Todo comenzó con la llegada de un monstruo.
A comienzos de diciembre de 1900, los tripulantes de la embarcación La Pajarito levantaron, a unas 25 millas náuticas de la costa uruguaya, una criatura de más de dos metros de largo y casi un metro de ancho. “Bicho igual no se ha visto aquí según opinan los entendidos”, escribía pocos días después el semanario Rojo y Blanco.
“¡Quién sabe qué azares la habrán arrastrado a estas playas, arrancándola de su guarida del fondo de los mares!”, continuaba la crónica, que adjuntaba una foto de la criatura aún viva y “en exposición” sobre unas tablas en la arena, “vejada hasta el punto en que los gastrónomos se relamen pensando qué sopa harían”. El periodista coló en su artículo algunos chistes de dudosa gracia (especialmente para el animal), pero tuvo la deferencia de notar que estaba muriendo “digna y silenciosamente ante la impertinente curiosidad del público”.
El semanario tituló aquella noticia como “La tortuga monstruo”, en un espíritu similar al de la cobertura de otros diarios que recogieron el hecho con asombro. Si bien se trataba de una rareza por entonces, no era la primera aparición de aquel animal portentoso en las costas uruguayas. En 1859 se produjo también el registro de un “monstruo marino” con las mismas características (pero aún más grande) en la Isla de Flores. Medía 2,40 metros de largo, según consta en un dibujo anotado que Alejandro Fallabrino, director de la ONG Karumbé, halló en la colección del Museo Histórico Cabildo de Montevideo.
El “monstruo marino” era en realidad una tortuga laúd o siete quillas (Dermochelys coriacea), la tortuga más grande del mundo. Su aparición en las costas uruguayas despertaba una “curiosidad impertinente” por entonces y también suele hacerlo en estos tiempos, pero sus reportes son ahora mucho más frecuentes.
Es fácil entender el porqué de esta fascinación del público. La tortuga siete quillas es una extrañeza incluso dentro del diverso mundo de los quelonios. Es la más antigua de las tortugas marinas y la única especie superviviente de un antiguo linaje que hace 110 millones de años colonizó los mares. Sobrevivió al meteorito que acabó con el dominio de los dinosaurios hace 66 millones de años y se extendió prácticamente por todo el planeta gracias a algunas características que son peculiares dentro de su familia.
“Son más parecidas a los primeros dinosaurios que las tortugas de caparazón duro”, aclara la bióloga española –y ya medio uruguaya– Gabriela Vélez-Rubio, que las estudia desde que llegó en 2009 para trabajar en Karumbé y posteriormente en la Sección Oceanografía y Ecología Marina de la Facultad de Ciencias y el Centro Universitario Regional Este (CURE) de la Universidad de la República. De hecho, es este parecido el que sigue impactando a la gente igual que a los cronistas de hace 123 años. “Recuerdo estar en la playa de Santa Teresa en enero de 2009, frente a un ejemplar varado de tortuga siete quillas, y que la gente se sorprendiera y dijera que se trataba de un dinosaurio”, cuenta Gabriela.
La tortuga siete quillas es un animal colosal, extraño y que guarda varios misterios, especialmente en regiones como la nuestra, en la que no abundan los recursos para estudiarla. ¿Por qué más de 100 años atrás eran “bichos que no se han visto aquí” y ahora se reportan tantos ejemplares varados en nuestras costas o atrapados en las redes de los pescadores? ¿Aparecen realmente más que antes o simplemente hay más registros? ¿De dónde vienen estas migradoras tenaces y qué las atrae? En un contexto crítico para las siete especies de tortugas marinas del planeta, que enfrentan problemas de conservación globales después de siglos de explotación y amenazas humanas, responder estas preguntas es más relevante que nunca.
Para echar un poco de luz en las profundidades marinas llega un trabajo que analiza datos de esta tortuga recogidos durante casi 25 años en nuestras costas. En él, Vélez-Rubio, la bióloga argentina Laura Prosdocimi (del Museo Argentino de Ciencias Naturales) y otros cinco colegas de Uruguay, Argentina y Estados Unidos, nos invitan a cruzar el Atlántico sobre el caparazón blando de estas tortugas para comenzar a desenredar algunos de sus misterios.
Un monstruo viene a verme
El caparazón blando de estas tortugas, con siete pliegues que ayudaron a darle uno de sus nombres comunes, es sólo una de las muchas peculiaridades que tiene. Son las únicas tortugas con esta característica, “que les permite una capacidad de buceo a mayor profundidad que las demás”, cuenta Gabriela. Logran sumergirse a más de 1.000 metros, aunque lo que hacen allí todavía está envuelto en el misterio.
