Mientras espero el ómnibus, con apenas un gesto saco el celular del bolsillo y monitoreo su recorrido, reviso noticias, la crítica de una película, y aprendo de un español a hacer un plato típico ruso. Ya en el ómnibus y mirando los edificios y comercios por la ventana, no puedo dejar de maravillarme por el desarrollo y alcance de la cultura humana. Esta se refleja en las construcciones que pasan frente a mí, en la tecnología, materiales y técnicas que se requieren para construir un celular y que esté disponible en mi ciudad, internet, los satélites que se usan para seguir al ómnibus por la aplicación, el mismo ómnibus como máquina de transporte, son apenas algunos ejemplos. Y yo aquí, usándolo todo sin saber realmente cómo funcionan.
Veo una pobre paloma picoteando migas. Sin celular, sin películas que ver ni calientacamas. ¿Será la cultura lo que nos diferencia del resto de los animales?
Cultura de la innovación
Existen y se reconocen culturas animales no-humanas, aunque la cultura puede ser muchas cosas, y no tengo los nervios tan templados como para hablar libremente de cultura, término complejo y dado al debate como pocos. Mejor ubicarnos alrededor de definiciones.
La cultura en animales puede ser entendida en términos generales como un conjunto de comportamientos que son transmitidos por aprendizaje social (o sea, mediante la observación o interacción con otro miembro de su especie) y que se sostienen en el tiempo dentro de una población. Aunque se creía exclusiva de humanos, hoy hay acuerdo en que son muchos los animales que cumplen con esta definición. El comportamiento de lavar la comida (principalmente boniatos) bajo agua de los macacos japoneses, los cuervos de Nueva Caledonia que usan ramas para pescar las larvas de los troncos, el uso de herramientas para romper nueces de los chimpancés, y las palomas mensajeras, que mejoran la eficiencia de sus rutas en base a los recorridos de sus compañeras, son algunos de los ejemplos más famosos. Todos ellos son comportamientos complejos que se aprenden de otros y que se mantienen en el tiempo. Implican una forma de cultura.
Sin embargo, todos estos comportamientos aprendidos pueden ser inventados o generados desde cero por un único individuo; están dentro de lo que se llama “zona de soluciones latentes”. O sea, comportamientos (soluciones) que un individuo de una especie puede inventar de forma independiente, sin necesidad de ninguna forma de aprendizaje social. En el caso de los humanos, muchísimo de todo lo que hacemos, de nuestra cultura, se apoya en tecnología y conocimiento que fue construido durante muchas generaciones.
Como mencionó y popularizó Isaac Newton (aunque su atribución original corresponde a Juan de Salisbury ya en 1159): “Si he llegado a ver más lejos que otros es porque me subí a hombros de gigantes”. Lo que aprendimos de otros es lo que nos permite tener el desarrollo cultural que tenemos hoy, y también apoyarnos en eso para innovar, y generar nuevos elementos culturales de diverso tipo. Ningún humano podría, en lo que dura su vida, conceptualizar e inventar toda la tecnología detrás de un celular desde cero, por poner un ejemplo. La existencia de Tik Tok se da gracias a siglos de acumulación de conocimiento. A este proceso que implica la acumulación progresiva de cambios o innovaciones en un rasgo cultural que persisten en el tiempo se le llama evolución cultural acumulativa. Para que exista es fundamental el aprendizaje social, aprender de otros lo que no podemos innovar de cero por nosotros mismos.
Si bien son temas siempre debatidos, la evolución cultural acumulativa es generalmente considerada una característica distintiva y única de la especie humana. Pero, así como nos hace sentir un poco especiales, la ciencia es experta en bajarnos los humos. Dos artículos publicados el mismo mes, en las revistas Nature Human Behavior y Nature, muestran que otros animales, tan distintos como lo pueden ser un chimpancé y un abejorro, también son capaces del tipo de aprendizaje asociado a la cultura acumulativa.
De máquinas y chimpancés
El primer artículo, de Edwin van Leeuwen y colaboradores, de la Universidad de Utrecht (Países Bajos), se enfocó en estudiar el aprendizaje social de nuevas habilidades en chimpancés. Para esto, se fueron a un santuario de chimpancés en Zambia, donde podían realizar las pruebas en un ambiente seminatural.
Lo primero que hicieron fue colocar en el recinto un aparato que actuaba como una máquina expendedora de maní pelado, una delicatessen para los chimpancés. Operar la máquina para tener acceso al maní requería una serie de pasos complejos, cada uno basado en movimientos observados en otros comportamientos, ahora combinados en una forma y secuencia especial. En primer lugar, los chimpancés debían recolectar unas pelotas de madera que estaban dispersas por ahí, ir hasta la máquina, abrir un cajón del aparato, introducir la pelota y luego cerrar el cajón. Una vez hecho esto, se abría la puerta hacia un orificio donde tenían acceso a algunos maníes.
