Son tiempos de reforma educativa y como físico profesional, docente universitario y divulgador científico siento la necesidad de presentar algunas sensaciones al igual que lo han hecho, en diversos medios, otras personas y organizaciones. Elegí hacerlo empezando por algunas referencias a un popular mundo de ficción.

A veces la ficción nos ayuda a ver la realidad desde una perspectiva nueva. Despojar, por un momento, a algunos personajes e instituciones de sus colores y banderas ofrece una imagen más objetiva (o ingenua). Vivir las cosas a través de los ojos de un personaje que no tiene nuestra edad ni nuestras características puede facilitar la empatía.

Una advertencia: en lo que sigue revelaré algunos detalles de lo que se cuenta en el libro La orden del Fénix correspondiente a la saga de Harry Potter. Por cuestiones generacionales no es una obra de fantasía que me haya influido especialmente, pero para el tema que quiero tratar me resulta extremadamente sugerente. Quienes aún no lo hayan leído (o visto la película) pueden preferir saltar esa lectura para evitar spoilers. Aunque a esta altura quienes aún no conozcan los detalles de una historia tan popular probablemente no tengan intenciones demasiado fuertes de hacerlo pronto.

El ejército de Dumbledore

Al final de su cuarto año en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, Harry Potter descubre que Lord Voldemort (el mago oscuro por excelencia) está avanzando en sus planes de dominación y purga racial. Para mantener esto en secreto, entre otros motivos, Voldemort intenta matar a Harry, quien por poco logra escapar.

Harry advierte a Dumbledore, el director de Hogwarts y uno de los magos más poderosos de la historia, de que Voldemort ha vuelto. Sin embargo, el primer ministro de Magia, Cornelius Fudge, se niega a creer que eso sea cierto. La confianza de Dumbledore en la versión de Harry no convence a Fudge, quien propicia una campaña publicitaria para desacreditar a Dumbledore y a Harry utilizando la influencia del Ministerio de Magia y su capacidad de controlar lo que se publica en el diario El Profeta (muy leído por los magos). De este modo, cualquier advertencia sobre los planes de Voldemort queda acallada. Además, brujas y magos prefieren ignorar la terrible posibilidad de que una guerra como la que ocurrió hace 14 años, cuando Voldemort tuvo el control del mundo mágico, pudiera repetirse.

El primer ministro Fudge siente que Dumbledore es una amenaza y que alertar sobre una posible vuelta de Voldemort es parte de una táctica engañosa para quitarle su puesto. También cree que el director de Hogwarts está formando a los estudiantes del colegio para que lo apoyen en una revolución en contra del ministerio. Por eso, aprueba un decreto que le permite realizar una reforma educativa en Hogwarts y designar a una persona de su confianza como profesora de Defensa contra las Artes Oscuras: su colega Dolores Umbridge.

Las clases de Umbridge consisten en la lectura individual y en silencio, un capítulo por clase, del libro Teoría de defensa mágica, de Wilbert Slinkhard (un dudoso autor que propone ideas fácilmente refutables por Harry y sus amigos). Son clases puramente teóricas en las cuales no se puede practicar las maneras de hacer frente a distintos tipos de criaturas, embrujos, maleficios y maldiciones. Ante esto, los alumnos protestan, pero Umbridge rápidamente los acalla y castiga cruelmente a Harry cuando este insiste en afirmar que Voldemort ha vuelto y que deben prepararse.

Ante la imposibilidad de aprender verdadera magia defensiva, que muy pronto será necesaria para enfrentar a Voldemort y sus seguidores, a Hermione, la mejor amiga de Harry, se le ocurre que él mismo debería enseñar defensa contra las artes oscuras a sus compañeros de colegio. Desde su primer año en Hogwarts, Harry debió enfrentar criaturas, conjuros y hasta al mismo Voldemort, lo cual le obligó a aprender magia defensiva.

Hermione reúne un grupo de más de 20 estudiantes en el bar Cabeza de Puerco. Allí, en un lugar público, hablan de la idea de estudiar por su cuenta y deciden llevarla a cabo.