Además, como son muy grandes y tienen una capa de grasa mucho mayor que las otras tortugas marinas, pueden resistir en zonas más frías, lo que explica que tengan también una distribución más amplia. Este fenómeno, conocido como gigantotermia, les permite mantener sus órganos internos a mayor temperatura que los de otros reptiles, más expuestos al frío o calor del ambiente.
Al igual que ocurre con las demás tortugas marinas, la siete quillas no anida en nuestras costas, aunque hay unas pocas colonias estables en Espírito Santo (Brasil). A las aguas uruguayas se acerca en busca de otros intereses: la comida. Su principal alimento son las aguavivas, en especial la aguaviva de la cruz (Lychnorhiza lucerna), abundante en esta zona.
Pese a los esfuerzos globales de conservación, las tortugas siete quillas no la están pasando bien. Son consideradas “vulnerables” por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), y la subpoblación del Atlántico Suroccidental, en particular, está en “peligro crítico”.
En nuestras aguas, algunas de las amenazas más frecuentes son la captura incidental en la pesca comercial y artesanal, la interacción con redes perdidas, la ingesta de plástico (el parecido de las bolsas de nylon con las aguavivas no ayuda) y las colisiones con buques. A nivel local, la Lista Roja de Anfibios y Reptiles del Uruguay también consigna esta especie como “en peligro crítico”.
Estos datos vuelven aún más urgente la necesidad de entender qué es lo que ocurre con estas tortugas en aguas rioplatenses. En 1900 podíamos alegar ignorancia y adjudicar a anomalías monstruosas su aparición, pero en las últimas décadas se han vuelto una presencia frecuente, como revela el trabajo de Gabriela y sus colegas.
Si bien la masividad moderna de los celulares, una actividad pesquera más intensa y una mayor presencia de seres humanos en la costa pueden ser parcialmente responsables de este aumento de los reportes, para Gabriela es probable que ahora haya más tortugas siete quillas que antes en aguas uruguayas, o al menos más varamientos. “Yo imagino que si antes se daba más o menos la misma cantidad de varamientos tendríamos más reportes en la prensa de aquella época”, señala.
Las causas de este posible aumento aún no son claras. ¿Hay un mayor número de tortugas porque se están protegiendo más las zonas de anidación, como ha ocurrido con otras especies? ¿Hay más alimento disponible para ellas? ¿Están extendiendo su rango de distribución? ¿O solamente varan más porque se enfrentan a más amenazas? “Puede ser una conjunción de todo, pero es algo súper interesante para seguir estudiando”, agrega.
Lo que sí deja claro su reciente trabajo es que las tortugas siete quillas están llegando en buen número desde hace tiempo y que se enfrentan a muchos problemas.
Hay moros en la costa
En su trabajo, los investigadores obtuvieron información de tortugas siete quillas varadas y capturadas incidentalmente en la pesca artesanal en las costas uruguayas entre 1997 y 2021 (no usaron datos de la pesca industrial). Realizaron análisis genéticos de varios ejemplares para determinar su origen y diversidad, identificaron en qué fase del ciclo de vida se encontraban, estudiaron la distribución espacio-temporal y las amenazas asociadas.
Lo primero que deja claro el estudio es que no estamos ante casos aislados de “tortugas monstruosas”. Entre 1997 y 2021 registraron 223 tortugas siete quillas varadas –por lo tanto, con problemas– y otras 20 capturadas incidentalmente por pescadores. La mayoría eran ejemplares adultos o juveniles grandes, con caparazones cuyas longitudes variaban entre 1,10 y 1,70 metros.
La mayoría de estas tortugas –más de 60%– aparecieron en la zona oceánica que va desde Punta del Este a Chuy. Cerca de 27% lo hicieron en la zona estuarina externa (desde Montevideo a Punta del Este) y 11% en la zona estuarina interna (la franja costera que va desde Montevideo a Nueva Palmira).
Los registros fueron más frecuentes en otoño (40,8%) y en verano (32,3%). Sólo 11% corresponde al invierno, lo que demuestra que estas tortugas podrán resistir temperaturas más bajas que las demás pero tampoco son tontas. Esta variabilidad estacional, en realidad, está probablemente relacionada con la búsqueda de alimento: los registros frecuentes de tortugas siete quillas en costas uruguayas en estos meses coinciden con la mayor presencia de sus aguavivas preferidas entre enero y abril, aunque Gabriela aguarda ahora datos de la Red de Avistamientos de Medusas para establecer una correlación más precisa entre ambos hechos.
