En la década de 1970, un grupo de investigadores del Centro de Estudios Arqueológicos, que funcionaba en el Museo Nacional de Historia Natural, liderado por Jorge Baeza, hizo un valioso trabajo de campo en la zona de Cabo Polonio. Allí encontraron puntas de proyectiles que, por su forma y tecnología de tallado, atestiguaban que había habido gente desde al menos 11.000 años atrás.
Teniendo en cuenta este y otros indicios, en la década de 1990 investigadores de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, entre ellos el arqueólogo José López Mazz, volvieron al lugar para ampliar el conocimiento sobre quienes anduvieron por allí. Entre las muchas cosas que recuperaron y analizaron, había múltiples restos de fauna con indicios de haber sido consumidas por estos visitantes tempranos de Cabo Polonio, como por ejemplo huesos con marcas de procesamiento de lobos marinos, toninas, cérvidos y roedores, entre otros. Pero eso no era todo respecto de los materiales faunísticos. También encontraron allí unos restos muy particulares.
En el sitio, en las capas que tienen una antigüedad de unos 4.000 años, dieron también con plaquetas de gliptodontes, animales que se extinguieron en nuestro país ―y en todo el continente― hace unos 11.000 años. ¿Cómo es posible encontrar en esos sedimentos restos de animales que hacía miles de años que ya no existían? Sencillo: aquellas placas de gliptodontes no eran otra cosa que fósiles.
Cualquiera que vaya hoy a las playas de Cabo Polonio ―y a muchas otras de Rocha―, si presta atención y sabe qué buscar, dará con fósiles, en su mayoría fragmentos, que son depositados por el mar sobre la arena. No todos son de animales marinos, otra evidencia de que hace miles de años el nivel del océano estaba mucho más bajo que hoy: la costa se encontraba entonces varios kilómetros hacia lo que hoy consideramos mar adentro.
Somos muchos y muchas quienes no podemos resistirnos a la maravilla de entrar en contacto con animales y otros organismos que hace tiempo que ya no están. Con mayor o menor pasión, coleccionamos fósiles. Y eso mismo es lo que habrían hecho estos antepasados que anduvieron por el Polonio. Citando a un autor brasileño, en su libro Cerritos de indios, de reciente publicación, José López Mazz señala sobre el asunto que esta presencia de fósiles en un sitio arqueológico se ha registrado en otras partes y que se ha “interpretado como material más antiguo traído al sitio por curiosidad en tiempos posteriores”. ¡Seguro! Por más que hayan vivido unos 4.000 años antes, eran tan Homo sapiens como nosotros! La curiosidad, y uno de sus derivados, el coleccionismo, no es algo propio de los humanos modernos. Esa afirmación va mucho más allá en un trabajo científico de investigadoras e investigadores españoles de reciente aparición.
Titulado algo así como ¿Fueron los neandertales los primeros coleccionistas? Primeras evidencias recuperadas en el nivel 4 de la cueva de Prado Vargas, Cornejo, Burgos y España, el equipo liderado por Marta Navazo, del Laboratorio de Prehistoria de la Facultad de Humanidades y Comunicación de la Universidad de Burgos, España, tira la piedra mucho más allá: el coleccionismo de fósiles ni siquiera sería una creación de los Homo sapiens modernos, sino que habría comenzado con nuestros parientes Homo neardhentalensis. Veamos qué dicen.
Una historia antigua
Como bien reseñan en su trabajo Marta Navazo y sus colegas, la presencia de elementos “exóticos” o “curiosidades” en sitios arqueológicos antiguos, es decir, de materiales “sin modificaciones”, que no presentan una utilidad aparente ni rastros de haber sido empleados como herramientas, y “que han sido trasladados a sitios de habitación”, siempre han implicado un “desafío para los investigadores” a la hora de interpretarlos.
