Momento: un día caluroso de verano a primeras horas de la tarde de 2019. Tarea: atravesar el predio en el que están Cinemateca y la Corporación Andina de Fomento, desde la calle Ciudadela hasta Bartolomé Mitre. Cuaderno de anotaciones: pedir prisión para los arquitectos que diseñaron semejante monstruo de cemento, sin ningún tipo de vegetación que dé sombra, lo que hizo que las superficies duras radiaran un calor más sofocante que el que se siente al poner la cara al lado de la parte exterior de un aire acondicionado trabajando a 18 grados en un día de más de 30. Nota anexa: en caso de lluvias intensas, semejante estructura de superficies impermeables prestará poca ayuda para evitar que el alcantarillado se sature. Nota mental: ¿a esta altura del siglo XXI vamos a seguir construyendo edificios, casas y ciudades como lo veníamos haciendo antes?
Mis anotaciones no son muy originales. Gracias a experiencias similares, muchas y muchos de ustedes ya habrán reflexionado sobre lo conveniente que es tener sombra abundante en las calles durante los veranos sofocantes. Si es así, ahora la reciente publicación de un artículo científico viene a respaldar, con evidencia sólida, aquello que antes intuíamos a partir de experiencias personales.
Titulado Efecto de la sombra de los árboles en las calles sobre el confort térmico percibido en un clima templado del sur: las aceras de Montevideo, Uruguay, el trabajo firmado por Emilio Terrani y Gabriela Cruz, del Departamento de Sistemas Ambientales, y de Óscar Bentancur, del Departamento de Biometría, Estadística y Computación, los tres de la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República (Udelar), y Alicia Picción, del Departamento de Clima y Confort de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Udelar, es un maravilloso ejemplo de cómo una investigación científica hace aportes para permitirnos pensar en un futuro mejor.
Ante la posible inacción a la que nos pueden llevar fenómenos como el calentamiento global o el cambio climático, que como son globales, de escala planetaria e impulsados en gran medida por un puñado de países ricos o en vías de serlo, al igual que la sombra frondosa de un árbol en una tarde calurosa de enero, el artículo es un bálsamo de frescura: hay cosas que podemos hacer aquí, ahora, sin depender de lo que hagan otras naciones, para enfrentar algunos de los desafíos que traen estos fenómenos. ¡Y algunas soluciones son tan sencillas como apelar a los árboles!
El trabajo, con observaciones realizadas entre diciembre de 2018 y marzo de 2019, nos muestra que durante ese verano las veredas de calles con una sombra abundante, gracias a los plátanos que formaban alineaciones, registraron en promedio temperaturas de entre 9 y 8 grados centígrados (°C) menos que las que carecían de arbolado. ¡Incluso en tres días del período analizado se registraron 14 °C menos! Semejante afectación del microclima, es decir, del ambiente inmediato en el que estamos, puede ser la diferencia entre pasarla mal o no. Y eso también lo reporta el trabajo: mediante encuestas a peatones y transeúntes en las aceras con arbolado y sin él, sabemos con datos concretos que montevideanas y montevideanos se sintieron más confortables en las primeras que en las segundas.
Así que para hablar de cómo los árboles nos podrían ayudar a prevenir efectos indeseados de las olas de calor y el calentamiento global, del confort térmico, de una investigación interdisciplinaria –y también de cómo tal vez deberíamos hacer un poco las paces con los plátanos y sus pelusas– salimos hacia la Facultad de Agronomía para conversar con Gabriela Cruz y Emilio Terrani.
Sinergia colaborativa
La Facultad de Agronomía se esparce por dos grandes predios divididos por la avenida Garzón. En el sector occidental varias “casitas” albergan distintas reparticiones. En una de ellas funciona el Departamento de Sistemas Ambientales. El diálogo con Gabriela y Emilio comienza cuando les pregunto cómo surgió la idea de estudiar arbolado y confort térmico y su relación con el cambio climático.
