Muchas veces en estas páginas escribimos unos cuantos párrafos introductorios respecto de una temática determinada, una suerte de repaso rápido del asunto, para luego abordar qué dice de nuevo una reciente publicación científica de un equipo de investigación de nuestro país. Habiendo temas más sencillos, cercanos, cotidianos o conocidos que otros, la extensión de esa introducción es variable. La publicación que ahora nos convoca no requiere otra introducción que su propio -y delicioso- primer párrafo.

“Considera la siguiente situación ficticia: acabas de terminar de escribir el manuscrito de un estudio que, desde la concepción hasta el análisis final, te llevó más de cuatro años completar. Ahora, para difundir tus hallazgos a un público amplio y avanzar en tu carrera académica, debes procurar que se publique en una revista científica respetada. El problema es que todas las revistas de alto impacto en este mundo ficticio requieren que los manuscritos se escriban en chino mandarín. Desde el primer borrador hasta la última respuesta a los revisores, toda la comunicación debe realizarse en un idioma que no dominas. El hecho de que manejes dos idiomas distintos a tu lengua materna no te ayuda porque el mandarín no es uno de ellos. Tampoco sabes español como el primer autor de este manuscrito, ou mesmo português como os outros três. ¿Cómo te hace sentir esto? Probablemente tengas el mismo sentimiento que experimenta la mayoría de los investigadores del planeta, que no son hablantes nativos de inglés, cada vez que envían un manuscrito para revisión por pares dentro de un sistema de publicación arraigado en la tradición lingüística anglosajona”.

Este artículo, titulado algo así como La ciencia por encima del lenguaje: un llamado a considerar el sesgo lingüístico en las publicaciones científicas, lleva la firma de Sebastián González, del Departamento de Pediatría y Unidad de Cuidados Intensivos de Niños del Hospital Pereira Rossell de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República, y de tres brasileños: Jorge Salluh, del Instituto D’Or de Pesquisa e Ensino de Río de Janeiro, Flávia Machado, de la Escola Paulista de Medicina de la Universidad Federal de San Pablo y Alexandre Rotta, del Centro Médico de la Universidad Duke de Carolina del Norte, Estados Unidos. Sin embargo, pese a que está escrito por un uruguayo e irmãos de Brasil, lo que aquí leyeron es una traducción propia, porque el texto fue publicado en inglés (está disponible en portugués, aunque esa versión es también una traducción del inglés). Más aún, la revista en la que aparece, Critical Care Science, hasta no hace mucho se llamaba Revista Brasileira de Terapia Intensiva (la edita la Associação de Medicina Intensiva Brasileira). Si habrá tela para cortar en este tema. Y este editorial publicado lo hace. Veamos qué dice.

Una lengua que se nos impone y nos castiga

Luego de señalar que más de 7.000 millones de personas “mantienen vivos” más de 7.000 lenguajes en el mundo y que el inglés es hablado por menos gente que el mandarín o el español, afirman que el inglés se ha impuesto “en la ciencia y el mundo académico durante el último siglo”. Así las cosas, “la mayoría de los científicos en todo el mundo no son hablantes nativos de inglés, pero deben publicar en inglés si aspiran a mostrar su trabajo en una revista de alto impacto”.

El mundo no es un lugar justo. Y eso también tiene su que ver: “Más del 85% de la población mundial vive en países de ingresos bajos y medios donde el dominio del inglés es menos común que en los países de ingresos altos”, sostienen en su editorial Sebastián González e irmãos para decir entonces que “estas disparidades” aumentan las brechas existentes “tanto en la producción como en el acceso a la literatura científica”. ¿Qué tan así es la cosa?

“Hay evidencia que sugiere que cuando un manuscrito no cumple con los estándares lingüísticos de una revista, determinados por sus guardianes (revisores, editores) -lo que implica que no alcanza el nivel de inglés de ‘fluidez nativa’-, los trabajos suelen considerarse de menor calidad científica”, dicen, citando un trabajo publicado en 2020 por Stephen Politzer y colegas, que se titulaba justamente Evidencia preliminar de sesgo lingüístico en la revisión académica. Este “sesgo lingüístico” impone “un obstáculo adicional a los científicos cuya lengua materna no es el inglés cuando intentan publicar en revistas relevantes”.

Sesgados por el lenguaje

Sebastián e irmãos dicen entonces que el sesgo lingüístico expone a quienes hacen ciencia “al riesgo de que se rechace su manuscrito, no por su mérito científico sino por la calidad del idioma en el que está escrito” (a muchos científicos les encanta decir que sus trabajos son manuscritos pese a que hace varias décadas nadie escribe a mano los artículos que se envían a las editoriales para publicar, tal vez para diferenciar esa primera versión que mandaron de la que, tras ser editada varias veces, finalmente se da a conocer). Así las cosas, el sesgo lingüístico se manifiesta como “una forma sutil de segregación académica”.

