Salir a buscar mamíferos silvestres en Uruguay es una tarea que puede resultar ingrata, sobre todo si uno desconoce la disposición tímida y las costumbres elusivas de la mayoría de estos animales en el país. Hay una especie, sin embargo, con altas probabilidades de ser la primera en aparecer en casi todos los ambientes, ya sean pastizales, áreas cultivadas, montes abiertos o incluso zonas periurbanas y balnearios muy poblados. Al caer la tarde, sobre todo, se cruzará en los caminos e ilusionará brevemente con sus rápidos movimientos a quien busca animales menos comunes.

No es una especie nativa, pero lleva más de 140 años en el país y se ha extendido en forma abundante por todo el territorio. Como su nombre científico indica (Lepus europaeus), la liebre llegó desde Europa a finales del siglo pasado y triunfó en el país, como los comerciantes españoles o los paisajistas franceses. Y si bien salir a buscar liebres en Uruguay puede resultar sencillo, salir a buscar información sobre la liebre es meterse en la madriguera del conejo, aunque en este caso se trate de un lagomorfo distinto.

Para empezar, lo que ocurrió con la liebre en Uruguay es muy diferente a lo que pasó con otros de sus parientes introducidos, como el conejo europeo (Oryctolagus cuniculus) o la vizcacha (Lagostomus maximus).

La vizcacha llegó a Uruguay en 1889, cuando un vecino salteño trajo como curiosidad desde Entre Ríos a una pareja de estos animales. Se reprodujeron con rapidez y para 1920 había ya unas 2.000 vizcacheras entre el Arapey y el arroyo Yacuy, provocando daños importantes a la agricultura con sus madrigueras subterráneas. En 1917 se la declaró plaga y, tras una intensa campaña, cinco años después fue exterminada, un raro caso exitoso de eliminación de una especie exótica invasora.

El conejo fue introducido en varias ocasiones (la primera en 1907), pero prosperó sólo temporalmente en islas costeras, como la Gorriti, la de Lobos y la de Flores, donde aún permanece. Tal cual narra un artículo de 2013 del biólogo Ramiro Pereira, dedicado a los mamíferos invasores en Uruguay, los conejos nunca lograron poblaciones exitosas en tierra firme en el país.

La liebre, sin embargo, sí se extendió por todas partes del Uruguay sin que se pudiera erradicar. ¿Qué hubo de diferente en su historia y cuáles son los perjuicios que ocasiona o puede ocasionar? Buena parte de esa información sigue en una nebulosa; incluso su introducción al país, que obligó a hacer una pesquisa específica para este artículo, facilitada por el naturalista y fotógrafo Alejandro Olmos.

Tiringui tungui

Quien tiene las respuestas a algunas de estas preguntas es Boris Von Zakrzewski, un historiador de memoria privilegiada que vive en la misma estancia de Flores en la que dieron inicios las aventuras de la liebre en el país. Tiene información de primera mano, porque fue su bisabuelo, Hugo Tidemann, quien las introdujo en el país en 1884.

Introducir la liebre a Uruguay fue un error, al igual que ocurrió unos años más tarde con el jabalí y el ciervo axis que trajo Aarón de Anchorena, pero no hay que ser muy severos con don Hugo Tidemann: hoy sabemos que las invasiones biológicas son una de las mayores amenazas para la biodiversidad, pero recién se generó una conciencia global fuerte sobre sus impactos hace 20 o 30 años. Nadie pensaba en eso hace 140 años.

Según narró Boris Von Zakrzewski a la diaria, su bisabuelo Hugo llegó desde Alemania a Uruguay con su esposa en 1880 y ocupó los terrenos que su familia había comprado 23 años antes, desde Hamburgo. Como tenían predilección por la carne de liebre –que era popular en Alemania en la época– decidieron traer algunas luego de un viaje a Alemania y Bélgica en 1884.

Tras el regreso, colocaron a las liebres en jaulas en su estancia de Flores y durante tres o cuatro años las criaron sin problemas. Aun así, incluso sin conocer los innumerables ejemplos parecidos que nos brinda la historia de las invasiones biológicas, quien lea estas líneas podrá anticipar ya que algo salió mal. La culpa, según contaba a Boris su abuela Olga, nacida en 1884, fue de los peludos. No de los cortadores de la caña de azúcar sino de los armadillos Euphractus sexcinctus.

