El 23 de agosto de 2020, una ballena franca austral (Eubalaena australis) fue avistada frente a la costa de José Ignacio, en Maldonado. Su presencia allí no tenía aparentemente nada de notable, ya que estos cetáceos pasan en buen número por nuestras aguas principalmente entre julio y octubre, como parte de una ruta migratoria que es más compleja de lo que pensábamos.
Esta ballena, sin embargo, era única por motivos que tienen poco que ver con su aspecto, no muy diferente al de cualquier otro ejemplar de la especie. En este caso, muchas personas sabían exactamente dónde estaba y la esperaban con ansias.
Apodada Braveheart (Corazón Valiente, en honor al mote del independentista escocés William Wallace o al menos a la versión fílmica de Mel Gibson), había sido marcada con un rastreador satelital en enero de ese mismo año en territorio subantártico, como parte del proyecto Ballena Franca de las Georgias del Sur.
Con financiación del Instituto Polar del Reino Unido -más conocido como British Antarctic Survey- y otras instituciones, el objetivo de esta iniciativa es evaluar la población de las ballenas francas en la zona de alimentación que se encuentra en estas remotas islas sudamericanas, una información esencial para entender mejor qué está ocurriendo con estos cetáceos en todo el Atlántico sudoccidental.
En nuestro país, el grupo Fauna Marina Uruguay, que nuclea a “amigos que aman el océano, fanáticos por la fotografía y la conservación de la naturaleza”, hizo un seguimiento visual durante los días en que Braveheart descansó en nuestras aguas para proseguir luego camino rumbo a Brasil. “Nos sentimos felices de haber podido estar cerca al momento en que se actualizó su ubicación; Braveheart no se había ido aún y pudimos de algún modo despedirla antes de su partida. (...) aunque a lo lejos y gracias a sus resoplidos a modo de saludo es que logramos registrar su visita”, escribieron entonces los fotógrafos Álvaro Pérez Tort y Diego Rubio, que integraban Fauna Marina Uruguay y que hoy integran el grupo Ballenas Uy.
Además de Braveheart, otra ballena apodada Annenkov fue marcada con rastreador satelital el mismo día en las islas australes, pero no pasó a saludar por Uruguay porque las historias que contaron ambos cetáceos con ayuda de la tecnología fueron muy distintas.
Así lo revela un trabajo recientemente publicado en Marine Mammal Science por parte de un equipo internacional de científicos, que usó telemetría satelital e identificación fotográfica para investigar la actividad de las ballenas francas en la zona de alimentación de las islas Georgias del Sur y su conexión con el resto del Atlántico sudoccidental. Entre ellos, se encuentran cuatro investigadores uruguayos: los biólogos marinos Federico Riet Sapriza y Cecilia Passadore, de la ONG Vida Silvestre Uruguay, la bióloga Paula Costa, del Proyecto Franca Austral, y la gestora ambiental Nazarena Beretta, que integraba el grupo Fauna Marina Uruguay.
Saber más sobre las ballenas francas que visitan las islas Georgias del Sur es importante para comprender los movimientos de estas ballenas y por lo tanto para tomar medidas de conservación, pero tiene también un valor extra simbólico, porque allí es donde se cometió en forma sostenida una de las mayores matanzas de cetáceos de la historia.
Llamadme franca
Las pistas del pasado complicado de las ballenas francas están en su propio nombre. A las ballenas del género Eubalaena (hoy se reconocen tres especies, Eubalaena glacialis, en el Atlántico norte, Eubalaena japonica en el Pacífico norte, y nuestra Eubalaena australis del Atlántico sur) se las llamó “right whales”, equivocadamente traducido como “ballenas francas” al español, porque era la ballena “correcta” para cazar. Estos cetáceos son relativamente lentos para nadar, tienen una naturaleza curiosa que a menudo los acerca a los botes y, lo más importante, quedan flotando después de haber sido arponeados, lo que antaño facilitaba la tarea de los cazadores.
El propio Herman Melville recuerda en la novela Moby Dick que la ballena franca es en un aspecto “el más venerable de los leviatanes”, porque “fue el primero que los hombres persiguieron sistemáticamente”.
Estas características contribuyeron a la casi desaparición de nuestra ballena franca austral luego de 350 años sostenidos de una explotación ballenera que se inició en 1602. Hasta mediados del siglo XIX fue la ballena más cazada en el hemisferio sur, puesto que perdió no porque se produjera una sensibilización al respecto sino porque ya no quedaba casi ninguna. Cuando Uruguay recién comenzaba sus pasos como nación, la especie había desaparecido prácticamente de esta zona del Atlántico.