Al día siguiente, la profesora Dolores Umbridge redacta un nuevo decreto: son disueltas todas las organizaciones, sociedades, equipos, grupos y clubes, entendiendo que cualquier reunión asidua de tres o más personas entra en alguna de estas categorías. Los grupos que quieran seguir reuniéndose en forma legal deberán declarar sus intenciones para aspirar a obtener un permiso expreso. Es demasiada coincidencia como para que no sea una reacción directa a la idea de Hermione.

Aun así, los estudiantes están decididos a continuar sus estudios a espaldas de las autoridades. Dobby, un particular elfo doméstico libre, le sugiere a Harry el lugar perfecto para que enseñe magia a sus compañeros sin que nadie se entere: la Sala de los Menesteres, una habitación que sólo se aparece ante aquellos que realmente necesitan algo y toma la forma requerida.

En la primera reunión en la Sala de los Menesteres se elige un nombre para su organización: ED, iniciales de “Ejército de Dumbledore”, como referencia al miedo del ministerio que les llevó a tener que aprender por sí mismos.

Cuando, luego de un tiempo, Umbridge descubre las actividades ocultas de los estudiantes y obtiene un pergamino con el nombre de la organización y una lista de sus afiliados, decide confrontar a Dumbledore. Este, quien ignoraba los detalles, decide asumir la responsabilidad para proteger a Harry y sus amigos de las posibles represalias. Esto permite su destitución del puesto de director y que el ministerio tome completo control de Hogwarts.

Pero finalmente, la vuelta de Voldemort se vuelve evidente, y hasta el primer ministro Cornelius Fudge lo ve con sus propios ojos. A partir de ahí, cualquier rencilla entre el Ministerio de Magia y el colegio Hogwarts pierde sentido y ambos se alinean para resistir a Lord Voldemort.

Así, en el mundo de la ficción, la disciplina de Defensa contra las Artes Oscuras encontró el modo de perpetuarse entre los jóvenes, y el regreso de Voldemort encontraría una digna oposición. ¡Bien por Harry, Hermione y sus compañeros!

La enseñanza en Hogwarts

Lo contado sobre Hogwarts puede ser leído como una alegoría sobre eventos del mundo real pero también ser objeto de análisis serio por mérito propio.

El experto en filosofía de la ley y pensamiento crítico Gregory Bassham, editor de varias obras que divulgan la filosofía relacionándola con fenómenos de la cultura popular como el básquetbol, El Señor de los Anillos, Las crónicas de Narnia y Harry Potter, escribió un ensayo titulado “La educación en Hogwarts: el bueno, el feo y el malo”. Ese texto, incluido en el libro Harry Potter y la filosofía: Hogwarts para muggles, presenta de un modo accesible y motivante ideas sobre educación de autores clásicos así como algunos resultados de la investigación educativa contemporánea. La estructura del ensayo apunta a pensar sobre lo bueno, lo malo y lo desagradable que el entorno de Hogwarts ofrece a sus estudiantes, una estructura que puede ser de ayuda, para un público general atento e interesado, al pensar sobre la educación y el efecto de las reformas educativas en el mundo real.

Cualquier sistema educativo, aun el resultante de la mejor de las reformas, tendrá lo bueno, lo malo y lo feo; y pocas cosas son más importantes, para su mejora, que ser conscientes de los rasgos de cada uno de esos tres aspectos del asunto.

¿Cómo le va a Hogwarts en ese sentido?

Las conclusiones resumidas del divertido y sugerente texto de Bassham son las siguientes: “Hogwarts, como la mayoría de las escuelas, tiene sus pros y sus contras. A sus alumnos les encanta el castillo, el lugar, la camaradería, el enfoque práctico que se da a la magia. No cabe duda de que es un lugar divertido e interesante en el que dar clase. Pero la educación en Hogwarts también tiene sus puntos negros, entre los que se incluyen los profesores inútiles, un entorno peligroso, un plan de estudios limitado y un marcado trasfondo de intolerancia racial y elitismo. Entonces, ¿enviaría a mi hijo a Hogwarts? Tras analizarlo todo, sí. No se puede desaprovechar una oportunidad tan especial. Pero también me aseguraría, como hago, de que mi hijo aprende los valores fundamentales sobre la igualdad de las personas, el rol vital de la libertad democrática y la importancia de una educación plena y completa, puesto que estos son los valores que pueden hacer de nuestro mundo un lugar mágico”.