“Soy ingeniero agrónomo forestal”, arranca diciendo Emilio. “Para mi tesis de grado decidí estudiar el arbolado urbano, que era un tema que me gustaba mucho y que no estaba muy desarrollado acá, pese a que es un tema que le compete a la agronomía, y específicamente a la parte forestal de la agronomía, porque somos los que estudiamos árboles”, agrega.
En su tesis de grado, que presentó en 2014, estudió entonces el arbolado urbano de Montevideo, relevando las especies, cantidades, cuáles habían sido plantadas por la comuna y cuáles por los vecinos, tamaños, salud y demás. “La idea era continuar con la tesis de posgrado midiendo alguno de los tantos beneficios que traen los árboles a las ciudades”, cuenta, señalando que se decidió por “el servicio más básico de todos los que los árboles nos aportan”, el de proporcionar sombra. “Como esto tenía que ver con el clima y el confort térmico, fui en busca de Gaby”, dice pasándole la posta a su colega.
“Yo trabajo en agroclima, y con la descentralización universitaria empecé a trabajar también en el tema del paisaje”, prosigue Gabriela, que es docente en Agronomía y en la Licenciatura de Diseño de Paisaje en el CURE de Maldonado. “En esa licenciatura del CURE damos el curso Clima y Confort, en el que logramos una sinergia muy buena e interdisciplinaria, yo con otros colegas por la Facultad de Agronomía, y Alicia Picción, que se jubiló hace poco, y un gran equipo por parte de la de Arquitectura”, señala.
“Cuando Emilio me viene a ver al Espacio Interdisciplinario de la Udelar con el planteo de estudiar los árboles en el contexto urbano, justo estábamos en una reunión del grupo Centro de Respuesta al Cambio Climático, que agrupa a una cantidad de gente de distintas facultades”, recuerda Gabriela.
“Como yo estaba también trabajando en la parte de paisaje, fue genial porque incorporamos a la gente de Arquitectura. Así que sumamos lo que yo sabía de clima, lo que Emilio sabía de forestal y lo que Alicia, que es otra de las autoras del artículo, sabía sobre confort térmico, ya que ellos tienen un Departamento de Clima y Confort en la Facultad de Arquitectura. Eso hizo que se diera una linda sinergia colaborativa”, resume.
Entonces corría 2018, lo que muestra que el equipo se movió rápido, ya que las primeras mediciones de temperatura en tramos arbolados y sin árboles en calles de Montevideo que se reportan en el trabajo comenzaron en diciembre de ese mismo año. “Pasa que nos juntamos dos ejecutores”, comenta riendo Gabriela.
“En 2017 comencé con esta idea para la tesis. En 2018 nos presentamos al llamado de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC) de la Udelar para proyectos de Iniciación a la Investigación, yo como responsable y Gabriela como tutora”, afirma Emilio. El proyecto se aprobó y lograron acceder a financiación para comprar los instrumentos de medida. “Ya en ese verano realizamos las mediciones”, dice satisfecho.
“Y todo esto estuvo además en el marco de un proyecto de grupos de CSIC, junto con Arquitectura, que se llama No te olvides del pago, clima en ambientes rurales y urbanos, que fue la sinergia que pudimos hacer del agro y las ciudades con el clima como eje central”, puntualiza Gabriela.
Les pregunto entonces si esto los convierte en investigadores “raros” dentro de la Facultad de Agronomía. “Yo sí”, dice Emilio sin dudarlo un instante. “Yo no me quiero calificar de rara, pero no es lo típico este trabajo interdisciplinario sumando gente de distintas áreas para estudiar temas que se salen de los más específicos de cada área”, afirma Gabriela.
“En general, los que hacen la orientación Forestal en Agronomía quieren dedicarse a la parte productiva, a las plantaciones forestales y a producir madera para pulpa. Yo siempre apunté a un lado casi opuesto, a mí me interesan los árboles vivos, no los cortados o muertos”, explica Emilio. Algo de esto se puede ver en los agradecimientos de su tesis de grado de 2014, en la que estudió el arbolado montevideano: “A mis padres Sergio y Daniela por enseñarme a respetar la naturaleza y que lo importante es hacer lo que a uno le gusta”, y “a mi nonno Hugo por enseñarme a valorar y cuidar de los árboles”.