Las variaciones de nutrientes y de salinidad provocadas por la descarga del Río de la Plata y sus interacciones con el océano tienen mucho que ver en ello, apunta el trabajo, ya que modifican la cantidad de alimento disponible. El ingreso de agua oceánica y salada al Río de la Plata, por ejemplo, favorecería las incursiones de esta tortuga a la zona estuarina en busca de la acumulación de aguavivas u otros organismos gelatinosos, a tal punto que Kiyú, en San José, es un lugar donde se las ve con cierta frecuencia.
2008, año en el que se registró una productividad alta y mucha pesca, por ejemplo, fue también el año con el máximo pico de varamientos de estas tortugas en todo el período estudiado (cerca de 40). “El alimento que ellas buscan aparece en los meses en que el agua está más cálida y cuando más pesca hay, porque la pesca está también condicionada por la existencia de los recursos, a su vez influidos por las condiciones oceanográficas”, explica la bióloga Laura Prosdocimi. En otras palabras, lo mismo que atrae a los pescadores –la alta disponibilidad de presas– atrae a las tortugas, lo que constituye un problema para ambas partes.
Las aguas uruguayas son el equivalente de un gran restaurante que atrae a las tortugas siete quillas y les ofrece su plato favorito, pero a costa de varios peligros. Que te inviten a cenar gratis y rico parece tentador, pero no es tan buen negocio si dos por tres aparece plástico en el plato, la camioneta del local te atropella al llegar o los mozos usan redes para retirarte violentamente del salón.
Un matrimonio inconveniente
De las 223 tortugas varadas que reporta el estudio, sólo 13 fueron encontradas vivas (se les dio asistencia veterinaria y se las liberó). Del resto, sólo se pudo establecer la causa de muerte en poco menos de 10% de los casos. 16 ejemplares tenían marcas de captura incidental por pesca (como presencia de anzuelos, cuerdas u otros artículos), cuatro de colisiones con buques y uno de redes fantasma. Esta cifra está probablemente muy subestimada, ya que la pesca de arrastre también afecta a esta especie pero no deja marcas en el cuerpo.
“Los choques con embarcaciones no son tan comunes, pero los estamos empezando a ver. Aunque llama mucho la atención, porque ves tortugas frescas de 400 kilos cortadas al medio, no es raro; esta especie se acerca a la costa y queda en medio de una gran autopista de cargueros que hay en el río de la Plata”, explica Gabriela.
Es complejo saber exactamente por qué vara una tortuga siete quillas cuando no tiene marcas evidentes de interacción. Los investigadores encontraron restos de plástico en el interior de algunas, pero el tamaño descomunal de estas tortugas y el avanzado estado de descomposición de varios ejemplares no facilitan la realización de necropsias. Tanto Gabriela como Laura coinciden en que la captura incidental en la pesca es una de las mayores amenazas en la región y también globalmente. Y aunque muchas de las tortugas son capturadas vivas y devueltas al mar, pueden estresarse, lastimarse o debilitarse en el procedimiento, lo que explicaría muchos varamientos.
“Eso deja en claro la importancia de trabajar junto con los pescadores, porque al final son los que están en contacto todos los días con las tortugas y ninguno quiere capturarlas; hay que colaborar con ellos y darles herramientas para evitar lo que es un problemón”, señala Laura.
Para las tortugas, igual que para otros animales marinos amenazados, como las franciscanas y las marsopas, el desafío principal es específicamente la pesca artesanal. La solución, apuntan las investigadoras, no es impedir una actividad socioeconómica que sustenta a muchas familias, sino tener a quienes la practican como aliados. Sobre todo porque el impacto de la pesquería no sólo afecta a las tortugas de nuestras aguas, como queda claro al descubrir de dónde vienen estas formidables nadadoras.
Pasión por África
En 1900 un cronista podía preguntarse extrañado “de qué guarida del fondo del mar” vendría un animal tan curioso e incluso asegurar que era imposible saberlo. Hoy la genética nos permite realizar un viaje a través del Atlántico para descubrirlo. Las tortugas también colaboran, hay que reconocerlo. Son altamente filopátricas, forma científica de expresar que tienden a volver a su lugar de nacimiento para reproducirse o desovar. Las tortugas siete quillas tienen esta característica menos acentuada que sus primas, pero aun así nos pueden dar información valiosa sobre su procedencia.
