Al contrario de lo que se suele pensar, la ciencia está empapada de subjetividad. Como toda actividad llevada a cabo por personas, no hay forma de que no la atraviesen sentimientos, ideologías, prejuicios, deseos, arbitrariedades y disputas de poder, entre otras veleidades. Eso no menoscaba su afán de llegar a afirmaciones sustentadas en evidencia que, formuladas siempre dentro de determinado contexto, pretendan estar despojadas de la mayor cantidad de interferencias posible.
Tomemos un ejemplo bien sencillo. La taxonomía es una disciplina que tiene como meta ordenar las distintas formas de vida que conocemos. Parte fundamental de tal empresa consiste en darle un nombre científico a cada especie que investigadores e investigadoras van describiendo. Para ello se siguen las reglas originalmente delineadas por el naturalista Carl Linnaeus hace más de 200 años, empleando para ello una notación binomial.
Por ejemplo, el nombre científico dado al león es Panthera leo, mientras que el del leopardo es Panthera pardus. Como puede verse, ambos animales comparten el mismo género (Panthera), lo que en este sistema de ordenamiento indica que ambos felinos están más cercanamente emparentados entre sí que, por ejemplo, con los pumas (Puma concolor) del continente americano. Tanto leones como leopardos y pumas, a su vez, están dentro de una categoría más amplia, la familia Felidae, es decir, los félidos.
Los nombres científicos dados a las distintas especies de seres vivos buscan “facilitar la comunicación sobre esos organismos”, como dice Nicholas Turland en su libro El código decodificado. Una guía de usuario para el Código Internacional de Nomenclatura para plantas, hongos y algas. La razón es obvia: “Los seres humanos de todo el mundo han estado nombrando plantas, y probablemente también hongos y algas, durante milenios”, sostiene Turland, que deja por fuera a los animales, bacterias, arqueas y otros eucariotas porque no están dentro del tema de su libro. Los nombres comunes que les damos a los organismos no ayudan en muchas ocasiones a facilitar esa comunicación ni son precisos para referirnos inequívocamente a ellos, más aún cuando personas de distintas comunidades se ponen en contacto.
Por ejemplo, en nuestros cursos de agua dulce podemos encontrar mamíferos a los que llamamos nutrias. En Estados Unidos también tienen nutrias. El asunto es que mientras que los animales a los que llamamos nutrias en Uruguay son roedores, es decir, animales del orden Roedentia, los de Estados Unidos son mustélidos del orden Carnivora. Estas confusiones se disipan ni bien identificamos a cada especie por su nombre científico: mientras que nuestra nutria es de la especie Myocastor coypus, la del norte se denomina Enhydra lutris. Tal distinción no sólo es importante para mantener las cosas claras y ordenar nuestro conocimiento del mundo natural, sino también, como dice Turland, es vital en “culturas que utilizan esos organismos para obtener comida, medicina, madera, fibra, alteraciones de la mente” y demás. Cualquiera de nosotros, ante una infección bacteriana, encontrará mayor tranquilidad si el compuesto que contiene el antibiótico que le están dando viene de la especie correcta de hongo –por ejemplo Penicillium chrysogenum en el caso de la penicilina– y no de otra.
¿Cómo se cruza esto de la subjetividad de la ciencia con la taxonomía? Pues bien, los nombres científicos que les damos a los organismos los crean aquellos investigadores e investigadoras que describen por primera vez el taxón en una publicación científica cumpliendo con determinadas condiciones. Y si bien hay algunas reglas para estos nombres, a la hora de describir una especie, cómo se llamará queda librado a la buena voluntad de sus descriptores.