Como si fueran un escuadrón entrenado para liberar a las liebres cautivas de alguna película animada, los peludos hicieron cuevas por debajo del tejido en algún momento de 1887 o 1888, oportunidad que fue aprovechada por algunas de las liebres. Escaparon del cautiverio, se reprodujeron rápidamente en libertad y desde allí comenzaron a poblar el territorio nacional. “Nunca pensaron lo que iba a ocurrir y que la liebre se iba a transformar en una plaga”, recuerda Boris sobre sus antepasados.

A los paisanos de la zona les provocó gran curiosidad ver a esos animales desconocidos, trotando libres por el campo; tan así, que les dieron sus propios nombres, por más que la especie hubiera sido descrita para la ciencia más de 100 años antes. Según los cuentos de Olga, al comienzo los llamaron “Tidemannes” (en alusión clara a su origen) y también “Tiringui tungui”, por el movimiento de sus patas al saltar.

La recuperación de esta historia deja bastante más claro el origen de la especie en el país, pero la situación actual de la liebre en Uruguay y sus daños potenciales son mucho más brumosos. Un reciente artículo del ecólogo chileno Fabian Jaksic, del Departamento de Ecología de la Facultad de Ciencias Biológicas en la Pontificia Universidad Católica de Chile, hace una puesta a punto de la invasión de la especie en Sudamérica y deja en claro que en Uruguay es más lo que se desconoce que lo que se sabe.

¿Ahí viene la plaga?

Para su trabajo, Jaksic analizó todas las publicaciones científicas, monografías, libros y literatura gris (por fuera de los canales de publicación y distribución usuales) que encontró con información sobre la liebre en seis de los países de Sudamérica invadidos: Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay (la llegada de la liebre a Perú es más reciente).

De Uruguay cita sólo dos trabajos, en parte porque evitó la información redundante y también porque los estudios sobre la liebre son casi inexistentes en Uruguay: incluyó el artículo ya mencionado de Ramiro Pereira, titulado Mamíferos invasores en Uruguay, historia, perspectivas y consecuencias y escrito en coautoría con Juan Manuel Barreneche, Gabriel Laufer, Federico Achaval y Matías Arim, y el libro The land mammals of Uruguay, del estadounidense Colin Sanborn, publicado en 1929 y escrito luego de la expedición del Field Museum de Chicago a nuestro país en 1926.

Aparte de estos, hay otros trabajos que mencionan brevemente la liebre en Uruguay, aunque es lógico que hayan escapado al radar de Jaksic o algunos hayan sido dejados de lado exprofeso. Por ejemplo, existen artículos de divulgación o resúmenes de Raúl Vaz Ferreira, Rodolfo Tálice, Garibaldi Devincenzi y Carlos del Pino, además de los libros Mamíferos de Uruguay. Guía de campo e introducción a su estudio y conservación, de Enrique González y Juan Andrés Martínez-Lanfranco, y Mamíferos de la República Oriental del Uruguay: una guía fotográfica, de Federico Achaval, Mario Clara y Alejandro Olmos. Hay también unas pocas tesis de grado de Facultad de Ciencias de los años 80 no disponibles en formato digital, como un estudio citogenético y craneométrico de la bióloga Susana González, otro sobre la explotación de la liebre como recurso, de la bióloga Raquel Kalaydjian, y uno sobre el aparato reproductor masculino de la especie, de Ana Gravier.

Tan escasa es la información publicada en nuestro país sobre un animal tan extendido y abundante que el propio Jaksic no tiene –no podía tenerla– actualizada la información sobre la forma en que se introdujo la especie aquí. Según su trabajo, la liebre fue introducida por primera vez en Sudamérica en la estancia La Hansa (Santa Fe, Argentina) en 1888, también por parte de una familia alemana, y desde allí se fue extendiendo hasta llegar a los demás países en los que se encuentra. Sin embargo, esta información no coincide con lo ocurrido en Uruguay, tal cual vimos al comienzo. Si la memoria de Boris Von Zakrzewski no falla –y tiene un registro de todos los viajes de la familia que la auxilia–, el ingreso a Uruguay habría sido anterior al reportado por Jaksic para Sudamérica, y nuestro país tendría el dudoso privilegio de ser parte de la avanzada de la invasión. Aun así, no se pueden descartar otras vías de ingreso e introducciones aún anteriores.