“Me atrae ver cuáles son sus beneficios y cómo podemos hacer uso de todas las contribuciones ambientales que implican los árboles, específicamente en la ciudad”, dice entonces Emilio. Así que vayamos a este trabajo sobre “el servicio más básico” que nos proporcionan.
Mirando cómo los árboles nos protegen del calor citadino
La idea de Emilio era, en este contexto de ciudades, que por las superficies altamente radiantes de calles, paredes de casas y edificios, veredas y demás registran mayores temperaturas que las zonas rurales próximas, ver y cuantificar qué auxilio prestaban las alineaciones de árboles plantados en las veredas.
“Las ciudades potencian las dificultades relacionadas con el calentamiento global. El ambiente urbano genera un entorno mucho más hostil para la vida cotidiana, dadas las superficies asfaltadas, la baja cobertura vegetal y demás”, comenta Emilio.
En el trabajo lo dicen claramente: “La percepción del calor de las personas depende más de la insolación y de la temperatura de los objetos circundantes (temperatura radiante media) que de la temperatura del aire misma”.
“Cuando una transita las calles con árboles en verano sentís el placer, pero desde el punto de vista de una escala más grande, una se puede preguntar cómo una hilera de árboles puede generar un cambio. Es claro que en la temperatura del aire no genera un cambio, porque si se mide la temperatura del aire al abrigo meteorológico, es la misma. Pero esa alineación de árboles sí genera un microcambio en donde una está. Y esa es la potencia de este trabajo, mostrar los números de ese cambio en donde está la gente, en ese microambiente que generan las calles arboladas”, precisa Gabriela.
Emilio además tiene una agenda propia: “Parto de la base de que frecuentemente se cuestiona la necesidad de los árboles en la ciudad, producto de algunos de los conflictos que traen, como los que causan las raíces y otros, pero poco se habla de la esencialidad que tienen”.
Así que sintiendo que los pros superan a las contras, Emilio cuenta que decidieron estudiar cómo los árboles afectan ese microambiente y cómo responden las personas a esos cambios. “Para ello abordamos el fenómeno desde dos entradas; una fue la medición del ambiente físico y otra se obtuvo haciendo encuestas de confort térmico de las personas”.
Lo que vieron defiende la presencia de los árboles en nuestras calles. El nonno de Emilio estaría orgulloso de su nieto. Pero antes de los resultados, veamos un poco qué midieron, dónde y cómo.
Investigar para sacar datos de la sombra
Como dijimos antes, las mediciones, tanto de datos físicos (temperatura del aire, radiante de la vereda, fachadas, acera, viento, hora) como de percepciones de las personas a través de cuestionarios y observaciones sobre su vestimenta, género y actividad que estaban realizando, se llevaron a cabo entre diciembre de 2018 y marzo de 2019, abarcando así los cuatro meses de aquel verano.
Para eso escogieron tres calles céntricas de Montevideo, Mercedes, Durazno y Rodó, en las que se colocaron esferas opacas, llamadas globos de Vernon, que medían la temperatura tanto en un tramo con árboles en la vereda en cada una de las calles como en uno con las veredas peladas. Por ejemplo, en la calle Mercedes se colocó un globo de Vernon a la altura del Cuartel de Bomberos –un páramo de cemento– y otro a la de Tristán Narvaja, donde los plátanos forman una cúpula verde sobre la calle.
“Ahí con las esferas medimos la temperatura cada una hora durante todo el verano. A su vez, en esos tramos realizamos encuestas puntuales en días de sol a las personas que transitaban entre las 11.00 y las 16.00, a la vez que registramos viento, temperatura de las aceras, fachadas y pavimento”, comenta Emilio. El total de personas entrevistadas fue 120, 30 en cada mes, con edades entre los 13 y los 73 años, de las cuales 57 fueron del sexo masculino y 63 del femenino.
