Perdida en el medio del océano Índico, a medio camino entre Australia, África y la Antártida, hay una islita desolada y barrida por los vientos que parece haber sido alcanzada por una enorme bala de cañón. Un círculo gigante se abrió en uno de sus flancos y fue conquistado por el agua, resultado del colapso del cráter de un volcán cuya última erupción se registró en 1793.
Parece un lugar insignificante en la vastedad del océano y de poco interés para los seres humanos, pero recibió muchas visitas desde que fue descubierto en 1559 por los portugueses. Fue usada como escala para viajes largos, como centro de caza de focas e incluso para misiones astronómicas, pero la isla se resistió siempre a la ocupación humana permanente y hoy sólo es visitada ocasionalmente con fines científicos.
En 1889 naufragó allí Charles Lightoller, quien se hiciera famoso luego como segundo oficial del Titanic (como vemos, un compañero ideal para travesías marítimas seguras). Describió la isla como un “horror volcánico” y le dedicó también adjetivos como “fría”, “cruda”, “desnuda”, “árida”, “inaccesible”, con el agregado de “la amenaza siempre presente de volar por los aires”.
La experiencia del desde entonces mufado Lightoller no impidió nuevos intentos por ocuparla en forma permanente. Y tampoco nuevas tragedias. En 1929, una compañía francesa tuvo la idea de instalar en el lugar una planta de procesado de langostas con el objetivo de que funcionara cinco meses al año. Dejó a siete personas en invierno para mantener el lugar con la promesa de volver a buscarlas en dos meses, pero lo hizo recién siete meses después. La mayoría de los “olvidados”, como se pasó a llamarlos, no sobrevivieron al clima ventoso que les impedía cultivar las frutas y verduras que tanto necesitaban. Cuatro de los siete murieron, incluyendo una bebé nacida en el lugar y un hombre desesperado que decidió salir en un barquito para pedir ayuda y nunca más fue visto.
Sin embargo, la isla sí es un paraíso para muchas aves y mamíferos marinos que encuentran en ella un lugar perfecto de descanso, alimentación y cría en la inmensidad oceánica. Y es el refugio casi exclusivo de una especie en particular, que hasta hace poco se creía que sólo nidificaba allí en el mundo: el petrel o prion de MacGillivray (Pachyptila macgillivrayi), del que aún se sabe muy poco.
Quizá habría que decir que la isla era un paraíso para estas aves, porque en los barcos de los exploradores, pescadores y navegantes que bajaron a esta isla prístina en los últimos siglos venían polizontes indeseados que modificaron drásticamente su equilibrio, como ratas, ratones y conejos. Para las ratas y ratones, en particular, las crías de estos petreles y otras aves, que anidan en cuevas y grietas en el suelo, resultaron ser un buffet de fast food de acceso facilísimo.
Los petreles de MacGillivray no defienden a sus crías de estos ataques y tampoco optan por cambiar el lugar de anidación para evitar a los roedores. Simplemente se quedan mirando petrificados cómo ratones y ratas devoran vivos a sus hijos. No actúan así porque sean tontos. Simplemente la evolución no los preparó para un cambio tan drástico y no saben qué hacer. Durante cientos de miles de años no debieron preocuparse de depredadores de este tipo y por lo tanto no desarrollaron actitudes defensivas para evitarlos. Pasará muchísimo tiempo antes de que la selección natural haga su trabajo y “avispe” a la especie con algún mecanismo de defensa ante esta nueva amenaza. El problema es que los petreles no tienen tanto tiempo y se encaminan casi seguramente a la extinción de no mediar la intervención humana. Los hechos lo están demostrando.
Killing rats
Por culpa de la introducción de estas especies invasoras, estos petreles desaparecieron de la isla Saint Paul y lograron sobrevivir únicamente en el islote adyacente de La Quille, libre de depredadores. En 1997 el gobierno francés, que tiene jurisdicción sobre la isla, se dio cuenta de la gravedad de la situación y decidió lanzar una agresiva campaña de exterminio que logró eliminar a las ratas y también a los conejos (no así a los ratones). Desde entonces, los petreles de MacGillivray y otras seis especies perjudicadas por los invasores parecen estar recolonizando la isla, aunque los ratones continúan siendo una amenaza.
Mientras estos petreles luchaban en Saint Paul con mamíferos exóticos que se vieron inesperadamente trasladados a miles de kilómetros de su lugar de origen, en 2014 se produjo una buena noticia para la especie. Científicos descubrieron otra población en la isla Gough, ubicada entre Sudamérica y África en el océano Atlántico. Esta población no apareció de la nada. Los priones de MacGillivray siempre estuvieron allí, pero habían sido confundidos hasta entonces con ejemplares de su especie hermana, el petrel de pico ancho (Pachyptila vitatta), que también habita en la isla.
