Dedos más cortos de lo normal. Deformidades en ojos. Huesos sin desarrollar o directamente inexistentes. Ausencia de una o más extremidades. Miembros y mandíbulas con malformaciones.
Parece la descripción de los mutantes de la novela de ciencia ficción Las crisálidas, de John Wyndham, en la que grupos de humanos expuestos a la radiación de un mundo posapocalíptico vagan en zonas insalubres y al margen de la comunidad, pero ocurre en Uruguay. Los protagonistas no son humanos sino anfibios, que lejos de vivir en zonas consideradas insalubres habitan un área protegida y sus alrededores.
Los mutantes de Wyndham tenían la ventaja de hacer frente a las limitaciones físicas en comunidad y superarlas con la colaboración de sus pares. Un anfibio que se especializa en trepar ramas, sin embargo, se enfrenta a un desafío mucho más complejo. La falta de parte de un miembro o de un dedo puede ser la diferencia entre quedar a merced de sus depredadores o salvarse. Entre poder atrapar su comida o morir de hambre. Así es la naturaleza, donde la disyuntiva es a menudo entre plenitud o muerte, como dijo una vez el paleontólogo Juan Luis Arsuaga.
Las anormalidades morfológicas en anfibios no son una rareza y pueden tener varias causas, tanto naturales como artificiales. La depredación, por ejemplo, puede provocar la pérdida de un miembro o de un ojo. La radiación ultravioleta también es un potencial causante de anormalidades, igual que el parásito Ribeiroia ondatrae, como se ha visto en estudios realizados en Estados Unidos. No son, sin embargo, las únicas ni las más importantes.
Al igual que ocurre a los protagonistas de la novela de Wyndham, muchas anormalidades de los anfibios se deben a alteraciones a nivel del ADN, enzimas o células, generadas por actividades humanas, sólo que en este caso el origen no es la radiación de un desastre nuclear sino la incidencia de los agroquímicos y otros contaminantes, que afectan el desarrollo de los individuos en charcos de agua.
¿Cómo distinguir entonces cuándo las anormalidades que aquejan a las poblaciones de anfibios tienen origen natural y cuándo no? La tarea no es sencilla pero hay aproximaciones. En base a varios estudios, los científicos llegaron al consenso de que superar el umbral del 5% de anfibios con anormalidades es motivo de preocupación. Si los muestreos superan esta cifra, entonces, se considera a esa población como un hotspot o punto caliente de anormalidades de anfibios (no “malformaciones”, que son más específicas e implican sí o sí degeneraciones en el desarrollo).
En algunas partes de Brasil y Argentina, que están bajo un alto impacto agrícola, por ejemplo, diversos trabajos mostraron cifras superiores a ese porcentaje, con especies que llegaban incluso a un 37,1%, como ocurrió en la provincia de Buenos Aires con el sapito de jardín (Rhinella dorbignyi), que también vive en Uruguay.
Con esos antecedentes en mente, un grupo de herpetólogos del Museo Nacional de Historia Natural, encargados de los monitoreos de diversidad de anfibios en varias áreas protegidas, resolvieron investigar qué estaba ocurriendo con las anormalidades de nuestros anfibios en Parque Nacional Esteros de Farrapos e Islas del Río Uruguay. Muy pronto confirmaron que ningún área protegida es una isla.
Acción mutante
“Se nos ocurrió hacer este estudio en el Parque Nacional Esteros de Farrapos debido al lugar en el que está ubicado, una zona baja que no tiene área adyacente. Tenés un ambiente natural y del otro lado del límite del área sistemas productivos con un impacto agrícola fuerte. Es muy notorio y drástico el cambio, con un par de excepciones gracias a unos vecinos que tienen campos naturales, unas zonas que mantienen algarrobales y el área protegida Esteros y Algarrobales del Río Uruguay, que es otra área SNAP lindera”, explica la herpetóloga Noelia Gobel, primera autora del trabajo. La zona además atraviesa actualmente una problemática que, de confirmarse la instalación de una minera, podría agravar los impactos productivos.