Un trabajo de 2022 liderado por la bióloga argentina María Alejandra Romero calculó, con ayuda de modelos estadísticos y parámetros demográficos, que antes de la era de la explotación había entre 48.000 y 70.000 ballenas francas australes surcando las aguas del Atlántico sudoccidental. Para 1830 quedaban menos de 2.000.
El siglo XX tampoco llegó con grandes noticias para la ballena franca austral. El inicio de la industria ballenera moderna casi le da el golpe de gracia. En las Georgias del Sur llegaron a funcionar siete estaciones de procesamiento de cetáceos a la vez. La más famosa de ellas, Grytviken, tiene el dudoso honor de haber matado a la ballena azul más grande que se haya registrado (por lo tanto, el animal más grande que se haya registrado en la historia del planeta en términos de longitud, porque desde 2023 ese título en la categoría peso parecería haber quedado en manos de la ballena extinta Perucetus).
Muchos uruguayos se ganaban la vida en la estación de Grytviken, trabajando con temperaturas bajo cero y permaneciendo aislados durante seis meses mientras perseguían o faenaban a los cetáceos. Numerosos reportes de prensa de los años 40, recogidos por la historiadora Cristina Montalbán, dan cuenta de la vida de los “bravos cazadores de ballenas”, como titulaban los periódicos.
Entre 1904 y 1965 se procesaron cerca de 176.500 ballenas sólo en las Georgias del Sur, aunque únicamente 572 de ellas fueron ballenas francas australes, un magro número debido no al desinterés sino a su escasez, provocada por la fuerte explotación sufrida por la especie en los siglos previos. Se estima que para 1920 quedaban menos de 300 ejemplares en el Atlántico suroccidental. Luego de esta fecha, y tras la aprobación de un acuerdo internacional para protegerlas en 1935, las ballenas francas tuvieron una breve recuperación, pero, spoiler alert, no hubo demasiado tiempo para celebrar: en las décadas de 1960 y 1970 la caza ilegal por parte de embarcaciones rusas acabó con la mitad de los individuos restantes.
Desde entonces, al fin, las noticias parecen buenas para las ballenas francas. Tras el cese de toda caza en 1973 están protagonizando una lenta pero promisoria recuperación, apuntalada en un cambio de paradigma cultural. Como señala el biólogo y divulgador Joey Roman en su libro Ballena, hace 100 años una ballena encallada habría sido recibida por una turba armada con cuchillos; hoy, lo normal es que la gente se acerque con arneses y botes para ayudar a que regrese al mar.
El trabajo ya mencionado de 2022 estima que hay actualmente unas 5.000 ballenas francas australes en el Atlántico sudoccidental. Es sin dudas una mejor situación que la de hace 50 años, pero es menos del 10% de su población en la etapa previa a la explotación ballenera. Por ese mismo motivo se hace urgente estudiar sus hábitats clave, entender cómo se conectan entre sí y anticiparse a los riesgos que podrían mermar su recuperación. Eso es justamente lo que hizo este equipo de científicos y científicas en las Georgias del Sur, donde se valió de la tecnología para contar una historia que une a estas islas remotas con la Antártida, Uruguay, Brasil y Argentina.
Georgias on my mind
Desde que la caza terminó, la ballena franca austral está repoblando lentamente varias zonas del Atlántico esenciales para su ciclo de vida. El uso que hacen de este oceáno puede verse “como una red migratoria con diferentes niveles de conexión que vinculan hábitats de cría, socialización y alimentación”, indica el trabajo.
Por ejemplo, el sur de Brasil y Argentina son lugares de cría, las aguas cercanas a las Georgias del Sur son zonas de alimentación en las que abundan los copépodos y el krill antártico, y Uruguay es un espacio para socializar, dicho esto en un amplio sentido de la palabra. Nuestro país parece haberse convertido en la alcoba de las ballenas francas australes, en sus “aguas de alta rotatividad”.
“En Uruguay está bastante claro a qué vienen las ballenas. Vienen a socializar y copular, algo que queda en evidencia por los comportamientos que hemos registrado”, señala el biólogo marino Federico Riet, que se dedica al estudio de las ballenas francas australes como parte del grupo de Vida Silvestre Uruguay especializado en el área marina, que incluye a la mencionada Cecilia Passadore y los científicos Caterina Dimitradis, Álvaro Soutullo y Natalia Zaldúa.
Lo de alta rotatividad es literal. Uruguay no es una zona de residencia para las ballenas francas australes, que se quedan pocos pero intensos días en nuestras aguas antes de seguir camino.
