No sabemos exactamente en qué momento los humanos convertimos a los lobos grises en perros y dimos comienzo a la amistad interespecífica que cambió nuestras vidas, aunque nos encanta imaginar ese encuentro en libros y películas. Hacerse amigo de depredadores, por mucho que hoy nos guste jugar en el pasto con sus descendientes o tirarles palos para que corran a buscarlos, también trae aparejados algunos inconvenientes, como descubrimos hace mucho. De eso, afortunadamente, hay registros precisos.

Gracias al Código de Eshnunna, una serie de reglamentos creados hace unos 4.000 años en esa ciudad de la Mesopotamia y que aún se conservan en tabletas, sabemos que la ley ya se preocupaba por la tenencia responsable de perros desde entonces, aunque con cierta laxitud para los estándares modernos.

El reglamento de Eshnunna establecía un sistema de multas para quien tuviera “perros locos” que causaran la muerte de un ser humano por negligencia del dueño (por ejemplo, no mantenerlo encerrado), en lo que probablemente constituya también la primera alusión a la enfermedad de la rabia. No era una ley muy restrictiva –para peor, la multa bajaba a la mitad si la víctima era un esclavo–, pero muestra que la convivencia con mascotas implicaba ya conflictos a resolver.

A medida que la popularidad de los perros crecía en todas partes del mundo, las leyes también fueron evolucionando. La Roma preimperial pasó de las multas a considerar las responsabilidades legales de los dueños de los perros y, desde entonces, llevamos 2.000 años de regulaciones diversas hasta arribar a un concepto moderno un poco más integral: el de una sola salud. Lo que quiere decir, básicamente, es que nuestra salud, la de los animales y la del ambiente, está interconectada y no basta con mirar un solo aspecto para atender y entender el problema de la tenencia de perros (ni el de ningún otro aspecto de la salud).

Impulsados por este enfoque, investigadores del Departamento de Biociencias Veterinarias, el Departamento de Salud Pública Veterinaria y el Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad de Veterinaria (todos de la Universidad de la República, Udelar), más integrantes de la Unidad de Zoonosis y Vectores del Ministerio de Salud Pública y del College of Veterinary Medicine de la Universidad Estatal NC de Carolina del Norte (Estados Unidos), acaban de publicar el primer trabajo epidemiológico sobre mordidas de perros en Uruguay, parte de una línea mayor que está desenredando nuevas madejas de un lío que nos urge resolver.

Cave canem

Aunque un viejo aforismo periodístico dice que no es noticia que un perro muerda a una persona sino sólo cuando ocurre lo contrario, algunos incidentes protagonizados por canes tienen mucha repercusión mediática en Uruguay. Por ejemplo, los ataques de jaurías a animales productivos (y ocasionalmente también a personas) y las mordidas de razas consideradas peligrosas, como los pitbulls, aunque técnicamente pitbull no es una raza sino un nombre genérico que agrupa –a menudo equivocadamente– ejemplares de American Staffordshire Terrier, Staffordshire Bull Terrier y Bull Terrier.

Intrigados por el contexto de algunos de estos ataques, el docente de la Facultad de Veterinaria Juan Pablo Damián y el estudiante de maestría y docente de Veterinaria Javier Román comenzaron a pelotear ideas para analizar las mordidas de perros en Uruguay bajo el concepto de “una salud”. Juan Pablo ya venía trabajando en temas vinculados a agresión canina, como frecuencia de razas en los ataques y otros factores de riesgo, y Javier realizó una consultoría para la Comisión de Tenencia Responsable y Bienestar Animal (Cotryba), en la que relevó las mordeduras de perro, entre otros aspectos.

“Para la tesis de Javier, intentábamos analizar esto en su globalidad y entender qué pasa en el entorno cuando una persona es mordida, porque en estos casos el médico atiende a la víctima pero no suele aparecer en juego el perro ni se indaga mucho en cuál es su contexto”, explica Juan Pablo sobre el trabajo de Javier, mientras pasea por la clínica veterinaria de la facultad y muestra animales en tratamiento.