Además, aclara el biólogo y ecólogo Gabriel Laufer, ya hay antecedentes de la influencia de agrotóxicos en esa zona, como el estudio de su presencia en peces y también en la miel producida por apicultores. “Teniendo la referencia de lo que ocurre en Argentina y sabiendo que a nivel global la causa número uno de anormalidades en anfibios es el uso de agroquímicos, quisimos ver si nos topábamos con el mismo problema”, agrega.
Estas anormalidades no afectan de igual modo a todos los anfibios. Como ya señalamos, no es lo mismo la falta de un miembro o una falange para una especie trepadora que para una terrestre, que incluso disminuida puede arreglarse un poco mejor para trasladarse. Por eso mismo, antes de realizar el trabajo los científicos hipotetizaron que tanto las especies acuáticas como arbóreas tendrían una tasa menor de anormalidades que las terrestres, pero no porque estas últimas estén menos expuestas a los agroquímicos. Por el contrario.
“Esa es la punta del iceberg. Porque lo que estás viendo es lo que quedó en la población adulta, los individuos que no murieron a raíz de estas anormalidades. Y es muy probable que muchos anfibios trepadores o acuáticos no sobrevivan con esas desventajas y por lo tanto haya menos individuos con anormalidades”, acota Noelia.
Una característica común a todas estas especies, independientemente de su hábitat preferido, es que ponen sus huevos en el agua, donde se terminan acumulando todos los productos químicos aplicados en la zona. “Lo primero que sucede cuando depositan los óvulos es una muy rápida hidratación, que hace que los productos químicos que hay en el agua interactúen enseguida con las primeras células embrionarias, lo que puede afectar el ADN y los patrones de desarrollo”, apunta Gabriel.
Con esta y otras hipótesis en mente, los autores del artículo se mojaron las patas –pese a ser individuos más terrestres que acuáticos– y muestrearon anfibios en 23 cuerpos de agua permanentes o semipermanentes ubicados en el Parque Nacional Esteros de Farrapos y las zonas circundantes.
Si no sana hoy, ¿sanará mañana?
Durante tres salidas nocturnas, desde las 20.00 a la medianoche, los nueve autores del trabajo –cuatro herpetólogos, tres guardaparques de la zona y dos directores de áreas protegidas– estuvieron codo a codo trabajando en la zona. Su esfuerzo conjunto permitió que se analizaran 370 anfibios pertenecientes a 11 especies nativas, que representaron la primera evidencia de anormalidades morfológicas en un ensamble de anfibios nativos del Uruguay.
8,8% de los anfibios muestreados presentaron anormalidades, la mayoría localizadas en sus extremidades. Por ejemplo, 5,4% de los anfibios tenían braquidactilia, que es una desproporción en el tamaño de los dedos o falta de falanges. La segunda afección más común fue ectromelia, que es la ausencia o poco desarrollo de algunos segmentos de huesos.
Cuatro especies mostraron un guarismo muy alto de anormalidades. La rana piadora (Leptodactylus latinasus), un anfibio que hace nidos en cuevas cerca de cursos de agua, tuvo un 15,4% de individuos con anormalidades. Su prima, la rana criolla (Leptodactylus luctator), también llamada rana luchadora gracias al naturalista y escritor William Hudson, que al describirla le otorgó un instinto combativo de lo más colorido (“una rana como ninguna otra rana”, dijo), un 13%. El macaquito o ranita enana (Pseudopaludicola falcipes) y el ya mencionado sapito de jardín presentaron anormalidades en más de 11% de los casos.
Las diferencias según el hábitat de las especies fueron también significativas y confirmaron una de las hipótesis de los investigadores. 4,3% de las especies arbóreas presentaron anormalidades, frente a un 5,4% de las acuáticas y un 13,2% de las terrestres, una cifra significativamente más alta que el umbral aceptado de 5%. Una vez más, hay que insistir en que esto no significa que las especies arbóreas la estén pasando un poco mejor gracias a su hábitat de preferencia. Los investigadores aclaran que las bajas cifras de anormalidades de la ranita de zarzal (Boana pulchella), un anfibio con una franja dorsal muy llamativa y que canta como un xilófono muy agudo, se deban probablemente al alto costo que implican estas desventajas físicas para su capacidad trepadora. Muchas ranitas de zarzal con anormalidades seguramente no pudieron sobrevivir como para formar parte del conteo.
