En el cuento “Anochecer”, el escritor Isaac Asimov imagina un mundo en el que no existe la noche. Seis soles se alternan en el firmamento de Lagash formando un sistema estelar múltiple que garantiza que la luz solar sea perpetua. Al haber evolucionado en un planeta sin ciclo diurno, los lagashianos desarrollaron un miedo intenso e instintivo a la oscuridad y son capaces de volverse locos si se exponen a ella mucho rato, como ocurre con algunos de los habitantes durante una incursión en un túnel larguísimo. En ese planeta, sin embargo, está a punto de llegar la noche gracias a un eclipse que se produce sólo una vez cada 2.049 años y que suele tener consecuencias nefastas para la civilización lagashiana.
Exceptuando el detalle del miedo a la oscuridad, Asimov no da más detalles de cómo ese mundo bañado por una permanente luz solar modeló evolutivamente a sus habitantes. Podemos suponer, sin embargo, que no tienen el mismo reloj biológico que poseemos los humanos y un montón de otras criaturas del planeta Tierra, expuestos a un ciclo de aproximadamente 24 horas en el que se alternan la luz y la oscuridad.
Sin los genes que dan cuerda al reloj biológico, ¿cómo organizarían los lagashianos sus períodos de actividad y descanso, de vigilia y sueño? ¿Sus organismos seguirían otra clase de señales para encenderse o apagarse? A no ser que incidiera en ellos algún ciclo distinto, es claro que no tendrían patrones de comportamiento cada 24 horas, como nos ocurre a los animales sometidos a los ritmos circadianos, que ordenan nuestra “agenda” de actividades.
Sin embargo, los seres humanos hemos perturbado los mecanismos biológicos que el ciclo de luz y oscuridad lleva ajustando durante millones de años en la Tierra. Aunque a los lagashianos de Asimov nunca se les ocurrió generar una oscuridad artificial a períodos regulares para ordenar sus vidas y actividades, nosotros sí creamos luz artificial e inundamos el planeta con ella. Como consecuencia, nuestros patrones de comportamiento han cambiado bastante en el último siglo, tal como nos enseñó el estudio de la cronobiología. Dormimos bastante menos que nuestros antepasados y en horarios distintos.
La luz artificial que inventamos también está modificando las costumbres de otros animales que tienen poco que ver con el asunto y que no tuvieron la idea de ponerse a jugar con filamentos para crear lamparitas incandescentes. Con ella desorientamos a insectos, aves, reptiles y también a mamíferos como nosotros, cuyos ciclos de vida y comportamiento se ven afectados directamente por la prolongación artificial de la luz. No son, por supuesto, los únicos cambios humanos que tienen incidencia sobre ellos, ni siquiera los más graves.
A esta altura tenemos bien claro que cuando construimos, plantamos o forestamos –es decir, cuando cambiamos el uso del suelo– modificamos brutalmente el hábitat de muchas especies y las afectamos directamente, a veces en forma tan extrema como para provocar extinciones. De ese modo también generamos efectos indirectos que muchas veces no se tienen en cuenta, como la alteración de patrones de comportamiento en los que pueden incluirse, por ejemplo, la forma en que reciben la luz del sol y la luna que marcan sus actividades.
Si en el planeta asimoviano de Lagash una nueva especie hubiera plantado enormes extensiones de bosques que no dejaran pasar prácticamente la luz del sol, los lagashianos habrían tenido que reaccionar de algún modo debido a su temor instintivo a la oscuridad. Sin necesidad de surcar el espacio, sabemos que algo parecido está ocurriendo con varios mamíferos de nuestro país.
Tic toc, dicen la luna y el sol
La bióloga y ecóloga Alexandra Cravino dedicó su doctorado a estudiar los efectos y amenazas que las plantaciones forestales imponen a los mamíferos de mediano y gran porte en Uruguay. Su trabajo es de un valor práctico evidente, teniendo en cuenta los niveles de expansión de la forestación en esta región de pastizales que habitamos. Para ello comenzó a colocar cámaras trampa en predios forestales en 2011, un “vicio” que desde entonces no paró de crecer y que la ha llevado hoy a colocarlas en prácticamente todo el país.
Sus investigaciones, realizadas como integrante del Grupo Biodiversidad y Ecología de la Conservación de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, bajo la orientación del ecólogo Alejandro Brazeiro, nos ayudaron a entender muchas cosas sobre la incidencia de las forestaciones. Por ejemplo, que no son “desiertos verdes” carentes de animales pero que sí afectan directamente la diversidad de mamíferos del país, principalmente a los especialistas de pastizal. Ni tan calvo ni con dos eucaliptos. O que esta afectación no es igual en todos los ciclos de la forestación. La película, sin embargo, no estaba completa.