“Si sabemos cuál es la estructura genética de las poblaciones de las distintas playas de anidación y analizamos el ADN de los ejemplares que aparecen en nuestras aguas, que son zonas de alimentación con animales provenientes de diferentes lugares, podemos deducir de dónde vienen”, explica Laura. Eso fue exactamente lo que hicieron las autoras que lideraron el trabajo. Realizaron exámenes genéticos a 59 de las tortugas siete quillas halladas en Uruguay y analizaron los haplotipos encontrados.
Las tortugas siete quillas que vemos en costas rioplatenses son verdaderas migrantes. Se estima que 94% de ellas proviene de las playas africanas de Gabón y Ghana, un resultado consistente con los estudios hechos en Argentina y Brasil. Se encontraron también algunos haplotipos raros, como uno aún no descrito en ninguna zona y otro que sólo apareció en playas del océano Índico, pero estas anomalías no se deben a tortugas que vienen de lugares misteriosos o muy lejanos, sino probablemente a la escasez de estudios genéticos en muchas playas de anidación. No sólo en el Río de la Plata hay falta de estudios.
Las investigadoras están ampliando ahora el trabajo genético para contar con datos más precisos. Hasta ahora usaron ADN mitocondrial, que es el que se transmite por línea materna, pero con el análisis de marcadores nucleares podrán ir más a fondo y descubrir cuál es el aporte de las colonias brasileñas y diferenciar mejor incluso entre los datos de las playas africanas. “Eso nos va a dar muchas más herramientas a la hora de empezar a pensar estrategias de conservación”, dice Laura, una frase que revela cuál es el verdadero problema de las tortugas siete quillas y de las marinas en general: se necesita mucha colaboración entre distintas regiones del planeta. Lo que no se haga aquí impactará en otros lados y viceversa. Y en esa ecuación, nuestras aguas están demostrando ser más importantes de lo que creíamos.
El restaurante del fin del mundo
“Una de las conclusiones más importantes de este trabajo es que el Río de la Plata es un área de alimentación muy importante y estable para esta especie. Antes, tanto para esta especie como para otras tortugas marinas, no se la consideraba así. Este trabajo muestra que las tortugas vienen mucho y vienen siempre, y que por lo tanto hay que tenerlas en cuenta para las medidas de manejo”, concluye Gabriela.
“Si bien siguen viniendo e incluso hay más tortugas, existe una presión de amenazas y unos riesgos altos porque no se están tomando medidas de mitigación en ninguno de los dos países (Uruguay y Argentina) para esta especie”, matiza.
En sus conclusiones el trabajo remarca “la importancia de las aguas uruguayas para esta especie amenazada, incluyendo el Río de la Plata, un hotspot o foco costero para juveniles grandes y adultos en el Atlántico Suroccidental”. Agrega que los resultados “ilustran la necesidad de coordinar esfuerzos de conservación a través de las áreas de alto uso y los corredores migratorios que conectan las aguas territoriales de los tres países en el Atlántico Suroccidental (Brasil, Argentina y Uruguay) así como los países distantes en las áreas de reproducción del oeste africano”.
“Yo me tomé el atrevimiento de compartir este trabajo con la parte argentina de la Comisión Técnica Mixta del Frente Marítimo, explicando que es un nuevo aporte para la región y que tendríamos que empezar a pensar en un plan conjunto para tortugas y mamíferos marinos, que comparten los mismos problemas. No tiene por qué ser algo extremo, pero sí, por ejemplo, implementar alguna clase de OMEC [Otras Medidas Efectivas de Conservación Basadas en Áreas], que no son áreas marinas protegidas sino áreas con alguna clase de manejo que favorece la protección de especies. Es un tema complejo porque no es visto como parte del desarrollo de una política global de Estado y porque para muchos que trabajan a ese nivel una tortuguita no es nada”, se lamenta Laura.
Esta tortuguita en cuestión resistió más de un evento de extinción masiva y cambios drásticos en el clima desde que está en el planeta. Que desaparezca “digna y silenciosamente ante la curiosidad del público”, por usar una expresión de cronista de 1900, sería un triste testimonio del poder de la acción (e inacción) humana.
Artículo: Natal Origin and Spatiotemporal Distribution of Leatherback Turtle (Dermochelys coriacea) Strandings at a Foraging Hotspot in Temperate Waters of the Southwest Atlantic Ocean
Publicación: Animals (abril de 2023)
Autores: Gabriela Vélez-Rubio, Laura Prosdocimi, Milagros López-Mendilaharsu, María Noel Caraccio, Alejandro Fallabrino, Erin LaCasella y Peter Dutton.