Para escuchar a las corvinas negras y entenderlas no se necesitan superpoderes como los de Aquaman. Durante mucho tiempo pensamos que este pez de nuestras costas, que en ocasiones supera el metro y medio de largo y los 40 kilos de peso, pertenecía a la misma especie que nada en el Atlántico norte, desde Massachusetts hasta el golfo de México. Pero las corvinas negras del sur nos estaban diciendo otra cosa, como descubrimos gracias a los oídos atentos de los científicos.
Que la corvina negra es capaz de hacer sonidos potentes no es ningún secreto. Los pescadores que tanto codician este enorme pez, con la suficiente fuerza como para hacerlos sentir un rato como “el viejo” del famoso relato de Ernest Hemingway, suelen escucharlos con frecuencia. La corvina negra tiene músculos fuertes con los que emite una llamada de defensa o “disturbio” similar a un ronquido, pero que se vuelve más “musical” cuando llega la hora del cortejo sexual (al igual que pasa con algunos humanos).
En esos casos, los machos emiten una suerte de “tamborileo”, como describe el escritor Mario Delgado Aparaín en su relato El canto de la corvina negra, aunque se parece más bien a un recital de percusión tocado bajo el agua. En 2010, los investigadores uruguayos Javier Sánchez Tellechea y Walter Norbis, del Laboratorio de Fisiología de la Reproducción y Ecología de Peces de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, unieron fuerzas con colegas extranjeros y decidieron escuchar con atención estos cantos. Al compararlos con los de las poblaciones de corvinas del norte se percataron de que la “canción” del sur era otra. Las “llamadas” de nuestros ejemplares duraban tres veces menos que las de los del norte, lo que sugería que quizá se tratara de dos especies distintas.
Su hipótesis fue corroborada luego por María de las Mercedes Azpelicueta, de la Facultad de Ciencias Naturales de La Plata (Argentina), que en 2019 redescribió la especie que habita desde Río de Janeiro al sur de la provincia de Buenos Aires. Además de sus cantos, encontró diferencias genéticas y morfológicas que le permitieron establecer una nueva especie para el sur, Pogonias courbina, mientras que la del norte mantuvo el nombre Pogonias cromis. Saberlo no sólo nos permite evitar una crisis de identidad a nuestras corvinas negras, sino también abrir la puerta para investigar más sobre ellas y su estado de conservación, que es exactamente lo que hace un artículo de reciente publicación.
Al compás del tamboril
Cuando la corvina negra del sur cambió su cédula de identidad, la hoy bióloga Lucía Anza, de la Sección Genética Evolutiva de la Facultad de Ciencias, realizaba ya su tesis de grado sobre esta especie. Tenía varios motivos de interés para relevarla y determinar su estado actual de conservación, que sólo aumentaron cuando se descubrió que estábamos en realidad frente a dos especies.
Para entenderlo basta mirar a Brasil. La corvina negra es longeva, tiene un crecimiento lento y una fecundidad relativamente baja, todas características que la vuelven vulnerable a la sobrepesca y colaboran en su escasa capacidad de reposición de biomasa. En la costa brasileña, la pesca sin control desde los años 40 a los 80 del siglo XX llevó a un gran declive en las poblaciones (se calcula que se redujo 80% en sólo cuatro décadas) del que no han podido recuperarse. Debido a eso, en ese país se la considera una especie en la categoría “en peligro” de extinción, mientras que a nivel general es catalogada como “vulnerable” por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. “En Brasil hoy sólo se capturan ejemplares juveniles o adultos de tamaño pequeño. Tan es así que importan corvinas negras de Uruguay y Argentina”, explica Lucía.
“No es una especie muy estudiada teniendo en cuenta su importancia comercial como recurso, que es muy consumida y que tiene mucho valor para la pesca deportiva por su gran tamaño. Obviamente también es una pieza importante en la cadena alimenticia y puede generar impactos en el ecosistema en caso de desaparecer”, agrega.
Su ciclo de vida tiene un eslabón particularmente débil, que la hace muy vulnerable. Pese a ser una especie marina, se acerca a las bocas de ambientes estuarinos para desovar (como la laguna de Rocha o el Río de la Plata en nuestro país), ocasión en la que forman grandes agregaciones. En el Río de la Plata, por ejemplo, esto ocurre de octubre a diciembre. “Los pescadores aprovechan estos momentos para pescar y de este modo pueden alterar los eventos de reproducción de la especie”, dice Lucía.