Dejemos que resuenen los ecos de “igualdad”, “libertad democrática” y “educación plena y completa” mientras salimos del mundo de Harry Potter y volvemos al nuestro en busca del secreto de la defensa contra las artes oscuras.

Defensa contra la oscuridad

En su libro El mundo y sus demonios, el renombrado Carl Sagan decía que la ciencia era una luz en la oscuridad: una defensa contra las consecuencias negativas de los prejuicios y las supersticiones. En ese sentido podría ser una defensa contra ciertas formas de oscuridad.

Las pseudociencias, o las creencias que por su naturaleza no se exponen a ser refutadas, pueden ser algo inconveniente cuando se relacionan con temas que afectan a la salud o el bienestar de las personas.

Pero Sagan reconoce, de palabra y con hechos, que hay una oscuridad peor que las pseudociencias, la ignorancia o las supersticiones: la tiranía y el desprecio de unas personas sobre otras. No hay motivo, por noble que sea, que, para Sagan, justifique eso.

En su libro cuenta cómo se negó a firmar un manifiesto de un grupo de científicos escépticos en contra de la astrología por considerar que tenía un tono autoritario y que lo que corresponde, de acuerdo a los valores que él defendía, es la compasión, el debate constructivo y el diálogo entre iguales: “La principal deficiencia que veo en el movimiento escéptico es su polarización. Nosotros contra Ellos, la idea de que nosotros tenemos un monopolio sobre la verdad; que esos otros que creen en todas esas doctrinas estúpidas son imbéciles; que si eres sensato, nos escucharás, y si no, ya no hay quién te redima. Eso es poco constructivo. No comunica ningún mensaje. Condena a los escépticos a una condición permanente de minoría mientras que una aproximación compasiva que reconozca desde el principio las raíces humanas de la pseudociencia y la superstición podría ser aceptada mucho más ampliamente. Si entendemos eso, sentimos desde luego la incertidumbre y el dolor de los abducidos, de los que no se atreven a salir de casa sin consultar el horóscopo o los que cifran sus esperanzas en los cristales de la Atlántida. Y esa compasión por almas gemelas en una búsqueda común también sirve para hacer menos antipática la ciencia y el método científico a los jóvenes”. Para Sagan divulgar las ideas de la astronomía de un modo lleno de significado, mostrando el proceso por el que se llegó al grado de conocimiento actual, era mucho mejor que firmar una carta condenatoria contra la astrología.

Pero Voldemort y sus seguidores no buscaban promover la ignorancia y la pseudociencia (si aceptamos que en su mundo la magia es algo real, tal vez similar en poder a una “tecnología suficientemente avanzada”), buscaban derrotar y someter a aquellos que no compartían sus poderes y sus valores. Incluso el manejo de los principios y leyes de su universo, del que Voldemort era capaz, lo emparenta más con un destacado experto en tecnología de nuestro mundo que con un defensor de las pseudociencias.

Entonces, ¿cómo defendernos contra las artes oscuras del mundo real?

El valor de la ciencia

¿Existe en el mundo real alguna disciplina humana que pueda servir de defensa contra un líder mesiánico que desee imponer su voluntad? Seguramente hay muchas –y los próximos argumentos pueden sugerir algunas–, pero creo que, a pesar de lo dicho anteriormente, hay una que permite una resistencia pacífica y organizada: la ciencia.

En uno de sus escritos, titulado El valor de la ciencia, Richard Feynman da su opinión respecto de cuáles son las tres principales contribuciones de las ciencias básicas a una sociedad.

La primera es la utilidad que gana a través de las aplicaciones tecnológicas de sus descubrimientos: “hacer toda clase de cosas y construir toda clase de cosas”. Este aporte de la ciencia, aunque innegable y muy importante, no es el que entusiasma más a Feynman (y a mí tampoco), y le dedica pocas palabras en su ensayo: “El conocimiento científico confiere un poder que nos capacita para obrar bien o mal, pero no lleva instrucciones acerca de cómo utilizarlo”. En su libro Feynman cuenta que en un viaje a Honolulú, un guía turístico hablando sobre el budismo dijo: “A cada persona se le da la llave de las puertas del cielo; esa misma llave abre las puertas del infierno”. “Cierto es que si carecemos de instrucciones claras que nos permitan determinar cuál es la puerta que da al cielo, y cuál al infierno, la llave puede ser un objeto peligroso de utilizar. Pero es evidente que la llave tiene un valor: ¿cómo podremos entrar en el cielo si carecemos de ella? Las instrucciones de uso carecerán de valor si no poseemos la llave. Es evidente, pues, que a pesar de que puede producir enormes horrores en el mundo, la ciencia tiene valor porque puede producir algo”, escribió Feynman.