“Había una parte que nos estábamos perdiendo, que es la de los patrones temporales. Cuando vos empezás a ir al campo ves patrones que se repiten. Por ejemplo, al amanecer, atardecer o de noche hay más movimiento de determinadas especies en algunos lugares”, explica Alexandra.
En la forestación también hay patrones de actividades. “Si prestás atención, ves que hay cosecha y construcción de caminería de noche, en las que se usan luces y se producen ruidos muy fuertes. Se nos ocurrió pensar entonces que quizá algo estuviera pasando con los animales y decidimos buscar una vueltita más: ver no sólo qué hacen las especies con base en el ciclo circadiano clásico (amanecer, atardecer, noche, día), sino también la incidencia de la luna en esos ambientes, porque los animales toman decisiones, igual que nosotros, en las que ponen en la balanza riesgos y ventajas”, agrega.
Como bien comprobamos con el ejemplo humano, las especies son capaces de cambiar sus ritmos circadianos en respuesta a varios factores, como el riesgo de depredación, la mayor posibilidad de obtener alimentos, la estación, el tipo de hábitat y la luminosidad a la que se exponen.
Con eso en mente, Alexandra y Alejandro decidieron ver específicamente si la forestación incidía en esos hábitos, algo que nunca se hizo hasta ahora en Uruguay y ni siquiera en el mundo para muchas especies, incluso en ambientes nativos. El resultado de sus inquietudes, justamente, es el primer estudio sobre patrones temporales de mamíferos en paisajes forestados en pastizales, y el primero en Uruguay que considera la incidencia de la hora solar y las fases lunares. Porque, exceptuando el conejo de Alicia en el país de las maravillas, los mamíferos no miran el reloj para organizar sus actividades: sus patrones de comportamiento están asociados a la duración de la luz del sol y de la luna, que es cambiante.
Sal de ahí, mulita, mulita
Teniendo en cuenta los desafíos y cambios que representan las forestaciones para los mamíferos de nuestro país, el dúo alejandrino de investigadores se planteó dos hipótesis a indagar, aunque terminó averiguando bastante más.
Primero se preguntaron si a medida que avanza la forestación en un paisaje dado, las especies de mamíferos cambian su actividad temporal diaria en general.
En segundo término, dentro de esos paisajes forestados en los que conviven plantaciones de eucaliptos con pastizales y bosques, ¿los animales cambian su comportamiento diario dentro de las áreas forestadas, en comparación con lo que hacen en los hábitats naturales? ¿Aquellos que son diurnos en ambientes nativos pasan a ser nocturnos en plantaciones o viceversa, por ejemplo?
Para averiguarlo, hicieron un diseño de cámaras trampa en ocho áreas de estudio y compararon qué ocurría en paisajes con seis grados distintos de forestación, desde aquellos que tenían 10% o menos del territorio forestado a los que ocupaban un 90% del predio con eucaliptos. En esos paisajes distinguieron cuatro tipos de hábitats, independientemente del porcentaje que ocupa cada uno: forestaciones, bosques, pradera arbolada y pastizales (el primero exótico y los demás nativos). Dentro de ellos, colocaron cámaras en 297 lugares.
Dividieron los registros de animales de acuerdo al período en que fueron captados (nocturnos, diurnos, crepusculares) y usaron paquetes estadísticos para calcular las fases de la luna y también la nubosidad, ya que no es lo mismo tener una luna llena a cielo abierto que detrás de nubes negrísimas.
La compulsión de Alexandra por instalar cámaras trampa dio sus frutos. En total, tras hacer un año de muestreo en cada área de estudio, obtuvieron 5.297 registros independientes de 13 especies (dejaron fuera aquellas detectadas menos de 20 veces). Las que aparecieron en más ocasiones fueron el tatú y el zorro de campo, con más de 1.000 registros cada una, seguidas de la liebre, el ciervo axis, el zorro de monte y el zorrillo.
En concordancia con trabajos anteriores, hallaron que el bosque nativo fue el hábitat más rico y diverso, con 11 especies registradas, seguido de la pradera arbolada y los pastizales, con nueve cada una, y por último las forestaciones, con sólo seis. La mulita, por ejemplo, no es nada amiga de la forestación ni de la noche. Las especies diurnas no suelen llevarse bien con ambientes modificados por actividades agroforestales y, dicho y hecho, la mulita apareció sólo de día y en ambientes dominados por pastizales.