El problema es que Gough también es una isla remota, volcánica, descubierta por los portugueses, antiguamente usada para la caza de focas, con especies raras que anidan solamente allí y, por supuesto, con ratas y ratones que llegaron con los exploradores. Por eso mismo un trabajo de 2021, que calculó las tasas de supervivencia de las crías de petrel de MacGillivray, predice que se extinguirán en esta isla si no se erradican los ratones domésticos (tarea en curso, pero que no ha sido exitosa aún).
Aunque estos petreles no se mueven por enormes distancias, a diferencia de otras aves pelágicas, abandonan sus nidos durante varios días para alimentarse en aguas oceánicas. Cuando vuelven a ellos, los espera la desolación: en muchísimos casos ya no tienen crías para cuidar ni alimentar.
Todas estas características motivaron que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza le otorgara al petrel de MacGillivray el estatus de “críticamente amenazado”, debido a que se prevé un “declive extremo” en las próximas tres generaciones por culpa de la depredación de especies invasoras.
Estos animales viven en islas muy remotas y, como dijimos, no se alejan demasiado de sus lugares de reproducción. Sin embargo, en 2022 un ejemplar de petrel de MacGillivray fue avistado en aguas uruguayas, pese a que la especie no está registrada para Uruguay ni para Argentina. ¿Cómo ocurrió? ¿Es un hecho extraño? Este es otro caso para Castelli & Muñoz, detectives ornitológicos asociados.
Visite Uruguay
En estas páginas hemos narrado ya algunas aventuras de los biólogos y observadores de aves Diego Castelli y Joaquín Muñoz, que en los últimos tiempos se convirtieron en coautores de varios artículos con primeros registros o apariciones raras de aves para Uruguay. Por ejemplo, el petrel azulado, el paiño cara blanca, la tersina y el chorlito magallánico.
A ambos les interesan mucho las aves pelágicas, que no son tan sencillas de ver, justamente porque habitan casi todo el tiempo en el mar. Cuentan con una ventaja: Joaquín ha participado como observador a bordo en flotas pesqueras en el marco del Programa Nacional de Observadores de la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara), lo que le ha permitido usar sus ratos libres para observar el mar en busca de especies raras para Uruguay.
El 21 de julio de 2022 Joaquín estaba embarcado en aguas uruguayas cuando notó, en medio de un grupo de paiños pardos y petreles dameros, un ave que le llamó la atención. Aprovechó para tomarle algunas fotos en los cuatro minutos que estuvo cerca del buque. Tras examinar las fotografías, le pareció que se trataba de un petrel de pico ancho, un hallazgo también interesante porque tampoco estaba registrado para Uruguay.
Ya en tierra firme, él y Diego se decidieron a investigar un poco más. Se contactaron, entre otras personas, con Christian Savigny, ornitólogo argentino y referente de aves pelágicas en la región. Fue Savigny quien les dio la pista de que se trataba de un ave más rara de lo que creían. Por varias características, como por ejemplo un pico mucho menos ancho, colores más blancos en la frente y otros caracteres más sutiles, descubrieron que era un petrel de MacGillivray, llamado así en honor al ornitólogo escocés William MacGillivray. Por suerte, Savigny había estado en la isla de Gough y conocía bien las características de la especie.
“Al igual que ocurre con el petrel azulado, no es tan común de ver desde los barcos en altamar. A estos petreles más chicos les suelen llamar petreles de ballena, porque en aguas profundas se los puede observar forrajeando cerca de ellas”, cuenta Joaquín.
“Hablando con Christian supimos que él ya lo había observado y fotografiado en 2017 en aguas argentinas; si bien no lo describió en ningún trabajo científico, sí lo incluyó en su guía de aves. Así que decidimos hacerle la invitación y poder compartir las fotos y registros en una sola publicación”, agrega. Esa publicación es justamente la que firman Joaquín y Diego por la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, Christian por el Proyecto Aves del Atlántico Sudoccidental y Antártida de Mar del Plata (Argentina), y Sebastián Jiménez del Laboratorio de Recursos Pelágicos de la Dinara.