Si este fuera su único valor, su aprendizaje sólo se justificaría para aquellas personas que fueran a dedicarse a la ingeniería, la biotecnología, el desarrollo de procesos industriales y otras profesiones asociadas a la tecnología. Es razonable pensar que estas personas son un porcentaje pequeño de la población, por lo tanto este valor de la ciencia sólo justificaría su enseñanza a partir de cierto nivel de avance en los estudios y para un pequeño porcentaje de personas que ya tengan definida su vocación en ese sentido. Este enfoque justificaría que las ciencias se enseñen en conjunto con aplicaciones tecnológicas de moda (o que algunas directamente no se enseñen). Pero de algún modo debemos cuidarnos del problema de una llave para las dos puertas; para eso es muy importante entender lo que implica cada cosa, el valor de una llave en sí misma y otras cuestiones filosóficas. No parece prudente correr hacia la primera puerta que se nos ofrece.

Precisamente, un problema de la tecnología para enfrentar las artes oscuras es que, al igual que la magia en el mundo de Potter, puede abrir ambas puertas y estar al alcance tanto de Voldemort como de quienes se le resisten. Y muchas veces, por algunas asimetrías sociales, la tecnología resulta más accesible y útil para los tiranos.

Pero esta es sólo una de las virtudes de la ciencia.

La segunda es la posibilidad de disfrute personal que los descubrimientos y la visión científica del mundo les puede dar a las personas. “¿Tiene este disfrute personal algún valor para la sociedad en su conjunto? ¡No! Pero es también una responsabilidad considerar el papel de la sociedad propiamente dicha. ¿Será este papel organizar las cosas de modo que los individuos puedan disfrutar de ellas? En tal caso, gozar de la ciencia es tan importante como cualquier otra cosa”, decía Feynman.

En esto la ciencia se parece al arte. Si bien la tecnología para construir un televisor, un control remoto, una cámara de video o un equipo de audio son cosas que pueden generar disfrute, los contenidos audiovisuales generados y transmitidos son fundamentales. Cuestiones científicas como nuestro lugar en el universo, el modo en que nuestra especie evolucionó pasando por formas de vida muy variadas, la diversidad y belleza de la vida en la Tierra, la historia de los cambios en nuestro planeta, lo que sabemos de nuestra psicología, el estudio del funcionamiento de nuestras sociedades, entre otras cosas, son fuente de fascinación y disfrute para muchas personas. No es necesario tener una profesión específica para poder aprovechar este valor de la ciencia. Es algo accesible a todas las personas que hayan tenido un contacto con algunos principios básicos. Este parece un buen motivo para enseñar ciencia a todos. La felicidad y el sentido de maravilla frente a la vida, el cosmos y las entidades que lo habitan, es un valor en sí mismo que puede protegernos, al menos momentánea e individualmente, contra el dolor y la opresión.

Pero esto no parece suficiente para una defensa pacífica y organizada contra las artes oscuras de una tiranía. El tercer punto en la lista de Feynman (el más importante para él y para mí) sí lo hace.

El tercero de la lista

En su libro titulado El nacimiento del pensamiento científico: Anaximandro de Mileto, el físico Carlo Rovelli propone que el origen del pensamiento científico ocurrió seis siglos antes de Cristo en la ciudad de Mileto.

Anaximandro fue discípulo de Tales, aquel hombre que, según la historia contada en El teorema del loro, de Denis Guedj, pudo, con su pensamiento, desafiar la grandeza de los faraones y los dioses. Al encontrarse cerca del Nilo, frente a la pirámide de Keops, se le acercó un campesino que le contó que la pirámide no obedecía más que a la voluntad del Faraón “de obligar a los humanos a convencerse de su pequeñez”, de manera que “cuanto más gigantesca fuera ella, más minúsculos seríamos nosotros”. El campesino había observado en el rostro de Tales los efectos de esta magnitud. “El faraón y sus arquitectos quisieron obligarnos a admitir que, entre la pirámide y nosotros, no hay ninguna medida común”, le dijo.