Había muchas bolas de madera y bien dispersas para evitar que fueran monopolizadas por un chimpancé dominante, y al tener que ir a buscar una bola nueva cada vez, se daba tiempo a que otros chimpancés probaran e interactuaran con el aparato. Pero no hay aprendizaje sin motivación, por lo que los maníes estaban en un compartimento con una tapa transparente para que puedan ver su meta y recompensa. Y motivación no les faltaba, ya que algunas veces los chimpancés lograron directamente romper la tapa para alcanzar el maní. ¿Pero quién no ha golpeado alguna vez una máquina expendedora cuando se ve ese chocolate ahí, tan cerca del borde?
La máquina expendedora y las pelotas de madera quedaron allí por tres meses. En ese tiempo, si bien interactuaron con la máquina numerosas veces, ni un solo chimpancé de los 66 que había en ese lugar logró operar con éxito el aparato. Si bien no los siguieron durante toda su vida, es un tiempo considerable que permite afirmar que los chimpancés no lograron adquirir la habilidad necesaria para operar la máquina por sí mismos.
El siguiente paso entonces fue entrenar una demostradora. Seleccionaron un chimpancé hembra de alta jerarquía y la entrenaron en el uso de la máquina durante 20 minutos por ocho días. Lo hicieron en un lugar aparte, separada de las miradas del resto, dejándole explorar el aparato y guiándola cuando era necesario, mostrándole los movimientos y pasos requeridos. Que fuera de alta jerarquía no es menor, eso le permitiría usar la máquina con tranquilidad a pesar de tener otros chimpancés cerca con ganas de aprender.
Luego de su entrenamiento, al volver al lugar común, esa chimpancé comenzó a usar la máquina expendedora regularmente, sirviendo como demostradora para el resto. En el tiempo que siguió el experimento, 14 chimpancés lograron dominar el uso de la máquina a partir de la observación e imitación. Aunque una única observación no fue suficiente para aprender toda la tarea; el más avispado necesitó al menos nueve observaciones de todo el proceso para adquirir la habilidad. Por otro lado, no encontraron diferencias en la velocidad de aprendizaje en función del sexo, jerarquía social o edad.
Un aspecto clave de la evolución cultural acumulativa es que permite adquirir comportamientos nuevos que no estaban en el repertorio de la especie mediante un aprendizaje por imitación de alta fidelidad. El famoso know how, en este caso, el know how de cómo operar la máquina expendedora. Este estudio demostró, por lo tanto, que los chimpancés son capaces de usar el aprendizaje social para adquirir una habilidad que no les es posible innovar o generar por sí mismos.
Maestros y estudiantes abejorros
Que los chimpancés sean capaces de tener una cultura acumulativa es interesante… pero no nos sorprende tanto. Al fin y al cabo, somos bastante parecidos, casi primos. Pero el artículo de Alice Bridges y colaboradores, de la Universidad Queen Mary de Londres (Reino Unido), demostró que los humildes abejorros, que ya están un poco más distantes en el árbol evolutivo, también son capaces de aprender de otros aquello que es demasiado complejo para inventar solos.
Los abejorros son insectos sociales que tienen comportamientos complejos y muestran aprendizaje social. En el laboratorio, son capaces de aprender tareas específicas por una recompensa, como tirar de una cuerda o hacer rodar una pelota de un lugar a otro. Pero esto no basta para decir que tienen una cultura acumulativa, porque incluso sin demostradores ni pistas un abejorro puede generar estos comportamientos por sí mismo. Son innovaciones que están dentro de su zona de soluciones latentes.
Para evaluar si los abejorros podían, por aprendizaje social, adquirir innovaciones demasiado complejas para realizar solos, también aquí construyeron un puzle intrincado de varios pasos, aunque en realidad es más parecido a un cuarto de escape. Consistía en un espacio circular, con una deliciosa solución de sacarosa como recompensa en un pequeño pozo amarillo. Para acceder a él, los abejorros debían empujar una tapa roja que bloqueaba el paso. Pero el camino de la tapa roja estaba bloqueado por otra tapa, la azul. Los abejorros debían entonces desplazar primero la tapa azul fuera del espacio circular por un pasillo que tiene el puzle, y luego desplazar la tapa roja hasta alcanzar la sacarosa. Puede parecer sencillo, pero el primer paso implica un esfuerzo sin ninguna recompensa. El abejorro tiene que generar una asociación entre empujar la tapa azul y la recompensa final, sin nada obvio que facilite esa asociación.
Como era esperado, cuando dejaron abejorros en el laberinto sin entrenamiento, no fueron capaces de resolverlo. Los expusieron durante tres horas por 12 o 24 días consecutivos, un total de 36 o 72 horas. No parece mucho, pero los abejorros no se dedican a buscar comida todo el día ni cada día de su vida. Se estima que en promedio un abejorro pasa ocho días de su vida buscando comida, por lo que el trabajo cubre una porción significativa de su tiempo de vida. Podemos decir tranquilos que no lo resolverían por su cuenta.