En Uruguay, por ejemplo, llamó la atención recientemente que a una especie de dinosaurio del Jurásico se la bautizara Udelartitan celeste, en un doble homenaje a la Universidad de la República y a las delegaciones deportivas que representan al país. Nadie en su sano juicio encontraría allí algo polémico. Ya puestos a hablar de paleontología, otros investigadores decidieron bautizar a un caracol del Cretácico con un nombre un poquito más jugado: Biomphalaria manya, dedicado obviamente al club Peñarol (lo que podría hacer enojar a la parcialidad de Nacional o motivar chistes como que el caracol se movía tan rápido como los jugadores de su rival aurinegro).
Un nombre científico dedicado a un cuadro de fútbol no debería provocar demasiada molestia. Pero en estos más de 200 años nombrando científicamente a los seres vivos, algunos sí resultan polémicos y, en varios casos, ofensivos, denigrantes y perpetuadores del colonialismo. Ese tema fue abordado justamente durante el Congreso Internacional de Botánica que tuvo lugar en Madrid en la última quincena de julio.
Allí, la Sección de Nomenclatura, en la que participaron más de 200 botánicos de todo el mundo, analizó centenas de propuestas sobre taxonomías, entre ellas, una para anular un epíteto profundamente racista dado a diversas plantas de África y otra para eliminar todo nombre que resulte ofensivo. Y por primera vez en la historia de la taxonomía, tras una tensa votación, los botánicos y botánicas decidieron que el nombre de diversas especies fuera cambiado debido a su impresentabilidad. Allí estuvo participando y votando Mauricio Bonifacino, del Laboratorio de Botánica de la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República.
Así que para hablar de este momento histórico de la ciencia, así como de la declaración final del congreso, que llama a tomar diez acciones urgentes, hablamos con él mientras baja del ajetreo del congreso en la apacible Galicia.
Poniéndole nombre a las cosas
“La Sección de Nomenclatura se realiza la semana anterior al Congreso Internacional de Botánica, entre el 15 y el 19 de julio”, dice Mauricio con la adrenalina aún a altos niveles, ya que cuando hablamos el congreso llevaba culminado menos de dos días. No sólo se trató del primer congreso internacional de Botánica en el que participaba, sino también de su primera vez en una Sección de Nomenclatura.
“Siempre he leído sobre esto y en mi clase de nomenclatura cuento cómo es que se hacen las cosas, pero nunca había participado en una de estas instancias. Desde una perspectiva muy nerdy estuvo bárbaro. La mayoría de los popes de la botánica, en términos de taxonomía y nomenclatura, estaban ahí”, confiesa extasiado. Pero además, debutó en una edición muy particular de este cónclave en el que se decide cambiar o no el código con el que se nombran plantas, hongos y algas.
“Hubo discusiones, claro, y hubo sí momentos en los que el aire se puso un poquito tenso, pero no hubo agravios ni nada por el estilo, siempre se mantuvo la cordialidad”, destaca Mauricio, quien si bien siempre tiene una perspectiva positiva y cargada de energía, ahora encima está en pleno subidón por lo que acaba de vivir. “La persona que lo llevaba era bastante estricta, lo que ayudó a que todo fuera en ese tono de respeto y, además, expeditivo”, dice Mauricio.
Quien presidía el comité de Nomenclatura era Sandra Knapp, botánica del Museo de Historia Natural de Londres. “Ella es una especialista en solanáceas, es una de las top top mundial en botánica”, comenta. Su carácter de eminencia en la temática, así como el buen manejo de las sesiones que lideró como de su equipo –formado por un rapporteur y su asistente y dos recorders–, sería necesario: entre las 433 propuestas para modificar diversas partes del código de nomenclatura de las plantas, hongos y algas había dos que habían alborotado el avispero en la previa.
“En la mesa central se sienta la presidenta del comité junto al rapporteur, el vicerapporteur y los recorders”, explica Mauricio. “La función de la presidenta es leer cada propuesta y llevar a cabo los procedimientos. El rapporteur se encarga de hacer un breve comentario sobre la propuesta que se va a considerar, mientras que los recorders van editando en tiempo real, en una pantalla que todos vemos, las modificaciones que se le van haciendo al código. Cuando una propuesta se aprueba, le colocan el _sanctioned-”, describe Mauricio.
