“Ah, eu ja te falo que aqui a praza não usam pra facer ejercício. Só vem a tomar mate y cuando trazem as crianza e elas ficam ahí no celular. E um diñeiro mal gastado, tein que deiyar de tirar diñeiro da yente en eses espasos que não ocupam”.1 Más o menos así, con ese hermoso portuñol que hablan, como le gustaba decir al cantante anarquista Chito de Mello, los rompidioma de la frontera, le contestaba una vecina de un barrio de la ciudad de Rivera a un investigador que le acababa de decir que estaba allí para ver cómo la gente usaba los espacios públicos.
Claro que la opinión de la gente es valiosa. Pero eso que la vecina observaba podía no ocurrir en todos los espacios de la ciudad, ni todo el tiempo, sino cuando ella andaba por allí. Tratar de extraer una conclusión que abarque un universo más amplio de casos a partir de una experiencia puntual puede llevarnos a error. También podría cometer un error una autoridad municipal al pensar que, como inauguró un espacio público con una cancha de fútbol y un rincón con hamacas y toboganes, efectivamente esas instalaciones están siendo utilizadas por los niños y adolescentes que pensó que las aprovecharían. La ciencia puede darnos una mano en esto al ayudarnos a recolectar evidencia de forma no sesgada que nos permita, por un lado, conocer lo que sucede y, por otro, pensar intervenciones en caso de que queramos cambiar eso que está sucediendo.
Ese es precisamente el valiosísimo aporte que hace el trabajo recientemente publicado con el elocuente título de “Análisis del uso de espacios públicos abiertos y niveles de actividad física en niños y adolescentes de Rivera”. ¿Por qué estudiar algo así?
Para empezar porque datos, tanto internacionales como locales, apuntan a que niñas, niños y adolescentes hacen menos ejercicio físico que el que se considera deseable para su salud. A modo de ejemplo: en el trabajo se menciona que un estudio de 2020, que abarcó a 1,6 millones de adolescentes de 146 países, encontró que “80% no cumplía con la recomendación mínima de actividad física”.
Para seguir, estudiar esto es útil porque, así como apuntaba el comentario de la vecina de Rivera, si la construcción de plazas, parques y espacios es complementada con evidencia de cómo se usan, por quiénes, para qué y cuándo, podríamos pensar en políticas públicas basadas en evidencia y no en la mera vorágine, bien presente en estos tiempos electorales, de cortar cintas en las inauguraciones de las obras.
El artículo liderado por los uruguayos Enrique Pintos y Sofía Fernández, del Grupo de Investigación en Análisis del Rendimiento Humano del Polo de Desarrollo Universitario Educación Física, Salud y Calidad de Vida de la sede Rivera, de la Universidad de la República (Udelar), y en colaboración con investigadores internacionales como Javier Brazo-Sayavera, también de ese grupo y de la Universidad Pablo de Olavide, España; Adriano Hino, de la Pontificia Universidad Católica de Paraná, Brasil; y Pedro Olivares, de la Universidad de Huelva, España, no sólo deslumbra por lo que dice, sino que nos muestra una vez más que la descentralización iniciada por la Udelar hace años permite hacer ciencia de calidad en varias partes del país. Porque así como lo ven, este es el primer trabajo en analizar el uso y la actividad física de menores de edad en todos los espacios públicos abiertos de una ciudad de Uruguay. En un país en el que los montevideanos piensan que el cordón umbilical se cortó a sus pies, por más espacios verdes, gente formada y funcionarios municipales que haya en la capital, que semejante trabajo pionero se haga en la norteña Rivera merece celebrarse con un chope, una más popular cachaza o, al menos, con una nota en esta sección.
Así que, zoom mediante, nos ponemos en contacto con el investigador Enrique Pintos, primer autor del trabajo, que además es docente del Instituto Superior de Educación Física en el Cenur Noreste con sede en Rivera.
Generando evidencia desde el norte
Cuando le digo que me encanta que desde Rivera sean pioneros, Enrique Pintos, que nació en esa ciudad y cursó buena parte de sus estudios allí, no oculta su satisfacción. “Este estudio es el primero en el país que abarca esa franja etaria, desde los niños bien pequeños hasta los adolescentes, y más que nada es el primero realizado en el interior”, dice. De hecho, el único antecedente, menciona, es un trabajo realizado en Montevideo por otro grupo de investigación, pero en el que se observó qué hacían los adultos en un único espacio público abierto, un gimnasio al aire libre. “Este lo que tiene de relevante es que se hizo de manera masiva abarcando todos los espacios públicos abiertos de todos los barrios de una ciudad”, agrega.
