Hay muchas razones por las cuales Jaime Roos llenó varias veces la sala del auditorio del Sodre. Entre ellas está sin lugar a dudas la vigencia de su música... y de sus estimaciones demográficas.

Como sostiene la canción que escribió junto con Raúl Castro y que suena en toda transmisión de un partido de la celeste, “cuando juega Uruguay corren tres millones”. Aquello era tan acertado en 1992, cuando el tema se publicó en un disco recopilatorio de sus temas, como lo es ahora: la población de Uruguay superó los tres millones en 1986 y desde entonces siguió creciendo lentamente.

Para que la población de un país crezca, siempre y cuando tenga una proporción equilibrada entre ambos sexos y despreciando los flujos inmigratorios y la emigración, es necesario que, en promedio, cada mujer dé a luz a más de dos hijos durante toda su vida reproductiva. De hecho, se considera como una tasa de fecundidad de reemplazo, es decir, aquella que lleve a que una población se mantenga estable, al promedio de 2,1 hijos por mujer. Para que Jaime Roos se viera en problemas -tres tiene una única sílaba mientras que cuatro tiene dos, lo que implicaría alteraciones en la métrica del verso-, la tasa de fecundidad de Uruguay debiera ser, al menos por algún tiempo, bastante mayor a ese 2,1, pongamos 3, 4 o más (cuanto más elevado ese número, en menos tiempo se alcanzarán los cuatro millones para pesar de Jaime).

Para alivio del gran estandarte de la murga-canción, entre 1996 y 2005 la tasa de fecundidad de Uruguay pasó a ser baja, es decir, a estar apenas por debajo de la tasa de reemplazo de 2,1 hijos por mujer. La caída producida en esos años se detuvo por una larga década, por lo que entre 2006 y 2015 la tasa de fecundidad se mantuvo en el entorno de 2,0 hijos por mujer.

El asunto es que lo que pasó luego de 2016 podría hacer sudar al músico de inconfundible voz. Como señala un trabajo recientemente publicado, en el lustro 2016-2021 se produjo “una disminución particularmente pronunciada desde los niveles de fecundidad bajos a los más bajos” nunca antes registrados en el país.

En efecto, al terminar 2021, y sin que la pandemia implicara un cambio importante en la tendencia de la caída, la tasa de fecundidad se desplomó del 1,9 de 2015 a un extremadamente bajo 1,37 hijos por mujer. De una tasa baja de fecundidad, es decir, menor a 2,1, pasamos a una muy baja, que es cualquiera menor a 1,5. El trabajo, además, manejando entonces datos preliminares hoy ya confirmados, indica que en 2022 la tasa de fecundidad cayó aún más, bajando a 1,28. Y en 2023 habría caído otro poquitito, estando ahora en el entorno de 1,25. ¿Habrá que pensar entonces en cantar que cuando juega Uruguay corren dos millones? No tan rápido, Jaime.

Titulado algo así como La gran caída: la fecundidad más baja de Uruguay (2016-2021), el trabajo firmado por Wanda Cabella, Mariana Fernández, Ignacio Pardo y Gabriela Pedetti, del Programa de Población de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, fue publicado en la revista Demographic Research y le da un cierto changüí a Roos. Porque allí, este equipo multidisciplinario, ya que en nuestro país no hay una formación de grado en demografía -Wanda es antropóloga, Mariana e Ignacio, sociólogos, y Gabriela, economista-, si bien hablan de esa gran caída, también mencionan un posible rebote “en algún momento en el futuro”.

Así que para hablar de caídas, rebotes, y en particular sobre la paradoja entre lo que afirman en su trabajo demográfico y el aumento en la tasa de pobreza infantil, nos encontramos en la Facultad de Ciencias Sociales con Gabriela Pedetti e Ignacio Pardo (defensorista, y por tanto roosista a muerte, lo que llevó a abrir esta nota con las consideraciones poblacionales de Jaime).