El mecanismo para resolver si se aplican las propuestas sugeridas tal como vienen, si se modifican o si se rechazan, es bastante democrático. “Se vota levantando la mano, pero no se hace un conteo de cuántas manos se alzaron en contra y cuántas a favor, sino que primero se ve a ojo si se puede determinar cuál prevaleció. Cuando las manos alzadas están muy cercanas, las cuentan. En los temas que son muy discutidos, se vota empleando un cartón de votación que nos entregan previamente”, detalla Mauricio.
Los votos, como se realizan a mano alzada, no son anónimos. Pero en los temas más controvertidos, en los que se vota usando los cartones, las cosas son distintas. “En esos casos el voto sí es anónimo y se realiza introduciendo el cartón de votación en una de dos cajas, una para votos por la afirmativa y otra para los por la negativa”.
Pero incluso ese procedimiento tuvo que modificarse para la primera de las dos votaciones históricas que realizó la Sección de Nomenclatura.
Rebelión nomenclatural
Entre las más de 400 propuestas que trataron en apenas cinco días, había una muy llamativa.
Presentada por Gideon Smith y Estrela Figueiredo, ambos del Departamento de Botánica de la Universidad Nelson Mandela de Sudáfrica, la propuesta buscaba “permanente y retrospectivamente eliminar los epítetos con la raíz caf[e]r o caff[e]r de la nomenclatura de algas, hongos y plantas”. En ella los autores señalaban que si bien en un artículo del código aprobado en el Congreso Internacional de Botánica anterior, llevado a cabo en Shenzhen, China, en 2017, se “establece que un nombre legítimo no debe rechazarse simplemente porque él, o su epíteto, sea inapropiado o desagradable”, en el presente “existen epítetos utilizados en nombres publicados válidamente, en su mayoría de los siglos XVIII y XIX, que son altamente ofensivos porque un derivado de ellos es un insulto racial que va mucho más allá de ser meramente ‘inapropiado o desagradable’”.
En concreto, se refieren el epíteto ya mencionado en el nombre de su propuesta “que era usado en la toponomía de una región de Sudáfrica y para nombrar a sus habitantes”. Siguen argumentando que “aunque, cuando se publicaron inicialmente, los epítetos pueden no haber tenido la intención de ofender, en la sociedad actual han adquirido una connotación decididamente negativa porque el sustantivo del que derivan es un insulto racial” que deriva del término “infiel” del árabe. Por tanto, propusieron que el uso de los epítetos “cafer/caffer, cafferiana, cafra/caffra, caffraria, caffrorum y caffrum” debían “eliminarse de forma permanente y retroactiva” de la nomenclatura de los organismos contemplados en el Código, como por ejemplo es el caso del nombre del árbol Erythrina caffra. La propuesta entonces fue tratada en la Sección de Nomenclatura.
“Por ejemplo, en Sudáfrica está prohibido por ley escribir la palabra. Si escribís caffra en cualquier medio no es que te ponen una multa, sino que vas preso. Es como lo peor que le podés decir a un africano. En el comité había sudafricanos, y cuando hablaron ninguno dijo la palabra. Tal era el sentimiento”, cuenta Mauricio. Tan delicado era el tema que, como dijimos, se cambió la forma de votar.
“Como era un voto tan discutido y para que la gente no sintiera la presión social de ir hacia una de las dos cajas, anunciando su voto, se hizo una excepción”, señala Mauricio. “Para esta votación decidieron que cada uno escribiera en su cartón sí o no a la propuesta, y que el voto se colocara en cualquiera de las dos cajas, independientemente de lo que uno hubiera escrito. Eso descomprimió la situación, porque había un ambiente tenso”, explica.