La idea del trabajo surgió en el marco de su maestría –hoy cursa estudios de doctorado– y, según narra Enrique, se propusieron ver qué podían hacer “que fuera relevante para la región” y que aportara a su campo de conocimiento. “Así que el trabajo nace como un intento de dejar evidencia acerca de estos espacios públicos abiertos en Rivera, analizando cuál era su uso y si había o no diferencias de género al momento de utilizarlos. Procuramos, más que nada, saber cuál era la frecuencia de uso de esos espacios y por parte de quién”, afirma Enrique.
Vichando parques y su gente
Puestos a generar la valiosa evidencia, Enrique y sus colegas hicieron un meticuloso diseño para obtener la información. “Primero hicimos un relevamiento general de todos los espacios públicos abiertos de la ciudad de Rivera utilizando herramientas geoespaciales como Google Earth. Luego dialogamos con la División Parques y Jardines de la Intendencia de Rivera para ver si esta información se cruzaba. Tras este doble chequeo, llegamos a ubicar 33 espacios públicos abiertos que fuimos a visitar para ver si realmente eran como aparecían en las imágenes”, cuenta.
Al concurrir a cada uno chequearon que cumplieran con el criterio de inclusión de tener al menos “una de las siguientes características: veredas, áreas de juego, canchas, instalaciones deportivas o espacios de usos múltiples”, explica el trabajo. Una plaza quedó fuera del estudio porque estaba en obras, otro espacio porque no figuraba en la información geoespacial, y dos porque, como dice el artículo, “resultaron inaccesibles a los investigadores por problemas de seguridad”. Decidieron entonces trabajar en 29 espacios públicos abiertos. Pero eso no fue todo.
“Hicimos croquis de los espacios, al tiempo que para su evaluación dividimos a cada uno en pequeñas áreas objetivo en las que haríamos las evaluaciones”, explica Enrique. De esta forma, en esos 29 espacios públicos abiertos trazaron 88 áreas objetivo de evaluación en las que hiceron las observaciones. La división en subáreas es interesante porque hay espacios públicos que tienen diversas zonas –juegos infantiles, canchas, veredas, bancos, etcétera–. Esa división en áreas permite después hacer un análisis de qué se usa y qué no en cada una, información que se perdería si cada espacio se tomara como una unidad.
“Esa metodología sistemática permite luego replicar las observaciones, no sólo en los mismos lugares en otras épocas del año, sino también en otros departamentos o ciudades”, agrega Enrique. Dado lo interesante de los datos que recabaron, lo que dice no es menor: quedan espacios públicos por relevar en otros 18 departamentos y en diversas ciudades. Pero claro, también hay que preparar y capacitar a los observadores.
En cada uno de estos lugares catalogaron varias cosas, desde las características del lugar (qué tenía cada área objetiva, si había luz, si era accesible, si ofrecía actividades programadas, etcétera), de los menores que las visitaban de acuerdo a tres franjas etarias (primera infancia, de cero a cinco años; infancia media, de seis a 12 años; adolescentes, de 13 a 18 años), su sexo (masculino o femenino) y la actividad física que desarrollaban allí (sedentaria, moderada o vigorosa). Se consideraron comportamientos sedentarios que la gurisada estuviera sentada, acostada o parada; actividad física moderada, que estuviera caminando o otras actividades no muy intensas; y actividad física vigorosa, que anduviera corriendo, saltando, practicando un deporte o cualquier otra actividad “más vigorosa que una caminata típica”.
“Las evaluaciones se hicieron subjetivamente, y es parte de la herramienta Soparc, que está validada a nivel internacional y con la que ya se han hecho muchísimos trabajos”, cuenta Enrique. Soparc es la sigla en inglés para Sistema de Observación de Juego y Recreación en Comunidades, y en este trabajo implicó que durante seis días de entrenamiento los observadores pusieran en común la forma en que evaluarían cada una de las categorías a analizar. Por ejemplo, al estimar la edad de una niña o niño, la frontera entre estar en el límite superior de la primera infancia, que va hasta los cinco años, y el límite inferior de la infancia media, los seis años, puede ser difuso.
