¿Por qué la fauna de Australia, con sus canguros y koalas, nos resulta tan fascinante? Porque esos animales, que evolucionaron aisladamente al no estar en contacto con otros continentes, se encuentran sólo allí (y también porque frecuentemente tendemos a valorar más lo que está en otras partes que lo que tenemos ante nuestros ojos). Aun así, nuestra América del Sur también fue, hace millones de años, un continente aislado. Y aquí evolucionaron formas de vida propias con características singulares.

Así como en Oceanía se originó el linaje de esos marsupiales que comúnmente agrupamos bajo el nombre canguros, en nuestro Laboratorio de Innovación de Formas de Vida tuvieron origen, por ejemplo, los armadillos, mamíferos acorazados que proliferaron por este continente y de los que tres especies viven aún en nuestro país (los llamamos tatús y mulitas).

Entre esos animales fantásticos, que resolvieron por sí mismos los desafíos de adaptarse al ambiente de una forma propia, aquí aparecieron, hace más de 60 millones de años, los ungulados nativos de América del Sur, un grupo de mamíferos herbívoros en el que algunos animales desarrollaron la habilidad de caminar sobre la punta de sus dedos de forma similar a la que, en otros continentes, desarrollaron los antepasados de caballos, vacas, cerdos, elefantes o ciervos. Algunos fueron animales diminutos, mientras que otros fueron colosos que superaron los 1.000 kilos, como el toxodonte o la macrauquenia.

Tan insólitos eran estos ungulados que en un artículo de 2020 sobre ellos, el paleontólogo estadounidense Darin Croft y sus colegas argentinos Javier Gelfo y Guillermo López no dudan en titular que la suya fue una “espléndida innovación”. Como este linaje de animales se extinguió por completo en el Pleistoceno, hace unos 12.000 años, y dado que eran tan distintos de los animales actuales, frecuentemente recurrimos a quimeras para tratar de que rápidamente las personas se hagan una idea de cómo eran. Por ejemplo, el toxodonte podría verse como una mezcla entre rinoceronte e hipopótamo, mientras que la macrauquenia como el resultado de meter en una centrifugadora a una jirafa, un camello y un tapir.

En este juego de combinar animales, podríamos decir que los proterotéridos eran una mezcla de minicaballos con ciervos. Con 29 géneros descritos, se caracterizaron por caminar apoyándose en un solo dedo, tal cual hacen los caballos, en este caso el dedo medio –técnicamente el dedo tres– y por una reducción de los dedos laterales –el dos y el cuatro–. En Uruguay se han registrado varias especies de estos animales, algunas incluso por ahora endémicas, como es el caso de Pseudobrachytherium breve y Uruguayodon alius. Un nuevo artículo suma para nuestro país a una especie que, hasta ahora, se había registrado solamente en la República Argentina.

Firmado por Ana Clara Badín, Andrea Corona, Daniel Perea y Martín Ubilla, del Departamento de Paleontología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, y Gabriela Schmidt, del Laboratorio de Paleontología de Vertebrados del Centro de Investigación Científica y de Transferencia Tecnológica a la Producción, de Entre Ríos, Argentina, el trabajo coloca en nuestro territorio por primera vez al proterotérido de entre 24 y 45 kilos Neobrachytherium ullumense, extendiendo así su rango de distribución, a la vez que se trata del fósil más moderno de esta especie jamás encontrado. Así que sin perder tiempo, volamos a la Facultad de Ciencias para encontrarnos con las paleontólogas Ana Clara Badín y Andrea Corona.

Un fósil impertinente

Los fósiles de lo que serían dos nuevos registros de Neobrachytherium ullumense para nuestro país aparecieron mientras Ana Clara Badín estaba haciendo su tesis de maestría sobre proterotéridos bajo la tutoría de Daniel Perea y Martín Ubilla. El más completo de ellos, una mandíbula derecha con dientes que abarcaban desde el premolar 3 al molar 3, fue encontrado en marzo de 2020. Y así como se disparó la aventura de tratar de determinar a qué animal pertenecían, implicó dejar de lado la idea original que Ana Clara tenía para su tesis de analizar la filogenia del grupo.

“Estos fósiles de Kiyú se encontraron en una salida en la que ninguna de las dos estaba”, dice riendo Ana Clara. “Quien lo encontró fue Raúl Vezzosi, pero en esa salida estaban también Daniel Perea y Felipe Montenegro”, recuerda.

“Se trataba de una de las tantas salidas de rutina a Kiyú. Raúl Vezzosi, que es un colega argentino, justo estaba en el país y fue parte de ella. Y tuvo la suerte de hacer un gran hallazgo, porque realmente es muy raro encontrar este tipo de animales”, exclama entusiasmada Andrea. Es que lo que encontró llamaba la atención: con tantos dientes, dar con el fósil de este proterotérido fue como sacar el 5 de Oro. “Sí. Y el hallazgo fue aún más afortunado porque del fósil sólo asomaba una pequeña partecita, no se veían los dientes”, enfatiza Ana Clara.