La votación estuvo reñida. “Ganó el sí con 63%”, dice, y uno podría pensar que entonces se impuso con un margen suficientemente amplio. Pero no: “Para aprobarse una propuesta necesita una mayoría superior al 60%, así que 63% no estuvo muy por encima de lo necesario, lo que me llamó mucho la atención”, confiesa Mauricio. “Eso quiere decir que hubo 37% de los votos para no sacar caffer”, dice Mauricio asombrado.
Sin embargo, el tema es complejo. Así como no estar de acuerdo con el texto de la reforma de la seguridad social que se vota el último domingo del próximo octubre no implica estar de acuerdo con la reforma que se hizo del sistema de jubilaciones, no estar de acuerdo con cambiar el epíteto no necesariamente implica estar de acuerdo con la xenofobia y el racismo. El no querer cambiar los nombres científicos ya dados a las plantas, según expresaron algunos botánicos, se basa en que entre los principios de los códigos está el de que “las reglas nomenclaturales son herramientas diseñadas para proporcionar la máxima estabilidad compatible con la libertad taxonómica” o que “cualquier nombre reemplazado por razones éticas no simplemente desaparecería sino que permanecería en la literatura a perpetuidad como parte de las sinonimias taxonómicas y nomenclaturales”, como se expresó en un editorial de la Revista Zoológica de la Sociedad Linneana a propósito de estas y otras propuestas de los botánicos.
El tema no atañe sólo a la taxonomía. Algo similar se ha visto en otros campos de la cultura, desde las propuestas de cambiar o prohibir la lectura de Tom Sawyer o de la aventura gráfica Tintín en el Congo hasta la idea de eliminar estatuas y monumentos de personas que cometieron atrocidades. Que tales reflexiones lleguen a la taxonomía botánica es una buena señal. Cómo se resuelven ya es otra cosa.
“Definitivamente es un tema delicado. Honestamente, yo no estaba de acuerdo con revisar los nombres ya asignados a las especies. Aun así, el de cafra era un caso particular”, confiesa Mauricio.
“En términos del cambio que se proponía, no era que se borraban los nombres y se generaban unos nuevos, con todas las consecuencias que ello implicaría. En cambio, se lo iba a tratar como un error ortográfico, en el que al cafra se le iba a sacar la letra ‘c’ y que entonces quedaba como afra, lo que a nivel de los cambios que traería no era tan complejo y además referiría a plantas de África”, explica.
“Dado que no era una modificación grande sino un ajuste, que no era que los nombres iban a tener que reescribirse o que los que se venían usando iban a estar rechazados, y dado que tenía todas esas connotaciones racistas realmente repudiables, la iniciativa recibió el apoyo”, redondea Mauricio.
Y así, en su primer Congreso Internacional de Botánica, Mauricio pasó a formar parte del colectivo que, poniendo su voto en una cajita, por primera vez en la historia cambió el nombre a unas centenas de especies de plantas porque su nombre resultaba ofensivo. Pero no sólo lograron eso. Hay más.
No más ofensas... a partir de 2026
“La otra propuesta respecto de los nombres ofensivos, la que presentaron los australianos, era mucho más zarpada”, señala Mauricio. “En esa propuesta, todos los nombres que fueran derogatorios, ofensivos y demás tenían que ser reemplazados”.
La propuesta a la que se refiere fue presentada por Timothy Hamme y Kevin Thiele, de Australia, y llevaba por nombre algo así como “Propuestas para modificar los artículos 51 y 56 y la División III, para permitir el rechazo de nombres culturalmente ofensivos e inapropiados”.
“Eso sí que implicaba un gran bolonqui. En la sala, cuando se trató la propuesta, como que nadie estaba de acuerdo”, cuenta Mauricio. “La propuesta de los australianos no decía que los nombres caerían de forma automática, sino que habría que hacer propuestas para cada caso y que esas propuestas serían discutidas. En líneas generales, abría la puerta para que cualquiera que sintiera que un nombre era ofensivo y que tuviera suficiente apoyo pudiera llegar a cambiar los nombres”, explica Mauricio.
