el agua en vez de dióxido de carbono. Y en las floraciones la fotosíntesis aumenta mucho”, apunta.

“Lo correcto entonces no es pensar que el pH es un factor externo que impulsa a las floraciones, sino que se da una condición causa-efecto. Por arriba de determinados niveles, por ejemplo arriba de un pH 8, lo que ocurre es que quedamos atrapados en condiciones de muy alto pH que sí están favoreciendo la perpetuación de las cianobacterias. Es decir, no es un factor disparador que aparece de la nada, que es externo, sino que el pH elevado es un factor generado por la actividad de los organismos, que en niveles muy altos autoperpetúa una condición”, amplía.

De esto que reportan podemos valernos en un futuro. “Es algo que a veces no se considera, o se deja pasar, pero puede ser un factor que complica la situación, porque colabora a esa autoperpetuación, a esa permanencia de la floración cuando ya están ahí establecidas. El alto pH es un factor que las está ayudando además de los nutrientes. Por eso hablamos de retroalimentación positiva”, dice Sylvia.

Cambio climático, no lo eres todo

El trabajo es diáfano y claro: es el exceso de nutrientes en los lagos de América lo que predice las grandes masas de cianobacterias y no las temperaturas. Si en las zonas más cálidas las floraciones no son ni más grandes ni más frecuentes, entonces se desarma el discurso de postular que ahora las cianobacterias nos causan más problemas debido principalmente al calentamiento global.

“Nuestro estudio muestra que las cianobacterias no deseadas pueden desarrollar una gran biomasa en cualquier clima si las concentraciones de nutrientes acuáticos son suficientemente altas, y que la profundidad del lago es un factor crítico para predecir la relación nutrientes-cianobacterias y la importancia relativa del nitrógeno frente al fósforo”, señala el artículo.

Y entonces dicen: “Las soluciones para el manejo de las cianobacterias dañinas deben considerar las características morfométricas de los lagos y enfatizar el control de nutrientes, independientemente de los gradientes de temperatura, ya que los factores locales son más críticos, y más susceptibles de control, que las fuerzas externas globales”. Con la esperanza de que lo que encontraron ayude a construir un mundo mejor, terminan diciendo que “en lugar de apuntar a causas externas globales para las floraciones de cianobacterias, el manejo de las cianobacterias dañinas debe controlar la eutrofización con medidas suficientemente eficientes para alcanzar concentraciones de nutrientes en los lagos lo suficientemente bajas como para limitar su biomasa”.

“Hay una interpretación muy rápida y muy superficial o conveniente sobre algunos problemas. Porque el tema es también a quién le echamos la culpa o cómo nos hacemos responsables de lo que está pasando. Si la culpa la tiene el cambio climático, es muy poco lo que podemos hacer. Sí, el mundo va a tomar medidas en algún momento, algo sobre lo que soy un poco pesimista, pero es algo que es global, no podemos hacer mucho. Ahora si las floraciones responden principalmente al uso del suelo de la cuenca del lago A, B, o C, entonces sí pasa a ser nuestra responsabilidad tomar medidas que puedan revertir esa situación”, reflexiona Sylvia.

Ahora, esto no implica que debamos dejar de estudiar cómo el cambio climático podría afectar a las floraciones de cianobacterias si nos quedamos de brazos cruzados mientras nuestros ríos y embalses están todos muy eutrofizados. “El cambio climático tiene muchas consecuencias que no son solamente el aumento de la temperatura. Por ejemplo, en Canadá está aumentando la temperatura tres veces más rápido que en el resto del planeta y tienen un problema grave con el descongelamiento del Ártico. Aquí un grado hace la diferencia, porque un grado significa si tenés hielo o no. Sin embargo, en otras regiones, como en la nuestra, los efectos más grandes o graves del cambio climático pasan por cambios en el régimen de precipitaciones o cambios de condiciones meteorológicas extremas, por ejemplo”, dice Sylvia.

“Los efectos del cambio climático pueden ser complejos. Si cambian los patrones de lluvia es interesante ver qué pasa con nuestros ecosistemas acuáticos. Las condiciones de extrema sequía o de mucha lluvia implican que va a haber mayor o menor arrastre de nutrientes al agua, que si el agua está estancada y hay una gran sequía va a haber más irradiación, va a entrar más luz, mayor estratificación en períodos más largos... todo eso son efectos del cambio climático que necesariamente necesitan ser estudiados. Si bien el cambio climático no es el causante de las floraciones, sí puede tener a futuro algunos efectos que es relevante investigar”, señala.

“El cambio climático es real. No está causando las floraciones de cianobacterias, pero es otro factor más que altera el funcionamiento normal de los ecosistemas y eso implica que con el cambio climático la situación va a ser mucho más compleja, más difícil de manejar, y más impredecible”, sostiene Sylvia.