En este panorama de expansión de la especie, que va reconquistando las regiones en las que fue diezmada durante siglos, los investigadores se propusieron “entender el rango y los patrones de uso de hábitat, particularmente en las aguas de las Georgias del Sur, las Islas Sandwich del Sur, las Orcadas del Sur y las Shetland del Sur”, algo importante para identificar “cómo la recuperación de esta población se puede ver afectada por el cambio climático, la disponibilidad de presas y, en forma más amplia, cuán vulnerables son a los impactos antropogénicos en diferentes sectores de su distribución”, señala el artículo.
Para obtener más datos de la conectividad de las ballenas entre las áreas, se valieron de varias técnicas. Una de ellas fue la fotoidentificación de ejemplares avistados en el rango de distribución, con el objetivo de comprobar si los mismos individuos aparecían en zonas distantes. Para eso fueron muy útiles las callosidades que estos cetáceos tienen en sus cabezas, que forman patrones únicos que funcionan a modo de cédula de identidad.
El equipo comparó los catálogos existentes de imágenes de ballenas francas identificadas en el Atlántico sur, incluyendo el de Uruguay, y sumó también las observaciones hechas en cruceros de investigación y en la estación científica de la isla Bird en las Georgias del Sur.
El otro elemento de su investigación, y el principal en términos de información aportada, fue el seguimiento satelital, que es donde entra en escena nuestro visitante Braveheart. El equipo logró instalar rastreadores en dos ballenas francas australes -las mencionadas Annenkov y Braveheart-; gracias a estos dispositivos pudimos acompañarlas en sus periplos por las inmensas aguas del Atlántico sudoccidental.
Seguime y te sigo
Tanto el análisis de las fotos como el seguimiento satelital permitieron encontrar conexiones entre las Georgias del Sur y otras regiones del Atlántico. En el primer caso, se logró la identificación de dos ballenas que fueron avistadas en estas islas y también en zonas muy alejadas. Una de ellas, por ejemplo, fue fotografiada en el estrecho de Gerlache en la península Antártica en 2011 y ocho años después en las Georgias. La otra fue registrada en estas islas, pero también en Brasil en varias ocasiones distintas.
En cuanto al seguimiento satelital, los viajes de ambas ballenas resultaron muy distintos. Annenkov transmitió su posición durante 117 días, en los que recorrió 5.818 kilómetros. Tras la colocación del rastreador enfiló hacia el sur y llegó hasta la capa de hielo de la Antártida. Después de pasar una semana allí, puso rumbo al norte y se acercó el sur de la plataforma argentina, donde el rastreador dejó de funcionar.
Braveheart tuvo un recorrido más espectacular. Transmitió su ubicación durante 238 días, en los que recorrió 9.885 kilómetros. Durante 164 días se quedó cerca de las Georgias del Sur, salvo unas breves excursiones, pero luego inició una espectacular migración que la llevó a bordear las costas de Argentina, Brasil y Uruguay hasta llegar a Criciuma (Brasil) el 7 de setiembre de 2020. A partir de allí, y hasta que cesaron las transmisiones 13 días después, comenzó a bajar nuevamente por la costa hasta volver a Uruguay. Es la primera vez que se registra mediante seguimiento satelital la visita de una ballena franca austral a esos tres países en una sola temporada.
Si bien los análisis genéticos de ballenas francas australes mostraban ya que existía una conexión entre las zonas de alimentación de las islas del sur y el resto del Atlántico, la investigación aportó una evidencia directa de este enlace y también brindó información nueva. Hasta ahora, la fotoidentificación y el seguimiento satelital sólo habían establecido una conexión entre las Georgias del Sur y la zona de cría en Península Valdés, Argentina. Este estudio vincula por primera vez las islas con las zonas de cría de Brasil y de socialización de Uruguay. Además, el viaje de Annenkov y una de las ballenas identificadas por fotos muestra también la conexión entre las Georgias y la Antártida.
Para Federico Riet este es uno de los aspectos más interesantes del trabajo y que amerita más investigación, con el objetivo de entender mejor cuáles son las motivaciones de individuos de esta especie para bajar hasta el borde del hielo antártico y quedarse allí un tiempo.
“También es novedoso confirmar que hay ejemplares que usan todas las zonas que conocemos”, agrega. En el trabajo, los investigadores aclaran específicamente que el camino hecho por Braveheart constituye una ruta migratoria no registrada anteriormente.
En líneas generales, apunta Federico, la investigación agrega más evidencia de que todas las áreas usadas por la especie en la región están conectadas. “Y que, por lo tanto, las medidas de conservación se deben tomar en conjunto con varios países, porque no tiene sentido que adoptemos medidas muy buenas de conservación en Uruguay y en otros países no hagan lo mismo, por ejemplo”, agrega.