Denis Guedj cuenta que el monumento “deliberadamente desmesurado” desafiaba a Tales, ya que “la altura de la pirámide era imposible de calcular”. “¡La construcción más visible del mundo habitado era también la única imposible de medir!”, señala, afirmando entonces que Tales decidió aceptar el reto.

“Cuando el sol apuntaba por el horizonte, Tales se levantó y observó su propia sombra proyectarse en dirección oeste; pensó que, cualquiera que sea el tamaño de un objeto, siempre existirá una iluminación que lo haga parecer grande. Durante un buen rato permaneció de pie, inmóvil, con los ojos fijos en la sombra que proyectaba su cuerpo en el suelo. La vio disminuir a medida que el sol se iba elevando en el cielo”, relata Guedj. “Ya que mi mano no puede medir la pirámide, la voy a medir con el pensamiento”, dijo Tales buscando un aliado que fuese de la talla de su adversario. “Varias veces su mirada se desplazó de su cuerpo a su sombra y viceversa, y luego a la pirámide. Por fin levantó los ojos, mientras el sol lanzaba sus rayos terribles. ¡Tales acababa de encontrar a su aliado!”, dice Guedj. Y ese aliado era el Sol, que “no hace distingos entre las cosas del mundo”, de manera que si “trata de modo semejante al hombre, minúsculo, y a la pirámide, gigantesca, se establece la posibilidad de la medida común”.

“La relación que yo establezco con mi sombra es la misma que la pirámide establece con la suya. En el mismo instante en que mi sombra sea igual que mi estatura, la sombra de la pirámide será igual a su altura”. Hete aquí la solución que buscaba, razona Tales según el relato de Guedj.

Una de las ideas más sorprendentes de Anaximandro, discípulo de Tales, fue su explicación natural de las nubes y la lluvia. Para él las nubes se formaban a partir del agua evaporada de los ríos y mares; luego, al llover volvía a estos en un ciclo natural. Hasta entonces ese tipo de fenómenos eran atribuidos al capricho de dioses tiránicos y de ánimo errático. Según Rovelli, este nuevo modo de pensar, que además permitía contradecir, sin ignorar ni dejar de honrar, los aportes de los maestros del pasado, es el inicio del pensamiento científico: “En el momento en que las ciudades griegas echan a los reyes, cuando descubren que no necesitan un dios-rey para existir, y que, por el contrario, florece mejor sin un dios-rey, entonces es cuando la lectura del orden del mundo se libera de la sujeción de los dioses creadores y ordenadores y se abren nuevas vías para comprender y ordenar el mundo”.

Rovelli agrega que “concebir una estructura política democrática significa aceptar que las mejores decisiones puedan surgir de la discusión entre todos, y no de la autoridad de uno solo; la idea, también de que la crítica pública de las propuestas es útil para discernir lo mejor de ellas; la idea, en fin, de que se puede argumentar y converger para llegar a una conclusión. Estas también son las hipótesis básicas de la búsqueda científica del conocimiento”. De esta manera, para este físico italiano “la base cultural del nacimiento de la ciencia es, pues, la base del nacimiento de la democracia: el descubrimiento de la eficacia de la crítica y del diálogo entre pares”.

Que Anaximandro criticara abiertamente a su maestro Tales, dice Rovelli, “no hace sino transportar sobre el terreno del conocimiento una práctica ya común en el ágora de Mileto: no aprobar de manera acrítica y reverencial lo divino, o lo semidivino, al señor del momento, sino criticar la propuesta del magistrado. No por faltarle el respeto, sino con la conciencia compartida de que siempre hay una propuesta mejor”.

Desde su nacimiento la principal característica de la ciencia fue quitarles a los tiranos (dioses o mortales) su influencia sobre las decisiones humanas. Feynman también destaca esto como el principal valor de la ciencia moderna: “Nuestra libertad de dudar nació de una lucha contra la autoridad en los primeros tiempos de la ciencia. Fue una lucha muy profunda y vigorosa: se nos ha permitido cuestionar, dudar, no estar seguros. Me parece importante que no olvidemos esta lucha y perder quizás lo que hemos ganado. He aquí una responsabilidad social”, señalaba. “Es responsabilidad nuestra como científicos, sabedores del gran progreso que emana de una satisfactoria filosofía de la ignorancia, del gran progreso que es fruto de la libertad de pensamiento, proclamar el valor de esta libertad; enseñar que la duda no ha de ser temida, sino bienvenida y discutida, y exigir esta libertad como deber nuestro hacia todas las generaciones venideras”, concluía Feynman.