Dentro de las forestaciones, además, los investigadores obtuvieron el mayor número de registros en los cortafuegos, que son franjas de entre cuatro y ocho metros de ancho que se dejan sin plantar. Los cortafuegos, además, son una parte ínfima de la superficie forestada.
El análisis de los resultados permitió resolver rápidamente la primera hipótesis y también sacar algunas conclusiones iniciales, antes de hilar fino a la luz de la luna.
No culpes a la noche
Los resultados mostraron que las especies no cambian significativamente sus actividades temporales en paisajes con mayor porcentaje de forestación ni varían demasiado sus hábitos diarios de acuerdo a la estación. Mantienen más o menos las mismas costumbres en aquellos predios con pocas plantaciones de eucaliptos que en los que tienen muchas. La diferencia está en cómo usan los espacios de los paisajes.
Para entender esto, sirve pensar en el ejemplo de una casa. Si una familia habita una vivienda con cuatro cuartos distintos y hace cambios radicales en tres de ellos, como tirar la cama y las mesas por la ventana, sus integrantes probablemente no modificarán sus horarios. Seguirán durmiendo de noche y comiendo a las mismas horas, pero sí cambiarán el cuarto en el que hacen estas actividades.
Con los paisajes forestados pasa lo mismo. No hay cambios drásticos en los hábitos generales de las especies que aún siguen allí, pero sí en la forma en que usan los distintos espacios.
En este caso, 12 de las 13 especies registradas exhibieron actividad nocturna o catemeral (actividad esporádica en la noche o el día), con la mencionada mulita como única excepción. Esto, según el trabajo, resalta la “homogeneización del comportamiento temporal de la fauna silvestre” que se ha visto en otras investigaciones, que constataron que en ambientes con intervención humana se acentúa la tendencia a la nocturnidad de los animales.
Con respecto a cómo están afectando las forestaciones las costumbres de los mamíferos de nuestras tierras, en comparación con su actividad en ambientes nativos, los resultados indicaron que de las seis especies registradas en las zonas forestadas, cuatro modificaron sus patrones nocturnos y cinco presentaron períodos de actividad general más reducidos dentro de las plantaciones de eucaliptos.
“La mayoría de las especies que hacen uso de la forestación acotan sus momentos de actividad, algo en línea con los resultados que ya veníamos observando en relación con su uso como corredor, conector o senda de paso”, apunta Alexandra. Eso refleja que “siguen prefiriendo los ambientes nativos para realizar sus actividades básicas de supervivencia”. En otras palabras, no usan la forestación, sino que, acorraladas y sin voz ni voto, la cruzan rapidito por los cortafuegos para ir de un parche de pastizal o bosque nativo a otro.
El único animal registrado en las forestaciones que parece igualmente a gusto en ese ambiente que en otros fue el tatú, “una especie súper generalista que se acomodó muy bien a toda actividad, incluida la forestación, y en cuyos rodales puede hacer sus cuevas”, señala Alexandra.
El zorro de campo, por ejemplo, fue mucho más nocturno en las forestaciones que en el resto de los ambientes, especialmente más que en el bosque nativo, donde su actividad fue sobre todo diurna. El zorrillo fue nocturno en todos los ambientes, pero en las forestaciones su actividad fue bastante más acotada. Estos “picos” más restringidos de actividad en ese hábitat también se registraron en la liebre, el jabalí y el ciervo axis, que fue además mucho más nocturno en los pastizales.
En resumen, la mayoría de los mamíferos ajustaron sus patrones de actividad en las forestaciones, en comparación con ambientes nativos, restringiéndolos a períodos más cortos. Esto resalta la idea de que las usan como zonas de tránsito y no como lugares de descanso o alimentación. E indica que, ante este cambio de uso del suelo, los animales restringen su ámbito a los fragmentos remanentes de ambientes nativos ubicados en paisajes forestales, una nueva prueba de la necesidad de conservarlos en un panorama de expansión de estos monocultivos en nuestra región. No son las únicas conclusiones prácticas del trabajo, como nos enseñó la luna en esta investigación.
La luna es una cruel amante
Cuando nos hablan de animales que aparecen en determinados lugares si hay luna llena, es imposible no pensar en historias de lobizones y aparecidos. Si encima los investigadores aclaran que las especies tienen tendencias lunafílicas o lunafóbicas, el cuento de horror campestre parece completo, pero los términos describen bien el dilema para muchos animales cuando llega la noche.
Para los animales la luna llena puede ser una aliada o una enemiga, algo que depende de muchos factores: si ven bien en la oscuridad, si necesitan de luz para cazar, si quedan expuestos frente a sus depredadores.
