Como ya se ha dicho en estas páginas, y como nunca viene mal recordar, el problema más grande que enfrentan los ecosistemas del planeta no es ni la deforestación, ni la agricultura, ni la ganadería, ni la urbanización. Estos cuatro fenómenos en realidad son cuatro caras de una moneda que sí es el drama que tenemos planteado y que desafía tanto a la biodiversidad como a nuestra permanencia en el planeta: el cambio del uso del suelo.

Si el suelo del que hablamos alberga una selva –como la del Amazonas, pero no sólo allí– la deforestación descontrolada supondrá grandes daños, no porque los árboles en sí tengan mayor valor que la vegetación de otros ecosistemas, sino porque lo que sea que pongamos allí –talemos para cultivar, criar ganado, expandir ciudades, etcétera– implicará alterar el delicado sistema en el que una miríada de especies, ya de por sí bastante acorraladas por la expansión humana, llevan viviendo miles de años estableciendo intrincados lazos de interdependencia. Por algo encontramos a un sinnúmero de animales, plantas, hongos y bacterias en la selva amazónica y en ningún otro lado más.

Ahora, si el suelo del que hablamos alberga un pastizal, la deforestación no será allí un problema, sino la despastizalización (término acuñado en esta sección pero de libre uso bajo Creative Commons). Pasarles por arriba a los pastizales para plantar árboles no traerá allí más beneficios que sacar árboles del Amazonas para liberar tierra para ganado o cultivos. Lo mismo pasa en los ecosistemas costeros: por lo general, su principal amenaza es el avance de la urbanización, no la deforestación ni la despastizalización. Lo común entre estos problemas que se dan en la selva amazónica, los pastizales del Río de la Plata y la faja costera es ese cambio del uso del suelo. Donde se requirió decenas de miles de años para lograr un concierto afinado de diversas formas de vida adaptadas a las condiciones ambientales del lugar, cambiar las cosas de la noche a la mañana puede ser complicado (y generalmente lo es).

Dado que hasta no hace mucho tiempo hasta 80% de la superficie de lo que consideramos Uruguay estaba cubierta por pastizales naturales, es lógico también pensar que la expansión de la agricultura –empujada por la soja– y de la forestación –por los pinos y eucaliptus– de las últimas décadas, puesto que dos objetos no pueden ocupar el mismo espacio, necesariamente se ha realizado a expensas del pastizal. En nuestro país la superficie cultivada creció 23% entre 2000 y 2015, y eso ya ha sido reflejado en varios trabajos, como el que reportaba que entre 2001 y 2018 Uruguay perdió 10% de sus pastizales naturales debido principalmente a esta expansión sojera y forestal (las pasturas sembradas también inciden en ello, pero en menor medida).

Ahora una reciente publicación amplía nuestra mirada sobre este fenómeno que está sucediendo ante nuestros ojos y que no pasa sólo aquí, ya que la pérdida de pastizales se da a escala mundial, habiéndose convertido cerca del 41% de los pastizales templados del planeta para usos agrícolas, 7,5% para dar lugar a plantaciones forestales, y 6% cedidos a la urbanización.

Titulado Patrones y controles regionales de la fragmentación de pastizales naturales en Uruguay, el artículo firmado por Ana Laura Mello, Felipe Lezama y Santiago Baeza, los tres del Departamento de Sistemas Ambientales de la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República (Ana Laura Mello además forma parte de la Dirección Nacional de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos del Ministerio de Ambiente), arroja novedosa información sobre cómo nuestros pastizales naturales se están fragmentando ante este cambio de uso del suelo en cuatro regiones del país, denominadas Cuesta Basáltica (ubicada en norte), Cuenca Sedimentaria del Noreste, Sierras y Lomadas (que abarca el sureste del país hasta donde comienzan las planicies del este) y la región Centro-Sur, que abarca la zona de mayor densidad de cultivos agrícolas. No es para arrancarse los pelos ante la gravedad del asunto, pero sí nos llama a la acción. Más aún si a lo que muestra este trabajo le sumamos lo que decía otro similar, publicado el año pasado, en el que se analizaba la fragmentación en las planicies del este.

Dado entonces que aún no es tarde para salvar a nuestro pastizal, curiosos y esperanzados salimos a conversar con Ana Laura Mello, que nos esperaba en el Ministerio de Ambiente.

