Sostenible. Sustentable. Renovable. No hay casi empresa, organismo, industria, ministerio, emprendimiento, autoridad, proyecto, plan ni promesa que no apele hoy a alguno de esos conceptos. El mundo no está pasando por su mejor momento debido a las diversas presiones a las que lo someten las distintas sociedades -algunas más responsables que otras en el daño causado-, por lo cual la idea de hacer las cosas de manera que no comprometan aún más el futuro de las aguas, los suelos, el aire y todo lo que vive en ellas es hoy casi omnipresente en cualquier discurso, tanto de los más sinceros como de los más cínicos, pasando por los meramente oportunistas.
Si para las Naciones Unidas el crecimiento sostenible es aquel que no agota los recursos naturales ni pone en peligro la supervivencia del planeta, la producción sustentable debiera, por lo menos, velar por que lo que se produce hoy se pueda seguir produciendo mañana. Para un país como el nuestro, que se ufana de que el motor de la economía es la producción agropecuaria, apuntar a un desarrollo sostenible implica, como mínimo, asegurarse de que la posibilidad de seguir generando riqueza a partir del suelo y lo que en él crece no decrezca con el tiempo. Es decir, producir hoy soja, celulosa o carne debería apuntar a que lo que exportamos no sea pan para hoy y hambre para mañana. Tener en el corto plazo una producción récord a expensas de las producciones que podrán hacerse dentro de cinco, diez o 20 años estaría muy lejos de lo sostenible.
Agotar los suelos, degradarlos o empobrecerlos mediante las actividades productivas nos llevaría de las narices a dejar de pensarlos como un recurso renovable. Si extraemos la riqueza del suelo a un ritmo mayor al que le lleva al suelo generarla, es evidente que tarde o temprano los problemas nos acecharán a la vuelta de la esquina. No hay magia ni producto químico disponible hoy para evitarlo y que al mismo tiempo nos permita soñar con una producción, desarrollo o crecimiento sostenible. Todo insumo que le echamos al suelo para fingir que su capacidad productiva está intacta no sólo implica poner más dinero para alcanzar los mismos resultados -lo que nos lleva por el resbaladizo camino de los rendimientos decrecientes-, sino que además nos aleja a tranco veloz de la idea de no impactar en los ecosistemas.
El asunto no pasa por proteger una naturaleza prístina ante el avance de la frontera agrícola, ganadera y urbana. Viviendo en un planeta profundamente antropizado, el dilema es que los ambientes en los que ya estamos están viendo comprometida su capacidad de seguir prestando los servicios que nos venían dando. Y eso es lo que nos muestra con profunda elocuencia el artículo titulado algo así como ¿Regreso al futuro? El manejo conservador de los pastizales puede preservar la salud del suelo en los paisajes cambiantes de Uruguay, publicado recientemente.
En él sus autores, liderados por Ina Säumel, del Instituto de Investigación Integrativa THESis (Transformación de los Sistemas Humano-Ambientales) de la Universidad Humboldt de Alemania, Leonardo Ramírez del mismo centro, Sarah Tietjen y Marcos Barra, de otras dos instituciones alemanas, y Erick Zagal, del Departamento de Suelos y Recursos Naturales de la Universidad de Concepción de Chile, analizan tanto indicadores de productividad de los suelos, como su contenido de materia orgánica, así como el pH (si son ácidos, neutros o alcalinos) y rastros de metales de suelos superficiales -tomaron muestras de hasta diez centímetros de profundidad- de 28 sitios de distintas zonas de Uruguay abarcando pastizales, predios con forestación, cultivos y bosques nativos.
Lo que ven, dicho de forma sencilla, es que nuestra producción, tal como la venimos llevando adelante, es insostenible. Como ponen en sus conclusiones, “la intensificación del uso del suelo en Uruguay, asociada con el aumento de aportes de energía, nutrientes y pesticidas, lleva a una pérdida general de la fertilidad del suelo y al aumento de la toxicidad relacionada con la acidificación, la salinización y la contaminación de metales traza”. Por tanto, se animan a afirmar que “desde el punto de vista, aunque muy limitado, de la capa superior del suelo, el concepto de conservación de los ‘pastizales tradicionales’ con un uso extensivo parece ser una estrategia más prometedora para poner los ‘pastizales en el centro’ de la Región de los Campos que la estrategia de la intensificación”. Vayamos entonces a ver un poco más en detalle este valioso trabajo.