“Ni bien lo encontraron, sabían que habían dado con algo importante para el trabajo que estábamos haciendo sobre proterotéridos y dejaron separado el material junto al bochón de sedimento”, afirma Andrea. Sus colegas desde allá les dijeron que podría tratarse de una mandíbula de proterotérido. Al verlo, Ana Clara y Andrea saltaron de alegría: efectivamente lo era. “Fue una felicidad absoluta, porque yo recién estaba arrancando y no había muchos materiales en ese entonces”, confiesa Ana Clara. Pero claro, el fósil tenía sus propios planes y las obligaría a emprender un trabajo detectivesco importante.

Recreación del proterotérido en base a ilustración de Edu Sganga

Recreación del proterotérido en base a ilustración de Edu Sganga

Nuevo para Uruguay

Una cosa es que la mandíbula perteneciera sin dudas a un proterotérido, otra determinar a cuál de ellos. La idea de que se trataba de una especie que no había sido reportada para el país; de hecho, vino de afuera.

“Eso fue gracias a una colega argentina que también sale en el artículo, Gabriela, con la que venimos trabajando mucho”, cuenta Ana Clara. “Nosotros presentamos estos materiales a principios de 2021 en un resumen de unas jornadas de paleontología en Argentina, y justo a ella le tocó corregir ese resumen. A partir de eso nos propuso revisar a Neobrachytherium ullumense, algo que nos sorprendió porque nuestro fósil era de una edad distinta a los fósiles conocidos de esa especie”, dice Ana Clara.

“Si bien estábamos convencidas del género, no nos animábamos mucho a determinar la especie debido a que todos los registros conocidos de Neobrachytherium ullumense eran más antiguos que nuestro fósil”, dice Andrea. Los sedimentos de la Formación Camacho entre los que estaba el fósil de Kiyú, de entre nueve y seis millones de años, contrastaban con los encontrados de esta especie en las provincias de San Juan y Buenos Aires, de Argentina, todos con entre diez y nueve millones.

“En el resumen señalábamos sí que había variabilidades morfológicas similares a las que presentaba Neobrachytherium, pero no nos animábamos mucho todavía, entre otras cosas porque tampoco teníamos al alcance de la mano materiales para compararlo. Fijate que ese resumen del que habla Ana fue casi enseguida de encontrar el fósil, era una comunicación muy preliminar”, amplía Andrea.

De hecho, la pandemia se había instalado y el congreso se hizo en forma virtual, lo que hacía que visitar colecciones de otros países para comparar su material –lo que terminó haciendo Ana Clara– fuera entonces complicado. Aun así, las horas de lupa de Ana Clara describiendo los dientes del fósil de Kiyú, más otro fragmento de mandíbula con un único diente, el molar 3, encontrado por Andrés Rinderknecht en la colección del Museo Nacional de Historia Natural, hicieron que aquel resumen le encendiera la lamparita a la colega argentina Gabriela Schmidt.

“Gabriela se dio cuenta de que, con los caracteres que mencionábamos en el resumen, sin ver una imagen ni nada, sólo revisando el texto, el material podría pertenecer a Neobrachytherium ullumense”, recuerda Andrea. “Ahí empezamos a profundizar un poquito más y todo empezaba a cuadrar”, dice. Ana Clara amplía: “En ese entonces las fotos que había y a las que podíamos acceder eran de un fragmento mandibular con dos dientes de un trabajo de 2003 de Esperanza Cerdeño”. No había casi dudas: su mandíbula de Kiyú tenía toda la pinta de ser del proterotérido registrado en Argentina cientos de miles de años antes.

“Después sí, pudimos viajar a Mendoza y a San Juan y revisar más materiales. Y ahí terminó de cuadrar todo”, dice Ana Clara. La investigación, a la que se sumó la colega argentina, implicó, además de reportar los dos materiales de Uruguay, sumar nuevos registros también de la vecina orilla, incluidos algunos nunca antes reportados, como el radio-ulna.

“Gabriela es experta en proterotéridos, por lo que trabajar con ella era ideal. Además, correspondía invitar a un colega argentino a publicar, porque es un trabajo que abarca mucho, ya que hace una descripción más completa del holotipo, un cráneo que no estaba totalmente descrito, y además presenta nuevo material para San Juan que estaba inédito”, sostiene Ana Clara.