Ergo, lo que pasa en las Georgias del Sur es importante para las ballenas francas australes que nos alegran con su visita en el invierno y la primavera, y lo mismo pasa a la inversa.
El sur también existe
Las ballenas francas australes comenzaron a verse nuevamente con frecuencia en las Georgias del Sur recién en la década de 1990, algo razonable si se tiene en cuenta la matanza sistemática que sufrieron en la zona. Recorren sus aguas frente a los edificios fantasmales de las abandonadas estaciones balleneras que hace no tanto diezmaron a la especie, al igual que está ocurriendo con las ballenas jorobadas. En vistas del sostenido aumento de las poblaciones de ballenas francas australes en estas latitudes, es esperable que su presencia aumente en estas aguas, lo que abre nuevos desafíos para este cetáceo.
“Es necesario investigar si usan esta zona de alimentación durante todo el año. Esta área se superpone con la principal ruta de viaje de los cruceros que visitan las islas en los meses de verano. Una reducción de la velocidad de estas embarcaciones sería un importante paso precautorio para reducir el riesgo de colisiones”, advierten los investigadores.
“Como en la mayoría de las áreas en que las concentraciones de ballenas francas se superponen con el tráfico de embarcaciones, las aguas occidentales de las Georgias del Sur pueden considerarse un área de alto riesgo, ya que son atravesadas regularmente por vehículos pero podrían conformar un área persistente de alimentación”, apunta el trabajo, y concluye que la población de ballenas francas australes tiene todavía un largo camino para recuperarse en la región y que, por lo tanto, “la protección de ambientes clave jugará un rol vital” en ello.
Uruguay tiene algo para decir y hacer en ese sentido. “Los elementos clave para cualquier individuo son alimentarse y reproducirse. Aunque las ballenas francas tengan sus crías en Brasil y Península Valdés, Uruguay también es clave porque es donde se producen al menos parte de esas crías. Entonces, si vos no tenés eso, lo otro tampoco va a pasar”, dice Federico.
Para lograr ponerse de acuerdo entre los diferentes países implicados, Federico y sus colegas uruguayos hacen migraciones similares a las de estos cetáceos. Participan activamente en el Plan de Manejo para la Conservación de la Ballena Franca Austral, cuya última reunión fue en Curitiba (Brasil). “En Uruguay tenemos los recursos humanos, pero lo que más nos limita, como siempre, son los recursos económicos”, confiesa.
Son necesarios, porque falta estudiar mucho sobre las ballenas francas australes en Uruguay. “Tenemos un debe grande, pero hay mucho interés de los científicos de la región en Uruguay porque está justamente en el medio de este movimiento migratorio”, observa Federico.
Pese a las carencias de estudios en comparación con nuestros hermanos mayores, para la próxima temporada de ballenas el equipo tiene previstos varios planes en Uruguay. Por ejemplo, retomar la fotoidentificación pero usando drones. “La idea es utilizar también la fotometría para estudiar la condición corporal de las ballenas, básicamente ver qué tan gordas o flacas están”, señala.
Otro proyecto pendiente es hacer biopsias a las ballenas que pasan por nuestras aguas (tomarles muestras) para ir rellenando las lagunas de información que tenemos. De esa forma se podrían obtener datos de dieta, genética, sexo de los individuos, nivel de estrés, preñez y hasta presencia de contaminantes. “Con una pequeña muestra podés hacer una gama enorme de cosas”.
En línea con las observaciones de Joey Roman al comienzo de esta nota, podemos decir que hace menos de 80 años decenas de uruguayos se embarcaban para dar caza a las ballenas francas australes y acorralarlas en las frías aguas del sur. Hoy lo hacen para observarlas, aprender más de ellas y tomarles muestras que ayuden a garantizar su futuro. Es un gran avance en poco tiempo, pero todavía falta bastante para que Braveheart, al igual que su contraparte de la ficción, pueda gritar “Libertad”.
Artículo: Photo-identification and satellite telemetry connect southern right whales from South Georgia Island (Islas Georgias del Sur) with multiple feeding and calving grounds in the southwest Atlantic
Publicación: Marine Mammal Science (2023)
Autores: Amy Kennedy, Emma Carroll, Alexandre Zerbini, Scott Baker, Manuela Bassoi, Nazarena Beretta, Danielle Buss, Susannah Calderan, Ted Cheeseman, Martin Collins, Paula Costa, Paul Ensor, Karina Groch, Russell Leaper, Paula Olson, Cecilia Passadore, Federico Riet, Els Vermeulen, Florencia Vilches, Andrew Wood y Jennifer Jackson.