Nuestra fauna nativa necesita un especialista en marketing. Como buenos uruguayos, los animales que la integran tienen un perfil bastante bajo y no son de hacerse ver. A diferencia de muchos de sus pares tropicales, que se exhiben en forma exuberante en las selvas y aportan lo suyo al incentivo del turismo local, los nuestros no hacen grandes ostentaciones. Esta es sin dudas una actitud prudente que los ayuda a pasar inadvertidos, pero ha generado la impresión errónea –en muchas personas– de que tenemos una fauna escasa y poco diversa.

Los animales asociados a la “marca país” son por lo general exóticos y de producción, como vacas y ovejas, que se han convertido además en los representantes más notorios de nuestros pastizales, pese a que estos ecosistemas albergan también una comunidad rica de aves, insectos, arácnidos y mamíferos autóctonos.

Quizá por eso es bastante común que niños, niñas y también adultos uruguayos estén más habituados a conocer y reconocer especies de otras regiones con mucha más prensa, como leones, monos, jirafas, tigres o cebras, entre tantos otros, que a los animales que comparten con nosotros el territorio, algunos de ellos tan carismáticos o llamativos como sus parientes más famosos. Tiene sentido, porque desde chicos estamos rodeados de documentales, libros y también textos educativos que nos hablan de estas especies lejanas y no de las que podemos ver al salir de nuestras casas (o a veces sin siquiera salir: simplemente mirando por la ventana o incluso dentro de ellas).

Para tener encuentros cercanos con animales increíbles no tenemos que irnos al Amazonas, a Australia o a África. Aunque sean desconocidos para muchos uruguayos, o no se dejen ver tan fácilmente, los animales nativos saben premiar al observador paciente y dispuesto a trillar caminos.

Hasta hace unos años, el fotógrafo Diego Battiste desconocía también buena parte de la fauna que habita nuestro territorio, pese a que es un apasionado de la naturaleza que de chico solía acampar y recorrer en canoa el río Santa Lucía. Su carrera profesional como fotógrafo, en realidad, estaba ligada a otro tipo de criaturas difíciles de registrar, a juzgar por la icónica foto del caso Pluna que tomó en 2012 en la que un desencajado Fernando Lorenzo, entonces ministro de Economía, almorzaba con el empresario Juan Carlos López Mena y su séquito.

Todo cambió con la pandemia. Los días de encierro despertaron en él la necesidad de buscar espacios abiertos y conectarse con el mundo natural a través de la fotografía. Comenzó a salir entonces con su cámara y su bicicleta a recorrer lugares de Montevideo con buena presencia de aves, como la cantera del Parque Rodó o el Parque Rivera. Recuerda haber sacado en esos primeros tiempos una foto especialmente buena de un pato Marrueco (Anas platyrhynchos), en la que se lo ve reflejado en el agua con todo su color. En el proceso de buscar información de esta y otras especies que retrataba se la mostró al fotógrafo de fauna Marcelo Casacuberta, que le advirtió que aquel era un animal exótico.

Hizo entonces un clic. Pasó a investigar seriamente sobre las especies autóctonas que podía encontrar en el país y a buscar lugares interesantes para fotografiarlas. Descubrió un mundo mucho más rico del que esperaba y se fue metiendo de tal modo en ese agujero del conejo que es el estudio de la fauna, que decidió crear un proyecto dedicado a nuestros animales autóctonos. ¿Su principal objetivo? “Sensibilizar a las personas en relación al valor, belleza e importancia de la biodiversidad de nuestro país” y “despertar el interés de la sociedad acerca de las especies con las que convivimos”.

Como parte de ese proyecto de educación ambiental que incluye a futuro una web y una guía orientadas a escolares (para los que sigue buscando financiación), estrenó en la fotogalería del Parque Rodó una muestra que revela la belleza que aguarda en Uruguay a quien tenga la paciencia de aventurarse por sus bosques, ríos y pastizales cámara en mano.

Ese lente

La muestra Autóctonos, que se exhibirá hasta el 19 de junio, es una colección bastante representativa de las aves, mamíferos y reptiles que pueden encontrarse en Uruguay si uno recorre los lugares adecuados y con tiempo suficiente. Battiste no usó cámaras trampa, camuflaje, drones ni tecnología sofisticada; simplemente caminó incansablemente o se mantuvo en un mismo sitio en silencio hasta ver animales autóctonos en su ambiente natural (no tomó fotos en situación de cautiverio, algo que hubiera sido evidentemente más sencillo).

Además, las fotos de la muestra son el resultado de su tiempo libre. Como no obtuvo financiación para dedicar varios meses a salidas de campo, como era su intención originalmente, viajó cada vez que pudo a algunos de los sitios del país con más riqueza en biodiversidad, como las quebradas del norte o Paso Centurión en Cerro Largo. Sin embargo, varias de las fotografías fueron tomadas en Montevideo, lo que demuestra que no hay que irse tan lejos para tener encuentros sorprendentes con la fauna local. En la capital, por ejemplo, Diego pudo fotografiar a la comadreja mora (Didelphis albiventris), a un trepador grande (Drymornis ridgesii), la garza colorada (Tigrisoma lineatum), la garza mora (Ardea cocoi) y un arañero chico (Basileuterus culicivorus), por mencionar sólo algunas especies.