Agregando parches a nuestro conocimiento

Parte de la esperanza que nos contagió el trabajo de Ana Laura Mello y sus colegas casi nos abandona el cuerpo cuando el edificio del Ministerio de Vivienda, donde aún funcionan varias dependencias del Ministerio de Ambiente, nos recibió con carteles impresos sobre horarios e indicaciones para obtener permisos de caza que eran más grandes que los que indicaban dónde quedaba la oficina del Sistema Nacional de Áreas Protegidas y otras reparticiones. No se trataba de un único cartel en el hall del ministerio, sino una especie de caminito de migas de Hansel y Gretel que empapelaba cada pared del edificio. Para quien viene lleno de ganas de hablar de conservación, este trillo bien señalizado para los cazadores era un trago un poco amargo. Las ganas de Ana Laura de hablar del pastizal y su futuro pronto hicieron que los carteles del Ministerio para el Auxilio del Cazador pasaran a segundo plano.

Ana Laura trabajó sobre los pastizales ya en su tesis de grado de Biología orientada hacia la ecología. Pronto volvió a tomarlos como objeto de estudio para su maestría y hoy, luego de una breve pausa, volvió a ellos para la tesis de doctorado de la que se desprendió este artículo (otros más vienen en camino).

“Sabemos que el pastizal está siendo el ecosistema más afectado por el cambio de uso del suelo. La idea era ver cómo ese cambio está afectando, a nivel de paisaje, al pastizal, cómo se van dividiendo y generando parches, de qué tamaños son esos parches que van quedando, qué nivel de aislamiento tienen y, sobre todo, qué determina su fragmentación”, dice Ana Laura dejando claro que hay y habrá suficiente tela para cortar en este asunto.

Como bien señalan en el trabajo, la fragmentación del pastizal debido a estos cambios de uso del suelo de los que hablábamos “consiste en la división del ecosistema en parches más pequeños y aislados, separados por la matriz de cobertura transformada”. Y esto no es nada bueno: “La pérdida de área, el incremento del aislamiento, y la mayor exposición a los cambios en el uso del suelo a lo largo del borde de los parches, inician cambios a largo plazo en la estructura, composición y funcionamiento de los ecosistemas que conducen a la reducción de la riqueza de especies y la degradación de funciones como la retención de carbono, la productividad y la polinización”, señala el artículo. Así como una sociedad fragmentada no funciona bien, un ecosistema fragmentado tampoco. Con el aditivo, además, de que los ecosistemas fragmentados generan fragmentación social.

“Hay algo que parece obvio, y uno puede decir que ya sabemos que la pérdida de pastizal se da por el cambio de uso de suelo, por la forestación y por la agricultura. Sabemos que esas son las causantes, pero la idea del artículo fue demostrarlo, poner la evidencia arriba de la mesa para dar sustento a esas afirmaciones”, dice Ana Laura. “Ese era un poco el objetivo, que si bien se había hecho de forma parcial para algunos sitios, nunca se había hecho para todo Uruguay”, amplía, reconociendo que aún queda por relevar la zona del litoral, “que es donde más se perdió pastizal y donde deben quedar pequeños relictos muy relevantes para la conservación”.

En este trabajo tampoco abordaron las planicies del este, que abarcan zonas de Rocha, Treinta y Tres y Cerro Largo. Pero la ciencia es una tarea colectiva: “Cecilia Ríos, que también hizo su maestría con Felipe Lezama y Santiago Baeza como estoy haciendo yo, trabajó sobre la fragmentación del pastizal en esa región, en la zona arrocera, por lo que lo que nos quedaría faltando es la parte del litoral oeste”, señala Ana Laura.

“Los pastizales son de los ecosistemas más fácilmente sustituibles, sobre todo porque el bosque está protegido, por lo que no se puede hacer tabla rasa y poner un cultivo”, dice con cierta tristeza. Pero el rostro se le ilumina al decir que “si bien son los ecosistemas más recurrentemente reemplazables, la idea también es mostrar que el aporte que Uruguay puede hacer significativamente a la conservación, en términos globales, pasa por conservar los pastizales”. “¡Eso, el pastizal natural es nuestro Amazonas!”, me digo, coincidiendo con lo que acaba de decir. “¿Qué tenemos nosotros que nos destaca? Donde tenemos mucha diversidad vegetal y animal es en los pastizales. Y justamente los pastizales han sido sustituidos en muchas partes del mundo, y en nuestra región es donde quedan las superficies más conservadas, con una diversidad de especies muy grande y una diversidad de aves muy grande, y entonces, en términos de qué es lo más relevante que tenemos en Uruguay para mostrarle al mundo y conservar, los pastizales son centrales”, sigue Ana Laura.