“Lo de las encuestas es un plus tremendo y es un aporte importante de la gente de Arquitectura, que trabaja con humanos. Nosotros en Agronomía, en lo que es lo teórico de la formación, trabajamos con animales y vegetales. Y los animales y los vegetales no te dicen cómo están, o si lo dicen no los entendemos”, acota Gabriela. “En nuestra área, es el ambiente físico el que nos marca la pauta de lo que les pasa, y después medimos si los animales o plantas crecieron o no, si produjeron más o menos leche en respuesta a ese ambiente, a esa temperatura o lo que sea”, explica. “Pero acá lo que estuvo bueno es que si bien estábamos midiendo las características físicas del ambiente, a la vez estábamos chequeando cómo se sentían las personas, algo valioso porque el otro te puede decir si de verdad lo que vos estás midiendo está o no repercutiendo. Eso para mí fue fantástico”, agrega fascinada Gabriela.
“Ellos tienen muy ajustado el tema de la medición del confort térmico en espacios cerrados. Pero en los espacios abiertos es mucho más complejo, porque hay muchas más variables que, además, no podés controlar”, dice Emilio.
En el trabajo señalan que este tipo de trabajo se ha realizado en parques y zonas de recreación, pero no en algo tan urbano como la calle. Está todo bien con medir el confort térmico en un parque, pero aquí da la sensación de que se midió en un entorno más real, ya que es al que se expone cualquier persona que sale de su casa en verano. “Más aún, decidimos medir esto en las alineaciones de árboles en las veredas porque son los que generan más conflictos, los que siempre se ponen en duda. En un parque los árboles en general no molestan, pero en la vereda sí”, amplía Emilio. Así que, ahora sí, vayamos a los resultados.
Más árboles para veranos menos sofocantes
“Los resultados que obtuvimos nos muestran que con el arbolado hay una reducción de la temperatura microambiental, que tiene relación con la temperatura radiante de los objetos de nuestro entorno”, comenta Emilio.
En el trabajo reportan que “para diciembre, febrero y marzo, los globos ubicados en secciones sin sombra registraron una diferencia de hasta 9 °C en relación a los ubicados en la sombra”, mientras que en enero esa diferencia fue de 8 °C (recordemos aquí que en la temperatura inciden los días nublados, de lluvia, viento y demás).
“Con relación al ambiente físico, se encontraron diferencias de hasta 14 °C”, amplía Emilio. Por ejemplo, en febrero de 2019 la máxima registrada por sus aparatos fue de 34 °C. Una baja de 9 o 14 grados implicaría una temperatura de 24 o 20 °C. ¿Mucho mejor, no? Pero el efecto no se limitó sólo a las máximas.
“Las temperaturas del globo registradas en las secciones sombreadas fueron más estables y mostraron una menor variabilidad que en los sitios sin sombra”, agrega la publicación, aportando datos para respaldar que en las calles con árboles el verano se pasa mejor. Y eso es lo que sintieron montevideanas y montevideanos (o quienes andaban por Montevideo cuando se realizó el estudio y respondieron las preguntas).
Más árboles, menos malestar térmico
“Las temperaturas en la temporada estival en nuestra ciudad fueron, y son, mayores que las temperaturas que la bibliografía menciona como base a partir de la cual la gente se siente incómoda”, dice Emilio. “Si bien depende del país y de las características culturales, a partir de los 24 °C de temperatura del aire la gente ya busca lugares a la sombra”, agrega.
Pues bien, en el trabajo, los días 21 de diciembre de 2018 y 21 de enero, 18 de febrero y 28 de marzo de 2019, las personas que andaban por los tramos de las veredas de Mercedes, Rodó y Durazno, tanto con o sin árboles, fueron entrevistadas a razón de cinco por hora. Allí completaron un formulario en el que se indagó “la sensación térmica actual del individuo” según una escala de siete niveles que iba de “mucho frío” a “mucho calor”, pasando por “neutro”. El confort térmico se midió con la pregunta “cómo se siente ahora”, para lo que se podía elegir entre las categorías “confortable”, “aceptable” y “disconfortable”.