“Con el equipo acordamos que, fuera de los casos que eran muy evidentes, como los de niños pequeños acompañados por alguna persona mayor a cargo, cuando teníamos dudas, lo que haríamos sería evaluar su actividad y, al final de la evaluación, preguntarles su edad”, cuenta Enrique. “Lo ideal para este tipo estudio es que las observaciones sean acompañadas por un cuestionario para que cada participante pueda informar su edad y cómo se autopercibe en cuanto a su etnia o género, de manera que esos datos sean reportados por los individuos y no por los evaluadores. Es algo que nos gustaría implementar en futuras investigaciones, pero en este caso, por los recursos y el tiempo, esa evaluación no se hizo mediante cuestionario”, admite.
Los evaluadores hicieron una labor monumental. Entre mayo y junio de 2022 observaron a 798 usuarios de espacios públicos en tres días distintos de muestreo –dos entre semana y uno en fin de semana–, en tres horarios distintos en cada día de muestreo, entre las 7.30 y las 20.30, en 88 áreas objetivo de 29 parques, plazas y demás. Rivera es una ciudad relativamente pequeña –el último censo con datos publicados, el de 2011, arrojaba que tenía 103.493 habitantes–, pero tantas observaciones hacen que uno piense en un grupo grande de observadores. La realidad de nuestra ciencia es otra.
“Te va a sorprender. Evaluadores de campo fuimos solamente dos. Teníamos sí una logística por zonas e íbamos evaluando distintos espacios públicos abiertos de dos o tres barrios que estuvieran cercanos en una misma mañana o tarde. Y si bien éramos dos evaluadores, teníamos un soporte atrás de un equipo del grupo de investigación al que pertenezco que nos acompañaba para hacer los traslados”, revela Enrique. Atención, intendencias: hacer un trabajo así de relevante puede hacerse de forma relativamente sencilla.
“Entonces, sí, fue un trabajo intenso en un período de tiempo corto. Pero teniendo una buena logística, esto sale y se puede replicar en varios lugares. Obviamente, cuanto más espacios públicos abiertos haya en esos lugares, mayor tiene que ser el personal evaluador”, redondea Enrique.
Vayamos entonces a lo que encontraron sobre quiénes usan los espacios públicos de Rivera, cuándo y qué hacen allí.
Parques adolescentes
Sobre la edad, el trabajo reporta que quienes más utilizaban estos espacios públicos eran los adolescentes, chicos y chicas de entre 13 y 18, “representando 59,8% del total”, mientras que “la infancia media (de seis a 12 años) constituyó 32,3% de los usuarios” y la primera infancia, la de cinco a cinco años, “representó sólo 7,9%”.
“A priori habíamos hipotetizado que los adolescentes eran los que podrían llegar a utilizar más los espacios porque es una edad en la que se tiene cierta autonomía y en la que se puede frecuentar esos espacios sin depender tanto de los padres o de los tutores legales”, comenta Enrique. “Eso que sospechábamos se constató en los resultados”, agrega. Bien, allí no hay sorpresas, vayamos a más resultados.
Ellas, no tanto
En el trabajo reportan también que “en términos de distribución por género, la mayoría de los usuarios fueron chicos, representando 67,2% de los usuarios observados”, o, dicho de otra manera, “las chicas visitaron los espacios públicos abiertos 33,7% menos que los hombres”.
“Pese a este sesgo de género, un dato interesante es que si bien entre semana la mayoría de los que asisten son adolescentes varones, los fines de semana esto se revierte: hay mayor presencia femenina, tanto de niñas como de adolescentes”, comenta Enrique.
“Cuando los espacios estaban más concurridos, más en fin de semana, había más familias, grupos de chicas, y era más corriente ver a las niñas y a las adolescentes, ya fuera entre pares o incluso haciendo algún tipo de actividad con chicos de sus edades”, dice Enrique, y apunta, como dicen en el trabajo, a que tal vez al haber más gente se cree un entorno más seguro. “El estudio deja algunas pistas sobre cómo podemos revertir esta disparidad de género, pero seguro hay muchas más”, afirma.
“Nosotros pensamos en algunos potenciales cuidadores y supervisores en los espacios, en que tengan algunas actividades fijas, preestablecidas, de manera que las chicas digan que van a tal parque o a tal plaza porque saben que en determinado horario hay determinada actividad, lo que les da otra tranquilidad a las familias de esas niñas y de esas adolescentes”, lanza a modo de ejemplo, mostrando que un buen primer paso para cambiar algo que no nos gusta es tener datos y evidencia sólida.