Entrando en tema
Este no es el primer trabajo sobre Uruguay, sus suelos y nuestra forma de producción que realiza este equipo. Sólo a vuelo de pájaro, podemos citar otro par de trabajos firmados por Ina Säumel que salieron recientemente, como ¿Quo vadis Patria Gaucha? Caminos uruguayos de cambio de uso del suelo (marzo de 2023), o Un paso para desentrañar los patrones de diversidad en los pastizales uruguayos: la estacionalidad climática, los nuevos usos del suelo y el contexto del paisaje impulsan la diversidad de la flora del suelo (junio de 2023). Tampoco es algo nuevo, porque por ejemplo su artículo Cómo hacer florecer el desierto verde: plantaciones de eucalipto y bosques nativos en Uruguay más allá de las perspectivas en blanco y negro se remonta a 2018.
Sobre cómo surge esta conexión, interés y línea de trabajo sobre nuestro país desde un instituto alemán -por ejemplo, la financiación para este trabajo proviene del Ministerio Federal de Educación e Investigación de Alemania- es algo que esperaremos preguntarle a Ina Säumel ni bien pueda responder alguno de los mails que le hemos enviado con motivo de algunos de sus trabajos previos. Pero, en tanto, sus artículos son, además de claros, contundentes y bien pensados, suficientemente elocuentes como para hablar por sí mismos.
En esta ocasión, ponen el tema en perspectiva de forma maravillosa. “Las actividades humanas alteran la biósfera y la pedósfera, dejando una huella de tal magnitud que se puede verificar estratigráficamente”, comienza diciendo el trabajo. Por las dudas, pedo es un prefijo que alude al suelo, por lo que pedósfera sería la capa más externa de la corteza terrestre con todos sus elementos vivos y no vivos. “Esta fuerza transformadora sin precedentes está íntimamente relacionada con la expansión de las sociedades y sus fronteras productivas, provocando la pérdida de biodiversidad, la degradación del hábitat y del suelo y, en consecuencia, la modificación de los ecosistemas”, prosigue el trabajo.
Tal es la transformación que venimos infligiendo al mundo que nos rodea, que sostienen que “las ciencias del suelo han pasado de realizar estudios sobre la formación natural del suelo a la ciencia de la ‘antropodogénesis’”, es decir, la formación de suelos antrópicos, enfocándose en “los suelos del Antropoceno, que son predominantemente agropecuarios (48 millones de kilómetros cuadrados) o urbanos (1,5 millones de kilómetros cuadrados)”.
Ya bajando hasta nuestro paisito, sostienen que “los pastizales templados de América del Sur se han caracterizado históricamente por llanuras onduladas y colinas bajas que han sido explotadas extensivamente para la producción ganadera y sus derivados desde la llegada de la colonización europea”, agregando que los pastizales del Río de la Plata “son una de las cuatro principales regiones de suelo negro de nuestro planeta y contienen algunos de los suelos más fértiles del mundo”. Esta riqueza de los suelos se refleja, o, en realidad, es consecuencia de sus características: son “gruesos, ricos en humus y en cationes base y con una elevada capacidad de intercambio catiónico en todo su perfil”, reseñan, por lo que dicen que “mantener estas propiedades es crucial para desarrollar una agricultura sostenible y productiva”. El asunto es que...
“Hoy la ‘sabana uruguaya’ es uno de los tres biomas más amenazados” del globo. A la flauta. Pero pese a eso sostienen que “en las últimas décadas” nuestros pastizales “han disminuido debido a la expansión de los cultivos comerciales y las plantaciones de madera de eucalipto, ambos promovidos por la legislación nacional, así como el acaparamiento de tierras y la transnacionalización”.