“La idea que está detrás del código de nomenclatura y de estos encuentros es la de asegurar la estabilidad de los nombres. Lo que se busca es tener un sistema que permita que de una manera inequívoca podamos referirnos a los organismos. Si no tenemos una manera clara de referirnos a ellos, que no varíe, ¿a qué referenciamos los conocimientos que vamos generando sobre los organismos?”, sostiene Mauricio. “Si bien esa es la idea, es entendible también que uno diga que no podemos crear nombres de plantas o de otros organismos que de alguna manera reivindiquen lo que hicieron personas que tienen valores con los que, al menos en esta época, no estamos de acuerdo”, complejiza.
“Lo que tenía de zarpado la propuesta era que nos ponía en el spotlight porque implicaba mostrar que había un grupo de botánicos que dicen que no está bien que se utilicen estos términos y que si otros decimos que no estamos de acuerdo con la propuesta, como que estamos convalidando esos nombres ofensivos. El asunto era cómo resolver que no estabas de acuerdo con esos nombres y, a la vez, mantener la estabilidad del código”, sostiene. Por suerte encontraron la forma.
“La forma en que se resolvió el tema, si bien no es una solución perfecta, me parece que estuvo bien”, cuenta Mauricio. ¿Cuál es esa solución? En líneas generales, que a partir de enero de 2026, cuando el cambio al código que aprobaron entre en vigor, los nombres ofensivos no serán aceptados.
“Al colocarle fecha de inicio, si bien no se está atendiendo la razón por la que se hizo la propuesta, sí estás diciendo que importa lo que la propuesta sostiene”, razona Mauricio. “Si bien la propuesta no se aceptó como tal, porque cambiar todos esos nombres implica un relajo tan grande que va contra toda esa estabilidad que pretendemos lograr con la aplicación del código, sí decimos que de acá en adelante no se puede crear nombres así y que pueden ser rechazados”, señala.
“Si bien no cambian las cosas que ya están, me parece que simbólicamente da una señal de que la comunidad botánica está en desacuerdo con esos nombres y que no va a permitir que eso se desarrolle de aquí en más”, dice, feliz con el compromiso al que llegaron.
Había una propuesta, que no llegó a ser tratada porque no reunió los votos necesarios previos, que sostenía que se quitaran todos los nombres científicos que refirieran a personas que no estuvieran relacionadas a la botánica o las ciencias naturales. “Eso sería una demencia absoluta”, ataja Mauricio.
“Por ejemplo, un nombre que yo pensaba que sería totalmente objetado en Uruguay es el epíteto herteri” dice. En nuestro país, por ejemplo, podemos cruzarnos con la tuna endémica Parodia herteri con su bella flor rosáceoamarillenta. Pero tanta belleza esconde también cosas espantosas.
“Wilhelm Herter era un botánico alemán. Y era nazi. El asunto es que hay varias especies que tienen su nombre. Hay familias de helechos de las que él es el autor. Si propusiera cambiar ese epíteto, se puede abrir una puerta que no sabés dónde va a terminar y creás un relajo de nomenclatura que no está escrito”, dice.
La tuna Parodia herteri no fue descrita por Herter, sino por otro botánico que quiso homenajearlo. A lo largo de su vida Herter nombró más de 800 especies y es autor de uno de los tres catálogos de plantas vasculares de nuestro país, Florula uruguayensis, de 1930.
“Una de las participantes en la sesión de nomenclatura era una botánica que trabaja en el Departamento de Agricultura de Estados Unidos. Ella es una de las personas que tienen que decidir sobre productos que llegan al país, y para eso los nombres son importantísimos para saber qué cosa es cada cosa. Lo que nos complica no es el mero cambio del nombre, sino el tema de los conocimientos que están detrás, si ese nombre es igual a otro y demás. El ruido y la confusión que implicaría cambiar los nombres de varios miles de plantas sería terrible en ese sentido”, ejemplifica.