“La cifra total ya es alarmante porque es bastante mayor al 5%, pero hallamos prevalencias muy altas en el grupo de caminadores, un patrón bastante similar a lo que se viene encontrando en zonas de intensa agricultura en Argentina, país con el que compartimos estas especies”, dice Noelia.
Que esto ocurra en un área protegida y con tierras que están mayoritariamente en manos públicas es grave pero no inesperado. Tal cual aclararon los investigadores, se trata de una zona rodeada de cultivos que fueron sustituyendo gradualmente a pastizales con mucho bosque parque, que al menos oficiaban como “colchón” intermedio.
“Encontrar las causas de este hotspot de anormalidades debería ser una prioridad para la conservación de anfibios y el manejo de áreas protegidas”, concluyen los autores en el artículo. Demostrar que estas anormalidades son causadas por los agroquímicos usados en las plantaciones es muy complejo, pero los dedos –incluyendo las falanges adhesivas de los anfibios– apuntan en esa dirección.
Escrito en la piel
Gracias a investigaciones de laboratorio sabemos que al menos una decena de los agroquímicos hallados en nuestras aguas pueden generar este tipo de problemas en anfibios y otros animales, pero es difícil que un estudio puntual de campo pueda resolver la relación directa entre una y otra cosa. Los ecosistemas son complejos y con factores muy variables, como el flujo y persistencia de los productos químicos en el medio. “Es un rompecabezas complejo que tenemos que ir armando”, explica Noelia.
“Sabemos que esto es un problema en otros lugares, donde se han hecho muchos más estudios. Hay una gran cantidad de evidencia que va apuntando hacia los agroquímicos y esta es una más, justo en un lugar que está muy intervenido”, acota Gabriel. Como parte de su doctorado, la propia Noelia está midiendo contaminantes químicos en charcos de agua y estudiando la afectación de la diversidad y supervivencia de anfibios y renacuajos en ellos.
Si los anfibios pudieran hacer un juicio para demostrar la incidencia de los agroquímicos, podrían presentar también otras pruebas. De las cuatro grandes causas que estarían originando estas anormalidades a nivel global, hay dos que en Uruguay se pueden desestimar por ahora. Una es el parásito ya mencionado, que es el probable causante de las anormalidades en anfibios en varias zonas protegidas de Estados Unidos pero que no se ha reportado en Sudamérica. La otra es la radiación ultravioleta, que aún no es importante en condiciones naturales, donde la vegetación y la turbidez del agua, entre otros factores, actúan como escudo.
“Este trabajo, entonces, pretende prender una lamparita y advertir que tenemos prevalencias de anormalidades que son consideradas alarmantes, y que ocurren en una zona súper impactada”, dice Noelia. Y eso no es un problema sólo para los anfibios, aunque se sume al cóctel de amenazas que ha hecho que el 40% de sus especies esté bajo algún grado de riesgo a nivel mundial.
Los anfibios son especialmente sensibles a los cambios de ambiente, una de las razones por las que son grandes indicadores de la salud del medio. “Tenemos que entender que los productos químicos que generan esto en el ADN, enzimas y células de los anfibios, también están presentes en los lugares donde habita la gente y pueden afectarla de diferentes formas. Es un llamado de atención importante, una evidencia más que muestra que el modelo de producción agrícola no está siendo amigable para nada con el ambiente y con la salud humana”, advierte Gabriel.