La primera idea fue trabajar justamente en los contextos de las agresiones junto al servicio de emergencia del hospital Pereira Rossell, pero al poco tiempo de empezar llegó la pandemia de covid-19 y mandó parar. Los investigadores resolvieron comenzar entonces por un análisis epidemiológico de los incidentes con perros en el país a lo largo de una década, aprovechando que en Uruguay los servicios de salud tienen la obligación de reportar todas las mordidas.

Pese a las limitaciones que impuso, la llegada de la pandemia representó una oportunidad de probar algunas hipótesis, además de ser un recordatorio perfecto del concepto de “una salud”. “Trabajos realizados en Inglaterra y Estados Unidos analizaron cómo cambió el vínculo humano-animal debido a la pandemia y encontraron que en el primer año hubo más personas mordidas por perros que en años anteriores”, dice Juan Pablo, aunque aclara que la influencia de la pandemia no sólo afectó negativamente el vínculo entre humanos y perros. Otros trabajos reportaron un mayor nivel de bienestar en muchas personas gracias a la presencia de sus mascotas.

“Es interesante ver que cuando hablamos de perros como animales de compañía no podemos analizarlos de forma separada del ser humano, y entender que los cambios en las personas generan repercusiones también en el comportamiento de los animales”, agrega.

¿Habría ocurrido algo similar en Uruguay? Con ese pensamiento en mente, se propusieron determinar la prevalencia de mordeduras de perros en Uruguay entre 2010 y 2020 según la estación, la edad y el sexo de las personas mordidas, y también las diferencias entre el período previo y el posterior a la pandemia de covid-19.

El poder del perro

Entre 2010 y 2020 hubo 31.634 notificaciones de mordidas de perros en Uruguay, lo que representa una tasa promedio anual de 87,51 lastimaduras cada 100.000 personas en el país. Es una cifra relevante y un “importante problema de salud pública en el país”, aunque ocupa un puesto intermedio a nivel global si se analizan trabajos similares.

El número es menor que el reportado en estudios en América del Norte y Oceanía, similar al de algunos trabajos realizados en Asia y está tanto por debajo como por arriba de estudios hechos en países europeos (es mayor que el de España, por ejemplo). En cuanto a la región, está a medio camino entre trabajos similares hechos en Chile y en Brasil (bastante más que Chile y menos que Brasil).

“Más allá del lugar que ocupe Uruguay en el mundo, lo importante es que si vos mirás hacia atrás en esos 11 años ves que hay más de 30.000 personas que fueron mordidas en Uruguay. Tenemos un problema”, explica Juan Pablo.

Si vamos al análisis de las variables estudiadas, hay una que no arrojó resultados significativos. En el primer año de pandemia no se registró un incremento en las mordeduras de perros en relación con el promedio, a diferencia de lo estudiado en otros países.

En el artículo resaltan que durante la pandemia la libertad de movimiento no estuvo tan restringida en Uruguay como en otros lugares ni el aislamiento fue tan extremo –circunstancias que pudieron atenuar el contacto de perros y humanos en espacios reducidos– y que además las medidas de control comenzaron en otoño. ¿Qué tendría que ver la estación? Quizá bastante, según se desprende de los resultados.

En Uruguay se reportan más mordeduras de perros en primavera y verano que en otoño e invierno, algo coincidente con estudios hechos en España y Estados Unidos. “Esto es bien marcado año a año, es un patrón general bien claro. La explicación, que es un poco intuitiva, es que en primavera y verano hay mucho más acceso al exterior y es también época de vacaciones. Es probable que en este contexto aumenten las interacciones con animales al aire libre, que terminan en mordeduras”, apunta Juan Pablo.

Sin embargo, lo curioso es que del otro lado de la cordillera, en Chile, se da exactamente al revés: se registran más mordeduras en otoño e invierno. “El motivo de estas diferencias no es claro, pero demuestra que, incluso dentro del mismo continente, los datos no deben extrapolarse de un país a otro”, dice el trabajo.

Con relación al sexo, también hay algunos resultados interesantes. Hay una leve mayoría de hombres mordidos (casi 52%), pero con diferencias un poco más marcadas según la edad. Hay una predominancia clara de los varones en edades más jóvenes (menos de 14 años), una tendencia que se invierte cuando pasamos a categorías de edad por encima de los 25 años.