Entonces dicen que “esta intensificación del uso de la tierra, con su mayor aporte de energía, nutrientes y pesticidas, conduce a una pérdida general de la fertilidad del suelo y al aumento de la toxicidad relacionada con la acidificación, la salinización y la contaminación”, como ya se ha visto en otras partes. Pero en nuestro caso, la cosa es más grave: “Las funciones ecológicas, económicas y culturales de los suelos están gravemente degradadas, y la degradación de los suelos negros en América del Sur es motivo de especial preocupación porque sólo han sido intensamente explotados durante un período de tiempo comparativamente corto”. En otras palabras: que los suelos de Inglaterra o Alemania estén degradados es igual de malo. Pero que en apenas unos 200 años nos pongamos a tiro en esto de echar a perder el suelo, que países que nos llevan siglos de ventaja cultivando y desarrollando ganadería, es más desolador (aunque, dicho sea de paso, lo que se conoce como “La Gran Aclaración”, un aumento exponencial de la presión que los humanos ejercemos sobre el planeta, es algo relativamente reciente y queda por dentro de nuestra corta vida como países independientes).
Finalizando ya la introducción, dicen que “dado que la degradación del suelo es extremadamente relevante para países como Uruguay, que dependen socioeconómicamente de ellos”, se hace necesaria “una actualización del estado de los suelos y procesos relacionados”. También dicen que “comprender el estado de la capa superior del suelo y sus procesos es crucial para desarrollar recomendaciones para prácticas sostenibles y de gestión”, por lo que el trabajo pretende hacer un aporte “a una mejor comprensión de los procesos de degradación que ocurren a nivel mundial entre objetivos a menudo conflictivos, como la productividad deseada del suelo, los límites de rendimiento, especialmente en suelos sensibles a la erosión, y la conservación necesaria del suelo”.
Para ello, exploraron “parámetros del suelo que describen las condiciones químicas actuales de la capa superior de suelos que forman parte de diferentes grupos y órdenes de diferentes categorías de suelos uruguayos, específicamente, para explorar las ganancias y pérdidas de macro y micronutrientes y carbono orgánico del suelo a través de paisajes, y determinar el impacto del cambio de uso de la tierra en la acidificación y la presencia de metales traza”.
Tomando muestras
Con el objetivo de abordar “cómo varían los indicadores de fertilidad, como el contenido de carbono y de nutrientes del suelo, la acidificación (pH) y la acumulación de metales traza en la capa superior del suelo, según los diferentes usos de la tierra”, es decir, comparando lo que sucede en los pastizales, las plantaciones de madera, bosques nativos y tierras de cultivo, se hizo entonces una campaña de recolección de muestras de 280 suelos superficiales (hasta los primeros diez centímetros) entre diciembre de 2015 y marzo de 2016. Los suelos estaban distribuidos en 28 zonas distintas de Uruguay. Algo a destacar es que se contactaron con los dueños de esos predios para ver si estaban dispuestos a enrolarse en un programa de monitoreo de suelos de largo plazo. En esas 280 muestras se analizaron micronutrientes, como el fósforo, carbono orgánico y nitrógeno, metales traza (arsénico, cadmio, cromo y plomo) y el pH. En 80 muestras además se analizaron los cationes solubles de calcio, magnesio, potasio y sodio y de micronutrientes (cobre, zinc, magnesio y hierro).
¿Cómo tomar muestras de suelo uruguayo desde Alemania? No lo sabemos bien, pero una pista aparece en los agradecimientos del artículo: “agradecemos a Juan Barreneche, Lucía Gaucher, Sören Miehe, Nicolás Silvera y Matías Zarucki por su ayuda en el trabajo de campo”, señalan, siendo varios de ellos investigadores de nuestro país de larga trayectoria. También dan gracias a “Manuel García y Meica Valdivia por el preprocesamiento de las muestras”, así que si bien no están en la autoría, hubo al menos algunos investigadores locales involucrados en todo esto. Vamos ahora a lo que podría quitarnos el sueño: los resultados.
Fuerza, bosques nativos
Dentro del apartado “características generales de los suelos superficiales uruguayos” reportan que “varían ampliamente entre los diferentes usos de la tierra y la clasificación en diferentes órdenes de suelo”. Sobre el carbono orgánico del suelo reportan que “osciló entre 0,8% y 16%” y que fue “más alto en los bosques nativos y más bajo en las plantaciones de madera”. Sobre la relación carbono/nitrógeno, reportan que la media fue más baja en los suelos de las tierras de cultivo. El contenido de fósforo varió considerablemente, yendo desde los 43 a los 1.009 miligramos por kilo de suelo.