“Los neandertales, y otras especies anteriores a ellos, han recolectado objetos cuya belleza natural o estética percibida atrajo su atención”, dicen entonces en su trabajo tras citar varios ejemplos, algunos tan antiguos como “una piedra de jaspe rojizo que parece un rostro humano”, que fuera encontrada en Sudáfrica en una cueva a la que probablemente haya sido llevada por un Australopithecus africanus muchísimo antes de que el género Homo anduviera sobre la faz de la Tierra. De esta manera, hacen un repaso de yacimientos de neandertales que “contienen cristales, fósiles y minerales exóticos de orígenes lejanos que van más allá de las esferas dietéticas, tecnológicas o funcionales”. Pero claro, la mayoría de estos sitios “muestran uno o dos de estos elementos”. Su caso es totalmente diferente. Porque ella y sus colegas, en la cueva Prado Vargas, en la provincia de Burgos, en el norte de España, encontraron muchos de estos objetos.
Neandertales paleontólogos
Tras dos campañas exploratorias llevadas adelante en 1986 y 2016, en las que se encontraron valiosos materiales que hablaban de un sitio de campamento de neandertales, la cueva Prado Vargas es excavada y estudiada de forma ininterrumpida desde 2016. Es así que en el nivel 4 de esta cueva, que ha sido datado entre 39.800 y 54.600 años antes del presente, recuperaron “una colección de fósiles del Cretácico, compuesta por 15 especímenes”, que fueron “recolectados del entorno” por los neandertales y que “almacenaron” en esas cuevas que usaron como hogares. Según surge de la lectura del trabajo, hasta ahora no hay otro sitio de esa antigüedad con tantos fósiles recuperados.
El Cretácico es el período que comenzó hace unos 150 millones de años y que culminó con la caída que arrasó con gran parte de los dinosaurios hace 66 millones de años. Para entonces no había humanos de ningún tipo e incluso faltaban unos cuantos millones de años para que nuestros más lejanos parientes primates comenzaran a poner de moda esto de andar caminando erguidos sobre las patas traseras. Los 15 fósiles que estos neandertales colectaron y llevaron a su cueva pertenecen en su totalidad a animales marinos.
En el trabajo, Marta y sus colegas detallan cómo está integrada lo que podría considerarse la colección de fósiles del Cretácico más antigua conocida hasta el momento: siete moluscos gastrópodos (caracoles de varias especies, entre ellas de los géneros Pleurotomaria y Tylostoma), seis moluscos bivalvos (de las especies Chlamys guerangueri, Granocardium productum y Pholadomya gigantea), un fósil de equinodermo (erizo de mar de la especie Tetragramma variolare) y un fragmento de fósil al que no se pudo asignar ni familia ni grupo taxonómico.
Por todo esto, afirman que “la acumulación de fósiles en el nivel 4 de Prado Vargas es excepcional en comparación con lo encontrado en los sitios revisados con anterioridad”. Dado que en el mundo aún persisten quienes negando la evidencia siguen sosteniendo la idea equivocada de que los neandertales eran primitivos comparados con los Homo sapiens y que, por lo tanto, no tenían ni arte ni grandes capacidades de pensamiento abstracto y otros chiches que muchos quisieran que fueran exclusivos de nuestra especie, en el trabajo estudian y desechan la posibilidad de que estos fósiles llegaran a la cueva arrastrados por ríos o por otras causas naturales. También descartan que hayan sido llevados allí por Homo sapiens, ya que no hay evidencia de su presencia para esos años del sitio arqueológico. Tras mostrar su evidencia, afirman que “los fósiles del Cretácico Superior deben haber sido traídos por los neandertales a la cueva, al igual que el resto del material arqueológico del nivel 4”, es decir, herramientas, restos de fauna consumida y demás.
¿Coleccionistas? ¿Paleontólogos? ¿Curiosidad infantil?