Estos resultados abren también una puerta para investigar más, vinculada a la forma en que hombres y mujeres se relacionan con los perros según las edades, pero sobre todo dejan en evidencia el principal problema que estamos teniendo en Uruguay con las mordidas de perros: las principales víctimas son niños y adolescentes.

Entrenar humanos más que perros

En su trabajo los investigadores revelan que las mordeduras de perros son “mucho más frecuentes” en Uruguay entre los menores de 14 años que entre quienes superan esta edad, algo en línea con reportes de países como España, Francia, Estados Unidos y Chile.

“El comportamiento de los niños, la falta de comprensión del lenguaje corporal de los perros antes de la agresión y la falta de supervisión adulta son algunas de las razones que podrían explicar la mayor incidencia de mordeduras en este grupo etario”, apunta el artículo.

“Ahí vamos a lo más importante, el hecho de que categorías de edad tan vulnerables sean las más afectadas, algo que se da a nivel global. En otros países se reportó además que las mordeduras también se dan en zonas más sensibles, como la cabeza o la nuca, respecto de lo que ocurre con los adultos, donde hay más afectación de los miembros”, cuenta Juan Pablo.

“Hay que poner foco en entender que el perro, así como el gato, está formando cada vez más parte de la familia, que cada vez hay más intensificación del vínculo y que estamos mucho más tiempo en apartamentos; no es solamente el aire libre donde se dan estas situaciones”, explica.

“Estos datos refuerzan la necesidad de implementar campañas educativas y programas escolares para que niños y adolescentes puedan comprender e interpretar mejor el comportamiento animal, más específicamente el de los perros”, recomienda el estudio.

Para Juan Pablo, los datos muestran que se trata de una medida “urgente” y “prioritaria” porque es una tendencia que se va incrementando en el tiempo. No es la única, pero en momentos en que Uruguay busca alternativas para solucionar los problemas reales de sobrepoblación canina –como la castración obligatoria–, la información ayuda a mostrar que se necesitan al menos varios enfoques complementarios.

“Parte de las agresiones de animales ocurre en la vía pública y parte corresponde a perros conocidos o del hogar, entonces no pasa todo por la sobrepoblación canina, como sí se ve más claramente en los ataques a especies productivas. Dejar de tener perros sueltos en la vía pública no significa que se terminen las mordeduras, de ahí que sea bueno ahondar en una campaña orientada a niños y adolescentes, y también enfocada en la tenencia responsable”, argumenta Juan Pablo.

El artículo concluye que, de acuerdo con estos resultados, una estrategia para prevenir ataques debería incluir programas educativos y preventivos en las escuelas pero también campañas de sensibilización que “promuevan un conocimiento más amplio del comportamiento de los perros e interpretación de las señales corporales, así como una legislación que asegure supervisión adecuada y responsable de la tenencia de perros y la temprana instigación de la socialización de cachorros y entrenamientos de obediencia”.

“Estas estrategias van de la mano del concepto de ‘una salud’ y del reforzamiento del trabajo colaborativo de doctores y veterinarios”, finaliza el trabajo. Puede haber ya legislación o mejorarse, apunta Juan Pablo, pero lo importante es que se cumpla.

Educación, educación, educación

Los perros son compañeros estupendos que pueden transformarnos la vida. Nuestra relación con ellos ha ido cambiando en los miles de años que lleva en curso, y aunque todavía muchas personas optan por tener perro sólo por propósitos de seguridad o para ayudarlas a realizar tareas específicas, millones de personas los consideran integrantes de sus familias. Tener perros, sin embargo, no es un asunto puramente individual. Cuando decidimos sumarlos a nuestros hogares adquirimos también responsabilidades con el resto de la sociedad.

“Es necesario educar a los propietarios o tenedores de perros. A veces muchas personas tienen perros por modas (y de esto hay también artículos científicos). Vieron un perro en una película y se lo quieren comprar, por ejemplo, pero quizá ese perro no se amolda a las características de la casa o a los tiempos de sus propietarios. Hay perros que necesitan mucha actividad física y terminan en un apartamento en el centro o con personas mayores que no se pueden movilizar, no los pueden sacar y, por lo tanto, los perros no pueden ejercitarse”, dice Juan Pablo.