Buscando explicar la gran caída

“Nuestro artículo es el primero en identificar los mecanismos demográficos que conducen a la más baja fecundidad en Uruguay”, sostienen los cuatro autores en la publicación. Les pregunto entonces cómo surgió hacer este trabajo, sabiendo que como apasionados de la demografía romper el récord de las tasas bajas de fecundidad de Uruguay los debió haber atraído más que a la primera plana del gobierno el primer recital de despedida de Jaime en el Sodre.

“El seguimiento de la tasa de fecundidad es parte de la tarea habitual de la demografía y los que la estudiamos”, señala Ignacio. “En este caso lo que había era un seguimiento del descenso con sus distintos ritmos, pero luego de esa década en la que la tasa de fecundidad estuvo bastante planchada en el entorno de 1,9 o 2,0 hijos, entre 2016 y 2021, y ahora con los datos preliminares que tenemos sabemos que también hasta 2023 se produjo un descenso muy rápido y hacia niveles más bajos de lo que se podía suponer a partir de las proyecciones de fecundidad”, subraya. “Que la fecundidad pasara de 1,9 a 1,2 en apenas ocho años fue sorprendente aun para nosotros que esperábamos un cierto descenso”, confiesa Ignacio.

Gabriela coincide: “Fue un poco imprevisto que se diera esa caída tan pronunciada”. También cuenta que con la tasa de fecundidad ubicada en 1,9 en América Latina ya estaban las alertas encendidas y el tema lo seguían con interés. “Cuando en 2016 comenzó a verse una caída acelerada, en un momento nos preguntábamos si íbamos a llegar a bajar a tasas de 1,5 hijos por mujer. Pero no sólo alcanzó un descenso hasta una fecundidad de 1,5, sino que siguió cayendo y cayendo”, dice, aún azorada, Gabriela.

“Movimientos que históricamente en otros países se veían a ritmos más lentos acá se dieron de una forma demasiado acelerada. Eso propició que hubiera un estudio previo, que realizaron Wanda, Ignacio y Mathías Nathan, que abarcó hasta 2018”, reseña Gabriela. “Entonces nos preguntamos si valía la pena hacer un artículo abarcando lo que había pasado desde entonces hasta ahora”, sostiene. Es obvio que su respuesta fue que sí. “No sólo porque se da un descenso acelerado, sino porque ese descenso continúa. Y es un descenso tal que llama la atención y que, más allá del numerito, nos lleva a tratar de seguir profundizando en qué es lo que está pasando”, dice con toda coherencia.

Por otro lado, este descenso sin precedentes se da en un momento, como dicen en el trabajo, en el que varias cosas han cambiado en nuestra sociedad. Muchos de quienes disfrutan de hablar sin recurrir a evidencia alguna no dudaron en relacionar el estancamiento poblacional con la despenalización del aborto, o peor aún, con la ideologizada erosión del concepto tradicional de familia. ¡Habrase visto semejante pérdida de valores! Pero la ciencia busca evidencia, datos. Y este grupo de investigadores se propuso justamente ver qué estaba pasando.

“Lo primero para nosotros, por definición, es mirar no sólo la tasa global de fecundidad, sino las tasas específicas por edad y por orden de nacimiento. Es decir, si los nacimientos de menos que te encontrás en los años del descenso son nacimientos de madres jóvenes o de no tan jóvenes, si hay menos nacimientos de primeros hijos o de los segundos y terceros. Con esa descomposición uno entiende un poco mejor lo que pasó”, señala Ignacio. Y eso es lo que desmenuza el artículo que publicaron.

Adolescendente

“La evolución de la fecundidad en Uruguay de 2016 a 2021 fue extraordinaria; una disminución sin precedentes condujo a las tasas más bajas de fecundidad en la historia del país”, señalan en el trabajo. Y al respecto sostienen que “la fecundidad adolescente y temprana desempeñó un papel destacado y representó más de la mitad de la disminución total”. Veamos cómo es eso.

“Cuando la tasa de fecundidad se había detenido en 1,9, esa tasa estaba siendo sostenida por un fenómeno muy latinoamericano, pero muy raro en el resto del mundo, que es la convivencia de niveles bajos de fecundidad total con niveles altos de fecundidad adolescente y temprana”, explica Ignacio.