Las investigadoras e investigadores reflexionan entonces sobre qué implica esta colección cretácica neandertal. “Los fósiles podrían haber sido recolectados durante las actividades habituales de búsqueda de alimento del grupo o haber sido buscados específicamente”, conjeturan. También afirman que “pueden entenderse como evidencia de un interés artístico o de una atracción o curiosidad por las formas de la naturaleza”, ya que, como “no tienen un propósito utilitario, su interpretación es controvertida”. A ese respecto, citando a otros autores, sostienen que “tal vez, como ocurre hoy en día, quienes los coleccionaban obtenían placer del acto de buscarlos o encontrarlos y conservarlos. O tal vez hayan sido objetos de juego o incluso pueden haber tenido un papel mágico-religioso durante actividades rituales”.
“Puede que hayan sido considerados objetos valiosos que podían intercambiarse por otros objetos deseados con miembros del mismo grupo o de otro, lo que representa actividades comerciales y financieras. O pueden simplemente responder a un impulso de coleccionismo que puede haber sido tan intenso como una adicción o tan simple como un pasatiempo o entretenimiento placentero. Coleccionar es, después de todo, un instinto universal que surge en los niños y puede relacionarse con el proceso de aprendizaje”, dicen, citando a otros autores.
“Con la colección recuperada del nivel 4 de Prado Vargas el debate está abierto”, sostienen entonces, y aseguran que “es evidente que estos fósiles tienen algún significado y simbolizan algo”. Puestos a reflexionar sobre cómo se armó esa colección, Marta y sus colegas plantean varias hipótesis.
“Es posible que hayan sido encontrados de forma intencionada o casual”, conceden, pero afirman que “su transporte a la cueva debe haber sido deliberado, lo que implica un impulso a recolectar estos fósiles. En ambos casos, representarían un significado especial”. También hipotetizan que “las motivaciones para recolectar fósiles son complejas y podrían incluir razones grupales o individuales relacionadas con la identidad, como preservar la memoria de sus antepasados o el apego al paisaje”, que podrían haber sido recolectados simplemente “por razones estéticas o decorativas”, que hayan sido utilizados “como obsequios o para intercambios dentro del grupo o con grupos externos” o “para reforzar la identidad cultural y la cohesión social de un grupo”.
Luego el trabajo entra en una zona que confirma un poco aquello de que muchos investigadores, investigadoras y personas curiosas en general conservan algo del espíritu curioso de la infancia. “Es posible que hayan sido recolectados por niños”, afirman, recordando que según varios autores “el coleccionismo de objetos es característico de la infancia, y en Prado Vargas se encontraron restos de niños neandertales”.
“Según los especialistas, la conducta de coleccionismo aparece en los niños humanos entre los tres y seis años, cuando empiezan a tener conciencia de sí mismos, y se prolonga hasta los 12 años. En la pubertad y hasta los 18 años, se sigue coleccionando, pero a partir de este punto, ese afán infantil se debilita un poco, para volver con fuerza, dicen, después de los 40 años”, repasan. “Pudiera ser que los miembros más jóvenes del grupo, fascinados por estas formas, fueran los que iniciaran el coleccionismo”, redondean.
Marta Navazo y sus colegas cierran su trabajo con un párrafo para enmarcar: “Sea como fuere, es evidente que los grupos neandertales que habitaron la cueva de Prado Vargas reunían y coleccionaban fósiles, igual que nosotros buscamos fósiles, incluso de esta especie humana, para estudiarlos y finalmente ‘coleccionarlos’ en museos. Esto parece convertirse en una espiral infinita por la que, en algún momento, seremos parte de lo que recopilemos”. Los neandertales ya no están con nosotros. Pero su colección de fósiles del Cretácico está aquí para atestiguar que en un tiempo los humanos fuimos muchos más que nosotros.
Artículo: Were Neanderthals the First Collectors? First Evidence Recovered in Level 4 of the Prado Vargas Cave, Cornejo, Burgos and Spain
Publicación: Quaternary (noviembre de 2024)
Autores: Marta Navazo, Alfonso Benito, María Carmen Lozano, Rodrigo Alonso, Pedro Alonso, Héctor de la Fuente, Marta Santamaría y Paula Cristóbal.