Con más dientes sale mejor la foto

Como reseñan en el trabajo, en los proterotéridos “las características dentales son la principal herramienta para la asignación taxonómica”. Y, como vimos, el fósil de Kiyú venía con abundantes dientes. “Ese fósil fue la frutillita de la torta para mi tesis, porque tenía una gran serie dentaria”, bromea Ana Clara. Y no sólo se trataba de cantidad, sino también de calidad: “Ese fósil tiene los dientes más informativos, los molares y dos premolares”, agrega. Andrea concuerda: “Para determinar el género y la especie no necesitamos más, lo más informativo está contenido ahí”.

Playa de Kiyú donde se colectó el fósil.

Playa de Kiyú donde se colectó el fósil.

“De hecho, el otro material de Uruguay es sólo un M3, que es el diente más informativo, entonces también se lo pudo adjudicar a la especie. Los dos fósiles de Uruguay que reportamos en este trabajo tienen los molares que queremos encontrar”, afirma Ana Clara.

Como ya vimos en otra nota, es justamente el mirar detenidamente cómo son las cúspides de los molares y premolares lo que ha permitido que estas paleontólogas, junto con colegas, determinaran dos especies nuevas de proterotéridos. Ambas, además, reconociendo esta labor intensa de paleoodontología, nombraron a las especies por algunas de las características de sus dientes: Uruguayodon alius y Pseudobrachytherium breve. En el primer caso, el odon refiere justamente a diente, y el alius a distinto, ya que al comparar ese diente con los de otros proterotéridos de Argentina, vieron que el de acá no se parecía a ninguno de los ya descritos. En el segundo caso, Andrea nos contaba que el mote breve tenía que ver “con que un pequeño surco que separa dos cúspides de la muela es breve, corto o poco profundo”.

En este caso, la característica que más denunciaba la identidad del proterotérido era tan diminuta como significativa.

“Siempre digo que todo esto es culpa de Andreíta”, bromea Ana Clara. “Cuando empecé con estos animales lo hice con el cráneo de ese Pseudobrachytherium breve y me encantaba la dentición superior, no tenía ni idea de dentición inferior. Cuando apareció esta mandíbula me implicó el desafío de empezar a estudiar de cero la dentición inferior. Y la verdad es que me encantó”, confiesa.

“Te voy a decir una cosa re profesional... pero mirando este fósil me pareció que es un animal muy tierno, porque a pesar de su pequeño tamaño es muy complejo”, dice luego. Tentada, me extiende el fósil para que aprecie que, mirando los dientes desde arriba, tanto los molares como los premolares lucen un diseño como de una letra eme. Y allí Ana Clara fija su vista en una pequeña cúspide redondita llamada entocónido. “Esta especie el entocónido es algo algo muy diagnóstico, porque está en una posición distal, hacia atrás, y bastante pegada a otra cúspide, sin estar unida”, dice. Así, con detalles de los dientes, la especie descrita a partir de fósiles encontrados en el Valle de Ullum, en San Juan, se hacía más que evidente.

Nuevos caracteres para una especie ya conocida

Los fósiles de Uruguay, tanto el de Kiyú como el de Arazatí, no sólo confirman la presencia de esta especie para nuestro país, sino que además, junto al trabajo que hizo el equipo revisando colecciones, tienen otro impacto: junto con los fósiles de San Juan, ayudan a redefinir los caracteres diagnósticos de la especie.

“El trabajo comenzó con la descripción de este material de Kiyú y terminó realizando una descripción más detallada del cráneo de la especie, de otro material que apareció cuando yo estaba en la colección de Argentina, Gabriela que sumó más materiales, Andrés Rinderknecht que aparece con ese diente recolectado en Arazatí de la colección del Museo Nacional de Historia Natural... El trabajo se fue un poco de las manos, en el buen sentido”, dice riendo Ana Clara. “Por eso la colaboración en la ciencia es todo, porque realmente si no se hubiera dado esta suma de circunstancias, no hubiéramos podido llegar a tanto. Cuanto más nos íbamos metiendo, el trabajo se iba haciendo más profundo”, sostiene Andrea.

Pero, además, en esto de mejorar los caracteres que definen a la especie hay una historia tan interesante como movilizadora.

Una especie póstuma

Si uno se fija en la bibliografía, o incluso en el título del artículo que publicaron nuestras compatriotas con su colega argentina, Neobrachytherium ullumense fue descrito como especie en 2001 por el argentino Miguel Soria. El asunto es que Soria en 2001 ya no estaba con nosotros.

“Su muerte se dio por un accidente de tránsito en la década de 1990. Y sus colegas, a partir del manuscrito de tesis, que estaba casi terminada, lo editaron y publicaron en una edición especial del Museo Bernandino Rivadavia de Buenos Aires que salió en 2001. En esa publicación aclaran que tratan de mantener el formato tal cual estaba, y que por eso puede ser que haya algunos errores u omisiones propias de un manuscrito que estaba en preparación”, cuenta Andrea.