Poca actividad física
“50,1% de los usuarios realizaban actividades sedentarias”, reporta el artículo, que, como dijimos, también procuraba ver si estos espacios ayudan a que las niñas, niños y adolescentes puedan hacer el ejercicio que les está faltando. Nuevamente, hubo un dato de género que lleva a la reflexión: “Se observó que los chicos realizaban actividad física con mayor frecuencia que las chicas”, informa la publicación, y agrega que “12,6% de las áreas objetivo observadas contenían al menos un chico activo, en comparación con sólo 6,2% que contenían al menos una chica activa”.
“Cuando observábamos cada espacio, veíamos adolescentes. Pero, por ejemplo, en una plaza de deportes, la gran mayoría de los adolescentes que estaban allí no estaba haciendo una actividad deportiva. Si bien estaban en espacios deportivos, estaban socializando, sentados, conversando. Estaban ocupando el espacio, pero no realizando esas actividades más deportivas que se espera visualizar”, comenta Enrique.
“Salvo las Plaza de Deportes, que te brindan materiales deportivos, pelotas, redes para las canchas, la mayoría de los espacios no lo hacen. Eso influye en que los adolescentes, cuando concurren a los espacios públicos, no tengan qué hacer, salvo que ellos lleven los implementos”, agrega.
Le digo que sé que este trabajo está enfocado desde el punto de vista de la educación física, pero, como dicen en el artículo, los espacios públicos abiertos también son lugares de reunión. La adolescencia es una edad de alta sociabilidad, y en una cultura que no está enfocada mucho al goce y el disfrute de los jóvenes, es preferible que los adolescentes se junten en estos espacios, pese a no tener esos materiales para hacer deporte, a que no tengan a dónde ir.
“Sí. Si bien son espacios que se piensan para el deporte o para estar en movimiento, también se piensan para la sociabilización, para compartir el momento, y es deseable que lo hagan. Que se apropien de los lugares es el primer paso. Ya están yendo. Una vez que eso ocurre, tiene que haber una intervención para que lo usen para hacer algún tipo de actividad si es lo que quieren”, comenta Enrique. En vez de ver el vaso vacío, que 50,1% de los jóvenes que concurren tengan un comportamiento sedentario en estos espacios nos dice que hay mucho margen para probar políticas que intenten estimular el ejercicio en ellos.
“Una vez más, tenemos una gran disparidad de género. Cuando se observaban chicas en los espacios, no realizaban actividades físicas. Esto nos da datos para pensar políticas para intentar revertir esto, ya sea mejorando las condiciones del entorno como intentado que las chicas se vean motivadas a realizar algún tipo de actividad”, agrega.
Cuándo y dónde
Hay un dato del trabajo que sorprende y debería dejar perplejos a los jerarcas que cortan cintas en las inauguraciones de estos espacios. En 70,5% del tiempo, las 88 áreas objetivas de los 29 espacios abiertos de Rivera estaban sin gente.
“Así es. La mayor parte del tiempo los espacios estaban totalmente vacíos”, dice Enrique. “Esto no sé si es preocupante o no, porque se invierte un capital en la creación de espacios públicos y muchas veces esos espacios son como grandes elefantes blancos porque quedan sin ser ocupados”, agrega. “Entonces, me parece que tenemos que visualizar estos datos y hacer algo para revertir esas situaciones de disparidad y de falta de ejercicio, pero también tenemos que hacer algo para atraer a las personas a esos espacios”, afirma.
“La mayoría de los participantes utilizaron las zonas objetivo los fines de semana (96,2%), especialmente por la noche (99,2%)”, agrega el trabajo. “Eso nos llamó poderosamente la atención, más aún cuando las observaciones se hicieron entre el fin del otoño y el principio del invierno”, comenta Enrique.
En cuanto a los niños y niñas en edad escolar, tanto entre los que reportaron comportamientos sedentarios como entre los que sí hicieron ejercicio se constató que los espacios que más usaron fueron los de juegos infantiles (17% y 9,6%, respectivamente) y en segundo lugar las canchas deportivas (11% y 8,2%, respectivamente). Nuevamente, llama la atención: 11% de los niños y niñas en edad escolar que no hicieron ejercicio estaban en canchas o zonas deportivas.