El asunto es que no podemos escudarnos en el cambio climático para no hacer aquellas cosas que sabemos que debemos hacer para mejorar nuestras aguas. El trabajo dice que los nutrientes que tiramos a los ríos y lagos son suficientes para permitir estas floraciones independientemente del gradiente de temperatura. Una vez más, para resolver problemáticas ambientales, queda claro que hay que enfocarse en las causas locales que sí podemos controlar, a nivel de cuenca en este caso, y no en las globales, que no controlamos, y que, en este caso, no causan el fenómeno.

“Incluso yendo un poco más allá, tal vez soñando un poco, esto implica que en realidad hay una responsabilidad del manejo de las cuencas que debería ser regional. Por ejemplo, la cuenca del río Uruguay abarca tres países, y esos tres países tienen que hacerse responsables del manejo de la cuenca. En la laguna Merín Uruguay y Brasil tienen que analizar qué pasa en toda esa cuenca y tomar medidas de manejo que se sostengan en el tiempo, que sean consistentes, de largo plazo”, señala Sylvia.

Ya que Sylvia sueña, soñemos juntos. Le propongo tomar las armas del enemigo. Con tantos protocolos, anuncios y compromisos internacionales que fijan metas, ¿qué tan loco es pensar en implementar una especie de Protocolo de Montevideo, o, mejor aún, de Paso de los Toros, que fije metas a pocos años para bajar en determinados porcentajes los niveles de fósforo y nitrógeno de nuestros embalses y ríos? Al menos en lo que refiere a nuestro acceso a agua dulce de calidad, tanto potable como para la producción, ¿este Protocolo de Paso de los Toros, firmado, por ejemplo, con los países que comparten la cuenca del río Uruguay, no sería más importante que el Protocolo de Kioto o el Acuerdo de París? ¿No nos colocaría a la vanguardia mundial si efectivamente mejoramos las condiciones del agua de América?

“Estaría buenísimo”, dice Sylvia. Seguramente porque estamos hablando por videoconferencia y no hay riesgo de contagio. “Un compromiso de reducción de nutrientes sería maravilloso. Eso implica determinar cuáles son los niveles a los que habría que llegar. Porque cuando hablamos de manejo, la demanda que se les hace a los científicos sería la de valores de referencia de nutrientes concretos, lo cual es lógico pensando en manejo. ¿Qué niveles son los que se tienen que recomendar? Ahí empieza una cantidad de preguntas. ¿Son los mismos niveles para todos los tipos de ambientes, o para todas las regiones? ¿Qué pasa con las condiciones naturales del suelo y de la geología del lugar? ¿Cuáles son los niveles naturales de cada región? No podemos aplicar un valor de referencia de un lago de Finlandia a nuestros lagos. Eso al día de hoy no está tan claro a nivel internacional”, se entusiasma.

“Existen regulaciones para controlar la eutrofización, como los protocolos de la Unión Europea o de Estados Unidos, y si bien tienen algunos problemas en la aplicación, para nuestra región, es un trabajo a hacer. Y me parece que ese tiene que ser el camino”, piensa. “Tal vez hoy no tengamos un número para decir respecto a qué niveles tenemos que llegar, pero tal vez en un tiempo cercano, si le damos la relevancia que el tema tiene, se pueda llegar a determinados rangos, o niveles, o recomendaciones, y que haya un compromiso político e internacional de los países en conjunto para alcanzar eso. De lo contrario hay cuencas que no se van a poder recuperar nunca”, agrega.

“Eso nos lleva a otro problema. Fijate, por ejemplo, el proyecto Neptuno, que implica sacar agua de la zona de Arazatí del Río de la Plata que recoge el agua de dos grandes ríos, el Uruguay y el Paraná. La cuenca del Río de la Plata es una de las más grandes del mundo, abarca cinco países, y el agua del estuario tiene altos grados de eutrofización, floraciones de cianobacterias frecuentes y contaminantes de todo tipo. El uso de agua más exigente, precioso e importante es el del agua para beber, el agua potable. Extraer agua de una fuente que al día de hoy está contaminada es incontrolable, y que no tenga ningún plan de manejo a nivel de toda la cuenca no parece sensato. Si en los cinco países no hay planes de control comunes, implica estar extrayendo agua de una fuente que no podés gestionar. Es altamente riesgoso, hasta irresponsable, diría, proponer una fuente de agua en esas condiciones y que no sabés cómo evolucionará”, declara Sylvia.

“Es una fuente que ya está comprometida y en el tema cianobacterias es posible que siga igual o peor. Y en ese escenario sí puede ser que el cambio climático sea una complicación, porque las condiciones de exceso de nutrientes ya están, las cianobacterias ya están, y las floraciones ya están. En el futuro eso puede empeorar por el cambio climático, por ese aumento, por ejemplo, de épocas de grandes lluvias, de grandes inundaciones, de arrastre de biomasa, y de arrastre de nutrientes al agua por las lluvias. Entonces sacar agua de allí para potabilizar plantea un escenario extremadamente riesgoso y complejo”, agrega.

