La vida de los observadores de aves no era sencilla antes del siglo XX. No gozaban de las facilidades del transporte moderno, no poseían los potentes y compactos binoculares de estos días y mucho menos cámaras capaces de retratar con todo detalle a animales muy lejanos. Dependían de sus dotes de observación y de sus apuntes, que podían fallar en el caso de especies crípticas. El asunto era aún más complicado si pretendían registrar los ejemplares que veían, en cuyo caso necesitaban recolectar alguna evidencia física.

Tomemos el ejemplo del inglés Oliver Aplin, un naturalista enviado a Uruguay en 1892 por el Museo Británico para obtener más información sobre la avifauna uruguaya. Para llegar a nuestro país tuvo que hacer un viaje en barco de más de un mes, luego una cuarentena de ocho días frente a Buenos Aires y finalmente tomarse un vapor hasta Montevideo. En Uruguay tuvo que usar trenes y diligencias para moverse con lentitud por los sitios de interés para sus colectas (como por ejemplo la estancia de Félix Buxareo en Soriano).

En sus siete meses en el país colectó 216 especímenes correspondientes a 93 especies. Sin embargo, en sus anotaciones incluyó en total 139 especies, ya que sumó varias que había observado pero de las que no tenía pruebas para presentar al Museo Británico. Por ejemplo, escribió brevemente sobre el paiño cara blanca (Pelagodroma marina), al que supuestamente vio frente a costas uruguayas durante el regreso en barco a Inglaterra. Decimos “supuestamente” porque su relato no da grandes certezas.

“A 113 nudos de Montevideo vi un petrel que creo era de esta especie”, escribió. Sus datos son confusos ya desde el momento en que usa la palabra “nudos”, una unidad de medida de velocidad, para hablar de distancia. Mencionó luego que vio otros cuatro o cinco ejemplares de esta especie frente a la isla de Palma y que estaba “casi seguro” de su identidad.

Gracias a este reporte algo dudoso de Aplin, desde entonces el paiño cara blanca ha sido mencionado como parte de la avifauna uruguaya, aunque sin evidencias tangibles que lo demuestren. La falta de registros documentados tampoco es insólita. Esta especie pasa casi toda su vida en el mar y sólo se acerca a la costa para poner sus huevos –o más bien un único huevo– en zonas arenosas o grietas entre las rocas, algo no reportado en Uruguay. La subespecie que suele verse en el Atlántico Sur anida en las islas Gough, Inaccesible y Nightingale del archipiélago Tristán de Acuña, en medio del océano Atlántico entre Sudamérica y África. Desde allí migra tanto hacia Sudáfrica como hacia Sudamérica, donde se la ha visto incluso en Tierra del Fuego. Es rara en estas latitudes, pero por lógica debería aparecer también cada tanto en nuestras aguas. Esto mismo es lo que estaba en mente de Castelli & Muñoz, detectives ornitológicos asociados.

Siga a ese paiño

Diego Castelli y Joaquín Muñoz, observadores de aves y biólogos (o casi biólogo en el caso de Diego, en plena tesis de licenciatura en la Facultad de Ciencias), se han ganado ese mote detectivesco en esta sección por su dedicación a registrar formalmente algunas especies de aves que no han sido reportadas para Uruguay o que poseen nulos o escasos registros documentados.

“Nos interesa rellenar esos vacíos que hay a veces, porque suele pasar que de algunas especies hay menciones o fotos pero no una cita formal para el país. Y si el día de mañana querés, por ejemplo, hacer una lista de especies amenazadas de determinada zona, necesitás tener registros formales con el contexto adecuado y siguiendo las pautas de un artículo científico”, cuentan ambos.

Paiño cara blanca,
Foto: Joaquín Muñoz

Paiño cara blanca, Foto: Joaquín Muñoz

Los dos recorren mucho el país, ya sea por tierra o por mar, siempre atentos a lo que los rodea y con el ojo entrenado para captar algo que salga de lo habitual. El paiño cara blanca, por ejemplo, estaba entre sus “candidatos a aparecer” desde hacía mucho.