La segunda resolución histórica de la Sección Nomenclatura entonces coloca un “basta” grande a futuro para quienes pretendan nombrar a una planta, hongo o alga de una forma que ofenda, insulte o agreda a comunidades.
“De repente la resolución no cumple con lo que querían originalmente los botánicos que hicieron la propuesta, no se cambian los nombres, pero por lo menos da una señal y reafirma que a nosotros no nos da lo mismo que existan esos nombres, y por ello no los vamos a tolerar de aquí en más”, redondea Mauricio. “Si bien los nombres ofensivos anteriores tampoco nos agradan, la inestabilidad que generaríamos al cambiarlos es tan grande, generaríamos tantos problemas, que por ello decidimos no cambiarlos retroactivamente”, justifica.
“De hecho, hubo una propuesta para eliminar los guiones que tienen algunos epítetos específicos. Era algo que parecía bastante razonable y entonces se aprobó. Pero como durante los días que duran estas sesiones la gente que está ahí tiene la posibilidad de pedir que se reconsidere una propuesta que ya se haya votado, uno de los asistentes planteó que reconsideráramos eso porque, de quedar aprobado, tendrían que cambiar como 6.000 nombres de plantas. La propuesta argumentaba que de eliminarse ese guion los nombres afectados serían pocos. Cuando la gente vio que de efectivizarse el cambio cambiarían más de 6.000 nombres, la propuesta volvió a ser considerada y se rechazó”, cuenta. “Eso muestra que realmente hay una voluntad de mantener la estabilidad nomenclatural. La clásica broma que nos hacen a los taxónomos es que estamos sólo para cambiar nombres. Y uno tiene que explicar que no estamos sólo para cambiar nombres, sino que el tema es que muchas veces los nombres cambian para reflejar el conocimiento nuevo que se tiene de un determinado grupo”.
Ya con eso hay bastantes líos y es difícil mantenerse actualizado. Si además de los cambios de los nombres debido a un mejor conocimiento sumamos cambios debidos a estos criterios, la cosa se hace aún más difícil.
“Exacto. Es una línea bastante fina en la que tenés que caminar como para ser contemplativo con todas estas consideraciones más que respetables que reflejan cómo va avanzando nuestra sociedad, y la de alguna manera prevenir cambios que, sin que sean superfluos, no obedezcan al cambio del conocimiento de la biodiversidad”, señala.
Le pregunto cómo le fue en esta primera participación en la Sección Nomenclatura. ¿Su voto coincidió con el de la mayoría de sus colegas o tuvo discrepancias? ¿Debutó votando a ganador? ¿Cómo le fue como ciudadano de la comunidad botánica internacional?
“Me sentí bien. En algunas cosas quedé en minoría, pero en general quedé con la mayoría”, dice Mauricio con una sonrisa amplia. Su voto empujó, entonces, ambas resoluciones de gran importancia.
¿Cómo se revisarán los nombres a partir de 2o26?
¿Cómo se procederá entonces a partir de 2026 cuando el Código de Madrid rija la nomenclatura. ¿Quienes describen una nueva especie para la ciencia seguirán bautizándola y el nombre que proponen debe ser aprobado luego? ¿Una vez publicado puede ser denunciado y eso será tratado por un comité?
“El nombre puede ser publicado y si alguien ve que ese nombre existe y lo considera derogatorio, tiene que hacer una propuesta para que se rechace que será tratada por un comité que se creó a tales efectos”, nos explica Mauricio.
