A finales de 2014, la laguna Garzón ingresó al Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP) en calidad de Área de Manejo de Hábitats y Especies. Este cambio de estatus no impidió que se construyera el puente que la cruza, inaugurado tan sólo un año después, pero fue una buena noticia para la fauna que habita en el lugar.
Con el ingreso al SNAP, la laguna quedó amparada por las disposiciones generales que rigen para todas las áreas protegidas, entre las que se encuentran la prohibición de perturbar a la fauna nativa y alterar el régimen hídrico. En el caso específico de la laguna Garzón, un ejemplo conflictivo del primer punto es la práctica de deportes náuticos y un ejemplo del segundo la apertura artificial de la barra que la separa del mar. Para reglamentar esa protección, sin embargo, se necesita específicamente un Plan de Manejo, todavía en discusión y a la espera de ser aprobado.
Los monitoreos de fauna realizados en la laguna Garzón muestran cuán importante es la protección de esta área, sobre todo para las aves que se alimentan, descansan o anidan allí. Hay al menos 50 especies prioritarias para el país, entre ellas varias amenazadas a nivel global o regional, y 25 migratorias. Por ejemplo, la presencia del chorlito canela (Tryngites subruficollis) y el flamenco austral (Phoenicopterus chilensis), entre otras, motivó que la organización Birdlife la definiera como “Área de importancia para las aves y la biodiversidad” (IBAs, por sus siglas en inglés) en 2008.
No son las únicas. Entre otras aves migratorias se encuentran el chorlo pampa (Pluvialis dominica), el chorlito de rabadilla blanca (Calidris fuscicollis) y ocasionalmente la gaviota cangrejera (Larus atlanticus). El brazo de la laguna, particularmente, es una zona de descanso y alimentación de chorlos playeros, flamencos, gaviotas, gaviotines, rayadores, garzas mora, vuelvepiedras y muchas otras especies, varias de ellas emblemáticas de la zona.
Pero el brazo no es sólo codiciado por las aves. Desde hace años muchas personas han aprovechado esa y otras zonas de la laguna para hacer kitesurf, entre otros deportes náuticos. Y el inconveniente es que el kitesurf y las aves no se llevan muy bien, como quedó claro desde que la laguna Garzón ingresó al SNAP y comenzó a observarse con atención el impacto que produce.
En los primeros años no era raro que hubiera muchísimas personas haciendo kitesurf al mismo tiempo en la laguna, muy cerca de las áreas de anidación y alimentación de las aves. “Eso empezó a darse con el boom de las escuelas de kitesurf y la identificación de la laguna Garzón como un buen sitio para la enseñanza”, cuenta Lucía Bartesaghi, directora de la División Sistema Nacional de Áreas Protegidas del Ministerio de Ambiente.
Por eso mismo, el SNAP inició la regularización de las autorizaciones ambientales de las escuelas y comenzó a analizar los impactos de la actividad. A partir de 2020 el Ministerio de Ambiente aprobó una regulación para monitorear y mitigar el impacto que la actividad produce en la comunidad de aves de Laguna Garzón. Tenían una ventaja: la situación no era nueva en el mundo.
Wind of change
El kitesurf es un deporte náutico relativamente nuevo, que emergió a nivel global a fines de la década de 1990. Si bien varias asociaciones de todas partes del mundo han hecho hincapié en que su práctica no es un factor importante de perturbación para las aves en comparación con otras actividades recreativas, y que no se lo puede analizar en forma independiente, las evidencias reunidas desde comienzos de siglo dejan en claro por qué se necesita regularla.
Por ejemplo, una revisión publicada en 2016 en una revista alemana analizó 17 estudios específicos sobre perturbación del kitesurf en aves acuáticas, realizados en cinco países de Europa. En sus conclusiones, aseguró que los resultados “indican claramente la necesidad de proteger hábitats valiosos para las aves acuáticas” y que “la actividad de kitesurf no regulada a la larga afectará severa y negativamente los hábitats y las especies y comunidades que las habitan”. Sugirió incluso la prohibición del kitesurf en áreas protegidas de Europa.
En Uruguay no se tomó una medida tan radical. Como parte de la elaboración del Plan de Manejo del área, las autoridades tuvieron reuniones con escuelas y practicantes del deporte para “buscar una conciliación entre las necesidades de la actividad y los valores de conservación, como la protección de la comunidad de aves”, aclara Bartesaghi. Además, el SNAP elaboró un informe que evaluó el potencial impacto del kitesurf sobre las aves y la vegetación característica del área, como el matorral y el herbazal psamófilo.
