Si nuestra especie tuviera que someterse alguna vez a un juicio por los actos cometidos en el tiempo en que lleva en la Tierra, tendría todas las de perder. Hasta un fiscal poco astuto podría reunir suficiente evidencia incriminatoria de los daños ocasionados desde que el Homo sapiens empezó a extenderse por el planeta y a multiplicarse aceleradamente, incluyendo la desaparición de miles de especies, la transformación drástica de los ecosistemas y hasta la modificación de la atmósfera y el clima del planeta.
El remordimiento por estas acciones podría considerarse atenuante, pero es bastante reciente y no ha bastado para corregir la conducta. Lo mismo ocurre con los intentos que buscan desandar camino y revertir algo del embrollo causado, impulsados también por la nostalgia y la tristeza por lo que hemos perdido. Algunos son realmente temerarios y parecen más bien trucos publicitarios con serias implicancias éticas que proyectos serios de conservación, como los dudosos anuncios del uso de ADN para revivir animales extintos como el tigre de Tasmania, el dodo o el mamut lanudo. Otros, aunque discutidos, han obtenido algunos logros relevantes para la conservación y ameritan un debate serio, como el rewilding o reasilvestramiento.
En una definición simplificada, el rewilding busca restaurar o recuperar los ecosistemas afectados por una gran perturbación humana. Lo logran al reconstruir la red trófica (la cadena alimenticia) con la biota que habría estado presente de no haber ocurrido la perturbación. En su acepción original, esta restauración se hacía mediante el rol regulatorio de los grandes depredadores, aunque han surgido otras variantes desde finales del siglo XX.
Para entenderlo, repasemos uno de los ejemplos de rewilding más famosos: el de los lobos del parque estadounidense Yellowstone. Pese a tratarse de un área protegida y el primer parque nacional de Estados Unidos, Yellowstone tomó en 1916 una curiosa decisión: deshacerse de algunos de sus grandes depredadores, como los lobos y los coyotes (ya venía persiguiendo a los pumas durante décadas).
Lo hizo bajo presiones del lobby de granjeros de la zona y con el respaldo de la organización que supuestamente estaba encargada de proteger la vida silvestre, la US Biological Survey, que en 1907 recomendó “exterminar los lobos, especialmente matando los cachorros”.
Desde 1916 a 1924, las autoridades de Yellowstone eliminaron todos los lobos que pudieron encontrar en el parque, aunque como bien cuenta el libro Playing God in Yellowstone, de Alston Chase, intentaron tapar al público la magnitud de sus acciones e incluso falsearon registros para que se creyera que muchos lobos seguían allí.
Con la desaparición del depredador tope, Yellowstone cambió y comenzó a deteriorarse. Los alces se multiplicaron y acabaron con pasturas y especies nativas en varias zonas, algunas aves desaparecieron, las poblaciones de castores declinaron y el curso de los ríos se modificó y degradó las condiciones que muchas especies de árboles necesitaban para crecer.
Luego de muchos intentos fallidos por reducir estos daños, Yellowstone decidió reintroducir a los lobos en 1995. Pese a la controversia generada por el anuncio, el proyecto fue un éxito: el regreso de estos depredadores permitió mantener bajo control a los alces y además los forzó a moverse constantemente, lo que dio espacio a que muchas especies de árboles y plantas se recuperaran. En unos pocos años el paisaje se transformó. Las poblaciones de castores regresaron y los ríos se estabilizaron gracias a la recuperación de la vegetación en las orillas, entre otros procesos más complejos.
Aunque el triunfo de Yellowstone inspiró experiencias parecidas y dio sustento a iniciativas de rewilding en varias partes del mundo, no todas fueron exitosas. Al mismo tiempo que Yellowstone preparaba el regreso de los lobos, la reserva holandesa Oostvaardersplassen hacía su propio proyecto, más ambicioso y bastante distinto: introdujo ciervos rojos, caballos konik y ganado vacuno (además de muchas otras especies) en un área de unos 56 kilómetros cuadrados, con el objetivo de sustituir el rol de los herbívoros extintos como los uros o los caballos tarpán. Aunque el lugar es considerado hoy un santuario para la avifauna, a los mamíferos no les fue nada bien. Las poblaciones de animales crecieron sin control, sobrepastorearon varias zonas y se produjeron hambrunas y mortandades masivas, a tal punto que las autoridades intervinieron para sacrificar miles de animales anualmente.
En Uruguay el rewilding es un recién llegado, con algunos proyectos en fase incipiente y unas pocas experiencias de reintroducción de especies, pero es también una realidad cada vez más cercana que no escapa a la controversia.