“Era muy común ir a un espacio público y ver que estaban alrededor de un banco, sentados, conversando, y no haciendo algún tipo de actividad física recreativa u deportiva para la que se había hecho ese espacio. Eso también nos llamó la atención”, comenta Enrique. “En la mayoría de los espacios públicos había una cancha de fútbol. Y a uno le quedaba la sensación de que si aparecía una pelota se ponían a jugar. Pero faltaba eso: no tenían el material”, agrega.
En el caso de las y los adolescentes pasó algo más o menos similar, pero en el orden inverso de preferencias: las canchas deportivas fueron los lugares preferidos por 25% de los adolescentes sedentarios y 23,2% de los que realizaron actividad física, seguidos por las zonas de juegos infantiles, con una preferencia de 13,9% y 10,4%, respectivamente.
“Eso tiene cierta relación con cómo están constituidos esos espacios, que de cierta manera te llevan a utilizar uno u otro. Pensemos en los playgrounds, estas zonas de juegos que incluyen en su mayoría areneros, hamacas, toboganes. Difícilmente ves allí adolescentes. En el estudio se vio claramente que las canchas multideportivas eran utilizadas en su gran mayoría por niños de edad media y mayormente por adolescentes”, sostiene.
Es lógico pensar que si una niña o niño de siete años llega a una canchita y ve a adolescentes de 17 años jugando al fútbol seguramente no se meta por temor a que le pasen por arriba. “Esta segregación por edades y usos de los espacios es interesante a la hora de crear políticas de los espacios, porque al pensar un espacio ya podemos estar sesgando quiénes lo van a usar. Si pienso en canchas multideportivas, como hay en la mayoría de los espacios públicos abiertos, estoy sesgando el uso a un público específico. Lo interesante es cómo hacer para que todas las franjas etarias puedan usar ese mismo espacio, porque evidentemente no hay un cartel que diga que son de uso exclusivo para tal o cual edad”, afirma Enrique.
“Creo que es posible pensar algunas políticas de uso de esos espacios públicos, que además de intentar incidir en el sesgo de género también lo hagan en la promoción del uso en distintas edades. Hay que pensar sobre la base de la información de cómo y quiénes están usando estos espacios, ver en qué medida atraer no sólo a adolescentes sino también a otras edades a esas zonas específicas”, dispara.
Se precisa gente y políticas
Leyendo el trabajo queda claro que no alcanza con crear los espacios públicos y después, así como se piensa que la mano invisible del mercado soluciona todos los problemas, pensar que la sociedad los use. Construir un espacio con una cancha de fútbol suena estupendo en los papeles –y sale muy linda la foto de la inauguración–, pero ese no debería ser el final de la política de pensar en el espacio público, sino tal vez el principio. En el trabajo queda claro: de las 88 áreas relevadas en los 29 espacios públicos abiertos de la ciudad de Rivera, sólo 3,8% tenían supervisión, 3% equipamiento y 2,1% actividades organizadas.
Una vez creado el espacio, hay que seguir interviniendo, hay que seguir haciendo políticas. Incluso en un mundo en el que muchos temen que la inteligencia artificial reduzca puestos de trabajo, estos espacios públicos subutilizados son una gran oportunidad: cancheros, cuidadores, profesores de educación física, recreadores... son todas profesiones que no pueden ser reemplazadas por inteligencia artificial. Hay muchos puestos de trabajo en los espacios públicos que por ahora pueden ocupar sólo los humanos. El trabajo de Enrique y sus colegas lo deja en evidencia. Los lugares están, falta ponerles trabajo encima.
“Esto tendría que ser lo natural. Tenemos espacios nuevos o espacios que ya están creados hace mucho tiempo y que debemos evaluar para ver si se están usando para el fin con el que fueron creados. Si son espacios que no se usan, perdemos dinero y perdemos la oportunidad de que la sociedad se beneficie”, responde Enrique.
“De lo que vimos surge esto de que los espacios carecen de actividades organizadas, de supervisión y de materiales. Y eso hace, en cierta medida, que si bien hay gente que va a ese espacio, y más allá del valor que tiene que puedan ir al espacio, conversar, sociabilizar, como no la instruyen, no la motivan, no se le ofrece la posibilidad de hacer algo, no se está aprovechando todo el potencial de lo que podría estar haciendo allí”, agrega.