Pero no sólo es para que el mundo nos aplauda. Se trata de algo profundamente práctico y urgente para nosotros. “La idea es que este tipo de trabajo sirva para definir prioridades de conservación, para mostrar su fragmentación, tener en cuenta cómo los estamos afectando hoy en día, la tasa de pérdida y cómo nos afecta empezar a subdividir los parches que quedan actualmente”, dice con convicción. Y uno no podría estar más de acuerdo.

Ana Laura Mello.

Ana Laura Mello.

Foto: Alessandro Maradei

Buscando llegar por otro camino

En el trabajo analizan qué pasa en estas cuatro regiones con los pastizales, dividiendo esa parte del territorio en celdas de diez kilómetros de lado y otros diez de ancho. No sólo vieron si en esas celdas había pastizales, cuántos parches y qué tan fragmentados, sino que también registraron el uso del suelo (pastizales, cultivos, forestaciones, cuerpos de agua, bosque nativo y urbanizaciones) y otras variables bioclimáticas, entre ellas la temperatura, textura, drenaje y profundidad del suelo, precipitación, índice Coneat (mide qué tan apto es un suelo para producir carne y lana de ganado bovino y ovino), distancia a centros poblados, densidad de caminos y rutas, superficie media de los padrones, etcétera.

El trabajo buscaba comprender cuáles de estos factores controlan la fragmentación de los pastizales en cada una de estas regiones. Y sobre ello dicen algo que puede resultar extraño: “Debido a que en Uruguay los pastizales naturales son reemplazados fundamentalmente por cultivos y forestación comercial, la cobertura de estas categorías fue excluida del análisis para evitar circularidad”. “La idea era tratar de llegar a esas conclusiones de una forma más indirecta”, explica Ana Laura.

“Si en el análisis poníamos los datos de las superficies de donde hay cultivos y forestación, no sé si llamarle demasiado obvio, pero nos pareció que era un análisis como más simplista, ya que está claro que donde tengo agricultura no tengo pastizal y donde tengo forestación no tengo pastizal. Entonces tratemos de excluir eso y de ver si a través de variables que indirectamente nos indiquen que son suelos más propicios para una actividad o para otra, llegamos de alguna manera a la misma conclusión”, agrega. Y efectivamente, a eso mismo llegaron.

Por ejemplo, en el trabajo señalan que “la proporción de pastizales varió entre 40% y 75,8%”, dándose el valor más bajo en la región Centro-Sur –que tiene la mayor densidad de cultivos agrícolas de las cuatro zonas estudiadas, ocupando estos 53% de la superficie– y el más alto en la Cuesta Basáltica, donde lo que predomina es la ganadería extensiva y donde apenas hay un 14% de superficie destinada a los cultivos. La forestación tuvo sus valores más altos en la Cuesta Sedimentaria del Noreste y en la región de Sierras y Lomadas (12% en ambos), mientras que en las otras dos zonas no superó el 1%. ¿Dónde el pastizal predominó entonces? Donde hay menos cultivos y menos forestaciones. El índice de división, que muestra la fragmentación, fue mayor “en la región Centro-Sur, con diferencias significativas respecto del resto de las regiones”.

Por todo ello reportan que “todas las métricas coincidieron en indicar a la Cuesta Basáltica como la región menos fragmentada”, mientras que “la región Centro-Sur es la que presenta los mayores grados de fragmentación”.

A la hora de ver qué factores controlaban la variabilidad en la fragmentación –recuerden, sacando si había cultivos o forestación en los suelos– reportan que “a escala país la textura y profundidad del suelo, junto con la superficie de bosque nativo, son los factores explicativos más importantes”. Eso, sin embargo, exceptuando a la Cuesta Basáltica, “no se expresa a escala regional”.

En la región Centro-Sur, por ejemplo, señalan que “el gradiente longitudinal y latitudinal explican en mayor medida el grado de fragmentación de los pastizales”, señalando que allí “la fragmentación disminuye de oeste a este y de norte a sur”. Y como decía Ana Laura tratando de hacer un análisis más complejo que ver sólo el uso del suelo, el trabajo le mostró que todo cerraba, ya que reportan también que “la distribución de los suelos en la región también varía de oeste a este, correspondiendo los sitios más fragmentados con los suelos de mayor potencial agrícola”.