Sobre la capacidad de intercambio de cationes (algo deseable y fundamental para que el suelo haga lo que tiene que hacer), señalan que “fue mayor en los suelos superficiales de los bosques nativos, seguidos por los de las tierras de cultivo, los pastizales y las plantaciones de madera”.
Los indicadores de fertilidad de los suelos, medidos en contenido de carbono orgánico, fósforo, calcio, magnesio y zinc, “fueron más altos” en los suelos superficiales de los bosques nativos en comparación con los pastizales, y más aún en contraste con las plantaciones forestales.
En cuanto al pH, reportan que las muestras arrojaron “un perfil marcadamente ácido” de los suelos superficiales, con “casi 75% de las muestras clasificadas como ‘extremadamente ácidas’ y ‘muy fuertemente ácidas’”. Los suelos menos ácidos fueron los de los bosques nativos, “más cercanos a tener un pH neutro”, y los más ácidos los de las forestaciones. Dentro de las forestaciones, las de pinos tuvieron pH más bajos -es decir, más ácidos- que las de eucaliptos.
Finalmente, con relación a los metales traza, “para el arsénico, cadmio, cromo y plomo, encontramos concentraciones significativamente más altas en suelos superficiales de los bosques nativos en comparación con los de los pastizales y forestaciones”, señalan. Ya veremos bien por qué piensan por qué podría darse eso.
Tomando nota
A la hora de discutir los resultados encontrados, el artículo comienza diciendo que “el círculo vicioso entre el deseo de detener la degradación del suelo y de aumentar simultáneamente la productividad de la tierra para satisfacer la creciente demanda de alimentos, fibras y energía no se ha roto desde la Revolución Verde”. Agregan que “las prácticas socioeconómicas y de gestión convencional que impulsan la degradación del suelo han generado varias trampas, como la ‘trampa de los insumos’, donde un rendimiento reducido por área es seguido por una mayor aplicación de fertilizantes o la ‘trampa del crédito o la pobreza’, donde la presión económica obliga a los agricultores a practicar la intensificación”. Ya comentando sus resultados específicos, dicen que “atrapados en este loop los suelos de los pastizales templados de Uruguay han sufrido una fuerte degradación por erosión, acidificación, contaminación, salinización y compactación”, algo que “se refleja en este muestreo”.
También hacen un gran aporte al señalar que el alto contenido de carbono orgánico, nutrientes y metales traza de las muestras de los suelos superficiales de los bosques nativos “sugieren el transporte de partículas de suelo desde los usos del suelo circundante (pastizales, tierras de cultivo o forestaciones) hasta los bordes de ríos, arroyos y cañadas”. Sostienen entonces que asumen que todos esos elementos se “desplazan a través del paisaje y se acumulan en las cuencas”. También reconocen que si bien “la gran heterogeneidad de los suelos de la Pampa en distancias pequeñas hace difícil separar las firmas geoquímicas de las antrópicas, el mayor riesgo de contaminación en la región proviene de la aplicación de fertilizantes y agroquímicos es indiscutido”.
Hablando de sostenibilidad, señalan que los resultados encontrados en los suelos forestales los llevan a corroborar que “la absorción de los árboles y la exportación general de nutrientes de los predios con forestación de crecimiento rápido a lo largo de la cosecha es mayor que la entrada natural en esos sistemas”. Al respecto, señalan que “este efecto es particularmente relevante porque las plantaciones de madera en Uruguay se encuentran en ‘suelos de prioridad forestal’, que generalmente son suelos de baja fertilidad, de profundidad superficial a moderada y con buen drenaje, por lo que la forestación podría reducir aún más la fertilidad de esos suelos”. Chan. Pero hay más chanes.