“Respecto de lo que decís de la inteligencia artificial, es claro que necesitamos personas que motiven a otras personas a hacer determinadas actividades. Parece muy simple decir que todos pueden jugar a la pelota, pero tenés que tener una pelota, tenés que tener a alguien que mínimamente organice cómo se juega. Si no tenés gente y materiales en el lugar, lo que vemos es que la cancha está, los gurises están, pero el juego no sale”, afirma Enrique.
“Si en cada cancha hubiera una persona que te entregara una red, chalecos y que organizara las actividades, las actividades seguramente salieran. Sabemos por la literatura que eso motiva mucho más no sólo la participación, sino la participación con niveles elevados de actividad física”, señala.
De Rivera al resto del país
En el trabajo lo dicen claramente: “Los hallazgos son específicos de la ciudad de Rivera y pueden no ser generalizables a otras ciudades de Uruguay u otros países”. Sólo observaron dos meses bastante inclementes, y sería bueno saber qué pasa en meses más benignos, o cuando hay vacaciones.
Sin embargo, en ciencia muchas veces las cosas son así: lo que se reporta aconteció en determinado lugar –un laboratorio, por ejemplo– bajo determinadas circunstancias –el método experimental y los materiales utilizados– y en determinado momento. Uno entonces puede conjeturar que en situaciones similares podrían estar sucediendo cosas similares. Pero si el trabajo científico está bien hecho, de lo que sí habrá certeza es de que aplicar la forma de observar el fenómeno podrá decirnos también cosas relevantes al abordar el mismo fenómeno en otro lugar y momento. Es decir: este trabajo nos da información valiosísima sobre el uso de los y las menores de los espacios públicos abiertos de Rivera y de la actividad física que hacen en ellos, pero además nos muestra qué tan importante sería aplicar este tipo de análisis en otras ciudades y localidades.
Habiendo leído el trabajo, es imposible no morirse de ganas de saber qué pasa en Montevideo, Maldonado, Migues, Minas, sólo por mencionar ciudades cuyo nombre empieza con M. Y si uno además trabajara en la Intendencia o en el Municipio, o estuviera pensando cómo hacer para fomentar el ejercicio y el goce de la ciudad, tener esta evidencia resultaría extremadamente interesante.
“Nosotros tenemos ciertas sospechas de que si se hace esto en otro departamento pueda arrojar datos similares”, comparte Enrique. “Creo que esta herramienta, además de ser válida y confiable, es útil porque se puede replicar en otros departamentos. Lo ideal sería que desde el seno de las intendencias se impulsara algún tipo de evaluación de los espacios, porque, como decías, a veces no basta con ir y cortar la cinta. Si se genera un espacio para las vecinas y vecinos y no lo saben o no lo pueden utilizar para el fin con el que fue creado, es un poco un desperdicio”, afirma.
Le digo en broma que en la nota dejaremos su celular para que lo contacten de las intendencias y municipios, así, tras una breve capacitación, pueden generar evidencia relevante sobre cómo están siendo usados sus espacios públicos, por quiénes, de qué manera eso contribuye a promover el ejercicio que está faltando en niños y adolescentes y, en definitiva, qué tanto se usan esas obras para las que se gasta dinero. Él se ríe. Pero en un país que le huye a la toma de decisiones basada en evidencia, que una de los tantos municipios o intendencias se ponga en contacto con el grupo de investigación sería, sin duda, un titular para otra nota.
“Para nosotros es importante que esta información pueda salir del papel. Nuestra meta es empezar a divulgarlo para que otras personas, en otros lugares del país, puedan decir ‘ah, mirá, yo lo pensé, pero nunca supe cómo evaluar eso’”, dice Enrique. Su teléfono y el de su equipo de investigación lo pasamos por privado.
Artículo: Analysis of the use of public open spaces and physical activity levels in children and adolescents from Rivera (Uruguay)
Publicación: Health and Place (mayo de 2024)
Autores: Enrique Pintos, Sofía Fernández, Adriano Hino, Pedro Olivares y Javier Brazo-Sayavera.
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En portuñol: “Ah, ya te digo que este espacio no lo usan. Aquí vienen sólo a tomar mate y cuando traen a los gurises, ellos se quedan ahí con el celular. Es plata mal gastada, tienen que dejar de tirar el dinero de la gente en estos espacios que nadie ocupa”. ↩