En la región de Sierras y Lomadas reportan que “los factores climáticos fueron los más importantes”, siendo la temperatura mínima del mes más frío y la media del cuarto mes más húmedo “dos de los cuatro factores que explican la fragmentación de los pastizales” allí. Dicen entonces que “el grado de fragmentación es menor en sitios con temperaturas mínimas más bajas.

En la Cuesta Sedimentaria del Noreste, la variable principal fue el índice Coneat: “la fragmentación es menor en aquellos sitios con mayor índice Coneat”, señalan. En la Cuesta Basáltica, como a escala país, dicen que “el grado de fragmentación es mayor en aquellos sitios con suelos más pesados y drenados, y profundos”.

Y por tanto, en el artículo apuntan que “los resultados obtenidos muestran que las dos regiones más fragmentadas son aquellas que han perdido mayor proporción de pastizales como consecuencia del avance de la frontera agrícola-forestal” y que “los controles que explican el grado de fragmentación están asociados a las condiciones que limitan o favorecen el desarrollo de estas actividades”.

“Utilizando la información de las variables que sabemos que generan condiciones más propicias para el desarrollo de una actividad, llegamos a ver también la explicación de la variabilidad en el grado de fragmentación”, comenta Ana Laura, señalando que se llevaron una sorpresa. “Sí incluimos en el análisis la superficie de bosque, y los resultados fueron una sorpresa. De antemano no esperaba, y creo que ninguno de los tres esperábamos, ver ese efecto de la superficie de bosque nativo sobre la fragmentación de pastizales”, confiesa. Y es cierto, en algunos lugares, como en las Sierras y Lomadas del este, “la proporción de bosques nativos llega a explicar un 15% de la variabilidad del grado de fragmentación de los pastizales”, sostiene el trabajo.

“Ahí está bueno poner arriba de la mesa la diferenciación entre la fragmentación natural por la propia heterogeneidad de los paisajes y la fragmentación que generamos nosotros con nuestras actividades. Los efectos sobre la riqueza de las especies van a ser diferentes”, aclara Ana Laura antes de que alguien pueda tener una idea peligrosa.

Es similar a lo que sucede con el calentamiento global. Una cosa es que la temperatura aumente cinco grados en millones de años, dando tiempo a las especies a adaptarse o a irse sucediendo, y otra cosa es que en 100 años se produzca ese aumento de temperatura. Lo mismo pasa aquí. Cambiar abruptamente un pastizal por otra cosa no promueve que las especies que vivían allí se adapten ni tampoco, necesariamente, que una gran mayoría de ellas vea allí una nueva oportunidad.

“Sí, ahí no hay tiempo para que nadie se adapte ni hay hábitats propicios para que las especies se instalen ahí, como sí se da capaz en un bosque o en un ecotono entre pastizal y bosque, donde a veces se genera una diversidad de hábitats que habilitan a que aparezcan más especies. No pasa lo mismo si yo le paso por arriba a un pastizal o un bosque con un cultivo forestal o con un cultivo agrícola”, sostiene Ana Laura.

¿Qué hacemos con los pastizales fragmentados?

El trabajo es claro. Y más clara es Ana Laura: “El mayor problema está en la región Centro-Sur. Eso era esperable porque sabemos que es la región que más ha perdido pastizales en los últimos años”. “Allí, a la vez que hay menos proporción de pastizal, tenemos más número de parches, lo que indica que está más subdividido el paisaje, y además son parches más pequeños”, agrega.

Pongo entonces cara de preocupación. “En la región Centro-Sur hay que prender una alarma porque cuanto más vayan disminuyendo esos parches, vamos a ir empezando a perder especies. Es probable que haya algunas especies que pueden ser más propias de esa región y que no las encontremos en otras. Y de ahí la importancia de tener un abordaje con una mirada más de ordenamiento del territorio, de identificar en qué sitios podemos seguir habilitando la transformación de los ecosistemas si es necesario para la actividad productiva, y en cuáles quizá habrá que pensar más a empezar a restringirla pensando en mantener esos parches que todavía quedan de ecosistemas naturales”, agrega.

Y entonces se formula la pregunta solita: “Si me preguntás ahora, en función de estos resultados que tengo, yo no permitiría que se sigan reemplazando pastizales en la región Centro-Sur, porque los que tenemos son ya superficies bastante pequeñas”. Clarito.