Con base en estas evidencias, en 2020 se determinaron las zonas autorizadas y las inhabilitadas para la práctica del kitesurf dentro de la laguna, áreas de estacionamiento y otras condiciones. De acuerdo a una resolución ministerial firmada en diciembre de 2020, quedó prohibida su práctica por fuera del polígono que marcan las dos zonas habilitadas ubicadas en el espejo de agua de la laguna. La normativa señalaba que en cada una de ellas podían practicar simultáneamente este deporte hasta 30 personas, “totalizando por tanto hasta 60 personas”.
Se implementó un sistema de registro para monitorear el uso (con modalidades que fueron variando en las tres últimas temporadas) y se hizo difusión de las medidas y zonas habilitadas a través de cartelería, medios de prensa, vías institucionales y comunicación directa con escuelas de practicantes. Además, los guardaparques del área trabajaron en la sensibilización y fiscalización durante las temporadas de verano.
Paralelo a esto, desde 2020 comenzaron a realizarse monitoreos sistemáticos para evaluar el impacto del kitesurf en la comunidad de aves que viven en la laguna Garzón, tanto en las zonas habilitadas como en las no autorizadas.
¿Cuánto está afectando la práctica de este deporte a las aves que viven en la laguna y cuánto se respetan las medidas impuestas por las autoridades? De eso trata el informe Evaluación de la Regulación de Deportes Náuticos en el Área Protegida Laguna Garzón, temporada 2022-2023, firmado por Andrés Fernández, Ramiro Pereira, Bettina Amorín, Verónica Pombo, Victoria Luzardo, Sergio Olalde, Cinthia Ramos y Sebastián Horta, todos ellos técnicos o guardaparques del SNAP.
Su sesión ha expirado
Durante la temporada estival 2022-2023 las autoridades del área intentaron facilitar el registro de los practicantes para controlar con más eficiencia el número de personas presentes en la laguna al mismo tiempo. Crearon [una página web] (https://www.ambiente.gub.uy/kitesurf) accesible desde un smartphone y con código QR.
Esta modalidad buscaba hacer más sencillo el proceso. En el primer año los practicantes tenían que anotarse presencialmente, instancia en la que se les daba un chaleco. Al año siguiente se inauguró un número de Whatsapp al que debían mandar un mensaje para identificarse y avisar al momento de ingreso y también de la salida. En esta última temporada se simplificó más: sólo tenían que escanear un código QR presente en la cartelería.
Este nuevo método de registro se difundió extensivamente en redes sociales y páginas oficiales. Además, se renovó la cartelería en los sitios autorizados para la práctica y los inhabilitados, indicando con claridad el número de practicantes permitido, los sitios de estacionamiento válidos y el código QR con la web de la página para el registro. Las escuelas de kitesurf autorizadas contaban con un usuario específico para registrar sus clases.
Paralelo a esto, los guardaparques salieron al terreno para comunicar estos cambios y la importancia de realizar los registros, algo que, según el informe, tuvo en principio buena recepción. Para fiscalizar el cumplimiento del registro y evaluar su efectividad, hicieron conteos los días en que había actividad náutica.
En la temporada 2022-2023 también se reforzó el monitoreo de aves y se mejoró el diseño de los relevamientos, con la participación de los especialistas en aves Adrián Azpiroz, Joaquín Aldabe, Matilde Alfaro, Agustina Medina y Federico Turini.
Pese a todo este trabajo y la simplificación del proceso, el registro no fue adoptado adecuadamente por los practicantes. “Los resultados de la comparación de los registros web y los conteos realizados por el equipo de forma presencial muestran que hubo un marcado subregistro en todos los días con presencia de kitesurfistas”, indica el informe. Las cifras hablan por sí solas. El número constatado durante la temporada fue de 971 practicantes, mientras que en la aplicación web fue de sólo 17 registros. “Esto ya había sido observado en temporadas anteriores con otras formas de registro”, apunta la evaluación. El problema, tal parece, no está en el proceso.
“No sabría decir en concreto cuáles son los argumentos que esgrimen para no registrarse. Puede ser el desconocimiento, pero se ha puesto mucha cartelería y se ha comunicado a las mismas escuelas. Quizá como sociedad no estamos acostumbrados a estos mecanismos de control o a que nos pongan condiciones al desarrollo de actividades recreativas”, apunta Bartesaghi.
¿Vamos la vela?
Con respecto al resto de las disposiciones, el informe señala que “existe una mínima cantidad de practicantes que no cumplen la normativa y unos pocos infractores contumaces”.
“Durante la fiscalización y las actividades realizadas en la temporada se pudo constatar incumplimientos y problemáticas que deben ser tenidos en cuenta para adaptar los mecanismos y normativas de fiscalización y control para la próxima temporada”, asegura el informe.