El carpincho es un buen ejemplo. Los resultados mostraron que es lunafóbico en los espacios abiertos: si hay luna llena, se mueve hacia los bosques e intenta no quedar expuesto. En luna nueva, sin embargo, se corre hacia los pastizales. Es imposible ponerse en la cabeza de los animales para confirmar por qué toman estas decisiones o entender todos los mecanismos que operan en estas circunstancias, pero sí podemos especular. Como el carpincho es una de las especies más cazadas y perseguidas de Uruguay, es posible que la presión humana sea la que esté incidiendo en esta conducta, apunta Alexandra. Una rama de la ecología que estudia estas tendencias es la que considera “el paisaje del miedo” percibido por los animales.
“Sacando dos especies, que son el tatú (al que ya vimos que no le importa nada) y la liebre, las demás mostraron tendencias claras a favor o en contra de la luna según el ambiente”, señala Alexandra.
Las nueve especies registradas en bosques nativos, por ejemplo, tuvieron picos de actividad en ese ambiente durante la luna llena, aunque los motivos de cada una para tomar esta decisión (¿no exponerse a la luz?, ¿buscar presas?) pueden ser muy distintos.
En las forestaciones observaron que tanto el jabalí como el axis suelen refugiarse allí en las noches de luna llena, al igual que hacen en el bosque nativo. En los pastizales, sin embargo, el axis parece temer la luz de la luna. Otras especies que evitan la luz lunar en espacios abiertos son el zorro de monte, el tatú y el peludo. El zorrillo, mientras tanto, es lunafóbico en las forestaciones.
Sé lo que hiciste la noche pasada
Pero quizá lo más interesante del análisis de las fases lunares fue darse cuenta de que los animales planifican sus actividades de acuerdo a la cantidad de luz que habrá de noche. “Las especies tomaron decisiones consistentes en todos los ciclos lunares durante un año en todos los lugares que analizamos”, se sorprende Alexandra.
“Supongamos que es luna llena y vos aprovechaste para estar activo toda la noche. ¿Qué hiciste en el día? ¿Tuviste la misma actividad que siempre?”, pregunta. Y lo que muestran las gráficas es que no, que prácticamente todas las especies que aprovechaban la luz lunar aparecían menos en los días correspondientes, como adolescentes que duermen luego de una noche de salidas.
“Me explotó la cabeza al ver eso. Los bichos eligen, toman unas decisiones brutales sobre qué hacer en el día y en la noche en base a cómo está la luna. Lo que vimos son patrones perfectos en ese sentido para varias especies”, dice Alexandra.
“El conocimiento de estas tendencias lunares permitiría tomar decisiones de manejo que minimicen los disturbios, como ocurre en las actividades de cosecha que se dan de noche en algunas plantaciones forestales. Una recomendación que podría reducir indirectamente los impactos en las actividades temporales y en la presencia de las especies sería evitar cosechar y tener presencia humana cerca de los bosques nativos en las noches de luna llena, y cerca de los pastizales durante el día en fase de luna llena, y así sucesivamente con las diferentes fases de acuerdo a la respuesta de las especies”, indica el trabajo.
“Comprobamos que muchas especies tienden a la nocturnidad en Uruguay, tanto en ambientes nativos como antropizados, por las múltiples razones que puedan estar operando. Si a eso le sumamos que la luna incide en las tendencias nocturnas de las especies y afecta sus decisiones, ¿por qué no ajustar los manejos considerando un poco esas tendencias que vemos en las especies?”, aclara Alexandra.
Tenemos claro que los paisajes forestados están afectando las decisiones de los animales, que se adaptan como pueden a los ambientes modificados. Ya que poseemos esta información, y que sabemos también cómo inciden los ciclos solares y lunares, dice Alexandra, al menos deberíamos darles la oportunidad de dejarlos tranquilos en momentos puntuales.
Para los animales nativos, estos cambios drásticos que provocamos en sus ambientes, y que traen en cascada otros efectos indirectos, pueden ser tan desafiantes y fantásticos como serían para nosotros los mundos imaginados de la ciencia ficción. No hay que olvidar que en sentido metafórico, volviendo a Asimov, a muchos de ellos también les está llegando la noche luego de miles de años.
Artículo: Tick-tock... says the moon and the sun: Daily activity patterns of mid-large-sized mammals in grassland-dominated landscapes afforested with Eucalyptus
Publicación: Austral Ecology (agosto de 2023)
Autores: Alexandra Cravino y Alejandro Brazeiro.