“Con relación al confort térmico, que es aquel estado de la mente que expresa satisfacción con el ambiente térmico de forma subjetiva, en la escala de disconfort, aceptable o confortable, encontramos que en los sitios con sombra nadie manifestó estar en disconfort y sí encontramos muchas personas en disconfort al sol. Esa fue una de las grandes diferencias”, comenta Emilio sobre los resultados.
Según el trabajo, mientras que poco más de 20% de las personas encuestadas en veredas sin árboles declararon sentir incomodidad térmica, en el caso de las veredas arboladas esa cifra fue nula. “Encontrar que había muchas más personas que declararon estar confortables a la sombra que al sol era algo esperable. Pero que la sombra de los árboles elimine por completo la sensación de disconfort por calor fue uno de los grandes resultados. En cierta forma, el trabajo muestra que está claro que en verano la gente en la calle la pasa mal si no hay árboles”, enfatiza Emilio.
“En relación con el confort, respaldando lo que decía la bibliografía, vimos que las principales variables que afectaban las respuestas de confort eran variables físicas, es decir, la temperatura radiante de las fachadas, la temperatura de la vereda, la hora del día o el viento”, agrega. En efecto, aquí no influyeron variables personales como la ropa que llevaban puestas las personas, si short, pantalones o faldas, remeras, camisas, chaquetas o calzado abierto o cerrado, ni la edad.
“Por más que esto de las variables físicas no sea una novedad, desde el punto de vista de la gestión de una ciudad y el manejo del arbolado es muy importante que se haya confirmado en nuestra situación”, remarca Gabriela. “Ya que esto no depende de variables personales, la investigación aporta un elemento de gestión, en este caso a través del arbolado, para atacar el problema. Lo que vimos es que la sombra verde de un árbol es lo que genera más cambios en la temperatura microambiental”, destaca.
“Pero además, siempre insisto, las plantas implican un beneficio doble, tanto de adaptación al cambio climático, por producir sombra, por ejemplo, como de mitigación, porque captan gases de efecto invernadero. No existen muchas estrategias actualmente para combinar ambos efectos, así que los árboles, y las plantas en general, en ese sentido cierran por todos lados”, resume Emilio, que uno imagina que como ingeniero forestal que defiende los árboles vivos, puede darse por satisfecho.
Las preferencias térmicas y un dato de género peculiar
La preferencia térmica fue medida por la pregunta “¿qué preferiría sentir?”, a la que los encuestados podían contestar “mucho más fresco”, “más fresco”, “apenas más fresco”, “sin cambios”, “apenas más calor”, “más calor” o “mucho más calor”. Y allí hubo diferencias respecto de los reportes de confort térmico, ya que 75% de las personas encuestadas reportó la opción “sin cambios”.
En el trabajo explican algo que se maneja en la literatura y que es bastante obvio: en verano estamos más predispuestos a pasar calor. De cierta manera, nos hacemos a la idea de que es parte de la temporada. Sin embargo, hubo otro resultado que llamó la atención.
“Desde la ciencia hay una preocupación por explorar el género dentro de los estudios de confort térmico, así como la cultura y el contexto, ya que el confort no es simplemente observar la pared y la temperatura”, dice Gabriela. “En la bibliografía, desde hace años, la idea que se mantiene es que son los hombres los que más sienten calor”, agrega. “Sin embargo, nos dio al revés”, dice enfáticamente.
“Identificamos el género como una variable significativa que afecta las preferencias térmicas de las personas”, reportan en el trabajo.
“En nuestro estudio 46% de las mujeres y 36% de los hombres preferirían estar en un lugar más fresco”, comenta Emilio. “Es una diferencia estadísticamente significativa”, complementa Gabriela.
En efecto, 13 personas que se identificaron con el género femenino declararon preferir una temperatura levemente más fría que la que experimentaban bajo la sombra de los plátanos, mientras que eso lo declararon apenas seis de los que se identificaron con el género masculino. ¡Tomen los que hacen chistes con que las mujeres siempre quieren subir la temperatura del aire acondicionado en las oficinas!
“También la literatura dice que en general, ante un mismo ambiente, las mujeres tienden a estar en disconfort en mayor proporción que los hombres”, dice Emilio complicándome el panorama y dándoles pasto a quienes quieran hacer chistes sobre que unas se quejan más que otros.