Y el problema no está sólo al momento de publicar. “Los científicos de países con una baja competencia en el inglés tardan casi el doble en leer un artículo en inglés en comparación con sus homólogos angloparlantes nativos”, dicen, citando un trabajo de 2023 titulado Los múltiples costos de ser un hablante no nativo de inglés en la ciencia, firmado por Tatsuya Amano y colegas, que realizó una encuesta entre 908 investigadoras e investigadores de las ciencias ambientales.

La carrera de obstáculos para quienes hacen ciencia desde países no angloparlantes se hace cuesta arriba ya desde el acceso a la literatura científica. Y luego las cosas se ponen más difíciles: “tardan 51% más en escribir un artículo, tienen 12,5 veces más probabilidades de que se les pida que mejoren su redacción en inglés durante la revisión” y sus artículos son rechazados por temas relacionados al idioma 2,6 veces más que los de los investigadores que hablan el inglés como primera lengua.

El asunto es tan molesto que en su artículo Sebastián e irmãos reseñan que “casi 30% de los científicos que no son hablantes nativos de inglés informan haber optado por no asistir a una conferencia académica en idioma inglés al inicio de su carrera, y casi la mitad de ellos a menudo o siempre evitan la oportunidad de hacer presentaciones orales debido a barreras lingüísticas”.

Dado todo esto, el editorial entonces afirma enfáticamente que “la comunidad científica en general se pierde el conocimiento generado por investigadores que no hablan inglés, y estos investigadores, a su vez, enfrentan la injusticia de un acceso desigual a una audiencia más amplia a la que sólo las revistas de alto impacto pueden llegar”. En otras palabras, pierden los y las no angloparlantes, pero también pierde la ciencia, algo que en su artículo tildan de “una posible disminución de la diversidad científica mundial debido a un sesgo que favorece el contenido en inglés generado por sus hablantes nativos”.

Dado que la revista en donde publican su editorial está dedicada al intensivismo, agregan que “este sesgo hacia el conocimiento generado en las regiones más ricas puede comprometer la atención médica”. Es que sí, el mundo -y los cuerpos, enfermedades, patógenos, genomas y demás- no es sólo como lo ven en un selecto grupo de países del hemisferio norte, por lo que hay que ser cautos a la hora de “extrapolar datos obtenidos en entornos de altos recursos”.

Un llamado a ceñirse a la ciencia

Tras delinear el problema, el editorial señala que “la estrella del norte debería ser el lenguaje de la ciencia misma, más que el lenguaje en el que se explica” (aplicando un torregarciísmo astronómico, podríamos cambiar allí estrella del norte por Cruz del Sur).

Así que tras decir que “abordar el sesgo lingüístico es igualmente imperativo” que otras movidas como las de acceso abierto a las publicaciones científicas, Sebastián e irmãos instan “a editores y revisores a que se abstengan conscientemente de permitir que una sintaxis y una gramática deficientes disminuyan la calidad de la ciencia subyacente”.

Más aún: “solicitamos su tolerancia lingüística hacia los manuscritos que tienen una base científica sólida pero que se ven obstaculizados por problemas en el uso del lenguaje, que, aunque distraigan, pueden abordarse durante el proceso editorial”, dicen con claridad. La buena ciencia debería ser difundida y dada a conocer “sin importar la lengua nativa de quienes la originaron”.

Para terminar, entonces, hacen “un llamamiento a los árbitros y guardianes del conocimiento científico para que consideren esta petición en sus políticas de publicación y al evaluar el mérito de los manuscritos para su publicación”, invitando “a todos a unirse a nosotros para abrazar la diversidad lingüística en la ciencia”.

¿Cómo surgió este llamado a reconocer esta desventaja lingüística?

Solemos pensar que los uruguayos somos tranquilos en comparación con nuestros vecinos. Sin embargo, la idea de salir a agitar a la comunidad científica partió de un alborotador compatriota. Sebastián González (que en los trabajos que publica firma con el apellido González-Dambrauskas debido a esos sesgos del lenguaje que denuncia) no tiene pinta de tirabombas. Por el contrario, parece ser más bien una persona con antenas sensibles para detectar problemas y angustias a su alrededor.