Pero la tesis de doctorado de Ana Laura no se detiene sólo en ver la fragmentación. “Hay otra parte, que no está en este artículo, que viene a ser como un segundo capítulo en el que trato de ver la relación entre la fragmentación y la riqueza de especies”, adelanta. “Spoileando la segunda parte de este estudio, te digo que esos parches del Centro-Sur todavía mantienen una riqueza de especies importante. Pero eso tenemos que verlo a la luz de lo que dicen determinados autores, que sugieren que a veces el efecto de la fragmentación sobre la riqueza se ve muchos años. A eso le llaman deuda de extinción: fragmento un pastizal hoy, pero en realidad la pérdida de especies la veo en 20 años o más”, dice llamándonos a actuar hoy para no llorar dentro de unos años.

Si tuvimos un pico de esta expansión agrícola hasta 2015, es posible que los efectos todavía no los estemos viendo hoy. En la zona basáltica no habría ese problema. “En esa zona, por los tipos de suelo que hay, que son más superficiales, es muy difícil que avance la agricultura. Ahora, eso no debería ser una razón para sacar el ojo de esa región. Habría que seguir mirándola, monitoreándola a ver qué pasa, pero en principio no sería una zona en la que deberíamos prender las alarmas ahora, señala Ana Laura.

Y tampoco deberíamos ser tan tontos de pensar que los polinizadores allá en la Cuesta Basáltica tienen dónde anidar, así que nos van a venir a polinizar los cultivos de la zona Centro-Sur. “No, no. Aparte hay variabilidad en las especies que tenemos en una región y otra. A veces se tiene la sensación de que los pastizales son todos iguales, pero son muy diferentes. En los trabajos que ha hecho este grupo se ve la diversidad de las distintas comunidades de pastizal que hay en el país”, dice Ana Laura mostrando que no alcanza con conservar pastizal en una única región. De hecho, el trabajo señala que en las cuatro regiones se reportaron cinco comunidades de pastizal distintas y 14 subcomunidades. Sigamos de gira por cada región.

“La zona de Sierras y Lomadas y la Cuenca Sedimentaria del Noreste están en una situación intermedia. No tienen los niveles de fragmentación de la zona Centro-Sur, pero ya se empiezan a ver algunos lugares dentro de cada región, en zonas donde mayormente están instaladas las forestaciones, en los que empezamos a ver un mayor grado de fragmentación”, resume Ana Laura. Allí recomienda “mirar dentro de cada región y ver si en algunas zonas particulares no habría también que limitar un poco el avance de esas actividades si queremos conservar el pastizal”.

Al respecto, Ana Laura dice que esta evidencia podría ser útil para los procesos de evaluación de impacto ambiental para las nuevas forestaciones de más de 100 hectáreas, para las que ya se está poniendo como límite de superficie de la cuenca que ya fue forestada. “Una buena idea sería poder hacer algo similar con los pastizales. Una vez que en determinada región, o cuenca, o la unidad de manejo que sea, se llegue a determinados umbrales de fragmentación, no habilitar más reemplazos del pastizal para otros usos en esa zona. Creo que eso es algo viable y que se podrá llegar a implementar, y creo que este trabajo da un insumo para eso, si bien se puede mejorar mucho el análisis”, agrega.

Deberes para nosotros y los que nos siguen

Con sinceridad Ana Laura señaló que el análisis que realizaron puede mejorarse. “Por ejemplo, se puede pensar en una escala más fina. Aquí trabajamos con celdas de 10 por 10 kilómetros, se podría hacer a una resolución más detallada. Pero más allá de eso, creo que puede ser un insumo para decir que en determinadas subcuencas, por ejemplo, capaz que hay que ya restringir los cambios de uso del suelo para mantener los pastizales. Para ello tenemos que definir hasta cuánto pastizal queremos mantener. Si queremos el 100%, ya sabemos que no sólo no es viable, sino que tal vez lleguemos tarde en muchos lugares. Pero podríamos quizá poner un punto de corte no permitiendo que en esas zonas se pierda más del 50% o 40%, por decir algo. Ahí habría que tomar definiciones que mezclen criterios técnicos y políticos, pero creo que son instrumentos en los que se puede llegar a pensar”, afirma.

Otra vía sería ver cómo retribuimos a los productores para que dejen de producir en algún lado y no sólo reserven los parches, sino que en algunas partes permitan que, con viento a favor y mucha suerte, se restablezca el pastizal. Hoy las normas son muy extrañas: el que tiene un campo y no lo trabaja paga más contribución que el que lo cultiva hasta los bordes del alambrado. Así, dejar en paz a un ecosistema resulta en un castigo económico.

“Creo que hay una intención del Ministerio del Ambiente de empezar a trabajar en esa línea de pensar en incentivos para la conservación. Pero creo que todavía falta mucho camino para recorrer en Uruguay en ese sentido y falta también que eso sea parte de una política de Estado”, comenta Ana Laura.