“Incluso en la bibliografía se sostiene que las mujeres sienten más frío. Si bien mi campo de estudio no es el confort humano, me gustaría investigar si ese planteo surge de condiciones de frío o de calor”, suma Gabriela. Como muchas generalizaciones sobre el género que no se sabe de dónde vienen, tal vez este trabajo ayude a futuros estudios de confort térmico humano y género.
Evidencia para ayudar a gestionar
Los árboles en las aceras ayudan a que el calor del verano sea más llevadero para los peatones y así lo reportan. Pero la cosa no queda allí. O no debería.
“Siempre me gustó la faceta de Emilio de hacer estas investigaciones para que sirvan para ayudar a quienes tienen que tomar decisiones sobre los árboles en las ciudades, en particular en Montevideo. Lo que muestra esto es que sacarlos de las veredas nos haría perder el gran beneficio que aportan y que son una gran herramienta de gestión urbana”, apunta Gabriela.
Que sólo con plantar árboles a lo largo de las veredas, que son seres vivos que consumen CO2 y que liberan oxígeno, que filtran cierta contaminación, se baja hasta 14 °C la temperatura en la calle es un dato que para un gestor debería ser suficiente para no sólo gestionar el arbolado existente, sino para planificar cómo extender ese beneficio a zonas en las que hoy no se produce por la sencilla razón de que hay veredas y calles enteras sin árboles apropiados que den sombra.
Pero además el trabajo tiene un extra: los árboles en las veredas no sólo bajan la temperatura microambiental, algo importante en un mundo que enfrenta el calentamiento global, sino que además eso repercute en la satisfacción de las personas. En lenguaje electoral: aumenta la satisfacción de los votantes. Y no sólo de ellos. Pensemos en los turistas que llegan en cruceros a Montevideo. Calles céntricas y de la Ciudad Vieja arboladas les harán pasar una mejor estadía aun en días muy calurosos. Un turista complacido tiene más chances de volver que uno insolado.
“Eso además en Montevideo, que es una ciudad costera que tiene muy buen flujo de aire y que es ventilada. Imaginate Salto u otras ciudades del país donde el viento no está tan presente y que registran temperaturas muy elevadas durante el verano”, suma Gabriela.
“Y en esto de la gestión es importante no sólo plantar árboles, sino también el manejo del arbolado existente”, dice Emilio. “Ahora ya están en desuso en Montevideo, pero antes se aplicaban podas en las que se eliminaba completamente la copa del árbol. Esas prácticas se siguen realizando en algunas ciudades del interior por la creencia, errónea, de que los árboles tienen que ser chicos porque los más grandes son peligrosos”, explica. “Si los árboles están sanos, no implican peligro”, secunda Gabriela.
“Por esto desde la gestión se debe prestar atención al manejo del arbolado para maximizar todos sus beneficios. La especie correcta elegida para el sitio correcto, en teoría, no necesitaría poda. La poda es un concepto que viene de la fruticultura y que no necesariamente hay que aplicar para los árboles en general”, sostiene Emilio. “Sí debe realizarse para evitar interferencias con la iluminación, la cartelería, el tendido eléctrico, pero son casos puntuales”, agrega.
Le pongo el ejemplo de la calle Rivera, que en algunas partes de su recorrido tiene plátanos en las veredas. Algunas ramas de estos árboles invaden la calle a determinada altura que no afecta a las personas o autos, pero sí a los ómnibus. Como consecuencia los buses van por el medio de la calzada para no romper su carrocería contra los plátanos, angostando la calle y complicando el tráfico. “Eso es producto de un mal manejo previo. A esos árboles no se les dio una correcta poda de formación cuando eran jóvenes”, dice Emilio, mostrando que no alcanza con plantar los árboles, sino que hay que acompañarlos y manejarlos correctamente.
Defensor de los plátanos
A medida que uno habla con Emilio, o leyendo sus artículos y tesis, queda claro que oficia de abogado defensor de los plátanos. “Traté de que no se notara, pero se nota”, dice riendo Gabriela.