“La eliminación de nutrientes por parte de las plantaciones de madera de alto rendimiento puede exceder la capacidad de intercambio de nutrientes o la renovación de la hojarasca y los desechos forestales. Tanto el manejo de los rodales como las condiciones ambientales (por ejemplo, la precipitación) influyen en las reservas de nutrientes y carbono”, señalan. Y esto es importante: Uruguay pretende ser un país carbono neutro y para ello cuenta con que sus forestaciones son sumideros de carbono. Pero todo parece indicar que los predios forestales están lejos de secuestrar carbono. “Nuestro estudio proporciona evidencia de que la pérdida de carbono orgánico del suelo limita no sólo la productividad de las tierras de cultivo, sino también el secuestro potencial de carbono en la región”, sostienen. Chan.
“En nuestras muestras de suelo, provenientes de 28 rodales diferentes en Uruguay, el carbono orgánico es más bajo en los suelos superficiales de las plantaciones de madera. Cantidades similares han sido reportadas para una forestación en el este de Uruguay y en el noreste de Argentina”, reportan. “Por lo tanto, nuestros datos brindan evidencia clara de que, en lugar de contribuir al secuestro de carbono en la capa superior del suelo, el carbono liberado por la transformación de pastizales nativos a forestaciones con estas especies de rápido crecimiento tiene varios efectos adversos según la precipitación y el tipo de suelo”, dicen sin pelos en la lengua.
“Dado que los pastizales templados son sumideros de carbono más sostenibles en comparación con los monocultivos vulnerables al clima, como las plantaciones de madera, es importante evitar la forestación de tierras que antes no estaban forestadas”, dicen con claridad meridiana. “Este es el caso de la forestación de eucaliptos en los pastizales templados originalmente sin bosques de Uruguay: los modelos de captura y dinámica de carbono en Mollisols y Oxisoles [dos tipos de suelo] bajo los pastizales templados de América del Sur estimaron una mayor eficiencia de retención de carbono bajo los pastizales templados en comparación con los sitios forestados, lo que sugiere que los sistemas silvopastoriles son una solución potencial para el secuestro de carbono del suelo en suelos tropicales”, reportan.
Luego, para enmarcar y recordar a los tomadores de decisiones, sostienen que sus datos sobre suelos superficiales “indican que el secuestro de carbono ocurre principalmente en la capa superior del suelo de los bosques ribereños nativos que cubren menos del 5% del territorio uruguayo”. Siendo coherentes, dicen entonces que “la expansión de los bosques nativos y el uso de especies nativas en proyectos forestales a largo plazo pueden reducir los efectos adversos de las plantaciones de madera”. Chan. Chan. Y más chan.
Volver al futuro
“Nuestros datos de relevamiento de suelos muestran una fuerte degradación de los suelos negros uruguayos debido a la erosión, la acidificación y la contaminación, y sugieren una translocación de nutrientes y carbono orgánico a través del paisaje desde los pastizales, las forestaciones y las tierras de cultivo a los bosques ribereños”.
También dicen que el potencial de los pastizales como tierras de cultivo “ha sido largamente sobreestimado” y que “ya se han degradado durante las últimas décadas debido a técnicas inadecuadas de gestión de la tierra, falta de integración de técnicas de conservación, el desacople de cultivos y ganadería y los impactos del cambio climático con eventos de tormentas y sequías fuertes que desencadenan la erosión del suelo”.
Por todo eso, finalizan su trabajo diciendo que “desde el punto de vista, aunque muy limitado, de la capa superior del suelo, el concepto de conservación de ‘pastizales tradicionales’ con un uso extensivo parece ser una estrategia más prometedora para poner los ‘pastizales en el centro’ de la región de los Campos que las estrategias de intensificación”.
Es imposible volver a lo que una vez hubo. Para empezar, porque quienes vuelven ahora saben cosas que no sabían cuando se despegaron de aquello a lo que pretenden volver. De lo contrario, jamás aprenderíamos nada y sólo volveríamos a lo que creemos que alguna vez fue mejor, pero siendo igual de limitados en nuestras ideas. Más allá de eso, si hay un futuro con producción sostenible, hay que pensarlo. Este trabajo es un maravilloso aporte más en ese sentido.
Artículo: Back to the future? Conservative grassland management can preserve soil health in the changing landscapes of Uruguay
Publicación: Soil (julio 2023)
Autores: Ina Säumel, Leonardo Ramírez, Sarah Tietjen, Marcos Barra y Erick Zagal.