“El primer borrador de este artículo lo escribí estando en Estados Unidos, en la Universidad de Duke, donde el año pasado estuve un mes como profesor visitante, invitado por Alex Rotta, que es el autor senior del trabajo”, dice, haciendo memoria. “Alex es brasileño de origen, es gaúcho, y está hace más de 20 años en Estados Unidos”, dice, y agrega que en este tiempo su colega se ha convertido en un referente en pediatría crítica. “Siendo extranjero es uno de los mejores académicos en el área. De hecho, es editor de uno de los libros de referencia de pediatría crítica. Digo esto porque Alex vive todas las partes de la revisión de pares, y siendo brasileño, habla muy bien inglés”, dice.

Dado que su colega es editor de revistas de peso en el área, Sebastián señala que “este tema del idioma siempre estuvo en las conversaciones con él”, ya que ambos han publicado varios trabajos en conjunto.

“Ya habíamos hablado de estas cosas, pero encima cuando estaba en Estados Unidos, además en el sur, en Carolina del Norte, donde el inglés es un poco más cerrado y complicado para nosotros, al tratar de expresarme, aunque no tenía problemas, sí tenía dificultades, porque esa traba siempre está”, reconoce Sebastián.

“En una de mis presentaciones para los estudiantes que se estaban formando, pasé un slide que decía algo así como que uno de los principales obstáculos que tenemos en Latinoamérica como investigadores es el idioma inglés. De hecho, en esa diapo puse eso en español y ellos se quedaron como mirando. Surgió una discusión interesante, y les dije que hubiera sido mucho más fácil para mí dar esa charla en español. Y ahí Alex intervino, y como jefe del servicio, les dice a sus alumnos que si el día de mañana les toca revisar un trabajo científico como expertos de una revista, vean de dónde son los autores, y que no lo rechacen por su lenguaje, sino que se fijen en si la ciencia es correcta. Esa en el fondo es la súplica que hacemos en el artículo”, cuenta Sebastián.

Así las cosas, Sebastián y Alex se propusieron escribir un artículo abordando eso. Lo que sucedió sería gracioso si no tuviera también su lado trágico. “Lo mandamos a una revista inglesa y el editor en jefe, que es británico, nos dijo que no tenía cabida porque en su revista el sesgo del lenguaje no existía. Esa respuesta nos hizo reír, porque está bien demostrado que ese sesgo es algo real. Y no es sólo una traba para el que quiere escribir y publicar un artículo, también es una traba para quien tiene que ir al exterior y hablar en inglés y entender el inglés”, dice Sebastián.

El rechazo los hizo más fuertes. Juntaron fuerzas con otros dos colegas brasileños -Flávia Machado y Jorge Salluh, destacados intensivistas de adultos de Brasil, a diferencia de Alex y Sebastián, que son intensivistas pediátricos- y volvieron a intentarlo en la revista brasileña de la que Salluh es editor.

“Es interesante que la Revista Brasileira de Terapia Intensiva, donde salió el trabajo, se llame desde hace un tiempo Critical Care Science. De hecho, hasta hace un par de años vos podías mandar artículos en español, o en portugués, además de en inglés, porque es una revista latinoamericana. Y ahora creo que la idea es sacar el portugués y publicar directamente en inglés. ¿Por qué? Porque quieren aumentar su visibilidad a nivel de las revistas indexadas, subir el factor de impacto que tienen, y para eso saben que tienen que ir al inglés. De alguna manera, las revistas terminan siendo presas de lo mismo; sin el inglés el trabajo científico se hace cuesta arriba. Con la hegemonía del idioma inglés en la ciencia, esas son las reglas en la actualidad”, comenta Sebastián.

¿Qué podemos esperar?

“Creo que el artículo va a servir. Así como lo leíste vos, nunca sabés quién lo puede leer. Yo soy el menos importante de los autores, pero que lo firme también uno de los editores más importantes de pediatría de Estados Unidos y uno de los editores en jefe de la mejor revista del área de Brasil, le da un peso extra. De todas formas, vamos a seguir todos presos del inglés. Por lo menos en esta época”, dice Sebastián con los pies en la tierra.

En el trabajo son conscientes de eso. No están proponiendo cambiar el paradigma, no llaman a dejar de mandar artículos en inglés. “Claro. Decimos que les vamos a mandar los artículos en inglés, pero que no sean malos, que no los rechacen sin contemplar este sesgo del idioma”, comenta.

Hoy hay algunas herramientas que podrían dar una mano. Seguro hay quienes están valiéndose de traductores basados en modelos de lenguaje e inteligencia artificial para redactar en inglés. “Yo uso ChatGPT como asistente. Nunca le pido que me escriba algo de cero, no tiene mucho sentido y tampoco me gusta. Pero sí cuando tengo un borrador, voy párrafo a párrafo y le voy pidiendo que me los ponga en inglés médico. Veo lo que sugiere y ahí adapto algunas cosas”, sostiene, como pasando los pasos de una receta que lleva a buenos resultados.