Cambie si quiere ganar
Estos anfibios con anormalidades nos están comunicando algo, aunque a esta altura no sea novedoso para nosotros. Son un croar más que se suma al coro de evidencias que no estamos escuchando. “Tenemos que replantearnos la forma en que estamos utilizando los sistemas naturales para producir ganancias y bienestar para el país, debemos poder conciliar la necesidad de generar divisas y el cuidado de la biodiversidad y la salud humana”, señalan los investigadores. Nos conviene incluso por motivos egoístas. “Si gastás los recursos que están generando esas divisas, en un tiempo te quedás sin nada. Pensándolo productiva y económicamente, agotar todo en unos años no funciona. Se miran el costo y la ganancia para los productores, ¿pero después cuánto costará a la sociedad sanear estos problemas?”, reflexiona Noelia.
El problema, según los investigadores, no es cómo lograrlo sino cómo convencer a la clase política y a la sociedad de que es necesario y prioritario. “Debemos reclamar el derecho a vivir en un lugar limpio, para nuestra biodiversidad y para nosotros. Esto no significa que haya que dejar de hacer agricultura en la zona y transformar todo Uruguay en un área protegida. El tema es poder conciliar la producción con el cuidado del ambiente, algo que no parece tan difícil en relación al resto de los avances que está generando la humanidad”, agregan.
“¿Hasta qué punto necesitamos tener más evidencia? Ya lo sabíamos antes de ver esto. Estos productos que afectan a los anfibios están dentro de los músculos de los peces que se usan luego para consumo humano. La luz roja para mí ya se encendió hace rato, pero seguimos acumulando luces rojas; no sé cuántas más necesitamos para entender que tenemos un gran problema con este modelo productivo”, afirma Gabriel.
Los resultados del trabajo no solo interpelan al modelo productivo sino también al manejo de las áreas protegidas, que no sólo son muy reducidas y están lejísimo de las metas que Uruguay se planteó sino que a veces funcionan como islas dentro del sistema. “Tenemos que buscar una forma de gestionar el territorio de una manera que sea más integral y que considere diferentes escenarios de manejo, pero no podemos pensar en términos de blanco o negro”, opina Noelia.
El Parque Nacional Esteros de Farrapos tiene la desventaja de verse expuesto al arrastre de contaminantes de la gran cuenca del río Uruguay, pero todavía hay paño para trabajar a nivel local. Por ejemplo, restaurar, de a poco, ese bosque parque periférico que se fue perdiendo, que sí puede ser explotado para ganadería. “Una banda alrededor del área que pueda amortiguar los efectos de la agricultura, por lo menos a nivel local, sería algo interesante”, sostienen los investigadores.
Para eso, el Sistema Nacional de Áreas Protegidas debería trabajar con los productores que están rodeando la zona y lograr que hagan un aporte en conservación. “Hay que buscar la forma de involucrar a los privados y generar algún tipo de contrapartida o beneficio por conservar eso”, opina Gabriel. Para lograrlo es importantísima la participación local, como demostraron ellos en la colaboración de este trabajo hecho a 18 manos.
Vale la pena hacerlo, además, porque es un área con particularidades interesantes, apuntan los investigadores. Tiene un potencial turístico muy bueno, con San Javier y Nuevo Berlín cerca, y es un área donde histórica y socialmente la gente ha vivido muy en contacto con la naturaleza.
“Hay que empezar por eso y luego pensar en lo global, en qué sistema agrícola queremos para el futuro. Preguntarnos: ¿yo, como ciudadano, quiero seguir teniendo en mi país estos problemas en el medio ambiente? Y no podemos recibir como respuesta que no tienen solución”, dice Gabriel. Como dijo una vez el escritor Kurt Vonnegut, sería triste que las generaciones del futuro supieran que pudimos dejar mejor el planeta pero que fuimos demasiado tacaños como para hacerlo.
Artículo: Morphological Abnormalities in Amphibians in and Adjacent to Esteros de Farrapos e Islas del Río Uruguay National Park, Uruguay
Publicación: Herpetological Conservation and Biology (diciembre 2022)
Autores: Noelia Gobel, Gabriel Laufer, Nadia Kacevas, Magdalena Carabio, Ricardo Merni, Angel Rosano, Fabricio Mendieta, Gabriel Pineda y Francisco Bergós.