Es claro que hay montevideanas y montevideanos que se quejan por la pelusa irritante de los plátanos o por las abundantes hojas que tienen que barrer. Pero aquí Emilio muestra que no son tan mala solución a la hora de generar este confort térmico durante el verano. Si te gusta el confort, bancate la pelusa.
“Este trabajo se realizó en tres calles que estaban arboladas con plátanos porque lo importante era medir qué pasaba en calles céntricas de la ciudad, porque allí es donde se dan los registros de mayores temperaturas. Y en las calles céntricas de Montevideo la población de plátanos corresponde a un 48% del arbolado urbano, así que en el Centro íbamos a encontrar principalmente plátanos”, explica tratando de sonar ecuánime.
“Por otro lado, para el diseño experimental también era una ventaja que las mediciones se realizaran en calles que tuvieran la misma especie, de forma de eliminar variables”, agrega para convencernos. Gabriela sale en su auxilio: “Nosotros no montamos el experimento, los árboles ya estaban ahí”. “Así fue, no elegimos plátanos a propósito para defenderlos. Sin embargo, sí tuvo ese efecto rebote”, reconoce Emilio.
“Si bien son conocidos los inconvenientes y las interferencias que genera el plátano producto de su fructificación en primavera, es muy poco el tiempo en que generan esos problemas en comparación con el montón de beneficios que prestan”, argumenta. “No sólo tiene este efecto que vemos en el trabajo, sino que como especie para el arbolado urbano es útil porque es un árbol sanitariamente muy bueno, es tolerante a las condiciones hostiles del medio urbano, crece rápido, y es resistente a la poda en caso de que haya que hacer podas correctivas, ya que es un árbol que tiende a tener una correcta cicatrización”, dice el Balbi de los plátanos.
Ya que es tan bueno, le pregunto por qué no aplicamos un poco de selección clásica, o hasta ingeniería genética, para obtener plátanos que no fructifiquen y que, entonces, tengan menos detractores. “El plátano que más abunda en las calles de Montevideo es un plátano que es híbrido entre una especie norteamericana, Platanus occidentalis y una especie asiática, Platanus orientalis. Los que se están plantando actualmente son Platanus occidentalis, ya que producen menos cantidad de infrutescencias y, por lo tanto, producen menos pelusa”, explica.
“Una vez más, el trabajo y el encare de Emilio aportan elementos para la gestión. Yo insisto con que eso para mí es lo más potente. Porque cuando hay que decidir, se necesita evidencia”, enfatiza Gabriela.
Entonces, va la información resumida para los gestores: las alineaciones de árboles en las calles reducen la temperatura del microambiente durante el verano trayendo más confort a la población. Tenerlos sanos, en la mayor cantidad de calles posible, sean plátanos con poca pelusa o algunas de las otras especies que Emilio analizó como adecuadas para el espacio público en su tesis, es una gran ganancia para las ciudades. Los árboles que no plantemos hoy serán la insolación y el sofocón urbano de mañana. La evidencia está. Ahora pensemos cómo llevarla de la mejor manera a nuestras ciudades.
Artículo: Effect of street trees shade on perceived thermal comfort in a south temperate climate: The sidewalks of Montevideo (Uruguay)
Publicación: Heliyon (junio de 2024)
Autores: Emilio Terrani, Alicia Picción, Óscar Bentancur y Gabriela Cruz.
¿Incomodidad con disconfort?
Si bien la Real Academia Española sostiene que “no debe usarse la forma disconfort como sinónimo de incomodidad, molestia o malestar, como se hace a veces por influjo del inglés discomfort”, dado que tanto los autores del trabajo como algunas publicaciones en español al respecto del confort térmico utilizan la expresión, mantuvimos disconfort en algunas partes de la nota, mientras que en otras lo reemplazamos por incomodidad o malestar. Si el más adecuado al español “incomodidad térmica” prevalecerá sobre el anglicismo es algo que la comunidad que investiga el tema deberá resolver. Aquí sólo anotamos un porotito para esa canasta.