“Uno de los principios del código es que para un nombre sea considerado válido tiene que estar en un artículo donde se haga la descripción del organismo en latín o en inglés, se tiene que citar un tipo, si es una revista con versión electrónica tiene que tener un DOI, y demás. Si se cumplen esas cosas, el nombre es válido. Yo no creo que nadie vaya a publicar un nombre ofensivo, al menos en una revista estándar, porque el editor de la revista o los revisores del artículo van a ver eso y van a decirle al autor o los autores que no deberían ponerle ese nombre”, señala.
“El, asunto es que también puede suceder que una nueva especie se publique en otras revistas. Por ejemplo, yo puedo tener una publicación regularmente en Facultad de Agronomía y editarla yo mismo. Me aseguro que tiene DOI y mando copias impresas a dos bibliotecas botánicas del mundo. Ya con eso cumplo con los requisitos. Y yo puedo colocarte ahí un nombre espantoso, una especie que tenga el epíteto hitleriana o una estupidez como esa, y estaría válidamente publicada. El código de alguna manera está cubriendo ese tipo de situaciones”, amplía
“Honestamente no creo que nadie en uso de la razón pueda crear un nombre de esa naturaleza, pero a veces vos no sabés las connotaciones que puede llegar a tener un nombre que refiere a una persona o cosas así”, sostiene.
Le pongo un ejemplo. Un botánico inglés descubre una nueva especie de planta del género Gentianella en las Islas Malvinas y, para diferenciarla de la ya conocida Gentianella magellanica, la bautiza Gentianella falklandi. Un botánico argentino podría decir que eso es un nombre ofensivo (algo en lo que podría estar de acuerdo no solo los botánicos de Argentina). Tal vez el editor de una revista científica, por lo general de un país del hemisferio norte, puede ver en el nombre apenas una referencia geográfica y no darse cuenta que allí hay una disputa internacional con raíces en el colonialismo que aún persiste en el planeta. ¿Cómo se laudaría algo así?
“Ahí eso se lauda con alguien que hace una propuesta al comité que se votó se cree para estudiar esos casos”, responde Mauricio.
Llamado a la acción
Además de estas dos decisiones de importancia respecto a cómo se nombran a las especies, el congreso terminó con una declaración en la que realizan diez “llamados a la acción”, definidos como “acciones estratégicas para los científicos especializados en plantas, las instituciones botánicas, los gobiernos, el sector empresarial y la sociedad civil, con el objetivo de abordar la degradación de la vida vegetal causada por las actividades humanas. Estas acciones buscan fortalecer la conexión entre las plantas y las personas, fomentar los beneficios mutuos y mejorar la salud y la resiliencia del planeta”.
“La declaración del congreso es como el mensaje que tienen los botánicos para el mundo”, cuenta Mauricio. “Esa declaración siempre había sido organizada por un comité integrado por quienes organizan el Congreso, pero este año, quien estuvo como cargo de llevar esto adelante, Lúcia Lohmann, brasileña que preside la International Associaton for Plant Taxonomy (IAPT), propuso que participaran todos los asistentes al congreso que quisieran mediante un formulario Google en el que se podían hacer sugerencias para la declaración”, explica.
“De los más de 3.000 asistentes al congreso, 200 enviaron comentarios que fueron tenidos en cuenta para la declaración final”, cuenta Mauricio, que sabe bien cómo fue el asunto ya que estuvo en el grupo de 20 personas que conformaron el comité que trabajó sobre el borrador de la declaración.
“Yo participé muy marginalmente cuando se discutían algunos de los llamados a la acción, en la sintaxis del título y demás”, minimiza a la uruguaya Mauricio su rol en todo esto.
“Desde hace unos años he estado colaborando con la IAPT y ahora soy secretario de la asociación. Debido a esa relativa cercanía que tenía con esta gente, es que participo en esto”, contextualiza, minimizando que no cualquiera llega a ser secretario de una organización botánica internacional que tiene medio siglo de existencia y que edita la prestigiosa revista científica Taxon. Pero ya que le quiere bajar el perfil a eso, volvamos a la declaración participativa.