“Hablamos mucho del paiño con el biólogo Sebastián Jiménez, quien fue mi tutor de tesis, porque es una de esas especies que supuestamente está acá, pero no está”, explica Joaquín. A Jiménez, que es integrante de la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (DINARA), también le parecía curioso no haberlo visto nunca pese a embarcarse con cierta frecuencia.

Joaquín, que participa como observador a bordo de flotas pesqueras en el marco del Programa Nacional de Observadores de la DINARA, tomó cada rato libre de sus salidas al mar como una oportunidad para dar captura a este elusivo paiño. Observaba atentamente todas las agregaciones de aves con binoculares y cámara en mano, una tarea nada sencilla porque son animales bastante rápidos y que pueden quedar ocultos por los paiños pardos (Oceanites oceanicus, también llamados petreles de tormenta), que suelen aparecer en grandes cantidades a cierta distancia de los barcos.

El 20 de julio de 2022 estaba dedicado a esa tarea junto a su amiga y bióloga Lucía Frones cuando notó algo extraño en un grupo de cientos de petreles de tormenta, a unos 170 kilómetros de la costa uruguaya. “Vi como un flash medio rápido de algo diferente pero lo perdí. Luego volví a verlo con los binoculares y noté un movimiento diferente, un bicho distinto al abundante paiño pardo”, cuenta.

El paiño cara blanca, tal cual su nombre indica, se diferencia de sus parientes pardos por el color claro de la cara y del vientre. Es también un poco más grande y tiene un estilo de vuelo más errático. Fue este pantallazo pálido en la masa oscura lo que llamó la atención de Joaquín, que ante la emoción de ver al animal que buscaba desde hacía tanto tiempo se puso nervioso y no lograba enfocarlo bien.

El estrés no era necesario. Efectivamente se trataba de un paiño cara blanca, que se quedó durante unos 55 minutos a unos 80 metros de distancia, al alcance de sus binoculares y cámaras. Tanto él como Lucía pudieron tomarle varias fotografías y evitaron de este modo que el biólogo sufriera un surmenage.

Las aves siempre premian al observador atento, como quedó claro cinco días después. Joaquín, que seguía embarcado en la misma campaña, se encontró nuevamente con un solitario paiño cara blanca entre muchos petreles de tormenta. Pudo tomar varias imágenes nuevas, aunque no con la claridad suficiente para discernir si se trataba del mismo ejemplar u otro.

En sólo cinco días, entonces, Joaquín y Lucía lograron obtener los primeros registros documentados de esta especie para Uruguay, 130 años después de que Aplin hiciera sus observaciones en alta mar. Pero como sacar fotografías de aves y hacer ornitología no es lo mismo, su labor recién comenzaba. Junto a Diego Castelli y Sebastián Jiménez elaboraron un artículo que se convirtió en el primer registro formal para la especie en Uruguay.

La mar estaba serena

“Aunque varios cientos de conteos de aves marinas se han realizado durante los últimos 17 años en actividades de pesca de palangre y pesca de arrastre, que operan en la plataforma marítima uruguaya, esta especie nunca se había registrado antes”, apuntan en su artículo.

Agregan que los movimientos de esta especie en el océano Atlántico son poco conocidos y que en el Atlántico suroccidental el único registro al norte de Uruguay corresponde a un ejemplar reportado en Bahía (Brasil) perteneciente a otra subespecie, un indicio de la rareza del paiño cara blanca en la región.

Para Diego y Joaquín, además de su rareza otros factores influyen en que no se lo haya documentado hasta ahora. “Hay un sesgo en alta mar, por los pocos observadores que hay (en comparación con lo que ocurre en tierra), además de la dificultad de identificar aves tan veloces desde un barco en constante movimiento”, apunta Joaquín. Para Diego, “este tipo de aves típicamente pelágicas no frecuentan la costa, a no ser que veas alguna varada luego de una tormenta”.