Entre los varios incumplimientos a la normativa, uno frecuente fue la superación del número de practicantes habilitados. Si bien en general el total no sobrepasó la cifra permitida (60), sí se superaron los números por zona. “Se agruparon más de 30 practicantes en zona 1 en cuatro oportunidades, asociado a las zonas más favorables de vientos”, señala la evaluación.
Una de las infracciones que los autores del reporte consideran más graves fue la práctica por fuera de zona habilitada. El informe menciona varios casos. Hubo cinco instancias en las que se debió notificar a un total de 19 practicantes para que se trasladaran a la zona permitida. En otra ocasión, 30 practicantes realizaron “derivadas” por el brazo y salieron al mar en el sitio de apertura de la barra y de ahí continuaron por fuera del área protegida hacia José Ignacio.
También se constató en varias oportunidades una escuela no autorizada realizando actividades fuera de la zona habilitada, “en uno de los sitios más sensibles e importantes para las aves acuáticas y playeras”. Otras escuelas de kitesurf que visitaron el área lo hicieron cumpliendo en su mayoría los cupos y zonas habilitadas, pero sin contar con la autorización ministerial.
Aunque la estrategia de trabajo ha sido difundir la normativa y alentar a los participantes a colaborar en cumplirla, “se observan dificultades para lograr un cumplimiento más estricto por parte de los practicantes”, aseguran los autores del informe.
Uno de los problemas “constatados repetidas veces” es que los practicantes individuales no suelen portar identificación mientras realizan la actividad, por lo que la obtención de datos “depende de la honestidad de las respuestas, y se ha comprobado que algunos practicantes brindan información falsa”.
En otras palabras, no se está sancionando a los infractores que van en modalidad libre, aunque cometan faltas. “Hay cierta dificultad para fiscalizar esto, porque al estar en el agua argumentan que no cuentan con la documentación, y es difícil labrar un acta y hacer un procedimiento administrativo. Distinta es la situación de las escuelas”, reconoce Bartesaghi.
Si una escuela no cuenta con la autorización ambiental o si sus practicantes están haciendo kitesurf en las zonas no habilitadas, “es más fácil identificar al responsable, labrar el acta y colocar las multas”, como ha pasado en algunas ocasiones.
El reporte revela entonces las dificultades que existen a la hora de hacer cumplir la normativa, pero ¿qué evidencias tenemos del perjuicio real que ocasiona esta actividad a las aves acuáticas y playeras de la laguna Garzón? En eso, la evaluación también es muy concluyente.
Ciento volando
Para comprobar los efectos del kitesurf en la comunidad de aves se realizaron relevamientos en 15 días de la temporada 2023 (entre el 7 de enero y el 12 de marzo), con réplicas durante la mañana y la tarde, en cinco estaciones de muestreo ubicadas tanto dentro como fuera de las zonas habilitadas.
Los relevamientos se realizaron en un lapso de diez minutos por punto, con la participación de dos observadores en horarios variables, desde las 8.00 hasta las 19.00 aproximadamente.
Incluyeron varios parámetros: la distancia de las aves respecto al observador, la actividad que realizan la mayoría de los individuos de la especie observada (alimentación, reposo o vuelo), los disturbios presentes en el área de observación, especificando si es principal, secundario o terciario y cuál es su origen (kitesurf, windsurf, wingfoil, catamarán, pescadores, embarcaciones, perros, turistas y los propios observadores), cantidad de elementos por disturbio y rango de tolerancia de las aves respecto al disturbio principal, y también su reacción, clasificada en tres tipos: si permanecían, se desplazaban o si huían.
Entre los distintos tipos de disturbio hubo “una marcada predominancia del kitesurf sobre las demás actividades registradas”, asegura el informe. En general la presencia de practicantes se constató en sitios de muestreo de aves ubicados dentro de las zonas habilitadas, aunque hubo un evento con presencia de siete practicantes en el sitio de muestreo 2 y un evento con un practicante en el sitio 3 (ambos en zonas no autorizadas).
En el sitio de monitoreo 4, ubicado en una zona habilitada, se llegó a registrar un máximo de 54 practicantes, casi el doble que los 30 permitidos.
Con respecto a la diversidad de aves constatada por estos relevamientos, se registraron 47 especies, de las cuales cinco son prioritarias para la conservación. Cuatro de ellas son migradoras, como los mencionados chorlo dorado y playero rabadilla blanca, el playero rojizo (Calidris canutus) y el chorlito palmado (Charadrius semipalmatus), y la quinta es residente: el ganso Coscoroba (Coscoroba coscoroba).