Entre las fotos predominan las aves, algo natural si se tiene en cuenta la diversidad de la avifauna local y las facilidades que presenta para el fotógrafo, pero también hay figuritas muy difíciles de ver en estado silvestre en Uruguay, como el margay (Leopardus wiedii), el tamanduá (Tamandua tetradactyla), el gato montés (Leopardus geoffroyi) o el coatí (Nasua nasua).

Algunos de estos animales están a veces más cerca de lo que creemos. La foto del margay, por ejemplo, la tomó detrás de una escuela que se encuentra dentro de un área protegida (prefiere no mencionar el lugar exacto). Iba caminando junto a Laura, una guía local, cuando optaron por meterse en el monte que flanquea uno de los senderos. Un golpe de buena fortuna y el buen ojo de su acompañante se combinaron entonces para registrar un hecho infrecuente: la aparición de un margay sobre un árbol. El felino los estuvo observando con atención todo el tiempo, pendiente de cada paso que daban, pero en un momento levantó la cabeza y Diego pudo tomarle una fotografía clara. Luego bajó y se perdió en el monte, con la fugacidad que caracteriza a los encuentros con animales autóctonos.

Foto del artículo 'Autóctonos, una muestra que revaloriza la riqueza y diversidad de la fauna uruguaya, a menudo desconocida'

El breve instante en el que estás

“Hay más fotos de aves que de mamíferos, pero quería que el resultado fuera variado y equilibrado, que hubiera un poco de todo”, explica Diego mientras va mostrando las imágenes en la fotogalería y contando las historias de algunas de ellas. “El criterio fue también centrarme en lo que transmite cada imagen; que no sea una foto común sino que, por ejemplo, muestre al animal en vuelo, desplegando las alas o tenga un plus de atractivo para que esto no parezca sólo un catálogo de fauna, digamos, sino que transmita algo, que haga que la gente se sensibilice o quiera conocer más”, agrega.

Varias de las fotos tienen ese plus del que habla Diego. Hay, por ejemplo, un sabiá común (Turdus amaurochalinus) desplegando fantásticamente sus alas igual que un abanico refinado, una tijereta (Tyrannus savana) que luce como si estuviera aterrizando en una pista, un zorro de monte (Cerdocyon thous) que parece salido de un cuento y que bosteza frente a la cámara, dos tamborcitos (Megascops choliba) camuflados en forma increíble dentro de un árbol, un lagarto overo (Salvator merianae) que saca la lengua bajo un oportunísimo rayo de luz, un picaflor verde (Chlorostilbon lucidus) que enfila directo al lente, una culebra de Olfers (Philodryas olfersii) enredada en un árbol de una forma difícil de entender (spoiler alert: es porque se ve el cuerpo de dos culebras y la cabeza de una sola), un tarefero (Sittasomus griseicapillus) que atrapa una polilla, un benteveo (Pitangus sulphuratus) haciendo lo que parece un elegante paso de danza sobre la rama de un árbol, un verdón (Embernagra platensis) cazando insectos al vuelo y un guazubirá (Mazama gouazoubira) que mira con sorpresa y desconfianza al borde de un río.

Todas las imágenes vienen acompañadas de breves textos sobre las costumbres de las especies, sus ambientes, características físicas y estatus de conservación, que fueron escritos por Diego pero chequeadas por distintos biólogos. En el debe quedó, quizá por falta de espacio, algo más de contexto sobre las fotos en sí, que ayude a comprender mejor qué hacen los animales en cada una de las situaciones en las que fueron fotografiados, o información adicional sobre las amenazas que enfrentan. Ello no atenta, sin embargo, contra el resultado final: impacta visualmente, refleja buena parte de la rica biodiversidad que tenemos, ayuda a difundir el conocimiento de nuestros animales autóctonos y despierta el interés del espectador (ya sea conocedor del tema o no).

Lo que predomina en todas las imágenes es la sensación “de que nuestra fauna es muy rica y diversa pero a su vez muy poco conocida y valorada”, como señala Diego.

“El proyecto va por ahí también, apunta a que conozcamos los animales con los que convivimos y aprendamos a cuidarlos y cuidar su ambiente, algo que viene resultando complicado en un país de matriz agrícola-ganadera-forestal, donde el espacio para las especies se ve cada vez más limitado. Pero si queremos cuidar, primero tenemos que conocer; no podemos preservar aquello que no conocemos. Yo no nací sabiendo y muchas de las especies que fotografié ni siquiera sabía que existían un tiempo atrás, pero comencé a investigar e interesarme”, agrega.