Si queremos una sociedad democrática, igualitaria e inmune a tiranos de cualquier color es saludable no escatimar esfuerzos en transmitir a los jóvenes los valores, las ideas, la historia, los métodos, el significado y la tradición de las ciencias naturales. Esto es efectivo si se hace empatizando con las necesidades e intereses de quienes aprenden pero sin descuidar la esencia del mensaje.

Las aplicaciones tecnológicas de la ciencia pueden ayudar a entender conceptos concretos, pero el espíritu profundo del pensamiento científico no debe disfrazarse. Los intereses tecnológicos y comerciales cambian con los tiempos (y últimamente de forma muy rápida), pero el mensaje de racionalidad y de rebeldía contra el principio de autoridad sigue sonando en forma clara y potente a través de los siglos.

Aquellas palabras de cuño clásico –física, meteorología, astronomía, geometría, filosofía– encierran búsquedas antiguas que han permitido a la humanidad comprender que vive en un cambiante planeta azul rodeado, a lo lejos, por planetas –gigantes gaseosos algunos; con anillos otros; pequeños, rocosos y desérticos unos más–, nebulosas como óleos imposibles, estrellas de muchos colores y tamaños donde se cocinan los elementos de la vida, agujeros negros que desafían nuestra intuición, galaxias como islas, y vacío; búsquedas antiguas que han permitido a la humanidad comprender la estructura y el comportamiento del agua, el fuego, la tierra, el aire, la vida, y soñar, con confianza, que en otros mundos, y en este, hay seres con los que hermanarnos; búsquedas antiguas de claves prometedoras sobre nuestra naturaleza más profunda, del misterio que se mueve pero no cesa, de lo que queda por descubrir, de la tarea que se multiplica a cada paso, grande o pequeño que damos; aquellas palabras de cuño clásico desean que la búsqueda, también el amor por la sabiduría y el atisbar la naturaleza de las cosas, siga existiendo cuando todas las máquinas se hayan detenido, cuando hayamos muerto. No puedo imaginar palabras más poderosas contra las artes oscuras.

La saga de Harry Potter, así como la de Terramar y otras que se enmarcan en mundos mágicos, sugieren que hay un gran poder en las palabras, y que debemos ser cuidadosos con los nombres que lanzamos al mundo.

Si fallamos, es posible que los jóvenes decidan enseñarse a sí mismos, como hizo el ejército de Dumbledore, y salven el día. Eso puede estar bien, pero en el camino se puede perder mucho. No queremos que sientan el desamparo frente a las fuerzas oscuras que vivieron otras generaciones. Podemos discrepar respecto de cuál es la encarnación real de Lord Voldemort más preocupante en este momento, o si existe alguna, pero sospecho que todos juntos (como finalmente hicieron Hogwarts y el Ministerio de Magia) podemos construir consensos amplios en contra de la posibilidad de un tirano ambicioso que nos sorprenda indefensos. Esa búsqueda es el espíritu de la ciencia y la democracia.

Finalmente, me gustaría mencionar una escuela de magia más significativa para mí que Hogwarts: la escuela de Roke, en el mundo de Terramar creado por Ursula K Le Guin.

El 7 de agosto de 1992, tiempo después de concluido el cuarto libro de la saga, originalmente titulado Tehanu, el último libro de Terramar (a pesar de que luego escribiría un par de libros más), Le Guin presentó una conferencia con el título de “Niños, mujeres, hombres y dragones”, en la que reveló qué deseaba para sus personajes al terminar de contar sus historias.

Tengo la sensación de que lo que ella dijo respecto de sus queridos personajes es también un deseo noble hacia las generaciones que nos sucederán. La admirable Ursula K Le Guin confesó que, al terminar de escribir sobre Terramar, no quería dejarlos a salvo: “Quería dejarlos libres”.