Los gráficos son elocuentes y muestran que la tasa de fecundidad solía tener dos picos distintos. Por un lado, las mujeres de mejor nivel socioeducativo aplazaban la edad de su primer hijo y reducían la cantidad de hijos, con lo que se veía un pico entre los 25 y los 35 años, pero eso era en cierta medida contrarrestado por una elevada tasa de fecundidad de las adolescentes y mujeres de entre 15 y veintipocos años. “Ese fenómeno sostenía un nivel de fecundidad que era bajo, pero visto desde los lentes del presente todavía no era tan bajo como iba a llegar a ser después”, comenta Ignacio.

“Si la fecundidad adolescente, que era desproporcionadamente alta, caía, la tasa de fecundidad iba a bajar a niveles todavía más bajos. Y eso fue efectivamente lo que comenzó a pasar desde 2016 en adelante”, redondea. “Del 1,9 de 2015 llegamos al 1,2 de ahora”.

“En las estimaciones que hicimos para este trabajo, un poco más del 50% de esta caída son nacimientos en madres jóvenes de entre 15 y 24 años”, sostiene Gabriela. “Nos preguntamos si es tan mala noticia esto de la caída de los nacimientos, como vos decías que dijeron muchos en relación con la interrupción voluntaria del embarazo o los cambios en el modelo de familia. Y entonces las preguntas que comienzan a surgir son esas, qué tan malo puede ser si ese descenso se debe a nacimientos que no se dieron a esas edades tempranas. La caída parece ser siempre el titular que llama la atención, pero la realidad es que la mitad de la explicación viene dada por la caída de nacimientos en edades tempranas. Y si se quiere, eso son datos que están muy vinculados a las políticas que se estaban implementando”, afirma Gabriela.

“Entonces, es una buena noticia que si se están impulsando determinadas políticas de reducción del embarazo adolescente y temprano, después se vean efectos”, concluye.

Inequidades

“La desigualdad social se refleja en los indicadores demográficos y por eso América Latina demográficamente es peculiar, ya que es muy desigual”, comenta Ignacio. Estas desigualdades se reflejan, pone por ejemplo, en la esperanza de vida en nuestro continente: “Las personas no viven lo mismo en todas las clases sociales, viven menos en unas que en otras”. Como ya podíamos intuirlo, esa desigualdad se refleja también en la fecundidad.

“En Uruguay la concentración de tasas tan altas en los primeros años de vida reproductiva resultaba en algún sentido anómala, aun considerando la desigualdad en las condiciones de vida. Las adolescentes más pobres, que eran frecuentemente madres, no tenían en su mayoría nacimientos intencionales, planificados”, sostiene Ignacio. “Entonces, ahí había una tormenta perfecta para que, cuando se dieran las herramientas y condiciones apropiadas, esos nacimientos pudieran bajar, incluso sin que la situación de desigualdad cambiara muy radicalmente”, agrega. Y eso es un poco lo que pasó en este período de gran caída de la fecundidad: las adolescentes y mujeres jóvenes que tuvieron menos hijos que sus pares etarias de años atrás no es que mejoraran su situación socioeconómica, sino que tuvieron un mejor acceso a sus derechos reproductivos.

“Sin dudas incide en esto la llegada del implante subdérmico y la presencia de todo un set de políticas de salud sexual y reproductiva que se pusieron sobre la mesa. Antes no estaban, y había embarazos. Hoy están y las chiquilinas los adoptan”, comparte Gabriela. “Los métodos anticonceptivos tuvieron una buena acogida y las adolescentes dejaron de tener esos hijos que antes se decía que eran buscados, pero que resulta que con un método eficaz accesible y la opción de ejercer sus derechos sobre la mesa, esos hijos no están más”, señala. La gran caída entonces viene empujada en buena parte por el hecho de que nuestras adolescentes y mujeres jóvenes, como dice Gabriela, “tienen sus hijos cuando ellas lo deciden y no porque no tienen los métodos para no hacerlo”.

“Este fue un hecho muy puntual, que también se ha dado en otros países de América Latina, porque la propia incorporación de los implantes hormonales subdérmicos a la canasta fue una política que se implementó en muchos países, propiciada por Naciones Unidas. Y hasta donde sabemos fue una política bienvenida por aquellas personas que querían controlar esos embarazos y no podían”, agrega Ignacio.