Petrel azul.

Petrel azul.

Foto: Joaquín Muñoz

Quizá por eso es notable el magnetismo –o la persistencia y el poder de observación– que han demostrado tanto Joaquín como Diego a la hora de buscar aves raras en Uruguay. No hay mejor prueba de ello que la salida en barco en la que Joaquín pudo fotografiar por primera vez al paiño cara blanca; en esa misma ocasión avistó otra ave no reportada para el país (en cuyo registro ambos trabajan en reserva) y también otra especie muy elusiva en la que ya venían trabajando. Es que el petrel, aparentemente, busca al biólogo entusiasta.

Un petrel pardo y otro azulado

En junio de 2021, en una de sus primeras salidas como observador en flotas pesqueras del cangrejo rojo, Joaquín sacó unas cuantas fotos de las aves que vio mientras se encontraba a bordo. Entre ellas, un petrel azulado (Halobaena caerulea), una pequeña ave pelágica que se reproduce principalmente en islas remotas del hemisferio sur, que es escasa en Sudamérica y pasa casi toda su existencia en alta mar.

Este petrel se mantuvo a unos 20 metros de distancia del barco durante unos 50 minutos, alimentándose de descartes junto a albatros y petreles grandes. A Joaquín le llamó la atención que, pese a su tamaño más pequeño, competía exitosamente por la comida con los petreles dameros (Daption capense).

Creyó que se trataba de una especie bastante común para Uruguay, pero cuando más tarde le comentó el reporte a Sebastián Jiménez y a su socio Diego se enteró de que era en realidad un ave rara en el país, que a diferencia de muchos petreles y albatros no suele acercarse a los barcos. Existía un sólo registro publicado, realizado en 1975 por Juan Cuello con base en un ejemplar hallado en la boca del Arroyo Pando en 1973.

El tema podría haber quedado allí, pero el petrel parecía empecinado en que hicieran algo con él. Por aquella época, Diego estaba realizando taxidermia en el Museo Nacional de Historia Natural junto a Washington Jones (encargado de la colección de aves del museo y detective ornitológico senior).

Cuando abrió un freezer del museo para elegir un nuevo espécimen para continuar su tarea, se encontró sorpresivamente con un petrel azulado, el animal del que venía hablando con Joaquín. Se enteró entonces de que correspondía a un ejemplar hallado muerto en 2016 en la playa de Bella Vista en Maldonado, todavía no clasificado en el museo.

Castelli & Muñoz sumaron dos más dos, o literalmente uno más uno en este caso, y decidieron investigar un poco más sobre la presencia del petrel azulado en el país. “Supuestamente se sabía muy poco de esta especie en Uruguay y de pronto teníamos dos registros nuevos, el de Joaquín y el nuevo del museo”, comenta Diego. Durante sus pesquisas hablaron con expertos en aves pelágicas, como Martin Abreu y Philip Miller, y revisaron también los repositorios online en busca de otros reportes sin publicar.

Descubrieron que el propio Abreu había recogido un ejemplar varado en la Barra de la Laguna de Rocha en 2005 y otro en La Paloma en 2018, moribundo y con restos de aceite, que intentó recuperar sin éxito. Abreu incluso conservaba el cuerpo congelado de este último, que donó a Diego y a Joaquín para que hicieran la taxidermia correspondiente.

“Nos llamó la atención que todos esos ejemplares, incluyendo el primer registro, eran de bichos que aparecieron varados, pero el reporte de Joaquín era de un animal sano, en buenas condiciones, que aparecía en alta mar. No era simplemente un ave que venía a morir acá, que era lo que se sabía hasta el momento, sino que andaba volando tranquilamente”, cuenta Diego.