“El trabajo de Soria es híper extenso, analiza cientos de materiales”, sostiene Ana Clara. El título de la tesis finalmente publicada muestra en cierta manera la dimensión del trabajo que tenía entre manos: Los Proterotheriidae (Litopterna, Mammalia), sistemática, origen y filogenia. Fue justamente ese análisis exhaustivo de materiales el que lo llevó a postular que algunos materiales pertenecían a una nueva especie, a la que bautizó justamente Neobrachytherium ullumense.

El fósil de _Neobrachytherium ullumense_ asomando en los sedimentos de Kiyú. Foto gentileza de Ana Clara Badín.

El fósil de Neobrachytherium ullumense asomando en los sedimentos de Kiyú. Foto gentileza de Ana Clara Badín.

El trabajo de Soria, además, tenía más de 20 años. “Por ello tiene algunas descripciones que no son tan exhaustivas como las que estamos acostumbrados a trabajar ahora”, agrega Andrea. Lo que dice queda en evidencia cuando uno lee trabajos de hace apenas dos décadas, incluso de autores que han seguido publicando: no sólo las imágenes y gráficos son más impactantes ahora, sino que los textos contienen más detalles.

“Ha cambiado muchísimo la metodología, la rigurosidad, la especificidad. Entonces nos encontramos con eso, con un holotipo que se publicó hace 20 años con base en un cráneo completo, precioso, pero al que le faltaban algunas descripciones más detalladas”, retoma Andrea. “Era un material que no se había vuelto a revisar”, agrega Ana Clara.

De esta manera, podríamos decir que Ana Clara, Andrea y Gabriela ayudaron a redondear el trabajo que Soria tenía en ciernes cuando un accidente se lo llevó prematuramente. Su Neobrachytherium ullumense hoy sale fortalecido.

Ampliando el tiempo y el territorio

Como dicen en el trabajo, gracias a los fósiles de Uruguay esta especie de proterotérido, pese a estar extinta, amplía la zona por donde anduvo retozando: “Este aporte permite extender la presencia de Neobrachytherium ullumense a un límite más oriental en el sur de Uruguay (localidades de Arazatí y Kiyú), ya que anteriormente sólo se conocía en San Juan (Valle de Ullum) y Buenos Aires (arroyo Chasicó, laguna Chasicó y Arenas Blancas) provincias de Argentina”. “Sí, con estos registros el Neobrachytherium ullumense cruzó el charco”, afirma Andrea. Pero eso no es todo.

“Todos los registros anteriores (antes de este aporte) fueron unos pocos ejemplares reportados indiscutiblemente como Neobrachytherium ullumense del Chasiquense (Mioceno tardío) de Argentina”, dice el artículo. El Chasiquense es un ensamble de fauna de un período que va desde hace entre diez y nueve millones de años. Pero estos fósiles encontrados en Kiyú y Arazatí indicaban dos registros más modernos, ya que aparecieron en sedimentos datados entre 9 y 6,8 millones de años. El trabajo entonces sostiene que “debe notarse que los nuevos ejemplares de Uruguay aquí descritos representan el primer reporte confirmado de la especie en yacimientos del Huayqueriense”.

En otras palabras: hasta el momento la mandíbula de Neobrachytherium ullumense encontrada en San José es el fósil más moderno identificado de la especie. “Es uno de los registros que indudablemente vienen del Huayqueriense, así que este hallazgo lo que hace es extender el tiempo en el que vivía esta especie, desde el Chasiquense en Argentina hasta el Huayqueriense acá en Uruguay”, afirma Ana Clara.

Así pues, gracias a los fósiles de Uruguay y al trabajo de Ana Clara, Andrea, Gabriela y colegas –Daniel, Martín, Raúl, el que se los encontró, y hasta el finado Miguel– ,el Neobrachytherium ullumense extiende su biocrón por cerca de un millón de años. Para una especie como la nuestra, que lleva apenas poco más de dos centenas de miles de años en el planeta, lo logrado por esta especie de minicaballo mezclado con ciervo no es poca cosa. Como tampoco lo es que unos pequeños huesitos, cobijados en sedimentos antiguos, desaten la curiosidad y la sed de conocimiento de Andrea, Ana Clara y, tras ellas, de todas y todos nosotros.

Artículo: New reports, updates, and additional comments about Neobrachytherium ullumense Soria, 2001 (Litopterna, Proterotheriidae) in the Late Miocene of Uruguay and Argentina
Publicación: Journal of Mammalian Evolution (junio de 2024)
Autores: Ana Clara Badín, Andrea Corona, Gabriela Schmidt, Daniel Perea y Martín Ubilla.