Lo que sí es claro es que para la década del 20 la liebre ya era considerada una “plaga destructiva” en Uruguay. En su libro de 1929, el estadounidense Colin Sanborn comentaba que desconocía cómo había llegado a Uruguay, pero que “era uno de los más comunes y más destructivos roedores”. La liebre es en realidad un lagomorfo, pero se la consideró roedor hasta poco antes de que saliera el libro de Sanborn. El estadounidense afirmaba que las estancias tenían jaurías de perros para mantenerlas bajo control.

Liebre en Rocha

Liebre en Rocha

Foto: Leo Lagos

Esta misma idea es retomada por Garibaldi Devincenzi, que en 1935 aseguraba que esta especie “cosmopolita constituye desde hace algún tiempo una verdadera plaga para la agricultura en muchas regiones”. Raúl Vaz Ferreira apunta también en 1969 que es una “plaga agrícola” por “sus ataques a chacras, a veces muy dañinos, como ocurre con zapallos y otras cucurbitáceas”, y agregaba que producían daños a plantaciones de soja. Carlos del Pino, en un artículo publicado en 1988, va en la misma línea y afirma que la liebre “ataca los plantíos de soja, zapallo, repollo”.

Tal cual aclara Ramiro Pereira en su artículo de 2013, en estas publicaciones se la consideraba plaga “sin haber sido evaluado su efecto”. Es decir, no hay estudios que comprueben el daño que efectivamente producen, más allá de las observaciones personales que dieron lugar a las apreciaciones en los artículos mencionados. Distinta es la situación en los países vecinos.

Cuando veas las liebres del vecino arder

De varios estudios realizados en Argentina y Chile, enumerados por Jaksic, sabemos que la liebre es parte importante de la dieta de muchos depredadores en Sudamérica y por lo tanto presenta un desafío a la hora de analizar las interacciones y los cambios que genera, como especie exótica, en la comunidad de carnívoros nativos.

Un estudio chileno de 1986, hecho en Torres del Paine, reveló que la liebre representaba el 73% de la dieta de los pumas, mientras otra investigación realizada en la misma región mostraba que ese porcentaje subía a 91% en el caso del águila mora (Geranoaetus melanoleucus) y a 79% en el del gato montés (Leopardus geoffroyi). Otros estudios posteriores mencionan los mismos depredadores pero cuentan con porcentajes distintos.

En Argentina también hay varios trabajos que muestran su importancia como presa, especialmente para el puma y el águila mora, aunque también para el hurón (Galictis cuja) y el zorro de campo (Lycalopex gymnocercus), todos ellos presentes en Uruguay.

Con respecto a su efecto sobre herbívoros nativos de Sudamérica, existen algunos trabajos en Chile que muestran que hay competición alimenticia con los guanacos, maras y vizcachas. Otra investigación realizada en Córdoba, Argentina, tiene más interés para nosotros porque revela que el guazubirá (Subulo gouazoubira), ampliamente presente en nuestra tierra, se vería perjudicado por la liebre en los períodos secos.

Otros estudios de Argentina y Chile reportan que las liebres son vectores de varios parásitos y enfermedades, como fasciolasis (enfermedad parasitaria de rumiantes que puede afectar a los humanos), brucelosis porcina (también zoonótica) y neosporosis (que produce abortos en el ganado y puede provocar parálisis y síntomas nerviosos en los perros).

En Chile también hay investigaciones que evidencian que las liebres perjudican a plantas y árboles nativos de esa región, especialmente los brotes de algarrobos y lengas (también llamados robles blancos).

En Uruguay podemos especular, pero no sabemos realmente si las liebres representan una amenaza o provocan daños en estas áreas, ya que no se han hecho –o al menos publicado– trabajos específicos al respecto.