“En ese contexto tan propio de la fecundidad latinoamericana, con fecundidad total baja pero fecundidad adolescente alta, al bajar la fecundidad adolescente temprana, se desplomó la tasa global de fecundidad”, dice entonces Ignacio. Aun así, las inequidades no terminaron. “La heterogeneidad de calendario, es decir, que algunas mujeres tengan sus hijos más temprano que otras, disminuyó un poco, pero todavía sigue habiendo una dispersión bastante alta, directamente asociable a la desigualdad por estratos sociales”, afirma.

“Que esta caída de la tasa de fecundidad esté dada por una baja de los nacimientos de adolescentes y mujeres de entre los 16 y los 24 años es la mitad del cuento”, comenta Gabriela. Y en el trabajo desglosan, hasta donde los datos se lo permiten, qué sucedió en el otro 50%.

Poniendo el freno: ¿hacia un país de hijos únicos?

“En Uruguay le preguntás a la gente cuántos hijos quiere tener y salta siempre el ideal de tener dos. Según las pocas encuestas que hay, si bien en los estratos más bajos se suelen decir más, hay una tendencia muy marcada de que la gente diga que su ideal es tener dos hijos”, comenta Gabriela. Su trabajo entonces marcaría una diferencia entre los ideales y la realidad.

“Lo que estamos viendo es que no sólo cayeron los nacimientos en las edades tempranas, sino esta opción de frenar tras el primer hijo”, comenta Gabriela. Y nuevamente la inequidad se cuela entre las sábanas: “No lo sabemos con datos, pero puede haber expresiones de desigualdad que estén marcando ese freno al tener uno o dos hijos. Puede estar pasando que muchas personas decidan no tener dos hijos el pensar que no podrán sostener el nivel con el que criaron al primero”, comenta. “¿Cuáles son las posibilidades, con las demandas de una crianza exitosa y acompañada, de tener dos hijos y poder sostener eso? ¿Cuáles son los gastos que una familia tiene? ¿Cómo los enfrenta? ¿Cuáles son las redes de cuidado?”, interroga. “El peso de hasta cuántos hijos quieren o pueden tener, según las expectativas de qué vida les podrán dar, podría estar pesando fuerte en esta caída de los nacimientos”, afirma entonces.

En el trabajo lo dicen explícitamente: “Otro factor que contribuyó al gran descenso fue la caída de las tasas de fecundidad de los segundos nacimientos en las etapas medias o posteriores de los años reproductivos. Esto sugiere que los intervalos entre embarazos podrían estar aumentando, o que el mecanismo de freno está fomentando una tendencia emergente de un solo hijo”. ¿Vamos entonces a un país con menos gente conformado por hijos únicos? ¿Peligra ahora el “hermano, te estoy hablando” de Jaime si nos encaminamos a un país con menos hermanos y hermanas de sangre?

“Cuando hacemos la descomposición de las tasas específicas por edad y por orden de nacimiento, tenemos algunos datos que son sugestivos de comportamientos posibles”, afirma Ignacio.

“Por ejemplo, si bajan las tasas de fecundidad de las treintañeras de su tercer o cuarto hijo, lo que seguramente esté operando allí es haber puesto un freno en los dos hijos y ya no tener los siguientes”, explica. “Cuando ves esas tasas de terceros hijos de mujeres de entre 28 y 35 años bajar, sospechás, sin tener la certeza total hasta unos años más tarde, que lo que está operando allí como comportamiento es el freno, que es una tendencia que ya había hecho bajar la fecundidad antes”, prosigue.

El 50% de esta reducción de la fecundidad está explicada por un descenso de nacimientos en adolescentes y mujeres de entre 15 y 24 años. Pero en el trabajo también desglosan la contribución a la caída de fecundidad total de dos hijos por mujer en 2015 a 1,37 en 2021 de acuerdo con el orden y la cantidad de hijos: 30% se debe a la reducción del primer hijo entre personas de 15 y 24 años, 15% a la reducción del segundo hijo entre quienes tienen 15 y 24 años, mientras que 22% es motivado por la reducción del tercer y más hijos entre los 25 y los 49 años.