Navegando aguas misteriosas
“Se conoce poco de la distribución por fuera de la zona de reproducción de esta especie en la isla de Gough. Datos de rastreo revelaron una dispersión hacia el oeste, rumbo a aguas oceánicas cerca del sureste de Sudamérica. Aquí reportamos fotografías de petreles de MacGillivray en aguas argentinas y uruguayas en marzo de 2017 y julio de 2022, que constituyen los primeros registros fotográficos para la especie en Uruguay y Argentina, donde parece estar alimentándose extensivamente luego de la temporada reproductiva”, indica el artículo.
¿Es extraño que aparezcan en aguas uruguayas? “Tanto esta especie como el prión de pico ancho son difíciles de registrar en altamar. Entonces, cuesta saber exactamente hasta dónde llegan y cuál es la distribución de estas especies. En el trabajo de rastreo con geolocalizadores que hicieron Chris Jones y colegas en 2020 vemos que las dos especies se acercan hacia este lado en el período no reproductivo, próximo a aguas argentinas y uruguayas”, apunta Diego. Su aparición, entonces, no es tan extraña.
“Son animales que usan aguas más profundas que otros que tenemos ya registrados y que aparecen más comúnmente. Si a eso le sumás que en realidad no hay mucho observador en altamar, y que entre ellos hay sólo unos pocos apasionados por las aves, se entiende más que no haya registros hasta el momento”, dice Joaquín.
El trabajo de 2020 al que alude Diego también permitió encontrar otras diferencias en estas especies hermanas. Por ejemplo, el período de cría del petrel de MacGillivray (y por ende el desarrollo de los pichones) concluye tres meses más tarde que el del prión de pico ancho. Además, prefiere aguas más frías y se mantiene más tiempo en el aire. Un trabajo similar realizado en la población de la isla Saint Paul reveló también que estos petreles vuelan más tiempo de noche cuando la luz de la luna es intensa.
Un fantasma en altamar
Si ver un petrel de MacGillivray en aguas uruguayas hoy es difícil, las posibilidades de que ocurra en el futuro no son muy alentadoras; al menos no con los ratones aún rondando la isla de Gough. Eso vuelve este avistamiento aún más relevante.
“Debido a la escasez de registros del petrel de MacGillivray en la región (mayoritariamente por rastreo y observaciones no publicadas), estos hallazgos contribuyen al conocimiento de la distribución de la especie, resaltando la importancia de la confluencia de la corriente de Malvinas y la de Brasil como área de alimentación para muchos procellariiformes”, indica el trabajo.
“Esa es una gran zona de alimentación para la fauna marina, y especialmente para petreles y albatros. Es importante poder cuidar esa zona, que también se solapa obviamente con la pesca”, dice Joaquín.
Pese a que con este avistamiento el petrel de MacGillivray se suma a las aves registradas en nuestro país, lamentablemente no hay mucho que podamos hacer por esta especie, que comienza a pisar la cornisa de la existencia.
La clave está en las acciones que puedan llevarse a cabo en los dos grupos de islas que habita en el Atlántico y el Índico, bajo dominio de Francia e Inglaterra, respectivamente. El principal aporte local, como apunta Joaquín, es brindar nueva información, algo que hace este trabajo. O, como sugiere la publicación, realizar también una revisión de los priones de pico ancho registrados en el océano Atlántico, ya que puede haberse “colado” por allí algunos de MacGillivray.
Petreles como este enfrentan igualmente algunas amenazas en nuestras aguas. “Un tema importante a mejorar para las aves pelágicas es el impacto de la pesca, especialmente la pesca de arrastre y palangre. Recién está comenzando a despertar la idea del uso de artefactos para mitigar la captura accidental, que es uno de sus principales problemas”, dice Joaquín.
Lo que es claro es nuestra obligación de hacer algo para resolver el lío en el que el petrel de MacGillivray está metido sin quererlo. “Claramente la solución debe salir de nosotros, los humanos”, acota Joaquín.
La introducción de especies invasoras en ambientes prístinos, como lo es una isla remota en el océano, se parece ya a la moraleja que deja aquella vieja historia hebrea del almohadón de plumas y el hombre al que le gustaba esparcir rumores. El castigo que se le impone al chismoso es romper un almohadón, esparcir las plumas al viento y luego buscarlas una a una para volver a meterlas dentro de la tela. Así de difícil es reparar el daño una vez que, por ignorancia, descuido o desinterés, trasladamos especies a ambientes que no están acostumbrados a lidiar con ellas.
Artículo: First records of Macgillivray’s prion Pachyptila macgillivrayi in Uruguayan and Argentine water
Publicación: Ornithology Research (setiembre de 2023)
Autores: Joaquín Muñoz, Christian Savigny, Diego Castelli y Sebastián Jiménez.