Es, sin embargo, una especie más común al sur del continente. “También nos pareció curioso eso, porque es raro que venga tan hacia el norte. De hecho, en Brasil hay sólo tres registros, y en el centro/norte de Argentina son muy escasos”, señala Diego.

Los investigadores prepararon el ejemplar y constataron que tenía varios restos de plástico en el estómago. Todas las piezas fueron encajando, porque Joaquín realizaba en ese momento su tesis de licenciatura sobre presencia de plásticos en procellariformes, el orden que reúne a petreles, pardelas, albatros y paiños. “Es el orden de aves más amenazado a nivel global, tanto por la captura incidental, la presencia de animales exóticos en las colonias de nidificación y el cambio climático. Además la alta retención de plásticos en este grupo podría constituir una fuente adicional de mortalidad para algunas poblaciones. Son aves súper sensibles y muy buenas indicadoras del estado de contaminación de los océanos, porque sí o sí se alimentan en altamar y pasan el 90% de tiempo en el agua”, explica Joaquín.

Petrel azul.

Petrel azul.

Foto: Joaquín Muñoz

Azul hoy es tu día

Contaban ya con cuatro nuevos registros, incluyendo las fotografías de Joaquín, pero faltaba el broche final. “Ya estábamos escribiendo el artículo cuando volví a embarcarme en julio de 2022, casi en la misma zona. Y lo volví a ver. Tenía ya una cámara mejor y pude sacarle una buena foto. Ese fue el mismo viaje en el que apareció el paiño cara blanca. Para nosotros fue como el empujón para darle cierre al artículo con un último registro”, agrega Joaquín.

Estos cinco registros “actualizan el estatus del petrel azulado en Uruguay e incluyen las primeras observaciones en el mar en el país”, señala el trabajo. Dados los escasos registros en la región norte del Atlántico Sudoccidental, “todavía se la considera únicamente una especie ocasional en Uruguay, asociadas a las aguas frías de las Malvinas que llegan hasta el sur de Brasil”, prosiguen los investigadores.

Aunque destacan que es rara y ocasional, los investigadores aclaran que la especie puede estar subregistrada porque se asocia generalmente a “priones de tamaño y plumaje similar, lo que significa que se lo puede pasar por alto, especialmente a largas distancias”. Además, el trabajo reitera que no suele acercarse a los barcos pesqueros, “reduciendo así las posibilidades de observarlo en el mar”, y aconseja realizar nuevos esfuerzos de muestreo para “agregar un poco más de luz a la presencia de la especie en la región”.

Estos dos artículos sobre el paiño cara blanca y el petrel azulado refuerzan el conocimiento y la bibliografía formal de las aves pelágicas en el país, pero también demuestran cuán gratificante puede ser la observación de aves en el Uruguay. “Te permite estar en contacto con la naturaleza, desarrollar otros sentidos (como el del oído) y dar visibilidad a la ciencia ciudadana, entre montones de beneficios”, dice Joaquín.

Para Diego, esta actividad aporta también a la salud mental, invita a recorrer paisajes desconocidos del Uruguay y te vuelve mucho más atento y sensible al entorno.

“Las aves siempre te sorprenden”, resumen ambos. También demuestran que incluso en estos tiempos, en los que todo parece ya explorado, un mundo de conocimiento y belleza espera ser descubierto literalmente frente a nuestras narices.

Artículo: “First documented records of white‑faced storm‑petrel Pelagodroma marina for Uruguay”
Publicación: Ornithology Research (abril 2023)
Autores: Joaquín Muñoz, Lucía Frones, Diego Castelli, Sebastián Jiménez.

Artículo: “New records of Blue Petrel Halobaena caerulea in Uruguay”
Publicación: Bulletin of the British Ornithologists’ Club (marzo 2023)
Autores: Joaquín Muñoz, Diego Castelli, Sebastián Jiménez, Martin Abreu.