“El manejo del período intergenésico es otro de los mecanismos demográficos que pueden hacer bajar la tasa de fecundidad en un momento concreto. Posponer el hijo, como hace que los nacimientos sucedan en el futuro, hace descender la tasa, aumentar los períodos intergenésicos, o sea, esperar más tiempo para el segundo, también hace bajar la tasa. Cortar y decidir no tener más, también hace bajar la tasa y que aumenten las mujeres nulíparas, es decir, mujeres que no tienen hijos, también hace bajar la tasa de fecundidad”, dice Ignacio sobre los distintos mecanismos que pueden llevar a menores tasas de fecundidad.

Pero uno se queda rumiando. Nulíparas. Qué término que suena feo. En inglés también: se emplea el término childless.

“El childless tiene una connotación muy negativa”, señala Gabriela, ya que en inglés la forma de referirse a la ausencia de algo se hace sumando a la cosa el sufijo formado por la palabra menos. En este caso childless, que se traduciría en el un poco más amable en español “sin hijos”, en inglés sería como escribir hijosmenos o hijosfalta. Aun así, en español hablar de alguien sin hijos implica también definir a alguien por lo que no tiene en lugar de por lo que sí y deja la puerta abierta a la idea de que lo esperable sería que los tuviera, algo que no tiene por qué ser así.

“Ahora para nombrar a las mujeres sin hijos, en inglés están proponiendo cambiar el childless por childfree para que tenga una connotación más positiva. Pero también es medio fuerte con los hijos, porque es algo así como libre de hijos”, introduce Ignacio. Para Gabriela, el childfree “tiene una connotación menos negativa”. Si childless es como que a la persona le falta algo, childfree es como que se liberó de algo. Pero en ambos ese algo debería estar allí. Pero volvamos al tema.

“El aplazamiento, el freno en uno o dos hijos, o el comportamiento nulíparo, son todos comportamientos que hacen bajar la tasa de fecundidad en un momento dado. Pero cuál de esos comportamientos demográficos sea protagónico no es equivalente para la especulación de lo que podría pasar después”, dice Ignacio.

“Cuando ves que bajan los primeros hijos de las de menos de 20 años, lo que podés pensar es que estás mayoritariamente ante un posible aplazamiento del hijo para edades posteriores. Podría ser que estén pensando en no tener hijos, pero lo más probable sería que la mayoría lo que esté haciendo es decidir tener el hijo eventualmente más adelante. Por eso lo del rebote que mencionamos en el artículo”, señala Ignacio. Así que a eso vamos.

¿Se vendrá un rebote?

Mujeres muy jóvenes que aplazan la edad en la que tienen su primer hijo. Familias que deciden o deben poner un freno y dejan de tener hijos tras ese primer o segundo nacimiento. Personas que deciden que haya una mayor cantidad de tiempo entre su primer y segundo embarazo. Mujeres que deciden no quedar embarazadas nunca. Allí tenemos cuatro de los llamados comportamientos demográficos que pueden llevar a caídas en la tasa de fecundidad. Y al especular qué se nos viene, las cosas son distintas.

“Si se da un descenso de la fecundidad fomentado totalmente por mujeres de 35 años que no tuvieron un cuarto hijo, probablemente esos nacimientos no se recuperen después”, dice con lógica Ignacio. “Pero si tenés una tasa que bajó porque las adolescentes todavía no tuvieron su primer hijo es un poco más probable que al menos una parte de esos nacimientos se den en años posteriores. Y ahí está la parte de especulación informada del trabajo”, agrega.

Hay un dato en el trabajo que es muy llamativo: “la repentina disminución de la fecundidad adolescente y temprana provocó un cambio significativo en la edad media del primer nacimiento”, dice. ¿Qué tan repentina y llamativa es esa disminución? El trabajo lo deja claro: “Durante 40 años la edad media al primer nacimiento se mantuvo estable alrededor de los 24 años y aumentó apenas un año entre 1978 y 2011”. Sin embargo, reportan que la edad media al primer nacimiento “aumentó 1,5 años durante los seis años de gran caída de la fertilidad”, es decir, entre 2016 y 2021. En sólo seis años esa edad media de las mujeres al tener el primer hijo pasó de 24,9 años a 26,4 años. ¡En seis años se produjo un aumento mayor que en los 33 años entre 1978 y 2011!