Tigre, tigre
En enero de 2022, Malú, una hembra de jaguar nacida en 2015 en la Estación de Cría y Fauna Autóctona de Pan de Azúcar, fue trasladada a Esteros del Iberá, en Corrientes, para aportar variabilidad genética al proyecto de reintroducción del jaguar en esa zona que lleva adelante la Fundación Rewilding Argentina. A finales de 2022, ya eran 13 los jaguares liberados en la zona, una iniciativa que tuvo amplia difusión internacional.
Esta organización es continuadora del legado de Tompkins Conservation, el proyecto de los conservacionistas, millonarios y filántropos estadounidenses Douglas Tompkins y Kristine Tompkins, quienes en 1997 compraron unas 155.000 hectáreas de los Esteros del Iberá que años más tarde donaron al Estado argentino. Fundada en 2010, Rewilding Argentina trabaja en la reintroducción de algunas de las especies que se han extinguido en la zona en los últimos siglos, como el jaguar, la nutria gigante, el tapir, el pecarí de collar y el oso hormiguero, entre otros.
Sus proyectos para recuperar los ecosistemas argentinos, mucho más amplios que la reintroducción del jaguar, han obtenido elogios y repercusiones mediáticas en todas partes del mundo, pero también críticas y algunos reveses. Esta semana, por ejemplo, se divulgó una resolución mediante la cual la Dirección Nacional de Conservación de Parques Nacionales de Argentina rechazó y declaró inviable el proyecto de reintroducción del ciervo de los pantanos en el Parque Nacional El Impenetrable, en el Chaco, que presentó la Fundación Rewilding Argentina, tras recibir “múltiples observaciones negativas de especialistas, particularmente en términos éticos, ecológicos y sanitarios”.
Aunque ese tema está lejos de resolverse –versiones de prensa argentinas aseguran que el ministro de Ambiente, Juan Cabandié, intenta que la decisión se revoque–, demuestra que no todos los que trabajan en conservación están convencidos. Algunos, de hecho, están muy preocupados.
El marco teórico que sustentan algunas de las iniciativas de Rewilding Argentina fue sintetizado en publicaciones científicas, libros y simposios que vieron la luz en 2022, como el artículo Mamíferos exóticos y restauración faunística en el Neotrópico, del biólogo Mario di Bitetti, y el libro Rewilding en la Argentina, firmado por varios autores, entre ellos Sebastián di Martino, director de conservación de la fundación. Di Martino presentó su libro en Uruguay en junio del año pasado, por intermediación de la fundación uruguaya Ambá, que impulsa el proyecto Rewilding Uruguay. También por intermedio de Ambá participó en una mesa redonda sobre el rewilding en la Torre Ejecutiva, de la que fueron parte diez personas, incluyendo autoridades del Ministerio de Ambiente e investigadores del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE), el Museo Nacional de Historia Natural (MNHN) y la Facultad de Veterinaria de la Universidad de la República, entre otros.
En respuesta a algunos de los argumentos que respaldan la estrategia de rewilding en Argentina, un grupo de 125 científicos e investigadores publicó semanas atrás en Mastozoología neotropical (donde salió originalmente el trabajo de Di Bitetti) un artículo titulado Reflexiones acerca del “reasilvestramiento” en la Argentina.
Entre los biólogos, ecólogos y naturalistas firmantes se encuentra una media docena de especialistas uruguayos, incluyendo varios que fueron parte de la mesa redonda en la Torre Ejecutiva, como Susana González (titular del Departamento de Biodiversidad y Genética del IIBCE), Enrique González (encargado de la sección Mamíferos del MNHN) y Carmen Leizagoyen (actual directora de Fauna del Ministerio de Ambiente).
El artículo movió las aguas del rewilding en Argentina e incluso generó molestias y pedidos de retractación por parte de la fundación, señal clara de que es un tema que vale la pena visibilizar y discutir, especialmente a la hora de pensar de qué forma queremos conservar la biodiversidad en un mundo cuyos ecosistemas se están degradando en forma acelerada bajo la presión humana.
Tiene la palabra
En su artículo, los especialistas se proponen “reflexionar sobre algunas de las alternativas presentadas por Di Bitetti y Di Martino”, proceso en el que les surgieron “muchas interrogantes sobre la aplicación de esta estrategia (el rewilding) en Argentina”. Por ejemplo, se preguntan cuáles son las pautas y lineamientos que se aplicaron en las propuestas, si se documentaron los procesos y se hicieron públicos, si los proyectos fueron consensuados con los expertos de las disciplinas científicas que trabajan en las ecorregiones del país, y si se han integrado sus conocimientos y perspectivas.