Se hace camino al fotografiar

Casi todos los animales que figuran en la muestra están al alcance de una persona que se proponga observar con atención, pero para verlos se requiere tiempo y disposición para trillar muchos senderos del país, además de apoyo y un poco de suerte. “La investigación me llevó a buscar lugares con mucha diversidad, como el valle del Lunarejo en Rivera o Paso Centurión en Cerro Largo. En muchos casos se necesita permiso para ingresar a algunas zonas, así que a través del Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP) contacté a los directores de las áreas, a los guardaparques y también a los dueños de los campos, para explicarles sobre el proyecto; las primeras recorridas las hice acompañado, sobre todo en áreas del SNAP, pero una vez que llegaba ahí pedía permiso para entrar solo, que es como prefiero manejarme”, cuenta Diego sobre su modus operandi.

Al arribar a estos lugares, camina con oídos y ojos atentos. “A veces paso todo el día metido en el monte y caminando sin parar, pero en ocasiones me detengo a descansar, y me ha pasado que entonces pasen cosas o aparezcan animales”, cuenta. Así sacó, por ejemplo, la estupenda foto de un coatí al borde del agua.

“Era mediodía y estaba acostado arriba de una piedra, descansando, cuando sentí a unos diez metros un ruido de agua. Giré y me topé con un coatí tomando agua. Intenté no hacer movimientos bruscos con la cámara y empecé a sacarle fotos. Luego se fue, pero estaba seguro de que iba a volver, así que me escondí mejor y al poco tiempo regresó. Hay que tener algo de suerte y paciencia, también”, dice Diego.

No sale a buscar una especie en particular, aunque muchas veces ve rastros o huellas que lo ayudan a estar atento a algún animal específico. “La realidad es que si vas con el foco de una sola especie te perdés muchas cosas”, confiesa.

Su principal motivación es captar con la cámara el mejor momento posible de sus acercamientos a la fauna local. “Lo que más me apasiona es lograr ese instante. Un encuentro con cualquier animal silvestre ya está bueno, pero lo que me gusta es tratar de retratarlo de la mejor manera. Y con los mamíferos me produce además cierta adrenalina. Es algo medio mágico y el desafío es tratar de concentrarme y sacar lo mejor de ese encuentro para no perderlo”, reflexiona.

El espectador que vaya a ver la muestra y se quede con ganas de más puede explorar la cuenta de Instagram autoctonos.uy, en la que Diego complementa su mirada a la fauna nativa con otros mamíferos, aves y reptiles, pero agrega anfibios, insectos y arácnidos. En todas sus imágenes se aprecia el buen ojo del fotógrafo pero también la pasión del amante de la naturaleza, dispuesto a descubrir en los bosques, ríos, playas, lagos, pastizales y hasta parques del Uruguay las recompensas que aguardan escondidas.

Algunas fotos y sus historias

Tamanduá (Tamandua tetradactyla), Quebradas del Norte. “Hasta hace unos pocos años no sabía que esta especie existía en Uruguay. En este caso estábamos regresando en auto de un área protegida junto a una guía y una de las guardaparques -en registros como este prefiero no aclarar el lugar exacto- cuando vimos algo arriba de un árbol seco, que estaba como en un bajo. Al principio pensé que era un águila o alguna rapaz grande, pero frené, bajamos, miramos con atención y nos dimos cuenta de que era un tamanduá. Dejamos el auto en mitad del camino con la puerta abierta y nos metimos adentro de un campo; lo vimos bien, entonces, en la punta del árbol. Se quedó un ratito y ahí le saqué las fotos. Luego fue bajando de a poco y se metió en el monte”.

Tamborcito común (Megascops choliba), Montevideo. “De camino a la escuela, el hijo de un amigo vio que algo volaba en un árbol y le llamó la atención. Cuando fue a ver más de cerca descubrió a estos tamborcitos. Como sabían que yo estaba con el proyecto me pasaron el dato de la esquina exacta, y fui a verlos. La historia termina de un modo un poco triste, porque luego cortaron el árbol en el que estaban”.

Gato montés (Leopardus geoffroyi). “Se estaba haciendo de tardecita y me senté a descansar frente a un río. Vi algo que estaba lejos, que iba cruzando el río, pero pensé que era un lobito de río. Me llamó la atención que parecía llevar algo en la parte de atrás, como si cargara una rama. Empecé entonces a sacar fotos y cuando miré las imágenes con zoom no lo podía creer: era un gato montés cruzando de orilla a orilla Este es el primer registro documentado de este comportamiento en Uruguay, aunque sí existen imágenes de otros países. Para algunas especies no es cierto eso de que a los felinos no les gusta el agua; este, por ejemplo, cruzó a nado cerca de 50 metros”.

Muestra: Autóctonos, de Diego Battiste. Lugar: Fotogalería del Parque Rodó. Hasta: 19 de junio.