Entender el presente nos ayuda a pensar cuál podría ser el futuro. Esta baja en la fecundidad de las adolescentes nos lleva a celebrar el triunfo de las políticas de derechos reproductivos. Pero nada nos dice que el no haber tenido hijos a los 15 o 18 años quiera decir que no los van a tener más adelante en sus vidas. Aun así, viendo la tendencia a no llegar al ideal cultural de los dos hijos, el rebote sería modesto.

“Teniendo la precaución de que hay una cuota de incertidumbre, de todos modos nos podemos basar en cómo está compuesto el descenso, esto de que está protagonizado sobre todo por la fecundidad adolescente y temprana, y viendo además lo que ha pasado en otros países que ya llegaron a los niveles tan bajos de fecundidad como los de Uruguay, diría que lo más probable es que la fecundidad no siga cayendo”, conjetura Ignacio.

Dijimos líneas antes que el presente nos ayuda a pensar el futuro. Y el pasado nos permite entender el presente. Así como entre 2006 y 2015 se produjo un período de estabilidad en el que la tasa de fecundidad dejó de caer, luego de esta gran caída podríamos volver a una etapa en la que el descenso se frene. De allí a rebotar, ya es otro cantar.

“Lo más probable es un período de estabilización y un cierto repunte que no nos va a volver a llevar a dos hijos por mujer, pero que quizá nos deje un poco más arriba del 1,2 actual”, explica Ignacio, dejando claro que, de haber rebote, será modesto y no cambiará la tendencia en la que venimos.

“Creo que esa es la evolución más probable. No quiere decir que pueda decir en qué año va a pasar eso ni en qué período, aunque seguramente no será en muchísimos años. Hay allí una cuota de incertidumbre, porque no sabés qué proporción de esas adolescentes que aplazan su primer hijo lo van efectivamente a tener ni si lo van a aplazar por mucho o poco tiempo”, señala.

Por lo que me dicen mientras hablamos, estuvieron viendo algunos datos preliminares de 2023. Les pregunto si la tendencia a caer se quebró. “Todos los años pensamos que la caída llegó al final, pero todavía no se ha dado”, afirma Ignacio, mostrando que aún no llegamos al punto de inflexión de la curva que baja. “Y vale aclarar, si bien pensamos que sí va a haber un rebote, seguro que será siempre por debajo de una tasa de fecundidad de 2”, sostiene.

Dicho en otras palabras: por más que haya un quiebre en esta caída, y además de estabilizarse, se produzca un cierto rebote, un cierto aumento en la fecundidad, no va a haber más uruguayas y uruguayos en el futuro cercano.

“Exactamente. El régimen demográfico general sí me parece una realidad irreversible. La fecundidad por debajo de dos hijos lleva al envejecimiento demográfico y al fin del crecimiento poblacional. En Uruguay eso está pasando en este momento, estamos viendo el fin del crecimiento de la población y, eventualmente, veremos un descenso del tamaño de la población”, afirma Ignacio. “Todos los matices posibles en la evolución de la fecundidad se darán en el contexto de ese régimen. Y ahí sí nos animamos a decir que eso no va a cambiar. La población no va a empezar a crecer, la población no se va a rejuvenecer y, en caso de un rebote, lo único que puede decirse es que podría envejecer a un ritmo un poquitito más lento”, resume.

¿Cómo es posible que bajen los nacimientos y suba la pobreza infantil?

Uno de los temas de los que se ha hablado mucho en este año es del aumento de la pobreza infantil. Uno suma uno más uno y las cosas no dan dos. Si las personas están teniendo menos hijos, y más aún, si ese gran descenso se debe en gran parte a que menos adolescentes y mujeres de entre 15 y 25 años tuvieron su primer hijo, sería esperable que no aumentara la pobreza infantil... salvo que estuviera aumentando la pobreza en general.