“A veces pensamos mucho en lo que está pasando ahora y en la calidad de vida de las personas que estamos ahora, pero también tenemos que pensar en las que vienen detrás. Capaz que es muy cliché decir que tenemos que pensar en qué les estamos dejando a los que vienen, pero también es relevante tenerlo en cuenta”, reflexiona.

“En la Constitución hay un artículo, el 47, que declara la protección del ambiente como asunto de interés general, y eso implica que el interés general está por encima del interés particular y de la propiedad privada. Hacer valer el interés general por sobre el interés particular tiene que ser uno de los pilares de la política ambiental, porque de lo contrario no hay política ambiental posible”, prosigue. Y entonces, ve necesario volver a aclararlo una vez más: “Hay discursos que plantean una oposición entre conservar y producir. Y en realidad no sólo se puede producir con rentabilidad y conservar al mismo tiempo, sino que se produce hoy con rentabilidad en áreas protegidas de Uruguay. A veces cuando se quiere proponer un área nueva, se instala ese miedo de que no se va a poder hacer nada, pero no es así”, afirma Ana Laura.

“La idea de este trabajo también va en esa línea, no se trata de atacar a la forestación o a la agricultura, sino de aportar conocimiento para que se piense que esas dos actividades no se pueden desarrollar indiscriminadamente, o sin control, o sin ningún pienso. Si hay una planificación, es viable seguir forestando, seguir con cultivos agrícolas y seguir conservando el pastizal natural”, dice con convencimiento.

Hoy se debate un proyecto de ley para proteger el pastizal. Más allá de que se apruebe o no, y con qué articulado, entre otras cosas el proyecto prevé hacer investigación para ver cuáles son los pastizales que estaban más amenazados y sobre esa base marcar cuáles no se deberían transformar, otros en los que hay que tener determinados cuidados y otras zonas en las que no habría conflictos. En Uruguay parece que los legisladores piensan un problema y a partir de ahí arrancamos de cero. Este trabajo, junto con otros, nos muestra que no, que hay investigación sobre los pastizales como para arrancar mucho más adelantados.

“Creo que justamente estos trabajos generan insumos para una de las cosas que propone el proyecto, que es identificar dónde están las zonas donde habría que quizá enfocarnos en poner mayores restricciones para que no se siga cambiando el uso del suelo”, dice Ana Laura.

“Algo que estoy viendo con la otra parte de este trabajo es que en la zona Centro-Sur se sigue manteniendo mucha biodiversidad. Entonces es posible, y espero, porque sería una buena noticia, que en la región Centro-Sur, si bien tenemos parches pequeños, todavía no hayamos alcanzado ese umbral a partir del cual se empiezan a perder especies. Eso para mí pone mayor relevancia a esa zona, porque todavía estamos a tiempo de conservar ahí porque aún la biodiversidad se mantiene y no estamos en una situación de que tenemos parches muy pequeños”, agrega para devolvernos la esperanza al cuerpo.

En las planicies del Este, el trabajo de Cecilia Ríos y colegas concluyó que hay una alta fragmentación del pastizal impulsada mayoritariamente por el cultivo de arroz o por las pasturas sembradas, lo que, decían, hace “de gran importancia desarrollar prontas medidas de conservación de las áreas naturales remanentes, así como estrategias de restauración en los sitios degradados”. El trabajo de Ana Laura y sus colegas nos dice que la región Centro-Sur, donde se registró la mayor expansión agrícola, también debería encontrarnos buscando proteger lo que queda de pastizal. Porque por mucho que insistan National Geographic, Discovery y la BBC, la riqueza de la diversidad de nuestro planeta no está sólo en las selvas húmedas y lugares remotos. Aquí la biodiversidad a proteger con urgencia se llama pastizal. O hacemos algo, o seguimos maravillándonos con documentales en las plataformas.

Artículo: Patrones y controles regionales de la fragmentación de pastizales naturales en Uruguay
Publicación: Ecosistemas (agosto de 2023)
Autores: Ana Laura Mello, Felipe Lezama y Santiago Baeza.

Artículo: Natural grassland remnants in dynamic agricultural landscapes: identifying drivers of fragmentation
Publicación: Perspectives in Ecology and Conservation (julio de 2022)
Autores: Cecilia Ríos, Felipe Lezama, Gonzalo Rama, Germán Baldi y Santiago Baeza.