Otra coartada para no hacer lo que hay que hacer pasa por decir que el problema de los nutrientes del agro, a diferencia de los efluentes de la industria o de las aguas servidas, es difuso. No hay un caño que lleve el exceso de fertilizantes del campo en el que se plantó soja, colza, canola o lo que sea, y, por tanto, se dificulta el control. También es cierto que el país productivo no es el único problema, tenemos problemas de saneamiento graves y aguas servidas que se vierten sin tratar en la mayor parte del país. Pero, pese a todo, más o menos las medidas a aplicar ya son conocidas: colocar zonas buffer en los márgenes de los cursos de agua, restringir el uso de agroquímicos y controlar su aplicación mediante registros y permisos, etcétera. Sin embargo, fallamos a la hora de aplicar estas medidas.

“Yo creo que en todos lados donde las cosas funcionan es porque hay controles y hay consecuencias, no es porque la gente sea más consciente de la naturaleza y del medioambiente, es porque si no cumplen les ponen sanciones o multas altísimas. Tiene que haber medidas, tiene que haber un contralor, y tiene que haber una consecuencia. Y todo eso tiene que sostenerse en el tiempo”, puntualiza Sylvia.

“Como decís, el aporte de nutrientes en algunos casos es difuso. Pero siempre se puede rever el uso de fertilizantes, cómo se usan, cuánto se usa, el mantenimiento de las zonas buffer, etcétera. Claro que hay cosas que se pueden hacer y que hay mucho por mejorar”, finaliza.

La cosa entonces está clara. Conocemos el delito -las floraciones de cianobacterias-, el arma con el que se está llevando a cabo -el aporte de nutrientes que lleva a la eutrofización de los cursos de agua y embalses- y a los culpables -otra vez los seres humanos-. El cambio climático es real. Pero es tiempo de abrir otras causas y asumir compromisos mucho más osados que la reducción de los gases de efecto invernadero.

Artículo: Nutrients and not temperature are the key drivers for cyanobacterial biomass in the Americas
Publicación: Harmful Algae (diciembre 2022)
Autores: Sylvia Bonilla, Anabella Aguilera, Luis Aubriot, Vera Huszar, Viviana Almanza, Signe Haakonsson, Irina Izaguirre, Inés O’Farrell, Anthony Salazar, Vanessa Becker, Bruno Cremella, Carla Ferragut, Esnedy Hernández, Hilda Palacio, Luzia Cleide Rodrigues, Lúcia Helena Sampaio, Lucineide Santana, Juliana Santos, Andrea Somma, Laura Ortega y Dermot Antoniades

La lucha de las especies

“Comenzamos a dividir la base de datos para contestar distintas preguntas. Por ejemplo, en este trabajo no incluimos algo que estamos estudiando para publicar más adelante, que es ver qué especies son las que aparecen”, dice Sylvia.

Es cierto: en el trabajo no se habla de ninguna cianobacteria en particular. Aquí en Uruguay le prestamos mucha atención a Microcystis aeruginosa, una de las tantas especies de cianobacterias tóxicas. Pero seguramente en todo el continente americano haya distintas especies a la que prestar atención.

“Sí, hay una cuestión biogeográfica en la distribución de las especies en América. Microcystis aeruginosa y especies afines son de las que alcanzan biomasas más altas, pero no en las latitudes extremas. Por ejemplo, en estos lagos fríos que mencionaba de Perú o Canadá aparecen otras especies, del género Dolichospermum. También en Estados Unidos son muy frecuentes especies de Aphanizomenon, que en Uruguay prácticamente no aparecen, al menos formando grandes floraciones”, comenta.

“Después el otro tema relevante es la frecuencia, cuántas veces aparecen las especies. Al observar cuáles son las más frecuentes, se destaca un grupo de cianobacterias que tienen toxinas muy peligrosas y que en general no se monitorean”, adelanta. “Hay todo un tema interesante a analizar a la hora de buscar alertas apropiadas que es ver cuáles son las especies que tienen floraciones más grandes, si siempre es sólo Microcystis aeruginosa, y cuáles son las más frecuentes. Porque si se desarrolla una floración de una cianobacteria que no produce microcistinas pero que puede producir otras toxinas y solamente se analiza la presencia de microcistinas, se puede tener la falsa idea de que la floración no es tóxica”, alerta.

“Ese es un error muy común que se comete. Con un análisis negativo de microcistinas lo único que puedo decir es que esas cianobacterias no producían esa toxina. Pero pueden estar produciendo otras toxinas que yo no puedo analizar porque no tengo la batería instrumental, o porque no existe la forma rutinaria de analizarlas, o porque las técnicas son muy complejas o no se conocen porque no están caracterizadas. Conocer cuáles son las especies más frecuentes o más abundantes puede ayudar a alertar y a tomar medidas de gestión. Pero ese será otro trabajo”, dice mostrando que es buena promocionando su próxima publicación. ¡Acá ya compramos!