Para evitar lo que ocurrió en Brasil, Uruguay impone una veda precautoria anual que suele ir desde mediados de noviembre hasta finales de diciembre y que prohíbe la extracción de la especie en todos los ríos y arroyos que desemboquen en el Río de la Plata y en el océano Atlántico, debido a “la necesidad de asegurar la sustentabilidad del recurso para las futuras generaciones”.
Esta medida necesaria no ha evitado que se formen agregaciones de pescadores, casi tan grandes como las de las corvinas, que buscan hacer su agosto (o su octubre, en todo caso). En el puente viejo de Santa Lucía, por ejemplo, suele verse a una gran masa de pescadores probando suerte y cometiendo así una doble infracción, porque por motivos de seguridad no se puede pescar desde lo alto del puente.
El combo de pesca indiscriminada y desconocimiento de aspectos básicos de la biología de la especie no augura nada bueno para el futuro de la corvina negra. Por eso mismo, Lucía y sus colegas Néstor Ríos y Graciela García, de la Facultad de Ciencias, y Graciela Fabiano, de la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara), realizaron un estudio genético de ejemplares de corvina negra en varios puntos de muestreo a lo largo de su distribución. ¿El objetivo? Comprobar la variabilidad genética de las poblaciones y ver si, al igual que las corvinas, es necesario emitir un llamado de advertencia.
Separadas al expandirse
“Saber esto es importante. La corvina negra está muy poco estudiada en Uruguay, y esta en particular es una información que falta; no había una evaluación reciente de la diversidad en nuestras costas, que es un poco a lo que apunta nuestro trabajo: ver los niveles de variación, si hay motivos para alarmarse, si hay diferentes subpoblaciones o stocks en el Río de la Plata y las costas uruguayas del océano Atlántico, y saber si hay que desarrollar medidas de manejo particulares para cada stock”, explica Lucía.
Los investigadores usaron dos marcadores de ADN mitocondrial (el que se transmite por herencia materna) para estudiar la variación genética en la costa uruguaya y áreas cercanas, aunque tal como aclara Lucía, se trata sólo de un trabajo preliminar que deberá ser complementado con muestreos que incluyan más individuos. También usaron estos marcadores para estudiar el tiempo de divergencia de las dos especies de corvina negra.
Tomaron 38 muestras de Pogonias courbina obtenidas en Montevideo, Maldonado y Rocha, a las que sumaron 24 secuencias de Mar Chiquita (Argentina), Partido de la Costa (Argentina) y San Pablo (Brasil), y otras 61 secuencias de la especie norteña Pogonias cromis (de México y Estados Unidos).
Las primeras conclusiones del trabajo ya son interesantes. Pudieron determinar que las dos especies de corvina negra (que hasta hace poco se creía que eran una sola, recordemos) divergieron hace 1.154.800 años en el Pleistoceno, quizá a causa de un descenso de la temperatura del agua en alguno de los ciclos glaciales, que permitió que especies no tropicales pudieran dispersarse de un hemisferio a otro.
Corroboraron que hay nulo o muy escaso flujo génico entre las dos especies, que están separadas por 8.000 kilómetros de distancia y aisladas reproductivamente. Como se ve, tuvieron tiempo de sobra para aprender variaciones en sus cantos.
Los investigadores también encontraron evidencia de que nuestra corvina negra comenzó un proceso de expansión poblacional hace unos 35.000 años en el Río de la Plata y aguas adyacentes del océano Atlántico sudoccidental. En esta época ocurrieron fluctuaciones de temperatura y nivel del mar que quizá permitieron la distribución y expansión de la corvina negra y otros peces marinos.
El estudio genético corrobora además que se trata de dos especies distintas, algo no menor, y refuerza de esta forma las conclusiones a las que llegaron Sánchez Tellechea y Norbis con sólo escuchar a las corvinas. Con respecto a lo que ocurre con las distintas poblaciones de corvina negra en el sur, estos resultados preliminares son preocupantes y obligan a prestar más atención a lo que está pasando con la especie.