Algo interesante es que se detectó la presencia de algunos flamencos en la zona de la desembocadura de la laguna, zona no autorizada para el kitesurf desde 2020 y en la que no se los veía desde hacía varios años. “Esto podría ser un indicio de efectos positivos de la exclusión de esa zona para la práctica de deportes náuticos”, sugiere el trabajo.
Me asusta mucho, poquito, nada
El dato más revelador sobre el impacto del kitesurf surgió en forma consistente en todos los muestreos. Los relevamientos constataron que en presencia de kitesurf el número de especies de aves se redujo aproximadamente a la mitad con relación a cuando no se practicaba este deporte. La actividad “disminuye la cantidad de especies en todos los sitios de muestreo, incluso en las zonas no habilitadas”.
Por ejemplo, el sitio de muestreo 2 (ubicado en una zona no autorizada para el kitesurf) es el que registró mayor abundancia y diversidad de aves, lo que permite inferir que actúa como refugio para las aves ante el disturbio de la práctica de kitesurf. Sin embargo, se advierte una clara afectación del sitio 3, pese a tratarse de un área no autorizada para este deporte, simplemente por estar cerca de la zona habilitada.
Al evaluar la distribución de especies por sitio de muestreo durante los días con registros extremos de actividad, “se advierte un desplazamiento de las especies más sensibles, con permanencia únicamente de especies como gaviotas y buitres”.
Con respecto a las reacciones predominantes de las aves cuando se practica kitesurf, el reporte destaca que lo más común es que se retiren, en vez de desplazarse o permanecer en el lugar.
Como bien indica el informe, tanto los datos sobre la afectación a las aves como los incumplimientos detectados en la última temporada dejan en claro la necesidad de hacer cambios a partir de la próxima temporada. Es el momento para hacerlo, porque la reglamentación ministerial que regula la práctica tiene vigencia de un año y en este momento está vencida.
Me encanta cuando un plan se realiza
Sobre los problemas con el registro de practicantes, el reporte propone para la próxima temporada continuar con el registro vía web, pero incorporar acciones de fiscalización conjunta con Prefectura, “con operativos que impliquen exhortar a los practicantes a salir del agua y verificar su registro cuando la cantidad de practicantes exceda el cupo máximo y exista un subregistro”.
También se prevé “generar comunicaciones más frecuentes a la lista histórica de teléfonos de practicantes, emplear más medios de prensa locales e involucrar más activamente a actores clave en la comunicación”.
Teniendo en cuenta que mejorar la comunicación no asegura que haya un acatamiento más alto, el informe reconoce que “se debería contar con mecanismos coercitivos más eficientes o, en caso de identificar vehículos o personas, generar sanciones más expeditivas”. En este sentido, apuntan de vuelta a involucrar a la Prefectura en el control, fundamentalmente al comienzo de la temporada.
Como la regulación vigente no prevé un límite de escuelas que puedan ser autorizadas para trabajar en la zona habilitada, el informe propone también definir un límite e incorporarlo en la futura actualización de la regulación.
Esta necesidad de actualizar y aprobar anualmente la regulación podrá evitarse cuando se haga efectivo el Plan de Manejo, para lo que sólo se necesita la firma del ministro de Ambiente, Robert Bouvier. De este modo, la normativa quedará establecida, sin preocuparse por su vencimiento.
Según Lucía Bartesaghi, el Plan de Manejo que ya tienen elaborado ha servido como guía y va en la línea de las regulaciones anuales, aunque habilita una zona más en el espejo de agua para hacer “derivadas”, que en kitesurf no tiene nada que ver con las matemáticas sino con dejarse llevar con el viento a favor.
El kitesurf es un deporte muy ligado a la naturaleza, como las propias escuelas y asociaciones se encargan de resaltar cuando difunden sus actividades. Suelen destacar que su práctica fomenta el respeto por el mar y la naturaleza, y que es una buena forma de “conectarse con el entorno”. Es lógico suponer que quienes lo practican aprecian también a las aves como parte de ese entorno y son sensibles a su cuidado y conservación.
Saber que existe evidencia contundente de que su actividad las afecta y por lo tanto modifica esos mismos paisajes naturales que disfrutan debería ser el mejor incentivo para respetar las regulaciones que buscan la convivencia de ambos mundos. De lo contrario, la práctica de este deporte no se acercará a la conexión sino a la visión utilitarista de la naturaleza que caracteriza a tantos proyectos en el este del país.
Informe: Evaluación de la Regulación de Deportes Náuticos en el Área Protegida Laguna Garzón temporada 2022-2023
Publicación: Ministerio de Ambiente (agosto de 2024)
Autores: Andrés Fernández, Ramiro Pereira, Bettina Amorín, Verónica Pombo, Victoria Luzardo, Sergio Olalde, Cinthia Ramos y Sebastián Horta.