“De hecho, en junio de este año el Congreso Mundial de Cuidados Intensivos Pediátricos fue en México y el idioma oficial era el inglés. Te permitían dar las charlas en español. Di tres conferencias, y si bien las podría haber dado en inglés, las di en español como forma de protesta. La primera fue una conferencia plenaria, y aclaré que iba a hablar en español y que los gringos iban a tener que hacer el esfuerzo en escucharme mientras había una traducción en simultáneo generada con inteligencia artificial en las pantallas. De alguna manera, contagié un poco la protesta y muchos latinos que habían preparado sus conferencias en inglés terminaron dándolas en español. Y lo que dijeron se entendió bien porque estaban estos traductores en simultáneo. Creo que en breve eso va a ser la norma en congresos y seminarios internacionales. Más allá de que sean en inglés, va a haber traducciones que harán las cosas más fáciles”, cuenta Sebastián.

La tecnología avanza y podría prestar auxilio. Pero pensando sobre el asunto, le pregunto si la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) en nuestro país, y agencias similares en otros países latinoamericanos, no podrían destinar recursos a atacar este sesgo y a tratar de minimizar sus impactos. Por ejemplo, poniendo al servicio de la comunidad de investigadores un departamento de traducción gratuito (hay muchísimos investigadores que no manejan bien el inglés, aquí y en todo el mundo, y pagan por traducciones de sus trabajos).

“Podría ser. Que asistieran a los investigadores, que uno les pueda remitir su trabajo, que ayuden a traducirlo o mejorar el inglés, y sobre todo, que te ayuden durante todo el proceso editorial de ida y vuelta de discusión con los revisores”, rumia la idea Sebastián.

Con relativamente pocos recursos (contratando un equipo de traductores fijo uno piensa que sería menos costoso que dando recursos para contratarlos por fuera por cada investigador) se podría paliar este sesgo que afecta a nuestra ciencia del sur. ¿Habías escuchado un planteo así referido a este tema? “No, no lo había escuchado y podría ser. Las traducciones salen carísimas, te cobran por palabra. Las universidades y las instituciones que están vinculadas a la ciencia, creo que sí o sí tienen que asegurarse de que sus investigadores tengan formación en inglés y además que se les asista durante el proceso de escritura de sus trabajos”, señala entonces.

“Más allá de eso, creo que los estudiantes, para hablar de lo mío, de medicina, por lo menos tienen que saber las básicas del inglés, tienen que acostumbrarse a leer inglés y, cuando quieran dar el salto y empezar a publicar, van a tener que recibir formación específica. Tiene que haber formación, por lo menos para los que están haciendo investigación, que ayude a que aprendan inglés médico, o físico o lo que sea”, afirma Sebastián.

“En un tiempo, seguramente con inteligencia artificial, podamos tener asistentes, incluso para hacer traducciones en simultáneo, en vivo, y este va a dejar de ser un problema tan importante en algunos aspectos. Pero hasta que eso no se desarrolle y sea accesible para todo el mundo de igual forma, el sesgo del lenguaje existe y lo tenemos que sufrir”, redondea Sebastián.

En ese sentido va el editorial que publicaron: es necesario que se vea que el problema está. “Y es un recordatorio a los que son de habla inglesa materna de que sean conscientes de que la mayoría de los autores del mundo no tienen como primera lengua el inglés. Y eso es algo que los editores y revisores por lo general no tienen en cuenta y que sí o sí tienen que manejar”, le pone el moño.

Por otro lado, su publicación tiene otro mensaje importante, no ya para revisores y editores, sino para todos quienes hacen ciencia desde el sur. No están solos. Sus problemas son los de muchos y muchas otras. La desventaja lingüística anda suelta. Invocarla, denunciarla, ponerla en blanco sobre negro, es una forma de comenzar a erradicarla.

Artículo: Science over language: a plea to consider language bias in scientific publishing
Publicación: Critical Care Science (julio de 2024)
Autores: Sebastián González, Jorge Salluh, Flávia Machado y Alexandre Rotta.

Sentimientos

“A pesar de tener tremendas investigaciones, te da mucha vergüenza ir a un país a hablar en otro idioma sobre ellas. Muchos colegas terminan declinando las invitaciones. A mí no me pasó porque soy bastante careta. Pero igual te sentís incómodo, porque defender tu trabajo, tu investigación, lo que sea, en un panel público es difícil siempre. Pero cuando le sumás la dificultad del inglés, es el doble de difícil”, reconoce Sebastián. “Por eso, lo que decimos en el artículo, con otras palabras, es que se fijen en la ciencia y que no jodan más con el idioma”.