De ahí la importancia del contexto. “Hay cuestiones de bienestar animal que, si no se cumplen, pueden derivar en que el perro desarrolle problemas de comportamiento; uno de los más importantes es la agresividad, entonces hay que educar para entender que quizás no todos estamos en condiciones de tener animales. Tenemos que preguntarnos si podemos cuidarlos y llevar a cabo una tenencia responsable, como hacer el chipeo y la castración cuando corresponda”, agrega. Estudios realizados por el grupo de trabajo de Juan Pablo revelaron que cerca de 60% de los perros que se vuelven agresivos muestran señales antes del primer año de edad, un momento en que aún se pueden modificar estos comportamientos. Es el momento perfecto para consultar con veterinarios y especialistas.

Lo mismo pasa con el cumplimiento de las leyes. En Uruguay tenemos la Ley 18.471 de protección, bienestar y tenencia de animales, además de decretos municipales y presidenciales, pero por lo general ni la gente cumple las normas ni las autoridades las fiscalizan. Abundan los perros con dueño que salen sueltos a calles, playas y espacios públicos en general, pese a que está prohibido, salvo sitios expresamente señalados. Los animales “potencialmente peligrosos” deberían llevar bozal, pero son pocos los dueños que cumplen con esta disposición.

“En esto también hay un tema ético de tenencia responsable: si vas a tener un animal en tu casa, ese animal representa una responsabilidad social con toda la comunidad. Y no sólo por la agresividad, también por la materia fecal en la calle o los ladridos excesivos. Todo esto muestra la necesidad de una mejor convivencia a nivel de la comunidad; yo creo que muchas veces las personas, cuando van a adquirir un perro, un gato u otra mascota, pierden un poco esta perspectiva y se quedan sólo en su situación particular”, reflexiona Juan Pablo.

El trabajo realizado por Juan Pablo y sus colegas Javier Román, Gabriela Willat, José Piaggio y María Correa nos está dando insumos valiosos para implementar políticas públicas en consecuencia, pero resta mucho por investigar. “Queda por profundizar en lo que ocurre en las diferentes regiones (zonas urbanas y rurales), en los distintos departamentos y en todo lo relacionado a los contextos, incluyendo la influencia de los aspectos socioeconómicos y culturales en los incidentes”, insiste.

“Trabajar todo esto nos hace mejores personas y mejores ciudadanos; tanto cuidar a las demás personas como al animal con el que convivimos, al hacernos cargo de él, nos lleva rumbo a una comunidad mucho más sana y mucho más cuidada con relación al respeto y a una vida digna”, concluye. Pasaron 4.000 años desde que los sumerios realizaron las primeras normas conocidas de tenencia responsable de perros. Tuvimos tiempo de sobra para hacer un mejor trabajo al respecto, que beneficie tanto a las sociedades humanas como a estos animales con los que decidimos compartir la vida. Es hora de hacer caso a la evidencia y usarla; trabajo que ladra no muerde.

Artículo: Epidemiology of dog bites to people in Uruguay (2010-2020)
Publicación: Veterinary Medicine and Science (agosto de 2023)
Autores: Javier Román, Gabriela Willat, José Piaggio, María Correa, Juan Pablo Damián.

Las claves del trabajo

  • 31.634 mordidas de perros se reportaron entre 2010 y 2020 en Uruguay
  • 87,51 mordeduras cada 100.000 habitantes es la tasa uruguaya, menor que la de Brasil pero mucho mayor que la de Chile
  • 51,8% de las personas mordidas son hombres, pero el porcentaje es mayor en edades tempranas
  • La población más afectada por las mordeduras de perros es la de niños y adolescentes hasta 14 años; la categoría entre 5-9 años acumula más de 15% de los reportes
  • 2014 fue el año con más mordeduras reportadas en el período estudiado: 3.416
  • La primavera es la estación en la que se producen más mordeduras, seguidas por verano, invierno y otoño

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