Pasaron luego a entrenar demostradores, lo que no fue sencillo. La mayoría arremetía contra la tapa roja asociada a la recompensa, pero no le daba bolilla a la azul. Empujaban la roja hasta rendirse al no poder moverla. Fue necesario un proceso largo, con recompensas temporales nuevas a mitad de camino, luego de mover la tapa azul, para que los abejorros aprendieran la secuencia completa.
La siguiente fase del experimento se realizó poniendo duplas de abejorros en el laberinto; un abejorro entrenado y un observador novato. Estuvieron juntos varias sesiones por un total de 13 horas, y luego se probó a los observadores solos para ver si habían aprendido a resolver el puzle. De 15 abejorros observadores, cinco lograron aprender y realizar todos los pasos para llegar a la recompensa. Si bien son pocos, esto muestra la dificultad de la tarea, y a la vez que tienen la capacidad de realizarla apoyándose en el aprendizaje social. Estos pequeños invertebrados demostraron tener lo necesario para generar una cultura acumulativa.
Algo interesante es que los abejorros entrenados tenían dos técnicas diferentes para completar el puzle, una más prolija, y la otra más apurada, moviendo la tapa azul lo mínimo indispensable para apretarse entre ellas y pasar a mover la roja. Estos últimos realizaban más veces la técnica, y fue la única que aprendieron los observadores. Los métodos del maestro hacen la diferencia. Aunque no todo depende del maestro. También midieron qué tan de cerca seguían los observadores al abejorro entrenado, y observaron que aquellos que aprendieron tendieron a seguirlos más de cerca y por más tiempo. La atención del estudiante también es fundamental.
Ellos y nosotros
Cuando se hace algún comentario sobre “los animales”, muchas veces nos gusta recordar que los humanos también somos animales. Y a la vez que nos felicitamos por nuestra modestia, se buscan y escrutan elementos que puedan ser distintivos de nuestras capacidades cognitivas, desarrollo cultural y social. La capacidad de aprender socialmente aquello que es muy complejo como para descubrir individualmente en una única vida era uno de esos elementos que nos separaban del resto de los animales. Una característica clave de algo tan propio como la evolución cultural acumulativa. Los artículos comentados son muy relevantes en tanto constituyen las primeras evidencias de esta capacidad en animales no-humanos. Igual que pasó con otras cosas que creíamos únicas de nuestra especie, como el uso de herramientas o la memoria de eventos específicos (memoria episódica), debemos descartar la capacidad de generar cultura acumulativa como un rasgo diferencial de nuestro repertorio.
No faltará quien diga, con atino, que en estos trabajos los comportamientos fueron adquiridos mediante entrenamiento mediado por humanos, y esto no tiene por qué implicar que los abejorros y chimpancés hagan lo mismo en la naturaleza. Además, se demostró un único evento de aprendizaje y transmisión de lo aprendido, no sabemos si eso continuará en varias generaciones, con innovaciones y mejoras progresivas como ocurre en la cultura acumulativa. Sin embargo, se muestra que tienen el potencial para hacerlo.
La aparente falta de cultura acumulativa en estos animales puede ser simplemente por falta de oportunidad, o porque no dependen tanto de este tipo de aprendizaje social como nosotros. Tanto chimpancés como abejorros están perfectamente adaptados a su ambiente sin necesidad de una cultura acumulativa. Quizás sea improbable que se encuentren en la naturaleza con obstáculos que requieran este tipo de aprendizaje y desarrollo de innovaciones durante generaciones para resolver. Cualquiera sea la razón por la que no tengan o hayamos reconocido una cultura acumulativa en estos animales, no es por falta de capacidad.
En un comentario sobre estos artículos, Alex Thornton, zoólogo de la Universidad de Exeter, escribe que, más que informarnos sobre la cultura acumulativa en abejorros y chimpancés, la fuerza de estos estudios puede ser lo que revelan sobre los humanos. Quizás sea hora de aceptar que solemos sobreestimar nuestras habilidades, y recordar que llegamos hasta acá por un largo proceso evolutivo que atraviesa a todos los grupos animales. Quizás sea hora de abandonar la obsesión por encontrar destrezas brillantes que nos aíslen, y ser más proclives a abordar el estudio de las capacidades y características sociales que nos permiten desarrollar nuestra cultura como parte de un proceso evolutivo amplio y conjunto. Al fin y al cabo, nuestra cultura también es una cultura animal.
Artículo: Chimpanzees use social information to acquire a skill they fail to innovate
Revista: Nature Human Behavior (2024)
Autores: Edwin van Leeuwen, Sarah DeTroy, Daniel Haun y Josep Call.
Artículo: Bumblebees socially learn behaviour too complex to innovate alone
Revista: Nature (2024)
Autores: Alice Bridges, Amanda Royka, Tara Wilson, Charlotte Lockwood, Jasmin Richter, Mikko Juusola y Lars Chittka.