“Es importante investigar porque no sabemos cuáles son los efectos de la presencia de la liebre, aunque es evidente que los hay. Acá no sabemos quién se está comiendo a la liebre. No parece haber un depredador muy eficaz para controlarla, pero esa oferta alimenticia podría estar generando algunos cambios”, explica Ramiro Pereira.

“La gente en el campo suele decir que hay muchos más zorros ahora que antes porque no se están cazando. Pero quizá la liebre es una de las bases de la dieta de los zorros o de los gatos monteses y favorece así el aumento de las poblaciones. Tampoco sabemos si la liebre está desplazando a especies nativas, como el apereá u otros herbívoros pequeños, o disminuyendo su oferta alimenticia. Lo que tenemos es un montón de incertidumbres”, agrega.

Desconocemos también si la caza, permitida en Uruguay para esta especie, resulta efectiva para controlar la población, un dato relevante teniendo en cuenta que la faena comercial está disminuyendo año a año y que, por lo tanto, se puede suponer que se están extrayendo cada vez menos liebres del ambiente.

La fábula de la liebre

En Uruguay, la temporada libre de caza de liebre va del 15 de abril al 15 de agosto de cada año. Fuera de esa fecha está prohibida, aunque los frigoríficos pueden tramitar un permiso de caza comercial que tiene una vigencia de 90 días corridos.

Durante un tiempo la caza de liebre fue un buen negocio para la industria cárnica. Tal cual recuerda Ramiro Pereira en su artículo sobre mamíferos invasores, a comienzos de los años 1990 se volvió la industria exportadora de carne de caza más importante del país. Considerando las exportaciones de carne, cueros y ejemplares vivos, más la caza deportiva, en 2003 se calculó que se extraían unas 250.000 liebres anuales.

La exportación de liebres vivas generó una situación paradójica. El destino de los animales eran los cotos de caza en Europa, justamente el lugar de procedencia de la especie. “Increíblemente la liebre europea, criada en campos uruguayos y comprada en Uruguay, era exportada a Italia para repoblar campos donde la pudieran cazar”, recuerda hoy Jorge Cravino, exdirector de Fauna del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca. Es una buena muestra del motor absurdo que mueve ocasionalmente el grave problema de las invasiones biológicas.

La venta de carne de liebre al exterior viene menguando pero todavía se mantiene, según los datos del Instituto Nacional de Carnes (INAC). De las 273 toneladas exportadas en 2007, la cifra fue bajando hasta pasar a 197 toneladas en 2013. Desde entonces, en líneas generales, el negocio viene en descenso, con sólo dos frigoríficos habilitados: Caltes y Oferan. Los países compradores en las últimas décadas eran Francia, Bélgica y Alemania (que por lo visto mantiene la tradición que originara la invasión de las liebres a Uruguay), pero desde 2017 Bélgica es el único cliente, exceptuando compras muy marginales de Italia. El año pasado se exportaron solo 72 toneladas, equivalentes a poco más de 400.000 dólares (lo que representa, siendo conservadores, la remoción de unas 19.000 liebres ese año).

Como no sabemos nada de la dinámica poblacional de la especie en el país, desconocemos exactamente cómo está afectando esta disminución a su presencia en Uruguay. Pereira, por ejemplo, señalaba en su artículo que las poblaciones se redujeron a fines de los 90 debido a la presión de la caza comercial. En este punto específico, al menos, estamos tan mal como los demás.

En las conclusiones de su trabajo, el ecólogo Fabián Jaksic destaca las “preocupantes omisiones” que existen en Sudamérica sobre el conocimiento de la invasión de la liebre europea. Por ejemplo, la falta de estudios genéticos y de dinámicas poblacionales de la especie en nuestro continente, entre otros aspectos. Considera que es una oportunidad perdida, porque lo segundo es esencial para aplicar estrategias de control en áreas protegidas.

Si los países vecinos van atrasados en esta carrera, Uruguay ni siquiera parece haberla arrancado. Como la proverbial tortuga de la fábula, está 1.000 pasos detrás de la liebre, sólo que esta vez no hay grandes expectativas de redención o de lección aprendida.

Artículo: Historical ecology and current status of the European hare Lepus europaeus in South America: a new species in new countries
Publicación: Studies on Neotropical Fauna and Environment (junio 2023)
Autor: Fabián Jaksic.