En ese marco, discuten varias de las aseveraciones de los trabajos mencionados y, a través de ellos, la puesta en práctica de algunas iniciativas de rewilding en Argentina. Por ejemplo, la frecuencia, causa y efectos de los incendios en los ecosistemas y su supuesta vinculación con la extinción de los grandes mamíferos a finales del Pleistoceno y comienzos del Holoceno, la relación entre los incendios y la variabilidad climática, el tipo de especies que pretenden reintroducir o introducir, la conectividad de las áreas donde liberan o piensan liberar especies, el manejo genético de los animales a introducir y los aspectos sanitarios a considerar, además de enumerar al final otras estrategias de conservación que se pueden usar en muchos casos en lugar del rewilding.
Es una lista extensa, pero los autores del artículo expresan especial preocupación por algunas de las consideraciones publicadas por quienes impulsan el rewilding en Argentina. Por ejemplo, cuando Di Bitetti propone debatir la posibilidad de introducir especies exóticas como “una herramienta para restaurar la funcionalidad perdida de las comunidades” y asegura que “la comunidad científica latinoamericana generalmente se ha opuesto a la presencia de mamíferos que percibe como exóticos en ambientes naturales, sin siquiera considerar cuáles son sus efectos”, ya que “ha dominado una concepción xenófoba y nacionalista que ha producido una demonización de lo exótico”. En otras palabras, Di Bitetti asegura que son los prejuicios y no la evidencia científica los que impiden que se introduzcan algunas especies exóticas que podrían ser beneficiosas y no perjudiciales en ciertas condiciones.
En el artículo de respuesta, los investigadores recuerdan los riesgos de las invasiones biológicas, una de las principales causas de la pérdida de biodiversidad a nivel global, y agregan que una propuesta de este tipo no tiene en cuenta las recomendaciones mundiales y las reglamentaciones nacionales argentinas sobre el manejo de estas especies. Además, consideran que la idea se basa en la evaluación de un solo comportamiento de la especie en cuestión con potenciales efectos positivos, sin tener en cuenta todos los demás posibles impactos sobre el ecosistema nativo. Como ejemplo, apuntan el caso del zorro de campo, introducido en la Isla Grande de Tierra del Fuego para depredar al invasor conejo europeo. Al final, el zorro dejó relativamente tranquilos a los conejos pero depredó a la avifauna nativa y se convirtió en competencia para el amenazado y endémico zorro colorado fueguino.
Fue, sin embargo, el uso de la expresión “xenofobia” en el marco de un debate científico sobre especies invasoras lo que más llamó la atención de los investigadores argentinos y uruguayos que firman la nota. En el artículo, critican a Di Bitetti y sus colegas por desestimar de esta forma “la capacidad de entendimiento de la comunidad científica latinoamericana, que pareciera no poder discernir entre una especie que es introducida y una que es nativa” y aseguran que “hablan de ‘xenofobia’ y ‘demonización’, sin una fundamentación apropiada que permita entender los matices y debates reales sobre las invasiones biológicas”.
Más allá del infortunado uso de la palabra en un marco inadecuado, son las consideraciones prácticas de los proyectos de rewilding en Argentina los que suscitan más críticas y preocupación en los investigadores.
Made in naturaleza
Uno de los conceptos más criticados es el de “producción de naturaleza”, definida por el director de conservación de Rewilding Argentina como la regeneración de ecosistemas en el marco de una economía basada en la observación de fauna silvestre. “Los campos de la fundación producirán, mediante la implementación del rewilding, especies como el yaguareté, el puma, el ciervo de los pantanos, la nutria gigante, el guacamayo rojo, el guanaco y el huemul”, señala su libro.
“Bajo el modelo de producción de naturaleza producimos vida silvestre reintroduciendo especies extintas o suplementando poblaciones disminuidas. Así, logramos regenerar ecosistemas completos y funcionales con fauna abundante y mansa. Estos espectáculos naturales generan una oportunidad productiva vinculada al turismo de naturaleza”, señala Di Martino en otro fragmento.
Los autores del artículo de respuesta consideran en primer lugar que, en estos proyectos de rewilding, muchas veces se eligen especies medianas, grandes y carismáticas que llaman la atención de los medios y el público pero no siempre son especies clave de los ecosistemas. “En el caso de algunos proyectos de reasilvestramiento se apunta a un modelo de ‘producción de naturaleza’, en el cual la vida silvestre sufre una suerte de manufacturación para dar como resultado ‘fauna abundante y mansa’ [...] Producir ‘fauna mansa’ presenta una plétora de inconvenientes conceptuales e ideológicos, que van desde un dudoso aporte a la conservación de las especies, hasta fomentar (sin pretenderlo, claro está) encuentros conflictivos entre turistas y depredadores ‘acostumbrados’ a la gente, pasando también por los riesgos sanitarios desde y hacia los seres humanos”, señalan.