Aventuras y desventuras de Pepe Corvina
El estudio halló una baja diversidad genética en las poblaciones del sur, con algunas diferencias entre ellas. En algunos casos, como en Mar Chiquita en Argentina, los niveles son preocupantemente bajos, aunque Lucía aclara que hay que corroborar esto con un muestreo más exhaustivo y que use otros marcadores genéticos. Otras localidades con muy moderados niveles de variación genética fueron Maldonado y Rocha (San Pablo tuvo diversidad muy baja, pero el análisis constó sólo de dos secuencias), mientras que Montevideo mostró mejores resultados, quizá porque las muestras abarcaron distintos períodos de tiempo.
Los investigadores consideran que los factores ambientales, como la salinidad (que ya demostró que afecta el movimiento y distribución de la corvina negra del norte), podrían influir también en estas diferencias entre localidades. Montevideo está en una zona estuarina, Maldonado y Mar Chiquita presentan mayor variabilidad de salinidad por la influencia del océano, mientras que Rocha, San Pablo y Partido de la Costa se encuentran en aguas de mayor salinidad.
En resumen, el estudio revela niveles de variación genética relativamente moderados a bajos, en especial para algunas localidades. “El presente trabajo sugiere una cierta vulnerabilidad a la sobreexplotación y, por lo tanto, deberían implementarse medidas de conservación para evitar un declive poblacional de Pogonias courbina en el Río de la Plata”, advierten los investigadores en sus conclusiones.
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza es más enfática al recordar lo ocurrido en Brasil. “Esta es una clara advertencia de que la pesquería que opera en el estuario del Río de la Plata seguirá el mismo camino de declive a no ser que se implementen medidas de manejo urgentes y drásticas en el futuro próximo. Con base en la información de pesquerías y observaciones de captura, se infiere que la especie ha experimentado un declive global de entre 30% y 40% en la última generación y media (42 años), y debido a insuficientes medidas de conservación se espera que este declive continúe durante la próxima generación y media”, concluye en su evaluación.
Viva la diferencia
La sobrepesca puede ser justamente uno de los factores que produjeron esta moderada diversidad genética en la especie. “Una pesca masiva en ciertas localidades o en puntos que interconectan las diferentes localidades puede contribuir a esto, igual que las modificaciones ambientales costeras, que en ocasiones aíslan a las especies o restringen su movimiento”, aclara Lucía.
Sea cual sea la causa, la baja diversidad genética es una muy mala noticia para cualquier especie, pero sobre todo para una con características de vida que la exponen a episodios de sobreexplotación y que ya está sometida a la intensidad de la pesca comercial, la deportiva, la incidental y la extracción en ambientes someros. “La falta de diversidad puede llevar a que la especie se extinga por alteraciones en el ambiente o enfermedades. El riesgo de perder diversidad genética es que limita la capacidad de adaptación y de respuesta a los cambios que tiene una especie”, agrega. El problema es que cuando hay poca diversidad genética, si algo resulta fatal para algunos individuos, puede ser fatal para todos.
“Por eso es importante respetar la veda en Uruguay, controlar que no haya una pesca durante épocas de desove para que no ocurra lo que pasó en Brasil, donde la especie no puede recuperarse”, dice Lucía.
La veda temporal es esencial, pero hay otras medidas que podrían tomarse si se corrobora esta preocupante falta de diversidad genética en algunas localidades. Por ejemplo, que la prohibición de la pesca en los lugares de desove comience en octubre y no en noviembre, cuando ya hay grandes agregaciones de corvinas.
Otra medida que puede implementarse es imponer tallas mínimas de captura para proteger a individuos que todavía no alcanzaron la primera madurez. “Pero lo más importante es hacer cumplir la veda, que se respete. Sólo con eso estaríamos bastante bien. Y, por supuesto, monitorear la diversidad de la especie es fundamental”, concluye Lucía.
De lo contrario, nos puede ocurrir como al pescador de la fábula de Esopo, que decidió desoír las advertencias del joven pez al que atrapó en su anzuelo, que le sugirió liberarlo y esperar a recapturarlo cuando fuera mucho más grande. El pescador lo guardó en su cesta al creer que una comida modesta es mejor que nada, pero el pez para hoy bien puede ser hambre para mañana.
Artículo: Genetic diversity of the Southern Black Drum Pogonias courbina (Teleostei: Sciaenidae) from Río de la Plata and Atlantic Ocean coasts
Publicación: Pan-American Journal of Aquatic Sciences (diciembre de 2022)
Autores: Lucía Anza, Néstor Ríos, Graciela Fabiano, Graciela García.