“Un niño pobre es un niño que vive en un hogar pobre. Entonces, si esos hogares tienen menos niños...”, comienza a decir Ignacio, dando sustento a la idea de que, sin hacer nada, con menos niños naciendo, tendríamos que ir reduciendo la pobreza infantil. Los animo a que proyecten en cuántos años, con estas reducciones de nacimientos, lograríamos reducir la pobreza infantil a la mitad. Ríen los dos.

“Esa respuesta no la tenemos. En estos temas sí suelo tener otra, más armada con relación a los debates habituales, que es la de que atendamos mejor a los niños y niñas que hoy tenemos en lugar de buscar más nacimientos como un fin en sí mismo”, se ataja Ignacio.

Lo que dice es totalmente lógico. Con menos niños y niñas, como viene sucediendo en muchas otras partes, en lugar de reducir los recursos por cada uno, se puede atender mejor las necesidades de los que sí están. Pero volvamos a lo otro.

“Cuando salieron los datos de pobreza infantil me llamaron la atención. Con mi cabeza demográfica, con menos nacimientos en los hogares más pobres, tendría que estar disminuyendo”, comparte Gabriela. “La pobreza infantil es una proporción de cuántos de los niños son pobres. Si tenés menos niños expuestos a hogares con pobreza, mi tendencia era pensar que en algún momento se va a reducir la pobreza infantil. Este pensamiento lo vengo teniendo desde 2016, y año tras año desde entonces sigo esperando ese dato. Y la realidad es que eso no se da”, me acompaña Gabriela en mi desconcierto.

“El corolario de todo esto es que los hogares con niños están cada vez peor, porque teniendo menos niños expuestos a la pobreza por cada hogar, su proporción es más grande”, dice entonces.

Uno más uno no es dos: esta reducción en la cantidad de niños, lo que incluye a los hogares de niveles socioeconómicos más bajos en gran medida, ya que allí se redujo buena parte de los nacimientos, no está logrando reducir las tasas de pobreza infantil. Lo que me lleva a pensar que si nuestras adolescentes y jóvenes no hubieran dejado de tener hijos entre 2016 y 2021, tendríamos hoy una pobreza infantil mucho más acuciante. Es decir, esta caída en la natalidad podría estar atenuando la pobreza infantil.

Ignacio anuncia que va a comenzar a pensar en voz alta: “A igualdad de proporción de hogares pobres, que es lo que se mide, si hay menos niños y buena parte de esa reducción está en los hogares más pobres, sí, tendría que haber menos pobreza infantil. Salvo que cambie la proporción de hogares bajo la línea de pobreza”.

“Tal vez al haber menos niños en algunos hogares la situación de su ingreso per cápita pueda haber mejorado pero no mucho, y sigan aún estando bajo el umbral de la pobreza, habría que ver los datos específicos de esos hogares”, ensaya Ignacio. “La ventana de oportunidad demográfica para bajar la pobreza infantil estaba. Si están naciendo menos niños de madres adolescentes, que eran los sectores en donde se daban los nacimientos de los más pobres, la pobreza infantil podría haber caído. Pero la realidad es que no pasó”, se lamenta Gabriela.

La pregunta queda entonces en el aire, mostrando una vez más que cuanto más conocemos algo, en este caso el comportamiento de la fecundidad en nuestro país, más conscientes somos de la necesidad de seguir conociendo. Por ahora Jaime puede seguir cantando lo de los tres millones, salvo que su gira de despedida de los escenarios se prolongue varias décadas. Entonces probablemente seamos un país mucho más envejecido, con menos gurisas y gurises que serán, en su mayoría, hijos e hijas únicos en un doble sentido: al ser menos, bien haríamos en darles un valor extremo y dedicar todos los esfuerzos posibles para que vivan vidas más plenas. Si entonces aún seguimos con el problema de la pobreza infantil, seremos nosotros y no ellos quienes habrán fracasado estrepitosamente.

Artículo: The big decline: Lowest-low fertility in Uruguay (2016–2021)
Publicación: Demographic Research (marzo de 2024)
Autores: Wanda Cabella, Mariana Fernández, Ignacio Pardo y Gabriela Pedetti.