La elección de algunos de los lugares en los que se reintrodujeron especies también fue discutida debido a su escasa conectividad, según los investigadores, un punto esencial para la supervivencia de las poblaciones. En el caso paradigmático del jaguar, por ejemplo, señalan que el Parque Nacional Provincial y la Reserva Provincial de Iberá “se encuentran aisladas dentro de una matriz productiva (agricultura, ganadería, forestación y turismo) dentro de la ecorregión de los Esteros del Iberá”, con la población de jaguares más próxima a unos 400 kilómetros.
En el libro de Di Martino se sugiere que, en los casos en que esta conectividad natural no se pueda cumplir, se hagan translocaciones para introducir o suplementar las poblaciones y así aumentar la variabilidad genética, una idea discutida por los autores del artículo. “Promover procesos de reasilvestramiento en áreas protegidas ubicadas a grandes distancias entre sí sin proyectar una conexión natural para la especie objetivo es no considerar, entre otras cosas, lo que anuncia textualmente parte del principio recomendado para los proyectos de reasilvestramiento”, aseguran.
En sus conclusiones sobre este aspecto también apuntan a las autoridades, al recordar que “la conectividad (entre biomas y poblaciones) es una herramienta fundamental que las administraciones nacionales y provinciales debieran planificar y ejecutar, y no sólo dejarla en manos de privados”.
En esta misma línea, tras manifestar su inquietud por los aspectos sanitarios y los análisis genéticos vinculados a estas liberaciones, aclaran que muchas de estas preocupaciones “se disiparían si los distintos programas de reasilvestramiento que se llevan a cabo en la Argentina, plasmaran estos aspectos en informes y/o artículos científicos, lo cual pareciera no ocurrir, al menos públicamente”.
Volver al pasado
Sobre el final, los autores vuelven a criticar la idea de introducir “equivalentes ecológicos” de especies extintas y también la interacción que “proponen algunos proyectos de reasilvestramiento en Argentina” con los habitantes locales, que consiste en “imponer la agenda del emprendedurismo en las poblaciones humanas nativas de América”. Por ejemplo, “principalmente a través de proyectos de turismo, fabricación de artesanías y/o la atención a visitantes”, que en otros países con proyectos similares “se convierten en víctimas de una ilusión de silvestría, un engaño que constituyó parte de la economía de los circos en la historia popular”.
Por último, los autores del texto reconocen que las herramientas del rewilding son necesarias y relevantes para la conservación de las especies y que en Argentina han ayudado a difundir imágenes de especies en peligro y promovido la creación de áreas protegidas, pero aclaran que “dado el impacto social, económico y ambiental que dichos proyectos generan, se precisa un mayor consenso y discusión entre los actores involucrados, particularmente sobre la toma de decisiones que involucran tanto a las especies nativas como a sus ecosistemas”.
Los más de 125 investigadores niegan también que muchos científicos estén incómodos ante estos proyectos por la falta de experiencia en “implementar estrategias de conservación que requieren un manejo activo”, como menciona el libro Rewilding en la Argentina, y explican que más bien esta incomodidad se debe “a una falta de consenso y de uso de la información técnica disponible”.
Los reparos que pone sobre la mesa este grupo de especialistas y académicos no son nuevos ni se discuten sólo en Argentina. La propia Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza publicó un editorial sobre los beneficios y riesgos de esta estrategia, en el que recuerda que “gobiernos bienintencionados, organizaciones no gubernamentales, comunidades e individuos adoptan cada vez con más frecuencia estrategias de rewilding, pero sus principios no están definidos con consistencia o son a menudo mal representados o mal aplicados”. Este mal uso del concepto eleva las chances de “alienar a las comunidades, dañar la biodiversidad existente y minar la confianza en una técnica con un enorme potencial de conservación”.
No significa que eso sea exactamente lo que ocurre en todas las iniciativas de rewilding en Argentina o que vaya a pasar con las que se proyectan en Uruguay, pero deja en claro cuán necesario es discutir, evaluar y decidir sobre esta herramienta teniendo al alcance la mejor evidencia científica posible.
Lo más valioso de este texto, más allá de que no siempre sea sutil, es justamente eso: pone sobre la mesa un tema que necesita discusión urgente, especialmente en una región que registra una de las tasas más altas de pérdida de biodiversidad en el mundo y donde confluyen intereses públicos y privados con la conservación como telón de fondo.
Uruguay no sólo “balconea” esta discusión. La Fundación Rewilding Argentina planifica algunos de estos proyectos para ecorregiones que compartimos con Argentina y también inspira y asesora iniciativas de rewilding pensadas en nuestro país. Para evaluar los beneficios y riesgos de esta estrategia en el país es necesario escuchar la voz de la comunidad científica (entre otras), guste o no lo que diga (y cómo lo diga).
Artículo: Reflexiones acerca del “reasilvestramiento” en la Argentina
Publicación: Mastozoología neotropical (2023)
Autores: María de las Mercedes Guerisoli, Mauro Schiaffini, Pablo Teta y otros.