“Lo que veo de bien en estos calls for action es que de alguna manera resaltan el rol de la taxonomía como una actividad importante, pero sobre todo que salen fuera de lo que es estrictamente la taxonomía y buscan la conexión con el resto de la sociedad resaltando el rol central que tienen las plantas en temas de muchísimo interés para la humanidad en estos tiempos”, apunta.
“La declaración enfatiza que las plantas son centrales para todas las cosas que hacemos y para cuestiones cruciales como bajar la huella de carbono. Como muchos temas relevantes en el panorama actual tienen que ver con plantas, esta declaración apunta a que los botánicos deberíamos ser escuchados”, señala Mauricio
“Es importante que conservemos las especies, es importante que consideremos el tema de las especies invasoras, es importante que seamos cuidadosos, porque de alguna manera quienes tejen los ecosistemas son las plantas. Creo que estamos en un momento donde realmente hay que ponerse a pensar seriamente qué hacemos, porque si no nos vamos al bombo. Y en eso las plantas, cuentan y mucho”, sentencia Mauricio.
Educar importa
“Dentro de estos llamados a la acción se hizo énfasis en la educación y a ello se le dedicó un llamado concreto”, sostiene Mauricio.
“La educación botánica, tanto formal como informal, es esencial desde la primera infancia hasta la edad adulta para crear conciencia sobre la importancia de las plantas y dotar a las nuevas generaciones de conocimientos fundamentales sobre la forma y la función de las plantas”, reza el segundo de los diez llamados a la acción, que invita a tener “un mayor énfasis de la educación botánica”.
“Me parece que eso está bastante bueno, sobre todo en el marco de los cambios que hubo en la última Ley de Educación en Uruguay. La enseñanza de la botánica se redujo notablemente en Secundaria”, comenta.
Los otros llamados a la acción son los siguientes:
#1: la diversidad vegetal como base: “Llamamos a un mayor apoyo y reconocimiento del papel fundamental de los estudios sobre la diversidad vegetal, las colecciones de historia natural y los jardines botánicos”.
#3: abordajes transdisciplinarios colaborativos: “Llamamos a realizar enfoques colaborativos y transdisciplinarios para la investigación vegetal, incluidos los conocimientos locales e indígenas, las artes, las humanidades y diversos enfoques científicos”.
#4: abordar las desigualdades en las ciencias vegetales: “Llamamos a adoptar enfoques respetuosos, inclusivos y equitativos que beneficien a todas las partes interesadas involucradas en la investigación, la formulación de políticas y el desarrollo de productos”.
#5: reconocer la diversidad biocultural: “Llamamos a un mayor reconocimiento y apoyo a la diversidad biocultural, incluida la coproducción de conocimientos”.
#6: la diversidad de las plantas es central para la protección y restauración de los ecosistemas: “Llamamos a estrategias de conservación y restauración que prioricen la diversidad vegetal y protejan el funcionamiento de los ecosistemas y los paisajes”.
#7: mejor integración del conocimiento de las plantas en la política: “Llamamos a una toma de decisiones basada en evidencia, que integre el conocimiento botánico en las decisiones políticas sostenibles a largo plazo”.
#8: aprovechar las soluciones basadas en la naturaleza: “Llamamos a mayores soluciones basadas en la naturaleza que maximicen la diversidad de especies, aumenten la resiliencia al cambio climático, mejoren la conservación de las plantas y fomenten la gestión sostenible y la restauración de los ecosistemas”.
#9: un papel más importante de las plantas para lograr la sostenibilidad y una economía de cero emisiones netas: “Llamamos a un mayor reconocimiento del papel de las plantas en el logro de la sostenibilidad y el establecimiento de una economía de emisiones netas cero”.
#10: aumentar la conciencia sobre la importancia de las plantas para la salud y la resiliencia del planeta:“Llamamos a una mayor concienciación sobre la importancia de las plantas para la salud y la resiliencia del planeta”.
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